amor y de su deseo de unión con Dios Padre. Jesús había dedicado su vida a enseñar sobre el amor de Dios y a mostrar a la humanidad el camino hacia una vida plena en Él. En la cruz, Jesús estaba experimentando el dolor y la separación de la humanidad y, en ese momento de necesidad, anhelaba la presencia de su Padre celestial. La sed de Jesús es inmensa, es una sed física, a casusa de los padecimientos, de la sangre perdida, de la fiebre que le abrasa, del hambre y la incomodidad de la cruz. Para calmar su sed, los soldados le dieron vinagre; aquel que convirtió el agua en vino en las bodas de Caná, recibe hoy vinagre para calmar su sed.
Cuentes veces, le damos a Cristo vinagre pare
calmar la sed que Él tiene de salvarmos, Él nos llama y no le oímos, Él nos busca y nosotros nos escondemos de Él, Él nos dice: "No hagas esto", y nosotros lo hacemos. ¡Francamente tenemos una conducta tan extraña y contradictoria con Dios!
Hermanos, la sed de Cristo no era solo física, sobre
todo esta sed espiritual que Jesús experimentó en la cruz, es un llamado a la refiexión y a la acción en nuestra propia vida espiritual. Jesús tiene sed de ti especialmente. Hermanos, como seres humanos, también podemos sentir una sed profunda por amor y unión con Dios. A menudo buscamos saciar esta sed a través de nuestras relaciones, nuestros logros y nuestras posesiones, pero estas cosas solo pueden brindar una satisfacción temporal y limitada. Al igual que Jesús, necesitamos reconocer nuestra sed espiritual y buscar la fuente de agua viva que solo puede venir de Dios. Él es el único que puede satisfacer nuestras necesidades espirituales y saciar nuestra sed de amor y de unión con Él. Jesús nos enseñó este camino a través de su vida y su sacrificio en la cruz. También, nos recuerda que el sufrimiento y la sed pueden ser una fuente de purificación y transformación en nuestra vida espiritual. A través de nuestras pruebas y tribulaciones, podemos acercarnos más a Dios y crecer en nuestra fe y en nuestra capacidad de amar.
No olvidemos finalmente, que, al terminar nuestra
vida, en el momento de la muerte, como en el juicio universal, Dios nos examinará según el amor que le habremos manifestado y entre esas formas de amor sincero está el haber saciado la sed de nuestros hermanos y por lo tanto la sed de Cristo. Él nos dirá: "Ven y entra al reino de mi Padre, porque tuve sed y me diste de beber". Saciemos la sed de Cristo, esa sed que es sobre todo el ansia que Él tiene de nuestra propia salvación, para la cual nos exige responder fielmente a sus designios y al cumplimiento de sus mandamientos divinos. Amado Dios, hoy que conmemoramos una vez más tu pasión y muerte, te pedimos perdón por no saciar tu sed en el amor, la solidaridad, la comprensión, el respeto y la ayuda mutua para con el prójimo; así, como te damos la espalda cuando solo acudimos a ti por conveniencia. Hemos dejado de lado esa vocación cristiana que nos caracterizaba. Hoy, tienes sed de que nos amemos los unos a los otros, sed de fe y de oración.
Queridos hermanos, este es el momento en el que
aún podemos ponernos en paz con Dios Padre y con los demás, no esperemos un mañana que es incierto y aprovechemos cada día como una oportunidad de conversión. Hoy, sácienos la sed de Cristo y compensemos la entrega que Él hizo por el bien de la humanidad.