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remuneración alguna. Es una traducción hecha exclusivamente para fans.
Cada proyecto se realiza con el fin de complacer al lector dando a conocer
al autor y animando a adquirir sus libros. Por favor comparte en privado
y no acudas a fuentes oficiales de las autoras a solicitar las traducciones de
fans. Preserva y cuida el esfuerzo que conlleva todo el trabajo.
SINOPSIS
El Protector
Está en peligro.
Solo pensarlo amenaza mi cordura.
Haré cualquier cosa para mantenerla a salvo...
Incluso cosas con las que ella no esté de acuerdo.
Si cree que acosarla fue malo,
Calista se va a llevar una sorpresa.
La prisionera
Calista
No puedo hacerlo.
El dolor emocional de la traición de Hayden me atraviesa. Temblores
sacuden mi cuerpo y las perlas de mi mano tintinean unas contra otras. El
pequeño sonido es como el golpeteo de un tambor. ¿O es mi corazón?
Juraría que dejó de latir en el momento en que entró en el ático.
Y parecía desesperado por tocarme.
Respiro forzosamente y alzo la barbilla. Si no me enfrento a él ahora,
nunca lo haré.
—¿De dónde las has sacado, Hayden? —Repito la pregunta que he
formulado hace un momento, con la voz aún temblorosa pero la resolución
firmemente en su sitio.
―Necesito saberlo.
Me sostiene la mirada, el desapego de sus ojos me destroza.
—Ya lo sabes.
Sacudo la cabeza, ya sea en señal de negación o como respuesta; no
estoy segura cuál de las dos.
—No, lo que tengo es una sospecha que necesita confirmación.
—¿Qué quieres que te diga, Calista?
Su uso de mi nombre completo me hace estremecerme. Rápidamente
controlo mis facciones y cierro el puño de las perlas colocando la mano en
la cadera.
La verdad. Es lo único que quiero de ti.
—No sabes lo que quieres. —Desvía la mirada en una extraña muestra
de inseguridad—. Y no importa hasta que averigüe quién está detrás de tu
agresión.
De un parpadeo a otro, mi agonía se transforma en ira.
—¿Qué?
Hayden dirige su atención hacia mí. Esta vez con todo el peso de su
mirada. Se posa sobre mí, presionándome desde todos los lados hasta que
encojo los hombros. Los pensamientos tácitos que pasan por su mente
hacen que el silencio sea ensordecedor, y casi desearía no haberme
enfrentado a él.
—No importa —me dice, apretándose el puente de la nariz—.
Mantenerte a salvo es lo único importante.
—¿Cómo puedo estar a salvo contigo cuando eres tú quien me ha
estado acosando?
—Lo hice para protegerte. Que decidas aceptarlo o no es prerrogativa
tuya.
Resoplo.
—Explícame en qué sentido el haberme dado un susto de mierda ha
sido para protegerme.
—Lenguaje, Cal...
—A la mierda el lenguaje, y a la mierda esas respuestas indirectas —
digo, con mis palabras a un decibelio de distancia de un grito—. Dime
cómo puede alguien justificar haber irrumpido en mi apartamento,
haberme robado mis cosas y luego tener el puto valor de decir que fue por
mi propio bien.
La mirada de Hayden parpadea justo antes de agarrarme por los
hombros y tirar de mí hacia él.
—¿No te diste cuenta de lo vulnerable que eras caminando por la
ciudad de noche? ¿Sabes lo que podría haber pasado si yo no hubiera
estado allí para vigilarte? ¿O es una verdad que no quieres reconocer?
Empujo su pecho. Es tan eficaz como empujar una montaña, y dejo
caer los brazos derrotada, aferrando aún las perlas.
—No tuve elección. Seguro que es fácil emitir juicios desde tu ático.
Puedes decir lo que quieras, pero no creo que mi seguridad sea el único
problema aquí.
Agacha la cabeza hasta que nuestros rostros quedan a escasos
centímetros el uno del otro, nuestras respiraciones se entremezclan.
—Quería follarte... —dice, con un tono gutural y profundo—. Te
deseaba más de lo que había deseado a una mujer en mi vida. Entré en tu
apartamento y me llevé tu collar para no quedarme con tu cuerpo. Así que
sí, quería mantenerte a salvo del mundo, pero también de mí mismo y de
lo que te haría.
—¿Y ahora que me has follado? ¿Ha desaparecido tu obsesión?
Suelta una risa mordaz que eriza mi piel.
—¿Esfumado? Oh, no, mi dulce pajarito, mi obsesión por ti no ha
hecho más que empeorar.
Sus palabras hacen que mi corazón comience a latir como si hubiera
recibido una inyección de adrenalina. La idea de Hayden vigilándome
como un guardaespaldas desquiciado da paso a una palpitación incesante
en mis sienes, una que me obliga a apretar los dientes e inhalar. Con todo
el cuerpo rígido, excepto por la subida y bajada del pecho, permanezco allí,
incapaz de hacer nada excepto sentirme abrumada por el deseo que
Hayden siente por mí.
Y mi miedo hacia él.
No creo que me lastime físicamente. Lo que me asusta es la
profundidad y la intensidad de su compromiso. ¿Soy capaz de abrazar esta
faceta suya? ¿Quiero hacerlo?
—¿Alguna vez ibas a decírmelo? —susurro.
—No.
La veracidad de su respuesta es como una bofetada en la cara, y
retrocedo en su abrazo.
—¿Cómo puedo confiar en ti, si sé que me mentirás?
—Mentiré, engañaré, robaré y mataré si es necesario para conservarte.
Eres lo único que me importa.
—¿Aunque te odie por ello?
Se estremece ante la pregunta, como si recibiera un balazo en el pecho.
—Puedes odiarme de momento, pero no eternamente.
—No puedes controlar eso, Hayden.
—Es verdad —dice entre dientes—. Pero puedo controlar todo lo
demás.
Dejo caer la mirada, no quiero que vea la agonía que seguramente hay
en mis ojos. Este hombre ha admitido que quería poseerme, y yo hui.
¿Tengo fuerzas para intentarlo de nuevo? ¿Importa cuando mis
posibilidades de éxito son mínimas y una parte de mí no quiere irse en
primer lugar?
Nunca he entendido cómo una persona puede amar y odiar a alguien
simultáneamente, pero Hayden me ha iluminado.
—Suéltame —digo, con voz tranquila a pesar de mi agitación interior.
Hayden coloca su dedo índice bajo mi barbilla para alzar mi cabeza.
—Nunca.
Lo miro fijamente, sin molestarme en ocultar mi furia.
—No quiero que me toques ahora mismo.
—Srta. Green, me gustaría que intentara detenerme.
La futilidad de mi situación sube como el vapor para calentarme por
todas partes. Me encojo de hombros, pero su agarre es demasiado fuerte,
frustrándome aún más. En un último esfuerzo por liberarme, le arrojo las
perlas, lo golpean en la cara y pecho, rebotan y tintinean en el suelo.
Me libera. Aprieto los labios para evitar que mi mandíbula caiga,
incapaz de creer que haya funcionado. Sin sus manos sobre mí, mis
pensamientos se aclaran y puedo relativizar esta jodida situación.
—Hayden, me importas. Más de lo que quiero admitir ahora mismo.
—Cuando arquea una ceja en señal de desaprobación, se me revuelve el
estómago—. Pero tienes que ver esto desde mi punto de vista. ¿Qué te
parecería si alguien violara tu confianza e invadiera tu intimidad?
—Todo tiene que ver con la motivación. Si una madre mata a alguien
por hacer daño a su hijo, ¿la condenarías?
Sacudo la cabeza.
—Eso es diferente. Ella no hizo daño a la persona que amaba.
Se pone rígido.
—Independientemente lo quieras admitir o no, me has hecho daño con
tus actos. Necesito tiempo para...
—Para. ¿Qué? —pregunta, con las palabras entrecortadas.
—Para averiguar si puedo dejar esto atrás.
Hayden sonríe y la expresión burlona hace que se me erice el vello de
los brazos.
—¿Y si no puedes?
—Yo…yo no lo sé.
—Déjeme ser clara, Srta. Green. Eso no es una opción. —Se inclina
hacia delante, colocando sus labios junto a mi oreja—. Puedes huir, pero
siempre te perseguiré.
Doy un paso atrás y él levanta la cabeza, siguiendo con la mirada cada
uno de mis movimientos mientras cruzo los brazos. La acción no es más
que un intento apenas velado de poner una barrera entre nosotros, pero
necesito distanciarme de él como sea.
—Puedes venir a por mí físicamente, pero ¿aquí? —digo señalándome
la sien—. Aquí no puedes seguirme, hagas lo que hagas.
Frunce el ceño, su aire confiado desaparece. El azul de sus ojos brilla
con incertidumbre y algo que nunca he visto, miedo. Me apuñala,
resquebrajando la fachada de valentía con la que me escudo.
—Hayden —le digo, esforzándome por mantener la severidad de mi
voz —no queda nada de lo que hablar. Estamos en un callejón sin salida.
No se mueve, ni siquiera para reconocer lo que he dicho. O tal vez sea
a propósito para demostrar que no está de acuerdo.
—Voy a dejarlo por hoy —le digo.
—Pero si no has comido.
Me encojo de hombros.
—No puedo cuando estoy disgustada.
—Disgustada podría ser el eufemismo del año. Tengo el cerebro tan
embrollado que no sé si puedo masticar y tragar la comida sin
atragantarme. Por la forma en que mis pensamientos bullen en mi cráneo,
dudo que pueda dormir esta noche.
—Vas a comer, aunque tenga que alimentarte a la fuerza —me dice, su
tono no deja lugar a discusiones—. Ahora, puedes ir andando a la cocina o
puedo llevarte hasta allí, pero de cualquier forma, vas a ir.
La justa indignación hace que levante la barbilla con un delicado
resoplido.
—Bien.
No le espero. Mis pies descalzos se hunden en la alfombra lujosa a
cada paso hasta que llego a la fría baldosa de la cocina. El brusco cambio
de temperatura contra mis plantas me produce un escalofrío, pero no más
que el depredador que me sigue. Aunque no le oigo caminar, lo percibo.
Siempre lo hago.
—¿Tienes alguna preferencia esta noche? —pregunta.
Girándome para mirarle, niego con la cabeza.
—No importa lo que me des. No lo disfrutaré.
—Srta. Green, disfrutarás con cualquier cosa que te meta en esa boca
tan bonita. —Cuando aprieto los labios, me sonríe satisfecho—. Siéntate.
Mi orgullo, ya en carne viva por sus mentiras, se resiente ante la orden.
Cruzo los brazos y lo miro fijamente. Su mirada se reduce a poco más que
una línea cortante.
—Sienta.Te.
Sigo sosteniéndole la mirada, rogando a mi fortaleza interior que se
mantenga fuerte. Retroceder no es una opción. No cuando este hombre se
ha adueñado de mí en más formas de las que me gustaría admitir.
Está sobre mí en un abrir y cerrar de ojos, moviéndose demasiado
rápido para que mi cerebro pueda procesarlo. Suelto un grito al sentir sus
manos agarrándome por la cintura. Me levanta sobre la isla, las yemas de
sus dedos se clavan en la tela de mis vaqueros. Elegí ponérmelos y una
blusa lisa en lugar de la ropa de Hayden. En cuanto encontré las perlas en
su bolsillo, no pude quitarme el abrigo lo suficientemente rápido.
Le miro fijamente, incapaz de mantener la respiración uniforme
mientras la agitación se apodera de mí. Mi pecho se estremece con cada
inhalación, y su mirada se desplaza hacia el escote que exhibe mi blusa.
Resisto el impulso de subirme el escote.
—Mis ojos están aquí arriba.
Sus labios se crispan.
—No voy a disculparme.
—Entonces, ¿qué haces?
—Asegurándome que permanezcas en tu sitio.
Resoplo.
—No me voy a ninguna parte.
—Es bueno oír que aceptas lo inevitable —dice —porque ahora eres
mía.
CAPÍTULO 2
Calista
Hayden
Calista
Calista
Calista
—¡Ahí estás!
La sonrisa de Harper es tan acogedora como su voz. E igual de odiosa.
—Hola. —Una sonrisa se abre paso en mi boca a pesar que las últimas
veinticuatro horas me han despojado de mi recién descubierta felicidad—.
¿Cómo te va?
—Me gusta trabajar con Alex, pero no es mi mejor amigo. Me alegro
de poder verte antes que acabe mi turno.
—Yo también.
Harper me mira por encima del hombro, con expresión intrigada.
—¿Quién es el musculitos?
—Mi guardaespaldas, cortesía de Hayden. —Suspiro.
—Dios, ese hombre está loco. —Me guiña un ojo—. Quiero decir loco
por ti, claro.
—Oh, definitivamente es un psicópata.
Me acerco para guardar el bolso y luego recuperar el delantal. La
pelirroja me sigue más de cerca de lo que Sebastian jamás se atrevería.
—Tienes una mirada. Necesito saberlo todo —dice Harper, con la voz
temblorosa de excitación—. ¿Te ha azotado? ¿Te ha atado? Sabes que soy
una experta en Shibari. Si realmente quieres escapar, puedo ayudarte con
eso. Pero, ¿por qué lo harías? ¿Estoy en lo cierto?
Me hace un gesto con las cejas y yo pongo los ojos en blanco.
—No es nada de eso —le digo. Aunque ojalá lo fuera.
—¿Entonces qué? —Harper me recorre con la mirada en una
evaluación silenciosa antes de clavarme los ojos.
—¿Dónde estabas esta mañana?
—En la consulta del médico.
Sus ojos verdes se nublan de preocupación.
—¿Estás enferma?
—No. —Escaneo la habitación en busca de Alex y bajo la voz—. Me
pusieron anticonceptivos.
—Una decisión inteligente. No querrás tener pequeñas camareras
Calista correteando por ahí. Eso acabaría con tu vida sexual más rápido
que ser una polla de más en un rodaje porno.
—De acuerdo.
Me acerco al mostrador y abro la caja. Los billetes están todos
orientados en distintas direcciones, tal como había previsto. Reorganizo el
dinero, contenta de tener algo en lo que ocupar la mente hasta que entra
un cliente.
Harper me golpea con la cadera y se apoya en el mostrador,
cruzándose de brazos.
—¿Qué te pasa?
—¿Alguna vez mentirías a alguien para mantenerlo a salvo?
Harper se burla.
—Eh….
Levanto la cabeza para mirarla.
—¿Qué pasa con romper la confianza?
—¿De qué gravedad estamos hablando? ¿Es una situación de vida o
muerte? —Cuando asiento con reticencia, se encoge de hombros—. La
confianza no importa si están muertos. Personalmente, no me pillarían
mintiendo en primer lugar. Pero si lo hiciera, aceptaría lo que me echaran.
Es difícil seguir enfadado con alguien que se preocupa por tus intereses.
—Increíble.
Cierro la caja registradora y cojo el desinfectante, bombeándolo como
si fuera un whack-a-mole 1. O la cara de Hayden. Me froto las manos con el
líquido con Harper observándome en todo momento.
—Tu silencio me asusta —murmuro—. Di algo o te echaré encima a
Sebastian.
Mira al guardaespaldas sentado en el otro extremo de la cafetería y le
lanza un beso antes de volverse para mirarme.
—No me amenaces con pasarlo bien. Sus tatuajes son sexys de cojones.
—¿Ves el que tiene en el cuello? —susurro—. Creo que significa que
forma parte de la Bratva, la mafia rusa.
Ahora Harper se frota las manos como si fuera ella la que usa
desinfectante de manos.
—Trae al chico grande. Puliría esa calva suya hasta que brillara. Y la
de los hombros también.
—Para, por favor —gimo.
—Pararé cuando me digas qué te pasa. —Se golpea el pecho con el
pulgar—. Mejor amiga, ¿recuerdas?
—Lo sé, pero no puedo hablar de ello. Al menos no hasta que lo haya
procesado todo, ¿vale?
Calista
Calista
3 TTFN es una sigla de "ta ta por ahora", un "adiós" informal. La expresión saltó a la fama en el
Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial. Utilizado por los militares, el público británico
lo escuchaba con frecuencia.
CAPÍTULO 9
Hayden
Hayden
Deslizo las manos por sus costados, disfrutando del tacto de sus
tentadoras curvas, y luego la agarro por las caderas. Cuando aprieto mi
polla contra ella con un gemido, me rodea el cuello con los brazos. Otra
muestra de rendición por su parte haciendo revolverse la culpa en mis
entrañas.
La de cosas que quiero hacerle...
—No quiero hacerte daño, Callie.
—Lo sé —me vuelve a decir, con un tono más fuerte que antes.
¿Intenta convencerme a mí o a sí misma?
No importa. En cuanto susurra su comprensión y aceptación de mis
intenciones, cualquier control que yo tuviera desaparece.
Aplasto su boca con la mía, magullando sus labios en mi urgencia por
volver a saborearla. A pesar de sus dudas iniciales, devuelve el beso con
fervor. La satisfacción me hace rugir. La hago retroceder y adentrarme en
la habitación hasta que sus piernas tocan el borde de la cama. Se echa hacia
atrás, arrastrándome con ella hasta que la suavidad de su cuerpo queda
cubierta por la dureza del mío.
El beso se vuelve frenético mientras recorro sus manos. Le agarro el
pecho antes de cogerle el pezón entre los dedos, haciéndolo rodar hacia
delante y hacia atrás hasta que se retuerce debajo de mí.
—No te contengas —gruño contra su garganta.
—¿Qué?
Le rozo la parte sensible del cuello con los dientes, arrancándole un
grito ahogado.
—Has dicho que te tengo, pero no lo veo.
—No entiendo lo que quieres.
La miro fijamente, disfrutando de la vista de sus carnosos labios y de
la forma en que sus ojos color avellana brillan de emoción. Tiene el cabello
esparcido por la cama, los mechones oscuros contrastan con la palidez de
su piel. Quiero todo de ella porque esta mujer tiene todo de mí.
—Quiero tu corazón, Callie.
—Hayden, yo...
—No me lo digas. Enséñamelo.
Me agarra por el cuello y tira de mí para besarme. Iguala la intensidad
de antes, pero es diferente porque es ella quien me domina. Vierto mi
necesidad, junto con mi miedo, en complacer su cuerpo, deseando que
acepte todo lo que tengo para dar. Y las partes de mí que me resisto a
compartir.
Calista se arquea hacia mí, su aprensión cede por fin a la pasión entre
nosotros sin reservas. Me deleito en el momento hasta que nuestras ropas
se convierten en un estorbo del que necesito deshacerme. Sentado sobre
mis talones, agarro el dobladillo de su camisa. Ella levanta los brazos en
señal de obediencia, y le quito la blusa y el pantalón.
Arrastro los dedos por su vientre, siguiendo su hundimiento hasta
llegar a su ombligo. Es una visión, una fantasía hecha realidad, pero
imaginarla embarazada hace que se me seque la garganta. Lo deseo casi
tanto como que me quiera.
Menos mal que ha ido al médico que le sugerí, al que obligué a ponerle
a Calista una inyección salina en vez de la depo real. Voy a darle un bebé.
Si no esta noche, pronto...
Calista, que ahora solo lleva sujetador y ropa interior, me observa
mientras me desprendo de la ropa. Sus ojos se agrandan cuando su mirada
recorre mi cuerpo. Cojo mi polla con la mano y la acaricio, sonriendo al ver
que jadea.
—Dime que lo deseas —le digo, sin dejar de deslizar la mano arriba y
abajo.
—Lo deseo.
—Inténtalo otra vez.
Se lame los labios.
—Quiero que me folles, Hayden.
—Primero esa boca, y luego ese dulce coño.
Me arrastro sobre ella hasta que la cabeza de mi polla se posa en su
barbilla. Con una mano, me sostengo mientras con la otra le paso el pulgar
por la comisura de los labios. La caricia es suave, pero yo no lo seré.
—No sabes cuánto tiempo he deseado hacer esto. Abre para mí. —
Cuando afloja la mandíbula, invitándome a entrar, introduzco mi polla en
su boca con un fuerte gemido—. Qué chica tan buena, joder.
Sus ojos se abren sorprendidos antes de cerrar los labios en torno a mí
y comenzar a succionar. Incapaz de quedarme quieto, entro y salgo de su
boca, cada vez más profundamente, hasta que mi polla golpea el fondo de
su garganta. Calista hace ruidos ahogados, pero no deja de tirar con fuerza
de su boca.
Cierra los ojos a medida que me muevo más deprisa, el placer de
follarle la boca está a punto de matarme. Agarro suavemente su mandíbula
para abrirla y saco la polla antes de correrme en su lengua. La última vez
le di un 'collar de perlas', pero esta vez quiero darle un bebé.
Mi bebé.
Me mira, con los labios aún húmedos de haberme chupado la polla.
Gimo y cierro los puños para no correrme ante la expresión de su rostro.
Es jodidamente hermosa, pero es más que eso. Sus ojos están
completamente vacíos de miedo o nerviosismo. Brillan expectantes.
Calista quiere que la folle.
Como en trance, mis manos se mueven por sí solas, mis dedos se
deslizan por el costado de su mejilla antes de recorrer su esbelto cuello.
Podría hacerle daño, arruinarla, pero ella me mira con confianza. Puede
que no tenga fe en mí emocionalmente, pero físicamente no tiene ningún
problema en entregarse a mí.
Me apresuro a quitarle el sujetador y la ropa interior, arrancando el
fino encaje de su cuerpo. Jadea ante la violencia que hierve a fuego lento
bajo mi piel y en mi tacto, pero no protesta. La necesito como nunca antes
había necesitado a nadie, y ella debe sentirlo.
La urgencia presiona mi psique, empujándome a reclamarla. A
marcarla como mía. Me inclino y aprieto los labios contra su pecho,
viéndola enrojecer mientras chupo y mordisqueo, dejando un rastro de
manchas rojas en su piel. Ella se arquea en mi boca, alimentando mi
hambre y avivando sus llamas.
Nunca tendré suficiente de ella.
Le clavo los dedos en las caderas con la fuerza suficiente para dejarle
moratones y tiro de ella hacia mí. Se desliza por la cama, con los brazos por
encima de la cabeza. Su postura abnegada me excita. Mis instintos
primarios rugen y separo sus muslos antes de penetrarla.
El pequeño jadeo de Calista apenas traspasa mi conciencia. ¿Cómo
podría hacerlo cuando estoy perdido en su calor y envuelto en su aroma?
Se tensa a mi alrededor, su cuerpo tiembla con cada giro de mis
caderas. Pero no puedo detenerme. Cuando se relaja debajo de mí y un
gemido acaricia mis oídos, sé que está conmigo. Llevo las manos a su
cintura para agarrarla mejor y la empujo más profundamente contra el
colchón mientras me muevo más deprisa, embistiendo con más fuerza. Le
tiembla la cabeza y se le cierran los ojos, pero lo aguanta todo.
Mis dedos mordiéndole la piel.
Las embestidas brutales.
Es pura follada, carnal y salvaje.
El calor irradia de nuestros cuerpos, ambos cubiertos de una capa de
sudor dejando la piel resbaladiza. Puedo sentir su sabor salado mientras le
pellizco la garganta. Ella grita, el sonido es una fusión de placer y dolor.
Me excita llevándome al límite.
La locura se apodera de mí.
Me retiro de ella, tan rápido que su coño hace un ruido de succión.
Luego pongo a Calista a cuatro patas y la tomo por detrás. La potencia de
mis embestidas hace que su cabello se balancee suavemente, y los
movimientos rítmicos aumentan de velocidad a medida que llevo mi
cuerpo al límite.
Ella gime, el sonido grave se amortigua en la ropa de cama, pero yo lo
oigo. Lo saboreo. Sin embargo, la visión de la gasa pegada a su hombro
casi rompe mi concentración. Es un doloroso recordatorio de la realidad,
del peligro que acecha. Mis emociones se intensifican, se vuelven
desenfrenadas y volátiles, hasta que las reúno con la intención de
canalizarlas hacia Calista.
Controlo su placer, y esta noche no es diferente. Tomo el mando de
cada sensación, doblegando su voluntad a la mía con la intención de darle
todo lo que desea. Su cuerpo responde, su coño se aprieta alrededor de mi
polla cada vez que profundizo más, y mi mente da vueltas al saber que me
pertenece.
Sus gemidos son cada vez más fuertes, hasta que la rodeo para
acariciarle el clítoris, arrancando un grito de su garganta. Es exquisita
cuando se corre. Su orgasmo desencadena el mío y siento un cosquilleo en
la columna vertebral antes de deshacerme.
Este es mi momento de rendición... ante la mujer completamente
inconsciente.
Me desplomo sobre ella, con la mejilla apoyada en su espalda, los
brazos temblorosos por el esfuerzo que supone sostener mi peso. Calista
permanece en silencio, su cuerpo subiendo y bajando con cada respiración
entrecortada. Cierro los ojos cuando el agotamiento y la satisfacción se
apoderan de mí. Mi conexión con ella es tan fuerte que me resisto a
separarme de ella.
Sobre todo, porque no sé si me odiará por utilizar su cuerpo de forma
egoísta.
CAPÍTULO 11
Hayden
Calista
Calista
Calista
Calista
Me voy.
Hayden me despertó esta mañana y cumplió su amenaza: me echó al
hombro y me llevó hasta la puerta principal. Solo se detuvo para
envolverme en su gabardina, y eso después que chillara sobre mi atuendo
inapropiado y sobre cómo no quería que me vieran en pijama.
Tira bruscamente del cuello y abrocha todos los botones hasta
cubrirme desde el cuello hasta las rodillas.
—Te lo advertí.
—No creí que fueras a arrastrar mi culo al frío glacial.
—No quería, pero si es la única forma de moverte, que así sea. ¿Estás
dispuesta a cooperar?
Le fulmino con la mirada.
—Como quieras. Tengo la cuerda en el bolsillo, por si es necesario.
Hayden me alcanza con una velocidad demasiado rápida para que
pueda reaccionar. Con un gruñido, aterrizo sobre su hombro, con el cabello
colgando a ambos lados de la cara. Me escuece la piel del tatuaje y me arden
las mejillas, no solo de vergüenza, sino de indignación. Levanto la pierna
para darle un rodillazo en el pecho, y él me pasa el brazo por detrás de los
muslos, impidiéndomelo.
Luego me azota el culo.
—Basta, Calista. Esto ya está pasando. Si intentas pegarme o decides
gritar pidiendo ayuda, te ataré y amordazaré tan rápido que te dará vueltas
la cabeza. ¿Entendido?
Resoplo indignada. Es lo mejor que puedo hacer con mi orgullo hecho
jirones y el culo escocido. Mi cabello se balancea de un lado a otro con cada
uno de sus pasos, y no me molesto en quitármelo de la cara. Agradezco
que cubra mi expresión mortificada, aunque el personal del edificio
conozca mi identidad.
Hayden acaba por dejarme en el coche que me espera fuera, y yo me
revuelvo por los asientos de cuero, ansiosa por poner distancia entre
nosotros. Él sube detrás de mí, con una mirada divertida.
—Ponte el cinturón, Callie.
—Lo haré cuando esté lista. —Inserto el cierre metálico en la hebilla—
. Ya estoy lista.
Mueve la cabeza, con los labios crispados.
—Eres muy testaruda.
Una vez que el conductor dirige el vehículo hacia la carretera, miro
por la ventanilla y veo pasar la ciudad, hosca e incapaz de disfrutar de la
vista. El ocasional toque de bocina es lo único que rompe el silencio. Al
cabo de unos minutos, Hayden vuelve a hablar.
—Sé que estás enfadada conmigo, pero con el tiempo comprenderás
por qué tuve que hacer esto.
Permanezco callada, negándome a responder o incluso a mirarle.
Él exhala un suspiro.
—¿Cuánto tiempo piensas seguir actuando así?
—¿Cómo qué? ¿Una mujer secuestrada? —Suelto.
—Secuestrada es una palabra muy fuerte.
—¿Cómo se le puede llamar a un hombre que agarra a alguien por la
fuerza y lo mete en un coche con destino desconocido?
Exhala un suspiro y le veo pasarse una mano por el cabello con el
rabillo del ojo.
—Puedes elegir verlo así, o puedes verlo como si yo te salvara.
—No puedo huir de mis problemas. —Le dirijo una mirada mordaz—
. ¿No es eso lo que me dijiste, que dejara de huir?
—Esto es diferente. Además, no soy un extraño para ti. Soy la persona
que pondrá tu bienestar por encima del de todos, incluso del mío.
Por fin me giro para mirarle. Su mirada encuentra la mía, una
tormenta de emociones se agita en mi interior. Sus ojos reflejan la agitación
de los míos. Puede que estemos otra vez en un callejón sin salida, atrapados
entre nuestros deseos contrapuestos, pero nunca esperé ver
arrepentimiento en él. Es rápido, no más que un destello. Sin embargo, me
da esperanza.
Quizá Hayden comprenda por lo que me está haciendo pasar. Si
puede compadecerse, entonces podría razonar con él.
Lo único que tengo que hacer es esperar mi momento.
CAPÍTULO 16
Calista
Calista
Hayden
Hayden
Calista
Calista
Me saca del sueño una simple caricia. Es una ligera presión en ambos
tobillos antes que un par de manos se deslicen por mis pantorrillas hasta
posarse en mis muslos. Abro los ojos y veo a Hayden arrodillado frente al
columpio. Su mirada brilla con decisión.
Jadeo cuando me separa las piernas de un tirón.
—¿Hayden? —Mi voz es jadeante... ¿y excitada?
Se inclina hacia delante. Sus manos se apoyan en el interior de mis
muslos, sujetándome. Para evitar una negativa por mi parte.
Mantiene su mirada fija en la mía mientras inclina la cabeza y rodea
mi clítoris con sus labios. Lo atrae hacia su boca con la succión perfecta, y
su lengua gira alrededor de la carne, haciéndome gemir.
Su boca se mueve sobre mí con avidez, y sus manos suben hasta
sujetarme las caderas mientras me acerca. Su lengua es implacable en sus
exploraciones, devorándome hasta que gimo y me retuerzo bajo él,
intentando aproximarme aún más. Su agarre se hace más fuerte,
magullándome en sus esfuerzos por mantenerme inmóvil.
Sube y baja, provocándome con suaves caricias y aumentando la
intensidad hasta que jadeo por más. Mis dedos se cierran en puños
mientras intento agarrarme a algo sólido para no salir volando de placer.
Me aferro a su cabello y tiro de él para aproximarlo. La presión añadida de
su boca me hace gimotear.
Finalmente, cuando creo que ya no puedo más, desliza dos dedos
dentro de mí y comienza a empujar al compás de los movimientos de su
boca. La combinación es demasiado. Grito cuando un orgasmo me golpea
como un maremoto estrellándose contra las rocas de la costa. Todo mi
cuerpo se estremece incontrolablemente mientras Hayden sigue
besándome y lamiéndome hasta dejarme flácida de satisfacción.
Me da un beso en el tatuaje antes de deslizarse por mi cuerpo,
igualando de nuevo nuestros rostros. Sus labios se acercan a escasos
centímetros de los míos, su aliento recorre mi piel como una brisa de
verano antes de presionarlos contra los míos en un beso apasionado hasta
dejarme temblando deseando más.
Luego se va.
Calista
Calista
Calista
Calista
Calista
Calista
Hayden
Calista
Calista
Mis ojos se abren de golpe ante las duras luces fluorescentes. El pitido
familiar y constante de una máquina cercana invade mis oídos y el olor a
antiséptico me llega a la nariz. Estoy en un hospital.
Una maldita ganancia.
Inmediatamente busco a Hayden, aliviada y decepcionada a la vez por
su ausencia. La última vez que estuve aquí, nunca se separó de mí. Vuelven
destellos de memoria: Russell, los secretos, los disparos.
Una sensación nauseabunda me revuelve las tripas. Si Hayden no está
aquí, está con Russell, cumpliendo su promesa de vengar a su madre. Y a
mí.
No puedo negar la enfermiza satisfacción de saber que mi agresor está
muerto. O a punto de estarlo, si todo lo que dijo sobre Hayden era cierto.
Y creo que lo es, o no me pondría nerviosa ante la idea de verle.
Una enfermera entra en la habitación, sus suelas de goma chirrían en
el suelo de baldosas.
―Qué bien, estás despierta —dice con una brillante sonrisa.
Empezábamos a preocuparnos cuando no te despertaste enseguida
después de hacerte un lavado de estómago.
Me pongo una mano en el abdomen, con la garganta demasiado seca
para responder. Como si percibiera mi malestar, la enfermera me da un
vaso de agua. Tras unos sorbos, vuelvo a intentarlo.
― ¿Qué me ha pasado?
Aunque sé la respuesta, soy prudente porque no tengo idea de lo que
Hayden contó al personal del hospital cuando me trajo aquí. Puede que no
confíe en él, pero estoy demasiado alterada para tomar decisiones que
podrían llevarlo a la cárcel.
—Has pasado una dura prueba, pero ahora estás a salvo —dice la
mujer.
Desvío la mirada hacia la etiqueta con su nombre.
—Gracias, Nicole.
—Por supuesto. Menos mal que vomitaste la mayoría de las pastillas.
Si no... ―Se interrumpe y hace una mueca―. De todos modos, no hay por
qué preocuparse.
Me estremezco, recordando el momento en que Russell me apuntó con
su arma y me ordenó que ingiriera las pastillas.
―Bien. ¿Dónde está el Sr. Bennett, el hombre que me trajo aquí?
—Tu marido estuvo aquí hasta que terminó el procedimiento y
estuviste estable. Me pidió que te dijera que regresaría y que no te
asustaras.
Una carcajada histérica sube por mi garganta y me la trago. Su
ausencia no me haría entrar en pánico. En este momento es todo lo
contrario. Reprimo mis facciones con una mirada consternada.
—Oh, no puedo creer que se me olvidara decírtelo —dice―. El bebé
se pondrá bien. No ha sufrido ningún efecto de los medicamentos, lo cual
es una bendición.
Parpadeo mirándola.
― ¿Embarazada? Eso no puede estar bien. ¿Estás segura de haber
eliminado todas las drogas de mi organismo? Me imaginaba que habías
dicho algo que es imposible.
La mujer me sonríe.
―Definitivamente es posible.
—No, me estoy inyectando. —Sacudo la cabeza enfáticamente―. Me
la puse hace semanas.
Su sonrisa desaparece. Coge el gráfico de la mesa auxiliar, la confusión
nubla su rostro.
―No, aquí dice que estás embarazada de unas cuatro semanas.
No necesito un espejo para confirmar la expresión de horror de mi
cara. La enfermera me da una palmada compasiva en el brazo.
―La inyección tiene una eficacia aproximada del noventa y cuatro por
ciento, y ningún anticonceptivo es cien por cien —dice—. Puede que hayas
caído en ese pequeño porcentaje en el que falló.
—¿Lo comentaste con Hayden? Quiero decir, mi marido. —Cuando
niega con la cabeza, me derrumbo contra el colchón―. Está bien, por favor,
no lo hagas. Quiero ser yo quien se lo diga.
Ella asiente.
―No olvides la ley HIPPA. No le des acceso a tu historial médico si
no quieres que lo sepa.
—Gracias. Me aseguraré de recordarlo.
La idea sobre Hayden sabiendo que estoy embarazada es suficiente
para hacerme desmayar. Después de todo lo que ha pasado entre nosotros,
merece tener la oportunidad de explicarme lo de las acusaciones de
Russell. Aunque mi intuición me dice algo que no alcanzo a entender.
Es culpable.
Miro fijamente al techo, todavía aturdida por la noticia de mi
embarazo.
¿Qué voy a hacer?
Este bebé tiene una madre que no carece totalmente de recursos, pero
no tiene precisamente una carrera que le proporcione una vida cómoda.
Por otra parte, el padre tiene dinero más que suficiente, pero es un asesino.
Quien mató al abuelo del bebé. Impresionante.
Suspiro y cierro los ojos, intentando centrar mis pensamientos en otra
cosa. No funciona. Solo puedo pensar en Hayden y en su reacción al
enterarse de mi embarazo. Si antes era sobreprotector, me estremezco al
imaginar cómo sería ahora.
Hay una pequeña posibilidad que fuera menos autoritario ahora que
Russell ha desaparecido. Al menos, asumo que lo está. Dada la forma en
que Hayden le disparó en ambas rótulas, no creo que me equivoque.
Estoy enamorada de un loco.
Como conjurado por mis pensamientos, Hayden entra en la
habitación. Se me cae el corazón al estómago. La última vez que lo vi, tenía
una pistola en la mano y una rabia impía en los ojos, ardiendo más que el
fuego del infierno. Ahora está de pie frente a la puerta cerrada, con
expresión cautelosa.
Mil pensamientos y emociones se arremolinan en mi interior al verlo.
Me aferro a las sábanas rasposas del hospital, deseando que no me
tiemblen las manos.
—¿Cómo te encuentras? —pregunta en voz baja.
A pesar de todo, me ablando un poco ante la ternura de su voz.
― ¿Sinceramente? Estoy abrumada. Me duele la cabeza cada vez que
intento darle sentido a todo hasta que lo único que quiero es dormir.
Hayden asiente, adentrándose en la habitación hasta situarse a los pies
de la cama. Cerca, pero con espacio suficiente para que mi ansiedad no se
dispare.
―Es comprensible, teniendo en cuenta por lo que has pasado.
—¿Sabes cómo se encuentra Sebastian? Y había una niña llamada
Erika. También estaba allí, pero debió escapar.
—Sebastian se encuentra bastante mejor. A pesar de recibir un disparo
y perder mucha sangre, se recuperará totalmente. La niña se ha reunido
con su madre. Una vez que la niña os atrajo al callejón, dejaron de
preocuparse por ella, se encuentra bien. Agitada, pero bien. Por favor, no
te preocupes por ellos. Eres tú quien necesita atención, Callie.
—No estabas aquí cuando me desperté... ―Dejo que la frase se
interrumpa, incapaz de formular la pregunta que quiero hacer.
—Sabes dónde estaba.
Me muerdo el interior de la mejilla.
― ¿Está...?
Él asiente, la piel de su mandíbula se tensa.
―Sí. Si alguna vez lo encuentran, no podrán identificarlo.
—Bien.
Hayden esboza una pequeña sonrisa.
―Esa es mi chica.
Dejo escapar un tembloroso suspiro mientras el alivio me inunda. Me
purifica. Russell ha muerto, se ha ido y está enterrado. Aunque ya
sospechaba que era así, oír a Hayden confirmarlo con absoluta certeza me
reconforta de un modo que no era consciente de necesitar.
—Nunca volverá a hacerte daño, ni a ti ni a nadie —dice.
—No debería estar contenta, pero lo estoy.
Hayden se burla.
―Que le den a ese tío. Nadie te toca y vive.
Asiento, con un nudo formándose en la garganta. Por muy complicada
que sea la situación con Hayden, me sigue importando. Demasiado.
—Gracias.
—Haría cualquier cosa por ti —dice. Después de caminar hasta un
lado de la cama, se sienta con una larga exhalación, mirándome con una
expresión ilegible―. ¿Seguro que estás bien?
—Sí.
Hayden pasa la mano por su cabello.
―No podía dejar que se escapara. Sabes que tuve que irme por eso,
¿verdad? —Cuando asiento con la cabeza, continúa―. No fue solo por eso.
No podía verte...
—Morir —digo, terminando su frase.
—Mierda, ni siquiera puedo pronunciar la palabra, no cuando se trata
de ti. —Extiende la mano para tocarme, pero seguidamente lo retira.
No sé si sentirme aliviada o decepcionada.
― ¿Qué te ocurre?
Hayden cierra los ojos.
―Tengo miedo que todo esto sea un sueño y que no estés realmente
viva. Que siga en esa casa donde murió mi madre, pero que, en lugar de
ella, encuentre allí tu cuerpo. No puedo soportarlo si es real. No puedo
vivir sin ti.
—Oye —susurro, cogiendo su mano entre las mías. Aparto el horror
que se agita en mi interior. Debe ser traumático para Hayden estar allí
después de tantos años. Vuelvo a centrar mis pensamientos porque ahora
mismo él necesita que lo tranquilicen, del mismo modo que yo necesitaba
saber sobre la muerte de Russell―. Estoy bien, Hayden. Esto es real.
Estamos juntos, sentados en esta cama.
Me mira, su mirada llena de anhelo.
― ¿Estamos juntos de verdad, Callie?
Hago una pausa. No quiero mentirle, pero no puedo darle la respuesta
que quiere.
―No lo sé. Hay tantas cosas de las que tenemos que hablar, pero no
sé si tengo fuerzas para oírlas.
—Podemos hacerlo ahora o esperar hasta que estemos en casa. Darte
a elegir es lo menos que puedo hacer.
—Tengamos esta conversación aquí —digo asintiendo con decisión―.
Así, si me da un infarto, estaré en el mejor lugar posible para sobrevivir a
él.
Me mira con el ceño fruncido al tiempo que aferra mi mano como si
fuera un salvavidas.
―Eso no tiene gracia.
—No era una broma.
—No puedo negar que he hecho cosas terribles y he tomado algunas
decisiones de las que desearía poder retractarme —dice lentamente―.
Algunas de las cuales no se pueden justificar ni perdonar fácilmente. Pero
a pesar de todo, te amo, Callie. Eres lo único en mi vida que hace que
merezca la pena vivir. Antes vivía solo por la justicia, pero ahora vivo por
ti.
Me cuesta varias respiraciones profundas encontrar mi capacidad para
formar palabras. Incluso cuando lo consigo, tiemblan, dejando al
descubierto mi confusión interior.
―Ahora mismo no quiero nada de ti excepto completa honestidad. No
medias verdades ni mentiras por omisión. Quiero todos los hechos que te
llevaron a hacer lo que hiciste.
—Te lo explicaré, pero ya lo sabes todo. ¿Qué dijo Russell? —Hayden
aparta la mirada, un rastro de dolor recorre brevemente su rostro―. Te lo
contó todo. Cómo me tendió una trampa para que pensara que tu padre
había asesinado a una mujer inocente, el tipo exacto de persona a la que yo
estaría tentado de matar para proteger a la sociedad. Funcionó. Me engañó
y acabé con la vida del senador. Llevaré ese remordimiento conmigo hasta
que muera.
—Después de la muerte de mi madre, me juré a mí mismo que no solo
la vengaría a ella, sino a cualquier otra mujer que hubiera tenido un final
similar. Trabajé a ambos lados de la ley siendo abogado y criminal, con el
único objetivo de asegurarme que ningún culpable se librara de un crimen
tan horrendo. Mis elecciones, buenas y malas, me llevaron hasta ti.
Me mira y suelta mi mano para deslizar sus dedos por mi mejilla.
―Todo mi dolor y sufrimiento valieron la oportunidad de conocerte.
Por no hablar del honor de amarte.
—Hayden... ―Su nombre está lleno de la agonía que llevo dentro. Se
derrama en cada letra.
—Siento de veras lo que hice —dice, con la voz tensa―. Sé que no
merezco tu perdón, pero lo necesito. Igual que te necesito a ti. Por favor,
Callie.
Su descarada desesperación es lo que me rompe.
Mis ojos se llenan de lágrimas y se derraman por mis mejillas. No me
molesto en secármelas. No cuando van a seguir muchas más.
―Creo que lo sientes y comprendo cómo el dolor de perder a tu madre
te llevó a hacer lo que hiciste. Pero comprender no cambia nada ni hace
que duela menos.
Alarga la mano tratando de apartar suavemente mis lágrimas, con
cruda angustia en su mirada.
—Tienes razón. —Respira entrecortadamente―. ¿Qué hago ahora?
Me estremezco al ver el odio hacia sí mismo escrito en su cara.
―Necesito tiempo. ¿Puedes dármelo?
Sus ojos se entrecierran con desagrado, y mi pulso se acelera.
― ¿Cuánto necesitas?
—La pena no tiene fecha de caducidad —sollozo―. Y el perdón
tampoco. Dijiste que harías lo que hiciera falta para reconquistarme, pero
apenas menciono que necesito un poco de tiempo para mí, vuelves a las
andadas. Si de verdad quieres demostrarme que puedo confiar en ti, me
dejarás marchar.
Suelta una carcajada carente de gracia.
―No creo jodidamente que pueda hacerlo.
CAPÍTULO 31
Calista
Hayden
Hayden,
~ Calista
Calista
Hayden
Calista
Fin
SOBRE LA AUTORA
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La 99