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HISTORIA DE ESPAÑA

(Dpto. de Geografía e Historia - Borja Muñoz)

TEMA 9. La Segunda República (1931-1936)

9.2. El Bienio Reformista: reformas estructurales y realizaciones sociales,


culturales y territoriales. Reacciones desde los diversos posicionamientos.

Las reformas del Gobierno de Azaña

Una vez aprobada la Constitución, al día siguiente, Manuel Azaña constituyó


un Gobierno con el republicanismo de izquierdas, el socialismo e
independientes. Bajo el lema de «rectificar lo tradicional por lo racional»,
acometió un amplio programa para desmontar las estructuras tradicionales e
imponer los valores de la democracia, del laicismo y de la cultura. Sin
embargo, sus propuestas reformistas chocaron con la realidad de un país
poco preparado para asumirlas.

El Ejército y la reforma militar

El Ejército, muy identificado con la monarquía, asumió con reticencias el


nuevo régimen. Era una institución anticuada y sobredimensionada, con
excesivo número de oficiales, propensa a intervenir en la vida pública y en la
que los africanistas conservaban una notable influencia.

Durante su etapa como ministro de Guerra en el Gobierno provisional, Azaña


había iniciado la reforma militar. Pretendía modernizar el Ejército,
subordinarlo al poder civil, asegurar su lealtad a la República y adecuar sus
efectivos a las necesidades del país.

La reforma se completó con la supresión de la Ley de Jurisdicciones de 1906


y de las capitanías generales, con la clausura de la Academia Militar de
Zaragoza (era el centro de formación de los oficiales del ejército español;
desde 1927 hasta su cierre en 1931, Francisco Franco fue su director) y la
anulación de los ascensos por méritos de guerra con carácter retroactivo. La
justicia civil se amplió a costa de la militar y se prohibieron los tribunales de
honor (se utilizaban en el Ejército para juzgar la conducta deshonrosa, pero
no delictiva, de sus miembros, al margen de la legislación vigente). La
Guardia Civil conservó su carácter militar, pero junto a ella se creó la Guardia
de Asalto como policía más afecta a la República.

A la irritación que provocó la política militar de Azaña entre algunos sectores


del Ejército se añadió el malestar por el debate del Estatuto de Autonomía
catalán en las Cortes, interpretado como una puesta en cuestión de la unidad
de España. Estas circunstancias estuvieron detrás del golpe de Estado
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derechista del 10 de agosto de 1932. El general Sanjurjo, director de la
Guardia Civil, fue el cabecilla del alzamiento, tomó el poder en Sevilla pero
fracasó gracias a la acción del Gobierno, apoyado por el Ayuntamiento y por
el proletariado sevillano. Sanjurjo fue detenido, sometido a juicio y condenado
a muerte, pena que le sería conmutada más adelante por la de cadena
perpetua.

La reforma militar fue un logro del gabinete de Azaña, aunque no se


alcanzara la necesaria modernización. Se corrigieron viejos hábitos y, por un
tiempo, el Ejército se mantuvo bajo la legalidad republicana. Muchos militares
se acogieron a la «ley Azaña», que permitía el pase a la reserva de los
militares que no quisieran servir al nuevo régimen republicano, y el número
de oficiales se redujo considerablemente.

Oposición a la República

Aunque la República en sus comienzos contó con un amplio consenso


popular, encontró reticencias en los grandes propietarios, que se sintieron
amenazados por las reformas, y por un sector de la clase media preocupado
por el orden social, la Iglesia y el Ejército.

Los grupos más radicales del movimiento obrero, aunque la recibieron con
esperanza, manifestaron su impaciencia ante la lentitud de las reformas,
dificultando su labor con sus protestas y huelgas, en las que se significó el
sindicato de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT).

La cuestión religiosa

El distanciamiento que se inició entre Iglesia y República desde el Gobierno


provisional tras el incidente con el cardenal Segura, la quema de conventos
de mayo de 1931 y el debate constitucional sobre la cuestión religiosa se
acrecentó con las sucesivas leyes sobre materia religiosa. Símbolo de
modernización para las autoridades republicanas, fueron percibidas desde el
catolicismo como muestras de un anticlericalismo intransigente.

En enero de 1932 se aprobó la autorización del divorcio, la secularización de


los cementerios y la disolución de la Compañía de Jesús. La Ley de
Congregaciones Religiosas, de 17 de mayo de 1933, reglamentaba el culto
en actos públicos, suprimía la financiación pública del culto y del clero,
nacionalizaba parte del patrimonio artístico de la Iglesia pero dejándoselo
para su uso propio y prohibía la docencia a las órdenes religiosas regulares,
aspecto este que resultó inaplicable en las enseñanzas medias.
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El debate religioso alejó de la República a un amplio sector del catolicismo y


subrayó la incapacidad del laicismo y la Iglesia para llegar a un acuerdo. Por
otra parte, la defensa de la religión se convirtió en la idea central que aglutinó
a la derecha a partir de 1933.

La reforma agraria

El injusto reparto de la propiedad de la tierra, sobre todo en Andalucía,


Extremadura y parte de Castilla, constituía uno de los problemas históricos de
España. Su redistribución suponía el mayor anhelo de las miles de personas
que trabajaban por un jornal y se convirtió en un compromiso para la nueva
clase política. Se pretendía hacer justicia, crear una clase media agraria
defensora de la República, lograr un aumento de la producción y un mercado
interior estructurado.

En 1932, el Gobierno presentó a las Cortes un proyecto de ley de reforma


agraria, que encontró la resistencia de los grandes propietarios,
representadas por «los agrarios», grupo político de las Cortes republicanas
constituido por pequeños y medianos terratenientes castellanos que frenaron
con interminables debates la aprobación del articulado. No obstante, su
tramitación se aceleró tras el fracaso del golpe de Estado de Sanjurjo, y en
septiembre del mismo año se aprobó la Ley de Bases para la Reforma
Agraria.

Esta ley permitía la expropiación de determinados tipos de tierras con


indemnización y su redistribución entre el campesinado, previéndose formas
colectivas —introducidas por los socialistas— e individuales del trabajo del
campo. Asimismo, permitía la propiedad estatal de la tierra y su usufructo por
el campesinado. La institución encargada de la ejecución de la ley fue el
Instituto de la Reforma Agraria (IRA), dotado con fondos para tal fin.

Varias razones provocaron el retraso de la aplicación de la Ley de Bases de


la Reforma Agraria: la complejidad de la ley, que establecía varias categorías
de campos expropiables; la lentitud burocrática; los altos costes de la
expropiación y los bajos presupuestos; los conflictos sociales en el medio
rural; y la resistencia de los grandes propietarios. Aunque se preveía llegar a
60.000 o 70.000 personas que se beneficiarían de esta reforma agraria,
durante el primer bienio solo alcanzó a 12.000 y el reparto de tierras
prácticamente se interrumpió tras el triunfo electoral de la derecha, en 1933.

Las reformas educativas


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En 1931, España presentaba una alta tasa de analfabetismo y la mayor parte


de la educación estaba en manos de órdenes religiosas, por lo que las
posibilidades de acceder a la escuela, lo mismo que a la universidad, eran
privilegio de las clases altas. Los afanes reformistas de la República se
volcaron sobre la educación como instrumento de redención de las clases
humildes y de modernización del país. El esfuerzo del Gobierno en materia
de educación se dirigió hacia la consecución de los siguientes objetivos:

● Una legislación que proclamaba una educación laica, mixta y


obligatoria, lo que supuso el acceso a la misma de muchas personas
de las clases populares y, especialmente, de niñas, que hasta ese
momento tenían mayores tasas de analfabetismo. Con esta ley se
regulaba también la enseñanza de la Religión Católica. Aunque era
obligatorio estudiar Lengua Castellana, las regiones autónomas podían
organizar la enseñanza en sus lenguas respectivas.

● La creación de 5.000 escuelas públicas al año.

● La formación y dignificación del profesorado con un aumento de


salario y un mayor reconocimiento social. A su vez, supuso la
incorporación al magisterio de miles de mujeres que aumentaron el
número de profesoras.

Los estatutos regionales

La Constitución abría un cauce legal a los anhelos autonomistas catalanes y


de otras regiones españolas. En Cataluña, la Generalitat redactó un proyecto
de estatuto que, plebiscitado y aprobado en la región en agosto de 1931, se
presentó al Gobierno para su debate en las Cortes. La aceptación de su
articulado fue lenta y contó con grandes resistencias. Al defenderlo, Azaña
vinculó a Cataluña con la República dentro de una nueva concepción de
España. Su aprobación se vio impulsada finalmente en septiembre de 1932,
tras el fracasado golpe de Estado de agosto del mismo año:

● El Estatuto de Autonomía dotaba a Cataluña de una Generalitat


integrada por un Parlamento, un presidente y un Consejo ejecutivo con
amplias competencias sobre el Gobierno municipal, las obras públicas,
el orden público y la universidad. La enseñanza era competencia
compartida y la cuestión lingüística se resolvió con la cooficialidad del
castellano y el catalán.
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● En el País Vasco, el nacionalismo, defensor de los fueros, más
conservador y con menos implantación social, estuvo liderado por el
PNV. Representantes de las provincias de Guipúzcoa, Vizcaya, Álava
y Navarra suscribieron en Estella un proyecto de estatuto en 1932, que
no fue aceptado por una mayoría de Ayuntamientos navarros. Un
plebiscito posterior lo ratificó en las provincias vascas, aunque con
menos de la mitad del censo en Álava. La llegada de la derecha al
poder paralizó su debate en las Cortes.

● En Galicia, los Ayuntamientos aprobaron un texto estatutario en 1932


y, en Andalucía, la Asamblea de Córdoba de 1933, integrada por
representantes de las diputaciones y de los Ayuntamientos y por
diputados de izquierda, elaboró otro proyecto de estatuto. Sin
embargo, ninguno de los dos textos pudo ser presentado a plebiscito
debido al cambio político que se produjo en el Gobierno en noviembre
de 1933.

La cuestión social

Según la Constitución de 1931, España era una «República democrática de


trabajadores de toda clase». Con esta definición, la clase obrera adquiría un
protagonismo desconocido hasta entonces. La reforma agraria, la legislación
social impulsada por Francisco Largo Caballero, ministro de Trabajo, y la
labor educativa del Gobierno pretendían conseguir la mejora de sus
condiciones de vida. Pero el problema social era muy grave y las
desigualdades demasiado acusadas.

Desde el PSOE, integrado en el Gobierno provisional y en el de Azaña, se


solicitó calma para completar las reformas. Sin embargo, las bases
desbordaron con frecuencia a sus dirigentes y participaron en actos
revolucionarios en demanda de unas mejoras que no llegaban. Los
anarquistas aceptaron a la República, pero, al comprobar que respetando la
legalidad no podían alcanzar de inmediato sus aspiraciones, radicalizaron sus
posturas y optaron por la huelga revolucionaria y la insurrección armada.

Los conflictos sociales y los brotes de violencia, que causaron víctimas entre
el campesinado y la Guardia Civil, se repitieron por todo el país, con
episodios como los de Castilblanco, Arnedo o la ocupación de pueblos en el
Alto Llobregat por mineros inspirados por el sindicato CNT.

El suceso más grave tuvo lugar en la localidad gaditana de Casas Viejas en


enero de 1933, donde braceros en paro armados con escopetas proclamaron
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el comunismo libertario y asaltaron la casa cuartel de la Guardia Civil.
Enviados refuerzos y una sección de guardias de asalto para reprimir la
revuelta, se actuó con dureza, quemando la casa y ametrallando a la familia
de Francisco Cruz, «Seisdedos», líder anarquista, y fusilando a los
campesinos que se habían rendido. El hecho levantó una fuerte polémica que
llegó hasta el Parlamento, donde Manuel Azaña estuvo desafortunado al
apoyar la represión policial en un primer momento y, aunque reaccionó para
esclarecer los hechos, lo hizo tarde y su credibilidad ante la clase obrera y
parte de la izquierda quedó en cuestión.

El final del Bienio Reformista

Los efectos de la crisis económica mundial de la década de los años treinta


llegaron a España más tarde que a otros países. Las exportaciones
tradicionales, minerales y productos agrícolas descendieron
considerablemente a partir de 1932, lo que provocó la caída de la producción
minera a finales de ese año. Igualmente, disminuyeron las importaciones, lo
que hizo que el proceso de industrialización se ralentizase. En 1933, la crisis
se agudizó y se extendió a otros sectores. La caída del valor monetario de las
exportaciones repercutió sobre la Bolsa y las empresas. El paro creció hasta
alcanzarse la elevada cifra de 650.000 personas desempleadas, aumentando
el malestar social y los conflictos, ante los cuales el Gobierno se mostró
impotente para darles solución.

Ese mismo año, el Gobierno de Azaña dio señales de agotamiento. El


impulso reformista se había frenado por las resistencias encontradas y por
los errores propios. Ante estas circunstancias, por un lado, la izquierda dejó
de respaldar a Azaña, y por otro, la derecha se reorganizó. Alcalá-Zamora,
haciendo uso de sus prerrogativas presidenciales, le retiró su confianza. El
radical Martínez Barrio presidió un Gobierno con la finalidad de preparar
elecciones.

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