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Leía tanto nuestro caballero, que poco a poco fue perdiendo la razón, hasta el punto de
verse gobernado por la imaginación y la fantasía. De hecho, llegó a creerse él mismo un
caballero andante.
– ¡Eso es!- dijo Don Alonso una mañana- ¡Saldré al fin a vivir mis propias aventuras, como
buen caballero andante que soy!
Y dicho esto, fue a echar un vistazo a su caballo, un rocín flaco y desvalido al que tenía,
sin embargo, gran aprecio. Y buscó en su casa unas viejas armas que guardaba de su
bisabuelo, a las que limpió con mimo y esmero.
Se hizo con un viejo escudo, y como armadura, se fabricó con los útiles que encontró en el
sótano una celada y con cartón, una visera.
– Pues ya está- dijo eufórico nuestro caballero- ¡Tengo todo lo necesario para salir en
busca de batallas!
Vivía el buen hombre con un ama y su sobrina. Ella tenía unos cuarenta años y su sobrina
no llegaba a veinte. También contaba con la ayuda de un hombre que le ayudaba en la
casa. Todos pensaron que su amo se había vuelto loco, pero no dijeron nada, ya que
preferían, por su edad, seguirle la corriente.
Don Quijote estaba eufórico… ¡al fin podría hacer realidad su sueño! Pero se detuvo a
pensar:
– Todo caballo de caballero andante tiene un nombre, un nombre ilustre. Qué decir de
Babieca, el caballo del Cid… o de Bucéfalo, el caballo de Alejandro Magno…
Miró y remiró a su caballo Don Quijote y dijo al fin:
– ¡Te llamarás Rocinante! Sí, eso es, suena muy bien, a nombre de rocín grande. Y serás
más famoso que Babieca.
Después pensó que él mismo debía cambiarse el nombre. Los caballeros andantes tenían
un nombre especial, como Amadís de Gaula. Durante ocho días estuvo Alonso Quijano
pensando en su nombre, hasta que un día, exultante, dijo:
– ¡Ya lo tengo! ¡Me llamaré Don Quijote! Don Quijote suena ilustre, elegante. Y haré
como el tal Amadís que se puso de segundo el lugar de donde era… Yo seré
entonces ‘Don Quijote de la Mancha’, y llevaré el honor de esta tierra por todo el mundo.
– Ya solo me queda una hermosa dama por la que luchar y a quien ofrecer mis victorias.
Todo caballero tiene una dama, si no, no tendría sentido.
– Oh, señora mía, permítame que la llame Dulcinea del Toboso (pues era de este lugar la
mujer).
Y ya con todo lo que necesitaba, pensó Don Quijote en partir al día siguiente en busca de
aventuras.
Partió nuestro caballero al día siguiente, radiante de felicidad, pero a pesar de caminar con
Rocinante durante todo el día, no encontró nada que hacer. Nadie que necesitara de su
ayuda ni damas en apuros. Además, pensó de pronto, que aún no había sido armado
caballero, así que no podría usar sus armas hasta que alguien le hiciera ese gran honor.
Al final del día estaba ya Don Quijote muy cansado, cuando de pronto vio a lo lejos una
Venta, un hospedaje humilde en medio del camino. Pero estaba él tan imbuido en su
personaje, que lo que era una venta, para Don Quijote resultó un castillo.
– ¡Mira, Rocinante! ¡Un castillo! ¡Será perfecto para descansar esta noche!
Y allá se dirigió nuestro caballero, dichoso por aquel encuentro. Es más, al llegar a la
puerta, vio a dos mujeres apostadas en la entrada. Por supuesto, a él le parecieron
hermosas damas que salían a recibirle. Por si eso fuera poco, un ‘porquero’ que cuidaba
de sus cerdos, tocó en ese momento su cuerno para llamar a los animales. Don Quijote
pensó que anunciaban su llegada al castillo.
– ¡Diantres, Rocinante! ¡Así anuncian nuestra llegada! Es todo un honor, sin duda.
Salió el dueño del hostal, quien, al ver a Don Quijote, intuyó que muy bien de la cabeza no
podía andar, y decidió llevarle la corriente. Sobre todo, cuando vio que hablaba de forma
muy ‘antigua’, al modo de los antiguos caballeros andantes.
Y aunque la venta era bastante humilde, Don Quijote se asombró porque todo le parecía
increíble, un lugar ideal para nombrase caballero. Y así se lo hizo saber al dueño de la
venta:
– Necesito que me arme caballero. Yo velaré mis armas esta misma noche en la capilla del
castillo y con el alba, podrá ungirme caballero.
– ¡No, por supuesto que no!- respondió Don Quijote-. Los caballeros andantes no llevan
dinero. En ningún libro se habló de eso.
– Ya- dijo pensativo el ventero- Pero eso es porque en los libros ya se sobreentiende que
deben llevarlo. Igual que el escudero. El gran Amadís de Gaula llevaba dinero, camisas de
repuesto y medicinas para las batallas.
Don Quijote pensó que debía hacerle caso para su próxima salida, y que debía hacerse
con dinero, camisas, medicinas y un escudero.
Al fin Don Quijote es armado caballero andante
Entrada ya la noche, Don Quijote colocó su lanza y el resto de armas en el patio, junto a
las mulas, y comenzó a rezar. Pero de pronto un arriero (el hombre encargado de los
animales) fue a dar de comer a una de las mulas y apartó las armas.
Don Quijote se sintió tan ofendido, que agarró con furia su lanza y le dio un tremendo golpe
al osado caballero. Aturdido, éste se fue corriendo de allí, tomando por loco a Don Quijote.
Pero pasó lo mismo poco después con otro hombre, y los que estaban allí, cansados de
sus locuras, empezaron a tirarle piedras.
Don Quijote estaba furioso, y el ventero, para calmar a la muchedumbre, les dijo que en
seguida se iría de allí y que debían perdonar su locura.
– Don Quijote- le dijo entonces el ventero-. Ya ha guardado vuestra merced por mucho
tiempo las armas. Es necesario que le arme ya caballero y se vaya a vivir aventuras con el
primer rayo de la aurora.
Llegaron las dos damas entonces para ayudar al ventero, y una a cada lado de Don
Quijote, pusieron una mano en cada hombro del caballero. El ventero, por su parte, agarró
la espada y dijo, dando un pequeño toque en cada hombro y luego en la cabeza:
Don Quijote se levantó emocionado, y dijo no olvidar jamás ese lugar ni ese momento. Y a
las damas les dio un nombre honorable: Doña Tolosa y Doña Molinera.
REFLEXIONES
Esta versión de Don Quijote de la Mancha, y en particular este ‘Don Quijote es armado
caballero’, intenta mostrar a los niños la peculiaridad de un personaje realmente cómico,
que ha perdido el juicio por culpa de un exceso de imaginación, y que se cree caballero
andante y transforma a su antojo todo lo que ve. Y por supuesto, también nos transmite
valores como el de la justicia y la lealtad.
Los ideales de Don Quijote: A pesar de su locura, Don Quijote representa la lucha
por los valores esenciales y la justicia. Su intención no es otra que la de socorrer a
los necesitados y la de instaurar la justicia allá donde se necesite.