Está en la página 1de 227

IMPORTANTE

Esta traducción fue realizada sin fines de lucro, por lo cual no conlleva
remuneración alguna. Es una traducción hecha exclusivamente para fans.
Cada proyecto se realiza con el fin de complacer al lector dando a conocer
al autor y animando a adquirir sus libros. Por favor comparte en privado
y no acudas a fuentes oficiales de las autoras a solicitar las traducciones de
fans. Preserva y cuida el esfuerzo que conlleva todo el trabajo.
SINOPSIS

El Protector

Está en peligro.
Solo pensarlo amenaza mi cordura.
Haré cualquier cosa para mantenerla a salvo...
Incluso cosas con las que ella no esté de acuerdo.
Si cree que acosarla fue malo,
Calista se va a llevar una sorpresa.

La prisionera

Hayden está totalmente loco.


Y me encanta.
Lo que no me gustan son sus métodos de protección.
Excepto que cuanto más peligrosas se vuelven las cosas,
más cerca estoy de él.
Y de los secretos que me oculta.
CAPÍTULO 1

Calista

No puedo hacerlo.
El dolor emocional de la traición de Hayden me atraviesa. Temblores
sacuden mi cuerpo y las perlas de mi mano tintinean unas contra otras. El
pequeño sonido es como el golpeteo de un tambor. ¿O es mi corazón?
Juraría que dejó de latir en el momento en que entró en el ático.
Y parecía desesperado por tocarme.
Respiro forzosamente y alzo la barbilla. Si no me enfrento a él ahora,
nunca lo haré.
—¿De dónde las has sacado, Hayden? —Repito la pregunta que he
formulado hace un momento, con la voz aún temblorosa pero la resolución
firmemente en su sitio.
―Necesito saberlo.
Me sostiene la mirada, el desapego de sus ojos me destroza.
—Ya lo sabes.
Sacudo la cabeza, ya sea en señal de negación o como respuesta; no
estoy segura cuál de las dos.
—No, lo que tengo es una sospecha que necesita confirmación.
—¿Qué quieres que te diga, Calista?
Su uso de mi nombre completo me hace estremecerme. Rápidamente
controlo mis facciones y cierro el puño de las perlas colocando la mano en
la cadera.
La verdad. Es lo único que quiero de ti.
—No sabes lo que quieres. —Desvía la mirada en una extraña muestra
de inseguridad—. Y no importa hasta que averigüe quién está detrás de tu
agresión.
De un parpadeo a otro, mi agonía se transforma en ira.
—¿Qué?
Hayden dirige su atención hacia mí. Esta vez con todo el peso de su
mirada. Se posa sobre mí, presionándome desde todos los lados hasta que
encojo los hombros. Los pensamientos tácitos que pasan por su mente
hacen que el silencio sea ensordecedor, y casi desearía no haberme
enfrentado a él.
—No importa —me dice, apretándose el puente de la nariz—.
Mantenerte a salvo es lo único importante.
—¿Cómo puedo estar a salvo contigo cuando eres tú quien me ha
estado acosando?
—Lo hice para protegerte. Que decidas aceptarlo o no es prerrogativa
tuya.
Resoplo.
—Explícame en qué sentido el haberme dado un susto de mierda ha
sido para protegerme.
—Lenguaje, Cal...
—A la mierda el lenguaje, y a la mierda esas respuestas indirectas —
digo, con mis palabras a un decibelio de distancia de un grito—. Dime
cómo puede alguien justificar haber irrumpido en mi apartamento,
haberme robado mis cosas y luego tener el puto valor de decir que fue por
mi propio bien.
La mirada de Hayden parpadea justo antes de agarrarme por los
hombros y tirar de mí hacia él.
—¿No te diste cuenta de lo vulnerable que eras caminando por la
ciudad de noche? ¿Sabes lo que podría haber pasado si yo no hubiera
estado allí para vigilarte? ¿O es una verdad que no quieres reconocer?
Empujo su pecho. Es tan eficaz como empujar una montaña, y dejo
caer los brazos derrotada, aferrando aún las perlas.
—No tuve elección. Seguro que es fácil emitir juicios desde tu ático.
Puedes decir lo que quieras, pero no creo que mi seguridad sea el único
problema aquí.
Agacha la cabeza hasta que nuestros rostros quedan a escasos
centímetros el uno del otro, nuestras respiraciones se entremezclan.
—Quería follarte... —dice, con un tono gutural y profundo—. Te
deseaba más de lo que había deseado a una mujer en mi vida. Entré en tu
apartamento y me llevé tu collar para no quedarme con tu cuerpo. Así que
sí, quería mantenerte a salvo del mundo, pero también de mí mismo y de
lo que te haría.
—¿Y ahora que me has follado? ¿Ha desaparecido tu obsesión?
Suelta una risa mordaz que eriza mi piel.
—¿Esfumado? Oh, no, mi dulce pajarito, mi obsesión por ti no ha
hecho más que empeorar.
Sus palabras hacen que mi corazón comience a latir como si hubiera
recibido una inyección de adrenalina. La idea de Hayden vigilándome
como un guardaespaldas desquiciado da paso a una palpitación incesante
en mis sienes, una que me obliga a apretar los dientes e inhalar. Con todo
el cuerpo rígido, excepto por la subida y bajada del pecho, permanezco allí,
incapaz de hacer nada excepto sentirme abrumada por el deseo que
Hayden siente por mí.
Y mi miedo hacia él.
No creo que me lastime físicamente. Lo que me asusta es la
profundidad y la intensidad de su compromiso. ¿Soy capaz de abrazar esta
faceta suya? ¿Quiero hacerlo?
—¿Alguna vez ibas a decírmelo? —susurro.
—No.
La veracidad de su respuesta es como una bofetada en la cara, y
retrocedo en su abrazo.
—¿Cómo puedo confiar en ti, si sé que me mentirás?
—Mentiré, engañaré, robaré y mataré si es necesario para conservarte.
Eres lo único que me importa.
—¿Aunque te odie por ello?
Se estremece ante la pregunta, como si recibiera un balazo en el pecho.
—Puedes odiarme de momento, pero no eternamente.
—No puedes controlar eso, Hayden.
—Es verdad —dice entre dientes—. Pero puedo controlar todo lo
demás.
Dejo caer la mirada, no quiero que vea la agonía que seguramente hay
en mis ojos. Este hombre ha admitido que quería poseerme, y yo hui.
¿Tengo fuerzas para intentarlo de nuevo? ¿Importa cuando mis
posibilidades de éxito son mínimas y una parte de mí no quiere irse en
primer lugar?
Nunca he entendido cómo una persona puede amar y odiar a alguien
simultáneamente, pero Hayden me ha iluminado.
—Suéltame —digo, con voz tranquila a pesar de mi agitación interior.
Hayden coloca su dedo índice bajo mi barbilla para alzar mi cabeza.
—Nunca.
Lo miro fijamente, sin molestarme en ocultar mi furia.
—No quiero que me toques ahora mismo.
—Srta. Green, me gustaría que intentara detenerme.
La futilidad de mi situación sube como el vapor para calentarme por
todas partes. Me encojo de hombros, pero su agarre es demasiado fuerte,
frustrándome aún más. En un último esfuerzo por liberarme, le arrojo las
perlas, lo golpean en la cara y pecho, rebotan y tintinean en el suelo.
Me libera. Aprieto los labios para evitar que mi mandíbula caiga,
incapaz de creer que haya funcionado. Sin sus manos sobre mí, mis
pensamientos se aclaran y puedo relativizar esta jodida situación.
—Hayden, me importas. Más de lo que quiero admitir ahora mismo.
—Cuando arquea una ceja en señal de desaprobación, se me revuelve el
estómago—. Pero tienes que ver esto desde mi punto de vista. ¿Qué te
parecería si alguien violara tu confianza e invadiera tu intimidad?
—Todo tiene que ver con la motivación. Si una madre mata a alguien
por hacer daño a su hijo, ¿la condenarías?
Sacudo la cabeza.
—Eso es diferente. Ella no hizo daño a la persona que amaba.
Se pone rígido.
—Independientemente lo quieras admitir o no, me has hecho daño con
tus actos. Necesito tiempo para...
—Para. ¿Qué? —pregunta, con las palabras entrecortadas.
—Para averiguar si puedo dejar esto atrás.
Hayden sonríe y la expresión burlona hace que se me erice el vello de
los brazos.
—¿Y si no puedes?
—Yo…yo no lo sé.
—Déjeme ser clara, Srta. Green. Eso no es una opción. —Se inclina
hacia delante, colocando sus labios junto a mi oreja—. Puedes huir, pero
siempre te perseguiré.
Doy un paso atrás y él levanta la cabeza, siguiendo con la mirada cada
uno de mis movimientos mientras cruzo los brazos. La acción no es más
que un intento apenas velado de poner una barrera entre nosotros, pero
necesito distanciarme de él como sea.
—Puedes venir a por mí físicamente, pero ¿aquí? —digo señalándome
la sien—. Aquí no puedes seguirme, hagas lo que hagas.
Frunce el ceño, su aire confiado desaparece. El azul de sus ojos brilla
con incertidumbre y algo que nunca he visto, miedo. Me apuñala,
resquebrajando la fachada de valentía con la que me escudo.
—Hayden —le digo, esforzándome por mantener la severidad de mi
voz —no queda nada de lo que hablar. Estamos en un callejón sin salida.
No se mueve, ni siquiera para reconocer lo que he dicho. O tal vez sea
a propósito para demostrar que no está de acuerdo.
—Voy a dejarlo por hoy —le digo.
—Pero si no has comido.
Me encojo de hombros.
—No puedo cuando estoy disgustada.
—Disgustada podría ser el eufemismo del año. Tengo el cerebro tan
embrollado que no sé si puedo masticar y tragar la comida sin
atragantarme. Por la forma en que mis pensamientos bullen en mi cráneo,
dudo que pueda dormir esta noche.
—Vas a comer, aunque tenga que alimentarte a la fuerza —me dice, su
tono no deja lugar a discusiones—. Ahora, puedes ir andando a la cocina o
puedo llevarte hasta allí, pero de cualquier forma, vas a ir.
La justa indignación hace que levante la barbilla con un delicado
resoplido.
—Bien.
No le espero. Mis pies descalzos se hunden en la alfombra lujosa a
cada paso hasta que llego a la fría baldosa de la cocina. El brusco cambio
de temperatura contra mis plantas me produce un escalofrío, pero no más
que el depredador que me sigue. Aunque no le oigo caminar, lo percibo.
Siempre lo hago.
—¿Tienes alguna preferencia esta noche? —pregunta.
Girándome para mirarle, niego con la cabeza.
—No importa lo que me des. No lo disfrutaré.
—Srta. Green, disfrutarás con cualquier cosa que te meta en esa boca
tan bonita. —Cuando aprieto los labios, me sonríe satisfecho—. Siéntate.
Mi orgullo, ya en carne viva por sus mentiras, se resiente ante la orden.
Cruzo los brazos y lo miro fijamente. Su mirada se reduce a poco más que
una línea cortante.
—Sienta.Te.
Sigo sosteniéndole la mirada, rogando a mi fortaleza interior que se
mantenga fuerte. Retroceder no es una opción. No cuando este hombre se
ha adueñado de mí en más formas de las que me gustaría admitir.
Está sobre mí en un abrir y cerrar de ojos, moviéndose demasiado
rápido para que mi cerebro pueda procesarlo. Suelto un grito al sentir sus
manos agarrándome por la cintura. Me levanta sobre la isla, las yemas de
sus dedos se clavan en la tela de mis vaqueros. Elegí ponérmelos y una
blusa lisa en lugar de la ropa de Hayden. En cuanto encontré las perlas en
su bolsillo, no pude quitarme el abrigo lo suficientemente rápido.
Le miro fijamente, incapaz de mantener la respiración uniforme
mientras la agitación se apodera de mí. Mi pecho se estremece con cada
inhalación, y su mirada se desplaza hacia el escote que exhibe mi blusa.
Resisto el impulso de subirme el escote.
—Mis ojos están aquí arriba.
Sus labios se crispan.
—No voy a disculparme.
—Entonces, ¿qué haces?
—Asegurándome que permanezcas en tu sitio.
Resoplo.
—No me voy a ninguna parte.
—Es bueno oír que aceptas lo inevitable —dice —porque ahora eres
mía.
CAPÍTULO 2

Calista

Las palabras de Hayden me envuelven como una cinta, sedosas pero


vinculantes.
Me observa un instante, como si me retara a saltar de la isla. Ya la he
jodido y lo he descubierto. No me interesa otra lección.
Antes de darme tiempo a pensar en una respuesta, se acerca a la
nevera y saca una bandeja cargada de fruta, queso y galletas. Los colores
brillantes son demasiado alegres para el ambiente lleno de tensión. Al igual
que la decoración en blanco y negro que nos rodea, Hayden y yo somos
completamente opuestos. Mientras él es dominante y severo, yo soy
cariñosa y tierna de corazón.
En un mundo perfecto, nos complementaríamos.
En un mundo jodido, nos devastaríamos mutuamente.
Coloca la comida a mi lado y yo la miro desapasionadamente. No
mentía al decir que me cuesta comer cuando estoy estresada. Entre la
pérdida de mi padre y mi reciente situación económica, estoy más delgada
que nunca. Nunca lo sabrías por la forma en que Hayden me mira.
Como lo está haciendo ahora.
Después de coger una tostada y ponerle una loncha de queso encima,
me la ofrece. Sacudo la cabeza. Enérgicamente. Todo lo que hace -excepto
ser un imbécil embustero- es sexy. Que me aspen si dejo que me seduzca
con un puto trozo de queso. Aceptar cualquier cosa de él sería como un
acto de rendición.
—Puedo hacerlo yo sola.
—Lo sé.
—Hayden... —Advierto.
—O es esto —dice levantando la comida—, o mi polla. Tú eliges.
Mi boca se desencaja. No tarda en aprovecharse de mi desconcierto e
introduce la galleta en mi boca. Mientras le lanzo una mirada asesina,
mastico, apreciando en silencio el penetrante sabor recubriendo mi lengua.
—Buena chica —murmura.
Me atraganto, con los ojos desorbitados. Después de obligarme a
tragar la comida, vuelvo a mirarle con los ojos entrecerrados. Hayden coge
una fresa y la muerde lentamente, sin apartar los ojos de los míos. El jugo
gotea por sus largos dedos, y se me seca la boca al recordar lo que me ha
hecho con ellos.
—Mis ojos están aquí arriba —me dice perezosamente.
Al pillarme mirándole, me pongo rígida y desvío la mirada. No tarda
en ponerme un dedo bajo la barbilla y orientar mi cabeza hacia él.
—Abre para mí —me dice. Cuando separo los labios, sus pupilas se
contraen—. Tan buena chica.
Un calor me recorre ante el elogio. La excitación y la ira se combinan,
dejándome excitada y temblorosa. Aprieto los muslos y concentro mis
pensamientos en cualquier cosa menos en el hombre que tengo delante,
pero él vuelve a centrar mi atención en él con cada caricia y cada palabra.
Me obligo a permanecer inmóvil hasta que he consumido una buena
cantidad de comida, y entonces bajo de un salto antes que Hayden pueda
detenerme. Tras correr hacia el otro lado y poner la isla entre nosotros,
sacudo la cabeza.
—Estoy llena.
Deja el trozo de piña en la mano y busca una servilleta para limpiarse
los dedos.
—Entonces es hora de irse a la cama.
—No voy a dormir contigo.
Levanta la cabeza.
—¿Puedes repetirlo?
—No.
Sus ojos parpadean divertidos.
—No me lo creo.
—Hablo en serio. Necesito tiempo para pensar.
—Puedes. En mi cama. Conmigo.
Estoy a punto de dar un fuerte zapatazo como una niña petulante.
—No me estás escuchando.
—Seguro que te estoy escuchando. Solo niego tu sugerencia.
—No es una sugerencia, ni una petición, ni nada que requiera un
maldito permiso.
—Lenguaje, Srta. Green.
Suelto un auténtico grito. El sonido rebota en las paredes y los
muebles, perforándome los tímpanos lo suficiente para que me detenga.
Cuando aprieto los labios, Hayden ladea la cabeza.
—¿Te encuentras mejor? —pregunta, con un tono amable e
imperturbable.
—La verdad es que no.
—Ven aquí.
No es una petición.
Lo miro desconfiada.
—¿Por qué?
—Pareces agotado.
—He tenido un día muy emocionante. —No me molesto en ocultar mi
matiz sarcástico—. ¿Cuántas veces descubre una chica que el hombre con
el que vive es su acosador?
—¿Cuántas veces encuentra un hombre a una mujer por la que
destruiría el mundo?
Inclino la cabeza y suelto un suspiro de derrota mientras cierro
brevemente los ojos, ignorando la forma en que mi corazón se agita en mi
pecho.
—Basta. No puedo hacer esto contigo ahora.
—Ven aquí, Callie.
Su tono es suave y gentil, calmante para mi alma herida. Golpeo la isla
con las manos para no ir hacia él. Para no aceptar el consuelo de un
monstruo.
—Necesito estar sola —digo, sin fuerza en mi voz. Cada vez que niego
a Hayden, se añade otra grieta a mi defensa contra él. Cuando es
dominante, puedo tapar los agujeros de mi armadura, pero ¿este lado
tierno suyo?
Me destroza.
—Por favor. —Mi súplica es un mero susurro, el último grito de mi
rebelión es un monosílabo de debilidad y desesperación.
Hayden me mira fijamente desde el otro lado de la isla, tan cerca
físicamente, pero muy distante emocionalmente. El abismo que nos separa
es una tercera entidad, una presencia inminente en nuestra relación. Sea lo
que sea que quede de ella.
El hermoso hombre que tengo delante traga saliva, justo antes de
exhalar un fuerte suspiro.
—Muy bien.
No le pregunto qué quiere decir. En lugar de eso, aprovecho el breve
respiro y bordeo la isla. Y a él. Cuando mis pies topan con la alfombra, me
dirijo en dirección a la habitación de invitados situada unas puertas más
abajo del dormitorio de Hayden.
Siento un hormigueo en la columna vertebral durante todo el camino
y mis sentidos se esfuerzan por captar cualquier rastro de él siguiéndome.
Cuando llego al pasillo, me detengo y echo un vistazo por encima del
hombro.
Hayden está exactamente donde lo dejé en la cocina. Todo su cuerpo
está tenso. Está completamente inmóvil, pero no es eso lo que me roba el
aliento. El hombre se agarra a la encimera con la cabeza inclinada, el cuerpo
en una posición de derrota y desesperación absoluta.
Me muerdo el interior de la mejilla para abstenerme de llamarlo. O
peor aún, de volver a su lado. Puede que Hayden me importe, pero no
resolveremos este asunto entre nosotros a menos que vea cómo me ha
herido su comportamiento.
Necesito toda mi fuerza de voluntad para dar un paso atrás. Una vez
en marcha, acelero el paso hasta que estoy en el dormitorio vacío, con la
puerta cerrada y atrancada tras de mí.
Una sonrisa lúgubre tuerce mi boca al apoyarme pesadamente contra
la puerta. Puede que Hayden se enfade porque me he asegurado dentro de
la habitación, pero no me ha dejado otra opción. Necesito un momento de
paz.
No es que crea que un simple mecanismo metálico vaya a impedir que
llegue hasta mí. Desde luego, no funcionó en mi apartamento.
Con un gemido, me deslizo hacia abajo hasta que mi trasero toca el
suelo. Llevo las rodillas al pecho, apoyo la frente en ellas y envuelvo las
piernas con los brazos. Hecha un ovillo, dejo que las lágrimas fluyan.
Lloro por mi corazón maltrecho.
Lloro por mi confianza rota.
Lloro por mi futuro sombrío.
¿Cómo se supone que voy a dejar atrás las mentiras de Hayden? ¿Es
siquiera posible? No tengo idea. Lo espantosamente desconocido se mezcla
con la agonía creando una ansiedad insoportable. Mis sollozos se vuelven
más desesperados. Todo mi cuerpo no es más que un conjunto de piel y
huesos firmemente unidos cuando siento desmoronarme por dentro.
¿Cómo puede una sola persona ser responsable de tanto dolor?
Mis temblores hacen que mi columna golpee contra la superficie de
madera que hay detrás de mí, el repiqueteo entrecortado es la banda
sonora de mi miseria. Cada temblor y cada lágrima, una manifestación de
mi corazón sangrante que pugna por latir a pesar de respirar.
Siento la presencia de Hayden antes de oírlo hablar.
—¿Cariño?
El término cariñoso me hace gemir el alma. Muerdo el puño hasta que
el sabor de la sangre golpea mi lengua.
No puedo acudir a él, no cuando soy yo quien ha pedido espacio.
¿Pero oír su voz y la preocupación subyacente en ella? Soy como un adicto
que desea una droga, sabiendo que solo me hará daño.
El intenso silencio se hace más pesado con cada segundo que me niego
a hablar. Mis sollozos se acallan inmediatamente con Hayden de pie al otro
lado de la puerta. No los reprimo por él. Lo hago por mí.
No le daré una razón para romper la cerradura o los jirones que
quedan de mi dignidad.
Al oír sus pasos alejarse, suelto un suspiro aliviado. Puede que haya
aguantado la respiración cuando solo había cinco centímetros entre
nosotros, pero mis lágrimas siguen cayendo por mi cara. A veces, creo que
nunca pararán. Pero, como todas las cosas, llegan a su fin.
Me tumbo en el suelo, sin preocuparme de la comodidad ni ninguna
otra cosa mientras persigo el dichoso alivio que se encuentra en el sueño.
Cierro los ojos y me concentro en los latidos de mi corazón en lugar de en
el hombre del pasillo.
Pero mi cerebro se niega a cooperar. Puede que le haya dicho a
Hayden que nunca invadirá mi mente, pero he mentido.
El hombre me sigue en mis sueños.
Convirtiéndolos en pesadillas.
CAPÍTULO 3

Hayden

Todo el día ha sido un gran desastre.


Me agarro al borde de la encimera hasta que mis brazos tiemblan y
mis músculos se resienten. Este pequeño malestar palidece en comparación
con la frustración que me recorre como lava fundida, incinerando mis
entrañas de culpabilidad. Quiero arrancarme esta emoción del pecho, pero
ninguna violencia me librará de la inoportuna emoción.
Mi única esperanza para serenarme reside en una mujer que me
desprecia.
Me alejo de la isla y entro en el salón. Mis pensamientos están tan
dispersos como las perlas por el suelo. Me agacho para recoger las joyas y
me maldigo por no haber tenido más cuidado de esconderlas. Si no hubiera
estado tan obsesionado con encontrar al agresor de Calista, no habría
olvidado las perlas en mi abrigo.
En cuestión de minutos, vuelven a estar en mi bolsillo. Todas. Las
sesenta y cuatro. Conté el total la noche que entré en el apartamento de
Calista. Quería saber cuántas veces tendría que masturbarme antes de
devolverlas. Resultó que no necesitaba tantas.
Ahora puede que sí.
Por voluntad propia, mi cabeza gira en la misma dirección en la que
ella acaba de salir, mis ojos hambrientos por verla. El pasillo está vacío. Mi
decepción aumenta, junto con mis ansias por ella. Tras descubrir la
conexión entre la droga de la violación y los tres crímenes, quería aliviar
mis preocupaciones en el calor de su coño y la calidez de su abrazo, pero
la mirada que me dirigió cuando entré por la puerta...
Calista me mira con algo peor que la ira. El dolor de la traición. En ese
momento, habría dado cualquier cosa por borrar ese dolor de su expresión.
Presenciarlo fue pura agonía, pero ¿saber que yo soy la razón de ello?
Brutal.
No me disculparé por acosarla. Si lo hiciera, sería una mentira, y ya le
he contado suficientes. Eso no significa que vaya a revelar la verdad sobre
el asesinato de su padre. Si Calista cree que ahora me odia, saberlo
arruinará cualquier posibilidad de ganarme su corazón.
Probablemente ya he arruinado mi oportunidad con ella.
Miro por la ventana y contemplo el horizonte de la ciudad. Las luces
luchan contra la oscuridad de la noche y proyectan un resplandor sobre
todo lo que tocan. Eso es lo que Calista hace por mí. Arroja luz sobre mi
alma oscura.
Un golpeteo sordo llega a mis oídos y ladeo la cabeza,
concentrándome en el ruido. Me enderezo y sigo el sonido hasta situarme
frente a la puerta del dormitorio de invitados, donde puedo oírlo
claramente.
Junto con los sollozos de Calista.
Me desgarran y casi me doblo. En cambio, permanezco
completamente inmóvil, sin saber qué hacer. El instinto me pide que tire la
puta puerta abajo, pero no puedo ceder a mis impulsos.
Tampoco puedo escuchar su sufrimiento.
Levanto la mano para llamar y acabo dejándola caer a mi lado. Puede
que esta sea mi casa, pero ahora mismo, Calista tiene todo el poder sobre
esta situación. Sobre mí.
Inhalo y soplo lentamente antes de llamarla.
—¿Cariño?
La suave palabra me coge por sorpresa. Soy consciente de haberle
dicho este término cariñoso antes, pero usarlo ahora es una prueba de mi
vulnerabilidad cuando se trata de esta mujer. ¿Sabe Calista que podría
pedirme cualquier cosa y yo no tendría fuerzas para negársela si eso
significara que volvería a mí?
Aprieto los dientes. Independientemente de nuestro desacuerdo, ella
me pertenece. No pienso en otra cosa. Es sencillamente inaceptable.
Estar sin ella no es una opción para mí.
Ni para ella.
Necesito toda mi fuerza de voluntad para alejarme del sonido de su
sufrimiento. Una vez en los confines de mi dormitorio, camino a paso
ligero para calmar las emociones desenfrenadas que me invaden. Los ojos
llenos de lágrimas de Calista me persiguen, y sus sollozos resuenan en mis
oídos hasta que agarro mi cabello, dispuesto a arrancármelo del cuero
cabelludo.
Las cosas tienen que volver a ser como antes. No puedo imaginarme
no volver a verla sonreír ni oír su risa. Cuando conocí a Calista durante el
juicio de su padre, quise saberlo todo sobre ella. No fue hasta el funeral del
senador cuando por fin me di permiso para hacerlo.
Calista tiene una bondad en su interior que la vileza de su trauma no
ha podido matar. La pureza de su corazón es lo que descubrí y traté de
proteger hace tantos meses. Nada ha cambiado. Si eso significa decepción,
que así sea.
Su ira y su dolor desaparecerán con el tiempo. Tiene que hacerlo.
Actué con buenas intenciones. Toda mi motivación era mantenerla a salvo.
Calista no lo ve ahora, pero lo verá.
Tiene que verlo.
Espero todo lo posible antes que el impulso de ir hacia ella sea
abrumador. Entonces vuelvo a la puerta con las ganzúas en la mano. Mi
necesidad de comprobar cómo está supera su necesidad de intimidad.
Cuando sepa que está bien, tendré la seguridad que necesito para alejarme.
Dios, estoy tan lleno de mierda.
Calista está durmiendo en mi cama y en ningún otro sitio.
Todo el ático está inquietantemente silencioso. No hay sollozos ni
golpes rítmicos en la puerta. El único sonido es el suave clic de la cerradura
al deslizarse y el giro del pomo que engrana el mecanismo de la puerta.
Tiro de ella para abrirla y me asomo a la oscuridad. La luz de la luna
ilumina la habitación, permitiéndome distinguir la cama intacta y la silla
vacía. Con el pulso retumbando en mis oídos, escudriño rápidamente la
zona, y mi mirada se posa en la mujer acurrucada a mis pies.
Tras agacharme, le pongo los dedos en el cuello y suspiro aliviado al
ver que su pulso es estable. Calista no se agita ante mis caricias, el subir y
bajar de su pecho continúa a un ritmo uniforme.
Es hermosa cuando duerme.
Retiro un mechón de su rostro, casi gimiendo al sentir su piel. Tocarla
no solo me resulta placentero. Es jodidamente terapéutico.
Mi agitación interior comienza a disminuir en el momento en que la
estrecho entre mis brazos. Espero a que se despierte y luche contra mí, pero
sigue profundamente dormida. Sin que se resista, la acuno contra mi pecho
e inhalo su aroma, el perfume floral llenando mis sentidos.
La llevo a mi habitación, con pasos suaves para no despertarla. Me
gusta Calista cuando está fogosa, pero esta noche necesito abrazarla.
Aunque solo sea para calmar mis demonios durante un tiempo.
Cuando llego a mi cama, una punzada de desgana me recorre ante la
idea de acostarla. Meneo la cabeza y lo hago de todos modos con la
intención de reunirme con ella. El lugar de Calista está a mi lado.
En todo momento.
El calor de su piel perdura en mis manos, y las cierro en puños para
no tocarla como quisiera. En lugar de eso, la desvisto con cuidado.
Comenzando por la blusa, desabrocho los botones hasta dejar al
descubierto los suaves montículos de sus pechos y la grácil hondura de su
vientre. Cada centímetro de piel me seduce.
La lujuria me invade, como siempre que veo a esta mujer. Me apresuro
a apartarla y continúo quitándole la ropa. Los vaqueros son un reto, no solo
para quitárselos sin despertarla, sino que cuando vislumbro su ropa
interior de encaje, casi se la arranco del cuerpo.
Puede que no consiga meterme en la cabeza de Calista, pero ha jodido
la mía.
Una vez que solo lleva puesto el sujetador y la ropa interior, me
desnudo por completo. No me cabe duda alguna que Calista se va a cabrear
cuando se despierte en mi cama, así que el estar desnudo no va a suponer
ninguna diferencia.
Me recuesto en el colchón y la rodeo con los brazos, acercando su
cuerpo al mío y su espalda a mi pecho. El contacto físico me tranquiliza, al
igual que el suave ritmo de su respiración. Sin embargo, las manchas de
lágrimas en su mejilla son como un cuchillo retorciéndose en mis entrañas.
—Eres mía —digo, acercándome a ella para tocarla, para atenuar el
sentimiento de culpa que vuelve a surgir. Paso los dedos por su cabello, a
lo largo de su hombro y bajo por su brazo hasta llegar a la curva de su
cadera—. No dejaré que te vayas... —susurro contra su piel—. Te advertí
que quería poseerte, y así es. Cada parte de ti me pertenece ahora.
Me detengo un instante cuando suspira en sueños. El sonido es
descuidado, confiado. Remueve algo muy dentro de mí, algo que no quiero
identificar.
—Tu capacidad de perdón me confunde, pero la necesito —le digo—.
Nunca me disculparé por protegerte porque tu vida es lo único que me
importa. Sin embargo, siento haberte hecho daño.
La sinceridad de mis palabras me asombra tanto como el hecho de
haberme disculpado, que es algo que nunca he sentido la necesidad de
hacer. Pero Calista es mucho más que mi amante. Es la mujer que me
importa.
Y mi futura esposa.
CAPÍTULO 4

Calista

El estado onírico entre el sueño y la vigilia es una de mis experiencias


favoritas. Es un pequeño momento en el tiempo en el que mis
preocupaciones no me atormentan y no hay nada excepto una completa
serenidad. Es como un cálido capullo protegiéndome del resto del mundo.
A medida que caigo lentamente en la vigilia, ese consuelo amenaza
con desaparecer. Me aferro a él, tratando de permanecer en ese estado de
tranquilidad un poco más, pero la conciencia me invade. Un peso
desconocido sobre mi costado me hace abrir los ojos.
Escudriño la habitación, notando inmediatamente que es la de
Hayden. Entonces los recuerdos de la noche anterior vuelven a mí de
golpe. Las perlas y sus mentiras. La verdad revelada y mis lágrimas.
Excepto que no recuerdo cómo acabé en su cama.
Siento un hormigueo alarmante en todo el cuerpo. Giro ligeramente la
cabeza y me quedo helada. Hayden está enroscado contra mí, su brazo
rodeando mi cintura y su cara acurrucada en la curva de mi hombro. Su
aliento susurra sobre mi piel, cálido y constante. Nuestras piernas están
enredadas bajo las sábanas, y mi carne arde allí donde su piel desnuda toca
la mía. Teniendo en cuenta que está desnudo, me siento como si estuviera
ardiendo.
Ignorando la reacción de mi cuerpo ante su proximidad, lo miro
fijamente. Nunca había visto a Hayden así, y lo memorizo sin poder
evitarlo. Sus rasgos están suavizados por el reposo, su rostro carece de las
líneas duras alrededor de la boca, los ojos y la frente que le dan un
semblante severo. Además de insensible.
Esta expresión despreocupada le hace parecer accesible en lugar de
distante.
Amable en lugar de odioso.
Mi corazón tartamudea dolorosamente en mi pecho. Sé que debería
irme, no solo de su cama, sino de toda esta relación. Sin embargo, hay una
parte de mí, una muy tonta, que quiere que esto entre nosotros funcione.
Cierro los ojos mientras me arrulla su respiración constante y el calor
de su cuerpo contra el mío. No me cuesta ningún esfuerzo ignorar mis
problemas y concentrarme en el hombre que me abraza como si temiera
perderme.
Si no lo ha hecho ya...
Recuerdo nuestra discusión y me estremezco ante la frialdad que
irradiaba Hayden mientras me miraba a los ojos y admitía ser mi acosador.
En lugar de disculparse y buscar el perdón, utilizó mi seguridad para
justificar sus actos.
El breve momento de tranquilidad en su abrazo se desvanece con la
salida del sol. Me doy la vuelta y aprieto las sábanas con los dedos. El
resentimiento lucha con el afecto en mi interior hasta que creo que voy a
implosionar.
Como si percibiera mi agitación, Hayden se revuelve. Acaricia mi
hombro y murmura algo que no consigo descifrar... excepto una sola
palabra.
Cariño.
Me escuecen los ojos con lágrimas no derramadas, y el nudo que se me
forma en la garganta me dificulta la respiración. Me concentro en mantener
la compostura metiendo aire en los pulmones y expulsándolo lentamente.
Él anula mis esfuerzos rodeándome la cintura con el brazo, y un suspiro de
satisfacción sale de sus labios.
Estoy atrapada, inmovilizada bajo él y bajo el peso de su traición. Por
no hablar de mis propias ilusiones rotas de amor y felicidad.
El aliento de Hayden roza la curva de mi cuello, justo antes que todo
su cuerpo se ponga rígido. Levanta la cabeza y noto su mirada
recorriéndome. Es como una caricia física. Aprieto los dientes para
permanecer inmóvil, sin querer mostrarle ninguna reacción.
—¿Calista? —Hilos de incertidumbre subyacen en su tono a pesar de
la aspereza del sueño recubriendo su voz—. ¿Estás despierta?
Asiento con la cabeza, sin confiar en mí misma para hablar, pero
sabiendo que si ignoro a Hayden, provocaré más problemas en una
situación ya de por sí delicada. No hay razón para jugar con un hombre
que se niega a obedecer las normas.
—Mírame. —No es una petición. Con Hayden, rara vez lo es.
—No —digo.
Suelto las sábanas para dar una palmada contra su brazo con la
intención de apartarlo. En cuanto mi mano toca su antebrazo, Hayden se
mueve. De un parpadeo a otro, me tumba boca arriba y luego se coloca
encima de mí, con las rodillas flanqueando mis caderas y las manos
rodeándome las muñecas a ambos lados de la cabeza.
La respiración se detiene en mis pulmones al sentir su cuerpo pegado
al mío y por su expresión. Lo miro fijamente, sin sorprenderme por la ira
que encuentro en él. Es un breve destello de pánico que no puedo descartar
fácilmente.
Hayden guarda silencio durante un buen rato. Cuando vuelve a
hablar, su voz es controlada y su expresión vuelve a ser estoica.
—Calista, tenemos que hablar.
Desvío la mirada, a la vez reacia e incapaz de encontrarme con la suya.
—Escúchame —me dice, apretándome las muñecas con los dedos—.
La droga que alguien te dio es la misma que se encontró en el torrente
sanguíneo de Kristen Hall, así como la que causó la muerte de mi madre.
No son casos individuales como pensé en un principio. Todos estos sucesos
están conectados.
Mi mirada se clava en la suya y el miedo me hiela la sangre. Busco en
su rostro cualquier signo de ambivalencia, pero no hay ninguno. Cuando
abro la boca para responder con una débil negación, no sale nada. Las
lágrimas brotan y se derraman por mis sienes.
Hayden emite un sonido grave y angustiado antes de soltarme una de
las muñecas y secarme las lágrimas. La muestra de ternura solo hace que
fluyan aún más. Aprieto los ojos contra la oleada de emociones que
amenaza con ahogarme.
—Esta droga salió de algún sitio —me dice —y no pararé hasta
descubrir al creador, al fabricante y a los distribuidores. Todo esto podría
ser la clave para cerrar estos casos, o podría no llevar a ninguna parte. En
cualquier caso, lo averiguaré. Te prometo que no se saldrán con la suya.
A pesar de su tono agresivo, roza el interior de mi muñeca con suaves
caricias de su pulgar. Contengo una mueca de dolor. El tacto de Hayden
alivia mis heridas incluso cuando me inflige otras nuevas con su cercanía.
—Shhh, Callie. Tranquila.
Se inclina para besarme la piel húmeda. El contacto casi me deshace.
Me pongo rígida al sentir sus labios y cierro los ojos. La inusual muestra
de afecto me calienta el corazón. Traidor de mierda.
—No te preocupes —susurra, su aliento rozando mi boca. Deposita un
beso en mis párpados, uno, luego el otro—. Saldremos de esta.
Dejo escapar una temblorosa exhalación, reconfortada por su fuerza y
su confianza a pesar de todo lo que ha hecho. El dolor no ha desaparecido
y mis preocupaciones van más allá de esta nueva información, pero hay
demasiadas cosas sin resolver entre nosotros para que pueda pensar con
claridad.
—Tengo que irme —le digo, reuniendo por fin el valor para mirarle.
Él niega con la cabeza.
—¿Qué quieres?
—Tantas cosas, pero comenzaré con una promesa tuya.
Frunzo el ceño.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero que me prometas que no huirás. Sé que piensas que soy...
—No sabes nada —digo, subiendo el volumen de mi voz—. Confié en
ti y me mentiste, Hayden.
—¡Para mantenerte con vida! —Su grito resuena en el dormitorio,
haciéndome callar—. ¿No lo entiendes? Si te pierdo, Callie, no sobreviviré,
joder.
Su arrebato flota en el aire entre nosotros, crudo y lleno de angustia.
Le miro fijamente, observando cómo el tormento ilumina sus ojos,
convirtiéndolos en gemas. Se pasa una mano por la cara y exhala con
dureza.
—Tienes razón —dice—. Ya no sé nada, no cuando se trata de ti.
—Hayden, yo...
Desliza la mano por mi cabello hasta agarrarme por la nuca. Con un
firme tirón, me echa la cabeza hacia atrás, obligándome a encontrarme con
su mirada.
—No te irás de esta cama hasta que aceptes que te mantenga a salvo
—me dice—. Puedes odiarme, pero me darás lo que quiero.
Aprieto los labios, no dispuesta a comprometerme a nada sin pensarlo
bien. No huir significa tener que estar cerca de él todos los días y, hasta
cierto punto, confiar en que no me hará más daño. Es una promesa
importante que hacer.
Y un riesgo que correr.
Hayden suelta mis muñecas para acariciarme la cadera. Mis
pensamientos se desvanecen como granos de arena en una ola del océano.
Parpadeo varias veces para recuperar la concentración mientras él me
mira, sus ojos brillan con determinación y deseo.
Persuasión a través de la seducción.
¿Hay algo más mortífero?
Quiero arquearme en su tacto, fundirme en él hasta olvidar su engaño
y que no haya nada entre nosotros excepto placer. Necesito toda mi fuerza
de voluntad para quedarme quieta, pero eso no impide que mi cuerpo
reaccione ante él. El calor se enciende donde sus dedos rozan mi piel. Mi
respiración se entrecorta y mis pechos se vuelven pesados, mis pezones se
endurecen, implorando su boca.
Su necesidad de mi sumisión está escrita en todo su rostro, en cada
pizca de tensión que recorre su cuerpo. Se desplaza por encima de mí para
meter la mano entre mis muslos. Se me corta la respiración al sentir su
pulgar rozando mi clítoris a través de las bragas.
Agacha la cabeza para mordisquearme el lóbulo de la oreja antes de
pasarme la lengua por su superficie.
—Esperaré lo que haga falta.
Coloco las manos sobre su pecho y los músculos de debajo se contraen
al contacto. Está tan afectado por mí como yo por él. Esto no es una
revelación, pero me da fuerzas.
—Primero quiero algo —le digo.
Levanta la cabeza y frunce el ceño con escepticismo.
—No estás en posición de negociar. A menos que utilices tu cuerpo
como garantía.
Retira la braguita hacia un lado y desliza dos dedos dentro de mí. Se
me escapa un gemido llenando el espacio que nos separa. Clavo las uñas
en su pecho para no levantar las caderas y penetrarle más profundamente.
Hayden esboza una sonrisa burlona.
—Srta. Green, ¿le importaría explicarme cómo he podido deslizar
fácilmente mis dedos en este apretado coño suyo?
Sacudo la cabeza.
—Es porque estás jodidamente húmeda —me dice—. Puede que creas
que me odias, pero tu cuerpo me dice lo contrario.
—Hayden. —Mi voz es jadeante, carente de la convicción que necesito
cuando trato con este hombre―. No lo hagas.
—¿No qué? —Enrosca los dedos, haciendo que el placer me recorra—
. ¿No... pares? Dime lo que quieres, Callie.
Comienza a acariciarme. Mi orgullo lucha contra mi pasión. Me
ablando bajo él y un gemido baila en mi lengua. Lo sé en cuanto lo oye. Sus
movimientos aumentan de velocidad, con tanta fuerza que levantan mis
caderas.
—Prométemelo —dice.
—Yo también quiero algo.
—¿Esto no es suficiente para ti? —Introduce un tercer dedo dentro de
mí, estirándome. Cuando jadeo de placer, sonríe—. ¿Quizá prefieres mi
polla?
—No —miento—. Quiero que me pagues los estudios cuando vuelva
a la universidad.
—Hecho.
Cierro los muslos de golpe, pero eso no lo detiene. En todo caso, es
más rudo, más insistente en hacerme correr.
—Quiero un viaje completo, Hayden.
Me sonríe.
—Absolutamente.
Se me escapa un gemido ante su insinuación. No tengo fuerzas para
luchar contra él mientras me folla con los dedos.
—Por Columbia. —Cuando asiente, me atraganto—. De acuerdo, te lo
prometo.
Sus ojos brillan de triunfo y hambre. Pega su boca a la mía en un beso
abrasador mientras sus dedos me llevan implacablemente hacia el límite.
El pensamiento racional hace tiempo que desapareció, sustituido por
Hayden y mi necesidad de él. Mi orgasmo me golpea después de rendirme
a las exigencias de mi cuerpo, y me deshago en sus brazos. Me estrecha,
observándome con una intensidad que raya lo maníaco.
—Nunca discutas con un abogado. No ganarás.
CAPÍTULO 5

Calista

Mi autocontrol es inexistente cuando se trata de Hayden.


Con una última mirada al hombre responsable de mi falta de
autocontrol, me aparto de él y me deslizo fuera de la cama. Me observa
mientras voy al armario, elijo un conjunto y me dirijo al baño a arreglarme
para el día.
—¿Adónde vas, Calista?
Su voz me pone los pelos de punta y me detengo en seco. Permanezco
congelada, incapaz de mirarlo cuando respondo. Hayden tiene una forma
de leerme que me resulta desagradable, y eso me pone en desventaja a la
hora de tratar con él.
—Tengo cita con el médico esta mañana.
—¿Para qué?
—Es personal. —Me giro para mirarle por encima del hombro—. Por
una vez, no te metas en mis asuntos.
Se burla.
—Tú eres asunto mío. Todo sobre ti. Especialmente tu bienestar.
—Eres perjudicial para mi salud. Para que lo sepas.
Sus labios se crispan.
—Deja de dar rodeos.
—Voy a ver a mi GINECÓLOGO.
Me mira con cara de desconcierto y los ojos muy abiertos. Luego se
entrecierran sospechosos.
—¿Estás intentando librarte de un embarazo?
Aprieto la ropa contra mi pecho y giro para mirarle.
—Oh, Dios. ¿Lo dices en serio?
Hayden se levanta del colchón, erguido y con los brazos cruzados. La
luz del sol incide en su cuerpo, tornándolo dorado. Cada hendidura y cada
tendón muscular están a la vista para que los contemple como a una estatua
romana. Solo que es de carne y hueso, y una tentación a la que no puedo
ceder. Otra vez no.
—Responde a la pregunta —me dice, con palabras mesuradas pero
contundentes.
—Ese no es el motivo de mi cita.
—Entonces, ¿cuál es?
Suspiro.
—Anticonceptivos, ¿vale? Probablemente tengo la tensión por las
nubes a causa de esta conversación... —murmuro.
Su postura se relaja y sus brazos caen a los lados, en total desacuerdo
con la urgencia de su tono.
—¿Me dirías si estuvieras embarazada, Callie?
Frunzo el ceño.
—Por supuesto. Tendrías derecho a saberlo.
Él asiente, llegando a una conclusión tácita.
—Así que, control de natalidad, ¿eh?
—Sí.
Una sonrisa se dibuja en sus labios.
—¿Por qué lo necesitas?
—¿Por qué lo necesito? —Mi frente se arruga ante mi confusión—.
¿Adónde quieres llegar, Hayden? ¿Y por qué tienes esa estúpida sonrisa en
la cara?
—No necesitarías anticonceptivos a menos que siguieras planeando
acostarte conmigo.
Suelto un sonoro resoplido antes de fruncir los labios.
—Pedí la cita antes de enterarme de tus... actividades nocturnas en mi
apartamento.
—Eso es justo —me dice, bajando la cabeza en señal de acuerdo —pero
el que todavía vayas a la cita me dice lo que quiero saber.
—Me voy a arrepentir de preguntar esto, pero ¿qué te dice tu retorcida
mente? ¿Que no quiero quedarme embarazada de un psicópata?
—Que quieres perdonarme.
Mi pulso martillea con fuerza en mis oídos hasta que ahoga todo lo
demás. Miro fijamente a Hayden, esperando que la ira o la negación surjan
dentro de mí, pero no ocurre nada. Nada, excepto un sentimiento de
impotencia punzante.
Y una pizca sospechosa que podría tener razón...
—Esto es demasiado —digo. Agarro la ropa con más fuerza para
ocultar el temblor de mis dedos, arrugando las prendas—. Y no es tan
sencillo.
Su mandíbula se tensa.
—Quizá no, pero la intención está ahí.
—Vete al infierno.
Se ríe para sí mismo, con un sonido hueco y triste.
—¿Ir al infierno? Sin ti, ya estoy allí.
Tras esperar varios minutos a que Hayden entre a la fuerza en el baño,
finalmente me relajo cuando no aparece. Sigo mi rutina matutina
metódicamente, pero no porque me preocupe mi aspecto. Se trata de
centrarme en las tareas y no en mis emociones conflictivas.
Una vez duchada, vestida, peinada y maquillada, estudio mi reflejo.
La mujer que me mira está tranquila y serena, pero tiene ojeras. No hay
corrector que pueda disimularlo.
Al igual que ninguna negación puede borrar el placer que he
experimentado en los brazos de Hayden esta mañana.
Aparto ese pensamiento, cojo el bolso y me dirijo a la cocina. Hayden
está allí, recién duchado y completamente vestido. Su mirada se clava en
mí apenas aparezco y no vacila, ni siquiera cuando lo miro con
desconfianza.
Señala con la barbilla la taza de viaje que hay sobre la encimera.
―Llévatela.
—Gracias.
—¿Qué tipo de anticonceptivo vas a pedir?
Desvío la mirada, cohibida ante la pregunta.
—¿Importa?
—¿Cuántas veces tengo que decírtelo? Todo sobre ti me importa.
—Estoy pensando en ponerme la inyección. —Cuando se queda
callado, levanto la vista hacia él—. ¿Le parece bien, Sr. Bennett?
Levanta una ceja.
—Nada menos que estés embarazada cuenta con mi aprobación, Srta.
Green.
—No lo dices en serio.
—¿No?
Busco en su rostro y solo encuentro una resolución absoluta.
—Hayden...
—No tienes que decir nada.
—No hay nada que decir.
Se apoya en la encimera de granito y se echa hacia atrás.
―Tal vez, pero eso no significa que no haya pensado en ello.
Lo miro como si lo conociera por primera vez.
―No tenía idea que quisieras ser padre.
—No lo sabía hasta que te conocí.
Un rubor se abre paso hasta mis mejillas mientras me acomodo un
mechón detrás de la oreja, ignorando el aleteo de mi corazón.
—Oh.
—¿Cómo se llama tu médico?
—Voy a la clínica de la Cuarta con Stanton.
Sus ojos se abren enormes.
—¿La de pacientes sin recursos?
—Sí. —Pongo las manos en las caderas—. No podía permitirme un
seguro médico cuando pedí la cita, pero eso cambiará en cuanto se abra de
nuevo el plazo de inscripción.
Sacude la cabeza con vehemencia.
—Vas a ir al médico que yo elija, no a una clínica destartalada de una
zona de mierda de la ciudad.
Abro la boca para protestar, pero tras una llamada telefónica, Hayden
me concierta una cita exactamente a la misma hora que la anterior.
—La Dra. Sheridan viene muy recomendada —me dice. Estará
encantada de tenerte como nueva paciente esta mañana.
Tras alzar las manos en señal de derrota, asiento con la cabeza. Nunca
se lo admitiré a Hayden, pero me alivia evitar los barrios más duros de la
ciudad.
—Bien, pero tengo que irme ahora o llegaré tarde.
Hayden asiente lentamente, con la reticencia cubriendo sus rasgos.
—Sebastian irá contigo.
—Supuse que sí. Además, ya me he acostumbrado a que sea mi
sombra. —Me encojo de hombros—. Mientras no esté dentro de la sala de
reconocimiento, no me importa.
—Si Sebastian está en la sala de reconocimiento, él y yo tendremos una
conversación privada después.
No lo dudo.
—No quiero saberlo —murmuro.
Hayden se aparta del mostrador y camina hacia mí. Me mantengo
firme bloqueando las rodillas en lugar de dar un paso atrás, como exigen
mis instintos. Se detiene justo delante de mí, lo suficientemente cerca como
para que mis pechos se presionen contra los suyos y el calor de su cuerpo
me caliente.
Su mirada busca la mía, con una súplica silenciosa en sus
profundidades, antes de inclinarse para darme un beso en la frente.
Saboreo ese breve momento de ternura y cierro los ojos.
—Ten cuidado —murmura, su voz tranquila pero tensa por el deseo.
Abro los ojos y lo veo observándome atentamente.
—¿Cómo acabé en tu cama anoche?
Hayden se queda boquiabierto. Permanece un rato en silencio, como
si eligiera cuidadosamente sus palabras. O porque está dudando.
—Te necesitaba allí.
Su confesión me inquieta, sumiendo mis emociones en el caos. Me
quedo de pie, intentando conciliar esta vulnerabilidad con el hombre
dominante que conozco.
—Hayden, yo...
Dirige su mirada a mis labios con un anhelo sin palabras.
—Si no te vas ahora mismo, voy a besarte como he querido hacerlo
desde que entraste aquí. Y no pararé hasta terminar lo que he comenzado
esta mañana.
Levanta su mirada hacia la mía, dejándome ver sin obstáculos el
anhelo que hay en su interior. La atracción entre nosotros es innegable, una
tensión palpable en la habitación. Pero no puedo volver a ceder ante él. No
con mi cita inminente y mi orgullo aún herido.
—Te veré luego —le digo en voz baja.
Hayden se limita a inclinar la cabeza, ahora con expresión apagada. Le
dirijo una última mirada y me encamino hacia la puerta, sintiendo su
mirada clavada en mí durante todo el trayecto. Solo cuando salgo al pasillo
me libero de su presencia. Despejando mi mente, centro mis pensamientos
en el motivo de mi cita.
Desde el principio supe que debía ser responsable y tomar
anticonceptivos. Hayden y yo hemos sido imprudentes en nuestra pasión
hasta ahora. O al menos yo lo he sido. Tuvo la sensatez de retirarse antes
de correrse dentro de mí. Fui yo quien no pensó en las consecuencias, pero
ahora sí.
Si Hayden quería poseerme antes de acostarnos, ¿cómo se sentiría si
me quedara embarazada de él?
No puedo ni comenzar a imaginarlo. Un embarazo no planificado
arruinaría mi ya fracturada relación con Hayden, a pesar de lo que él
piense. Como está decidido a quedarse y no puedo deshacerme de él, voy
a concentrarme en cuidarme obteniendo una prueba de embarazo y algún
anticonceptivo.
Me acerco a Sebastian apenas lo veo en el vestíbulo. Me saluda con la
cabeza cuando nuestras miradas se cruzan. Levanto la barbilla, negándome
a dejarme intimidar, aunque este hombre podría romperme el cuello como
una ramita.
—Buenos días, Sebastian.
—Buenos días, señora Bennett.
Me quedo con la boca abierta. Tardo unos instantes en recuperar la
compostura y, una vez lo hago, cierro las mandíbulas, haciendo chasquear
los dientes.
—Lo siento. ¿Qué has dicho?
—¿Hay algún problema?
—Sí. Me llamo Srta. Green.
Encoge sus enormes hombros.
—Tengo órdenes del señor Bennett de dirigirme a ti como tal.
—Pero...
—Lo siento, pero tendrás que hablarlo con él.
Entrecierro los ojos para mirarlo.
—Oh, estoy planeando hacerlo.
CAPÍTULO 6

Calista

—¡Ahí estás!
La sonrisa de Harper es tan acogedora como su voz. E igual de odiosa.
—Hola. —Una sonrisa se abre paso en mi boca a pesar que las últimas
veinticuatro horas me han despojado de mi recién descubierta felicidad—.
¿Cómo te va?
—Me gusta trabajar con Alex, pero no es mi mejor amigo. Me alegro
de poder verte antes que acabe mi turno.
—Yo también.
Harper me mira por encima del hombro, con expresión intrigada.
—¿Quién es el musculitos?
—Mi guardaespaldas, cortesía de Hayden. —Suspiro.
—Dios, ese hombre está loco. —Me guiña un ojo—. Quiero decir loco
por ti, claro.
—Oh, definitivamente es un psicópata.
Me acerco para guardar el bolso y luego recuperar el delantal. La
pelirroja me sigue más de cerca de lo que Sebastian jamás se atrevería.
—Tienes una mirada. Necesito saberlo todo —dice Harper, con la voz
temblorosa de excitación—. ¿Te ha azotado? ¿Te ha atado? Sabes que soy
una experta en Shibari. Si realmente quieres escapar, puedo ayudarte con
eso. Pero, ¿por qué lo harías? ¿Estoy en lo cierto?
Me hace un gesto con las cejas y yo pongo los ojos en blanco.
—No es nada de eso —le digo. Aunque ojalá lo fuera.
—¿Entonces qué? —Harper me recorre con la mirada en una
evaluación silenciosa antes de clavarme los ojos.
—¿Dónde estabas esta mañana?
—En la consulta del médico.
Sus ojos verdes se nublan de preocupación.
—¿Estás enferma?
—No. —Escaneo la habitación en busca de Alex y bajo la voz—. Me
pusieron anticonceptivos.
—Una decisión inteligente. No querrás tener pequeñas camareras
Calista correteando por ahí. Eso acabaría con tu vida sexual más rápido
que ser una polla de más en un rodaje porno.
—De acuerdo.
Me acerco al mostrador y abro la caja. Los billetes están todos
orientados en distintas direcciones, tal como había previsto. Reorganizo el
dinero, contenta de tener algo en lo que ocupar la mente hasta que entra
un cliente.
Harper me golpea con la cadera y se apoya en el mostrador,
cruzándose de brazos.
—¿Qué te pasa?
—¿Alguna vez mentirías a alguien para mantenerlo a salvo?
Harper se burla.
—Eh….
Levanto la cabeza para mirarla.
—¿Qué pasa con romper la confianza?
—¿De qué gravedad estamos hablando? ¿Es una situación de vida o
muerte? —Cuando asiento con reticencia, se encoge de hombros—. La
confianza no importa si están muertos. Personalmente, no me pillarían
mintiendo en primer lugar. Pero si lo hiciera, aceptaría lo que me echaran.
Es difícil seguir enfadado con alguien que se preocupa por tus intereses.
—Increíble.
Cierro la caja registradora y cojo el desinfectante, bombeándolo como
si fuera un whack-a-mole 1. O la cara de Hayden. Me froto las manos con el
líquido con Harper observándome en todo momento.
—Tu silencio me asusta —murmuro—. Di algo o te echaré encima a
Sebastian.
Mira al guardaespaldas sentado en el otro extremo de la cafetería y le
lanza un beso antes de volverse para mirarme.
—No me amenaces con pasarlo bien. Sus tatuajes son sexys de cojones.
—¿Ves el que tiene en el cuello? —susurro—. Creo que significa que
forma parte de la Bratva, la mafia rusa.
Ahora Harper se frota las manos como si fuera ella la que usa
desinfectante de manos.
—Trae al chico grande. Puliría esa calva suya hasta que brillara. Y la
de los hombros también.
—Para, por favor —gimo.
—Pararé cuando me digas qué te pasa. —Se golpea el pecho con el
pulgar—. Mejor amiga, ¿recuerdas?
—Lo sé, pero no puedo hablar de ello. Al menos no hasta que lo haya
procesado todo, ¿vale?

1Whac-A-Mole es un popular juego de arcade que consiste en un gabinete al nivel de la cintura


con un área de juego y una pantalla de visualización, y un mazo grande, suave y negro. Cinco
agujeros en la parte superior del área de juego están llenos de pequeños topos de plástico que
aparecen al azar. Los puntos se obtienen golpeando cada topo tal como aparece. Cuanto más
rápida sea la reacción, mayor será la puntuación.
Ella suspira.
—Vale. Más o menos ya me lo has dicho con tu hipotética pregunta.
Haré lo posible por esperar al resto de los detalles.
—Gracias.
—Escucha —dice agarrándome por los hombros—. Tu novio es... poco
convencional, lo que significa que sus métodos también lo serán. Ese
hombre trabaja con extremos. Calor o frío, vida o muerte, amor u odio. Si
me dijeras que ahora que estáis juntos es más tranquilo, te diría que estás
mintiendo. Ese hombre no sabe ser normal. Te lo va a dar todo. Solo tienes
que decidir si puedes con todo él.
Me arden los ojos y parpadeo rápidamente para evitar las lágrimas.
― ¿Y si no puedo?
—Esa es tu decisión. Pero esa no es la única cuestión. —Cuando
aprieto los labios, Harper me aprieta los hombros en una muestra de
consuelo—. Si ese hombre te lo da todo, va a quererlo todo a cambio. Y me
refiero a todo.
—Lo sé.
Me suelta para saludar a un cliente mientras yo permanezco aturdida.
¿Y si no me asusta estar en la vida de Hayden, sino que me asusta la idea
que invada cada parte de la mía? No tengo nada que ocultar. Sin embargo,
eso no significa que quiera renunciar por completo a mi control para estar
con él.
Eso es lo que él quiere.
Puede que sea lo que siempre ha querido.
La puerta del Sugar Cube se abre y, al girar la mirada, veo a un
repartidor entrando a grandes zancadas. El rubio me saluda con la cabeza,
pero cuando ve a Harper, sonríe enseñando los dientes.
—Tengo una entrega para Calista Green —dice.
Pillo a Sebastian moviéndose en su asiento ante el anuncio, y meneo
la cabeza hacia él.
—Soy yo —le digo al recién llegado.
—Ooh, un paquete. —Harper se acerca a mí con un café expreso en la
mano. Se lo ofrece al repartidor con un mohín juguetón—. No es un
paquete grande. Qué decepción.
Deja la caja sobre el mostrador y se inclina hacia delante para quitarle
el café.
—No es el único paquete que puedo entregar.
—¿Por qué no lo has dicho, guapo?
Acerco la caja marrón lisa, interrumpiéndoles antes que Sebastian
decida acercarse.
—¿Tienes un bolígrafo que me puedas prestar?
—Esa debería haber sido mi frase —murmura Harper.
—Firma aquí, por favor —dice el repartidor, entregándome un bloc
electrónico.
Le cojo el aparato y garabateo mi nombre.
—Gracias.
—Que tengas un buen día, guapo. —Saluda Harper. Espero que la
próxima vez tengas un paquete para mí.
El hombre le guiña un ojo y las mejillas de Harper se ponen tan rojas
como su cabello.
—Desde luego que sí, preciosa.
Dejo caer la mirada hacia la caja que no mide más de quince
centímetros. Solo tiene mi nombre impreso en la parte delantera, sin
remitente, y no pesa casi nada.
—¿Qué te ha regalado el Sr.-Alto-oscuro-y-peligrosa-gran-polla
Bennett? —pregunta Harper cuando nos quedamos solas. Me quita la caja
de las manos—. ¿Es un regalo o una disculpa?
—Lo dudo. En primer lugar, Hayden no cree que se equivoque.
—Eso no significa que no te vaya a gustar lo que hay dentro. ¿Te
importa si lo abro?
Hago un gesto con la mano.
—Está bien. Dudo que haya nada que me haga cambiar de opinión.
Harper desgarra el papel, lo arranca como un T-Rex, con los brazos
llenos de movimiento. Despega el papel de seda rosa del interior con los
labios formando una 'O'.
—Estas son sexys —dice, levantando la ropa interior negra—. ¿Por qué
no hay un sujetador a juego? Estoy decepcionada. Uno pensaría que el
abogado sabría cómo presentar un caso.
Miro las bragas, mis bragas, las que desaparecieron la noche que me
agredieron en el centro de acogida de menores.
La cafetería desaparece de mi vista mientras toda mi atención se centra
en el trozo de encaje de los dedos de Harper. Mis pensamientos se suceden
en espiral hasta que me palpitan las sienes y se me entrecorta la respiración.
¿Quién ha enviado esto?
Tiene que ser la persona que se lo llevó.
—Oh, mira —dice Harper, con voz difusa para mis oídos—. Hay una
nota dentro. Dice: 'Will wett ink ken'? Eh, eso sí que es raro. Sin mencionar
que es lo menos sexy que he leído nunca. No me lo puedo creer...
Su voz se desvanece entre los latidos de mi cabeza. ¿Es mi corazón el
que lucha por latir? ¿O se ha detenido debido al horror que me atraviesa,
invadiendo cada centímetro de piel y cada gota de sangre?
—Calista, ¿estás bien?
El rostro de Harper aparece en mi campo visual, pero miro fijamente
hacia delante hasta que su cara se vuelve borrosa. Entonces, mis párpados
se cierran, la negrura se apodera de mí y no puedo ver nada.
Incluso en lo más recóndito de mi mente, el terror me persigue.
CAPÍTULO 7

Calista

Un grito me atraviesa el cráneo como un punzón.


Entonces la voz de Harper penetra en mi conciencia, al igual que el
dolor que se irradia a lo largo de mi hombro.
—¡Oh, Dios, Calista!
—No la toques. —El profundo estruendo de la orden de Sebastian me
hace abrir los ojos. El guardaespaldas se agacha sobre mí mientras extiende
el brazo para bloquear a Harper—. Si la señora Bennett ha sufrido un
traumatismo craneal, no podemos moverla.
—¿Señora qué? —Mi amiga sacude la cabeza—. No importa. ¿Qué
hacemos ahora?
—La ambulancia está en camino. Saca a los clientes de aquí y no dejes
entrar a nadie más hasta que nos hayamos ido. Hay que manejar esta
situación con discreción.
Tanto Harper como Alex se apresuran a seguir sus órdenes mientras
yo parpadeo contra las luces del techo, intentando darle sentido a todo. Mi
cerebro no me ofrece nada a modo de explicación. Lo único en lo que puedo
concentrarme es en el doloroso latido de mi hombro.
—¿Qué demonios ha pasado? —pregunta Alex, viniendo a colocarse
junto a mi guardaespaldas.
Harper ocupa el lugar al otro lado de Sebastian, con el rostro húmedo
por las lágrimas.
—Calista se desmayó y cayó sobre la vitrina.
Contraigo la cara, confusa, y vuelvo a buscar en mi mente algún
recuerdo de lo que acaba de ocurrir. Todo está en blanco excepto la imagen
de las bragas de encaje. Una oleada de pánico me golpea y lucho por
levantarme, mi cuerpo me insta a emprender el vuelo.
—La caja... la nota...
Sebastian me pone la mano en el pecho, con tacto suave pero firme.
—No te muevas. No creo que tengas una conmoción cerebral, pero eso
lo determinará el médico. Hasta entonces, quédate quieta. —Una sonrisa
irónica tuerce sus finos labios—. Conociendo al señor Bennett, llegará antes
que la ambulancia.
Harper se endereza, con expresión sombría.
—No puedo quedarme aquí sin hacer nada mientras esperamos. Voy
a barrer el cristal.
Cuando intento girar la cabeza, Sebastian levanta la mano de mi pecho
para apoyarla en un lado de mi cara.
—Si te mueves te cortarás. Hay cristales rotos a tu alrededor. Pero no
te preocupes. Todo va a salir bien, señora Bennett.
—Calista —susurro.
Aprieta los labios antes de hacerme un gesto con la cabeza.
—Necesito que mantengas la calma, Calista.
—Bien.
La cafetería, antes un lugar de productividad, se ha transformado en
un antro de caos. No más que mi mente. La realidad de lo ocurrido se
hunde en mí, la forma en que me afectó, hasta el punto de no tener control
sobre mi cuerpo y estar ahora tumbada sobre la fría baldosa, rodeada de
gente preocupada por mi bienestar.
Harper apoya la escoba contra la encimera con el sudor salpicándole
la frente.
—He limpiado todo lo que he podido sin barrer también a Calista. —
Me sonríe, pero sus labios tiemblan. Cuando intento devolverle la sonrisa,
se seca los ojos.
El sonido de alguien aporreando la puerta me sobresalta. Sebastian
frunce el ceño mientras Harper sale corriendo detrás del mostrador para
dejar entrar a Hayden. Lo observo a través de la vitrina cuando irrumpe
por la puerta, su mirada se ensancha al contemplar la destrucción.
—¿Calista?
El corazón me da un vuelco en el pecho al oír su voz. Es frenética y
desquiciada. Pronuncio su nombre, incapaz de encontrar mi voz.
Al cabo de unas zancadas, rodea el mostrador, con un rostro ilegible.
Sin embargo, lleva el cabello despeinado y el traje tiene arrugas profundas.
¿Ha corrido para llegar hasta aquí?
Le miro fijamente, fijándome en su expresión vacía y en la forma en
que aprieta los puños, como si no quisiera tocarme. Puede que Hayden
haya corrido a mi lado, pero no está aquí para consolarme.
—¿Qué coño ha pasado? —pregunta.
Una sirena ulula a lo lejos, cada vez más fuerte, pero lo único que oigo
es el enfado de Hayden. ¿Está enfadado porque le he interrumpido en el
trabajo? Dado lo mucho que este hombre quiere poseerme, podría estar
enfadado porque he roto su juguete favorito.
Yo.
Sebastian levanta la mirada hacia Hayden, con expresión tranquila.
—Sr. Bennett, tuvo un ataque de pánico y se desmayó. Por lo que veo,
no tiene conmoción cerebral.
—¿Y la sangre? —pregunta Hayden.
—Tiene que ser una laceración del cristal. No la he movido para
comprobar el alcance de la herida. Supongo que es superficial. —Cuando
Hayden se acerca, Sebastian levanta una mano—. Sr. Bennett, por favor,
quédese atrás. La ambulancia está a punto de llegar.
Todo el cuerpo de Hayden se pone tenso.
—Recuerda para quién trabajas.
—Por eso cuido de ella.
Me estremezco ante la mirada que le dirige Hayden. Sebastian se
limita a esperar, manteniéndose firme hasta que llegan los paramédicos.
En cuanto lo hacen, Harper, Alex y Sebastian se apartan y se centran en mí.
Hayden no se mueve. Se limita a mirar fijamente a los profesionales
sanitarios, como si los desafiara a cuestionar su presencia.
Los paramédicos comienzan a evaluar mi estado, haciéndome un
aluvión de preguntas que me esfuerzo por responder en medio de una
neblina dolorosa y conmocionada. Hayden permanece a mi lado. Me
reconfortaría si no pareciera dispuesto a desatar su violencia contra
alguien.
Aprieto los dientes cuando me tumban de lado y el dolor me atraviesa
el hombro. La nueva posición me permite ver la sangre que se acumulaba
bajo mi espalda mientras estaba tumbada en el suelo. Me entran náuseas y
el estómago se me revuelve mientras lucho contra las ganas de vomitar.
Por segunda vez en el día, todo se vuelve negro.

Un pitido constante se cuela en mi conciencia, despertándome.


Aprieto los dientes irritada, dispuesta a hacer callar el despertador,
pero el sonido de la voz de Hayden me mantiene quieta.
—Josephine, despeja mi agenda para el resto del día. —Sí, Calista está
bien, pero no la dejaré por nada, excepto por el juicio de mañana —hace
una pausa.
Le espío por debajo de las pestañas, sin querer descubrir que estoy
escuchando a escondidas. Este hombre es brutalmente sincero, más de lo
que me siento cómoda en ocasiones, pero no siempre me dice las cosas que
estoy desesperada por oír. Ahora mismo, soy consciente de la profundidad
de su preocupación por mí. Teniendo en cuenta que no me ha mostrado ni
un ápice de ternura desde que entró en el Sugar Cube, es un agradable
cambio de actitud.
—Mañana estaré en el despacho para preparar el caso de Monroe —
dice—. Cuando termine, comenzaré mi excedencia de urgencia. Asegúrate
que el papeleo para ello esté hoy en la mesa de Peter.
Con la mente aún confusa y los miembros pesados, no me resulta
difícil mantener los rasgos de la cara relajados, pero si no fuera por eso, mi
curiosidad me delataría. ¿Un permiso de emergencia? Mis heridas no son
suficientemente graves para eso, así que ¿qué le pasa a Hayden? ¿Alguien
que le importa tiene problemas? Nunca ha mencionado a ningún hermano,
pero eso no significa que no los tenga.
Hay tantas cosas de este hombre que desconozco. Aunque conocer el
pasado de alguien no es un requisito previo para interesarse por él, te
ayudaría a plantearte si quieres que forme parte de tu futuro. Aún no he
decidido qué voy a hacer con Hayden, pero sé con certeza que ha decidido
quedarse conmigo.
Inhalo lentamente para mantener la calma, y el olor estéril de un
hospital me hace cosquillas en la nariz. Las únicas fuentes de iluminación
de la habitación privada son los pocos rayos de sol asomando por entre las
gruesas cortinas y las luces de neón de la máquina que hay junto a mi cama.
Luego está la presencia de Hayden, que se cierne como un espectro,
dispuesto a poseerme.
Termina la llamada con su secretaria y marca otro número. El teléfono
suena dos veces antes que alguien conteste. No oigo lo que dice, pero la
voz del hombre es joven, ligera y despreocupada.
—Zack, necesito que investigues algo por mí inmediatamente. —El
tono de Hayden es oscuro y cargado de urgencia, totalmente opuesto al de
Zack—. Calista ha recibido hoy un paquete mientras estaba en el trabajo, y
eso la ha perturbado. Quiero saber quién lo envió y por qué. Había un
mensaje críptico dentro, junto con ropa interior. Voy a hacer que te lo
envíen todo. Estará allí dentro de una hora.
Hayden se pasa la mano por el cabello ya revuelto.
—Aún no se lo he pedido, pero cuando lo haga, te llamaré. Está
descansando, así que tendrá que esperar. —Desvía la mirada hacia mí,
dándome una visión clara de la agitación que se está gestando en su
interior—. De momento, comprueba las imágenes de vigilancia del Sugar
Cube, localiza al repartidor e investiga cualquier otra cosa que pueda
darnos una pista de quién está detrás de esto. Revisa toda la información
que tenemos sobre su padre y comprueba si algo de ella es relevante. No
me importa qué más tengas entre manos. Haz de esto tu única prioridad.
Veo cómo Hayden se guarda el teléfono en el bolsillo antes de cerrar
los ojos, con la mandíbula tensa y las manos en un puño. Por mucho que
quiera llamarle, no puedo. Solo con oír hablar del reparto, mi cuerpo se
tensa presa del pánico.
La máquina emite un fuerte pitido revelando mi elevado ritmo
cardíaco y atrayendo la atención de Hayden. Me recorre con la mirada
acercándose a un lado de la cama. Abandono la pretensión de dormir y
abro los ojos por completo. Me inclino hacia delante para sentarme recta,
pero él me detiene con una mano en el antebrazo.
—Tranquila, Callie. No te muevas todavía. —Cuando retira el brazo,
me muerdo el interior de la mejilla para no aferrarme a él. Ese contacto,
aunque breve, fue suficiente para calmar mi acelerado corazón—. ¿Cómo
te encuentras? —pregunta.
Levanto la vista hacia él, notando el dolor sordo en mi espalda, así
como el vendaje a lo largo de mi hombro. Por suerte, la máquina ha dejado
de sonar.
—Bien —le digo, mi voz quebrada por la falta de uso. Me aclaro la
garganta y vuelvo a intentarlo—. Estoy bien.
—¿Te duele algo?
—La verdad es que no. Aunque estoy bastante atontada.
—Es la medicación. Has necesitado unos puntos, pero no tienes
ninguna herida grave en la cabeza.
Asiento con la cabeza, sin saber qué decir ni cómo comportarme con
él. Anoche descubrí que Hayden era mi acosador y eso me destrozó. Hoy
he recibido un paquete que me ha provocado un ataque de pánico que ha
acabado conmigo en el hospital. El suceso más reciente no disminuye la
culpa de Hayden, pero no puedo negar que ahora palidece en
comparación. Sobre todo, cuando está haciendo todo lo posible por
averiguar por qué ocurrió.
Una parte de mí quiere darle las gracias por tomar la iniciativa,
mientras que la otra se marchita ante la idea de hablar de esto conmigo. No
quiero volver a vivir la noche de mi agresión, pero por la expresión de su
rostro, Hayden no va a dejarlo pasar. Aunque ahora no me pregunte por
las bragas, acabará haciéndolo.
—Son mías.
CAPÍTULO 8

Calista

Mi confesión susurrada suena fuerte en la quietud. Inclino la cabeza


cuando la mortificación se cierne sobre mí, agobiándome.
—Las bragas de la caja son mías.
Hayden se acomoda en la cama a mi lado y el aroma de su perfume
llega hasta mi nariz. Quiero respirarlo, pero no lo hago. Toma mi mano
entre las suyas y vuelve a centrar mis pensamientos pasándome
suavemente el pulgar por la piel en una caricia tranquilizadora.
—No has hecho nada malo, así que ¿por qué pareces culpable?
—No lo parezco. Estoy avergonzada.
—¿Por qué?
Entrecierro los ojos y tiro de mi mano para soltarla, pero él me agarra
con más fuerza hasta que me rindo.
—Las llevaba el 24 de junio y, cuando me desperté drogada, ya no las
llevaba. No las he vuelto a ver desde aquella noche. ¿Ahora lo entiendes?
—Sí, lo entiendo.
La furia que invade su respuesta me crispa los dedos.
—No me hagas hablar más de ello.
—¿Y la nota?
—No tengo idea quién la ha enviado ni de lo que significa. —Cierro
los ojos, incapaz de mirarle cuando digo—. Estoy muy cansada. Por favor,
déjame sola.
Respira hondo, como si quisiera controlar su temperamento.
—No voy a dejarte. Ni ahora ni nunca. Cuando te dije que eras mía, lo
decía en serio. Eres mía para protegerte, cuidarte y vengarte. No te pediré
permiso, pero las cosas serían más fáciles si dejaras de luchar contra mí.
Miro a Hayden, lo estudio realmente. Desde la terquedad de su
mandíbula hasta el entrecejo de sus ojos, este hombre está decidido a estar
en mi vida, así sea a fuerza de voluntad. Mi voluntad.
Su negativa a marcharse debería molestarme, pero lo cierto es que le
necesito. Por mucho que su presencia me agobie, más me reconforta.
—Es evidente que estás disgustada, y no solo conmigo —me dice—.
Lo que te ha pasado hoy ha sido una completa estupidez, y comprendo que
estés asustada, pero te prometo que haré todo lo que esté en mi mano para
resolverlo. Puede que no confíes en mí, pero puedes confiar en ello.
—Lo hago.
—Bien.
Un golpe en la puerta hace que Hayden se enderece y ambos volvamos
la cabeza. Harper aparece, con pasos decididos y el rostro cabizbajo.
—Oh, Calista —llora.
Mi amiga está a mi lado en un instante. Se vuelve hacia Hayden con
las manos en las caderas y lo fulmina con la mirada.
—Hazte a un lado. Es mi turno con ella.
Mis ojos se abren enormes cuando él se limita a inclinar la cabeza para
reconocerlo antes de levantarse de la cama. Harper se apresura a ocupar
su lugar y me agarra las manos, apretándolas suavemente.
—Estaré fuera —me dice.
Tan pronto como se va, Harper se sorbe los mocos, lo que hace que
vuelva a centrar mi atención en ella.
—¿Estás bien?
—Aparte de estar un poco dolorida, estoy bien.
—Oh, bien. Estaba muy preocupada. Todos los cristales y la sangre...
—Traga saliva—. Hoy ha sido una mierda. No digo más.
Asiento con la cabeza.
—Ahora que estás aquí es mucho mejor. Gracias por venir.
—Por supuesto —me dice burlándose—. Somos amigas íntimas. Y ya
que ostento ese título honorífico, ¿quieres contarme qué pasó realmente?
Sé que no fue porque te bajara el azúcar o por alguna otra cuestión médica.
—Si te lo cuento, ¿puedes prometerme que guardarás el secreto?
Harper estira la mano para colocarme un rizo suelto detrás de la oreja.
—Eres mi compañera de viaje o de muerte, mi bestie boo, mi OG hasta
el infinito. Nunca te traicionaré.
—¿Incluso si es para mantenerme a salvo?
—¿Es realmente una traición si mis motivos son los mejores para ti?
Gimo y me dejo caer sobre la almohada.
—¿Por qué tienes que ser tan...
—¿Sexy? ¿Brillante? ¿Con talento? Podría seguir todo el día.
—Molesta —digo sonriendo.
—No seas odiosa solo porque me ponga de parte de Hayden en
cualquier discusión que tengáis. No creas que no me he dado cuenta. Estás
más deprimida que Eeyore de Winnie the Pooh, pero tu problema con él no
es lo que te ha llevado a esta cama de hospital.
Suelto un suspiro.
―Lo sé.
—¿Vas a confiar en mí lo suficiente como para contármelo ahora?
—Sí. No me interrumpas, o puede que no consiga soltarlo todo.
—Quiero ayudarte, aunque eso signifique simplemente sentarme aquí
en silencio.
Hago una mueca.
—¿Es eso posible?
—Estamos a punto de averiguarlo.
Antes de poder cambiar de opinión, le cuento a Harper la noche de mi
agresión, la reacción de Hayden y su misión de averiguarlo todo y ponerle
fin. No admito que sea mi acosador, pero revelo los detalles de su
comportamiento en el T&A, así como de su seguimiento nocturno hacia y
desde mi apartamento. Conociendo a Harper, ella hará la conexión por sí
misma, y si no lo hace, me parece bien.
Mi amiga permanece sentada sin moverse ni hablar, pero sus ojos se
llenan de lágrimas y me agarra las manos con más fuerza a cada revelación.
Al final, casi desearía que fuera la misma de siempre, en vez de estar
aturdida y callada.
—Ahora lo sabes —le digo.
—Ahora lo sé.
—¿No vas a decir nada?
Harper cierra los ojos y se le escapa una lágrima.
—Puedes ser Eeyore si quieres.
Mi pecho se aprieta sobre sí mismo.
—Siempre que tú seas mi Tigger. Las dos no podemos estar tristes.
—Tienes razón. —Se limpia la cara y endereza los hombros.
—Hayden es un Christopher Robin 2 demente, y tú volverás a ser tu
Piglet normal en poco tiempo.
—Grosero.
—Vale, de acuerdo. Puedes ser Kanga. Es dulce y cariñosa. —Me lanza
una mirada mordaz.

2 Christopher Robin, Piglet , Tigger: Personajes de Winni the Pooh


—Escucha, puedes negarlo todo lo que quieras, pero al fin y al cabo,
ese hombre actúa como si su mundo girara en torno a ti. ¿Está un poco del
lado enfermizo? Seguro. Pero si pensara por un segundo que te haría daño,
lo mataría.
—Los dos sois tan... violentos.
—Algunas cosas, o personas, merecen la pena.
Al oír abrirse la puerta, cambiamos nuestra atención hacia la
enfermera que entra.
—Hola, Srta. Green —nos dice.
—Gracias por confiar en mí. —Harper salta de la cama y se inclina
para plantarme un beso en la mejilla—. No rompas ni un punto esta noche.
—¿Eh? —Me asomo alrededor de la enfermera para mirar
boquiabierta a mi amiga—. ¿De qué estás hablando?
Me guiña un ojo.
—TTFN. Ta-ta por ahora 3.

3 TTFN es una sigla de "ta ta por ahora", un "adiós" informal. La expresión saltó a la fama en el
Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial. Utilizado por los militares, el público británico
lo escuchaba con frecuencia.
CAPÍTULO 9

Hayden

Comienzo a respirar más tranquilo cuando tengo a Calista tras la


puerta cerrada de mi ático.
Aunque no estoy seguro que el dolor de mi pecho vaya a remitir
nunca, no después de verla yacer inmóvil en un charco de su propia sangre.
Creí que mi peor pesadilla hecha realidad era encontrar el cuerpo sin vida
de mi madre, pero eso palidece en comparación con Calista en su lugar.
La imagen está grabada en mi mente como una cicatriz, fea y
permanente. No puedo evitar el escalofrío que me recorre. La muestra de
debilidad me crispa los nervios, pero es una respuesta física a mi necesidad
de ella.
Me mira con el ceño fruncido.
—¿Estás bien?
Con alguien amenazándola, estoy lejos de estar bien. Estoy a punto de
perder la puta cabeza.
La miro, exudando una ficticia calma para que no se dé cuenta de los
pensamientos que me torturan.
—Estoy bien. ¿Has comido lo suficiente?
Ella señala con la cabeza el plato que tiene delante, aún medio lleno.
—Sí, gracias por la cena.
—De nada.
El silencio se apodera de la habitación mientras la tensión entre ambos
aumenta, las vibraciones de anhelo me recorren la piel como una cuerda
de violín tensada. Tamborileo con los dedos sobre la mesa para librarme
del impulso de tocarla. Es inútil.
—Sé que has dormido en el hospital, pero se hace tarde —le digo―.
¿Quieres ir a la cama ya?
—Sí. —A pesar de su expresión inexpresiva, su voz contiene un
cansancio que no hace sino exacerbar mi deseo de abrazarla―. Creo que
necesito acostarme —me dice —aunque no me duerma de inmediato.
—¿Necesitas otra dosis de analgésicos?
Ella niega con la cabeza.
—No me duele nada el hombro.
Me levanto de mi asiento y desvío la mirada de su comida inacabada
a las ojeras. A pesar de su dramática experiencia y su evidente
agotamiento, Calista se sienta con la espalda recta y la barbilla alta. Siento
una gran admiración por su fortaleza.
Cuando me vuelvo para ayudarla, su aroma invade mis sentidos,
recordándome el de esta mañana, cuando el olor de su coño cubrió mis
dedos. Me mira, sus ojos color avellana me estudian atentamente. En esa
pequeña pausa, detecto la indecisión que surge antes de colocar su mano
en la mía, el nerviosismo que hierve a fuego lento bajo la superficie de su
piel.
Tiene razón al preocuparse. Me va a costar mucho no follármela esta
noche.
Tras poner a Calista en pie, la suelto inmediatamente para evitar hacer
algo de lo que pudiera arrepentirme. En realidad, no me arrepentiría de
haberla besado, pero si su comportamiento sirve de indicio, le parecería
mal.
Esta va a ser una noche jodidamente larga.
Esta mujer no comprende el poder que ejerce sobre mí. Una mirada,
un roce, y estaría de rodillas ante ella. La comprensión es perturbadora.
Calista se pasa las manos por los muslos y yo guardo silencio para
darle tiempo a serenarse. Cuando por fin se encuentra con mi mirada, me
ofrece una débil sonrisa que tiembla en sus labios. Mis dedos se crispan
por la necesidad de calmarla y los aprieto contra mis costados.
Con un gesto seco de la cabeza, señalo hacia el pasillo.
—Te acompañaré a tu habitación.
—Gracias.
Camina a mi lado mientras la ayudo apoyando la mano en la parte
baja de su espalda. No es suficiente para saciar mi hambre. Cada paso es
una danza, una oportunidad para que yo siga su ejemplo.
O para que ella se someta a la mía.
Cuando llegamos a la puerta de la habitación de invitados, se detiene
y se vuelve hacia mí. Yo hago lo mismo, con el peso de mi indecisión sobre
los hombros. Debería darle a Calista un tiempo lejos de mí, como me ha
pedido, pero mi necesidad de estar cerca de ella, de asegurarme que está a
salvo, es un dolor físico.
—Buenas noches, Hayden.
Abro la boca para ordenarle que vaya a mi habitación justo cuando
abre la puerta del cuarto de invitados y entra. Ahora soy yo quien duda. Si
mi comportamiento no me escandalizara, podría encontrar divertida mi
reticencia a coger lo que quiero.
Mi mano golpea la madera para impedir que cierre la puerta. Calista
parpadea sorprendida, pero su expresión se transforma en un ceño
fruncido cuando me acerco a ella a grandes zancadas.
—¿Qué ocurre? —pregunta, con la voz teñida de sospecha.
—Considerando lo que te ha pasado, dudo que pueda dormir esta
noche. Pero que me aspen si estoy solo en mi cama. No cuando la mujer
que encarna mis deseos más profundos está bajo mi techo.
Deja de mirarme. No antes de captar un destello de incertidumbre en
sus ojos.
—Ha sido un día duro...
—¿Crees que no lo sé? Algo dentro de mí murió cuando te vi allí
tirada, cubierta de sangre. —Me acerco a Calista, tomando su rostro entre
mis manos y obligándola a mirarme―. No creo que te des cuenta de lo que
eso me hizo, de cómo aún me está matando.
Sus ojos se agrandan, la sorpresa se mezcla con la vulnerabilidad que
me ha estado ocultando. Ahora que la he visto, no la dejaré escapar. Si
existe la posibilidad que me quiera cerca, voy a perseguirla hasta que no
pueda negarlo por más tiempo.
Por el bien de los dos.
Y por mi cordura.
En este momento, estamos suspendidos en el tiempo, el mundo
exterior deja de existir. Las palabras entre nosotros, tanto habladas como
silenciosas, flotan en el aire como una brisa, tenues y fáciles de desechar.
Aspiro profundamente como si quisiera atraparlas antes de soltárselas a
Calista.
En forma de beso.
Le hablo de mi adoración, mi lealtad y mi disposición a sacrificar
cualquier cosa por ella. Todo ello sin pronunciar una sola palabra. Es una
declaración que va más allá del sonido, trascendiendo el ámbito del
lenguaje hablado.
No tarda en responder a mis caricias, estremeciéndose cuando inclino
la cabeza para profundizar el beso. El sabor de sus labios, el calor de su piel
contra mis manos y la sensación de su cuerpo junto al mío chocan en mi
interior. Encienden una llamarada de emoción ardiendo en lo más
profundo de mi ser.
Tanto las emociones sombrías como las luminosas.
El ansia, el deseo sexual y la excitación están ahí, instándome a tomar
a Calista aquí y ahora, a saciar mi necesidad tanto de su cuerpo como de la
propia mujer. Pero estas son las emociones con las que he vivido durante
demasiado tiempo, la oscuridad amenazante con tragarme entero.
El asombro, el aprecio y el cariño luchan contra mis otros instintos con
su luz y pureza, librando una guerra que podría acabar con nosotros
curados, si no los destruyo primero.
Mi hambre de Calista, la inanición de cuerpo y alma, se apodera de
mí. La domino con mis labios y mi lengua mientras la mantengo prisionera
de mi deseo. Ella gime suavemente y yo me trago rápidamente el sonido,
prueba irrefutable que no estoy solo en mi desesperación.
El beso se vuelve voraz. Deslizo los dedos desde su rostro hasta
enredarlos en su cabello, anclándola a mí hasta que los muros que había
levantado se derrumban a mis pies. Su respuesta es fluida, un sutil
movimiento de su cuerpo al fundirse conmigo, sus muslos acunando mi
polla.
Calista no se da cuenta del regalo más dulce que me ofrece al ceder
ante mí.
Separo mi boca de la suya. Me mira con los labios hinchados y los ojos
brillantes. Escruto sus rasgos, buscando cualquier signo de
arrepentimiento o, peor aún, de aversión.
—Calista —susurro. Su nombre es una pregunta, una plegaria y una
exigencia, todo en uno.
—Hayden.
En ese simple intercambio de nombres y en la intensidad de las
emociones que compartimos, percibo algo profundo. Y real.
Se levanta sobre las puntas de los pies para pasar sus labios por los
míos en un susurro de cruda honestidad, reflejo de la pasión y la aceptación
que siente por mí. Puede que no sea el perdón, pero es más de lo que
esperaba esta noche.
Deseo a Calista a un nivel más profundo que la intimidad física. Algo
que me niego a nombrar pero que sé que existe.
Y lo mucho que lo necesito.
Nuestras respiraciones se funden en el espacio que nos separa, y mi
pulso late con una cadencia inestable, resonando con la importancia de este
momento. La franqueza de sus ojos refleja los míos, creando una sensación
de unidad y conexión que nunca antes había experimentado.
Aprieto la frente contra la suya.
—Te necesito.
—Me tienes.
—No seré suave.
Me acaricia la mejilla con dedos temblorosos, su tacto me enraíza a la
vez que deja al descubierto su inquietud.
—Lo sé.
CAPÍTULO 10

Hayden

Deslizo las manos por sus costados, disfrutando del tacto de sus
tentadoras curvas, y luego la agarro por las caderas. Cuando aprieto mi
polla contra ella con un gemido, me rodea el cuello con los brazos. Otra
muestra de rendición por su parte haciendo revolverse la culpa en mis
entrañas.
La de cosas que quiero hacerle...
—No quiero hacerte daño, Callie.
—Lo sé —me vuelve a decir, con un tono más fuerte que antes.
¿Intenta convencerme a mí o a sí misma?
No importa. En cuanto susurra su comprensión y aceptación de mis
intenciones, cualquier control que yo tuviera desaparece.
Aplasto su boca con la mía, magullando sus labios en mi urgencia por
volver a saborearla. A pesar de sus dudas iniciales, devuelve el beso con
fervor. La satisfacción me hace rugir. La hago retroceder y adentrarme en
la habitación hasta que sus piernas tocan el borde de la cama. Se echa hacia
atrás, arrastrándome con ella hasta que la suavidad de su cuerpo queda
cubierta por la dureza del mío.
El beso se vuelve frenético mientras recorro sus manos. Le agarro el
pecho antes de cogerle el pezón entre los dedos, haciéndolo rodar hacia
delante y hacia atrás hasta que se retuerce debajo de mí.
—No te contengas —gruño contra su garganta.
—¿Qué?
Le rozo la parte sensible del cuello con los dientes, arrancándole un
grito ahogado.
—Has dicho que te tengo, pero no lo veo.
—No entiendo lo que quieres.
La miro fijamente, disfrutando de la vista de sus carnosos labios y de
la forma en que sus ojos color avellana brillan de emoción. Tiene el cabello
esparcido por la cama, los mechones oscuros contrastan con la palidez de
su piel. Quiero todo de ella porque esta mujer tiene todo de mí.
—Quiero tu corazón, Callie.
—Hayden, yo...
—No me lo digas. Enséñamelo.
Me agarra por el cuello y tira de mí para besarme. Iguala la intensidad
de antes, pero es diferente porque es ella quien me domina. Vierto mi
necesidad, junto con mi miedo, en complacer su cuerpo, deseando que
acepte todo lo que tengo para dar. Y las partes de mí que me resisto a
compartir.
Calista se arquea hacia mí, su aprensión cede por fin a la pasión entre
nosotros sin reservas. Me deleito en el momento hasta que nuestras ropas
se convierten en un estorbo del que necesito deshacerme. Sentado sobre
mis talones, agarro el dobladillo de su camisa. Ella levanta los brazos en
señal de obediencia, y le quito la blusa y el pantalón.
Arrastro los dedos por su vientre, siguiendo su hundimiento hasta
llegar a su ombligo. Es una visión, una fantasía hecha realidad, pero
imaginarla embarazada hace que se me seque la garganta. Lo deseo casi
tanto como que me quiera.
Menos mal que ha ido al médico que le sugerí, al que obligué a ponerle
a Calista una inyección salina en vez de la depo real. Voy a darle un bebé.
Si no esta noche, pronto...
Calista, que ahora solo lleva sujetador y ropa interior, me observa
mientras me desprendo de la ropa. Sus ojos se agrandan cuando su mirada
recorre mi cuerpo. Cojo mi polla con la mano y la acaricio, sonriendo al ver
que jadea.
—Dime que lo deseas —le digo, sin dejar de deslizar la mano arriba y
abajo.
—Lo deseo.
—Inténtalo otra vez.
Se lame los labios.
—Quiero que me folles, Hayden.
—Primero esa boca, y luego ese dulce coño.
Me arrastro sobre ella hasta que la cabeza de mi polla se posa en su
barbilla. Con una mano, me sostengo mientras con la otra le paso el pulgar
por la comisura de los labios. La caricia es suave, pero yo no lo seré.
—No sabes cuánto tiempo he deseado hacer esto. Abre para mí. —
Cuando afloja la mandíbula, invitándome a entrar, introduzco mi polla en
su boca con un fuerte gemido—. Qué chica tan buena, joder.
Sus ojos se abren sorprendidos antes de cerrar los labios en torno a mí
y comenzar a succionar. Incapaz de quedarme quieto, entro y salgo de su
boca, cada vez más profundamente, hasta que mi polla golpea el fondo de
su garganta. Calista hace ruidos ahogados, pero no deja de tirar con fuerza
de su boca.
Cierra los ojos a medida que me muevo más deprisa, el placer de
follarle la boca está a punto de matarme. Agarro suavemente su mandíbula
para abrirla y saco la polla antes de correrme en su lengua. La última vez
le di un 'collar de perlas', pero esta vez quiero darle un bebé.
Mi bebé.
Me mira, con los labios aún húmedos de haberme chupado la polla.
Gimo y cierro los puños para no correrme ante la expresión de su rostro.
Es jodidamente hermosa, pero es más que eso. Sus ojos están
completamente vacíos de miedo o nerviosismo. Brillan expectantes.
Calista quiere que la folle.
Como en trance, mis manos se mueven por sí solas, mis dedos se
deslizan por el costado de su mejilla antes de recorrer su esbelto cuello.
Podría hacerle daño, arruinarla, pero ella me mira con confianza. Puede
que no tenga fe en mí emocionalmente, pero físicamente no tiene ningún
problema en entregarse a mí.
Me apresuro a quitarle el sujetador y la ropa interior, arrancando el
fino encaje de su cuerpo. Jadea ante la violencia que hierve a fuego lento
bajo mi piel y en mi tacto, pero no protesta. La necesito como nunca antes
había necesitado a nadie, y ella debe sentirlo.
La urgencia presiona mi psique, empujándome a reclamarla. A
marcarla como mía. Me inclino y aprieto los labios contra su pecho,
viéndola enrojecer mientras chupo y mordisqueo, dejando un rastro de
manchas rojas en su piel. Ella se arquea en mi boca, alimentando mi
hambre y avivando sus llamas.
Nunca tendré suficiente de ella.
Le clavo los dedos en las caderas con la fuerza suficiente para dejarle
moratones y tiro de ella hacia mí. Se desliza por la cama, con los brazos por
encima de la cabeza. Su postura abnegada me excita. Mis instintos
primarios rugen y separo sus muslos antes de penetrarla.
El pequeño jadeo de Calista apenas traspasa mi conciencia. ¿Cómo
podría hacerlo cuando estoy perdido en su calor y envuelto en su aroma?
Se tensa a mi alrededor, su cuerpo tiembla con cada giro de mis
caderas. Pero no puedo detenerme. Cuando se relaja debajo de mí y un
gemido acaricia mis oídos, sé que está conmigo. Llevo las manos a su
cintura para agarrarla mejor y la empujo más profundamente contra el
colchón mientras me muevo más deprisa, embistiendo con más fuerza. Le
tiembla la cabeza y se le cierran los ojos, pero lo aguanta todo.
Mis dedos mordiéndole la piel.
Las embestidas brutales.
Es pura follada, carnal y salvaje.
El calor irradia de nuestros cuerpos, ambos cubiertos de una capa de
sudor dejando la piel resbaladiza. Puedo sentir su sabor salado mientras le
pellizco la garganta. Ella grita, el sonido es una fusión de placer y dolor.
Me excita llevándome al límite.
La locura se apodera de mí.
Me retiro de ella, tan rápido que su coño hace un ruido de succión.
Luego pongo a Calista a cuatro patas y la tomo por detrás. La potencia de
mis embestidas hace que su cabello se balancee suavemente, y los
movimientos rítmicos aumentan de velocidad a medida que llevo mi
cuerpo al límite.
Ella gime, el sonido grave se amortigua en la ropa de cama, pero yo lo
oigo. Lo saboreo. Sin embargo, la visión de la gasa pegada a su hombro
casi rompe mi concentración. Es un doloroso recordatorio de la realidad,
del peligro que acecha. Mis emociones se intensifican, se vuelven
desenfrenadas y volátiles, hasta que las reúno con la intención de
canalizarlas hacia Calista.
Controlo su placer, y esta noche no es diferente. Tomo el mando de
cada sensación, doblegando su voluntad a la mía con la intención de darle
todo lo que desea. Su cuerpo responde, su coño se aprieta alrededor de mi
polla cada vez que profundizo más, y mi mente da vueltas al saber que me
pertenece.
Sus gemidos son cada vez más fuertes, hasta que la rodeo para
acariciarle el clítoris, arrancando un grito de su garganta. Es exquisita
cuando se corre. Su orgasmo desencadena el mío y siento un cosquilleo en
la columna vertebral antes de deshacerme.
Este es mi momento de rendición... ante la mujer completamente
inconsciente.
Me desplomo sobre ella, con la mejilla apoyada en su espalda, los
brazos temblorosos por el esfuerzo que supone sostener mi peso. Calista
permanece en silencio, su cuerpo subiendo y bajando con cada respiración
entrecortada. Cierro los ojos cuando el agotamiento y la satisfacción se
apoderan de mí. Mi conexión con ella es tan fuerte que me resisto a
separarme de ella.
Sobre todo, porque no sé si me odiará por utilizar su cuerpo de forma
egoísta.
CAPÍTULO 11

Hayden

Calista suspira. El dulce sonido roza mis oídos antes de apoderarse de


mi alma. ¿Cómo puede descansar tan plácidamente después de habérmela
follado a lo bestia?
La necesitaba con una intensidad que me abrumaba. Rompió mi
autocontrol y me envió en espiral a un lugar oscuro donde mi único
pensamiento era reclamarla. Pero no era solo eso. Estaba desesperado por
asegurarme que estuviera viva y pudiera quedármela.
Lo que le hice fue brutal. Violento. Puede que le advirtiera que no sería
delicado, pero eso no habría preparado a Calista para lo duro y rápido que
la tomé. Casi como si la castigara por haberse hecho daño. No fue culpa
suya, ni mucho menos. El miedo a perder a Calista me ahogaba hasta que
no podía respirar si no estaba dentro de ella, sintiendo su cuerpo alrededor
del mío.
Mi desesperación por ella nunca había sido tan fuerte.
Y sigue creciendo.
Me separo de su cuerpo apretando los dientes, luchando contra el
impulso de volver a penetrarla. Mi polla, semidura, se prepara ante la idea.
Ignorando a ese cabrón codicioso, pongo a Calista boca arriba y me coloco
a su lado, tumbado de lado con ella pegada a mí.
La recorro con la mirada, observando los ligeros cardenales que ya
comienzan a florecer en su piel. No son solo de mis manos, sino de mis
dientes y mi boca, y de cualquier otra cosa con la que pudiera tocarla. De
marcarla. Las marcas que cubren sus pechos, caderas, cuello y hombros le
recordarán mañana lo que ha ocurrido entre nosotros esta noche.
Lo que compartimos no fue solo pasión. Era algo más profundo. Se
enfrentó a mi fuego con el suyo propio, igualándome en ferocidad al
tiempo que mantenía su dulce disposición. Ofreciéndome su cuerpo, calmó
los demonios que llevaba dentro, sustituyéndolos por una paz que nunca
creí posible. Incluso ahora estoy tranquilo, a pesar que su herida me mira
fijamente a la cara. Aunque cada vez que miro la gasa que cubre su herida,
se me retuerce el estómago.
Retiro un mechón suelto pegado a su mejilla húmeda. Las lágrimas de
Calista aún no se han secado. ¿Lloró de dolor o de placer? Tal vez de ambas
cosas.
—¿Callie?
—¿Mmm?
Casi me rio ante el sonido contrariado. Mi sonrisa brilla en la
oscuridad.
—¿Estás bien?
—Define 'bien'.
Con una mano firme pero suave, pongo a Calista boca arriba para que
pueda verle la cara.
—¿Te he hecho daño?
Me lanza una mirada exasperada de advertencia más que nada. Define
'te he hecho daño'. Cuando entrecierro la mirada en señal de advertencia,
suelta un suspiro.
—Sí, me has hecho daño.
—Me lo imaginaba. —Sigo con los dedos las estrellas rojas de sus
pechos—. Quiero decir que lo siento, pero sería mentira. Disfruto viéndote
así, con la evidencia de haberte follado por toda tu piel.
Mi polla se agita al mirarla. Como siempre. Llevo mi mirada de nuevo
a su rostro, intentando centrarme en algo que no sea tomarla de nuevo.
—Me refiero a que has herido mis sentimientos, Hayden, no mi
cuerpo. No estoy dolorida porque el analgésico siga en mi organismo.
—Ya veo.
—¿De verdad? Lo dudo. No es que vaya a mentirte nunca, pero si lo
hiciera, es imposible que te pareciera bien.
Inclino la cabeza en señal de acuerdo.
—La gravedad de mis acciones dependería de lo que me ocultaras.
—¿Y si invadiera tu intimidad acosándote?
—Me sentiría halagado.
Me fulmina con la mirada. —Habla en serio.
—Lo estoy. Eres todo lo que siempre he querido, así que me gustaría
que me persiguieras de esa forma. Demuestra entusiasmo, dedicación y
concentración.
—Estás loco —murmura.
—Estoy loco por ti, Callie. Nunca he dicho lo contrario.
—¿Qué voy a hacer contigo? —Su voz está justo por debajo de un
susurro, un pequeño suspiro roza mi boca.
—Quédate conmigo. Quiéreme.
Parpadea, y la sorpresa de sus ojos se refleja en los míos. Que le dijera
la verdad no significa que tuviera intención de revelarla. Al menos no
ahora, cuando aún no está segura de mí en general.
Quiero que me quiera por razones egoístas que ella no entendería.
—¿Qué has dicho? —pregunta ella.
—Me has oído.
—Bueno, quiero volver a oírlo. —Cuando le dirijo una mirada mordaz,
se levanta para estrechar mi rostro entre sus manos—. Por favor.
Gruño por lo bajo.
―Ya sabes lo que pienso sobre que me supliques.
—¿Por qué crees que lo hago?
—¿Realmente es tan importante para ti?
Cuando asiente, le doy vueltas en la cabeza. En mi profesión, si alguna
vez hay una oportunidad de utilizar algo para favorecer mis negociaciones,
no dudo en utilizarla. Especialmente con la mujer que tengo debajo. Ella
tiene todo el poder.
—Quiero que me ames, Callie.
—¿Y qué hay sobre que tú me ames?
Cuando permanezco en silencio, con sus palabras repitiéndose en mi
cerebro, suelta las manos.
—Eso es lo que pensaba. Quieres que te lo dé todo, pero te niegas a
compartirte conmigo. Nunca había conocido a alguien tan hipócrita.
Aprieto los dientes, añorando ya la sensación de su tacto en mi piel.
—No sé si es posible que ame a alguien.
—Sí, lo es. Te amas a ti mismo. Por eso actúas como lo haces. Las
mentiras y las agendas ocultas te llevan a conseguir lo que quieres. No
importa cuáles sean mis necesidades ni cómo me hagas daño en el proceso.
—No creo que pueda darte lo que quieres.
—¿Por qué? —Sus ojos brillan con lágrimas, nacidas de la ira y el
dolor—. ¿De qué tienes miedo?
Me muevo en la cama, tumbándome a su lado para mirar al techo. Su
pregunta es válida. Soy suficientemente hombre para admitirlo. Pero mi
respuesta no es tan fácil de reconocer. No como el miedo.
Lo único que me asusta en este mundo es la idea de perder a Calista.
—Ser vulnerable —digo—. Nunca quiero sentirme débil.
Ella rueda sobre un costado, con la mirada centrada en mi perfil.
—El amor no te hace débil. Te da la fuerza para luchar por algo que
merece la pena tener. El amor debe traer alegría y plenitud, no tristeza y
vacío.
Mis labios se tuercen de incredulidad.
—Puede que sea la emoción más dolorosa que existe.
—Solo si no estás con la persona que amas.
—Ese es exactamente mi punto de vista.
Calista se queda callada. Al cabo de unos instantes, se arrastra sobre
mí, apoyando las caderas en las mías y las manos en mi pecho. Los sedosos
mechones de cabello acarician mis brazos y la suavidad de su piel roza la
mía, pero son sus ojos los que me mantienen prisionero. El color avellana
rebosa compasión, hasta un punto que nunca antes había visto en ella.
Si eso no es amor, está muy cerca...
—A tu retorcida manera, me amas, Hayden.
Levanta una ceja desafiante, esperando a que responda. Solo puedo
mirarla y esperar a que una negación aparezca en mi mente. Lo hace, pero
no porque no la quiera.
No puedo arriesgarme a amarla.
—Calista...
—Dilo. —Me clava las uñas en la piel, su mirada es igual de
penetrante—. Di que no me amas.
Igualo su mirada.
—En realidad no quieres oír eso.
Se inclina hasta que sus pechos están a ras de mi pecho y sus labios se
ciernen sobre los míos.
—Sí que quiero. Necesito saber aquí y ahora si eres capaz de decirme
la verdad cuando más importa. Porque si me mientes sobre esto, te juro
por Dios, Hayden, que te dejaré.
—Joder, lo harás. —Mi mandíbula se tensa mientras la agarro por las
caderas, clavando los dedos en su suave carne—. ¿Cómo sabrás que
miento?
—Intuición de mujer.
Me sostiene la mirada. Y luego mueve las caderas, deslizando su
húmedo coño a lo largo de mi polla.
—No empieces una mierda que no puedas terminar —le digo, con voz
ronca—. Si no paras, te follarán.
—Quizá.
Sus movimientos son lentos y deliberados, como si me desafiara a
detenerla. Cuando mi semen comienza a gotear de ella y sobre mi vientre,
alargo la mano para barrerlo con los dedos. Luego vuelvo a meterle dos.
—¿Qué haces? —pregunta gimiendo.
—Poniendo mi semen donde debe estar.
Ella niega con la cabeza.
—No, intentas distraerme.
—¿En serio? ¿Eres tú la que restriega su bonito coño sobre mi polla y
crees que soy una distracción?
La acaricio hasta que cabalga sobre mi mano, estrujándola mientras
me mira fijamente.
—Joder, Hayden.
Por una vez, no la regaño por su lenguaje. En lugar de eso, recompenso
esa boca sucia enroscando los dedos, concentrándome en el punto que le
dará lo que quiere.
—Por favor. —Calista inclina la cabeza como si rezara. Puede que lo
esté haciendo. Ahora mismo, yo soy su dios—. Por favor, dímelo.
Espero a que respire entrecortadamente, a que separe los labios en un
grito silencioso. El momento en que se corre, cuando es más vulnerable a
las necesidades de su cuerpo. Y a mí. Entonces le susurro las palabras, mi
verdad, tanto si puede aceptarla como si no.
—No quiero amarte.
Pero lo hago.
CAPÍTULO 12

Calista

La cálida luz del sol se filtra a través de las cortinas, despertándome


de un sueño profundo y tranquilo. Por un momento, me siento
desorientada, atrapada en los nebulosos restos de un sueño. Entonces todo
vuelve a mi mente.
Hayden follándome como un salvaje.
Sus palabras.
Mi sumisión a él.
Me estiro lánguidamente, el dolor de mis músculos es un delicioso
recuerdo de la noche anterior. Frunzo el ceño y me doy la vuelta,
preguntándome en silencio por qué Hayden no me abraza, para descubrir
que su lado de la cama está vacío. Alargo la mano para encontrar su lugar,
frío al tacto. Debe haberse despertado temprano.
Al incorporarme, la sábana se desliza hasta rodear mi cintura desnuda.
Me tomo un momento para admirar los mordiscos de amor que florecen
en mis pechos y caderas, vívidos recuerdos de su reclamo. Los recuerdos
que invocan me calientan el estómago.
Tras su cruda y emotiva confesión de la noche anterior, nuestra
intimidad posterior se sintió diferente... más tierna y conectada. Con cada
caricia y cada beso reverentes, sentía cómo se derretía el hielo que rodeaba
el corazón de Hayden.
Cuando por fin unió nuestros cuerpos por segunda vez, había una
nueva sensibilidad en su toque, como si yo fuera algo infinitamente
precioso. Y más tarde, envueltos en los brazos del otro y agotados, susurró:
―Por favor, no me obligues a amarte.
Aún se me corta la respiración al recordar esas palabras. Es lo más
parecido a una declaración de amor que he recibido de él. Una parte de mí
sigue recelosa, temerosa de tener esperanzas después de tanto desamor.
Pero una parte mayor siente ahora la certeza absoluta que le importo tanto
como él a mí.
Quizá haya dicho que no quiere amarme porque ya me ama...
Me deslizo desde la cama y rebusco en el cajón de Hayden, buscando
una de sus camisetas para ponérmela. Tras colocarme una gris suave justo
por encima del muslo, aspiro su aroma por debajo del olor a detergente.
Este hombre me acelera el pulso sin intentarlo siquiera.
De pie en medio de su habitación, miro fijamente la foto en blanco y
negro que hay sobre su cómoda. Aunque el rostro de la mujer está alejado
del espectador, es hermosa. Su perfil es delicado y su cuerpo está bien
proporcionado, pero no es eso lo que la hace atractiva. Es el aire de misterio
que la rodea, como si fuera a encontrarse con su amante por última vez.
Mirar esta fotografía me despierta la inseguridad que sentí la primera
vez que estuve en la habitación de Hayden. Si añado eso a la timidez que
experimento esta mañana, siento la tentación de volver a sumergirme bajo
las sábanas.
El aroma del café invade mis sentidos, un recordatorio del hombre que
abarca mis pensamientos y me está esperando. Salgo del dormitorio y
camino por el pasillo, deteniéndome justo delante de la cocina. Hayden
está de espaldas a mí. Tiene el cabello desordenado y sobresale en algunas
zonas, pero eso solo lo hace más atractivo. Bueno, eso y su pecho desnudo
y el pantalón de chándal colgando de sus caderas.
Miro atónita. Nunca se me había pasado por la cabeza que alguien
como Hayden, un hombre que siempre va vestido para impresionar,
tuviera pantalones de chándal, y mucho menos que los llevara.
El corazón me late más deprisa cuanto más lo miro. Quiero saludarle
y hacerle saber que estoy aquí, pero tengo la boca seca y no puedo articular
palabra. Ya no soy tímida. Me he vuelto estúpida.
Se vuelve hacia mí y se apoya en la isla, flexionando los músculos de
su torso.
—Buenos días, Callie.
—Hola. —Sale como un chirrido, y mis mejillas se calientan
avergonzada. Este hombre me ha follado de diez maneras desde el
domingo, ¿y no puedo saludarle sin sentirme cohibida? Es increíble.
—Ven aquí —me dice. Cuando me quedo parada, frunce el ceño—.
¿Qué te pasa? ¿Te molesta la herida?
—No, quiero decir, sí. Espera, necesito un segundo. —Respiro hondo
y lo suelto lentamente. No hace nada por librarme de los nervios y desisto
en el intento—. ¿Quién es la mujer de la foto que cuelga en la pared de tu
habitación?
—Ven aquí y te responderé.
Levanto la barbilla.
—Respóndeme y acudiré a ti.
—Oh, sí que vendrás.
Se acerca a mí. Suelto un gritito, mitad excitación, mitad sorpresa, pero
me mantengo firme con el corazón latiéndome en el pecho. Cuando está a
escasos centímetros, levanto las manos con las palmas hacia él.
—Siento los puntos tirantes —le digo—. Por favor, no me estrujes.
Hayden se detiene bruscamente. Se eleva sobre mí, mirándome
fijamente con la preocupación grabada en sus rasgos.
—En lugar de interrogarme sobre una fotografía, deberías haber
mencionado tu malestar.
Me encojo de hombros, e inmediatamente me arrepiento cuando el
movimiento me tensa la piel del hombro.
—Bueno, te lo digo ahora.
—Traeré tu medicación.
—Es que odio el sueño que me entra cuando los tomo.
Da media vuelta para volver a la cocina. Me reclino contra la pared,
con cuidado de no apoyarme en la herida, y me tomo un momento para
recuperar el aliento. No me cabe duda que Hayden me habría follado en
ese mismo momento si no hubiera dicho que me dolían los puntos.
Su apetito es insaciable. Aunque no me quejo, me pregunto hasta qué
punto lo motiva su necesidad de dominación. Utiliza el sexo como táctica
de poder, pero ¿seguiría haciéndolo si yo cediera?
Cuando vuelve con un vaso de agua y unas pastillas en la mano, me
las ofrece. Me apresuro a tragarme la medicación.
—La mujer de la foto en blanco y negro. ¿Quién es, Hayden?
Se inclina un lado de la boca.
—¿Por qué es tan importante para ti?
—Será mejor que no te rías de mí. Esto va en serio.
—No voy a tomarte el pelo con esto. Puedes dejar de mirarme como si
quisieras estrangularme. —Ladea la cabeza—. ¿Estás celosa, Callie?
Sí.
Me burlo.
—No dejes que mi pregunta infle tu ya de por sí gran ego. ¿Quién es
y por qué está en la pared de tu habitación?
Se inclina hasta que veo el azul de sus ojos brillar divertidos y
placenteros.
—Eres tú.
—¿Yo?
—Sí.
Giro sobre mis talones y corro hacia el dormitorio, con la risa de
Hayden siguiéndome. El sonido, despreocupado y alegre, me estruja el
corazón. Es solo la tercera vez que le oigo reírse. Puede que me guste la
parte oscura y melancólica de su personalidad, pero esto es algo especial.
Tras detenerme en seco frente a la cómoda, miro fijamente la foto.
Apenas me doy cuenta que Hayden viene a colocarse detrás de mí hasta
que se inclina hacia delante para colocar su boca junto a mi oído.
—La única mujer a la que permitiré entrar en esta habitación eres tú.
—No puedo creerlo —susurro—. Dios, eres un acosador.
Vuelve a reírse y yo aprieto los labios para contener una sonrisa. No le
he perdonado exactamente por aquella jugarreta, pero después de lidiar
con la pesadilla de mi pasado, Hayden es la única persona que me hace
sentir segura. Irónico, ya que al principio me daba mucho miedo.
—Me declaro culpable —dice. Arrastra sus labios por el lateral de mi
cuello, depositando un beso con la boca abierta en la sensible piel que hay
allí. Me estremezco, evidenciando que mi cuerpo le obedece más a él que a
mí—. Hice esta foto para no secuestrarte.
—¿Se supone que debo darte un premio por eso? —Refunfuño—.
¿Cuánto tiempo hace de esto?
—La semana después del funeral de tu padre.
Me pongo rígida.
—¿Estás diciendo que llevas meses siguiéndome?
Hayden me agarra por los hombros, con cuidado de no herirme, y me
gira para que lo mire.
—Necesitaba saber qué clase de mujer eras. Ahora que lo sé, no
volveré a vivir sin ti. No puedo.
—Yo tampoco sé si puedo.
Me aprieta con más fuerza.
—Tengo tantas ganas de besarte.
—¿Por qué no lo haces?
—Porque si lo hago, te follaré, y tengo que irme pronto.
—Déjame adivinar, ¿tengo que quedarme aquí todo el día? —Cuando
asiente, pongo los ojos en blanco—. Sé que esto puede resultarte chocante,
pero me gusta trabajar y mantenerme ocupada.
En lugar de discutir conmigo, me da un beso en la frente. La tierna
acción me deja mirándole atónita. Primero Hayden se ríe, y ahora se
muestra tierno... ¿Cómo no voy a perdonarle? Puede que ya lo haya hecho,
o no le habría entregado cada parte de mí anoche.
—Callie, sé que no quieres oír esto, pero alguien te envió ese paquete
para asustarte. Hasta que sepa quiénes son y qué quieren de ti, voy a hacer
todo lo que esté en mi mano para mantenerte a salvo.
Coloco las manos sobre su pecho.
—¿Crees que estoy en peligro?
—No estoy dispuesto a arriesgar tu vida.
—Esa no es una respuesta.
Desvía la mirada en una rara muestra de incertidumbre. O tal vez sea
para ocultar su miedo... —Alguien mató a tu padre y a su amante y agredió
a su hija. Creo que esa misteriosa persona tiene una venganza contra el
senador. Al haber fallecido él, tú eres el único objetivo que queda. No
descartemos el que tanto tú como su secretaria tuvierais el mismo
compuesto de drogas en vuestros sistemas la noche en que se produjeron
los crímenes. Todo está demasiado conectado para ser una coincidencia.
Asiento lentamente con la cabeza, asimilando esta información. No es
nada nuevo, pero oírla de golpe después de todo lo que pasó ayer la pone
en perspectiva. Alguien tiene que resolver este caso y llevar ante la justicia
a la persona que está detrás, o siempre tendré que mirar por encima del
hombro, esperando que alguien venga a por mí.
—¿Por qué ahora? —pregunto—. El funeral de mi padre fue hace
meses. Si esta persona pensaba hacerme daño, ¿por qué no lo hizo cuando
me mudé de la finca de mi padre?
—¿Tal vez porque vieron que alguien te acechaba y eso los mantuvo a
distancia?
Cuando Hayden me guiña un ojo, casi me derrito en el suelo. Su
expresión se vuelve seria y exhala un suspiro.
—Bromas aparte, no tengo una respuesta para ti. Lo que sí sé es que
llegaré al fondo del asunto. Hasta que lo haga, voy a necesitar que cumplas
la promesa que me hiciste.
Arrugo la cabeza, confundida.
—¿Cuál? Exiges muchas cosas.
—Me prometiste que me dejarías protegerte.
—Oh, cierto. Al menos esta prisión es cómoda.
—No te vas a quedar aquí.
CAPÍTULO 13

Calista

—¿Qué? —Entrecierro los ojos para mirarle—. ¿Adónde me envías?


Desliza las manos desde mis hombros hasta rodearme el cuello y tira
de mí hacia él. A pesar de la suavidad de su tacto, sus ojos están llenos de
determinación.
—Nos marchamos. No quiero que te quedes en la ciudad mientras
trabajo en este caso. Haz las maletas y vete a un lugar cálido.
Aguanto su intensa mirada, negándome a retroceder. Si cedo en esto,
¿quién sabe qué otras libertades, me quitará con la excusa de protegerme?
—No puedo marcharme sin más —le digo—. Tengo un trabajo y
echaré de menos a Harper. Además, ¿qué pasa con la promesa que me
hiciste? Quiero matricularme en las clases de primavera, para las que solo
faltan unas semanas. Entiendo que quieras mantenerme a salvo, y creo que
lo harás, pero tendrá que ser aquí. Si confías en mí, entonces tienes que
retroceder y dejarme tomar mis propias decisiones.
Su expresión sigue siendo pétrea a pesar de mi apasionada súplica.
Busco en sus ojos una señal que indique que va a ceder, pero no encuentro
suavidad. En todo caso, se muestra más rígido que antes.
—Entiendo que quieras tu independencia —me dice apretando los
dientes—. Pero no arriesgaré tu vida solo para que puedas disfrutar de las
comodidades familiares de tu hogar. He cometido demasiados errores en
lo que a ti respecta, y no añadiré otro a la lista.
—¿Te refieres al error de dejarte esas perlas en el bolsillo? —Me zafo
de su abrazo con una carcajada, pero el sonido es hueco—. Aquello fue un
gran error. Me demostró que no puedo confiar en que no antepongas tus
necesidades a las mías.
Tensa la mandíbula, luchando visiblemente contra una confusión
interior, antes de entrecerrar los ojos.
—No voy a cambiar de opinión, Calista. Haz las maletas o no las
hagas. De cualquier forma, nos vamos.
Se me encoge el corazón.
—¿No puedo decir nada? —pregunto, cubriendo mis palabras de
amargura—. ¿Tú decides qué es lo mejor para mi vida y ya está, fin de la
discusión?
—Es por tu propio bien. —Se cruza de brazos, una indicación
silenciosa que da por zanjado el tema.
Retrocedo como si me hubiera abofeteado. La indignación y el dolor
se agolpan en mi pecho, a punto de estallar a través de mi piel.
—No lo aceptaré. No puedes dictar cada aspecto de mi vida y
disfrazarlo de protección.
—Di lo que quieras, pero no te irás de aquí hasta que vuelva a por ti.
Cuando lo haga, subirás al avión, aunque tenga que llevarte en brazos. Que
estés atada o no, es tu elección.
Le dirijo una sonrisa acaramelada.
—Qué amable eres al dejarme decir algo. ¿Y qué pasa con mi cuerpo?
¿Lo tomarás también cuando te apetezca?
Los ojos de Hayden brillan ante la insinuación justo antes de dar un
paso hacia mí. Retrocedo, pero él sigue avanzando hasta que mi espalda
choca contra una superficie plana. Golpea la pared con las manos a ambos
lados de mi cabeza, enjaulándome. No importa. No tengo fuerzas para
huir, no con la mirada furiosa cubriéndole el rostro y vaciándome de valor.
—Nunca te forzaría —exclama—. No soy un violador. No me insultes
a mí ni a lo que tenemos sugiriéndolo. Sin embargo...
Aprieta la longitud de su cuerpo contra el mío, clavándome en su sitio.
Jadeo al sentir su polla, dura y palpitante contra mí. Me arden las mejillas
de excitación y vergüenza. Me he pasado de la raya, pero no puedo
retractarme, aunque me arrepienta de lo que he dicho por rabia.
—Srta. Green, si cree que no la seduciré hasta que me suplique que la
folle, piénselo otra vez. No tengo ningún problema en jugar con ese bonito
coño hasta que estés llorando por correrte.
—¿Srta. Green? Creí que era la Sra. Bennett, según Sebastian —digo
bruscamente, con las palabras agudas y la respiración entrecortada.
—Señora Bennett suena muy bien. Quedaría aún mejor escrito en tu
piel.
Miro fijamente a Hayden, sabiendo que no he conseguido que
reaccione.
—Lo nuestro es una broma, Sr. Bennett. Solo me quieres si puedes
controlar todos los aspectos de nuestra relación.
—A mí me suena a matrimonio.
—Arrogante hijo de puta.
—Llámame como quieras —dice Hayden —pero recuerda ese nombre
porque será el que grites más tarde, Sra. Bennett.
Se aparta de la pared, con la mandíbula rígida. Sin decir una palabra
más, se aparta de mí y entra en el baño dando un portazo. Me agarro el
pecho, deseando que mi corazón se calme y mi respiración entrecortada se
estabilice.
Ver a Hayden así de enfadado conmigo... No quiero volver a
experimentarlo.
Salgo a trompicones de su habitación al dormitorio de invitados y me
hundo en el borde del colchón. El tiempo pasa mientras miro al frente, aún
conmocionada por el enfrentamiento. La distancia que nos separa parece
insalvable y, según parece, nunca llegaremos a un acuerdo pacífico.
A no ser que me rinda.

Cojo el teléfono de la mesilla de noche de la habitación de Hayden sin


hacer una mueca de dolor. El alivio debido a la medicación está en pleno
efecto, pero el dolor de mi conversación de antes con Hayden aún persiste.
No se ha puesto en contacto conmigo desde que se fue a trabajar. Estoy
agradecida, pero me siento sola.
En la pantalla de mi móvil aparece una notificación de Harper. Sonrío,
a pesar de mis maltrechas emociones, y abro el mensaje.
Harper: Hola chica, sé que estás ocupada descansando, pero cuando
tengas un momento, envíame un mensaje. Estoy intentando no asustarme.
Vale, es mentira. Estoy totalmente flipada contigo. Mándame un mensaje
cuando recibas esto.
Harper: No sé si los analgésicos que te han dado hacen efecto, pero si
no, avísame. Mi madre trabaja para una gran empresa farmacéutica y
puedo conseguirte mierda buena.
Calista: Hola amiga. Siento haberte preocupado. Después de verte en
el hospital, me dieron el alta. Luego Hayden me llevó a la farmacia a
recoger mi medicación, y volvimos a su casa a cenar. Después de eso, me
desmayé. ¿Cómo está Alex? ¿Puedes decirle que lo siento y que pagaré
todos los daños cuando vuelva al trabajo?
Harper responde en cuestión de segundos. Sonrío al imaginármela
tecleando furiosamente en su móvil e ignorando a todo el mundo a su
alrededor. Cuando se fija en algo, tienes suerte si consigues llamar su
atención.
Harper: Ya era hora que me enviaras un mensaje. Estuve a punto de
entrar en el ático, o en el sitio de lujo en el que vives. Ayer, Alex y yo
limpiamos todos los cristales, tiramos todos los productos horneados para
asegurarnos de no herir a nadie y nos pasamos el resto del día horneando
en la cocina. No te preocupes por intentar compensar a Alex por nada. Tu
marido, creo haber oído a ese dios ruso referirse a ti como la Sra. Bennett,
se encargó para que alguien llegara hoy y lo arreglara todo. También lo ha
pagado todo, y le ha dado a Alex la cantidad de ingresos que habría
obtenido si hubiéramos estado abiertos.
Calista: Vaya.
Harper: Sí. Cuando se trata de ti, ese abogado no se anda con tonterías.
Calista: Me lo dices a mí.
Harper: Te lo estoy diciendo. Tendrías que haber visto su cara cuando
llegó al Sugar Cube y te vio tirada en el suelo. No soy religiosa, pero he
rezado tres Avemarías. Aquel hombre parecía querer matar a alguien, y no
iba a ser a mí. En fin, ¿cuándo vuelves al trabajo? Mañana abro. A la mierda
mi vida.
Me muerdo el labio inferior, pensando en los planes de viaje que
Hayden mencionó esta mañana. Por mucho que quiera rebelarme, no estoy
segura de querer provocarle de nuevo. Pero si no lo hago, ¿entonces qué?
Calista: No estoy segura. Hayden ha dicho que quiere llevarme de
vacaciones improvisadas mientras averigua quién me ha enviado esa
entrega.
Harper: Sabes, quizá alejarse de toda esta mierda no sería tan mala
idea. Alex por fin ha contratado a dos personas más, y Sheryl ha vuelto de
su baja por maternidad. Por una vez, no nos faltará personal. Así que, si
estás preocupada por eso, no lo estés.
Calista: Me conoces muy bien. Intentaré no sentirme culpable por todo
esto.
Harper: Más te vale. Nada de esto es culpa tuya. Tengo que irme. Un
imbécil está intentando hablar conmigo y estoy a punto de decirle a mi
profesor de economía que puede coger su temario y hacerse una paja con
él. Hablando de micro, ¿no? �
Calista: lol. Hablamos más tarde. �
Me tumbo en la cama y miro al techo aturdida. Harper hizo que la
sugerencia de Hayden de abandonar la ciudad sonara razonable. Pero cada
vez que pienso en la forma en que me ordenó recoger mis cosas, me dan
ganas de golpear algo. Si no me enfrento a él ahora, ¿me arrepentiré
después?
Se me escapa un suspiro, llenando el silencio. No tengo respuestas,
solo preguntas. No todas se centran en Hayden. ¿Quién cogió mis bragas
y me las envió casi un año después de mi agresión? Me estremezco al
pensar que alguien las haya guardado durante tanto tiempo. Eso es
enfermizo.
¿Qué quieren de mí? No tengo nada de valor. El nombre de mi familia
está hecho jirones. No tengo ni una fracción de la riqueza que solía tener.
No poseo nada caro, ya sea algo físico o información secreta o privilegiada.
Nada tiene sentido.
Mi ira hacia Hayden disminuye lo suficiente para que mis músculos
se relajen y aflojen un poco. Es un capullo, pero ese hombre quiere librarse
del peligro cerniéndose sobre mí. ¿Cómo puedo hacer que valore mi
independencia mientras permanezco a la sombra de su protección?
CAPÍTULO 14

Calista

Los últimos rayos de sol se filtran en la habitación, dándole un brillo


bronceado. Uno de los rayos se desliza por mi cara, calentándola
ligeramente y penetrando en la oscuridad del sueño. Arrugo la cara con un
bostezo y mis ojos se abren de golpe, luchando contra los zarcillos de
letargo que aún se aferran a mí.
Desaparecen en cuanto percibo que no estoy sola.
Me siento erguida y espero a que me duelan los puntos por el rápido
movimiento. Me olvido inmediatamente de mi herida en cuanto un par de
ojos azul claro se cruzan con los míos. Incluso en la habitación poco
iluminada, puedo distinguir la preocupación que brilla en sus
profundidades.
—Hayden —respiro. Mi cuerpo se tensa, esperando a que me toque.
Él asiente, pero permanece de pie a los pies de la cama con los brazos
cruzados. Este hombre nunca ha tenido problemas para expresar lo que
quiere. Me aparto un mechón de cabello de la mejilla y espero.
—¿Supongo que hoy has descansado? —pregunta.
—Sí.
—Bien. ¿Has recogido tus cosas? Nos vamos antes del amanecer.
Le sostengo la mirada, temblándome interiormente.
—No.
—Ya veo. —Su tono suave no concuerda con el afinamiento de su
boca—. Entonces ya has tomado una decisión.
—¿Por qué haces esto? Obligarme a ir contigo es un secuestro, para
que lo sepas. Estoy bastante segura que hay leyes que prohíben este tipo
de cosas.
Enarca una ceja.
—Debes de sentirte mejor si te atreves suficientemente a sermonearme
sobre el funcionamiento de la ley. Puedo narrar esta situación de forma que
nada de lo que estoy haciendo sea ilegal, pero no tiene sentido. Vienes
conmigo porque quien te envió ese paquete tiene un plan.
Sacudo la cabeza en señal de negación.
—¿Cómo puedes estar tan seguro que alguien quiere hacerme daño?
—¿Quién puede predecir o comprender la mente de un trastornado?
Le dirijo una mirada mordaz.
—Tenga cuidado, señora Bennett.
—¿De verdad crees que tiene algo que ver con mi padre? —pregunto,
intentando cambiar de tema. Y haciendo caso omiso de su nuevo nombre
para mí.
Hayden asiente.
—Los políticos rara vez ocupan y mantienen un cargo sin que haya
algún tipo de inmundicia sobre ellos.
—Mi padre era un buen hombre. Si te importo algo, no dirás cosas
negativas sobre él delante de mí —Suelto la mirada y aliso el edredón,
incapaz de mirar a Hayden—. Quiero que mis recuerdos de él
permanezcan intactos, independientemente de lo que descubra tu
investigación.
—Lo comprendo. —Su voz se suaviza, dándome valor para
encontrarme con su mirada—. Tu padre era inocente de los cargos que se
le imputaban. Ahora lo sé, debería haber sabido que era un hombre decente
después de conocerte. Si no fuera cierto, habría matado la bondad que hay
en ti en lugar de alimentarla.
—Gracias. Significa mucho para mí oírte decir algo bueno de mi padre.
Dios, lo echo mucho de menos.
Hayden se pone rígido. Es casi imperceptible, pero me doy cuenta.
Estrecho la mirada y lo escruto, buscando en su rostro cualquier detalle
que pueda explicar su cambio de actitud.
—Te debo una disculpa por lo de tu padre —me dice en voz baja—.
Lo juzgué muy mal.
—Está bien. Has admitido que cambiaste tu opinión sobre él, y eso es
lo único que me importa.
Introduce las manos en sus bolsillos y gira la cabeza hacia el resquicio
de luz solar menguante que ahora no ilumina la habitación.
—Me equivoqué mucho y nunca podré compensártelo.
Mi frente se frunce confusa. Justo cuando estoy a punto de pedirle que
me explique de qué está hablando, Hayden me mira, con expresión estoica
una vez más. El brusco cambio en él me deja sin palabras. Está claro que
algo le preocupa, pero no tengo ni idea qué puede ser.
O si quiero saberlo.
—Supongo que no has cenado ya que estabas dormida cuando entré
aquí —me dice.
—No lo he hecho. ¿Cuándo has llegado a casa?
Levanta un hombro medio encogiéndose de hombros.
—Hace horas.
—No me vigilaste todo el tiempo, ¿verdad?
—Sí, lo hice. —Hace una pausa y luego dice—. Verte dormida en mi
cama me tranquiliza. Todavía estoy jodidamente aterrorizado ante la idea
de perderte.
El corazón me late desbocado en el pecho ante su confesión. No es la
primera vez que Hayden admite que tiene miedo de perderme, pero por
alguna razón esto es diferente. Está lleno de algo más que miedo.
Hay pura agonía grabada en cada palabra, en cada sílaba.
Un silencio espeluznante se apodera de la habitación, envolviéndonos
en tensión. Lo rompo con un susurro, apenas perceptible para mis oídos.
—No sé qué decir, Hayden.
Rompe el contacto visual conmigo, su mandíbula se tensa mientras
aparta la mirada.
—A menos que aceptes cooperar, no hay nada que decir.
—Eso no es cierto. A pesar que mi pasado ha vuelto para
atormentarme, tú y yo tenemos asuntos que deben resolverse. Si no... —
Ahora soy yo quien gira la cabeza cuando su mirada se dirige en mi
dirección. Las cosas tienen que cambiar.
—Cambiarán una vez se neutralice esta amenaza.
Exhalo mi frustración contenida.
—Sí, vale.
—Quizá cuando hayas comido mejore tu mal humor.
—A menos que hayas decidido que no vas a secuestrarme, entonces lo
dudo —murmuro.
Hayden extiende la mano para ayudarme.
—Tengo cuerda preparada, por si la necesitas.
Aparto su mano y me deslizo desde el colchón. Antes que mis pies
puedan posarse en la mullida alfombra, me rodea la cintura con un brazo
y me arrastra hacia él. Me golpeo contra su pecho, aturdida.
—El rechazo solo hace que te desee más —me dice—. Sigue
resistiéndote a mí y te follaré sobre la mesa del comedor.
Al oír la pasión en su voz, mi cuerpo reacciona, a pesar de mis
esfuerzos. Su amenaza sensual, combinada con la intensidad de nuestro
intercambio, despierta en mí algo que no puedo ignorar. Es una conexión
emocional que hemos forjado, una conexión que trasciende las
circunstancias por las que estamos luchando.
Inhalo profundamente en un intento de estabilizar mi respiración. Con
él abrazándome tan cerca, es imposible.
—Tengo hambre —le digo, con la voz temblorosa mientras lucho
contra mi necesidad de él.
Me suelta, pero no retrocede. Una vez más, me ofrece la mano. Esta
vez, la cojo sin vacilar. Provocarle de nuevo instigará una batalla que no
puedo ganar.
Codo con codo, nos dirigimos a la cocina. Los pensamientos se
agolpan en mi mente, haciendo sonar diferentes preocupaciones e
inseguridades hasta que estoy dispuesta a emborracharme para no pensar
en absoluto. Cada vez que repaso los posibles escenarios de esta escapada
que ha planeado, no se me ocurre nada que haga las paces entre nosotros.
—¿Cuál es el destino para mañana?
Hayden me levanta la mano y acaricia el interior de mi muñeca con
los labios antes de responder.
―Una isla tropical lejos de aquí.
Tiro de su mano, incapaz de concentrarme mientras besa mi piel. Me
suelta con una sonrisa cómplice, y resisto el impulso de hacerle una mueca.
—¿Puedes ser más vago? —pregunto.
—Cuanto menos sepas, mejor. Lo mismo digo de tu amiga.
—Bien.
Decírselo a Harper no me serviría de nada. No es como si ella fuera a
rescatarme de él. Además, existe la posibilidad que Hayden mienta para
protegerme, según su costumbre.
—¿Qué quieres comer? —pregunta, interrumpiendo mis cavilaciones.
—No importa. Tu ama de llaves cocina muy bien. No he probado nada
que no me haya encantado. Me gustaría conocerla en algún momento.
—En su momento.
Se acerca al frigorífico de acero inoxidable y saca dos platos cubiertos.
Tras calentar el contenido, los pone sobre la mesa del comedor, uno
enfrente del otro.
Tomo asiento con la boca hecha agua, dispuesta a devorar toda la
ración de lasaña. Hayden se acomoda en la otra silla. Me observa, inmóvil.
Un rubor sube a mis mejillas. Agacho la cabeza y busco mis cubiertos,
utilizando mi comida como punto focal. Aunque no le miro, noto que su
mirada sigue cada uno de mis movimientos. Espero a que coma, pero su
plato permanece intacto, sin dejar de mirarme.
Me muevo bajo su atenta mirada, reprendiéndome en silencio por
dejar que me afecte.
—Me estás mirando.
—Lo sé.
Levanto la cabeza. Me mira con una expresión suave, que rara vez
muestra. Es casi reverente, como si yo fuera lo más cautivador que ha visto
en su vida. La intensa energía que emana de él me produce un
estremecimiento. Lo reprimo inmediatamente.
—Eres tan hermosa, Calista.
Inclino la cabeza una vez más, ignoro mi estado de turbación y doy
otro bocado, saboreando los ricos sabores.
—¿Podemos llevar a tu ama de llaves a donde coño me lleves?
Hayden tose para ocultar su diversión.
―Lenguaje, señora Bennett. Y no, no llevaremos a Cecil con nosotros.
—Bueno, lo he intentado.
—Te das cuenta que no quiero negarte nada, ¿verdad?
Me encojo de hombros.
—Y sabes que haría cualquier cosa por mantenerte a salvo, ¿verdad?
—Sí, eso es lo que me preocupa —digo asintiendo con la cabeza—. No
tienes límites sanos.
Ladea la cabeza.
—¿Estás diciendo que el amor debe tener límites?
—¿Estás diciendo que me amas?
—Creo que es inevitable.
Se me acelera el corazón, pero pongo los ojos en blanco para
disimularlo.
—Eres un romántico.
—¿Me amas, Calista?
Dejo de respirar hasta que mis pulmones gritan pidiendo alivio.
Durante esos segundos, Hayden me observa con expresión hambrienta,
como si se muriera de hambre por mi cariño.
—Ahora mismo, ni siquiera me gustas. Acosador, secuestrador,
dictador, etc... ¿Debo continuar?
—Detalles. —Hace un gesto con la mano desestimando la pregunta—
. Responde a la pregunta.
—¿Por qué te importa?
—Porque nunca he conocido a nadie como tú. —Se inclina hacia
delante, con la mirada inquebrantable—. Calista, me desafías, me intrigas,
pero eres la única persona que me hace cuestionarme todo lo que he
conocido.
—¿Y crees que eso es amor?
Se reclina en la silla con expresión pensativa.
—Creo que es profundo. Eres insustituible. Sería un idiota si pensara
que podría tener esto con otra mujer, cuando nunca he deseado nada más
que un polvo rápido. Hasta que llegaste tú.
Me muerdo el labio inferior mientras un poco de esperanza se
arremolina en mi interior.
—Eres imposible, ¿lo sabes?
Me dedica una triste sonrisa que punza mi corazón.
—Me lo han dicho una o dos veces en mi vida.
—¿Quién?
—Mi madre.
La simple respuesta conlleva una profundidad y un peso que no
puedo dejar de lado. Es un recordatorio que bajo el exterior endurecido de
este hombre, Hayden es una persona con su propia historia, dolor y
complejidades.
—Siento haber sacado el tema —le digo en voz baja.
—No pasa nada. Aunque pienso en ella constantemente, nunca había
hablado de ella hasta ahora.
—¿Qué ha cambiado?
—Tú.
—No intentes adularme —digo—. Por una vez, dime la verdad.
Todo rastro de diversión abandona su rostro.
—Eres la primera persona con la que he querido compartir su
recuerdo.
—Oh.
No espera a que reúna mis pensamientos y les dé forma en una frase
coherente. Tras ponerse en pie, me tiende la mano.
―Vamos, es hora de irse a la cama.
—¿Y si no estoy cansada?
—Lo estarás.
Con la barbilla levantada, apoyo mi mano en la suya y me pongo en
pie.
—Tienes razón. El camino hasta el dormitorio de invitados es muy
largo.
—Tu sarcasmo no es necesario —me dice, moviendo los labios.
—Tampoco tu arrogancia, pero aquí estamos.
Sacude la cabeza suspirando.
—Venga, vamos a llevarte a la cama.
Detengo los pies, pero mi corazón sigue acelerado por los nervios y la
curiosidad.
—Espera.
—¿Qué pasa?
Tomo aire antes de continuar.
—Si admitiera que te amo, ¿qué harías?
Se gira lentamente para mirarme. Sus ojos se clavan en los míos, un
brillo inesperado ilumina sus profundidades. El silencio crece, cargado
tanto de expectación como de pavor. En cuestión de segundos, estoy llena
de arrepentimiento.
—Nunca m...
—Calista, no sé lo que haría porque nunca he estado enamorado. Pero
si admitieras tus sentimientos por mí, los apreciaría y protegería hasta la
muerte.
—Eso es muy parecido a un voto matrimonial.
Me dedica una secreta sonrisilla.
—Dale tiempo.
CAPÍTULO 15

Calista

No estoy segura si son los analgésicos o el día tan cargado


emocionalmente que he tenido, pero estoy a punto de desmayarme. Si así
es como reacciona mi cuerpo a la medicación normal, no puedo
imaginarme cómo sería la 'buena mierda'. Me pregunto si Harper tiene
experiencia personal con ciertos medicamentos recetados debido al trabajo
de su madre.
Dentro del baño, me desvisto rápidamente, frunciendo el ceño cuando
veo un vendaje en mi cadera. Puede que esté aturdida por la medicación,
pero no hasta el punto de haber olvidado que tengo otra herida. Me invade
la inquietud al despegar el esparadrapo con dedos temblorosos. La
primera visión de la tinta negra me hace jadear, pero casi grito cuando la
retiro del todo.
Sra. Bennett.
El tatuaje es una letra preciosa, una que yo habría elegido si me
hubieran dado a elegir. Solo que no me la dieron.
Resoplo con rabia hasta que estoy a punto de explotar. Pierdo la
noción del tiempo allí de pie, debatiéndome sobre cómo manejar esto, pero
lo único que puedo pensar es: Jodido Hayden.
Cuando la habitación se llena de vapor y empiezo a sudar, suspiro
derrotada. Ahora mismo no puedo hacer nada con el tatuaje. Lo que puedo
hacer es no darle a Hayden la satisfacción de saber que me molesta.
Vuelvo a ponerme la venda y me meto en la ducha. El agua caliente
no hace nada por aliviar la tensión de mi cuerpo. Cuando termino, me
envuelvo el torso con una toalla, mirando constantemente hacia la puerta.
Aunque Hayden no me ha molestado, sigo anticipando su presencia en el
baño. Tener un momento tranquilo no era realmente pacífico, pero cuando
se trata de él, nada lo es.
Excepto las veces que confié plenamente en él.
Suelto un suspiro melancólico. Antes de saber que era mi acosador,
estaba perdidamente enamorada de él. Incluso ahora, probablemente sea
una causa perdida, pero algo dentro de mí se aferra a mi independencia.
Él intenta por todos los medios despojarme de ella. Uno de los dos tendrá
que ceder y sospecho que seré yo.
¿Cómo puede alguien luchar contra un huracán sin ser arrastrado y
ahogado?
Sacudo la cabeza ante mis pensamientos y me pongo rápidamente
ropa interior y un sujetador, junto con unos pantalones cortos y un top de
flores a juego. Los finos tirantes me dejan la herida libre de rozaduras, que
es una de las razones por las que lo elegí. La otra es evitar que Hayden se
haga una idea equivocada llevando un peluche sedoso. Ya no puede
quitarme las manos de encima.
Frunzo el ceño y recuerdo mi incapacidad para decirle que no. Cada
vez que ha iniciado el sexo con un beso exigente o una ligera caricia, mi
fortaleza se derrite como un copo de nieve en la palma de mi mano.
—¿Callie?
—Ahora salgo.
Tras girar el pomo de la puerta, entro en el dormitorio de Hayden y
me acerco a la oscuridad. La única luz procede de los rayos de la luna, que
ensombrecen al hombre de mis sueños y pesadillas. Está de pie junto a la
ventana, sin más ropa que un pantalón destinado a dormir.
Aparto la mirada de su estómago desgarrado y de las líneas que
desaparecen en el interior de la cinturilla que se asienta sobre sus caderas.
El nerviosismo me recorre los brazos como chispas de electricidad, y casi
salto cuando Hayden me hace un gesto para que me acerque a él. Con un
pequeño movimiento de cabeza, planto los pies.
—Tenemos que hablar de algo.
Él levanta una ceja.
—No hemos hecho otra cosa que hablar en toda la noche.
—Lo sé, pero esto es importante para mí.
Hay un sutil cambio en su cuerpo, un ablandamiento que antes no
existía.
—Te escucho.
—Necesito un tiempo muerto en el sexo.
El cambio en Hayden es inmediato. Sus ojos se entrecierran hasta
convertirse en meras ranuras y todo su cuerpo se vuelve rígido por la ira
reprimida.
—¿Qué es esto? ¿Un puto juego del pilla-pilla?
—No, no lo es. —Me rodeo la cintura con los brazos para fortalecerme
contra la ira que exuda en oleadas—. Ahora mismo están pasando muchas
cosas en mi vida, comenzando porque has admitido ser mi acosador y
terminando con alguien que ha decidido apropiarse de ese título
enviándome esas bragas. Me preocupa no poder tomar decisiones lógicas
en tanto intimemos, y eso nubla mis emociones.
Ladea la cabeza, con expresión de incredulidad. Me muerdo el interior
de la mejilla para no hablar y no decir nada que le cabree más.
—¿Qué decisión hay que tomar? —pregunta, con voz engañosamente
tranquila.
—Si puedo perdonarte por mentirme, sabiendo que seguirás
haciéndolo.
—Me perdonarás. Solo es cuestión de cuándo.
Lo fulmino con la mirada, y parte de mi ansiedad se filtra para ser
sustituida por ira.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque tienes un corazón tierno y un alma amable —me dice—. No
está en tu naturaleza odiar. Al menos, no para siempre, espero.
—¿Esperas?
Hace un gesto con la mano condescendiente, pero hay una rigidez en
el movimiento que no puedo ignorar. Si no fuera por la oscuridad que nos
rodea, sabría mejor si me lo estoy imaginando o no.
—Esperaré lo que haga falta hasta que me perdones —me dice.
—No aguantes la respiración.
Una sonrisa se apodera de mí, y el blanco de sus dientes penetra en el
espacio poco iluminado.
—No lo haré.
—Hayden, por favor. Necesito que te tomes esto en serio. No puedo
acostarme contigo mientras mis emociones sean un desastre.
Y mientras esté cabreada por este tatuaje.
—Bien.
Le miro con desconfianza.
—Has cedido demasiado rápido.
—No, no lo hice. Ya te he dicho que no me importa seducirte, y eso es
lo que pienso hacer, a partir de mañana. Ahora, si ya has cubierto todo lo
que tenías en la agenda, me voy a la cama. Nuestro vuelo sale por la
mañana temprano.
Se acerca a la cama y retira el edredón para acomodarse en el colchón,
mirando al techo.
—Ven aquí.
Me quedo clavada en el sitio.
—No voy a ir.
Se queda quieto, pero centra su mirada en mí. Casi me estremezco ante
su fría y dura determinación.
—No estoy de humor para juegos. Si no te metes en esta cama en los
próximos diez segundos, iré a por ti. Y cuando te atrape, lo lamentarás.
Con una despreocupación que no siento, pongo los ojos en blanco y
me dirijo a la cama. Tras arrastrarme hasta el colchón para ocupar mi sitio
junto a Hayden, me tumbo de lado, frente a él.
—Eres un imbécil.
—Calista...
Cierro los ojos con fuerza, no solo para indicar mi intención de dormir,
sino también para evitar su mirada asesina. Incluso sin mirarle, siento que
arde en mi piel. Toda esta noche ha sido una gigantesca batalla de
voluntades, y ahora que se ha calmado, tengo tiempo para reflexionar
sobre ello. Por desgracia, no puedo mantenerme despierta lo suficiente
como para hacer otra cosa que reafirmar mentalmente mi postura sobre
estas supuestas vacaciones.
No me voy.

Me voy.
Hayden me despertó esta mañana y cumplió su amenaza: me echó al
hombro y me llevó hasta la puerta principal. Solo se detuvo para
envolverme en su gabardina, y eso después que chillara sobre mi atuendo
inapropiado y sobre cómo no quería que me vieran en pijama.
Tira bruscamente del cuello y abrocha todos los botones hasta
cubrirme desde el cuello hasta las rodillas.
—Te lo advertí.
—No creí que fueras a arrastrar mi culo al frío glacial.
—No quería, pero si es la única forma de moverte, que así sea. ¿Estás
dispuesta a cooperar?
Le fulmino con la mirada.
—Como quieras. Tengo la cuerda en el bolsillo, por si es necesario.
Hayden me alcanza con una velocidad demasiado rápida para que
pueda reaccionar. Con un gruñido, aterrizo sobre su hombro, con el cabello
colgando a ambos lados de la cara. Me escuece la piel del tatuaje y me arden
las mejillas, no solo de vergüenza, sino de indignación. Levanto la pierna
para darle un rodillazo en el pecho, y él me pasa el brazo por detrás de los
muslos, impidiéndomelo.
Luego me azota el culo.
—Basta, Calista. Esto ya está pasando. Si intentas pegarme o decides
gritar pidiendo ayuda, te ataré y amordazaré tan rápido que te dará vueltas
la cabeza. ¿Entendido?
Resoplo indignada. Es lo mejor que puedo hacer con mi orgullo hecho
jirones y el culo escocido. Mi cabello se balancea de un lado a otro con cada
uno de sus pasos, y no me molesto en quitármelo de la cara. Agradezco
que cubra mi expresión mortificada, aunque el personal del edificio
conozca mi identidad.
Hayden acaba por dejarme en el coche que me espera fuera, y yo me
revuelvo por los asientos de cuero, ansiosa por poner distancia entre
nosotros. Él sube detrás de mí, con una mirada divertida.
—Ponte el cinturón, Callie.
—Lo haré cuando esté lista. —Inserto el cierre metálico en la hebilla—
. Ya estoy lista.
Mueve la cabeza, con los labios crispados.
—Eres muy testaruda.
Una vez que el conductor dirige el vehículo hacia la carretera, miro
por la ventanilla y veo pasar la ciudad, hosca e incapaz de disfrutar de la
vista. El ocasional toque de bocina es lo único que rompe el silencio. Al
cabo de unos minutos, Hayden vuelve a hablar.
—Sé que estás enfadada conmigo, pero con el tiempo comprenderás
por qué tuve que hacer esto.
Permanezco callada, negándome a responder o incluso a mirarle.
Él exhala un suspiro.
—¿Cuánto tiempo piensas seguir actuando así?
—¿Cómo qué? ¿Una mujer secuestrada? —Suelto.
—Secuestrada es una palabra muy fuerte.
—¿Cómo se le puede llamar a un hombre que agarra a alguien por la
fuerza y lo mete en un coche con destino desconocido?
Exhala un suspiro y le veo pasarse una mano por el cabello con el
rabillo del ojo.
—Puedes elegir verlo así, o puedes verlo como si yo te salvara.
—No puedo huir de mis problemas. —Le dirijo una mirada mordaz—
. ¿No es eso lo que me dijiste, que dejara de huir?
—Esto es diferente. Además, no soy un extraño para ti. Soy la persona
que pondrá tu bienestar por encima del de todos, incluso del mío.
Por fin me giro para mirarle. Su mirada encuentra la mía, una
tormenta de emociones se agita en mi interior. Sus ojos reflejan la agitación
de los míos. Puede que estemos otra vez en un callejón sin salida, atrapados
entre nuestros deseos contrapuestos, pero nunca esperé ver
arrepentimiento en él. Es rápido, no más que un destello. Sin embargo, me
da esperanza.
Quizá Hayden comprenda por lo que me está haciendo pasar. Si
puede compadecerse, entonces podría razonar con él.
Lo único que tengo que hacer es esperar mi momento.
CAPÍTULO 16

Calista

Un vuelo de ocho horas es largo, pero cuando viajas en un jet privado,


no sueles darte cuenta.
Excepto yo. Hayden está a mi lado, abrumándome con su intensa
energía. Su muslo roza el mío de vez en cuando, y me pregunta si estoy
bien cada media hora. Quiero irritarme con su atención, pero no puedo
porque estoy cansada.
De todo.
Los motores del avión retumban, creando un runrún continuo, y no
tardo en desplomarme en el asiento lujoso, mirando por la ventanilla con
los ojos pesadamente cerrados. El sueño me arrastra hasta que lo único de
lo que soy consciente es del aire acondicionado que me barre
periódicamente las mejillas y del hombre que está a mi lado.
Dudo que haya algún momento en que no pueda sentir la presencia
de Hayden.
Esa es la razón por la que no suelto un grito inmediatamente cuando
me agarra por las caderas y me desplaza sobre su regazo.
—Shhh, cariño, te tengo —susurra en mi cabello.
Empuja suavemente mi mejilla contra su pecho y apoya la barbilla en
mi cabeza, manteniendo los brazos alrededor de mi cintura. El aroma de
su fragancia, reconfortante y familiar, me envuelve mientras el calor de su
cuerpo se apodera de mis músculos, relajándome. Instintivamente me
acurruco más, hundiendo la cara en la curva de su cuello.
Más tarde podré odiarme por esa muestra de vulnerabilidad. Ahora
mismo, he entrado en un estado mental libre de agitación. La tensión que
había antes entre nosotros es inexistente mientras traza patrones relajantes
a lo largo de la parte baja de mi espalda y los latidos de su corazón
reverberan contra mi oído.
Puede que Hayden no quiera amarme, pero estoy segura que yo lo
amo.

Las sacudidas del avión me despiertan.


Abro los ojos, presa del pánico, solo para encontrarme bien sujeta
contra el pecho de Hayden, con sus brazos apretados alrededor de mi
cintura.
—Estás bien —me murmura al oído—. Acabamos de aterrizar.
La bruma del sueño se disipa y la incertidumbre de la situación vuelve
a invadirme. Me muevo ligeramente, intentando zafarme de su agarre.
Como respuesta, me aprieta con más fuerza.
—Ya puedes soltarme —le digo.
—Puedo, pero no lo haré.
La azafata, que no sabía que había estado allí en todo el viaje, se abre
paso por el pasillo.
—Permítanme darles la bienvenida a su destino, Sr. y Sra. Cole.
Hayden se tensa detrás de mí. Abro la boca para corregirla, pero
inmediatamente aprieto los labios cuando me clava los dedos en el muslo.
Le dirijo una sonrisa dulzona para comunicarle mi disgusto por su
prepotencia.
—Gracias —le dice a la mujer con un cortés movimiento de cabeza.
Luego se inclina hacia delante y me susurra al oído, lo suficientemente alto
para que ella lo oiga—. Ya puedes soltarme, tesoro.
—No hay problema, cariño.
Le empujo del pecho con la fuerza suficiente para que gruña y se
ponga en pie. Mi sonrisa es indicativa de lo mezquina que soy. Pero se
desvanece en cuanto mis pies descalzos tocan el suelo. Había olvidado que
solo llevo puesto el pijama debajo del abrigo de Hayden. Mi cara arde de
vergüenza.
Como si nada se saliera de lo normal, Hayden se levanta suavemente,
imperturbable, ajustándose la camisa desarreglada. Con la que me he
acurrucado durante casi ocho horas. Me mira, con un brillo divertido.
Quiero arrancarle de un manotazo esa mirada de suficiencia.
Se inclina hacia mí y me roza la oreja con los labios.
—Pórtate bien.
—Juega limpio.
—Nunca.
Recoge su maleta, me coge de la mano y me lleva por el pasillo. Pego
una sonrisa a los miembros de la tripulación mientras salimos del jet y
subimos a un anodino coche. Esta vez conduce Hayden.
Me acomodo en el asiento del copiloto y me abrocho el cinturón antes
que pueda ordenármelo. Luego miro por la ventanilla, observando el
colorido paisaje sin verlo realmente.
Viajamos durante más de dos horas antes de llegar a un tranquilo
puerto deportivo. Hayden aparca el coche y se baja sin decirme una
palabra. No me queda más remedio que seguirle, abrazándome por la
cintura, echando humo en silencio. Hay una suave brisa en el aire,
procedente del agua que hay justo delante, pero el cálido pavimento bajo
mis pies descalzos me hace querer quitarme su abrigo.
No lo hago, negándome a dejar al descubierto mi pijama. Al igual que
con el tatuaje, no le daré a Hayden la satisfacción de saber que sus acciones
me han molestado.
Al final de un largo muelle hay una elegante lancha motora. Un
hombre con sombrero de paja, camisa 'hula' y pantalones cortos caqui se
reclina en el asiento del conductor. Sus ronquidos cesan en cuanto Hayden
se aclara la garganta.
—Señores Cole —saluda el hombre—. Justo a tiempo. Soy Mateo.
Su mirada recorre rápidamente a Hayden, pero cuando se posa en mí,
entrecierra los ojos. No sé si es por desconcierto o juzgándome.
Me muerdo el labio para no poner los ojos en blanco, tanto por la falsa
identidad como por el hecho que Mateo no deja de mirarme. Hayden le
lanza una mirada de advertencia, que funciona.
El motor de la lancha se pone en marcha mientras Hayden sube a la
lancha y deja su maleta. Luego se vuelve para ofrecerme una mano. La cojo,
pero retraigo rápidamente el brazo para pasar junto a él y ocupar un
asiento cerca de la parte trasera. Si le molesta mi actitud distante, no lo
demuestra. Como de costumbre, Hayden mantiene el aplomo y el control.
Mateo nos conduce a mar abierto. Se me cierran los párpados mientras
el aire del mar me revuelve el cabello y acaricia mi rostro. Es refrescante de
un modo que no había previsto. Cuando abro los ojos, veo a Hayden
mirándome fijamente, con una expresión peculiar en la cara. Antes que
pueda preguntárselo, controla sus facciones.
—Esa es —dice Mateo, señalando hacia delante. La casa del mar.
Sigo la dirección que indica y mis ojos se abren enormes al verlo. Es
una isla pequeña y exuberante, rodeada de palmeras con puntas de
esmeralda y rodeada de olas azules. Supongo que Hayden no mentía al
respecto.
Llegamos a lo que parece ser un muelle privado, y Mateo asegura la
embarcación antes de saltar para ayudarnos.
—¿Puedo coger su maleta, señor?
Hayden niega con la cabeza. Mateo frunce el ceño, pero su expresión
se transforma en entusiasmo cuando Hayden le entrega un flamante
billete.
—Gracias, Sr. Cole —le dice, tendiéndole un juego de llaves—. Traeré
a la limpiadora dos veces por semana, pero si necesita una visita adicional,
llama por teléfono al encargado de la casa de vacaciones y volveré a la
mañana siguiente. Le entregaré la comida cada dos días, a menos que
especifique lo contrario. Encontrará el resto de la información en la carpeta
que hay sobre la encimera de la cocina. Como siempre, es un placer
servirle. —Se detiene y me mira—. Y a usted también, Sra. Cole.
Hayden y yo le damos las gracias antes de ayudarme a salir de la barca
y subir por un sinuoso sendero bordeado de palmeras y arbustos
salpicados de flores diversas. En lo alto hay una casa de playa que podría
aparecer en una revista. Tiene enormes ventanales con vistas al océano,
una terraza que rodea todo el edificio y un interior espacioso y diáfano,
visible a través de las grandes puertas de cristal.
Entramos y el aire fresco me roza las mejillas, un bienvenido respiro
al calor. Me despojo rápidamente del abrigo de Hayden y me lo pongo
sobre el brazo.
—Esto es precioso —susurro. Estas palabras son las primeras que le
digo a Hayden en horas.
—Me alegro que te guste.
Hay un deje de alivio en su tono que me coge por sorpresa. ¿Este
hombre me secuestró y me trajo aquí, pero se preocupa por mi opinión
sobre el lugar?
—¿Has estado aquí antes? —pregunto.
Hayden niega con la cabeza.
—Lo he investigado a fondo. Lo creas o no, este lugar era difícil de
encontrar. Teniendo en cuenta lo que cobran, uno pensaría que le harían
más publicidad. —Se encoge de hombros—. Supongo que la exclusividad
viene con el precio.
—Hmm. Bueno, voy a echar un vistazo, ¿a menos que tengas algún
problema?
—No. Esta propiedad es segura. Me aseguré de ello antes de llegar.
Mis labios se afinan. Probablemente hizo instalar cámaras y otras
medidas de seguridad. No solo para garantizar mi protección, sino para
asegurarse que permanezco en el lugar.
Le hago un gesto con la cabeza y me voy a explorar mi nueva prisión.
Me observa con cierta reticencia, pero no intenta detenerme. Hombre
inteligente. Después de todo lo que ha pasado en los dos últimos días, soy
como un barril de pólvora, lista para estallar a la menor chispa.
Paso los dedos por las paredes y los muebles mientras camino de una
habitación a otra, todas ellas decoradas con un estilo costero y desenfadado
a base de beiges y azules. Los ventanales del dormitorio principal ofrecen
una vista impresionante del océano, y el cuarto de baño es digno de un rey.
Sin embargo, no tardo en abandonar este hermoso espacio. No me cabe
duda que Hayden quiere que durmamos juntos aquí, y eso es algo que aún
no quiero reconocer plenamente.
En un despacho situado en la parte trasera de la casa, me detengo junto
a un rincón de lectura. Es acogedor. Con un asiento acolchado del tamaño
de una cama individual y varias almohadas mullidas, me dejo caer en él.
Tres de las cuatro paredes de esta habitación están llenas de
estanterías. Mi curiosidad me hace ponerme en pie de un salto para
examinar los títulos disponibles. Hay una mezcla ecléctica de ficción
contemporánea, no ficción, clásicos e incluso algunos libros infantiles. Paso
los dedos por los lomos encuadernados en cuero, sonriendo para mis
adentros.
Mi sonrisa se desvanece cuando me invade la presencia de Hayden.
—Hay algunas cosas que tenemos que discutir —me dice sin
preámbulos. Su tono me pone rígida. Es todo negocios, incluso belicoso.
Quiero establecer reglas.
Me vuelvo hacia él y me cruzo de brazos.
—¿Reglas?
—Sí —me dice—. Eres libre de disfrutar de la casa y de la playa
durante el día, pero no quiero que salgas por la noche.
La irritación burbujea a lo largo de mi piel, pero contengo la lengua y
le hago un gesto para que continúe.
—No intentes salir de la propiedad sin mí.
—¿Qué crees que voy a hacer, Hayden? ¿Comenzar a nadar y esperar
a llegar sin ahogarme antes? No soy idiota.
—Nunca he dicho que lo fueras. No quiero que intentes colarte en el
barco cuando nos entreguen la comida. —Me clava una dura mirada—. Ya
he hablado con el personal y no te ayudarán. No actúes como si no lo
hubieras considerado.
—Claro que lo he hecho, pero no es que esperara que siguieran
adelante. Además, no tengo dinero ni móvil. Ni ropa. —Prácticamente
escupo la última palabra—. Esas cosas son necesarias para viajar.
—Mira, es que no quiero que haya sorpresas mientras estemos aquí.
Las odio.
—Bien —digo, con la voz tensa—. ¿Algo más?
No me responde durante un minuto entero. Puede que incluso más.
Cuando lo hace, su mirada se suaviza, volviéndose tan hermosa como el
océano que hay fuera.
—Intenta disfrutar, Callie. No quiero que te sientas desgraciada
mientras estemos aquí.
Le lanzo una mirada incrédula.
—No puedes hablar en serio.
Da un paso hacia delante, como si quisiera alcanzarme y tocarme, pero
se detiene cuando entrecierro la mirada. Suelta un suspiro derrotado que
aguijonea mi corazón.
—Te veré en la cena.
Le hago un gesto brusco con la cabeza y dirijo mi atención a la ventana,
despidiéndolo. Las olas de fuera fluyen y refluyen suavemente ahora
mismo, pero tienen la capacidad de crecer en fuerza y ahogar a alguien.
Así es mi relación con Hayden. A veces es hermosa y otras veces amenaza
con matarme.
Ese pensamiento me llena de tristeza y rabia a partes iguales. Me rodeo
la cintura con los brazos y miro por la ventana como si pudiera encontrar
una solución en las arenas de abajo. Aprieto la frente contra el cristal, con
las lágrimas ardiendo tras los párpados.
¿Cómo voy a superar esto sin perder la cabeza?
CAPÍTULO 17

Calista

El sol está alto cuando finalmente pongo punto final a mi


autocompasión y salgo a la calle, contenta de haber dejado a Hayden en
casa. Me miró cuando pasé junto a él en el salón. Había estado tecleando
furiosamente en su portátil hasta que entré en la habitación, pero
permaneció callado e inmóvil hasta que llegué a la puerta.
Sigo el camino de arena hasta un tramo de playa aislada, respiro
profundamente el aire salado y parte de la tensión abandona mis hombros.
Por primera vez desde que llegué, mi cuerpo comienza a relajarse. Hay una
serenidad en este lugar a la que no soy inmune, independientemente de
mis problemas personales.
Y son muchos.
Sigo caminando por la orilla de arena blanca hasta que el agua me
cubre los dedos de los pies. Es más fresca de lo que pensaba, dado el calor
sofocante que roza mi piel. Protegiéndome los ojos de los brutales rayos
del sol, permanezco allí con las olas golpeándome las piernas hasta que mi
piel comienza a protestar.
Me dirijo a la cabaña que he visto de camino hacia aquí. Enclavada
entre un grupo de palmeras cerca de la orilla, la estructura está cubierta de
sombra. Hay un banco colgante suspendido del techo, de estilo similar al
rincón de lectura de la biblioteca.
Tras acomodarme en el lujoso asiento, me levanto del suelo con ambos
pies, meciéndome suavemente mientras contemplo el agua centelleante. El
sonido de las olas se mezcla con el susurro de las hojas de las palmeras
sobre mí, creando una atmósfera de paz.
Apoyada en los cojines, cierro los ojos y dejo que el suave movimiento
del columpio me tranquilice. Mi mente permanece felizmente tranquila y
pierdo la noción del tiempo. Lo cual no importa, ya que no tengo otro sitio
donde ir.
—Calista.
Al oír a Hayden llamarme, me despierto de un salto. El columpio está
quieto, salvo por mi repentino movimiento, y el sol está mucho más bajo
en el cielo. Parpadeo para disipar la neblina del sueño y le miro. Se eleva
por encima de mí, con la luz del sol restante perfilando su cuerpo y
proyectándole un resplandor anaranjado.
Parece un ángel, etéreo y de otro mundo. La comparación no me
reconforta. Antes de caer, Lucifer también era un ángel.
Me incorporo lentamente.
—¿Qué ocurre? —pregunto, incapaz de disimular la sospecha en mi
voz.
Si se da cuenta, no lo demuestra. Su rostro permanece plácido.
—La cena está lista. —Mi estómago ruge al oír hablar de comida, y él
esboza una media sonrisa—. Vamos.
Me tiende la mano y dudo en cogerla. Aún desconfío emocionalmente
de este hombre. Me mantiene bajo su control, me obliga a depender de él
para todo.
Comida.
Refugio.
Maldita ropa interior.
—Tienes que comer —me dice—. No me hagas repetirlo, Callie.
Con un suspiro frustrado, me levanto del columpio. Él baja la mano
que me ofrece, pero no sin que en sus ojos destelle alguna emoción intensa
que bien podría ser ira o dolor. No estoy segura.
La culpa intenta apoderarse de mí mientras sigo a Hayden de vuelta a
la casa, pero me apresuro a reprimirla. Llegamos al patio, donde nos espera
una mesa iluminada con velas. Me acerca una silla y me siento, muy atenta
a su proximidad. De cada uno de sus movimientos. Estoy en sintonía con
este hombre de una forma que no creía posible.
—Linguini de marisco —me dice, tomando asiento y levantando la
tapa de la bandeja de servir—. Creo que es uno de tus favoritos.
—Lo es.
Las llamas de las velas parpadean, agitadas por una suave brisa, y las
sombras bailan sobre los rasgos de Hayden. Podría odiarle por ser tan
hermoso. Tan irresistible.
Nos sirve a los dos, llenando nuestros platos de pasta, gambas, vieiras
y langosta, todo cubierto con una salsa de vino blanco. Agarro el tenedor,
intentando no hincarle el diente a la comida como una gaviota que ha
encontrado un panecillo.
—Come, Callie. Sé que te mueres de hambre.
Hago girar unos linguini con el tenedor y doy un bocado. Los
deliciosos sabores hacen que se me cierren los ojos. Tenía razón; sin duda,
es una comida que me encanta. Se me escapa un pequeño gemido. Abro
los ojos y me muerdo el labio para no hacer ningún otro ruido.
Pero el daño ya está hecho.
Hayden me mira fijamente con el tenedor suspendido en el aire y los
ojos fijos únicamente en mi boca, como si estuviera a punto de abalanzarse
sobre mí. Y follarme sobre esta mesa.
Dejo de mirarle. Un rubor se abre paso en mis mejillas que no tiene
nada que ver con la cálida temperatura.
—Esto está muy bueno. Gracias.
—Me complace que te guste. —Su voz es gutural pero tensa, como si
lo estuvieran estrangulando.
—Puedes relajarte. No voy a tocarte.
A pesar de su promesa, no me atrevo a creerle. Me mira abiertamente
con cara de hambre, y no tengo el valor de llamarle la atención. La última
vez que lo hice, fue inútil. En todo caso, me puso aún más nerviosa.
Comemos en silencio durante varios minutos. En ese tiempo, como
suficiente pasta para caer en un coma de carbohidratos y suficiente vino
para sentirme invencible. Miro fijamente a Hayden, preguntándome si este
era su plan desde el principio.
—¿Por qué me miras como si acabara de dar una patada a un
cachorro?
—Porque ahora me siento bien.
Sus cejas se fruncen.
—¿Y eso es algo malo?
—Sí.
—Esto debería ser bueno —murmura. Luego, a un volumen normal,
dice—. ¿Te importaría explicarte?
Respiro hondo para calmar los nervios. El vino me ha soltado la
lengua, no es que necesitara mucha ayuda para comenzar y debo tener
cuidado.
—Sentirse bien no es el problema. Es la fuente. —Le dirijo una mirada
mordaz—. La cena encantadora, el vino, demonios, incluso el ambiente...
todo viene de ti.
Coge su copa de vino y bebe un sorbo, como si reflexionara sobre mis
palabras.
—¿Y eso es un problema?
—Sí.
—¿Por qué?
—Por la dinámica de poder que hay aquí. —Hago un gesto entre
nosotros—. Tienes todo el control... de lo que como, de adónde voy, de
todo. Mi felicidad depende completamente de lo que me proporcionas. Así
que incluso cuando me siento bien, te lo debo a ti.
Hago una pausa y bebo un buen trago de vino para infundirme valor.
—No puedo negar que aprecio todo esto, pero la verdadera felicidad
requiere libertad y elección. Ahora mismo, no tengo ninguna de las dos.
La expresión de Hayden se endurece. Bebe lentamente otro trago de
su copa de vino, mirándome con un distanciamiento que me resulta
desconcertante.
—Entiendo lo que dices, pero no voy a cambiar de opinión.
La frustración serpentea a través de mí y se filtra en mis palabras,
haciéndolas trémulas.
—No eres mejor que un dictador.
Se burla.
—No seas tan dramática. No te estoy encarcelando. Te estoy
protegiendo. Cuando todo esto acabe, podrás ser libre como un pájaro. Mi
pajarito.
La forma en que lo dice me recuerda a la noche en que me entregué a
él. Antes de saber que era un acosador, antes de saber que se apoderaría de
mi vida.
Antes de enamorarme de él.
Me pongo en pie.
—Deberías confiar en mí lo suficiente para saber que nunca me
pondría en peligro deliberadamente.
Hayden deja su vaso con un ruido sordo, con los ojos brillantes.
—¡Nada de esto importará si mueres!
Golpea la mesa con las manos y se levanta, haciéndome dar un
respingo. Se inclina hacia delante, con los orificios nasales encendidos por
la ira y su voz gruñendo por lo bajo.
—Lo he dicho más de una vez, y esta noche será la última. Haré lo que
haga falta para mantenerte a salvo, aunque me odies por ello, joder.
Sin decir nada más, se da la vuelta y se dirige a grandes zancadas hacia
la puerta para desaparecer en su interior. Me tiemblan las piernas hasta
que me veo obligada a hundirme de nuevo en la silla. Miro tras él aturdida,
sola y temblorosa por la intensidad de nuestra conversación. Argumentar
es más exacto.
Ojalá me sintiera mejor enfrentándome a Hayden, pero lo único que
me queda del acalorado intercambio es dolor. Me duele el corazón,
asentado pesadamente en mi pecho como si estuviera encaramado a mi
caja torácica. Cuando separo los dedos del puño apretado, miro las
hendiduras en forma de media luna de las palmas de las manos,
enrojecidas y escocidas. La molestia pasará, pero ¿este roce con Hayden?
Si sigue cortándome las alas, quizá no pueda volar... pero huiré.
CAPÍTULO 18

Hayden

Irrumpo en el despacho y cierro la puerta tras de mí. Tras tirarme en


el lujoso asiento de cuero, cojo el portátil y lo enciendo. La pantalla cobra
vida. Demasiado inquieto para sentarme a esperar a que termine su
proceso, cojo el móvil y lo desbloqueo para llamar a Zack.
Si Calista no se toma en serio el peligro, no me queda más remedio que
demostrárselo.
—Capitán —saluda el hacker, con voz alegre—. ¿Qué puedo hacer por
ti?
—Quiero una puesta al día sobre el caso de Calista.
—En primer lugar, no he podido encontrar nada sucio sobre su padre.
Si tenía algún asunto turbio, ha quedado enterrado tan profundamente que
no podré localizarlo sin una pista o un lugar por donde comenzar. En
segundo lugar, el paquete que se envió a la Srta. Green fue desviado varias
veces antes de acabar en manos del mensajero final. Quienquiera que lo
enviara no quería que nadie conociera su origen.
Suelto un suspiro.
—¡Maldita sea!
—Te entiendo. Incluso me puse en contacto con Sebastian para tener
una 'charla amistosa' con el repartidor y no sabía nada de la caja ni de
dónde venía. Es un callejón sin salida.
—¿Y la nota que hay dentro?
—Que conste que 'Will wett ink ken' es un acertijo estúpido —
refunfuña Zack.
—¿Te ha dejado perplejo?
—No exactamente. Comencé con la frase en sí. 'Ken' se utiliza
comúnmente en Escocia como 'saber'. ¿Sabrá la tinta mojada? ¿Saber qué?
Esa es la cuestión. Claro. Investigué diversos usos de la tinta, los distintos
tipos de materiales utilizados para ella a lo largo de la historia, e incluso
llegué a probar la tinta utilizada en el propio billete.
—¿Y nada?
—Correcto —murmura, su frustración se filtra en su voz—. Entonces
cogí cada palabra y las pesé individualmente. 'Mojado' está mal escrito, y
creo que es a propósito, lo que me llevó a reordenar las letras para formar
palabras y frases. Resultó ser una gilipollez. ¿De verdad enviaron una nana
como amenaza de muerte?
Me tenso en la silla, dispuesto a terminar la llamada cuando mis
instintos me instan a volver con Calista. Solo puedo pensar en su vida en
peligro, pero oír a Zack hablar de ello me revuelve las entrañas con temor
y rabia. Obligo a mis músculos a relajarse hasta que me reclino en el
asiento.
Zack continúa, ajeno a mi agitación.
—'Will wett ink ken' se deletrea 'Twinkle Twinkle'. Lo escribió Jane
Taylor, nacida en 1783 y fallecida en 1824. No te preocupes, general, he
mirado las fechas y nada. De todos modos, la letra procede de un poema
del siglo XIX que probablemente sea otro callejón sin salida. I...
—¡Espera! —Mi grito hace callar a Zack, mientras mis pensamientos
se agitan ruidosamente dentro de mi cabeza como bombas que detonan.
'Twinkle twinkle, little star' —digo, con la voz apenas por encima de un
susurro, al darme cuenta de algo. Se solidifica cuando imagino la píldora
en mi mesa de trabajo, la que tiene una estrella en el centro—. La droga de
violación tiene una estrella.
—Maldita sea —dice Zack—. Volveré a repasar la lista de empresas
farmacéuticas con esta información en mente. Esto me dará una mejor
cronología de cuándo salió a la calle este compuesto farmacológico. —Hace
una pausa y luego irrumpe en mis cavilaciones con una pequeña tos
cuando permanezco callado—. Me pondré a ello, señor.
—Gracias.
—Hablamos pronto.
Cuelgo el teléfono, mirando a lo lejos. Quienquiera que haya enviado
esa nota a Calista no solo ha confirmado mi sospecha acerca de la conexión
de los casos. Esa persona se ha asegurado que jodidamente yo lo sepa. Y
que son los responsables de la entrega.
Junto con la muerte de mi madre.
El hecho de enviárselo específicamente a Calista me dice que quieren
que sepa que ha captado su atención. Esto es más que una táctica para
asustar, es una advertencia.
Mi decisión de traerla aquí, literalmente pataleando y protestando, fue
acertada. Siempre he sabido que mis decisiones sobre la seguridad de
Calista eran extremas, incluso irracionales a veces, pero ¿ahora? Estoy
completamente justificado.
Bloqueo la pantalla de mi teléfono, lo arrojo sobre el escritorio y me
pongo en pie. Mis pensamientos sobre Calista me impulsan hacia delante,
para estar a su lado. Necesito abrazarla, aunque solo sea un momento.
Mis pasos resuenan en el pasillo, los tacones de mis zapatos marcan
una cadencia casi militar. Ciertamente, me siento en guerra. No solo con
esta amenaza desconocida, sino con la propia Calista.
Me acerco al dormitorio principal y agarro el picaporte para abrir la
puerta. La habitación está tenuemente iluminada, con el resplandor de una
lámpara de concha marina proyectando una luz cálida y acogedora. Mi
mirada encuentra inmediatamente a Calista de pie en el interior del cuarto
de baño, con una toalla azul claro envolviéndole el cuerpo. Tiene el cabello
húmedo por la ducha, y hay gotas de agua esparcidas por su pecho.
Cuando se vuelve hacia mí, brillan como diamantes, atrayendo mi mirada
hacia sus pechos.
Con los labios entreabiertos, da un paso atrás.
—¿Qué ocurre?
—Hola —le digo, suavizando la voz—. No pretendía asustarte. Quería
comprobar que estabas bien.
Sus ojos se vuelven oro fundido, atravesándome donde estoy. Resisto
la necesidad de agarrarla y estrecharla entre mis brazos. Dios, solo de
verla...
Endereza los hombros y me mira fijamente, con una mezcla de recelo
y curiosidad.
—Te lo agradezco, pero estoy bien.
Nos quedamos en silencio, yo estudiando a Calista y ella juzgándome
a mí. Me paso una mano por el cabello, intentando librarme del terror que
me invade cada vez que pienso en que le han hecho daño.
—Acabo de hablar con la persona que contraté para descifrar la nota
—digo—. Me han confirmado que es una amenaza de muerte, no solo una
advertencia.
El rubor de la ducha caliente abandona sus mejillas.
—¿Estás seguro?
Asiento con la cabeza.
—Se traduce como 'estrella', que es el símbolo de las pastillas que tomó
mi madre cuando sufrió una sobredosis.
—Hayden... —Traga saliva, y el aleteo de su garganta llama mi
atención. Es delicada, muy frágil—. ¿Y ahora qué?
—Zack va a seguir buscando respuestas.
—¿Por qué querría alguien hacerme daño?
—Si lo supiera, ya me habría ocupado de ellos. —Me apoyo en el
marco de la puerta y cruzo los brazos para no atraerla hacia mí—. Eso no
significa que no lo haga. Hasta entonces...
Ella aparta la mirada.
—Hasta entonces, nos quedaremos aquí.
—Callie...
—Sé por qué haces esto, pero eso no significa que esté bien.
—Correcto o incorrecto, no puedo perderte.
Ella suspira, con los hombros caídos.
—Solo tú puedes hacer que el amor sea disfuncional.
—¿Tienes idea de lo que me haces? —Mi voz transmite rastros de mi
desesperación por ella, pero no encuentro la energía para preocuparme.
Aferra la toalla con más fuerza, sus dedos se clavan en el mullido
material mientras sacude la cabeza, sin dejar de mirar hacia abajo. Me
acerco a ella, deslizo la mano por su nuca y la obligo a mirarme a los ojos
mientras le desnudo mi alma.
—Todo lo que veo eres tú. Todo lo que quiero eres tú. Cuando no estoy
contigo, no puedo pensar. Me has destrozado, pero no me importa. No si
eso significa que puedo tenerte.
Su respiración se entrecorta y sus pupilas se dilatan, revelando el
miedo, la ira y confusión. Bajo todo ello hay una chispa de deseo. Quiero
avivarla hasta que sea una llama que arda con fuerza, evolucionando hasta
convertirse en un infierno. Ella lo desea tanto como yo, por mucho que
intente resistirse.
—Hayden... —Levanta las manos para apoyar las palmas en mi
pecho—. No puedo hacer esto ahora.
—No luches contra esto. No luches contra nosotros.
CAPÍTULO 19

Hayden

Una sola lágrima se escapa y recorre su mejilla. Me inclino para


atraparla con los labios, saboreando su salado sabor en mi lengua. Se
estremece contra mí y enrosca los dedos en la tela de mi camisa. ¿Quiere
acercarme o apartarme?
Inhalo lentamente mientras lucho contra el impulso primario de tomar
lo que quiero. Mi intelecto me sugiere que espere. Solo es cuestión de
tiempo que se quede embarazada. Conociéndola como la conozco, llevar a
mi hijo suavizará su actitud hacia mí. Y sus instintos protectores se
activarán cuando se dé cuenta de su estado. Eso debería hacerla más
proclive a seguir mis instrucciones de seguridad.
Mis manos tiemblan por la necesidad que tengo de ella mientras las
retraigo. Se rodea la cintura con los brazos, parece pequeña y vulnerable.
Y lo es.
—Tengo algo para ti —le digo. Espero a que haga un comentario
sarcástico sobre el tatuaje. Seguro que ya se ha dado cuenta. Puede que
Calista esté estresada, pero no ha perdido el contacto con la realidad.
Levanta la cabeza y busca mi mirada.
—¿Tienes?
Asiento con la cabeza, ignorando la punzada de decepción que siento
cuando no menciona su tatuaje.
—He estado esperando el momento oportuno para dártelo, pero creo
que lo necesitas ahora.
Me observa mientras me acerco a la maleta y abro la cremallera.
Vuelvo junto a Calista con la caja de terciopelo agarrada en la mano. Sus
ojos se abren de par en par cuando la ve, pero no dice nada.
—No es un regalo tradicional, ya que para empezar era tuyo —le
digo—. Pero sé que lo quieres de vuelta, a pesar de todo. —Abro la caja
para mostrar el collar de perlas que hay dentro—. Están todas presentes y
contadas. Sesenta y cuatro en total.
Calista inhala bruscamente y se tapa la boca con una mano temblorosa.
—¿Eso es...? —Cuando asiento con la cabeza, las lágrimas que
brillaban en sus ojos comienzan a caer. Resopla y se limpia las mejillas,
pero no coge el collar.
Alargo el brazo, acercándole la joya, instándola a que la coja.
—Soy yo quien lo rompió, así que tenía que ser yo quien lo restaurara.
Cuando se queda inmóvil, saco con cuidado las perlas de la caja y me
coloco detrás de ella. Tiembla cuando le paso el cabello por encima del
hombro. Me inclino y le doy un beso en el cuello, aprovechando su estado
de shock. Una vez sujeto el broche, la sujeto por los hombros, girándola
lentamente para que me mire.
—Siento haberte arrebatado esto.
Su mirada revolotea hacia la mía.
—Hayden Bennett, ¿es una disculpa sincera? Creo que nunca antes te
había oído una.
La miro fijamente, pero la mirada no desprende calidez.
—No te acostumbres.
—No se me ocurriría. —Pasa los dedos por el collar y sus labios se
inclinan en una pequeña sonrisa—. Gracias. No sabes lo que esto significa
para mí. Me lo regaló mi padre.
Al oír hablar de su padre, se me revuelven las tripas.
—Eso lo hace especial.
Ella asiente, su expresión se vuelve pensativa.
—¿Cómo sabías el número exacto de perlas?
—La noche que cogí el collar, las conté. —Cuando frunce la frente
confusa, me encojo de hombros—. Al final cuadró.
—Hmm —dice ella, el sonido hilvanado por la duda.
—Me sorprende que las contaras, para empezar.
—Siempre me ocuparé de lo que es importante para ti, hasta de
memorizar detalles intrascendentes.
Alargo la mano y trazo la curva del collar, observando cómo se acelera
el palpitar de su pulso. Ella inspira bruscamente, pero no se aparta.
Envalentonado, deslizo la mano para agarrarla por la nuca, bajo el collar
de perlas. Nuestras miradas se cruzan y el aire se llena de tensión sexual.
Y de conexión emocional.
—Lo eres todo para mí —le digo—. Por mucho que discutamos, eso
nunca cambiará.
—Finalmente empiezo a creerlo.
Antes de poder responder, se levanta sobre las puntas de los pies y
roza sus labios con los míos. Por lo que a mí respecta, ha terminado
demasiado pronto, pero me abstengo de agarrarla. Calista casi nunca me
muestra afecto, y no quiero hacer nada que la disuada de hacerlo.
No hace falta ser un genio para saber que meterle la polla en la boca
podría cabrearla.
Mis dedos se aprietan contra su cuello mientras reprimo el impulso de
besarla, de terminar lo que ella comenzó. Lo que acaba de hacer es una
puta provocación que me ha acelerado el pulso y endurecido la polla. Mi
frustración sexual es máxima.
Los ojos de Calista se entrecierran, llenos de emoción.
—Gracias por el collar. Lo he echado mucho de menos.
Su pulso palpita contra mis dedos, acelerándose con su confesión. Las
perlas permanecen inmóviles contra mi mano, frías y suaves al tacto, pero
el calor de la piel de Calista ya ha comenzado a calentarlas. El rubor que
tiñe ahora sus mejillas no es por gratitud.
Está afectada por mí.
Es hora de utilizar eso en mi beneficio. Lo que acabará por satisfacerla
también a ella.
—No hay de qué —le digo.
—Ya que estás de humor generoso, me gustaría pedirte otro regalo.
—Nunca tendrás que pedirme que te haga correrte.
Se queda boquiabierta.
—No me refería a eso.
—Es una lástima.
—Quería pedirte algo de ropa —me dice. Cuando niego con la cabeza,
me mira con el ceño fruncido—. ¿Por qué no?
—Ya sabes por qué. Te dije que hicieras la maleta y te negaste. Esta es
la consecuencia de tus actos. O de tu inacción, para ser exactos. No sé
cuántas veces tengo que demostrarte que lo que digo va en serio.
Calista se separa de mí, con la mirada entrecerrada y el pecho agitado.
La toalla se desliza unos centímetros hacia abajo y sigo el movimiento con
la mirada. Se acomoda la tela con un resoplido cuando nota que mi mirada
se desvía hacia abajo.
—Eres exasperante —me dice, con la ira iluminando el color avellana
de sus ojos—. Esto es completamente irrazonable.
Me cruzo de brazos.
—En la vida hay que hacer elecciones. Ya has tomado una, y ahora es
el momento de tomar otra. De ti depende ponerte el pijama todos los días
o no ponerte nada. Supongo que la toalla también es una opción.
Sus delicados orificios nasales se agitan justo antes de arrancarse el
material del cuerpo. Parpadeo sorprendido. Pero también por la visión que
se abre ante mí.
Ver a Calista desnuda pondría de rodillas a cualquier hombre.
Miro fijamente la gasa que cubre su tatuaje antes de encontrarme con
su mirada. Se enciende con el calor de su ira, y ella levanta una ceja. Veo el
desafío que me lanza y casi sonrío.
Mi pajarito no menciona su tatuaje a propósito. Interesante...
—Tienes razón —suelta—. Tengo elección.
—Me gusta esta decisión.
Da un paso atrás, poniéndose fuera de mi alcance.
—Seguro que sí. Tiene algún sentido que duerma en otra habitación,
o vas a...
—¿Forzar la cerradura? Sí, lo haré. Vas a dormir conmigo. Eso no es
una elección.
—Figúrate.
Calista hierve de furia. Se nota en la forma en que tira del edredón y
luego de las sábanas. Da varios puñetazos a la almohada mientras
murmura para sí misma antes de acomodarse en el colchón y ocultar su
cuerpo de la vista.
No me molesto en disimular mi sonrisa. Su espíritu fogoso es una de
las cosas que más me gustan de ella.
—Buenas noches, Callie.
—Vete al infierno, Hayden.
Apaga la lámpara, sumiendo la habitación en la oscuridad, con mi risa
resonando a nuestro alrededor.
CAPÍTULO 20

Calista

La venganza es un plato que se sirve frío. Y desnuda.


A menos que cuentes un collar de perlas como atuendo, cosa que yo
no hago.
Tras mi conversación de anoche con Hayden, llegué a una conclusión.
Si él siente la necesidad de negarme la ropa, entonces será sin ropa.
No me molesto en sacar el pijama de la secadora. En lugar de eso, al
día siguiente desfilo por la casa como si nada, ignorando la elegante
escritura que llevo en la cadera.
—Buenos días —digo, entrando en la cocina con el cabello suelto.
Hayden se detiene con la taza de café a medio camino de la boca. Su
mirada recorre todo mi cuerpo con una lentitud que me eriza la piel.
Cuando vuelve a centrarse en mi cara, siento que me han acariciado por
todas partes. Lucho contra el rubor.
—¿Qué hay para desayunar?
—Coño.
Le hago una mueca, aunque mis entrañas se estremecen. Le doy la
espalda —lo que no es la decisión más inteligente cuando se trata de
Hayden —abro la nevera y cojo el zumo de naranja. Tras coger un vaso y
servírmelo, me siento frente a él en la mesa del comedor.
—¿Cuál es tu plan para hoy? —pregunto.
Observo a Hayden por encima del borde del vaso, intentando calibrar
su estado de ánimo. Estaba muy tenso cuando entré en la estancia, pero era
de esperar. Ahora que sabe a qué juego, se echa hacia atrás en la silla, con
la postura relajada. No soy suficientemente ingenua para pensar que no
intentará algo para ganar ventaja. Ojalá supiera de qué se trata.
Exhala un suspiro y sacude la cabeza, dejando el café a un lado.
—Tengo muchos expedientes que revisar.
—Oh, vale. No sabía que seguías trabajando.
—Tengo que trabajar a distancia, o no tendré trabajo cuando vuelva.
—De acuerdo.
Una punzada de decepción me recorre y me muerdo el labio. No
quiero depender de él para nada, pero la idea de pasar día tras día sola en
este lugar me estremece.
—Deja de morderte el labio —me dice.
Obedezco, sin querer provocar más de lo que ya he provocado.
—Espera aquí.
Lo veo ponerse en pie y salir de la habitación, con la frente arrugada
por la confusión. Vuelve con un gran paquete, con un lazo rojo. Tras dejarlo
sobre la mesa, lo empuja hacia mí, con la mirada seria.
—Para ti.
—¿Otro regalo? —pregunto. Cuando asiente, me llevo el dedo a la
garganta junto a las perlas—. Pero ya me diste uno.
—¿Hay alguna norma sobre el número de regalos que puede hacer un
hombre?
Sacudo la cabeza.
—Supongo que no.
—Ábrelo, Callie.
La duda surge en mí, chocando con la excitación. No me fío de las
motivaciones que hay detrás de los regalos de Hayden. Es obvio que
intenta calmar la brecha que nos separa con cosas materiales, ya que se
niega a ceder en la principal fuente de discordia. Si lo acepto, ¿significa que
le estoy diciendo que apruebo la forma en que lo ha llevado todo?
Miro a Hayden y veo que su expresión es uniforme. Excepto por el
brillo de impaciencia en su mirada. Me calienta un poco el corazón. Con
un suspiro, desato el lazo y desenvuelvo la caja. Dentro hay un elegante
ordenador portátil. Por su aspecto, es de alta gama y el último modelo.
—¿Para qué es esto? —pregunto.
—Para la universidad. Puedes utilizarlo para matricularte y para las
clases cuando comiencen. Te di mi palabra que te apoyaría en eso. ¿Te
acuerdas?
Dejo caer la mirada, trazando la caja metálica con el dedo índice.
—Lo hago.
—No te gusta. —Su voz es plana, dura—. ¿Ese es el problema?
—Me encanta.
—Entonces, ¿qué problema hay?
Tener este portátil me facilitaría el tiempo que paso aquí. Al darme
acceso a la escuela, no solo cumple su promesa, sino que me da una forma
de conectar con otras personas más allá de esta isla. Pero utilizar este regalo
se siente como una aceptación de mi situación.
—Es un regalo muy considerado —digo lentamente, manteniendo la
mirada baja—. Y tienes razón, tener este portátil me ayudaría mucho.
Pero... es que... no puedo aceptarlo.
Aunque no le miro directamente, noto la rigidez de su cuerpo.
Permanece callado, y la tensión en la habitación aumenta a cada segundo
que pasa. Me remuevo en el asiento hasta que por fin me atrevo a mirarle.
—¿Por qué no puedes aceptarlo? —pregunta, con voz peligrosamente
suave.
Me muerdo suavemente el interior de la mejilla, eligiendo
cuidadosamente mis palabras.
—Porque me hace sentir incómoda, dada nuestra situación.
—¿Nuestra situación? ¿Te refieres a que yo te proporcione todo lo que
puedas desear o necesitar?
—Excepto ropa —murmuro.
—Señora Bennett...
Casi me estremezco al oír el nombre. Y la advertencia que hay debajo.
—Por una vez, ¿puedes intentar comprender de dónde vengo?
—Si sintieras por mí lo que yo siento por ti, esto ni siquiera sería una
discusión. —Apoya los antebrazos contra la mesa, con las cejas fruncidas—
. Ahora me perteneces. ¿Tus necesidades y deseos? Me los tomo en serio.
Cuando te los niego, me duele. ¿No lo entiendes? Verte disgustada es lo
último que quiero.
Me estremezco ante la sinceridad de sus palabras.
—Hayden, por favor.
—He terminado de discutir. Tira el portátil al puto océano si quieres,
pero no vas a usar el mío.
Se pone en pie y se aleja, dejándome boquiabierta tras él.
No sé cuánto tiempo permanezco allí sentada en un silencio atónito,
pero al final me levanto y salgo. El sol brilla intensamente cuando me dirijo
a la cabaña y una suave brisa me besa la piel desnuda. Bueno, excepto la
cadera, que me cubro con la mano. Sacudo la cabeza. Hayden ha vuelto a
ganar. En lugar de ocultar mi entrepierna, protejo mi tatuaje del sol porque
no quiero que se desvanezca.
Me acurruco en el columpio, meto las piernas debajo de mí y apoyo el
portátil en los muslos. La expresión dolida de Hayden me atraviesa
mientras miro fijamente la pantalla, incapaz de concentrarme.
—No es que no te haya hecho daño —murmuro.
Mi justificación no alivia el sentimiento de culpa, pero me niego a
acudir a él. Él y yo tenemos visiones diferentes de la realidad, y no estoy
segura que llegue a ver las cosas desde mi perspectiva. Ahora mismo, no
puedo hacer nada al respecto. Sin embargo, puedo elegir mantener mi
promesa de cuidar de mí misma y de mi futuro.
Suspiro y enciendo el ordenador. Tararea y se enciende, mostrando
una imagen. De mí. La foto en blanco y negro colgada en el dormitorio de
Hayden me mira fijamente.
—Romántica pero espeluznante —me digo—. Más o menos resume mi
vida amorosa.
A un lado de la pantalla de inicio hay una nota adhesiva de color
amarillo brillante. Contiene información de acceso. Mis datos de acceso.
Me quedo paralizada mientras una furtiva sospecha se abre paso en mi
subconsciente.
Mis dedos tiemblan ligeramente cuando me conecto a la red WiFi que
Hayden ha configurado. Este portátil es mi única fuente de comunicación
con cualquiera fuera de esta isla, pero dudo que sea tan sencillo.
Conociendo a mi acosador, controlará lo que puedo ver y hacer.
Yahtzee.
—Por supuesto, el único sitio web al que puedo acceder es el de la
universidad —digo poniendo los ojos en blanco.
—Bueno, la broma es para ti. Harper también estudia en Columbia.
Utilizo la información de la nota adhesiva para acceder al registro de
estudiantes y descubro que mi perfil está completamente rellenado. Lo
único que falta es mi especialidad y las clases que elegiré.
Tras dejarme caer sobre las almohadas, miro fijamente el sitio, con la
emoción agitándose en mi pecho. Por un lado, es muy considerado que
Hayden haya tomado la iniciativa. Por otra, es jodidamente molesto que
no me deje hacer cosas por mí misma. Me sorprende que no me haya
elegido el horario de clases.
Si lo hubiera hecho, habría tirado el portátil al mar.
Decidida a ser productiva, vuelvo a sentarme y navego por el sitio
web. Durante más de una hora, reviso las descripciones de los cursos y las
diferentes vías para graduarme. Antes de la prematura muerte de mi
padre, estudiaba Comunicación.
¿Sigo queriendo dedicarme a eso?
Selecciono una mezcla de cursos de educación general que parecen
interesantes, junto con algunas clases básicas que podrían ir en cualquier
dirección. Literatura, cálculo II, sociología y psicología. Me rio para mis
adentros. Quizá si me apunto a esa clase, me explique por qué Hayden está
tan jodido.
¿Qué dice eso de mí?
Una vez completada la inscripción, busco en el directorio de alumnos
y selecciono el nombre de Harper para comenzar un hilo de conversación.
No espero que me responda, pero estaría muy bien tener noticias suyas si
por casualidad comprueba su bandeja de entrada.
Calista: ¡Hola! Adivina quién se ha matriculado para el semestre de
primavera �
Tras cerrar el portátil, lo dejo a un lado y me acurruco en el montón de
almohadas. Entre la energía que he gastado en mi toma de decisiones y el
letargo provocado por el calor de la tarde, suelto un bostezo. El sueño tira
de mí. No es de extrañar, teniendo en cuenta que anoche tardé mucho en
dormirme.
Seguía esperando que Hayden me sedujera.
Conmigo recién duchada y desnuda en su cama, era una suposición
racional. Sin embargo, me sorprendió. Sí, me abrazó y apretó mi cuerpo
contra el suyo, rodeándome con un brazo por la cintura para que no
pudiera escapar, pero eso fue todo. A menos que cuente el dulce beso que
me dio en la coronilla, que no lo cuento.
Cuando empiezo a ir a la deriva, mis pensamientos siguen girando en
torno a Hayden. Quiero compartir con él mi decisión de estudiar sociología
y mi nuevo horario de clases. Quiero saber lo que piensa, así como
expresarle mi entusiasmo por volver a la educación superior. Sin embargo,
algo me lo impide.
Me quedo dormida antes de encontrar una razón.
CAPÍTULO 21

Calista

Me saca del sueño una simple caricia. Es una ligera presión en ambos
tobillos antes que un par de manos se deslicen por mis pantorrillas hasta
posarse en mis muslos. Abro los ojos y veo a Hayden arrodillado frente al
columpio. Su mirada brilla con decisión.
Jadeo cuando me separa las piernas de un tirón.
—¿Hayden? —Mi voz es jadeante... ¿y excitada?
Se inclina hacia delante. Sus manos se apoyan en el interior de mis
muslos, sujetándome. Para evitar una negativa por mi parte.
Mantiene su mirada fija en la mía mientras inclina la cabeza y rodea
mi clítoris con sus labios. Lo atrae hacia su boca con la succión perfecta, y
su lengua gira alrededor de la carne, haciéndome gemir.
Su boca se mueve sobre mí con avidez, y sus manos suben hasta
sujetarme las caderas mientras me acerca. Su lengua es implacable en sus
exploraciones, devorándome hasta que gimo y me retuerzo bajo él,
intentando aproximarme aún más. Su agarre se hace más fuerte,
magullándome en sus esfuerzos por mantenerme inmóvil.
Sube y baja, provocándome con suaves caricias y aumentando la
intensidad hasta que jadeo por más. Mis dedos se cierran en puños
mientras intento agarrarme a algo sólido para no salir volando de placer.
Me aferro a su cabello y tiro de él para aproximarlo. La presión añadida de
su boca me hace gimotear.
Finalmente, cuando creo que ya no puedo más, desliza dos dedos
dentro de mí y comienza a empujar al compás de los movimientos de su
boca. La combinación es demasiado. Grito cuando un orgasmo me golpea
como un maremoto estrellándose contra las rocas de la costa. Todo mi
cuerpo se estremece incontrolablemente mientras Hayden sigue
besándome y lamiéndome hasta dejarme flácida de satisfacción.
Me da un beso en el tatuaje antes de deslizarse por mi cuerpo,
igualando de nuevo nuestros rostros. Sus labios se acercan a escasos
centímetros de los míos, su aliento recorre mi piel como una brisa de
verano antes de presionarlos contra los míos en un beso apasionado hasta
dejarme temblando deseando más.
Luego se va.

Harper: Ey, forastera. No sé por qué me envías mensajes a través del


sistema de mensajería de la universidad, pero no pasa nada. Aquí tienes
mi horario. Mira a ver si tenemos alguna clase juntos. Si no, haz que ocurra

Calista: ¡Hola! Nos vemos en psicología.
Harper: Genial. A lo mejor descubrimos la razón por la que Hayden te
absorbe tanto.
Calista: �Olla a tetera.
Harper: Jaja. Es verdad. En fin, ¿cuándo vuelves? No sé si debería
preguntar, pero... ¿Alguna novedad sobre la caja misteriosa?
Calista: No estoy segura cuándo volveremos. Y la verdad es que no.
Hayden está convencido que estoy en peligro y que alguien me está
enviando un mensaje. No tengo idea del por qué estoy involucrada.
¿Puedo pedirte un favor?
Harper: Eh. Hazlo.
Calista: ¿Puedes preguntarle a tu madre si alguna vez se ha
encontrado con una droga que tenga el símbolo de una estrella? Hayden
cree que podría ser una pista.
Harper: Se lo preguntaré. Vale, tengo que irme. Mándame un mensaje
mañana. Xoxo
Calista: Lo haré. Xoxo.

Todos los días intercambio mensajes con Harper.


Todos los días, Hayden me da sexo cuando menos me lo espero.
No estoy segura cuántos orgasmos más podré soportar... no lo ha
dicho nunca ninguna mujer. Pero esta constante atención suya está
comenzando a desgastarme emocionalmente. Me ha lamido el coño en la
cabaña, me ha follado con los dedos en la playa y me ha devorado en la
mesa del comedor. Me ha dicho:
―Sabes mejor que cualquier puto postre. Y más dulce.
Y esos son solo los puntos culminantes de su cruzada seductora.
Ya en Nueva York, le dije que nada de sexo, y ni una sola vez ha
intentado acostarse conmigo. ¿Cómo voy a enfadarme con Hayden si está
respetando el límite que yo establecí?
Cuando intenté argumentar que el sexo oral estaba incluido en la
norma, me dijo que yo no lo había estipulado en el contrato verbal, por lo
que no tenía derecho a cumplirlo.
—Abogados —murmuro, negando con la cabeza ante sus payasadas.
El agua de la ducha sigue golpeando mi piel, limpiándola de la arena
y el agua salada del baño anterior. Me tomo mi tiempo para lavarme el
cabello y el cuerpo, aprovechando la soledad para organizar mis
pensamientos antes de cenar con Hayden. Enseguida se me endurecen los
pezones y siento calor en el vientre.
Hayden es como una droga. Me lleva más alto de lo que nunca he
estado, una experiencia extracorpórea a la que nada se puede comparar.
Como si fuera una adicción, no puedo pensar en él sin ansiarlo, sin desear
el siguiente golpe de éxtasis, la siguiente dosis.
Cierro los ojos y deslizo la mano entre los muslos para acariciarme el
clítoris. El placer es instantáneo y aprieto los dientes, ahogando un gemido.
Hayden me ha arruinado como dijo que haría. Solo de pensar en él ya estoy
excitada, mi coño húmedo y deseoso de ser llenado.
—¿Qué haces, Callie?
Al oír su voz, mi dedo se detiene y abro los ojos. Hayden está de pie
en la puerta, con la mirada clavada en mí. Abro la boca y no sale nada, ni
siquiera una negación. Me ha pillado, simple y llanamente. Tiro de los
brazos hacia los lados.
—No te detengas por mi causa —me dice—. Quiero mirar.
Me mordisqueo suavemente el labio inferior, insegura sobre qué
hacer. Sus ojos se entrecierran, su atención se centra por completo en mi
boca. Luego se dirige hacia mí con pasos largos.
—¿Qué dije de morderte el labio?
La energía de Hayden brota de él en oleadas, llena de intensidad. Abre
de un tirón la puerta de la ducha dejándola entreabierta y entra
completamente vestido. Su pantalón negro y su camisa blanca quedan
inmediatamente calados. Me quedo contemplando su pecho, viendo cómo
la tela se vuelve translúcida adherida a su piel, delineando el músculo
tenso que hay debajo.
—¿Qué haces? —le pregunto.
No me responde, sino que se arrodilla. Tras sujetarme los muslos, los
separa, su aliento siseando entre sus dientes.
—Qué coño tan bonito. Tócate.
Su voz es profunda, su tono crudo, sin dejar lugar a discusión.
Despacio, arrastro la mano hacia abajo hasta que se sitúa entre mis muslos.
Se inclina hacia delante, tan cerca que su aliento roza mi sensible carne,
haciéndome retorcer. Me observa atentamente, sin apartar la mirada de mí,
y las yemas de sus dedos se clavan en mi piel con cada movimiento
circular.
Suelto el gemido acumulado en el fondo de mi garganta. Hayden
cierra brevemente los ojos, inhala y su pecho se eleva.
—Más rápido —dice.
Por una vez, me complace obedecerle. Acelero el ritmo, estudiando su
rostro mientras me acaricio. Es tan hermoso. De rodillas ante mí, Hayden
me mira como si fuera una diosa y pudiera doblegar su voluntad.
—Buena chica —Sonríe.
Mi coño se agita con sus elogios y gimo, con el orgasmo inminente. Me
da un beso en el tatuaje y luego en la cara interna del muslo, con cuidado
de no molestarme mientras me acerco al límite. Tras acariciar mi carne, su
aliento susurra contra mi piel.
—Córrete para mí. Duro.
El aire sale de mis pulmones en un gritito. Cuando mis caderas se
agitan contra mi mano, él me aprieta con fuerza contra la pared,
manteniéndome en mi sitio. Me corro, dejando que la exquisita sensación
me inunde una y otra vez hasta que me quedo exhausta, con la cabeza
colgando.
Hayden se lame los labios.
—Me toca a mí.
Se inclina hacia delante y arrastra la lengua desde mi entrada hasta mi
clítoris y vuelve a bajar, tentadoramente despacio para que sienta cada
parte de ella.
—Oh, Dios —jadeo.
—Ese no es mi nombre. —Hayden vuelve a pasarme la lengua por la
rajita y luego me pellizca la carne sensible. Una punzada de dolor me hace
sacudirme, pero sus manos me mantienen en mi sitio. Me mira con ojos
ardientes de lujuria—. Dilo.
—Hayden —susurro.
Gruñe, pero mi piel amortigua el sonido. Vuelve a acercarse a mi
entrada e introduce la lengua hasta que mis piernas tiemblan—. Otra vez
—me ordena.
—Hayden. —Esta vez más alto, mi voz más suplicante.
Sus pupilas se contraen, el negro resplandece cuando introduce dos
dedos en mi interior. La súbita penetración me provoca un grito ahogado,
pero mi cuerpo la recibe con agrado y mi coño lo aprieta con fuerza. Estrujo
sus dedos, intentando crear algo de fricción, obtener algo de alivio.
—Suplícame, Callie.
Separo los labios, pero solo sale un gemido. Necesito que se mueva,
que me dé lo que mi cuerpo pide a gritos. Me retuerce los dedos y gimo.
—He dicho que me lo ruegues.
—Por favor.
Añade un tercer dedo, estirándome y llenándome. Luego los mete y
los saca, cada vez más profundo y más rápido. Y cuando al mismo tiempo
pone su boca en mi clítoris, me vuelvo loca.
Le agarro del cabello mojado y empujo su cara entre mis piernas hasta
que siento esa deliciosa presión tanto en el interior como en el exterior.
—Más fuerte... —grito, clavándole las uñas en el cuero cabelludo.
Por un segundo, me parece oírle reírse suavemente ante mi petición.
Entonces deja de darme placer, pero solo para echarme una pierna por
encima del hombro. La nueva posición me abre más a él, así que vuelve a
penetrarme con la boca y los dedos hasta dejarme inconsciente.
Me corro en toda su cara.
Mi orgasmo me deja sin aliento y tarda un rato en remitir. Durante ese
tiempo, Hayden sigue acariciándome, haciéndome bajar lentamente del
intenso subidón. Sin embargo, cuando su mirada encuentra la mía, me
perfora, con las pupilas dilatadas de lujuria.
—¿Hayden?
Se levanta, sus manos se deslizan por mis piernas hasta llegar a mis
caderas, sus pulgares rozan círculos en los huesos de mis caderas. Se cierne
sobre mí como una sombra, eclipsando mi voluntad hasta que toma el
mando.
—Bésame. Pruébate a ti misma.
Su voz es oscura, impregnada de poder. Presiono mis labios contra los
suyos antes de deslizar la lengua por la línea de su boca.
Él gruñe y se empuja contra mí, apretando su polla contra mi vientre.
Lo hago una y otra vez, burlándome y languideciendo hasta que se
estremece de impaciencia.
Me agarra la mandíbula y me obliga a abrir la boca para que pueda
reclamarla por completo. Su lengua siente mi sabor salado cuando se
sumerge en mi interior, devorándome. Después de enredarme los dedos
en el cabello, me agarra con fuerza, haciéndome arquear ante sus caricias.
Lo rodeo con los brazos cuando me abruma y me hundo contra él,
necesitando su apoyo para mantenerme en pie.
Hayden rompe el beso, sus ojos enloquecidos.
―Joder, no me sacio de ti.
—Me tienes.
—¿Te tengo?
Esa pregunta me hace fruncir las cejas. No se refiere físicamente. Le
recorro con la mirada, percibiendo el anhelo de Hayden por mí, su
necesidad de mi amor. ¿Realmente le he perdonado?
—Casi —le digo.
Suelta las manos y retrocede un paso. A pesar del vapor que nos rodea
y del agua caliente que golpea mi cuerpo, tiemblo. La frialdad vuelve a
aparecer en su mirada, luchando por dominar su deseo.
—Casi no es suficiente —me dice.
CAPÍTULO 22

Calista

Hayden hace ademán de irse, pero lo detengo agarrándolo del brazo.


Me mira la mano y luego me mira a mí.
—Espera. Por favor —susurro. Me observa atentamente, esperando a
que continúe. No sé qué decir, así que suelto lo primero que se me ocurre—
. ¿Estás preparado para admitir que estás enamorado de mí?
Su rostro es un lienzo en blanco. Me mira y sus ojos recorren
lentamente mi rostro antes de responder:
—Casi.
Me echo hacia atrás, soltándome de él.
—Entendido.
—Házmelo saber cuando tu 'casi' sea un 'sí', Callie.
Le miro con los ojos entrecerrados.
—Tú también.
Una vez se ha ido, me hundo en el suelo abrazando las rodillas contra
mi pecho. Su disposición a llevar esto al ritmo que yo quiera es algo que no
esperaba. ¿No es eso suficiente para demostrar que se preocupa por mí y
que quiere seguir adelante?
Tras salir de la ducha y secarme, entro en el dormitorio envuelta en
una toalla limpia. Cojo el portátil, me siento en la cama y abro mi hilo de
mensajes con Harper.
Calista: Creo que por fin entiendo a qué te referías cuando decías que
harías cualquier cosa por proteger a alguien a quien quieres. Si eso es lo
que eres y lo que es Hayden, quizá deba ser más comprensiva y aceptarlo...
En fin, envíame un mensaje cuando oigas esto. Necesito a mi mejor amiga.
Ni Hayden ni Harper me hablan durante las siguientes cuarenta y
ocho horas. A la hora cuarenta y nueve, estoy dispuesta a suplicar a
Hayden y sermonear a Harper. No lo haré, pero quiero hacerlo. En lugar
de eso, me dirijo al despacho y llamo a la puerta.
Hayden levanta la cabeza, su mirada se ilumina agradecida al recorrer
mi cuerpo desnudo.
—¿Qué necesitas, Callie?
—¿Tienes un minuto? —Cuando asiente, entro en el despacho y me
encaramo al borde del escritorio—. Necesito pedirte un favor.
Él frunce el ceño.
—¿De qué se trata?
—Como seguro que sabes, llevo casi tres semanas enviando mensajes
a Harper todos los días, pero hace dos que no responde. Sé que
probablemente no sea nada, pero estoy preocupada. Que se quede de
repente callada no es normal.
—Tu amiga es de todo menos callada.
—Exacto. —Cruzo las piernas y pongo las manos sobre el regazo—.
Ya que no me dejas tener mi teléfono... —Me detengo frunciendo el ceño—
. Me preguntaba si podrías localizarla y asegurarte que está bien.
Se apodera de mí el impulso de besarle y rozo sus labios antes de
pensármelo mejor. Sus ojos se encienden y aprieta el bolígrafo. Cuando
habla, lo hace en voz baja.
—¿Había algo más?
—No —digo rápidamente. Demasiado deprisa.
Levanta una ceja, una pregunta silenciosa.
—Siempre sé cuándo mientes. Dime lo que necesitas.
Aprieto los labios y me muerdo el interior de la mejilla. Siento que el
poder de Hayden me atrae, sacándome la verdad.
―Estoy cansada de luchar contigo.
El aire chisporrotea, atrayéndome, crepitando sobre mi piel. El
corazón me palpita en los oídos y el sonido ahoga todo lo demás, excepto
al hombre que tengo delante. Las fosas nasales de Hayden se agitan y el
bolígrafo golpea contra el escritorio antes de apartarlo.
Separo los labios y se me corta la respiración ante la mirada
hambrienta de sus ojos. Me inclino más hacia él, abrumada por la
necesidad de sentir su boca en la mía. Acorto la distancia y presiono mis
labios contra los suyos. Es un beso dulce, pero sé que es más que eso.
Finalmente me rindo a él.
Se incorpora colocando las manos en mi cintura, seguidamente las
desliza por mis muslos antes de sujetar mis rodillas y separarlas. Suena un
ding, junto con un pequeño zumbido. Pestañeo aturdida, al verlo recuperar
su teléfono. Lee el mensaje y noto un cambio inmediato en él. Su cuerpo se
pone tenso y un músculo parpadea a lo largo de su mandíbula.
—¿Qué sucede? —pregunto. Cuando no me responde, el pánico se
apodera de mi pecho—. ¿Hayden?
Aparta el teléfono y me presta toda su atención.
—Tu amiga está a salvo.
Espero una explicación. Cuando Hayden guarda silencio, se
encienden las alarmas en mi cabeza.
—¿Qué es lo que no me estás contando?
Su expresión sigue siendo impasible, pero aprieta mi rodilla.
—No te preocupes, Callie. Todo está bajo control.
—¿Qué está bajo control? Hayden, ¿qué está pasando?
—Todo va bien.
—Me estás mintiendo.
Me inclino para coger su teléfono, pero me detiene agarrándome por
los hombros.
—Solo quiero hablar con ella —le digo.
—Está descansando.
—Muy oportuno.
—Escúchame. Está a salvo y en buenas manos.
Le clavo el dedo en el pecho.
—Juro por Dios que si no me dices qué demonios está pasando, voy a
hacer una locura.
Se me queda mirando un rato, escrutando mi rostro. Sea lo que sea lo
que ve, suelta un suspiro. Me preparo para lo que vaya a decirme.
—Harper tiene una conmoción cerebral y una muñeca fracturada.
Aunque estaba en un paso de peatones, fue un atropello con fuga. No
puedo obtener más detalles sobre su estado, ya que no soy familiar, pero
está viva.
—Oh, Dios —digo, mis palabras terminan en un sollozo—. Necesito ir
a casa.
—Callie —me dice, suavizando el tono —la están tratando en el mejor
hospital de la ciudad. Confía en mí. Se pondrá bien.
Cubro mi rostro con las manos, luchando contra las lágrimas. Cuando
vuelvo a mirarle, le digo:
—Nada de esto está bien. Tengo que volver a casa. Tengo que estar ahí
para ella. ¿No lo entiendes?
Sacude la cabeza.
—No.
—¡Hayden! Por favor, escúchame...
—La respuesta es no. —Se guarda el móvil en el bolsillo y vuelve a
acomodarse en la silla—. Odio hacer esto, Callie, pero no voy a arriesgar
tu vida.
Me deslizo desde el escritorio para arrodillarme en el suelo, entre las
piernas de Hayden. Su mirada se amplía ligeramente, pero no se mueve
para detenerme cuando lo alcanzo. Apoyo las manos en la parte superior
de sus muslos e inclino la cabeza, con las puntas del cabello rozando su
pantalón.
—Por favor —susurro—. Haré lo que sea.
—¿Cualquier cosa?
—Sí.
Se detiene a pensar, pero no tarda mucho.
—Perdóname. No casi, sino completamente.
Levanto la cabeza para mirarle.
—No soy un robot. No puedo pulsar un interruptor y cambiar mis
sentimientos. Las emociones no funcionan así.
Se inclina para cogerme la barbilla entre el pulgar y el índice.
—Ya me has perdonado. Si no, no me habrías dejado devorar ese coño
tuyo hasta empapar mi cara. Si no me hubieras perdonado, no estarías
desnuda y de rodillas, dispuesta a que te follara, si eso es lo que te pidiera.
Quiero oírte admitirlo. Decir que me perdonas por todo lo que he hecho
desde que nos conocimos.
Estoy a punto de negarlo, pero me detengo porque tiene razón. No
siento la rabia que sentí el día que llegamos aquí. Lo miro fijamente, con el
labio inferior tembloroso por el nerviosismo que me invade.
—Que quede claro, si no me llevas a casa, te odiaré. Pero ahora mismo,
estoy dispuesta a perdonarte por todo, Hayden.
No me dedica una sonrisa triunfal como yo esperaba. En cambio,
exhala lentamente, como si se sintiera aliviado por haberse quitado un peso
de encima. Antes que pueda preguntar, desliza una mano por mi mejilla y
a lo largo de mi mandíbula.
—Nos iremos dentro de una hora. —Al menos no tardarás mucho en
hacer la maleta —me dice con una sonrisa en la boca.
CAPÍTULO 23

Calista

El avión se estabiliza a altitud de crucero cuando miro distraídamente


por la ventanilla. Mis pensamientos están a miles de kilómetros de
distancia, consumidos de preocupación por Harper. Lleva dos días en el
hospital y me siento impotente por no poder visitarla ni hablar con ella.
Un suave toque en el hombro me hace estremecer. Me giro y veo a
Hayden estudiándome con una mirada preocupada.
―Vuelves a preocuparte por tu amiga ―me dice. No es una pregunta.
Asiento, con un nudo en la garganta.
―Sé que Harper tiene a su madre, pero... quiero estar ahí para ella.
Hayden coge mi mano y su pulgar acaricia suavemente mis nudillos.
―Pronto estaremos allí. Todo irá bien.
La ternura de su voz me deja sin aliento. Examino su rostro, buscando
signos para apaciguarme, pero no los hay. En sus ojos solo hay sinceridad.
―Gracias.
Asiente con la cabeza, sin dejar de acariciarme la mano.
―Sé lo difícil que ha sido para ti estas últimas semanas, pero nunca he
querido ser tu enemigo, Callie. ―Su voz es tranquila, aunque eso no oculta
la tensión subyacente―. Mi único objetivo en la vida es hacerte feliz.
Le dirijo una sonrisa irónica.
―Siempre que eso no comprometa mi seguridad, ¿verdad?
Me devuelve la sonrisa y acaricia mi mejilla.
―Cierto.
La intimidad se apodera del espacio que nos separa, resistiendo el
impulso de besarlo. En su lugar, me reclino en la palma de su mano,
impregnándome en la ternura del momento.
Nos dirigimos hacia casa, con Hayden observándome atentamente.
No me sube a su regazo como la última vez, pero me doy cuenta que desea
hacerlo. Toma mi mano entre las suyas, enlazando nuestros dedos, y no
me suelta, ni siquiera cuando aterrizamos.
Me saca del avión y el aire invernal atraviesa mi ropa. Sebastian nos
espera junto a un vehículo detenido, con una mirada aguda y evaluadora.
Cuando se fija en mi camiseta hula hop, mi falda naranja brillante y mis
sandalias, sus labios se crispan. Le hago una mueca antes de enterrarme en
el abrigo de Hayden. Era este conjunto de la tienda de turismo o mi traje
de cumpleaños.
Cuando Hayden y yo nos acomodamos en el asiento trasero, se vuelve
hacia mí.
―Sé que quieres ver a Harper, pero sugiero que vayamos rápidamente
a casa y te pongas ropa adecuada para el tiempo. Además, así podrás
comer algo.
Abro la boca para argumentar que estoy bien y que no quiero aceptar
su sugerencia, pero entonces él dice:
―Primero tengo que asegurarme que estás bien, cariño.
Me quedo en silencio y asiento con la cabeza. Hayden nunca me llama
cariño a menos que se encuentre en un estado de agobio emocional, y
nunca en público. El cariño resuena en mi mente, un recordatorio de lo
mucho que me afecta este hombre.
Porque le amo.
Si no, no le habría perdonado.
Tras un rápido desvío al ático de Hayden, el hospital se vislumbra
cuando entramos en el aparcamiento. Hayden me ayuda a salir del coche
colocando una mano en mi espalda y, conduciéndome al interior. Pregunto
por Harper en recepción y me dan el número de su habitación.
Entramos en el ascensor y el olor a hospital estéril me golpea,
revolviendo mi estómago. Como si percibiera mi malestar, Hayden tira de
mí hacia su costado, arrimando mi cuerpo al suyo.
—Ella está bien —me dice en voz baja.
Asiento con la cabeza, consolada por su confianza. Sin embargo,
mientras caminamos por el pasillo, mi ansiedad se apodera de mí,
haciendo que me tiemblen las manos. Cuando llegamos a la habitación de
Harper, me detengo y respiro hondo antes de empujar la puerta.
Mi amiga, habitualmente vibrante y alegre, yace inmóvil en la cama
del hospital, con una vía intravenosa conectada al brazo y un monitor
cardíaco que emite un pitido constante, llenando el silencio. Hasta que me
ve.
—¡Calista! ¡Estás aquí!
Me abalanzo sobre ella para abrazarla. Con un resoplido, me siento en
la cama.
—Por supuesto que he venido. ¿Cómo te encuentras?
—Eh —me dice encogiéndose de hombros—. Sinceramente, no
recuerdo nada. En un momento estaba cruzando la calle arrastrando el culo
y al siguiente me despierto aquí.
—¿Dónde está tu madre?
—Vendrá a primera hora de la mañana. La envié a casa porque ha
estado aquí tanto tiempo que está poniendo nerviosas a las enfermeras.
Reduzco la voz a un susurro.
—¿Te está dando la mierda buena? —Desvío la mirada hacia la vía.
Harper se echa a reír.
—Te he echado de menos.
—Yo también.
—Hola, señor Bennett —dice Harper, con voz alegre—. Gracias por
traer a nuestra chica a visitarme.
Hayden se adelanta con el lateral de su boca curvado hacia arriba.
―Por supuesto, Srta. Flynn. Calista se preocupa mucho por ti.
—Me alegra que esté aquí, pero no quería interrumpir tu escapada.
—La familia es lo primero —dice.
—Es cierto. —Harper ladea la cabeza y lo mira con la mirada
entrecerrada―. Entonces, hablemos de delitos graves, Sr. Fiscal. Quiero
saber qué hacer con ese capullo que me ha atropellado.
Él agita una mano.
―A por ello.
Los observo charlar amigablemente. La tensión abandona mi cuerpo y
me relajo por primera vez desde que me enteré que Harper había sido
hospitalizada. Hayden responde a todas sus escandalosas preguntas sobre
'cómo infringir la ley sin infringirla realmente' sin ponerle ninguna pega.
Incluso le hace reír un par de veces. Verlos juntos alivia mis nervios y me
alegra el corazón.
Cuando bostezo, Hayden pone fin a la conversación.
―Será mejor que lleve a Calista a la cama —me dice, mirándome.
—Pero...
Levanta una mano.
―Haré que Sebastian te traiga aquí a primera hora de la mañana.
—¿Prometido?
—Sí.
Me vuelvo hacia Harper y le doy un abrazo.
―Me alegro mucho que estés bien.
—Soy como Cat Woman con nueve vidas. —Me guiña un ojo―. No te
preocupes, aún me quedan cinco.
Hayden y yo nos despedimos y él me conduce fuera de la habitación,
a los ascensores y luego al vehículo que espera fuera. Una vez sentada, me
giro para mirarle.
—Gracias. Me habría vuelto loca preocupándome por ella.
—Era lo más adecuado.
Sonrío ante él.
—Después de obligarme a perdonarte.
—Si hay una oportunidad de conseguir lo que quiero, no voy a
ignorarla.
—¿Realmente deseabas tanto mi perdón?
Coge mi mano y entrelaza sus dedos con los míos.
―Más que nada.
Levanto una ceja en señal de pregunta.
―Creí que habías dicho que no te importaba que te odiara.
—Las últimas semanas me han demostrado que podría perderte a
través del odio. No quiero eso.
—No me has perdido.
—¿Estás diciendo que te he ganado? —Me lanza una mirada
advirtiéndome. Si dices 'casi', te azotaré hasta que cambies de opinión.
Sonrío.
― ¿Si estabas dispuesto a llevarme a ver a mi mejor amiga, y lo único
que me pediste fue que te perdonara? Entonces sí, me has ganado.
Se inclina hacia delante.
―Vuelve a decirlo.
—Me has ganado, Hayden —susurro contra su boca―. Ahora, ¿qué
vas a hacer conmigo?
Sonríe.
―Quedarme contigo. Esa parte de mi plan nunca ha cambiado.
CAPÍTULO 24

Calista

Una hora más tarde, entro en el dormitorio de Hayden, recién duchada


y en camisón de seda. Lo encuentro sentado en la cama, esperándome. Sus
ojos encuentran los míos y sonrío. Titubeo ante la expresión seria de su
rostro.
—¿Todo bien? —Cuando asiente, ladeo la cabeza―. ¿Entonces por qué
me miras así?
—No estoy acostumbrado a verte con la ropa puesta.
Sacudo la cabeza con una sonrisa.
―Tendrás que acostumbrarte. Ahora estamos en casa, así que las cosas
han cambiado.
—¿Consideras que este es tu hogar, Callie?
Me muerdo el labio, pensativa. Su mirada se desvía hacia mi boca, sus
ojos se oscurecen. Antes de poder responder a su pregunta, extiende una
mano haciéndome un gesto para que me aproxime. Me acerco a él y sujeta
mi muñeca, atrayéndome hacia él hasta que me encuentro entre sus
piernas.
—Sí —susurro―. Este es mi hogar porque tú estás aquí.
—Tú eres mi hogar. —Me da unos ligeros golpecitos en el pecho, justo
encima del corazón―. Aquí es donde quiero estar.
Cubro su mano con la mía, aplastándola contra mi piel.
―Tú lo estás.
Asiente, pero retira la mano y cierra los ojos como si sufriera.
―¿Callie? —me dice, con la voz tensa.
—¿Qué te pasa?
—Han pasado tres semanas.
—¿Tres semanas desde qué?
Me mira, con la piel de la mandíbula tensa.
―Estoy tan jodidamente duro ahora mismo.
—Oh.
Asiente. Trago grueso. Su mirada se dirige a mi garganta y luego
desciende. Mis pezones se endurecen bajo su mirada.
—Tienes que irte —suelta.
—¿Irte? Frunzo el ceño―. ¿Por qué?
—Porque si te quedas, voy a follarte a lo bestia.
Parpadeo mirándole.
―De acuerdo.
—No me mientas. Eso no es lo que quieres.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque follarte es lo que quiero, lo que necesito.
—¿Crees que yo no te necesito también?
Coge mi barbilla acercándome lo suficiente para que pueda ver la
sinceridad en sus ojos.
―Si me necesitas, entonces te lo daré. Pero solo así.
—Hayden, sí que te necesito. Quizá más que nunca.
Asiente y comienza a desabrochar su camisa, dejando al descubierto
su pecho centímetro a centímetro. Lo observo con expectación mientras
deja al descubierto su escultural abdomen, y me entran ganas de pasar los
dedos por las firmes protuberancias. Una vez se ha quitado la ropa
completamente, se echa hacia atrás, observándome.
—Ven aquí, cariño.
Tras quitarme el camisón, doy un paso adelante y él me sube a su
regazo, con las piernas a horcajadas sobre él. Luego me rodea con un brazo,
acercándome aún más. Deslizo mis dedos por su cabello, tirando
ligeramente de él, acercando mi boca a la suya.
Alza una mano y masajea mis pechos antes de pellizcarme los
pezones. Jadeo, arqueándome hacia él, disfrutando de sus caricias. Sus
manos descienden, recorriendo cada curva. Se detiene pasando el pulgar
por mi tatuaje.
—Eres tan hermosa —murmura contra mis labios.
Me agarro a su erección, mi cuerpo vibra de necesidad. Tiene razón.
Ha pasado demasiado tiempo. Lo deseo tanto que apenas puedo pensar.
Hayden rompe el beso, con los ojos encendidos.
―Ahora, di que eres mía.
—Soy tuya.
—De nuevo.
—Soy tuya, Hayden. Completamente.
Con un gruñido grave, nos tira sobre la cama. Luego me penetra con
tanta fuerza que veo bailar estrellas detrás de mis párpados mientras le
clavo las uñas en los hombros, haciéndole sangrar.
—Joder, Callie —gruñe.
—Oh, Dios. Más fuerte.
Su cuerpo cubre el mío, embistiéndolo una y otra vez. Echando la
cabeza hacia atrás, me dejo llevar por el ritmo castigador. Luego agarro su
trasero, tirando de él hacia mí, diciéndole que quiero más.
Los dos estamos cerca y sé que no tardaré mucho en correrme. Me
aferro a él sin dejar de golpearme contra el colchón, sin dejar de follarme.
Me agarra la cadera con una mano y entierra el pulgar en mi tatuaje, como
para asegurarse que permanezca clavado en mi piel, marcándome como
suya.
Entonces agarra mi garganta, apretando suavemente, y me vuelvo
loca. Mi orgasmo estalla en mi interior, haciéndome gritar su nombre. Y
que lo amo. Poco después, él también se libera y se desploma sobre mí.
Permanecemos tumbados un rato, abrazados. La habitación está en
silencio, excepto por el sonido de nuestras agitadas respiraciones. Al final,
Hayden se da la vuelta y se apoya en su antebrazo. Sujeta mi barbilla y me
obliga a mirarlo.
—¿Quisiste decir lo que dijiste?
Sonrío.
―Oh, Dios. ¿Más fuerte? Lo decía totalmente en serio.
Me da una palmada juguetona en el culo.
―Ya sabes qué parte.
—Sí —le digo, con tono serio―. Y lo hice.
—Bien.
—¿Y qué hay de ti?
Sus ojos se clavan en mí y asiente.
—Dilo.
Me roza el labio inferior con el pulgar.
―No quería amarte, Callie, pero jodidamente, te amo. Posesivamente.
Irrevocablemente. Completamente.
A la mañana siguiente, entro en la habitación de Harper con dos cafés
y una enorme sonrisa en la cara. Hayden me ama. No puedo dejar de
pensar en ello.
—He traído café —saludo.
—Impresionante. La mierda que sirven aquí no tiene derecho a
llamarse café.
Tras dejar su bebida en la mesita auxiliar, le doy un rápido abrazo y
tomo asiento junto a la cama.
―Parece que estás de buen humor. ¿Te sientes mejor?
—Voy a estar aquí un día más, pero no está tan mal.
—Al menos saldrás de aquí antes que comiencen las clases.
Se queja.
―Uf, no me lo recuerdes.
Me rio suavemente.
―Lo siento. No había pensado en tu muñeca.
Ella ignora mis disculpas y bebe un sorbo de café antes de volver a
dejar la taza en la mesa.
―No pasa nada. Sé que estás emocionada por volver y deberías
estarlo.
—Lo estoy. Por fin siento que mi vida está cobrando sentido. Os tengo
a ti y a Hayden, y ahora continúo mis estudios. Estoy muy feliz.
—Y sin embargo pareces agotada.
Le dirijo una sonrisa irónica.
―Estuve despierta casi toda la noche.
—Ya veo. —Me mira con el ceño fruncido―. ¿Cómo está hoy el dios
del sexo?
—Bien. Me ha dicho que me ama.
—¿No jodas? Guau. Es increíble.
—Gracias. Todavía no me lo creo.
—Es bonito que tenga las pelotas de admitir lo que todo el mundo ya
sabe. ¿Le respondiste?
Asiento con la cabeza, con las mejillas encendidas.
—Bien. Ahora me sentaré a esperar la boda.
—Harper, es demasiado pronto para eso.
Mueve su dedo en mi cara.
―Tú espera. Y cuando ocurra, seré tu dama de honor.
Sacudo la cabeza con una sonrisa.
―Eres ridícula, pero por supuesto, serás mi dama de honor.
—Buenos días, chicas.
Harper y yo nos giramos y vemos a una mujer entrar en la habitación.
Es una versión mayor de mi mejor amiga, pero con el cabello de un rojo
vibrante peinado en un recogido corto. Sus ojos verdes son despiertos y
encierran un destello de inteligencia con el que se explica perfectamente la
placa farmacéutica que porta en el bolsillo. Su traje pantalón azul marino
con una blusa blanca y un par de tacones me recuerda a algo que Hayden
me compró. Algo de alta calidad y con estilo.
—Hola, mamá —dice Harper con una sonrisa.
―Esta es Calista. Es mi amiga del Sugar Cube, ¿te acuerdas?
La mujer asiente.
―Claro que me acuerdo. Me alegro de conocerte por fin. Mi hija habla
de ti todo el tiempo. Puedes llamarme Melissa. Siempre que alguien me
llama 'señora', me hace sentir vieja.
—Yo también me alegro de conocerte —le digo, cogiéndole la mano y
estrechándosela. Su apretón es firme, y su expresión, acogedora―. Harper
tiene suerte de tenerte.
La expresión de Melissa se vuelve solemne mientras retira el brazo.
―Sé que es tarde, pero siento mucho tu pérdida. Tu padre era un
hombre muy influyente y le echaremos de menos.
—Gracias —digo, forzando las palabras más allá del nudo que tengo
en la garganta―. Este año ha sido muy difícil, pero las cosas están
cambiando para mí. No sabía que conocías a mi padre.
—Oh, sí. Trabajamos con él en alguna ocasión.
—Lo siento, pero ¿puedes recordarme para qué empresa trabajas?
—AstraRx.
Controlo mis facciones para ocultar mi confusión.
―Ah, ya. Ahora me acuerdo.
La mentira fluye fácilmente de mis labios. He pasado demasiado
tiempo con Hayden. Habiendo trabajado con el director de campaña de mi
padre, debería reconocer el nombre. El que no lo haga no es un gran
problema, pero teniendo en cuenta que alguien me ha drogado, eso lo
convierte en uno.
Vuelvo a echar un vistazo a su placa, fijándome en el logotipo. Antes
de poder decir nada más, se aparta de mí y coge la mano de Harper entre
las suyas.
― ¿Cómo te encuentras, cariño? ¿Estás mejor hoy?
Mi mejor amiga se encoge de hombros.
―Estoy aburridísima.
—Mañana estarás fuera de aquí.
Asiento con la cabeza.
―Y me tienes a mí. Me quedaré aquí hasta que acabe el horario de
visitas y me echen.
—Eso será estupendo. —Harper me sonríe, arrugando los bordes de
sus ojos―. Será aún mejor si te has traído a ese guardaespaldas.
Melissa frunce el ceño.
― ¿Es por eso que hay un hombre calvo y corpulento al otro lado de
la puerta? Estaba a punto de avisar al personal del hospital.
—Mi novio es sobreprotector —murmuro.
—Y está caliente. —Harper me sonríe―. Si el señor Bennett tuviera un
amigo tan atractivo como él, sentiría la tentación de violar la ley.
Pongo los ojos en blanco riendo y Melissa niega con la cabeza.
―Es difícil creer que te di a luz —le dice a Harper—. Pero no me
arrepiento de nada.
—Por supuesto que no. ¿Cuánto tiempo te vas a quedar hoy, mamá?
La mujer frunce los labios.
―Solo hasta la hora de comer. Después tengo que ir a la oficina.
Vamos a poner en marcha un nuevo medicamento y hay que poner toda la
carne en el asador. Si no estoy allí, el Sr. Russell se pone irritable.
Harper se sienta en la cama y se inclina hacia delante.
―Pero volverás mañana por la mañana a recogerme, ¿verdad? Si
tengo que pasar otro día entero aquí, voy a perder los nervios.
—Estaré aquí a primera hora —dice Melissa.
Mi amiga se relaja visiblemente, dejándose caer sobre la almohada.
―Bien. Ahora quiero que me cuentes tus vacaciones, Calista.
Me encojo interiormente antes de entrar en detalles sobre toda la
experiencia. Menos la parte de cómo Hayden me secuestró. Y también la
parte del desnudo.
CAPÍTULO 25

Calista

―No discutas conmigo, Sebastian.


Marcho hacia el ascensor del ático y pulso el botón. Se enciende y las
puertas se abren de inmediato. Entro con mi guardaespaldas pisándome
los talones, su rostro arrugado por la preocupación mientras selecciono la
primera planta.
—Señora Bennett…
Cuando le lanzo una fea mirada, se aclara la garganta. Que haya
aceptado que Hayden me llame así no significa que esté preparada para
que el resto del mundo también lo haga.
—Señorita Calista, el señor Bennett me dio instrucciones estrictas de
no llevarla a ningún sitio salvo al hospital para visitar a su amiga. Ahora
que le han dado el alta, debes quedarte en casa.
—Entiendo tus razones para querer mantenerme a salvo. No solo es tu
trabajo, sino que Hayden no es alguien a quien le guste que le
desobedezcan. Dicho esto, no vas a hacerme cambiar de opinión. Tengo
que hablar con el señor Davis. Hoy.
Sebastian golpea con la mano el borde de la puerta, impidiendo que se
cierre.
―Me tomo mi trabajo en serio, tan en serio, de hecho, que te levantaré
y te sacaré de este ascensor dando patadas y gritando si es necesario.
Lo fulmino con la mirada en un esfuerzo por disimular mi
nerviosismo.
―Si lo haces, le diré a Hayden que me has metido mano.
La mentira revuelve mi estómago. Y ante la expresión de horror de
Sebastian. Palidece y sus ojos se abren enormes. Si no intentara intimidarlo,
me divertiría que ese hombre musculoso del tamaño de una montaña
tuviera miedo de Hayden.
—Tú no harías eso—dice.
—¿No lo haría?
—¿Tienes idea de lo que me haría ese hombre si pensara que te he
tocado? —El guardaespaldas se estremece―. Eres cruel al amenazarme así.
Enarco una ceja. ―Tiempos desesperados...
Murmura algo en voz baja -una maldición en ruso, si he de adivinarlo-
y se cruza de brazos―. Estoy condenado de cualquier manera. Si no me
mata, me consideraré afortunado.
—Si te hace pasarlo mal por haberme sacado, entonces abogaré en tu
favor.
Dice algo más en un idioma extranjero y, cuando frunzo el ceño, me
dice: —Es mejor estar a la derecha del diablo que en su camino de
destrucción.
—¿Soy yo el diablo?
Sebastian suspira.
―Eso depende de cómo reaccione el señor Bennett.
Me apiado del guardaespaldas y me mantengo al margen, cerca de él
mientras me escota hacia el vehículo. La sede de la campaña no ha variado
ni un ápice. Me detengo y la contemplo brevemente antes que Sebastian
me introduzca en el interior, con la cabeza en constante movimiento.
Una vez dentro, me dirijo hacia las oficinas de la parte trasera del
edificio. Efectivamente, Robert Davis está sentado en su escritorio, con los
ojos pegados a la pantalla del ordenador frente a él. Lo recorro con la
mirada, buscando algún cambio. Sigue teniendo el mismo cabello castaño
rojizo, suelto sobre la frente, pero lleva la ropa planchada y la corbata recta.
Por un momento, es como si me hubiera transportado atrás en el
tiempo, cuando mi padre aún vivía y el Sr. Davis estaba a su lado en todos
los acontecimientos. Se me cierra la garganta cuando la emoción amenaza
con ahogarme. Sebastian me pone brevemente una mano en el hombro.
—¿Estás bien?
—Lo estaré. Es solo que no he estado aquí desde que murió mi padre.
No sé por qué no pensé que me afectaría estar aquí. —Me enderezo y
asiento con la cabeza―. Vale, estoy lista.
Me acerco a la puerta del despacho y agarro el picaporte. La cabeza de
Robert se mueve en mi dirección cuando abro la puerta y entro, con
Sebastian justo detrás de mí. El director parpadea confundido antes de
levantarse de la silla con una sonrisa.
—Señorita Green, qué alegría volver a verte. Espero que hayas estado
bien.
—Sí. Gracias, Robert.
Mira a Sebastian y luego vuelve a centrar su atención en mí.
― ¿Puedo hacer algo por ti?
—Sí.
—Por favor, toma asiento. —Después que Sebastian y yo ocupemos el
conjunto de sillas de cuero frente a su escritorio, Robert se sienta también.
Junta las manos y las apoya en el escritorio, inclinándose hacia delante―.
¿En qué puedo ayudarte?
—Quiero saber algo sobre la relación de mi padre con AstraRx.
Los ojos de Robert se iluminan brevemente antes de apagar su mirada.
―Lo siento, Calista. No tengo idea de lo que estás hablando. Tu padre
era un hombre muy ocupado, pero esa es una empresa a la que no estaba
afiliado.
—Por favor, no me hagas perder el tiempo con mentiras. Ayer hablé
con Melissa Flynn y me dijo muy claramente que había trabajado con mi
padre en el pasado.
—De nuevo, lamento decirte que te equivocas. No sé quién es esa tal
Flynn, pero es evidente que miente.
Respiro hondo en un intento de calmar mi ira.
―El hecho evidente que estés desesperado por ocultarme esto me dice
que en lo que sea que estuviera involucrado mi padre no era bueno. Si
intentas protegerme a mí o a su memoria, no lo hagas. Necesito la verdad.
Mi vida podría depender de ello.
Robert me mira con los ojos entrecerrados.
―¿Estás metida en algún lío?
Sebastian desvía la mirada del encargado hacia mí. Con el sutil
movimiento, intuyo lo que intenta decir sin palabras.
―Bueno, puede que haya sido un poco dramática —digo, dando
marcha atrás―. Sin embargo, quiero saber sobre los negocios de mi padre.
Necesito poner punto final. Ha pasado un año y aún no tengo respuestas
sobre lo que me ocurrió aquella noche.
—¿Y crees que AstraRx tiene algo que ver con el incidente? —Cuando
asiento con la cabeza, suspira―. Escucha, Calista, ojalá pudiera ayudarte,
pero estás estableciendo conexiones que simplemente son inexistentes.
Quizá sea mejor que olvides toda esta experiencia y la dejes atrás.
Sus palabras, condescendientes y sentenciosas, son como una cerilla.
La justa indignación estalla en mi interior.
Me pongo en pie rápidamente y arrebato el abrecartas que tengo a mi
derecha. En cuanto enrosco los dedos en torno al mango grabado en oro,
lo golpeo contra el escritorio, la punta desaparece en la madera justo
delante de él.
Robert se sobresalta y sus ojos se abren al máximo. Puedo verme en la
oscuridad de sus pupilas, mi pecho agitado y mi expresión furiosa. Antes
que pueda reaccionar, me inclino hacia delante, aun agarrando la
empuñadura.
—He venido aquí en busca de respuestas, Robert. Si no quieres
dármelas, entonces te las puedes arreglar aquí con Sebastian. Es más que
un guardaespaldas, es Bratva.
El gerente alza los brazos, sus manos mirando hacia mí.
—Está bien, de acuerdo. Calmémonos todos.
—¿No sabes que decirle a una mujer 'cálmate' tiene el efecto contrario?
—Entrecierro la mirada―. Empieza a hablar.
—Bien, de acuerdo. Sí, tu padre tenía tratos con AstraRx. Más
concretamente, con el propietario, Thomas Russell.
Con un firme tirón, arranco el abrecartas de la madera con Robert
observando cada uno de mis movimientos. Después me hundo en la silla
con el arma improvisada apoyada en el regazo.
― ¿Para qué?
Robert se frota la mandíbula con la mano, mirándome a mí y luego a
Sebastian.
―El señor Russell se acercó a tu padre hace muchos años, al principio
de su carrera política. El senador no era tonto, pero por aquel entonces era
mucho más impresionable. El propietario de AstraRx acabó siendo un gran
contribuyente a su primera campaña.
Aferro la empuñadura hasta que me tiembla la mano.
― ¿Qué le prometió mi padre a cambio?
—En aquel momento, la empresa farmacéutica intentó y fracasó en el
lanzamiento de un nuevo fármaco que tenía el potencial de generar
millones de dólares. La FDA no dejaba de señalarlo por sus efectos
secundarios perjudiciales. Tu padre votó ciertas leyes que permitieron a
AstraRx eludir parte de la burocracia y facilitar la distribución del fármaco
en el mercado.
—Oh, Dios. —Me desplomo en la silla e inclino la cabeza―. ¿Estás
diciendo que mi padre ayudó conscientemente a poner en manos del
público un medicamento peligroso a cambio de financiación?
—Lo siento mucho, Calista.
—¿Por qué iba a hacer eso? —susurro―. Mi padre era un buen
hombre. Nunca haría daño a nadie voluntariamente.
Robert sacude la cabeza lentamente, ya sea por desacuerdo o por
lástima.
―Todo el mundo tiene esqueletos en el armario. Solo es cuestión de
saber cuándo saldrán a la luz.
Permanezco inmóvil asimilando sus palabras. Mi padre, el honorable
senador al que he idolatrado toda mi vida, ayudó a distribuir sin
escrúpulos una droga peligrosa solo para favorecer sus ambiciones
políticas. ¿Cómo no vi esta parte de él?
—En aquel entonces era un hombre diferente, Calista —dice Robert
suavemente―. Creo que una vez involucrado en esa empresa, le costó
desvincularse de ella. Pero al final lo hizo. Todos cometemos errores, sobre
todo cuando nos dejamos dominar por momentos de debilidad.
Sacudo la cabeza, la pena mezclándose con la rabia en mi interior.
―Un error es saltarse accidentalmente un semáforo en rojo, no
sacrificar la salud pública por el poder y la codicia.
—Lo hecho, hecho está —dice Robert―. Tu padre llegó a lamentar
profundamente aquellas primeras decisiones poco éticas. Pasó la última
parte de su carrera luchando denodadamente por las leyes de protección
del consumidor.
—Eso no significa que estuviera bien. ¿Quién sabe cuántas vidas se
arruinaron o perdieron a causa de sus acciones? —Hago una pausa―.
¿Cuándo dejó definitivamente de tratar mi padre con AstraRx?
Robert tamborilea los dedos sobre el escritorio. Cuando por fin me
responde, un velo de culpabilidad cubre su rostro.
―Creo que fue hace aproximadamente un año.
Cierro los ojos, repentinamente exhausta. Mi imagen del padre heroico
y con principios que amaba se ha hecho añicos. El abrecartas se me resbala
de los dedos y cae estrepitosamente al suelo.
—¿Está lista para irse, señorita Green? —pregunta Sebastian,
manteniendo la mirada fija en Robert.
Como si el director pudiera hacerme más daño del que ya me ha
hecho.
Respiro entrecortadamente.
―Sí. —Miro a Robert―. Gracias por decirme la verdad, aunque haya
sido difícil escucharla.
—Sé que no he estado mucho por aquí desde el funeral, pero si
necesitas algo, no dudes en llamarme. —Robert se pone en pie y le sigo. Se
acerca a mí e inmediatamente deja caer las manos ante la mirada de
Sebastian―. Puede que el senador Green no fuera el político más ético,
pero fue un padre maravilloso antes de su prematura muerte.
Un pensamiento me golpea el corazón, haciendo que se me acelere el
pulso y me sude la piel. ¿Y si esa empresa farmacéutica estuviera implicada
en el asesinato de mi padre?
Me agacho para coger el abrecartas. Una vez en pie, levanto la barbilla
y clavo en Robert una mirada dura.
―Voy a seguir investigando la muerte de mi padre hasta que
encuentre al responsable. Si has tenido algo que ver, dímelo ahora.
Robert levanta las manos.
―No, Calista. Lo juro. De lo único que soy culpable es de no haber
sacado a tu padre de ese lío.
Me meto el abrecartas en el abrigo, no solo como recuerdo, sino para
lanzar una advertencia.
―Confío en que digas la verdad.
Sebastian me sigue cuando salgo apresuradamente del edificio de
oficinas con el abrecartas pesado en el bolsillo. El aire de la mañana me
golpea la cara, enfriando sin éxito las turbulentas emociones que arden en
mi interior. Me detengo en la acera, rodeándome con los brazos mientras
intento estabilizar la respiración para no sufrir un ataque de pánico.
Mi guardaespaldas se acerca a mí manteniendo una distancia
respetuosa.
―Sé que es demasiado para asimilar —me dice—. Pero no estás sola
en esto. Aunque estoy convencido que al señor Bennett no le gustará verte
alterada, él se preocupa por ti.
Asiento con la cabeza, sin confiar aún en mi voz. Unas lágrimas
rebeldes resbalan por mis mejillas.
Sebastian me ofrece un pañuelo de su bolsillo. Lo cojo con un
susurrado 'Gracias' y me seco los ojos.
—Sea cual sea el error que cometió tu padre, está claro que se
arrepintió de él y trató de enmendarlo —continúa Sebastian―. Lo
admirabas por una buena razón. Eso no ha cambiado.
Sacudo la cabeza.
―Tengo la sensación de no haberle conocido realmente. No estoy
segura cómo conciliar al intrigante político con el hombre que ponía tiritas
en mis arañazos de niña.
—A veces las personas tienen más de una cara. La que muestran al
mundo y la que mantienen oculta. Eso no significa que no puedas amar
una parte de ellas.
—No sé amar a trozos. Cuando le doy a alguien mi corazón, lo
comparto todo.
—Entonces el Sr. Bennett es un hombre muy afortunado.
Suspiro, doblando el pañuelo cuidadosamente antes de ofrecérselo a
Sebastian.
― ¿Quizá no quieres que te lo devuelva?
—Quédatelo, señorita Green. Esperemos que no vuelvas a necesitarlo
pronto.
CAPÍTULO 26

Calista

―Por favor, llévame al despacho de Hayden.


Sebastian se da la vuelta en el asiento del conductor. Su expresión es
conflictiva, pero ante las lágrimas frescas que surcan mis mejillas, asiente
lentamente.
―De acuerdo, señorita Calista. Pero antes tienes que darme tu palabra
sobre dos cosas.
Me muerdo el labio.
― ¿Cuáles son?
—En primer lugar, tienes que decirle al Sr. Bennett que esto fue idea
tuya y que yo no tuve nada que ver. Además, añade que intenté
convencerte para que no lo hicieras.
La enorme incomodidad de Sebastian cuando se trata de Hayden
sigue divirtiéndome, pero mantengo el rostro inexpresivo, no queriendo
avergonzarlo.
―Te lo prometo. ¿Qué es lo segundo?
—No quiero que llores más. —El hombre gigante exhala un suspiro,
frotándose la nuca―. Nunca se me ha dado bien manejar las lágrimas de
una mujer. Me resulta difícil verte disgustada.
Se me derrite el corazón.
―Haré lo que pueda.
—Gracias.
Se da la vuelta poniendo el coche en marcha antes de salir a la calle.
Saco el abrecartas del bolsillo y paso la uña por el grabado de la hoja. Fue
un regalo de mi padre a Robert, agradeciéndole su duro trabajo durante la
primera campaña. Me pregunto si lo conservó porque es una herramienta
útil, o si Robert aún lo tiene porque le recuerda a mi padre y la amistad que
compartieron.
Jugueteo con el objeto hasta que el vehículo se detiene. Tras
guardármelo en el bolsillo del abrigo, abro la puerta del coche y salgo.
Sebastian está allí con el ceño fruncido desaprobando lo que hago.
—¿Cuántas veces tengo que decirte que te abriré la puerta?
—Puede que me haya criado como la hija de un senador, pero soy
perfectamente capaz de abrir la puerta de un coche.
Sebastian recorre la zona, como lleva haciendo desde que aparcamos,
y su mirada se posa brevemente en la mía.
―Es una muestra de respeto, señorita Calista.
Alargo la mano y le palmeo el brazo.
―Te agradezco el gesto.
Frunce el ceño y la piel de su cuello se sonroja. Tras aclararse la
garganta, dice:
―Vamos a llevarte dentro. Cada segundo que no lo estás te hace más
susceptible al peligro.
Me hace un gesto para que camine, y salgo a paso rápido, sin querer
demorarme. No es que haya olvidado mi situación, pero a veces la bloqueo
de mi mente en favor de una existencia pacífica. Una que recientemente ha
sido diezmada por los tejemanejes del pasado de mi padre.
Una vez dentro, me acerco a Josephine. Apenas me ve, la mujer se
acomoda en la silla y se ajusta las gafas.
―Buenos días, señora Bennett. ¿Ha venido hoy a ver a su marido?
Pego una sonrisa en mi rostro, ignorando deliberadamente la risita
procedente de Sebastian. Al menos el hombre tiene la decencia de ahogar
su risa con una tos. Miro a la secretaria y asiento con la cabeza.
—¿Está Hayden disponible?
—Aunque no lo estuviera, me dio instrucciones estrictas de
interrumpirlo, sin importar lo que esté haciendo. —Me guiña un ojo―. Mi
jefe no tiene restricciones cuando se trata de ti.
No tienes ni idea.
—Gracias.
—¿Quieres que te acompañe? —El brillo esperanzado de sus ojos me
hace negar con la cabeza―. Muy bien —dice―. Disfrute del resto del día,
señora Bennett.
Tras hacerle un pequeño gesto con la mano, giro sobre mis talones y
me dirijo hacia el despacho de Hayden. Sebastian está a mi lado en un
instante, su larga zancada supera fácilmente a la mía, tan pequeña.
—Así que, señora Bennett...
Lo fulmino con la mirada, pero me falta ardor.
—No empieces conmigo.
—Callie.
Al escuchar la voz de Hayden, tanto Sebastian como yo sacudimos la
cabeza en su dirección. El abogado está de pie a la puerta de su despacho,
con un aspecto tan magnífico que cualquier enfado que tuviera hacia
Sebastian se desvanece.
Hayden me tiende la mano, y mis pasos se aceleran.
― ¿Qué haces aquí? ¿Va todo bien? —Mira a Sebastian, la pregunta
dirigida a él.
—Quería verle, señor. No pude convencerla, por mucho que discutiera
con ella.
La mirada de Hayden se suaviza en el instante en que se posa en mí.
Me abstengo de lanzarme a su abrazo. En lugar de eso, cojo la mano que
me ofrece, reconfortada por la fuerza de su agarre.
Con la mano libre, Hayden me agarra del cuello y me atrae
suavemente para besarme. Es rápido pero apasionado, y me hace mirarlo
aturdida, con un cosquilleo en los labios.
—Sebastian tiene razón —digo, con la voz entrecortada―. No le hice
caso.
La mirada de Hayden se desvía hacia el otro hombre.
―Espera fuera.
Mi guardaespaldas hace un gesto seco con la cabeza. Sigo a Hayden
hasta su despacho y, una vez dentro, con la puerta cerrada y atrancada,
abro la boca para explicarle todo sobre mi padre.
No tengo oportunidad.
Hayden se me echa encima en un abrir y cerrar de ojos. Pega su boca
a la mía y atraviesa mis labios con su lengua, dominando mis sentidos. Me
hundo en su abrazo, agarrándome a la tela de su camisa para no caer al
suelo. Cuando por fin rompe el beso, respiro entrecortadamente y mi
pecho se agita con cada inhalación.
—No es que me importe, pero ¿a qué venía ese saludo? —pregunto.
—Lo necesitaba. Una probadita no fue suficiente. ¿Y ahora por qué
estás aquí, desobedeciendo mis órdenes como siempre?
Dejo caer la mirada, invadiéndome la vergüenza.
―Hoy he sabido algo de mi padre. Me destripó, Hayden. Tenía que
verte porque me estoy desmoronando.
Hayden me lleva a la silla que hay detrás de su escritorio y se sienta,
tirando de mí hacia su regazo. Me rodea con los brazos, apoya la barbilla
en mi cabeza y deposita un beso en mi sien.
—Cuéntamelo todo —susurra.
Así lo hago. Cuando termino, estoy llorando de nuevo. Recojo el
pañuelo que me dio Sebastian, ya húmedo por mis lágrimas de antes, y me
limpio la cara.
—El hombre al que idolatraba es un extraño para mí —digo―. Es
como si le hubiera perdido de nuevo. Ahora tengo que enterrar la idea de
él, al que crecí amando.
—Comprendo. Aunque me preocupaba por mi madre, era difícil
reconciliarla con la mujer que era drogadicta. La gente es complicada.
—Lo sé. —Suspiro y agarro el pañuelo con más fuerza―. Pero eso no
hace que me resulte menos doloroso tragarme esto.
Hayden guarda silencio un momento, pero cuando vuelve a hablar, su
cuerpo se tensa contra el mío.
― ¿Has averiguado el nombre de la empresa farmacéutica en la que
estaba metido?
—Oh, claro. AstraRx. Es propiedad de Thomas Russell, que era el
punto de contacto de mi padre. Es una locura, pero es la misma empresa
para la que trabaja la madre de Harper.
—¿En serio? —pregunta, con voz engañosamente suave.
—Sí. Cuando visité a Harper en el hospital, su madre también se pasó
por allí. Allí vi su placa de identificación. —Estiro la mano y cojo un bloc
de notas y un bolígrafo, dibujando el símbolo de memoria―. Este es el
logotipo. ¿Lo conoces?
Si antes pensaba que Hayden estaba rígido, ahora está como una
piedra.
― ¿Estás segura que ese es el logotipo de la empresa?
—Sí, ¿por qué? ¿Lo conoces? —Trago saliva mientras aflora un
pensamiento―. ¿No creerás que la madre de Harper era otro de los
contactos de mi padre?
—No lo sé, pero voy a averiguarlo.
Me inclino hacia atrás para poder verle la cara.
―Por favor, no hagas ninguna locura. Harper nunca me perdonaría
que le pasara algo a su madre. Prométemelo, Hayden.
Aprieta la mandíbula, su mirada se agita con sus pensamientos. Y su
rabia.
―Te prometo que no le haré daño. Es lo máximo que puedo prometer.
—Eso no es muy tranquilizador —murmuro. A un volumen normal,
digo―. Es mejor que nada. Gracias. —Le echo los brazos al cuello y le doy
un beso rápido―. Con suerte, esta nueva información nos conducirá hasta
quien me envió esa caja, y posiblemente identifiquemos al asesino de mi
padre. El Sr. Davis, jefe de campaña de mi padre, dijo que mi padre hizo
todo lo que pudo para arreglar las cosas. Si se negó a trabajar con AstraRx,
quizá eso fue lo que le llevó al asesinato. Tengo que creer que era un buen
hombre cuando murió, o nada en mi vida tendrá sentido.
—Shhh. No te preocupes por tu padre. Lo más importante eres tú y
mantenerte a salvo.
—Pero si mataron a mi padre por su implicación, ¿por qué vienen a
por mí? No tengo nada que ver con nada de eso. No es como si lo supiera
antes de hoy.
—No tengo una respuesta para ti. Sea como sea, tienes que irte a casa
y quedarte allí.
Suspiro.
―Bien. ¿A qué hora saldrás del trabajo?
—A la misma de siempre.
—Bien.
Hayden me ayuda a ponerme en pie y me conduce hasta la puerta.
Tras abrirla, mira a Sebastian.
―Lleva a Callie a casa.
—Sí, señor. —El guardaespaldas me mira―. Por aquí, señora Bennett.
Le hago una mueca a Hayden. Me guiña un ojo. No puedo evitar
sonreír antes de permitir que Sebastian me acompañe a través del edificio.
Una vez acomodada en el asiento trasero, me relajo y dejo caer la cabeza
contra el asiento de felpa. Contarle a Hayden las acciones sin escrúpulos
de mi padre fue difícil. No es que Hayden tenga margen para hablar
después de acosarme, pero no quería empañar su visión del hombre que
me crio. No soporto que Hayden pueda verme de la misma manera.
Por suerte, Sebastian mantiene su comportamiento profesional de
camino a casa, y nos permite permanecer en silencio. Aunque de vez en
cuando lo veo mirarme por el retrovisor. Le sonrío una vez para asegurarle
que estoy bien, antes de mirar fijamente por la ventanilla. Las revelaciones
del día me han dejado emocionalmente destrozada y, por una vez, estoy
dispuesta a hacer caso a Hayden y quedarme en casa para recuperarme.
El vehículo se detiene en un semáforo en rojo cuando un destello de
color llama mi atención. Es una chaqueta magenta, brillante y familiar. La
diminuta dueña del abrigo corre por la acera.
Completamente sola.
CAPÍTULO 27

Calista

Me siento erguida, llamando la atención de Sebastian.


― ¿Qué ocurre, señorita Calista?
—La conozco —digo, señalando a la niña―. ¿Dónde está su madre?
Ella nunca dejaría sola a Erika.
Antes que Sebastian pueda reaccionar, abro la puerta de golpe y
atravieso la calle a toda velocidad. Erika dobla una esquina y desaparece
de mi vista. El corazón me da un vuelco en el pecho.
Levanto los brazos a los lados y aumento la velocidad, impulsada por
la adrenalina y el miedo. Giro por el callejón y derrapo hasta detenerme.
Erika está a cinco metros de mí, con los ojos muy abiertos y aterrorizada.
Un hombre vestido totalmente de negro sujeta con una mano la boca de la
niña y con la otra le apunta a la cabeza con una pistola.
—Ven conmigo, o está muerta —dice, con la voz apagada tras el
pasamontañas.
Levanto lentamente las manos.
―Por favor, no le hagas daño. Si la dejas ir, haré lo que quieras.
—Trae tu culo aquí —dice el hombre.
—Todo va a salir bien, Erika. Mantén la calma.
Ella asiente con la cabeza. Las lágrimas se derraman por las mejillas
de la niña, haciendo que mi corazón se retuerza dentro de mi pecho.
Cuando estoy junto al desconocido, empuja a la niña, tirándola a la acera.
Me agarra por la parte superior del brazo y me clava la boquilla de la
pistola en el costado.
—Muévete.
—Vale —digo en voz baja, fingiendo calma ante Erika. Ella me observa
desde el asfalto mientras se pone lentamente en pie―. No te preocupes por
mí.
—Lo siento, señorita Calista. —Ella moquea―. Me dijo que mi mamá
estaba aquí.
—Todo va a ir bien. Seguro que te está buscando. Busca a un policía
para que te ayude, ¿vale?
La veo dudar antes de salir corriendo. El hombre da un paso, tirando
de mí mientras mantiene su arma de fuego apretada contra mi caja torácica.
Mi corazón late tan fuerte que ahoga los sonidos de la ciudad que nos rodea
y nada puedo hacer salvo concentrarme en ello, deseando que el órgano no
ceda.
Hasta que escucho mi nombre.
Sebastian grita mi nombre por segunda vez y aparece en la entrada del
callejón como un ángel vengador, con el arma desenfundada. La expresión
de ira de su rostro se transforma en algo feroz cuando se posa sobre el
hombre que me retiene cautiva.
—Déjala marchar —dice, la exigencia resonando en el estrecho espacio
entre los edificios.
El desconocido se burla.
―Que te den. —El hombre me empuja hacia un lado y adopta una
postura detrás de mí, con la boquilla clavándose ahora en mi columna.
Como Sebastian no reacciona, el hombre levanta la voz―. He dicho que te
apartes de una puta vez. Si no lo haces, la mataré.
Sebastian niega con la cabeza.
―No, no lo harás. Alguien te ha pagado para que te la lleves viva. Si
no, ya le habrías disparado.
—Tienes razón —dice el hombre.
Mi captor ajusta el arma de fuego de mi espalda al espacio entre mi
brazo y mi cuerpo. Grito cuando se dispara el arma. Sebastian grita de
dolor y se arroja detrás de un contenedor que bordea la pared de ladrillo.
Pero no antes de captar la sangre propagándose por su abdomen.
Tan pronto como mi guardaespaldas desaparece de mi vista, el tirador
me empuja hacia atrás, adentrándome en el callejón. Lucho contra su
agarre, gritando y pataleando hasta que me golpea en un lado de la cabeza
con su arma.
Las estrellas iluminan mi visión, nublando todo lo que tengo delante.
Cierro los ojos y me concentro en no vomitar por la avalancha de dolor. Mi
captor me agarra justo por debajo de las axilas y me arrastra.
Mi fortaleza interior me grita que luche. Una vez que me lleven, mis
posibilidades de sobrevivir disminuyen drásticamente. Con un arranque
de desesperación, me inclino y muerdo la muñeca del hombre. Gruñe de
dolor y afloja el agarre. Clavo los pies y me libero, con todas mis fuerzas
concentradas en escapar.
Me tira al suelo y golpeo la cabeza contra el pavimento con un
repugnante crujido. El dolor que estalla en mi cabeza es suficiente para
debilitarme hasta el punto de no moverme cuando me levanta y me arroja
sobre su hombro. Solo cuando me deposita en el vehículo sucumbo
finalmente a la oscuridad que se cierne sobre mí.
Mi último pensamiento antes de desmayarme es para Hayden.
No quería amarte, Callie, pero jodidamente, te amo. Posesivamente.
Irrevocablemente. Completamente.
Me despierto lentamente, con la cabeza y el corazón latiéndome con
fuerza.
Por motivos distintos.
Cuando intento moverme, no puedo. No porque esté atada, sino
porque estoy aturdida.
No, es más que eso. Comparo esta sensación con el letargo que sentí la
noche de mi asalto, y mi respiración se acelera. O lucho por hacerlo.
Me han drogado.
Abro un poco los párpados, captando lo que me rodea cuando mi
visión se vuelve nítida, aunque todavía borrosa. El salón está escasamente
amueblado, con un sofá verde descolorido y una mesa de centro con más
arañazos que la chapa que cubre la superficie. El papel pintado está
desconchado en algunos sitios y la combinación de colores está muy
desfasada, pero el hombre que está de pie a unos metros va
impecablemente vestido. El traje de diseño no pertenece a esta decrépita
casa, pero, de nuevo, yo tampoco.
—Despierta al fin, señorita Green —dice, con voz suave. Gotea sobre
mí como aceite, manchándome donde estoy tumbada sobre la raída
alfombra―. Has dormido durante mucho tiempo. Tanto que empecé a
preocuparme.
Abro la boca para hablar, pero solo consigo emitir un doloroso
graznido. Frunce el ceño e inclina la cabeza, estudiándome.
―Aún no estoy preparado para que tomes una sobredosis.
El miedo se enrosca en mi interior, combinando con repugnancia y
agitándose en mis entrañas. Saber que estoy a merced de este monstruo es
una cosa, pero saber que definitivamente va a matarme es otra.
Chasquea los dedos, sobresaltándome. Un esbirro, el que me
secuestró, aparece con un vaso de agua. El hombre del traje lo coge y se
acerca a mí, agachándose. Me acerca el borde a los labios y bebo. El sabor
químico de mi boca permanece, y mi cuerpo sigue aletargado, pero al
menos estoy un poco más coherente.
Deja el vaso sobre la mesita y apoya los antebrazos en la parte superior
de los muslos. Me sonríe, con la crueldad brillando en sus ojos marrones.
―Parece que meter a esa pelirroja en el hospital ha sido suficiente para
atraerte. Me ha costado mucho encontraros a ti y al señor Bennett.
—¿Qué?
Continúa como si yo no hubiera hablado.
―Eres muy hermosa. Demasiado hermosa, de hecho. No te he
olvidado, ¿sabes?
Aunque todo dentro de mí quiere esconderse, me obligo a mirarlo de
frente. No le mostraré lo intimidada que estoy, no importa lo que haya
planeado para mí. Si voy a morir, será con mi orgullo intacto.
—Supongo que no te acuerdas de mí, o ya te habrías puesto en
contacto conmigo, Calista.
No puedo evitar el escalofrío que recorre mi cuerpo. Pronuncia mi
nombre con una familiaridad inquietante. Mi lengua pesa en la boca, pero
me obligo a hablar, mi necesidad de respuestas burbujea en mi garganta.
—¿Qué... qué quieres? —consigo decir con voz ronca―. ¿Quién eres?
—Te vi una vez en un partido político cuando eras muy joven. —La
sonrisa del hombre se agranda, adquiriendo un cariz malicioso―. Conocí
muy bien a tu padre.
—Thomas Russell.
Él asiente.
―Culpable. En cuanto llegue el señor Bennett, todas tus preguntas
serán respondidas.
—¿Hayden? ¿Qué tiene que ver con esto?
—Tiene todo que ver con esto.
CAPÍTULO 28

Hayden

En el momento en que Calista desaparece de mi campo visual, vuelvo


a mi despacho y cierro la puerta. Luego procedo a murmurar todas las
palabras soeces que se me ocurren hasta que tengo menos probabilidades
de matar a alguien antes de terminar mi jornada laboral. Creo.
El jurado sigue deliberando.
Me tiro en la silla y el cuero emite un chirrido de protesta.
―Maldita AstraRx. ¿Cómo no me di cuenta?
Tras recuperar la píldora de mi cajón, la pongo junto al dibujo que
Calista dejó, mirándolos con ojos nuevos. El símbolo de la empresa
farmacéutica no es el mismo que el del fármaco, pero en él se oculta la
estrella. Lo capté cuando Calista lo estaba dibujando. Los primeros trazos
del bolígrafo revelaron la forma antes de quedar cubierta por el logotipo
moderno.
—Tus pelotas deben de ser enormes si no te has molestado en eliminar
por completo ese símbolo —le digo―. Podría haber dejado, y de hecho lo
hizo, un rastro directo hasta ti.
Tras acercar mi portátil, tecleo el nombre de la empresa en la búsqueda
y pulso intro. La información que tengo ante mí no es nada fuera de lo
común, pero tampoco es que esperara encontrar indicios de actividades
ilegales en su portada.
Este sitio web tiene todo lo que se espera. Y legal. Hago clic en el
directorio, y el perfil de Melissa Flynn me devuelve la mirada. Las
similitudes entre la mujer y su hija son asombrosas.
—¿Estás involucrada? —murmuro para mis adentros―. ¿Sabía lo que
hacía el senador Green? ¿O era Thomas Russell su único punto de
contacto?
Tras seleccionar el enlace con el propietario de AstraRx, estudio al
hombre, fijándome en su cabello rubio y sus ojos castaños. A primera vista,
parece el típico hombre de negocios ambicioso, con un traje caro y una
mirada sagaz. Lo único que me llama la atención es su edad y el número
de años que lleva siendo propietario de esta empresa.
Es lo bastante mayor como para ser el responsable de la fabricación de la droga
que provocó la muerte de mi madre...
El pensamiento me golpea, robándome el aliento de los pulmones.
Aspiro bocanadas de aire mientras mi pecho se agita hasta que los latidos
de mi corazón dejan de retumbar en mi cabeza.
—Voy a por ti, hijo de puta. —Golpeo la pantalla, distorsionando los
píxeles―. Ir a por mi madre es una cosa, ¿pero atacar a Calista? —Sacudo
la cabeza. Voy a disfrutar arrancándote la piel del cuerpo.
Me siento y pierdo la noción del tiempo repasando todos los
medicamentos que AstraRx saca al mercado. Cuando mi móvil suena con
una llamada entrante, me froto los ojos antes de cogerlo y mirar la pantalla.
Un número desconocido parpadea y se me erizan los pelos de la nuca.
—¿Quién es? —Contesto, con voz áspera.
—Hola. —El hombre de la línea suena alegre, un tono dulzón que al
instante me crispa los nervios―. Sr. Bennett, tengo algo que le pertenece.
Un gemido grave de fondo, seguido de un gruñido femenino de dolor,
hace que me tiemblen las manos. Tanto de rabia como de miedo.
No. Dios, no.
—La señorita Green te envía su amor —dice el hombre―. Aunque no
por mucho más tiempo.
Me agarro al borde de mi escritorio para no darle un puñetazo.
Quienquiera que sea no puede saber lo alterado que estoy ante el estado
de Calista. No puede saber que estoy a punto de caer de rodillas en agonía
ante la idea que pueda lastimarla.
—¿Dónde está? —pregunto, concentrándome en mantener la
uniformidad de mis palabras―. Quiero hablar con ella.
—Un segundo.
Un grito doloroso me golpea los oídos y noto que la sangre se me
escurre por la cara.
Joder.
¡JODER!
¿Cómo ha podido pasar esto? Hace menos de una hora que he visto a
Calista.
El hombre se ríe.
—No está en posición de exigir nada, señor Bennett.
—¿Qué quiere?
—Tienes una hora para presentarte en la dirección que se te está
enviando ahora mismo. De lo contrario, el cadáver de la señorita Green
será entregado en su domicilio. En pedacitos.
La llamada se desconecta, dejándome mirando el teléfono con
estupefacta incredulidad.
—No...
Mi estómago se revuelve.
Esto no puede estar pasando, joder.
No a ella.
Llamo inmediatamente a Sebastian, dispuesto a arrancarle los brazos
del cuerpo si no contesta. Tras varios segundos agonizantes, finalmente
cuelgo. El hecho que no haya cogido mi llamada es todo lo que necesito
saber. Espero que no esté muerto. Me apresuro a enviar un mensaje a Zack
para que alguien investigue su desaparición.
La dirección de la que habló el hombre misterioso aparece en un
mensaje de texto, así como una advertencia de acudir solo y desarmado.
Lo leo con el ceño fruncido, juntando las cejas. Está en una zona industrial
de la ciudad. Un lugar que me resulta familiar. ¿Por qué iba a llevar allí a
Calista?
No importa. Solo necesito llegar hasta ella.
Planto los pies y me pongo en pie, empujando la silla hacia atrás con
tanta fuerza que choca contra la pared. Luego atravieso la puerta y me
dirijo a toda velocidad hacia el ascensor que conduce al aparcamiento
subterráneo.
—Sr. Bennett, iba a preguntarle si le apetece su almuerzo habitual,
pero parece tener prisa —me grita Josephine detrás de su escritorio.
—Cancélalo, Josephine. Volveré más tarde.
—Pero, señor...
No la dejo terminar y corro hacia las puertas metálicas.
― ¡Vamos! ―gruño, pulsando repetidamente el botón. Por fin se
abren y entro, dando golpecitos con el pie mientras el maldito ascensor
avanza a paso lento.
Cuando se abren las puertas, salgo al nivel del garaje. Mi chófer está
junto a la puerta abierta de mi vehículo, dispuesto a asistirme, por lo que
lo despido con un gesto.
—Hoy conduciré yo.

Aparco en la casa de mi infancia.


Este hijo de puta ha traído a Calista aquí para atormentarme. No hay
otra explicación para esta elección tan concreta del lugar.
Agarro el volante con tanta fuerza que los nudillos se vuelven blancos
y un hormigueo recorre mis dedos. Cuanto más tiempo contemplo la casa,
más náuseas siento. Me prometí a mí mismo que nunca volvería a pisar
este lugar dejado de la mano de Dios.
Aquí murió mi madre.
Pero que me aspen si a Calista le ocurre lo mismo.
Respirando hondo, salgo del coche y subo dando largas zancadas por
el pasillo. Cuando llego a la puerta principal, siento la tentación de
golpearla con el puño. En lugar de eso, golpeo una vez con los nudillos. No
hay necesidad de hacer más cuando el capullo de dentro me está
esperando.
La puerta se abre, y el mismo hombre cuyo rostro acaba de mostrar la
pantalla de mi ordenador está de pie en el vestíbulo. Thomas Russell
sostiene un arma de fuego, con el cañón apuntándome al pecho.
—Me alegra que hayas podido venir, Sr. Bennett —dice, con ojos
oscuros y siniestros―. Has llegado antes de lo que suponía. Parece que la
señorita Green significa para ti más de lo que pensaba.
—¿Dónde está?
—¿Por qué no entra y se pone cómodo? —Russell se ríe―.
Considerando que solía vivir aquí, creo que ha sido bastante inteligente
por mi parte. Juego de palabras.
El sonido de su diversión me hace temblar con la necesidad de
golpearlo, pero mi imperiosa urgencia por ver a Calista se impone. Avanzo
a pasos agigantados y me detengo bruscamente cuando la encuentro
tumbada en el suelo. Completamente inmóvil.
Mi corazón se desploma y corro a su lado, arrodillándome para
tomarle el pulso. Es débil, pero está ahí. El alivio me invade al tiempo que
lucho contra el impulso de estrecharla entre mis brazos. Mis instintos me
gritan protestando cuando retraigo las manos, pero no puedo mostrar
debilidad.
Calista parece tan frágil, su piel pálida y su respiración agitada.
Parpadea lentamente, y puedo darme cuenta en el momento en que me
reconoce porque pronuncia mi nombre. Se me revuelven las tripas. Creí
que conocía la angustia, pero realmente no hasta este momento.
Me levanto, me vuelvo hacia Russell y lo fulmino con la mirada, sin
molestarme en ocultar mi furia.
― ¿Qué le has dado?
—Oh, nada que pudiera matarla de inmediato —dice, apoyándose en
la pared con los brazos cruzados―. Primero, tenemos que hablar
tranquilamente.
Miro a mi alrededor y aflora un flashback de mi juventud.
Soy un niño, que vuelve a casa después del colegio y encuentra a mi
madre desplomada en el suelo del salón, justo donde yace Calista. La piel
de mi madre tenía esa misma palidez enfermiza, su respiración era
superficial y dolorosa. El miedo en aquel momento me hizo entrar en
pánico. Me quedé mirándola durante varios minutos con la certeza
absoluta de estar perdiéndola. Luego le supliqué que se despertara antes
que llegara la ambulancia y la declarara fallecida.
Ahora, ver a Calista así... me aterroriza. Nunca he sentido tanto miedo
en toda mi vida.
—Voy a matarte —le digo en voz baja.
—¿Ya, como hiciste con el senador Green?
Joder.
Me quedo paralizado, me invade un frío pavor ante sus palabras. Lo
sabe. De algún modo, este vil hombre sabe la verdad sobre lo que ocurrió
entre el padre de Calista y yo.
—Oh, vamos, no te hagas el tonto —dice―. Lo sé todo sobre tu
pequeño enfrentamiento con el querido senador aquella noche.
Calista se agita a mi lado, inhalando bruscamente, pero no puedo
mirarla. No quiero ver la expresión de dolor en su rostro. Y no quiero que
vea la expresión de culpabilidad que seguramente habrá en la mía.
CAPÍTULO 29

Calista

―Voy a matarte ―le dice Hayden a mi captor.


—¿Sí, como hiciste con el senador Green?
Miro fijamente a Hayden, esperando que lo niegue. No me mira. La
ansiedad se apodera de mí y mi corazón tartamudea en mi pecho. ¿Por qué
no dice nada?
—Oh, vamos, no te hagas el tonto. —Russell sacude la cabeza,
chasqueando la lengua en señal de amonestación―. Lo sé todo sobre tu
pequeño enfrentamiento con el querido Senador aquella noche.
Por primera vez, creo que la muerte podría no ser lo peor que me
pasara. Como si me hubieran dado una patada en el estómago, aspiro y me
repliego sobre mí misma. Una parte de mí quiere estirar la mano y
agarrarse a la pierna de Hayden para anclarse emocionalmente, mientras
que el resto retrocede ante la idea.
—Lo que creas que sabes está equivocado —dice Hayden.
Russell extiende los brazos.
—¿Cómo puedo estar equivocado si fui yo quien te empujó a ello?
Hayden no se mueve, pero los músculos de sus piernas se tensan bajo
los pantalones. Si no estuvieran en mi campo visual, dudo que hubiera sido
capaz de distinguirlos. Vuelvo a mirarle y luego a Russell, insegura de a
quién debo vigilar. ¿Qué hombre es mi verdadero enemigo?
Ahora mismo, ambos lo son.
—¿De qué estás hablando? —pregunta Hayden.
—¿Crees que eres la única persona que emplea a un hacker? —Russell
deja caer los brazos a los lados con una palmada―. Me aseguré de plantar
'pistas' que te hicieran creer que el Senador había matado a su secretaria.
Por cierto, en realidad fui yo.
—¿Por qué? —digo, con la voz apenas por encima de un resuello.
Ambos hombres miran en mi dirección, pero yo mantengo mi atención
en Russell. Mi desesperación por saber prevalece sobre todo lo demás.
—Tu padre me ayudó mucho cuando adquirí AstraRx —dice Russell,
sosteniéndome la mirada―. Cuando escribí mi tesis doctoral, trataba sobre
los depresores y sus efectos sobre el sistema nervioso central. Tras comprar
la empresa farmacéutica, quise ampliar esa investigación y desarrollar un
fármaco comerciable. Lamentablemente, no conseguí que pasara las
normas de la FDA hasta que el senador Green se involucró. Pero eso no me
impidió sacarlo a la calle.
Se vuelve hacia Hayden.
―Tu adicta madre entró en contacto con él a través de su novio y
murió en esta misma habitación. Quizá te consuele saber que no fue la
única persona que sufrió una sobredosis. Aquella droga era tan potente
que no hacía falta mucho para cruzar la línea.
—¡Hijo de puta! Hayden da un paso adelante y extiendo el brazo para
agarrarle el zapato. Se detiene ante el contacto e inclina la mirada hacia mí.
Cuando nuestros ojos se encuentran, trago saliva ante la furia impía que
arde en sus profundidades.
—No —susurro.
—Escúchala. —Russell asiente en mi dirección―. Si no lo haces,
conseguirás que te maten antes de lo que me gustaría. De todos modos,
después de aquella debacle con la primera droga, pasé a otra cosa. Los
consumidores la llaman roofie, pero tiene la potencia del Valium. Crea el
efecto de una borrachera de cocaína al tiempo que se siente un colocón
similar al de la heroína.
Suspira.
—Es una auténtica maravilla. ¿No estás de acuerdo, Calista? Después
de todo, es la segunda vez que experimentas el narcótico. Dudo que
recuerdes la primera, cuando te lo di en el centro infantil.
—Oh, Dios mío. —Mi estómago se revuelve cuando los recuerdos,
tanto claros como confusos, inundan mi mente. Tengo arcadas que me
hacen vomitar sobre la alfombra―. Fuiste tú.
Hayden me levanta con cuidado y me deja en el polvoriento sofá antes
de girarse para mirar a Russell.
― ¿La violaste?
Observo el intercambio luchando por controlar mi aterrorizada
respiración. El abrecartas se me clava en el costado y meto lentamente la
mano en el abrigo, concentrándome en mantener la expresión aturdida. Si
el hombre que me secuestró me hubiera registrado como hizo con Hayden,
me habría quitado la única arma a mi disposición.
—Seguro que le gustaría saber lo que le hice mientras estaba
desmayada. —El hombre levanta una ceja irónica―. Pero por mucho que
me encante seguir jodiéndote la mente, en realidad quiero llegar a la razón
por la que os he traído aquí a ambos. Sr. Bennett, ¿de verdad creía que
podía matar a toda esa gente y salir impune? —pregunta Russell con
expresión incrédula―. Te he estado observando durante muchos años.
Puede que me llevara un tiempo atribuirte ciertas muertes, pero al final
descubrí el patrón. Si no hubieras investigado mi empresa en las bases de
datos del gobierno una vez que te convertiste en abogado, quizá nunca te
hubiera encontrado.
Hayden se cruza de brazos.
― ¿En serio?
—Solo matas a alguien a quien no puedes poner entre rejas mediante
el sistema legal —dice Russell, con la atención puesta en Hayden―.
Matthews. Parkinson. Deter. Eres un hombre inteligente. No me digas que
no reconoces los nombres de tus víctimas.
—Mentiría si dijera que no me resultan familiares.
—¿Familiares? ¡Ja! ―Russell se da una palmada en el muslo―. Te
resultaron bastante familiares cuando los degollaste y enterraste sus
cadáveres. Abogados, siempre eligiendo cuidadosamente lo que van a
admitir y lo que no.
Enrosco mis temblorosos dedos alrededor de la empuñadura. Puede
que acabe abatida antes de tener la oportunidad de utilizarla, pero tengo
que intentarlo. Hayden ladea la cabeza o simplemente espera. Está lleno
de algo más explosivo que la rabia y más violento que el odio.
No sé cuánto tiempo más podrá contener esa energía oscura. Tengo
que estar preparada.
—¿Sabes lo difícil que es encontrar criminales lo bastante inteligentes
como para que no te atrapen y, si lo hacen, no te arrastren con ellos? —
suspira Russell―. Créeme. Es todo un reto. Para empeorar las cosas, hay
cierto fiscal que es muy bueno echando del negocio a mis traficantes
enviándolos a la cárcel o mandándolos al infierno después de matarlos.
—El sistema judicial no siempre es justo —dice Hayden encogiéndose
de hombros con indiferencia―. ¿Cómo iba a saber que ponías drogas en la
calle para distribuirlas en tu propio beneficio? Si lo hubiera sabido, podría
haberte matado y me habría ahorrado muchos problemas.
Russell da un paso amenazador hacia Hayden, pero se detiene cuando
estrecha la mirada.
― ¡He perdido millones por tu culpa, capullo arrogante!
—Eso no es nada que no me hayan llamado antes. Tendrás que ser
mejor que eso si quieres molestarme.
—¿Es suficiente para ti? —Me apunta con la pistola―. Hablas mucho,
Bennett, pero no olvides quién tiene todo el poder.
Hayden levanta las manos en un gesto conciliador.
―Tranquilo, Russell.
—¿Ahora quieres tranquilizarme? —El labio del hombre se curva con
una mueca de desprecio―. Vete a la mierda.
Se acerca hasta donde estoy tendida en el sofá, sin dejar de apuntarme
con el arma de fuego.
― ¡Atrás! ―Tan pronto como Hayden lo hace, Russell engancha un
puñado de mi pelo y presiona la boquilla contra mi sien―. Voy a disfrutar
viéndote sufrir cuando muera.
No vacilo. Le clavo el abrecartas en el muslo con toda la fuerza que
puedo reunir. Russell suelta un aullido doloroso justo antes que Hayden
arremeta, derribándolo. El arma cae al suelo con un ruido sordo.
Mi visión se tambalea cuando trepo del sofá a la alfombra sobre las
manos y las rodillas. Me pongo en movimiento, a pesar del efecto
ralentizado de las drogas. Solo pienso en coger el arma.
Hayden da un puñetazo en la mandíbula de Russell, y la cabeza del
hombre retrocede bruscamente. Cuando estoy a menos de medio metro del
arma de fuego, Hayden me la arrebata. Dirige el cañón hacia la puerta
principal y aprieta el gatillo cuando esta se abre dejando ver al esbirro.
Grito ante el fuerte ruido, pero no me muevo. Miro fijamente cómo el
rojo florece en el pecho del hombre antes de desplomarse al suelo. Hayden
roba mi atención al ponerse en pie.
Con el pulso retumbándome en los oídos, lo observo cogiendo un cojín
del sofá y apretando contra él la boquilla de la pistola. Me quedo con la
boca abierta ante el silenciador improvisado.
Entonces dispara a Russell. Dos veces. Una bala en cada rótula.
Hayden está de pie junto a él con una sonrisa satisfecha mientras el
hombre solloza de dolor.
―Eso evitará que huyas mientras llevo a Calista a un hospital, pero
cuando vuelva, tú y yo vamos a tener una pequeña charla.
La cabeza me da vueltas. No solo por las drogas, sino por el esfuerzo
de procesar todo lo que acabo de descubrir.
Hayden asesinó a mi padre. No solo a él, sino a innumerables
personas.
Russell mató a la secretaria de mi padre y me agredió para intimidar
a mi padre y mantenerlo a raya. Y ahora Hayden lo matará por eso y por
asesinar indirectamente a su madre.
No volveré a estar cuerda nunca más.
Hayden guarda el arma en su cintura e inmediatamente se agacha a
mi lado. Lo miro, sin molestarme en ocultar mi expresión acusadora.
― ¿Cómo has podido—pudiste? —pregunto, con los ojos llenos de
lágrimas.
No me responde. En lugar de eso, Hayden me coge en brazos y me
estrecha contra su pecho. Su corazón golpea furiosamente mi oído y me
abraza con más fuerza de lo normal.
—Vamos a llevarte a un hospital, Callie. Luego te lo explicaré todo. Te
lo prometo.
Su voz es suave, pero puedo detectar la preocupación subyacente. Se
preocupa por mí. No lo dudo, pero ¿cómo podría creerme nada de lo que
diga?
CAPÍTULO 30

Calista

Mis ojos se abren de golpe ante las duras luces fluorescentes. El pitido
familiar y constante de una máquina cercana invade mis oídos y el olor a
antiséptico me llega a la nariz. Estoy en un hospital.
Una maldita ganancia.
Inmediatamente busco a Hayden, aliviada y decepcionada a la vez por
su ausencia. La última vez que estuve aquí, nunca se separó de mí. Vuelven
destellos de memoria: Russell, los secretos, los disparos.
Una sensación nauseabunda me revuelve las tripas. Si Hayden no está
aquí, está con Russell, cumpliendo su promesa de vengar a su madre. Y a
mí.
No puedo negar la enfermiza satisfacción de saber que mi agresor está
muerto. O a punto de estarlo, si todo lo que dijo sobre Hayden era cierto.
Y creo que lo es, o no me pondría nerviosa ante la idea de verle.
Una enfermera entra en la habitación, sus suelas de goma chirrían en
el suelo de baldosas.
―Qué bien, estás despierta —dice con una brillante sonrisa.
Empezábamos a preocuparnos cuando no te despertaste enseguida
después de hacerte un lavado de estómago.
Me pongo una mano en el abdomen, con la garganta demasiado seca
para responder. Como si percibiera mi malestar, la enfermera me da un
vaso de agua. Tras unos sorbos, vuelvo a intentarlo.
― ¿Qué me ha pasado?
Aunque sé la respuesta, soy prudente porque no tengo idea de lo que
Hayden contó al personal del hospital cuando me trajo aquí. Puede que no
confíe en él, pero estoy demasiado alterada para tomar decisiones que
podrían llevarlo a la cárcel.
—Has pasado una dura prueba, pero ahora estás a salvo —dice la
mujer.
Desvío la mirada hacia la etiqueta con su nombre.
—Gracias, Nicole.
—Por supuesto. Menos mal que vomitaste la mayoría de las pastillas.
Si no... ―Se interrumpe y hace una mueca―. De todos modos, no hay por
qué preocuparse.
Me estremezco, recordando el momento en que Russell me apuntó con
su arma y me ordenó que ingiriera las pastillas.
―Bien. ¿Dónde está el Sr. Bennett, el hombre que me trajo aquí?
—Tu marido estuvo aquí hasta que terminó el procedimiento y
estuviste estable. Me pidió que te dijera que regresaría y que no te
asustaras.
Una carcajada histérica sube por mi garganta y me la trago. Su
ausencia no me haría entrar en pánico. En este momento es todo lo
contrario. Reprimo mis facciones con una mirada consternada.
—Oh, no puedo creer que se me olvidara decírtelo —dice―. El bebé
se pondrá bien. No ha sufrido ningún efecto de los medicamentos, lo cual
es una bendición.
Parpadeo mirándola.
― ¿Embarazada? Eso no puede estar bien. ¿Estás segura de haber
eliminado todas las drogas de mi organismo? Me imaginaba que habías
dicho algo que es imposible.
La mujer me sonríe.
―Definitivamente es posible.
—No, me estoy inyectando. —Sacudo la cabeza enfáticamente―. Me
la puse hace semanas.
Su sonrisa desaparece. Coge el gráfico de la mesa auxiliar, la confusión
nubla su rostro.
―No, aquí dice que estás embarazada de unas cuatro semanas.
No necesito un espejo para confirmar la expresión de horror de mi
cara. La enfermera me da una palmada compasiva en el brazo.
―La inyección tiene una eficacia aproximada del noventa y cuatro por
ciento, y ningún anticonceptivo es cien por cien —dice—. Puede que hayas
caído en ese pequeño porcentaje en el que falló.
—¿Lo comentaste con Hayden? Quiero decir, mi marido. —Cuando
niega con la cabeza, me derrumbo contra el colchón―. Está bien, por favor,
no lo hagas. Quiero ser yo quien se lo diga.
Ella asiente.
―No olvides la ley HIPPA. No le des acceso a tu historial médico si
no quieres que lo sepa.
—Gracias. Me aseguraré de recordarlo.
La idea sobre Hayden sabiendo que estoy embarazada es suficiente
para hacerme desmayar. Después de todo lo que ha pasado entre nosotros,
merece tener la oportunidad de explicarme lo de las acusaciones de
Russell. Aunque mi intuición me dice algo que no alcanzo a entender.
Es culpable.
Miro fijamente al techo, todavía aturdida por la noticia de mi
embarazo.
¿Qué voy a hacer?
Este bebé tiene una madre que no carece totalmente de recursos, pero
no tiene precisamente una carrera que le proporcione una vida cómoda.
Por otra parte, el padre tiene dinero más que suficiente, pero es un asesino.
Quien mató al abuelo del bebé. Impresionante.
Suspiro y cierro los ojos, intentando centrar mis pensamientos en otra
cosa. No funciona. Solo puedo pensar en Hayden y en su reacción al
enterarse de mi embarazo. Si antes era sobreprotector, me estremezco al
imaginar cómo sería ahora.
Hay una pequeña posibilidad que fuera menos autoritario ahora que
Russell ha desaparecido. Al menos, asumo que lo está. Dada la forma en
que Hayden le disparó en ambas rótulas, no creo que me equivoque.
Estoy enamorada de un loco.
Como conjurado por mis pensamientos, Hayden entra en la
habitación. Se me cae el corazón al estómago. La última vez que lo vi, tenía
una pistola en la mano y una rabia impía en los ojos, ardiendo más que el
fuego del infierno. Ahora está de pie frente a la puerta cerrada, con
expresión cautelosa.
Mil pensamientos y emociones se arremolinan en mi interior al verlo.
Me aferro a las sábanas rasposas del hospital, deseando que no me
tiemblen las manos.
—¿Cómo te encuentras? —pregunta en voz baja.
A pesar de todo, me ablando un poco ante la ternura de su voz.
― ¿Sinceramente? Estoy abrumada. Me duele la cabeza cada vez que
intento darle sentido a todo hasta que lo único que quiero es dormir.
Hayden asiente, adentrándose en la habitación hasta situarse a los pies
de la cama. Cerca, pero con espacio suficiente para que mi ansiedad no se
dispare.
―Es comprensible, teniendo en cuenta por lo que has pasado.
—¿Sabes cómo se encuentra Sebastian? Y había una niña llamada
Erika. También estaba allí, pero debió escapar.
—Sebastian se encuentra bastante mejor. A pesar de recibir un disparo
y perder mucha sangre, se recuperará totalmente. La niña se ha reunido
con su madre. Una vez que la niña os atrajo al callejón, dejaron de
preocuparse por ella, se encuentra bien. Agitada, pero bien. Por favor, no
te preocupes por ellos. Eres tú quien necesita atención, Callie.
—No estabas aquí cuando me desperté... ―Dejo que la frase se
interrumpa, incapaz de formular la pregunta que quiero hacer.
—Sabes dónde estaba.
Me muerdo el interior de la mejilla.
― ¿Está...?
Él asiente, la piel de su mandíbula se tensa.
―Sí. Si alguna vez lo encuentran, no podrán identificarlo.
—Bien.
Hayden esboza una pequeña sonrisa.
―Esa es mi chica.
Dejo escapar un tembloroso suspiro mientras el alivio me inunda. Me
purifica. Russell ha muerto, se ha ido y está enterrado. Aunque ya
sospechaba que era así, oír a Hayden confirmarlo con absoluta certeza me
reconforta de un modo que no era consciente de necesitar.
—Nunca volverá a hacerte daño, ni a ti ni a nadie —dice.
—No debería estar contenta, pero lo estoy.
Hayden se burla.
―Que le den a ese tío. Nadie te toca y vive.
Asiento, con un nudo formándose en la garganta. Por muy complicada
que sea la situación con Hayden, me sigue importando. Demasiado.
—Gracias.
—Haría cualquier cosa por ti —dice. Después de caminar hasta un
lado de la cama, se sienta con una larga exhalación, mirándome con una
expresión ilegible―. ¿Seguro que estás bien?
—Sí.
Hayden pasa la mano por su cabello.
―No podía dejar que se escapara. Sabes que tuve que irme por eso,
¿verdad? —Cuando asiento con la cabeza, continúa―. No fue solo por eso.
No podía verte...
—Morir —digo, terminando su frase.
—Mierda, ni siquiera puedo pronunciar la palabra, no cuando se trata
de ti. —Extiende la mano para tocarme, pero seguidamente lo retira.
No sé si sentirme aliviada o decepcionada.
― ¿Qué te ocurre?
Hayden cierra los ojos.
―Tengo miedo que todo esto sea un sueño y que no estés realmente
viva. Que siga en esa casa donde murió mi madre, pero que, en lugar de
ella, encuentre allí tu cuerpo. No puedo soportarlo si es real. No puedo
vivir sin ti.
—Oye —susurro, cogiendo su mano entre las mías. Aparto el horror
que se agita en mi interior. Debe ser traumático para Hayden estar allí
después de tantos años. Vuelvo a centrar mis pensamientos porque ahora
mismo él necesita que lo tranquilicen, del mismo modo que yo necesitaba
saber sobre la muerte de Russell―. Estoy bien, Hayden. Esto es real.
Estamos juntos, sentados en esta cama.
Me mira, su mirada llena de anhelo.
― ¿Estamos juntos de verdad, Callie?
Hago una pausa. No quiero mentirle, pero no puedo darle la respuesta
que quiere.
―No lo sé. Hay tantas cosas de las que tenemos que hablar, pero no
sé si tengo fuerzas para oírlas.
—Podemos hacerlo ahora o esperar hasta que estemos en casa. Darte
a elegir es lo menos que puedo hacer.
—Tengamos esta conversación aquí —digo asintiendo con decisión―.
Así, si me da un infarto, estaré en el mejor lugar posible para sobrevivir a
él.
Me mira con el ceño fruncido al tiempo que aferra mi mano como si
fuera un salvavidas.
―Eso no tiene gracia.
—No era una broma.
—No puedo negar que he hecho cosas terribles y he tomado algunas
decisiones de las que desearía poder retractarme —dice lentamente―.
Algunas de las cuales no se pueden justificar ni perdonar fácilmente. Pero
a pesar de todo, te amo, Callie. Eres lo único en mi vida que hace que
merezca la pena vivir. Antes vivía solo por la justicia, pero ahora vivo por
ti.
Me cuesta varias respiraciones profundas encontrar mi capacidad para
formar palabras. Incluso cuando lo consigo, tiemblan, dejando al
descubierto mi confusión interior.
―Ahora mismo no quiero nada de ti excepto completa honestidad. No
medias verdades ni mentiras por omisión. Quiero todos los hechos que te
llevaron a hacer lo que hiciste.
—Te lo explicaré, pero ya lo sabes todo. ¿Qué dijo Russell? —Hayden
aparta la mirada, un rastro de dolor recorre brevemente su rostro―. Te lo
contó todo. Cómo me tendió una trampa para que pensara que tu padre
había asesinado a una mujer inocente, el tipo exacto de persona a la que yo
estaría tentado de matar para proteger a la sociedad. Funcionó. Me engañó
y acabé con la vida del senador. Llevaré ese remordimiento conmigo hasta
que muera.
—Después de la muerte de mi madre, me juré a mí mismo que no solo
la vengaría a ella, sino a cualquier otra mujer que hubiera tenido un final
similar. Trabajé a ambos lados de la ley siendo abogado y criminal, con el
único objetivo de asegurarme que ningún culpable se librara de un crimen
tan horrendo. Mis elecciones, buenas y malas, me llevaron hasta ti.
Me mira y suelta mi mano para deslizar sus dedos por mi mejilla.
―Todo mi dolor y sufrimiento valieron la oportunidad de conocerte.
Por no hablar del honor de amarte.
—Hayden... ―Su nombre está lleno de la agonía que llevo dentro. Se
derrama en cada letra.
—Siento de veras lo que hice —dice, con la voz tensa―. Sé que no
merezco tu perdón, pero lo necesito. Igual que te necesito a ti. Por favor,
Callie.
Su descarada desesperación es lo que me rompe.
Mis ojos se llenan de lágrimas y se derraman por mis mejillas. No me
molesto en secármelas. No cuando van a seguir muchas más.
―Creo que lo sientes y comprendo cómo el dolor de perder a tu madre
te llevó a hacer lo que hiciste. Pero comprender no cambia nada ni hace
que duela menos.
Alarga la mano tratando de apartar suavemente mis lágrimas, con
cruda angustia en su mirada.
—Tienes razón. —Respira entrecortadamente―. ¿Qué hago ahora?
Me estremezco al ver el odio hacia sí mismo escrito en su cara.
―Necesito tiempo. ¿Puedes dármelo?
Sus ojos se entrecierran con desagrado, y mi pulso se acelera.
― ¿Cuánto necesitas?
—La pena no tiene fecha de caducidad —sollozo―. Y el perdón
tampoco. Dijiste que harías lo que hiciera falta para reconquistarme, pero
apenas menciono que necesito un poco de tiempo para mí, vuelves a las
andadas. Si de verdad quieres demostrarme que puedo confiar en ti, me
dejarás marchar.
Suelta una carcajada carente de gracia.
―No creo jodidamente que pueda hacerlo.
CAPÍTULO 31

Calista

A la mañana siguiente huyo mientras Hayden está en el juzgado.


Tras hablar con la policía sobre el 'incidente' y culpar a las drogas de
mi falta de detalles útiles, sin apuntar en la dirección de Hayden, me alejo
del hospital. Ojalá no llevara la misma ropa de antes. Verlas me recuerda a
Russell y me revuelve el estómago.
O tal vez sea el embarazo.
—Por favor, no me causes problemas como tu padre, ¿vale? —susurro
a mi vientre―. Apenas puedo con un Bennett. No necesito que otro me
complique la vida.
Se me entrecorta la respiración al pensar en la reacción de Hayden
cuando descubra que me he ido. Puede que le haya dejado una nota para
que supiera que estoy bien, pero no lo estará. Jodidamente cabreado sería
más exacto.
Su posesividad es demasiado profunda para dejarme tener una
verdadera independencia. Y no solo tengo en cuenta mi vida. Estar
embarazada lo ha cambiado todo. Puede que no sea lo bastante fuerte para
alejarme de Hayden, pero puedo y lo he hecho por este bebé.
Hasta que Hayden no esté preparado para cambiar, lo nuestro no va a
funcionar.
Eso no significa que no me esté matando.
Mis pasos son pesados mientras bajo por la acera y subo a un taxi
esperando.
—¿A dónde? —pregunta el conductor.
—Al banco de la esquina de Weston Drive.
—Entendido.
Miro fijamente por la ventanilla, a pesar de la cantidad de adrenalina
que me recorre. Mi decisión de dejar a Hayden no ha sido fácil, pero es la
correcta. Solo deseo poder saborear este pequeño bocado de libertad.
El taxi me deja primero en el banco. Entro y retiro hasta el último dólar
de mi cuenta. Salir de la red es difícil si dependes de las tarjetas de débito,
y no olvido que Hayden tiene un hacker en nómina.
El siguiente lugar donde me deja el taxi es el campus universitario,
donde resisto el impulso de correr hasta la residencia. Concretamente, a la
de Harper. Decir que se sorprende al abrir la puerta es quedarse corto.
Decir que me alegro de verla es otra.
La estrecho entre mis brazos con un pequeño grito. Ella no tarda en
devolverme el abrazo.
—¿Qué coño ha hecho ese capullo? —pregunta―. Juro por Dios que
si te ha hecho daño, voy a matarlo.
La idea de mi mejor amiga enfrentándose a mi novio, ¿ex novio? quien
ha matado a gente, hace que una carcajada histérica burbujee en mi pecho.
Se aparta para mirarme con el ceño fruncido.
—Uh oh. Vamos a meterte dentro. Estoy segura que son las cinco en
algún sitio —murmura.
La sigo a través de la puerta, secándome la humedad de la cara. El
dormitorio es pequeño pero acogedor, con luces brillantes colgando del
techo y cojines de colores sobre la cama. Una de las paredes está pintada
de púrpura oscuro y cubierta de cuadros impresionistas enmarcados. Su
cama tiene un edredón con un estampado bohemio haciendo juego con la
mullida alfombra. Entre la decoración artística, destaca un póster.
—Sarcasmo, porque pegar a la gente está mal visto —leo en voz alta
con una sonrisa.
Harper se encoge de hombros.
―Pero es verdad. —Se sienta y palmea el sitio vacío que hay a su
lado―. Siéntate. Sé que no has venido aquí para quedarte mirando mi
impresionante póster.
—Ojalá —murmuro. Después de dejarme caer sobre el colchón, suelto
un largo suspiro―. Quiero contártelo todo, pero no ahora. ¿Podríamos
fingir que somos universitarias normales durante un rato?
—No pensaba que tendría que sacar la pipa tan pronto, pero... ―Al
ver mis ojos desorbitados, se ríe―. Es broma. Pidamos comida para llevar
y veamos películas hasta que nos quedemos bizcas. ¿Te parece bien?
—Es perfecto.
—Te he echado de menos.
Apoyo la cabeza en su hombro.
—Yo te he extrañado más.
Harper pide una cantidad épica de comida: pizza, alitas, rollitos, de
todo. Nos instalamos en su cama rodeadas de cartones medio vacíos y nos
ponemos a ver horas y horas de comedias en su portátil. Durante un rato,
solo somos un par de buenas amigas, riéndonos de películas tontas y
chistes malos. Sin sombras oscuras de mi pasado, sin preocupaciones más
allá de comer en exceso y enfermar.
Mi amiga mantiene el ambiente relajado, intuyendo lo mucho que lo
necesito. Al final, pone en pausa la quinta, ¿o sexta? película y se vuelve
hacia mí.
—Entonces, ¿estás preparada para hablar de ello? —pregunta, con un
tono suave pero cauteloso.
Asiento con la cabeza.
―Creo que sí.
Toma mi mano, haciéndome saber sin palabras que está a mi lado. Las
palabras empiezan despacio, pero luego salen de mí en un arrebato
acompañado de lágrimas. Muchas. Le cuento todo, aunque me asusta ser
tan vulnerable con alguien sobre mis secretos y los de Hayden.
A diferencia de él, puedo confiar en Harper.
Cuando termino de hablar de sus remordimientos y disculpas, junto
con mis dudas y temores, estoy agotada. Me dejo caer sobre el montón de
almohadas y cierro los ojos, ahora hinchados.
—Solo necesito tiempo y distancia para procesar todo lo que ha
sucedido —digo—, y no creo que él esté dispuesto a dármelo,
independientemente de lo que haya dicho.
—En primer lugar, embarazada... Una camarera Calista está en
camino. Eso significa que voy a ser tía, lo cual está de puta madre. En
segundo lugar, ¿cuál es tu plan? ¿Vas a seguir asistiendo a la universidad?
Las clases empiezan pasado mañana.
—Sinceramente, me siento como si estuviera en el programa de
protección de testigos. Me dejé el móvil en el hospital y llevo dinero en
efectivo para que no puedan rastrear mis tarjetas. Quiero ir a la
universidad, pero me da miedo salir a la calle. —Me doy una palmada en
la frente―. ¿Qué demonios puedo hacer?
Harper se tumba a mi lado y me da golpecitos en la nariz.
―Te vas a quedar aquí hasta que lo resuelvas. Me aseguraré que
tengas acceso a mi portátil, y podrás hacer tus cursos online. Así no tendrás
que ir a clase y arriesgarte a que te encuentre. —Se detiene y frunce los
labios―. No creerás que pueda lastimarte, ¿verdad?
Niego con la cabeza.
―No. Puede que esté loco, pero eso es algo de lo que nunca he tenido
que preocuparme.
—Bien, porque mis habilidades ninja están oxidadas, hermana.
Una sonrisa se dibuja en mi boca.
—No sé cómo sobreviviría a todo esto sin ti.
—Mierda, yo tampoco. —Ella me devuelve la sonrisa―. Puedes
agradecérmelo poniendo mi nombre al bebé.
—Creo que puedo hacerlo realidad.
CAPÍTULO 32

Hayden

―El Estado contra Johnson ―anuncia el alguacil.


Me siento con la pierna rebotando bajo la mesa, dispuesto a que este
caso termine. La incómoda silla de madera solo aumenta mi agitación. No
quería dejar a Calista por ningún motivo, pero ir a la cárcel no está en mi
lista de cosas por hacer. Necesito seguir las reglas por una vez.
Sobre todo, después de torturar y desmembrar a Thomas Russell.
A pesar de mi mal humor, una sonrisa inclina mis labios. Oírlo gritar
fue música para mis oídos, antes de cortarle la lengua. Aun así, es una
canción que he puesto a repetir en mi cabeza. Sufrió tal y como dije que
haría. Si Calista no me hubiera estado esperando en el hospital, le habría
arrancado toda la piel, no la mayor parte...
La voz del juez, aguda y nasal, me saca de mis cavilaciones. La miro a
ella y luego al jurado, observando sus aburridas expresiones mientras me
compadezco en silencio.
Mis pensamientos vuelven a Calista en cuestión de segundos.
Reproduzco nuestra última interacción en el hospital y se me revuelven las
tripas. La incertidumbre y el dolor en su mirada cuando me miraba desde
la cama aún me matan. Tengo que hacerle comprender que se acabó lo de
tomarme la justicia por mi mano. Lo decía en serio cuando dije que ella era
mi razón de vivir.
La venganza y la justicia no se comparan con el amor y la devoción.
Cuando atravieso las puertas del hospital varias horas después, estoy
dispuesto a arrodillarme ante Calista si me promete que no huirá. Vi recelo
en sus ojos y no he podido disiparlo. Instintivamente, sé que esa es la razón
por la que he estado nervioso todo el día y por la que corro por el pasillo
hasta su habitación en lugar de caminar.
Mi palma sudorosa se desliza por el picaporte al girarlo y empujar la
puerta. Mi mirada se posa inmediatamente en la cama vacía, pulcramente
hecha como si llevara tiempo desocupada. Un espasmo me golpea el pecho
cuando veo un teléfono móvil encima de un sobre blanco.
Con manos temblorosas, me guardo en el bolsillo el móvil
abandonado de Calista y cojo el sobre con mi nombre escrito. Lo abro
rápidamente, a pesar de la inquietud que me corroe por dentro. La
sensación empeora al ver el collar de perlas que encuentro dentro. Va
acompañado de una nota manuscrita.

Hayden,

necesito tiempo para procesar lo que ha sucedido. Mi pasado. Tú. Todo.

Cuando esté preparada para hablar, me pondré en contacto contigo. Cuídate.

~ Calista

Me hundo en la cama con el estómago hecho un nudo, aferrando el


pequeño trozo de papel... el único pedazo de Callie que me queda.
Por ahora.
—Siempre te perseguiré —le digo a la habitación vacía―. Puedes
confiar en ello.
Si cree que la he acosado antes, no tiene ni idea de lo que le espera.
CAPÍTULO 33

Calista

―Colega, me doy cuenta que vuelves a pensar en él —dice Harper,


apuntándome con su piruleta―. Supongo que no es el fin del mundo, ya
que serás la mamá de su bebé.
Gruño, pensando en mi tatuaje.
―No me lo recuerdes.
—Podrías hacerlo peor que él. Él es Hayden Bennett de la Cámara
Judicial, el Primero de su Nombre, el Rey de la Ley, el Destructor de Coños,
el Padre de Calista Barista, el Fiscal de la Gran Corte, el Rompedor de
Corazones.
—¡No puedo creerlo! ―Cojo una almohada y se la tiro. Ella la atrapa
riendo―. ¿Cuánto tiempo has tardado en inventar eso? —pregunto.
—Un período de clase de marketing. Mira, intentaba vender la idea de
él, ¿vale?
—Eres ridícula. —Me siento en la cama junto a ella suspirando―.
Estoy nerviosa.
—Ya, yo también lo estaría. Ese Sr. Bennett está loco de remate.
Sacudo la cabeza.
―Eso no. Los parciales.
—Oh, cierto. —Me da una palmadita en la mano―. Olvidé por
completo que eran esta mañana. Creo que he estudiado demasiado. ¿O fue
demasiado la fiesta? Sea como sea, va a ser un día duro.
—Tengo entendido que la universidad quiere que las hagamos en
persona para evitar las trampas, pero me gustaría que eso no se aplicara a
mí.
Me lanza una mirada.
―Escucha, ve allí con una sudadera con capucha y gafas de sol como
cualquier otro estudiante que se crea un macarra, y pasarás desapercibida.
Haz el examen y ya está, hasta los finales de semestre. Pan comido, limón
exprimido.
—Más bien estresada, deprimida, ralladura de limón.
Se ríe y me golpea el hombro con el suyo.
―Me había olvidado de esa versión. Pero, en serio, todo irá bien.
Me encojo de hombros.
―Eso espero.
Han pasado dos meses desde que hui de Hayden, sin dejar nada
excepto una nota y mi collar. Dos meses escondiéndome, intentando y
fracasando a la hora de ordenar mis enmarañadas emociones. Dos meses
abrazando la vida que crece dentro de mí.
He tenido la esperanza en que Hayden dejaría de buscarme, al menos
el tiempo suficiente para que me aclarara, pero en el fondo sé que no es así.
Prometió que siempre me perseguiría, lo que significa que me encontrará.
Y descubrirá lo del bebé.
—Vamos —dice Harper, poniéndose en pie. Me arrastra antes de abrir
los cajones de su cómoda―. Prueba esta. No, esto.
Cojo la sudadera con capucha de la Universidad de Columbia y sonrío
al ver el rotulador permanente en las mangas.
―No soy vaga, solo tengo problemas de motivación —leo en voz alta.
Me gusta esta.
Me sonríe.
―Soy un genio. ¿Qué puedo decir?
Unos minutos después, ambas estamos vestidas y listas para ir a clase.
Respiro hondo y sigo a Harper desde el dormitorio, manteniendo la
expresión vacía a pesar del nerviosismo que me embarga. Enlaza su brazo
con el mío mientras caminamos por el patio hacia mi primera clase.
—Tú puedes.
—Hay tanta gente.
Arruga la nariz.
―Lo sé, ¿verdad? Gente. Puaj.
—No me refería a eso.
—Bueno, eso es lo que quería decir.
No puedo evitar sonreír ante el desagrado de su voz. Mi diversión se
desvanece rápidamente y mis pasos se ralentizan a medida que nos
acercamos a las puertas de la sala de conferencias. Harper se detiene y se
vuelve hacia mí.
—Oye, mírame —me dice suavemente. Cuando la miro, me dedica
una sonrisa alentadora―. Te acompañaré a todas las clases, y la última la
haremos juntas, así no estarás sola todo el día.
Respiro entrecortadamente.
―Estoy siendo estúpida. No es que lo haya visto ni nada de eso.
—Así es. Lo tienes. Ahora vete a patear culos. Te veré después.
Con un último gesto de la mano, se marcha por el pasillo. Me giro
hacia la puerta, agarro la correa de mi mochila y empujo la puerta para
abrirla. Cruzo el umbral, escudriñando cada pasillo y cada esquina.
Cuando no veo a Hayden por ninguna parte, me siento aliviada.
Me dirijo al fondo de la sala y me acomodo, colocando mis bolígrafos
y lápices sobre el pequeño escritorio. El profesor entra unos segundos
después. Los alumnos se callan mientras él se cruza de brazos.
—Acabemos con esto de una vez —murmura el que está a mi lado.
Sonrío para mis adentros.
No podría estar más de acuerdo.

Harper tiene pinta de estar a punto de vomitar.


—Este es el último examen de hoy. ¿Estás preparada? —le pregunto.
Se encoge de hombros.
―Todo lo preparada que voy a estar. ¿Y tú?
—Sinceramente, me siento bastante bien con todas mis pruebas hasta
ahora.
—Bien. Entonces haré trampas contigo.
Pongo los ojos en blanco con una sonrisa.
―Como quieras.
El profesor entra y abre su portátil, que está conectado al proyector, y
en la pizarra hay un temporizador.
―Tendréis sesenta minutos para completar el examen —dice. Pondré
en marcha el temporizador en cuanto se hayan distribuido todos los
exámenes.
El ayudante coloca uno delante de mí y cojo el lápiz con dedos
temblorosos. Solo que esta vez estoy menos nerviosa y más emocionada.
Este es solo un paso más para tomar las riendas de mi futuro.
—Muy bien, alumnos, podéis empezar —dice, pulsando un botón del
portátil. El temporizador inicia la cuenta atrás desde las 60:00.
Escribo mi nombre en la parte superior y me concentro en el examen,
bloqueando a la gente que me rodea. Los arañazos de los lápices y el
crujido de los papeles se desvanecen rápidamente en el fondo. Repaso las
preguntas metódicamente, sin perder de vista el cronómetro.
Cuando faltan treinta minutos, hago una pausa para estirar los brazos
y girar el cuello. Vuelvo a sumergirme, apartando los pensamientos sobre
Hayden cada vez que intentan colarse en mi mente.
Estoy a punto de terminar cuando quedan cinco minutos. Tras rellenar
la última pregunta, me relajo para reclinarme en la silla. Los números del
proyector siguen bajando hasta desaparecer. Antes que finalice el tiempo,
aparece un mensaje en su lugar: "Siempre te perseguiré, Sra. Bennett".
Juro que se me para el corazón. Las letras parecen latir y crecer,
llenando mi visión por completo. Hay una serie de jadeos y palabras
susurradas cuando los alumnos empiezan a darse cuenta de ese cambio.
Oigo débilmente al profesor decir que el temporizador debe de haber
funcionado mal, pero lo ahoga la sangre rugiendo en mis oídos.
Hayden me ha encontrado.
Me levanto aturdida cuando el profesor da la hora. Apretando el
examen contra mi pecho, me apresuro a entregarlo en su mesa antes de
salir corriendo del aula. Harper me alcanza en el dormitorio.
—¿Qué coño ha sido eso? —dice, con los ojos muy abiertos―. No
importa. Tenemos que sacarte de aquí.
Cuando niego con la cabeza, me mira con el ceño fruncido.
―Al principio, quería huir, pero no tiene sentido. No tengo adónde ir
y estoy cansada de esconderme. Han pasado dos meses y es la primera vez
que se pone en contacto conmigo. Creo que estoy preparada para hablar
con él.
Harper abre la boca para discutir, pero alzo una mano.
―Por favor. No te pido que estés de acuerdo, solo que me apoyes.
Necesito hacerlo. Tiene derecho a saber lo del bebé.
Se cruza de brazos y me lanza una mirada mordaz.
―Todavía lo amas.
Suelto una risa hueca.
―Sip.
—Vale, pero asegúrate de llamarme después. Así sabré que estás bien.
Si no tengo noticias tuyas, llamaré a un asesino a sueldo. Si no me lo cargo
yo mismo. Sé que dijiste que no te lastimaría, pero no está por encima del
secuestro.
No se equivoca.
—De acuerdo —digo―. ¿Me prestas tu teléfono?
Harper exhala un suspiro, alborotando los mechones sueltos
alrededor de su frente.
―Claro. No voy a mentir, me entristece que nuestro tiempo de chicas
haya terminado.
Cuando me da su móvil, lo cojo con el ceño fruncido.
―Actúas como si no fuera a volver.
—Chica, sé que no lo harás. Vas a echar un vistazo a sus baby blues 4,
o a su polla, y te convertirás en un charco en el suelo. —Ella levanta las
manos―. No es que te culpe. Solo asegúrate que sea lo que tú quieres.
—De acuerdo —susurro―. Te lo prometo.

4 Baby blues: se refiere a sus ojos azules.


CAPÍTULO 34

Hayden

Mi teléfono recibe un mensaje de un número desconocido. Estoy


tentado de borrarlo hasta que vislumbro el nombre de Calista en él.
Finalmente, después de dos putos meses, está dispuesta a hablar.
No sin un empujoncito mío. No es casualidad que se ponga en
contacto conmigo justo después de ordenar a Zack que pirateara el portátil
de su profesor. Pero cuando se trata de ella, ganaré cueste lo que cueste.
Tras responderle y acordar reunirnos en mi ático, dejo el teléfono y
pongo el coche en marcha. Todo el trayecto hasta mi destino está lleno de
pensamientos sobre Calista. Como ha sido desde que desapareció.
El peor momento de mi vida.
Oscilé entre un miedo extremo por ella y una rabia incontenible por
haberme traicionado tras prometerme que no huiría. Para ser justos, me
dio su palabra antes de enterarse del papel que desempeñé en el asesinato
de su padre, pero, aun así.
Si comprende que lo hice para proteger a los demás, quizá me
perdone. Si no lo hace, no sé cómo voy a sobrevivir. Probablemente volveré
a secuestrarla y la mantendré bajo llave hasta que cambie de opinión...
Después de aparcar mi vehículo, me dirijo a los ascensores. Apenas se
cierran las puertas metálicas, en mi mente surgen visiones de mí
saboreando el coño de Calista. Gruño.
Su recuerdo es suficiente para arruinarme.
Pulso varias veces el botón de la planta baja, la energía cargada
derramándose por las yemas de mis dedos. No puedo esperar a volver a
verla. El dolor de la espera es tan real que ni siquiera puedo armarme de
paciencia para esperarla en mi ático.
Su recuerdo es suficiente para arruinarme.
Pulso varias veces el botón de la planta baja, la energía cargada
derramándose por las yemas de mis dedos. No puedo esperar a volver a
verla. El dolor de la espera es tan real que ni siquiera puedo armarme de
paciencia para esperarla en mi ático.
Cada noche, desde que descubrí su paradero, he intentado
imaginarme cómo se desarrollará el reencuentro, pero con poco éxito.
¿Llorará y se disculpará por haberse ido? ¿Me suplicará?
Sacudo la cabeza ante mis estúpidos pensamientos. Si alguien va a
suplicar, seré yo. Ya he hecho las paces con eso. Cuando dije que estaba
dispuesto a hacer cualquier cosa por tenerla, eso incluía tragarme mi
orgullo.
El tiempo se alarga hasta que aparece Calista. En el instante en que mi
mirada se posa en ella, es como si me absorbiera todo el aire de los
pulmones, dificultándome la respiración. No puedo apartar los ojos de ella.
No solo porque está preciosa, sino porque me preocupa que vuelva a
desaparecer.
Sigo todos sus movimientos desde donde estoy junto a los ascensores.
Aunque mi expresión es tranquila, mi corazón late desbocado en mi pecho
como si quisiera colocarse en su palma. ¿Lo aceptará?
¿O lo aplastará?
Cuando su mirada se posa en mí, me dirijo hacia ella, sin perder nunca
la concentración. Cuando nuestros ojos se encuentran, vislumbro las
emociones que se arremolinan en los suyos. Junto con la tristeza y el
arrepentimiento, hay una determinación endurecida. Se ha preparado para
este encuentro.
Mientras yo me muero por tocarla.
Por besarla.
Necesito toda mi fuerza de voluntad para no estrechar a Calista entre
mis brazos cuando me detengo ante ella. Eso no significa que no aspire
profundamente para atraer su aroma a mis pulmones.
—Calista —saludo.
Me hace un gesto seco con la cabeza.
―Hayden.
Escudriño su rostro, buscando desesperadamente el atisbo de calidez
que solía haber cuando me miraba. Alguna débil brasa en sus ojos color
avellana que me diga que no me odia por completo.
—¿Por qué te fuiste?
Esa es la pregunta que invade mi mente todos los días sin descanso.
Ahora que estoy a punto de recibir esa respuesta, no estoy seguro de estar
preparado para la verdad. ¿Qué haré si Calista ya no se preocupa por mí?
Perderé la puta cabeza.
—No quiero hacer esto en público —dice en voz baja.
Tras hacer un gesto con la barbilla en dirección a los ascensores, Calista
comienza a andar. Giro sobre mis talones para seguirla. Si esto no es
indicativo de nuestra dinámica de poder, no sé qué lo es.
Seguiré a esta mujer a las profundidades del infierno o a las alturas del
cielo. Vaya donde vaya ella, iré yo. Calista puede correr, pero yo siempre
la perseguiré.
Entramos en el ascensor y empuño mi mano para no agarrarla. El
impulso es tan fuerte que recorre cada tendón, cada músculo, hasta
hacerme temblar.
Entramos en el ascensor y empuño mi mano para no agarrarla. El
impulso es tan fuerte que recorre cada tendón, cada músculo, hasta
hacerme temblar.
Ella cruza las manos, con expresión cautelosa.
―Me fui por todo lo sucedido. Tenía que alejarme para pensar, y sabía
que no me dejarías hacerlo con tranquilidad.
—¿Así que huiste y me diste un susto de muerte? —Entrecierro los
ojos, acusándola en silencio de haberme torturado estos últimos meses―.
¿Sabes lo preocupado que he estado, la cantidad de noches sin dormir que
he pasado? No conseguía descansar sin saber si estabas viva o no.
—Con todo lo que ha acontecido, tienes que comprender que me
estaba desmoronando —dice. Tras cruzarse de brazos, me mira con
dureza―. Nunca perdonaré lo que le hiciste a mi padre, pero lo cierto es
que mató a gente. Quizá no directamente, pero sin duda sus acciones
provocaron varias muertes. He tardado meses en asumirlo.
—Nunca le habría quitado la vida si hubiera sabido la verdad.
Ella asiente lentamente.
—Ahora lo sé, pero solo porque he tenido tiempo para mí.
—¿Y ahora? ¿Dónde nos deja eso? —Oigo la desesperación en mi voz
en el mismo instante en que las palabras salen de mi boca.
Ella aparta la mirada.
― ¿Cómo me has encontrado?
Se me hace la boca agua cuando intenta cambiar de tema.
―Al principio no era capaz. Las peores putas semanas de mi vida. Al
final, Zack se dio cuenta que todos tus profesores te ponían nota después
del examen de las primeras seis semanas. Entonces no fue difícil averiguar
dónde estabas y qué hacías.
—Oh. Arruga la cara―. Me sorprende que no te pusieras en contacto
conmigo antes.
—Dijiste que querías tiempo, y te lo concedí. Pero me cansé de esperar.
Te echo de menos, Calista. Jodidamente tanto.
—Oh. —Repite la palabra, pero esta vez en voz baja. Su mirada se
suaviza, el gélido distanciamiento se descongela. Su reacción me da un
destello de esperanza.
—Lamento todo —le digo―. No sé qué más quieres que te diga. Lo
único que puedo hacer es demostrártelo.
Su mirada recorre mi rostro, midiendo la sinceridad de mis palabras.
La miro sin flaquear. Todo lo que he dicho va en serio.
Al cabo de un momento, baja la cabeza y rompe el contacto visual
conmigo.
―Estoy embarazada.
Ese pequeño susurro me golpea con la fuerza de un huracán. Solo
puedo mirarla fijamente. Mi mente tambalea, intentando procesar la
noticia cuando permanezco allí en silencio.
Si esto es verdad... podría morirme literalmente de felicidad.
—Di algo, Hayden —suelta―. Estoy flipando aquí.
—Vámonos.
CAPÍTULO 35

Calista

― ¿Ir? ―repito―. ¿Ir a dónde?


Hayden no me responde. Simplemente me coge la mano con fuerza y
aprieta el botón del ascensor que nos llevará a la planta baja. Tiro de
nuestras manos unidas para llamar su atención.
—¿Qué haces?
Dirige su mirada hacia mí, el azul centelleante de urgencia.
―Te llevo a un ginecólogo.
—¿Por qué?
—Tengo que asegurarme que esto es real.
Lo miro con el ceño fruncido.
― ¿Y si lo es?
Hace una pausa, casi como si tuviera miedo de hablar.
―Si esto está ocurriendo de verdad, será el mejor día de mi vida.
Se me saltan las lágrimas.
― ¿De verdad? Sé que esto lo complica todo.
—Por eso huiste. —Cuando asiento lentamente, me echa en sus brazos,
envolviéndome en un abrazo seguro. Exhala un aliento áspero rozando mi
sien―. Dios, Callie, si no estuvieras embarazada, te secuestraría y no te
dejaría marchar nunca.
—Si no estuviera embarazada, no estaríamos teniendo esta
conversación ahora mismo —digo, con mis palabras amortiguadas contra
su abrigo.
Me da un beso en la cabeza.
―Lo siento, cariño. Debes haberte asustado, pero ya no tienes que
preocuparte. Estoy aquí y no me iré a ninguna parte.
Me retiro y le dirijo una irónica sonrisa.
―Eso es lo que temo.
Hayden no vuelve a hablarme. Pero sí se comunica con todos los
demás: le dice al chófer adónde ir, ordena a la recepcionista que nos dé cita
de urgencia e incluso exige que el médico nos haga una ecografía cuando
entramos en la sala de exploración.
Miro a la Dra. Sheridan encogiéndome de hombros. Cuanto más
rápido se ponga en fila, mejor nos irá a todos.
—Me alegro de volver a verla —me dice―. Por qué no se tumba,
señorita Gr...
—Señora Bennett —dice Hayden.
—Mis disculpas. —Ella me mira con expresión tranquila. Eso hace uno
de nosotros―. Señora Bennett, por favor, túmbese y levántese la camisa
para dejar al descubierto el vientre.
Hago lo que me dice, con los nervios rebotando en mi interior. Hayden
está a mi lado como un centinela en guardia, con la mandíbula rígida.
La doctora aplica un gel frío sobre mi barriga y desliza la varita
ultrasónica por mi piel. La habitación está en silencio, excepto por el sonido
del latido del corazón del bebé. Las lágrimas amenazantes desde que volví
a ver a Hayden se deslizan por mis mejillas.
No tengo valor para decirle que es la primera vez que voy a ver al bebé
porque me estaba escondiendo. Aunque he hecho todo lo posible para
protegerlo. Ayuda que Harper prácticamente me haya metido vitaminas
prenatales por la garganta.
—Allá vamos —dice suavemente la Dra. Sheridan.
En la pantalla aparece una imagen que cambia irrevocablemente mi
vida. Nuestro bebé, acurrucado a salvo dentro de mí. Brazos diminutos que
un día nos envolverán. Y pequeñas piernas que un día correrán hacia
nosotros.
Hayden toma mi mano entre las suyas temblorosas. Se vuelve hacia
mí y su áspera apariencia finalmente se resquebraja.
―Es nuestro bebé —susurra entrecortadamente.
Mi corazón se inflama. En este momento, la oscuridad de nuestro
pasado no importa. Todo lo que veo es la familia en la que nos estamos
convirtiendo. Me sentí sola durante tanto tiempo, pero ya no.
Nunca más.
—Sí —susurro―. Es nuestro bebé.
La doctora se aclara la garganta.
―Les dejaré un rato a solas.
Sale de la habitación, pero ninguno de los dos nos damos cuenta,
demasiado absortos el uno en el otro y en la vida que hemos creado.
—Esto está ocurriendo de verdad —dice Hayden, su voz llena de
asombro.
—Lamento habértelo ocultado.
Asiente despacio y alza mi mano estampando un beso en mis nudillos.
―Te perdoné en el momento en que me lo dijiste.
Su aceptación inmediata me coge por sorpresa. Me limpio las mejillas
húmedas e intento sonreírle. Se tambalea en mi cara.
―Tenía miedo —digo en voz baja―. Miedo de cómo reaccionarías. De
lo que podrías hacer...
—Tenías razón al preocuparte.
Mis ojos se abren de par en par.
—¿Qué quieres decir?
—No quiero hacer esto en público.

Lucho contra las náuseas durante todo el trayecto de vuelta al ático de


Hayden. Y no es porque esté embarazada. Los nervios recorren mis brazos
y piernas hasta que siento como si hubiera clavado un tenedor en un
enchufe eléctrico.
En cuanto entramos en el salón, me giro para mirarlo, incapaz de
soportar el pesado silencio que hay entre nosotros.
― ¿Por qué has dicho que debería haberme preocupado?
Su mirada se clava en la mía, inquebrantable y sin disculpas.
―Porque sabes quién soy realmente y de lo que soy capaz.
Me trago el nudo que tengo en la garganta.
― ¿Qué significa eso exactamente?
—Que tú y este bebé sois todo lo que siempre he querido, todo lo que
siempre he soñado tener. Que me lo arrebates... ―Sacude la cabeza y cierra
brevemente los ojos―. Debes odiarme para hacerme tanto daño.
—Nunca fue mi intención. Ya sé que lo hice involuntariamente, pero
no era mi intención. —Extiendo mi mano para agarrar la suya―. Por favor,
créeme.
Hayden tira de mí hacia él y yo voy encantada, incapaz de resistirme
a la atracción que ejerce sobre mí. Tras acariciarme la mejilla, me sujeta la
mandíbula con el pulgar.
―Te creo.
Arrugo la cara, confusa.
―Entonces, ¿por qué dijiste que no querías hacer esto en público?
¿Qué es 'esto'?
—Follarte.
Mis labios se separan en un grito ahogado. Hayden no tarda en
aprovecharse de mi sorpresa, acercando su boca a la mía y metiendo su
lengua entre mis labios. Mi pulso se acelera aún más cuando rodea mi
espalda con el brazo y acerca nuestros cuerpos. Su polla se clava en mi
vientre, haciendo que mi coño se estremezca.
Me aparto primero para tomar aire. Sus ojos arden con hambre y
pasión, una llama brillante, robando el aliento que acabo de tomar. Cuando
empiezo a decir algo, sus dedos se clavan en mi cadera para detenerme.
Hayden me arrastra hasta el pasillo golpeando mi espalda contra la
pared. Me cubre el cuerpo con el suyo, presionándose contra mí, y el calor
de su piel me quema. Me corre el sudor por la frente y mis mejillas se
ruborizan, pero no es nada comparado con la mirada febril de sus ojos.
Puedo saborear el fuego de su beso y sentirlo en su exigente agarre. La
cabeza me da vueltas cuando finalmente retira la cabeza. Me aprieta y gimo
suavemente. Sus fosas nasales se agitan mientras me devora con la mirada
y sus manos recorren mi cuerpo. Estoy hambrienta de sus caricias.
De él.
Desliza la mano hacia mi cabello y empuña suavemente un puñado.
Su tacto me hace estremecer y giro la cabeza para darle mejor acceso.
―Voy a follarte tan fuerte que no serás capaz de andar, y mucho
menos de huir de mí —murmura, el sonido retumbando en su pecho―.
Primero voy a poseer este coño. Luego voy a poseerte a ti.
Levanta la mirada hacia la mía, sus oscuros y melancólicos ojos
brillantes por su casi locura. Me agarra de la mandíbula y me obliga a
mirarle fijamente.
― ¿Me oye, Sra. Bennett?
—Sí, Sr. Bennett.
Me agarra con tanta fuerza que me magulla. No me da tiempo a
recuperarme y vuelve a pegar su boca a la mía. Le devuelvo el beso, deslizo
los brazos alrededor de su cuello y me arqueo hacia él, frotando los pechos
contra su pecho duro.
Hayden se aparta con un silbido. Me coge en volandas y avanza hacia
el dormitorio. Su fuerza y determinación me debilitan. Permanezco
indefensa pero ansiosa en su abrazo hasta que pone mis pies en el suelo.
Entonces arranca la ropa de mi cuerpo. Al principio hago una mueca
de dolor, pero pronto cada sonido de material desgarrado me llena de
expectación. Las violentas acciones de Hayden me hacen temblar cuando
estoy desnuda.
Se queda inmóvil. Me contempla. Y luego se arrodilla ante mí.
—Hayden, ¿qué...?
Me sujeta la parte posterior de los muslos, clavándome los dedos en la
piel, y se inclina hacia delante para darme un beso persistente en el tatuaje.
A continuación, en mi vientre ligeramente redondeado.
―Si me dijeras que me arrastrara, lo haría. Si me dijeras que muriera
por ti, lo haría. Y si me dices que viva por ti, lo haré. —Presiona la mejilla
contra el muslo con una exhalación―. Haré cualquier cosa por ti y por este
bebé, Callie.
Paso los dedos por su cabello cuando mis emociones amenazan con
ahogarme.
―No quiero ser responsable de esa clase de poder sobre ti.
—Ya lo eres.
—Lo siento —susurro.
Hayden se levanta, los músculos de sus brazos y hombros tensando el
material de su camisa.
―Yo no. Porque eres mía. Siempre serás mía. Siempre te perseguiré y
te traeré de vuelta a mí.
Me duele la garganta y las lágrimas de mis ojos me nublan la vista.
― ¿Estás dispuesta a perseguirme siempre?
—Sí. Estoy dispuesto a luchar por ti. Porque tú lo vales.
—Te amo. —Es todo lo que puedo, pero es todo lo que tengo.
Lanza un sonido de dolor mientras sus manos se deslizan por mi caja
torácica. Acaricia mis pechos y mis pezones se endurecen contra sus
palmas. Inclino la cabeza hacia atrás para acomodarla al beso profundo y
magullador que me da. Es punitivo. Es desesperado.
Es hermoso.
Hayden me guía hasta la cama y lo miro fijamente, incapaz de apartar
la mirada. Me roza el tatuaje con el pulgar. Su marca en mí.
—¿Sabes por qué lo hice? —Cuando no respondo, continúa―. Porque
me encantaba ver mi apellido en tu piel. Porque quería verlo cada vez que
te follaba.
Sonrío ante su arrogancia y levanto los brazos hacia él. Se desabrocha
la camisa con su eficacia habitual y luego el pantalón. Una vez encima de
mí, utiliza un brazo para enjaularme y el otro para acariciar el interior de
mi muslo. Su tacto deja un rastro de fuego a su paso.
La boca de Hayden se posa en la mía con furia. Me besa como si me
castigara y yo le devuelvo el beso porque me gusta cómo me domina.
—Eres tan jodidamente perfecta —dice contra mis labios.
Y entonces sus dedos se deslizan por mi hendidura, haciéndome gemir
en su boca. Le chupo el labio inferior entre los dientes y lo muerdo. Con
fuerza.
Hayden se aparta con una sonrisa y sus ojos oscuros brillan.
―Así que quieres jugar sucio, ¿eh? —Desliza la mano bajo mi rodilla
y me levanta la pierna en el aire.
—¿Qué estás...?
Estruja su polla contra mi clítoris.
―Me encanta cómo tu cuerpo cobra vida para mí, cariño.
Mi cuerpo vibra. Mi corazón late sin control. Quiero gritar y suplicar
más.
Hayden deposita un beso en mi mandíbula antes de arrastrar sus
labios por mi cuello, mordiéndome de vez en cuando.
―Me encanta lo receptiva que eres. —Su mano se desliza hasta mi
muslo y lo aprieta con fuerza. Me encanta lo fácil que puedo hacer que te
corras.
Me penetra, con tanta fuerza que duele. Gimo en su abrazo. Hayden
gime contra mi oído.
―Me siento tan jodidamente bien.
Jadeo cuando se retira y vuelve a penetrarme. Empieza a moverse más
rápido y con más fuerza, sus dedos se clavan en mi piel para
inmovilizarme. Pero no es suficiente. Necesito más.
Necesito todo lo que puede darme.
—Por favor —susurro.
No dice nada, me mete la lengua en la boca mientras me folla. Va más
rápido y más fuerte con cada embestida. Siento un hormigueo en la piel,
un dolor cálido en lo más profundo del vientre. La presión en mi interior
aumenta hasta que apenas puedo respirar.
Me aferro a él, clavándole las uñas en la piel mientras persigo mi
liberación. El placer es intenso y abrumador, y quiero gritar de puro
éxtasis.
Hayden se separa de mi boca.
―Mírame.
Abro los ojos para encontrar los suyos. Están entornados y oscuros de
lujuria, pero siguen fijos en los míos.
―Córrete para mí, Sra. Bennett —exige.
No puedo negarme. Su mirada me mantiene cautiva hasta que caigo
al borde del abismo. Gimo y me arqueo contra él, mi cuerpo se retuerce
sobre el suyo mientras me arrastra un maremoto de euforia. Mi orgasmo
me envuelve en olas devastadoras que me dejan jadeando.
Hayden sigue penetrándome hasta que me agarra con fuerza y su
polla se sacude dentro de mí. Entonces se corre, su boca devora la mía
mientras se estremece de placer.
Tarda unos instantes en calmarse y, cuando lo hace, me mira fijamente,
sus ojos escrutan los míos. Se coloca boca arriba arrastrándome con él. Me
acurruco en su pecho, sintiendo su corazón palpitar bajo mi mejilla.
—He echado de menos todo de ti —dice suavemente, deslizando los
dedos por mi cabello―. Tu sabor, los sonidos que haces cuando estoy
dentro de ti. La forma en que te muerdes el labio y gimes mi nombre. Cada
puta cosa.
Me aparta un mechón del rostro, su expresión es ilegible.
Frunzo el ceño.
― ¿Qué te ocurre?
—No quería esto contigo, sabes —dice―. La cantidad de control que
tenías sobre mí desde el principio... ―Se ríe suavemente―. Ahora es peor
con el bebé, pero nunca he sido tan feliz.
Hace una pausa, con las cejas fruncidas.
―En realidad, creo que nunca he sido verdaderamente feliz. Hasta
que llegaste tú. —Me acerca y me besa, suave y gentilmente―. Gracias por
darme eso.
Cierro los ojos y presiono mi mejilla contra su pecho. Sus palabras me
llenan tanto el corazón que duele. Pero no cambiaría nada.
—¿Sabes qué más podrías hacer para hacerme feliz? —me pregunta.
Levanto la cabeza y lo miro con una sonrisa juguetona.
― ¿No he hecho ya suficiente? Quiero decir, voy a tener un hijo tuyo,
maldita sea.
—Lengua, señora Bennett.
Le pellizco el pecho y se ríe―. Vale —digo con un resoplido―. ¿Qué
quieres?
—Que te cases conmigo.
Me quedo con la boca abierta.
― ¿Qué?
—Que te cases conmigo —repite, con más firmeza.
—¿Es por el bebé?
Me mira exasperado.
―No, porque te amo. Porque eres mía. —Pasa sus dedos por mi
tatuaje acariciándolo. Porque te deseo de todas las formas posibles.
Me muerdo el labio, con los nervios disparándose en mi interior.
Levanta la cabeza para mordisquearme los labios hasta que gimo.
―Di que sí, Callie. Si no, voy a follarte hasta que lo hagas.
Mi suspiro es fuerte, pero los latidos de mi corazón lo son más.
―Sí.
Su boca captura la mía. Me besa como si le perteneciera. Y así es.
Sus dedos me rodean la nuca mientras me mira fijamente a los ojos.
―Vamos.
—Espera, ¿qué?
Vuelve a besarme antes de retirarse con una sonrisa tan brillante y
hermosa que se me derrite el corazón.
―Cuando la mujer de tus sueños dice que quiere casarse contigo, no
dejas que nada se interponga en su camino para que cambie de opinión.

Fin
SOBRE LA AUTORA

Una amante de los antihéroes, de las obras profundas que invitan a la


reflexión, con palabras bellamente escritas, de los romances dignos de
suspirar, de las escenas de sexo tan calientes que la hacen sonrojarse y de
las heroínas que la inspiran hasta el punto que Morgan quiere ser como
ellas cuando sea mayor. O quiere darles un puñetazo en la cara y ocupar
su lugar en la cama... erm... brazos del héroe.
Sí, eso es.
CRÉDITOS

Traducción

Diseño

Corrección

La 99

También podría gustarte