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Notas del capitulo:

Hola chicos!! Lamento la hora y lo tarde que es.

Les cuento rápido, muy rápido porque sé que a ustedes no les preocupa mi vida, pero aún
así, les cuento ja: Tengo que regalar uno de mis gatitos (mi amada Florencia) y tuve que
viajar con ella desde mi pueblo de donde soy originaria, entonces fue todo un caos porque
la pobre no está acostumbrada y se asustó mucho, entonces apenas llegué y la calmé,
acondicioné todo y eso, entonces pues no había tenido tiempo de conectarme, pero ya
estoy aquí.

Ahora sí, vamos a lo nuestro. Este capítulo es largo, como siempre, creo que es el primer
capítulo que le dedico de lleno a esta pareja, ja y de la que más he hablado y eso ha sido
porque no quería que las cosas se viesen demasiado rápidas, y aún con sus pequeños
datos, siento que todo fue muy precipitado, pero todo tiene su razón de ser. Noah y sus
"traumas" nos invaden como siempre, pero nuestro castaño no se detendrá (D: Nooo
Noah D:) Espero que les guste, más que un Lemon, yo diría que es una rodajita bañada en
azucar (no, nada tan cursi como la primera vez de Hitono y Hiroto del CAFF, hasta la fecha
no supero tanta dulzura) pero sí algo cursi jaja

Nos vemos hasta el próximo domingo ;D


Capítulo 10: El caballero y la bruja

Era otro día con mal clima, la lluvia atacaba a la ciudad con todo su poder. Nadie, a menos
que fuese un loco, salía de sus casas o de los edificios y solo se dedicaba a mirar el paisaje.
David Oliveros entre ellos. Tenía consulta con Sergio, quien también miraba la lluvia
embelesado. Era uno de sus tantos secretos, cuando era niño le encantaba jugar bajo la
lluvia, pero sus padres lo regañaban y encerraban cuando hacía aquello, por ello había
dejado de disfrutarla. Pero ahora que era libre de ellos, le importaba un reverendo comino
y siempre que llovía, él caminaba y brincaba sonriendo como un loco. Solo que ahora
estaba triste, ver la lluvia era mucho más recomendable y acorde a cómo se sentía.

—Te llevaré a tu casa, si esperamos a que pare, se hará de noche y podría ser
peligroso que vuelvas solo—comentó David sin dejar de mirar al exterior.

Sergio solo asintió. De nuevo a sobreprotegerme como a un niño. El psicólogo comenzó a


cerrar cajones y sacó de su bolsillo las llaves de su auto, el pelirrojo lo siguió y una vez que
todo en el consultorio estuvo en orden, ambos salieron del lugar caminando en los
pasillos. David lo había pensado bastante, una vez transcurridas dos semanas desde su
decisión sobre las consultas de Sergio, aún se daba de topes al no saber cómo abordar el
tema. Una parte de él no quería romper lazos con el chico, se preguntaba qué iba a ser de
él cuando dejara de verlo o dejara de aconsejarlo. Pero la otra parte le aseguraba que era
lo mejor, Sergio era un niño, él no podía hacerle eso, dejarse llevar, envolverse, aceptar
esos sentimientos y aprovecharse de su inocencia.

Ahora que caminaban en los pasillos de la escuela, los cuales estaban desiertos, sabía que
ese era el momento de hacerle saber al chico que todo había terminado. Lo miró de reojo,
estaba cabizbajo y callado, odiaba verlo así de triste, moría de ganas por tomarlo en sus
brazos y decirle que todo estaba bien, que él lo había rechazado porque era lo mejor, por
su bien, por él, nada más por él. Apretó los puños de sus manos y lanzó un suspiro, con
éste, Sergio le dedicó toda su atención como si ya se imaginara lo que iba a ocurrir.

—Escucha Sergio yo… he decidido algo sobre lo que ocurre contigo y conmigo. He
aceptado que tus sentimientos son verdaderos, pero debes entender que no son
correctos, que no…

—Pero yo…

—Déjame continuar—le interrumpió David, si no continuaba, corría el riesgo de


arrepentirse y no debía dar marcha atrás—Lo que trato de decirte es que, por tu bien y
por la necesidad de que encuentres a otra persona a la cual dirigir esos sentimientos, he
decidido dar finalizadas nuestras sesiones.
El menor abrió los ojos como si acabaran de arrojarle un balde de agua fría y sin poderlo
evitar sus ojos comenzaron a picarle. Ya sabía lo que venía, últimamente se había vuelto
un llorón de mierda con cada cosa que tenía que ver con David Oliveros, pero esto era
demasiado.

—¿Significa que… no lo volveré a ver más?—cuestionó ocultando su rostro, no


quería que lo viera llorar, sería demasiado vergonzoso.

—Así es Sergio, es lo mejor.

Llegaron a la entrada del edificio. ¿Lo mejor? ¿Para quién? Para mí no lo es, pensó Sergio y
sin poder contenerse más. Dolía demasiado ser rechazado, pero de ahí que ni siquiera
soportara su presencia, aquello… aquello era… era insoportable. Por eso nunca había
querido enamorarse, el amor te vuelve tan dependiente, veía a Olga, había visto a tantas
personas, veía a Diego siendo rechazado por Marina, confundido con Noah, se veía a sí
mismo. No era una pizca del Sergio que siempre fue, no quedaba nada de él y aquello era
horrible. El amor era horrible, era lo peor que le pudo haber ocurrido, dolía demasiado
amar y no ser correspondido, y no quería, no más. Estaba acostumbrado a estar solo, este
tipo solo había logrado que ahora anhelara compañía, anhelara sus brazos, anhelara su
cariño. Pero era imposible, nunca iba a pasar, nunca lo iba a amar como él lo hacía.

Nunca.

Apretó sus puños y se lanzó a correr en medio de la lluvia, lejos de David, lejos del dolor,
lejos de todo, lejos de esa maldición que los idiotas llaman estar enamorado. El psicólogo
lo observó alejarse y lo siguió preocupado. Sus ropas se mojaron, sucumbieron ante la
lluvia, pero el chico corría como si anhelara desaparecer, desvanecerse y a los pocos
minutos lo perdió de vista. Debió imaginárselo, esa reacción, huir, huir era lo que alguien
hace desesperado al recibir una trágica noticia y, fuese correcto o no, Sergio tenía
sentimientos por él, cortar de tajo el único lazo que los mantenía en contacto, era cortar
la posibilidad de seguir alimentando ese amor. Era como matar sus esperanzas.

Era como rechazarlo por segunda vez.

Lo encontró sentado en uno de los columpios de la sala de juegos de la Academia


Noberón, en la sección primaria de la escuela. Se abrazaba a sí mismo y tenía los ojos
cerrados. David se acercó a él y trató de hablar, trato de decirle algo que lo hiciera sentir
mejor. Pero de su boca no salía nada y todo lo que se le ocurrió fue sentarse a su lado y
mirarlo. Solo entonces, el pelirrojo abrió los ojos y le lanzó una mirada escrutadora. El
castaño sintió dolor con esa mirada y estuvo a tentado a mandarlo todo al diablo, pero no
podía, no podía en verdad.

—Lo siento Sergio, perdóname, pero entiende que es lo correcto. No puedes


enamorarte de mí.
—¿Y de quién entonces? ¿Con qué derecho se cree como para decirme de quién
enamorarme? ¿Acaso no entiende como me duele? ¿Cree que yo lo planeé? Todo fue
culpa suya—no pudo reprimir más las lágrimas que se mezclaron con las gotas de lluvia—
Nadie me había tratado con tanta dulzura como usted, nadie, ni siquiera mis padres, a
ellos no les importo ni una mierda y estoy acostumbrado a eso, a nadie le preocupo, nadie
es así conmigo como usted lo es. Tal vez Diego, podría decir que él, pero en ese tarado es
natural. Él es dulce hasta con las hormigas. ¿Cómo pretendía que yo no me enamorara si
usted me hacía sentir tan único? Tan especial, tan querido, tan cuidado, tan… tan…

David se levantó del asiento de su columpio y tomó entre sus brazos al muchacho. Sergio
lo abrazó con fuerza y se desahogó como nunca lo había hecho. Lloró y lloró como tenía
años que no lo hacía y el mayor sintió su corazón quebrarse con cada lágrima. No podía
soportar verlo así, lo quería, vaya que lo quería, era especial para él en muchas formas,
anhelaba ver su sonrisa y sus ojos brillantes, no llenos de lágrimas. Quiero que seas feliz,
quiero que sonrías…

—Tienes razón, es mi culpa. Pero no pude evitar verte como algo preciado, fue
mayor que yo Sergio, es más de lo que he tenido que soportar en mi vida. Eres lo más
importante que tengo, lo único preciado, lo único valioso—se colocó a la altura de su
rostro y trató de limpiar las lágrimas que tenía en sus mejillas a pesar de la lluvia—Y por
eso mismo está mal. No puedo hacerte esto, no puedo quererte como te quiero, no está
bien, no es ético, no es correcto.

—¿Y qué importa si es correcto o no? Yo no lo soporto, no me rechace más, se lo


ruego, duele como no tiene idea. Si de verdad le importo tanto, hágame feliz, solo con
usted lo seré, solo a su lado me siento bien, me siento amado… solo contigo…

Miró sus ojos, suplicantes, frágiles, llorosos; su corazón no soportaría otro rechazo y él
mismo sentía que moriría si le decía que no. ¿Pero qué hacía con la culpa? ¿Qué hacía con
ese sentimiento en su cuerpo que le decía a gritos que estaba mal? ¿Qué hacía con lo que
era bueno y lo que era malo?

Deséchalo, deséchalo ahora, le dijo su mente y ver el rostro angustiado de Sergio frente al
suyo pudo más que todos sus miedos, todas sus restricciones, todo lo que le dictaba el
bien y el mal. No más, no más, no quería provocar ni una sola lágrima más. Al diablo con
los convencionalismos, al diablo con la diferencia de edad, al diablo con la sociedad y sus
reglas. Amaba verlo feliz, si él podía lograr eso rindiéndose a sus propios sentimientos, lo
demás venía valiendo un vil infierno.

Acercó sus labios a los suyos y los unió en un beso. Lento, cándido, dulce y a la vez
urgente, necesitado, lleno de ansiedad. Sergio abrió su boca embriagado con el sabor y el
vuelco en su pecho. Había besado a tantas personas, se sabía tantas técnicas, pero en ese
momento, lo que sintió al tener los labios de David Oliveros sobre los suyos, superaba
toda su experiencia, todo lo que sabía sobre besar se desvaneció, porque esta era la
primera vez que besaba a alguien a quien amaba y la emoción era mucho más sublime a
cualquier otra cosa que hubiese sentido en su vida. Movió sus labios torpemente,
correspondiendo el beso del doctor, abrazándolo en el acto, dejando que su calor, que la
lluvia, que su amor, invadiera su ser.

Y por primera en su vida, se sintió completo.

****

Estaban en su departamento.

David lo había llevado ahí debido a que la lluvia seguía en su punto y después de la mojada
que se dieron, no podía llevarlo a su hogar en esas condiciones. Entraron en silencio, sin
decir ni una sola palabra, ni siquiera un suspiro. Le pidió al muchacho que se sentara y se
pusiera cómodo mientras buscaba en su habitación un par de toallas para secarse. Sergio
obedeció mirando a su alrededor y meditando las cosas. Si él siguiera siendo esa zorra que
en el fondo había sido en el pasado, podría malinterpretar a la perfección su estadía en
ese lugar. Ya se habría lanzado encima del doctor y lo habría instado a que tuvieran sexo.
Pero ahora, con el único beso que le había dado lo tenía en las nubes, no se imaginaba
como sería tener sexo con él… no… hacer el amor con él. Aquello le llenaba de
nerviosismo.

David volvió con las toallas y colocó una en la cabeza de Sergio mientras se sentaba frente
a él y secaba su cabello. El pelirrojo sonrió y el oji-gris hizo lo mismo mientras lo miraba a
los ojos. Acababa de aceptar salir con un paciente y no cualquier paciente, un menor de
edad que era de su mismo sexo. Debería estar preocupado, no feliz, en definitiva él no era
normal. Sergio cerró sus ojos aún con la sonrisa en sus labios dejándose llevar ante la
sensación de saberse querido por este hombre y David no pudo resistirse a besarlo de
nuevo. Sus labios eran tan suaves, mucho mejor de lo que se había imaginado, besar a
Sergio era como una droga y no quería parar. Y el muchacho menos.

Movió sus labios con menos timidez que en el beso anterior y puso sus manos sobre el
pecho del mayor. A cada segundo, el beso se volvía menos tierno y pasaba a ser
demandante, como si hubiese pasado demasiado tiempo esperando a que esto pasara y
ahora ellos lo estuviesen retrasando. Las cosas empezaban a salirse de control, su cuerpo
empezaba a sentirse caliente, sofocado, a pesar del frio y la lluvia y David comprendió que
era momento de detenerse.

—No podemos Sergio, eso sí que no—puntualizó el psicólogo y, aún mareado por
el beso en sí, Sergio preguntó como si fuese algo normal.

—¿Por qué no? Tú me quieres y yo te quiero. Esto es normal en una pareja.

El oji-gris sonrió con gracia y el pelirrojo lo miró sin comprender el motivo de su risa.
—En una pareja normal, pequeño. Pero tú y yo apenas aceptamos esto y tú eres
un niño. No me puedo aprovechar así de ti.

—Pero… yo no soy virgen—confesó Sergio, quería decirle todo, decirle que no


era la criatura cándida que le había hecho creer. Pero David sonrió de manera más
pronunciada y aquello le indicó que el mayor no había entendido lo que le dijo.

—Sé que no lo eres, has estado con muchas chicas. Pero sería tu primera vez con
un hombre y no creo que estés listo para ello.

Agachó la cabeza sintiéndose contrariado con esa respuesta. No, no sería su primera vez
con un hombre, él era una zorra, algo así como las prostitutas en los puteros. La diferencia
radicaba en que él era un hombre. Su cuerpo había sido tocado por tantos hombres que
de repente se sintió sucio. Era verdad, le hizo creer que era puro, pero no era cierto. Él… él
estaba manchado… profanado una y mil veces, había tenido tanto sexo que ya no
recordaba cómo había sido su primera vez o con quién había sido. Y entonces anheló con
su alma haber sido puro de verdad, ser virgen, solo por él, solo por David. Aquello le hizo
sentir miserable y sin querer derramó una lágrima. No soy puro… no soy puro… cómo
quisiera serlo, como quisiera ser digno de estar contigo… pensó pesimistamente.

A David verlo deprimido le sorprendió. ¿Qué pasaba? ¿Por qué lloraba? ¿Era porque se
había negado a que tuvieran sexo? ¿En verdad Sergio deseaba algo así? ¿Con él? Y tú…
¿Tú no lo deseas? Se preguntó a sí mismo y la respuesta lo dejó perplejo.

Sí, lo deseaba.

—Eso es jugar sucio—dijo de repente limpiando sus lágrimas y Sergio lo miró sin
comprender—No soporto verte llorar, haría cualquier cosa para que no lloraras. Incluso
hacerlo, aquí y ahora, si en verdad lo deseas tanto, yo… yo no soy nadie para reprimirte y
te quiero, te quiero lo suficiente como para estar seguro de que es correcto. Aunque haya
miles de razones que me digan lo contrario.

Y antes de que pudiese decir algo, cortó sus palabras con un beso apasionado, intenso y
cargado de deseo. Metió su lengua y Sergio no pudo contra ello, movió su propia lengua,
experta en otras bocas, cargada de experiencia y por un momento se olvidó que él no era
suficiente para David. Se había sentido deseado tantas veces, pero ahora, era diferente,
era un deseo diferente, una sensación desconocida y a la vez natural que le recorría cada
centímetro de su piel y terminaba en su entrepierna.

Y en su corazón.

David profundizó el beso y el pelirrojo paseó sus manos por su espalda. Poco a poco el
beso subía de intensidad y sabiendo lo que venía, el mayor tomó la cintura del menor para
después cargar su cuerpo en sus brazos. El sonrojo vino sin anunciarse, era cargado como
una doncella rescatada por su caballero y llevado a la habitación de la misma forma. No,
yo no soy una doncella, en todo caso soy la ramera del pueblo… o la bruja… sí, la
asquerosa bruja. Pero estos pensamientos cargados de auto desprecio desaparecieron
cuando sintió el mullido colchón bajo su espalda y las manos de David paseándose por su
cuerpo. Aún ni le quitaba la ropa y él ya sentía un cosquilleo recorrerle la espina dorsal.

Separaron sus labios y se miraron a los ojos. Ese era el momento en el que debían parar
de verdad si no querían que todo se saliera de control. A partir de ahí no habría vuelta
atrás y ambos lo sabían a la perfección. Sergio asintió y David volvió a apoderarse de sus
labios mientras con una de sus manos libres comenzaba a desvestirlo. Besaba sus labios,
de ahí viajaba por su cuello y con la otra mano libre jugaba con sus cabellos. Amaba su
cabello, le enloquecía, amaba sus ojos, su brillo turquesa le hechizaba, amaba su piel, su
suavidad y pulcritud le seducía.

Lo amaba a él, todo él le hacía sentir pleno a pesar de su edad.

Por su parte, Sergio también usaba sus manos para desabrochar botón por botón, para
recorrer cada centímetro, para cubrir su boca cuando los gemidos amenazaban por salir.
Cuando tenía sexo, gemir era erótico, pero estaba haciendo el amor ahora y no quería
arruinar la belleza del momento con algo así. Sin embargo, una vez que estuvieron libres
de cada prenda, David besó el lóbulo de su oreja y coló su mano por donde se hallaba su
pene erecto, masajeándolo, tocándolo, acariciándolo con ternura. Incluso estando así, el
hombre era sobreprotector y lo trataba con tanto cariño. Tuvo que morderse los labios,
reprimir los sonidos, guardarlos en el fondo de su cuerpo, pero el castaño susurró en su
oído algo que le hizo perder el control.

—No te reprimas, quiero oírte y sentirme en el paraíso cada vez que alcances el
éxtasis.

Y la voz se le soltó. Sintió sus manos, se corrió en ellas; sintió sus dedos siendo cuidadosos
y agradeció al cielo ser estrecho desde siempre. No quería que David descubriera que no
era virgen de esa forma. Cada movimiento, cada roce, cada palabra, cada gemido, cada
suspiro era diferente y nuevo, completamente maravilloso y celestial, como si hacer el
amor fuese de otro mundo.

Cuando lo sintió en su interior, se aferró a su cuerpo con desesperación y David lo abrazó


como si fuese algo sagrado, como si fuese suyo. Lo era, le pertenecía, así se sentía él.
Cuando comenzó a moverse no pudo contener los sonidos y su cuerpo entero se
estremeció a cada envestida. El sexo era placentero, sin duda, pero esto… sobrepasaba los
límites, los límites de la belleza y la enajenación. Se movía en él poco a poco, con
suavidad, con ternura, con amor, con tanto amor, un amor que nunca había conocido, que
nunca había experimentado.

Un amor que pedía a gritos salir y ser expresado.


Las lágrimas se liberaron en sus ojos y David las limpió con sus labios, con sus besos, con
su mirada bañada en deseo, en amor, en felicidad, en una luz que parecía superar todo lo
que alguna vez él vio en otra persona. Nadie… nadie lo había amado tanto como él, estaba
seguro y aquello lo hizo feliz, sumamente feliz. Sumidos en una utopía que superaba sus
sentidos, ambos se entregaron al amor que había surgido entre ellos de manera tan
espontánea como experta.

Pero el amor les cegó lo suficiente como para olvidar usar protección.

Un gran sufrimiento se avecinaba para ellos.

****

—Fue… maravilloso.

Sergio aún suspiraba mientras Diego y Olga lo miraban sin creerlo. Conocían al muchacho
desde hace bastante tiempo, lo suficiente como para saber sus resoluciones del amor y su
gusto por el sexo. ¿Dónde estaba el Sergio promiscuo que conocían? El que tenían
enfrente era la réplica de una quinceañera enamorada. No era como si les molestara, al
contrario, les hacía feliz verlo tan ilusionado, al menos un poco de su alegría se le
contagiaba a Diego y Olga estaba tranquila ahora que el mutismo había desaparecido,
pero sí les costaba a ambos acostumbrarse a tanta miel y cursilería provenientes de un
tipo que aseguraba que el amor no existía.

Nadie sabe para quien trabaja, pensó Diego un dicho popular.

—Apuesto que lo fue, eso, mi estimado amigo es hacer el amor y es mucho más
gratificante que tener sexo casual.

—Lo sé… aún no puedo superar la emoción que tengo aquí… en el pecho y… y
borrar esta sonrisa de mi rostro… soy… soy tan feliz…—el pelirrojo se agarraba el rostro
que poco a poco se volvía rojo al pensar en lo ocurrido.

—Me alegro por ti, te lo dije claramente, él te quiere—Diego lanzó un gran


suspiro—me gustaría poder decir lo mismo.

El muchacho borró la mueca soñadora de su rostro y miró a su mejor amigo con


comprensión. Olga por su parte entrecerró los ojos y negó con la cabeza. No entendía lo
que Noah estaba haciendo, pero esperaba que pronto terminara, por su bien o tendría
que ser más directa. Sergio se sabía la historia de Diego de pies a cabeza, incluso el
acuerdo que había hecho con Noah. Con una risita burlona y queriendo solamente
animarlo un poco, el pelirrojo bromeó con puya un comentario que no estaba tan alejado
de la realidad.
—Sería genial que Marina y Noah fuesen la misma persona. ¿No crees? Así tu
confusión moriría.

La morena se atraganto con lo que estaba comiendo cuando escuchó tal comentario y
ambos muchachos voltearon a verla extrañados. No tienes idea de qué tan cierto es lo que
dices, se dijo en su mente y, recibiendo auxilio de ambos amigos suyos, se disculpó por la
forma tan abrupta de reaccionar.

—¿Todo bien Olga?—preguntó Diego y ella asintió.

—Sí, sí. Todo bien, es solo que comí con mucha rapidez—observó que Marina se
acercaba con su bandeja de comida y decidió guardar la compostura—Ahí viene el objeto
de tus tormentos.

Sergio volteó a mirar a la chica y corrigió:

—No, no, no… uno de los objetos de tus tormentos.

—Muy graciosos ambos—replicó el pelinegro con sarcasmo y una vez que Marina
estuvo frente a ellos, Olga se despidió.

—Bueno chicos… fue un placer… nos veremos otro día Diego, Sergio…—dudó
ansiosa de querer decir su nombre real, tal vez con ello recapacitaría en lo que estaba
haciendo, pero después se calmo y continuó—…Marina…

La aludida la miró irse con rareza y tomó asiento al lado de Sergio, quien la miró
fugazmente y después se concentró en sus alimentos. Solo Diego no hizo ni dijo nada, le
extrañaba esa actitud hosca, pero tampoco le iba a rogar. Una vez que se instaló por
completo, Noah creyó preciso iniciar una conversación que los incluyera a los tres, para
que Diego no se sintiera excluido.

—¿Y… de qué hablaban chicos?

El pelirrojo volvió a iluminarse por completo como un candelabro antes de responder y


Diego le sonrió a Marina dándole a entender que él ya se sabía la historia y que la
escucharía de nuevo.

—De mi… yo… soy tan feliz en este momento… David por fin… correspondió mis
sentimientos y nosotros—miró a los lados y disminuyó el tono de voz—no se lo digas a
nadie, pero nosotros… hicimos el amor.

Noah se quedó perplejo. ¿En verdad David Oliveros había caído bajo las redes de este
chico? Era increíble, incluso ya habían tenido sexo. ¿Hasta dónde llegaba Sergio?
Considerando el video grabado que tenía de él, no debería sorprenderle. El sexo… él no
sabía nada del sexo… nunca se había preocupado por ello, siempre atento a sus
enfermedades o a Vania. ¿Cuándo fue la última vez que pensó en sí mismo? Lo ignoraba.

Diego lo sacó de sus pensamientos cuando le hizo a Sergio una pregunta bastante
incómoda que tenía la obvia intención de molestarlo.

—¿Vio el tatuaje de la rosa?

El mencionado escupió su bebida y el chico de los ojos olivo reprimió una risita mientras
Noah los miraba sin entender. Rojo como una señal de tránsito, Sergio reclamó:

—¡Diego!

—¿Qué? Me perdonarás, pero cualquiera que se acuesta contigo ve el tatuaje de


la rosa que tienes en la espalda. ¿No te dijo nada de él?

—Eso no te incumbe—agachó la cabeza avergonzado—y no… no lo vio…

—¿En serio? ¿Pues en qué posición lo…?

—¡Diego basta! ¡Deja de molestarme!—comenzó a darle puñetazos ligeros en los


hombros mientras el aludido se reía con fuerza. Era genial esta nueva faceta de su mejor
amigo, avergonzado por algo que en el pasado le había generado orgullo. Su
promiscuidad.

Marina simplemente seguía callada observando el número y meditando en su interior. A


veces olvidaba que este par habían sido amantes y aquello le llenaba de una sensación de
enojo en el pecho. ¿Por qué celar a Diego cuando ya no estaba con Sergio?
Principalmente… ¿Por qué celarlo? Se suponía que no había admitido nada y no lo iba a
hacer, no mientras tuviese el disfraz de Marina puesto.

Una vez que Sergio se descargó y Diego dejó de reír, el pelinegro lanzó un gran suspiro
para recuperar sus fuerzas ante tanta risa y después, con un gesto serio, le compartió una
duda imperativa que tenía.

—Muy bien, ya, me calmo. Pero… ¿Sabes? Creo que deberías decirle la verdad.

—¿De qué hablas?—preguntó alarmado y Marina prestó atención.

—Hablo de las garrafales mentiras que le dijiste para acercarte a él. Creo que
merece conocer tu pasado, saber las locuras que hiciste y con cuantas personas te metiste
antes de conocerlo. Debe saber quién eres en verdad y no lo que tu…
—¡Nunca!—interrumpió frenético el pelirrojo y hasta Noah brincó ante tanta
firmeza. El chico siguió alterado—Nunca debe saberlo, nunca le diré la clase de zorra que
fui… podría perderlo…

—Por favor Sergio, suenas como protagonista de melodrama barato—afirmó


Diego y el otro negó—Sólo él puede decidir aquello, además, si te ama de verdad, él
entenderá que todo es parte de tu pasado, no lo perderás por ello.

—En cambio si tú no se lo dices y él se entera por otra persona, entonces sí te


odiara y muchísimo—agregó Marina, siendo Noah quien analizara sus propias palabras. Si
yo se lo dijera Sergio, te acabaría.

—Concuerdo con ella. Sé honesto, díselo antes de que alguien más lo haga.

—No, no lo haré… no… nadie se lo dirá… júrenme los dos que no se lo dirán, si es
posible, David nunca debe saberlo… júrenmelo, júrenmelo—suplicó Sergio y Diego negó
con la cabeza resignado pero aceptó.

—De acuerdo, allá tú, pero te lo juro, yo nunca le diré nada.

Ambos miraron a Marina esperando su juramento y la chica asintió mientras decía:

—Yo también te lo juro. De mi boca no saldrá ni una palabra.

Pero alguien le hará llegar ese video de tu noche en La Cueva, se dijo en su interior
mientras cruzaba los dedos. Una parte de sí mismo se sintió satisfecha, este era el primer
paso, el primer movimiento, la primera jugada para llevar a cabo sus planes.

Pero el otro Noah se sintió como una basura al romper una promesa. Perdóname Sergio,
pero no voy a poder cumplir.

Ya que no había vuelta atrás, lo haría, le enviaría ese video a David. De ese modo,
destruiría su amor para siempre.

Y no solo eso, también acabaría con sus vidas sin saberlo.

Notas finales:

Si!!! Lo hará :S Cuánto drama!! Hay chicos, ustedes son tan Cliché!! Ni me lo digan, lo sé
(nah díganmelo!! no importa si lloro!!! Sergio y David son tan cliché, pero me gusta en
cierto modo a pesar de mi poco romanticismo en la vida real jaja)

Espero que les haya gustado y si no, masacrenme!! Lo mereceré!!! :''''''''''(

Nos vemos, muchas gracias y los quiero :D

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