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No debe ser confundido con su contemporáneo Pierre des Vaux (1182-1218), monje

cisterciense e historiador de la herejía albigense.

Conversión
Se desconoce el lugar de su nacimiento; por su nombre quizá fuera Vaulx-en-Velin, pero lo
verificado es que estaba establecido en Lyon (Francia) como un próspero pañero y comerciante
tan hábil que llegó a acumular una de las mayores fortunas de esta ciudad. De espíritu inquieto,
procuró además instruirse en la medida que su época lo permitía a los seglares.

En 1173, un amigo íntimo con quien estaba conversando murió de repente. El hecho le produjo
una gran impresión y ansias de salvación para su alma, por lo que fue a consultar con un
sacerdote y este le repitió las palabras de Cristo al joven rico (Mateo, 19:21): "Da todo a los
pobres, toma tu cruz y sígueme". Se cree que lo hizo irónicamente, ya que Valdo, como sabía
todo el mundo, era uno de los burgueses más ricos de la ciudad. Sin embargo sus deseos de
convertirse y cambiar de vida eran sinceros, y tomó estas palabras al pie de la letra. Dividió toda
su fortuna en tres sumas: un fondo para que su mujer e hijas pudiesen mantenerse a lo largo de
toda su vida; otra parte como limosna para los pobres (Valdo dio pan, verdura y carne a todo el
que acudió a él en momentos en que una hambruna muy grande asolaba Francia y Alemania) y
la tercera la entregó a dos eclesiásticos, para que tradujesen el Nuevo Testamento del latín a la
lengua romance que entonces se hablaba hasta la frontera suiza, a fin de satisfacer su deseo de
comprender y seguir el mensaje de Jesús y enseñarlo a los demás. Es más, envió mensajeros
de pueblo en pueblo para que leyeran la Sagrada Escritura a quienes no sabían latín. (Crónica
anónima, 1218)

Difusión de la Biblia
Para poder distribuir estas porciones de la Biblia, Valdo y sus colaboradores utilizaron las
tácticas comerciales en las que su líder era tan experto, con lo que además evitaban ser
denunciados a la autoridad eclesiástica. Un inquisidor los describe viajando de un pueblo a otro
y vendiendo mercaderías para lograr entrar en las casas. Explica que ofrecían joyas, anillos,
telas, velos y otros adornos. Y cuando les preguntaban si tenían otras joyas, contestaban: “Sí,
tenemos joyas más preciosas que estas. Si prometen no denunciarnos, se las mostraremos”, y
cuando obtenían esa seguridad, proseguían: “Tenemos una piedra preciosa tan brillante, que su
luz permite ver a Dios; y tan radiante que puede encender el amor de Dios en el corazón del que
la posee. Estamos hablando en lenguaje figurado, pero lo que decimos es la pura verdad.” Luego
extraían de debajo de su ropa alguna parte de la Biblia, la leían, la explicaban y vendían esa
porción a quien la quisiera por escrito, a cambio de alguna limosna.

Doctrina
Fundándose en una idea de pureza, sencillez y pobreza, Valdo creyó en un lego sacerdocio
universal ceñido solo a la letra de las Santas Escrituras, estimó que "ningún hombre puede servir
a dos amos, Dios y Mammón" y condenó los excesos papales y los dogmas católicos, incluidos
el de la existencia de un Purgatorio y el de la transubstanciación. Es más, afirmó que estos
dogmas eran fruto de "la ramera" que aparece en el libro del Apocalipsis. Hacia 1170 Valdo había
reunido ya a gran número de seguidores, conocidos como los Pobres de Lyon, los Pobres de
Lombardía o los Pobres de Dios, entre otras muchas denominaciones y en diversas lenguas.
Evangelizaban al pueblo con su enseñanza mientras viajaban como vendedores ambulantes, y
empezaron a ser llamados valdenses, distinguiéndose claramente de los albigenses o cátaros y
de los clérigos viajeros pobres sin trabajo ni destino (clerici vagantes), críticos con el alto clero y
su alta jerarquía eclesial, pero aún dentro de la iglesia y, al contrario que ellos, de vida disoluta,
los llamados goliardos.

Predicaciones
Los predicadores itinerantes difundían un tipo de religiosidad más viva e intensa que la oficial,
porque se hacía en lengua vulgar y al aire libre. Se resume en un seguimiento directo, completo y
exigente de los consejos de Jesús en sus Evangelios, sin otra mediación que la explicación del
predicador. El número de seguidores de Valdo fue aumentando rápida y extensamente a causa
de su novedoso contenido social, muy crítico con el alto clero y la jerarquía eclesiástica, y por la
importancia que daba a los laicos y a una concepción universal del sacerdocio, impulsando a
cada uno a tomar conciencia de su propia fe y dignidad como cristiano.[2] ​Esta manera
cristocéntrica de entender la fe, alejada de las sutilezas teológicas y escolásticas, anunciaba ya
la Reforma Protestante y su moderno mensaje antropocéntrico.

El arzobispo de Lyon Guichard de Pontigny se enteró de sus doctrinas y apercibió los supuestos
errores teológicos de estos iletrados que ni siquiera sabían latín, por lo que les prohibió predicar
y los expulsó de Lyon.[3] ​Valdo apeló entonces al papa, y compareció con uno de sus
colaboradores, Vivet, ante el III concilio de Letrán en marzo de 1179. El papa Alejandro III (1105-
1181) le trató amablemente pensando que Valdo y sus seguidores podrían formar una futura
orden monástica; les confirmó su voto de pobreza, pero no les dio permiso para predicar a
causa de sus supuestos errores doctrinales, ratificando así la prohibición del arzobispo de Lyon
Guichard. El fraile inglés Walter Map, encargado de interrogar a Valdo y a Vivet en nombre del
Concilio, describe en sus memorias De nugis curialium, con todo el desprecio de que era capaz
su mente escolástica, pero con algo de miedo también, cómo fue su interrogatorio:

Celebrándose el Concilio
en Roma bajo
Alejandro, tercer papa
del nombre, vi a los
Valdenses, laicos
analfabetos llamados
así a causa de su
fundador Valdo, un
ciudadano de Lyon, en
el Ródano. Estos
presentaron al Papa un
libro en idioma gálico
que contenía el texto y
comentario del Salterio
y de muchos escritos del
Antiguo y Nuevo
Testamento. Insistían
mucho y muy
importunamente para
que les fuese otorgada
la licencia de predicar,
pues se creían expertos,
aunque solo eran
aficionados, porque
suele ocurrir que los
pájaros, al no ver las
sutiles redes como
trampa, creen tener
paso franco por
doquier... ¿Se deberá,
por tanto, en cualquier
caso, "arrojar perlas a
los cerdos" y la palabra
sagrada a los laicos que,
como sabemos,
recíbenla tontamente,
por no hablar de su dar
lo que no han recibido?
[...] Yo, aunque el más
bajo entre los allí
congregados, veía mal
de mi grado que eso se
discutiese así, en serio,
dándole importancia a
su petición, y me
burlaba de ellos.
Invitado por un obispo
que había recibido del
Papa el encargo de oír
sus confesiones, lancé
mi dardo ante no pocos
sabios teólogos
versados en el derecho
canónico. Me fueron
traídos dos valdenses,
reputados como los
principales de su secta,
para discutir conmigo
sobre la fe... Un obispo
me hizo señal para
comenzar el
interrogatorio. Empecé
entonces con algunas
preguntas muy simples
que a nadie le es lícito
ignorar, pues bien sabía
que "el asno
acostumbrado al cardo /
no desdeña la lechuga"
[...] Se retiraron
confusos, y se lo
merecían, en medio de
los gritos burlones de
todos, pues no eran
gobernados por nadie y
buscaban ser
nombrados
gobernantes, como
Faetón que no conocía
ni los nombres de los
caballos del Sol. [...] No
tienen sede fija; llevan
vida errante, caminando
descalzos en grupos de
dos, solo vestidos de piel
de oveja. Nada poseen
en persona y todo les es
común, siguiendo
desnudos a un Cristo
desnudo, como los
apóstoles. En sus
comienzos son humildes
porque no pueden
encontrar entrada en
ninguna parte, pero, si
los admitiéramos, nos
echarían fuera...[4] ​

Ya de vuelta en Lyon, un nuevo arzobispo, Jean aux Blanches-Mains, volvió a denegarles el


permiso para predicar, pero los valdenses se obstinaron en seguir predicando pese a las
prohibiciones del difunto y nuevo arzobispo y del papa. Todavía entonces eran considerados
solamente como laicos ignorantes, aún no “herejes” (fuera de la doctrina oficial). Así que en
1181 se lanzó contra ellos una excomunión definitiva, que todavía pudieron eludir algunos años
habida cuenta de que no se los designaba por su nombre ni por una fórmula que pudiese
identificarlos claramente.

Sin embargo, ya fue imposible soslayar la excomunión cuando, en el Concilio de Verona (1184) y
bajo un nuevo papa, Lucio III, se condenó explícitamente a los Pobres de Lyon y se vieron
obligados a abandonar esta ciudad.

Paradójicamente, esta excomunión ayudó a difundir su doctrina y se esparcieron por toda


Europa (Francia, Italia, España, Alemania, Polonia, Austria, Hungría) evangelizando a su prístina
manera a cada paso. Se cree que el número de valdenses en Austria llegó entonces a los
ochenta mil.[5] ​

Pedro Valdo se exilió a Bohemia y allí terminó sus días, según se dice, en 1217, tras 57 años de
apostolado seglar.

Referencias

1. Sin embargo, cf. Merlo 1999:2009:


«Poco prima della sua morte,

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