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A través de esta circunstancia, Jesús quiere mostrar que ni siquiera el pecado que llevó a

Judas a entregar al Mesías por unas cuantas monedas, podría impedir el cumplimiento del pacto,
la celebración del anuncio del nuevo pacto en Cristo. ¡No! Acá no se trataba de echar la basura
debajo de la alfombra y aceptar la presencia del paracaidista, sino que se trataba de reconocer
que había alguien indeseado, que cometería un pecado atroz, que comería inclusive en la mesa,
no obstante, eso no sería impedimento para concretar su sacrificio.
¡Consuelo a nuestra alma es saber que el Señor no canceló la cena a causa del pecado! El
Señor no bajó de la cruz. Antes bien, sabiendo que el moriría específicamente por el pecado de
su pueblo, decidió humanarse y decidió morir en la cruz para redención. No importó una historia
llena de pecado para separarnos del amor de Dios, no importó nada. El Señor, en su gran amor y
misericordia, él mismo trascendió el pecado y murió por nosotros.
Cuantas veces nosotros esperamos a estar sin mancha, sin nada en nuestras conciencias que
nos acuse, para volver al Señor en tiempos en los cuales nos encontramos lejos de Él. No
esperemos más, acerquémonos, el Señor y su pacto de amor trascienden nuestro pecado.
Un argumento más a favor de este punto. Miren al mismo Señor estando pronto a subir a la cruz,
diciendo: “Y adelantándose un poco, cayó sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es
posible, que pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú quieras” (Mateo
26:39). Nuevamente, el Señor está sintiendo el peso de morir efectivamente, a causa de los
pecados de su pueblo. Aún así decidió subir y morir. El pecado no es limitante para la
manifestación del amor de Dios, Dios ama y manifiesta su pacto, confirmando su amor revelado
en la historia, porque Él decidió amar a los suyos.

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