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Renta básica extraordinaria como medida social de emergencia para

enfrentar algunos de los impactos de la pandemia del COVID-19 en


Colombia

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Antecedentes
Ante la crisis sanitaria, social y económica generada con la pandemia del COVID-19 en el
país, resulta especialmente preocupante el impacto sobre las clases sociales vulnerables por
el confinamiento obligatorio y sus consecuencias como la pérdida tajante de ingresos
cotidianos a través de actividades y labores informales, y los elevados riesgos de contagio
debido a insuficiencia para unos y ausencia para otros de protección social y de redes de
apoyo de emergencia, agudizada por las graves falencias del sistema de salud pública y de
acceso oportuno y de calidad a servicios especializados para el tratamiento de la
enfermedad.

Este tipo de impactos, entre otros, exige políticas públicas sociales de emergencia que
atiendan oportuna y eficazmente las necesidades acuciantes de amplios grupos de la
población colombiana que por su grado de vulnerabilidad laboral y de ingresos son
susceptibles de sufrir una drástica caída de sus ya precarias condiciones de vida, al punto de
que muchos hogares puedan caer rápidamente en la pobreza extrema o al menos a la
pobreza en una perspectiva no sólo coyuntural sino más duradera.

Por ello es que deben adoptarse medidas de transferencias de rentas de emergencia y por lo
menos temporalmente mientras se logren superar los efectos sociales más determinantes y
sobrevinientes de la pandemia. De lo contrario, además de las perversas consecuencias en
términos de un proceso masivo de empobrecimiento, de agudización de desigualdades y de
exclusión social, tomaría además de considerable tiempo, de ingentes esfuerzos de carácter
público no solamente financieros para revertir el proceso.

1. Importancia de la población vulnerable para la política


pública social de emergencia
Con la crisis sanitaria y el confinamiento obligatorio se afectan de manera considerable los
ingresos ya precarios de, entre otros, los trabajadores por cuenta propia (formales e
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informales), de los trabajadores de la construcción informal, del comercio al por menor


informal y de pequeños negocios e incluso hasta medianos negocios informales, muchos de
ellos integrantes de familias vulnerables que hoy se encuentran por fuera de los programas
sociales que adelanta el Gobierno nacional central, entre ellos: “Familias en Acción”,
“Jóvenes en Acción”, “Adulto Mayor”, y devolución del IVA.

A este respecto, es de destacar que los trabajadores por cuenta propia llegan a representar
el 42.8% de las personas ocupadas en el país en el periodo Noviembre 2019-Enero 2019, en
tanto que los trabajadores familiares sin remuneración representan otros 3.4% y parte del
grupo de obreros particulares que participan con el 39.5%, constituyen el conjunto de
trabajadores informales (Cuadro 1). Es decir, los trabajadores informales podrían alcanzar a
participar con más del 50-53% de las personas ocupadas.
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Una buena proporción de este conjunto de trabajadores, podrían ser consideradas como
vulnerables y/o con condiciones de precariedad laboral, tanto por sus ingresos laborales
como por la ausencia de prestaciones sociales.

A este grupo poblacional habría que agregarle al menos una porción de la población bajo la
línea de pobreza, precisamente la que no estaría ocupada, y que buena parte de ella ya
vendría siendo beneficiaria de los programas sociales como “Familias en acción”
previamente mencionados.

Un parámetro de referencia para la transferencia de rentas de emergencia está dado por la


pobreza monetaria ya que en situaciones sobrevinientes, no esperadas que implican un caída
súbita de ingresos monetarios para hogares que no cuentan con ahorros o activos para
convertirlos en liquidez que contribuya a paliar dicho recorte de ingresos, su consumo de
subsistencia no sería garantizado a menos que recibieran un renta básica de emergencia
durante un periodo mínimo durante el que se reproducen los impactos depresivos directos
del confinamiento obligatorio y cuando se avance en la transición hacia una nueva condición
de “semi o cuasi-normalidad”.

Ahora bien, dado que en términos de la línea de pobreza monetaria, según información del
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DANE, cerca de un 27% de la población estaba ubicada por debajo de dicha línea a finales de
2018, es claro que la población objetivo para la recepción de una transferencia monetaria
básica dependería del traslape entre población considerada vulnerables y población pobre.
De estos, cerca de 2.5 millones de hogares estarían recibiendo transferencias por concepto
de programas sociales existentes.

Además, el Gobierno nacional considera que los hogares beneficiarios del recién establecido
programa de “Ingreso solidario” que no hace parte de los programas sociales “Familias en
Acción”, “Colombia Mayor”, “Jóvenes en Acción” y “Devolución del IVA”, es de unas 3
millones de personas (https://ingreso solidario.dnp.gov.co/).

Con base en ello, como se muestra en la sección 3, la población objetivo de un programa de


renta mínima de emergencia podría oscilar entre tres (3) y cinco (5) millones de hogares.

En este contexto, aquellos hogares beneficiados con tales programas o bien tendrían que
renunciar temporalmente –mientras dure el programa de renta mínima básica de
emergencia– y recibir la renta básica de emergencia al mes o seguir recibiendo los
beneficios normales de tales programas sociales al mes, adicionándoles la diferencia entre el
valor de la renta mínima de emergencia y el valor de las transferencias mensuales de los
programas sociales en referencia al mes.

Ello resulta fundamental con el objetivo de evitar duplicidades, altos costos de transacción e
inequidades horizontales entre hogares sujetos a la renta básica de emergencia.

Antes de seguir adelante en la siguiente sección se ilustran algunos de los argumentos


teóricos y de política pública a favor de la renta básica y algunas de sus consecuencias.

2. Renta básica: fundamentos teóricos y de política pública[1]


La renta básica es una subvención general que se diferencia de los seguros tradicionales en
que no está restringida a los(as) trabajadores(as) asalariados(as) con derecho por el hecho
de haber cotizado suficientemente a través de su vida laboral.
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Se trata de una renta incondicionada a diferencia de los programas de ingreso mínimo


adoptados en países europeos después de la II Guerra Mundial que fueron corrientemente
condicionados al cumplimiento de algunas condiciones, como la capacidad comprobada de
trabajar, entre otros.

La versión no universalista puede restringirse a un determinado grupo poblacional cuando se


la enmarca en la búsqueda de propósitos específicos de política económica como, en este
caso, a contrarrestar los impactos sociales y económicos que afectan a la población
vulnerable por un fenómeno sobreviniente como la pandemia del COVID-19. Esta
corresponde a una intervención típica de un Estado de Bienestar activo para promocionar
determinados objetivos sociales y económicos.

Ahora bien, dependiendo de su nivel (suficiente o insuficiente para tener una razonable
calidad de vida) y su temporalidad resulta conveniente desmontar las transferencias
condicionadas previamente existentes a la instauración de la renta básica para evitar
duplicidades entre apoyos, elevados costos de transacción e inequidades horizontales entre
beneficiarios.

A juicio de uno de sus proponentes más conocidos (Van Parijs, 2001)[2]: “El principal
argumento a favor de la RBU se fundamenta en el punto de vista de la justicia. La justicia
social, según creo, requiere que el diseño de nuestras instituciones esté orientado a asegurar
mejor libertad real para todos. Tal concepción de justicia real-libertaria combina dos ideas.
Primero, los miembros de la sociedad deberían ser formalmente libres, con una estructura de
la propiedad bien aplicada que incluyera la propiedad de sí para cada uno. Lo que interesa a
un libertario real, de todas maneras, no es sólo la protección de los derechos individuales,
sino asegurar el valor real de tales derechos: debemos estar preocupados no sólo con la
libertad, sino, en palabras de John Rawls, con “el valor de la libertad”. (…). Una subvención
en efectivo para todos, sin preguntas, sin ataduras, al mayor nivel sostenible, no puede ser
que no tenga éxito en la consecución de este ideal”. (Lo sombreado en negro es propio)

También se ha argumentado que desde la perspectiva de la libertad republicana la renta


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básica garantizada constitucionalmente instituiría un derecho de existencia que enriquecería


la libertad como no-dominación. Es decir, bajo esta visión republicana lo que se pregona es
erigir el derecho a la existencia como un derecho fundamental en sentido estricto del
término. Según lo argumenta Raventós (2001)[3]: “El ideal republicano procurará que las
políticas específicas que provean a la ciudadanía de determinadas necesidades lo hagan a
través de los derechos, no a discrecionalidad banderiza de un gobierno o de un grupo de
funcionarios… Porque se trata de evitar el establecimiento de otra suerte de dominación en
la forma de tratar las necesidades humanas”.

Otra de las defensas de la renta básica (RB) consiste en que es un mecanismo de una
necesaria individualización de los derechos sociales en la medida en que ha ido
evolucionando la sociedad en campos como los de las formas de convivencia familiar, las
relaciones de género, la masiva vinculación femenina al mercado de trabajo, etc. En palabras
de Noguera (2001)[4]: “La filosofía subyacente a las propuestas de RB es la mayoría de las
veces anti-familiarista: concede cierta independencia económica de los individuos, ya no
respecto del mercado de trabajo, sino también respecto de las relaciones de dominación que
rigen en la esfera familiar. (…). En este sentido, la RB, a diferencia de las prestaciones
contributivas, es también una propuesta radicalmente antipaternalista por cuanto no
prejuzga los estilos de vida de los individuos ni su situación familiar”.

Por su parte, hay al menos dos grupos de críticas centrales a la renta básica: la ruptura del
principio de la reciprocidad y la instauración de la no reciprocidad como acuerdo general en
la sociedad, por un lado, y su impacto inflacionario, el elevado o excesivo costo fiscal y las
restricciones para su financiación, por el otro.

A. Sobre el principio de reciprocidad. En su versión más extrema el principio de reciprocidad


se identifica con el de la equidad y establece que: “El hombre que no trabaje, que no coma”
(frase de Pablo de Tarso, citada por Raventós, 2001). Pero como lo señala Widerquist
(1998)[5], “(c)uando el trabajo se convierte en sinónimo de trabajar para otros, la idea de
“quien no trabaja, no come” no es un hecho de la naturaleza, sino una consecuencia de cómo
organizamos nuestra sociedad”, al punto en que, como agrega Raventós (2001), “(c)uando
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“quien no trabaja, no come” sólo es aplicado a una parte, por numerosa que sea, pero no a la
totalidad de la ciudadanía”, entonces la renta básica en lugar de violar el principio de la
reciprocidad, lo instauraría en la práctica real.

Aún desde una óptica crítica menos radical se resalta como ventaja de la renta básica el
hecho de que contribuye a satisfacer unos requisitos materiales propicios para el ejercicio de
las libertades en condiciones de igualdad y equiparación, gracias a la satisfacción de una
premisa sine qua non consistente en el que a través de las libertades y la realización de
capacidades se apalanca el desarrollo de la sociedad. Esta óptica está basada en la
concepción de Sen sobre el desarrollo como libertad (Sen, 1999[6]).

Ahora bien, en el caso de una renta de emergencia para un grupo poblacional determinado
afectado por severos impactos a causa de la pandemia del COVID-19, por ejemplo, se trataría
de garantizarle las condiciones más básicas de subsistencia –mínimo vital– por un periodo de
tiempo acotado, por lo que claramente no resulta sujeta a este tipo de crítica.

B. Impacto inflacionario. Uno de los problemas que tiene la renta básica universal es que al
no estar ligada a la realización de una actividad productiva y sin garantizar ex ante el pleno
empleo, ceteris paribus, tiende no solo a generar una demanda inflacionaria por no ser de
carácter anticíclica, sino además a afectar nocivamente la motivación a acceder al mercado
de trabajo, en particular en la medida en que sea más elevado el monto de la renta (en
referencia con el costo de las necesidades básicas, por ejemplo) y que se trate de trabajo no
calificado de baja remuneración en el mercado.

A diferencia, en el caso de la renta de emergencia ante la pandemia del COVID-19, el


confinamiento obligatorio y la crisis sanitaria generan una estrepitosa caída de la actividad
económica, de la demanda, del empleo y de los ingresos por lo que dicho tipo de renta para
un grupo poblacional específico y con un carácter extraordinario y temporal no generaría por
sí sola presión inflacionaria, y antes por el contrario tendría un cierto efecto anti-cíclico al
contribuir a impulsar una cierta demanda interna de bienes básicos, por ejemplo.
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C. Acerca del costo fiscal. Por supuesto una de las críticas más comunes a la renta básica
universal es su elevado costo fiscal y las limitantes para su financiamiento, so pena de
incurrir en problemas como la desestabilización macroeconómica que atenta, en últimas, en
contra de su sostenibilidad inter-temporal.

Precisamente, por ello es que se ha reconocido que la aplicación de la renta básica ha de


implementarse con una racionalización/complementación/desmonte de las transferencias
condicionadas existentes, una adecuación de las condiciones de acceso a ciertos servicios
sociales, una secuencialidad y progresividad en términos del ámbito y de la cobertura por
grupos poblacionales, al punto que puede ser sectorizada alrededor de unos derechos y,
entre otros, una definición del monto de la renta que debe evolucionar acorde con las
condiciones de desarrollo y riqueza de la sociedad en cuestión.

Como se muestra en la siguiente sección, el costo fiscal neto de la renta básica de


emergencia durante tres meses llegaría a menos de un 0.9-1.0% del PIB en el presente año,
lo que no implicaría un factor de desestabilización de las finanzas públicas, como se ilustra
en el segundo y tercer documentos de esta serie.

3. Renta básica extraordinaria de emergencia para las


familias más vulnerables
Dadas las razones expuestas, se propone otorgar una transferencia no condicionada a las
hogares más vulnerables del país de un (1) salario mínimo legal vigente ($877.803 por mes)
durante tres meses, en calidad de renta básica extraordinaria de emergencia. Este conjunto
de hogares podría llegar a un orden de 3 millones. Así, entonces, el costo fiscal de la
propuesta sería de $7.9 billones en el presente año 2020 (equivalente a un 0.72% del PIB).

Es de precisar que el monto mensual por hogar de la renta básica de emergencia excedería
en más de 12 veces el monto mensual por hogar por concepto de “Familias en acción”, lo
que les garantizaría a los hogares beneficiados una subsistencia digna durante al menos los
tres meses de duración del programa propuesto.
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A su vez, suponiendo que el número de personas bajo pobreza monetaria en la actualidad


fuera de unos 13 millones 73 mil (una incidencia del 27% como el DANE estima para finales
de 2018) y si se asume 4 personas por hogar, el número de hogares pobres monetariamente
ascendería a 3 millones 268 mil –si se supusiera 3 personas por hogar, entonces serían 4
millones 358 mil hogares–. Si a estos hogares (3.268.000) en pobreza monetaria se le
otorgaran durante tres (3) meses un salario mínimo legal, el costo fiscal ascendería a $8.6
billones en 2020 (0.79% del PIB).

Ahora bien, en el supuesto de que estos dos conglomerados (hogares pobres y hogares
vulnerables) fuesen estrictamente distintos entre sí –es decir, fuesen exhaustivamente
excluyentes– el costo fiscal de la renta básica de emergencia ascendería hasta $16.5 billones
en 2020 (1.51% del PIB).

Pero dicho supuesto es totalmente irrealista porque debe haber un amplio traslapo entre
ambas poblaciones: vulnerable y pobre. Así, entonces, si se supusiera que la mitad de estos
hogares tienen simultáneamente una y otra condición (es decir, son a la vez vulnerables y
pobres), se tendría un universo de unos 4 millones 768 mil hogares para acceder a la renta
básica extraordinaria de emergencia de un salario mínimo por tres meses. En este escenario
el costo fiscal sería cercano a los $13 billones en 2020 (1.2% del PIB) (Cuadro 2).
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Sin embargo, el costo neto de la renta básica es claramente inferior porque habría que
deducirle el costo fiscal durante los tres meses de vigencia de la renta de los programas de
“Familias en Acción”, “Colombia Mayor” y Jóvenes en Acción”, los cuales se encuentran
focalizados en las “familias pobres en todas las regiones y municipios del país” (CONPES
3472 de 2007), y ya se encuentran presupuestados recursos para el año 2020. Este monto
en el 2019 fue de $2.1 billones con una cobertura aproximada de 2.5 millones de hogares, al
cual hay que agregarles el costo fiscal de la ayuda adicional de 0.9 billones bajo el programa
“Colombia mayor” y del reciente programa de “Ingreso solidario” que alcanzaría 0.7 billones
en el presente año, por lo que el costo fiscal neto de la renta básica en 2020 podría ascender
a unos $10.2 billones (0.96-1.0% del PIB). En el Anexo se describen los programas sociales
del Gobierno nacional y sus presupuestos anuales.

Por supuesto, la renta básica extraordinaria de emergencia propuesta es ambiciosa en la


amplitud de la población objetivo, cubre un periodo de tres meses y es mucho más digna y
resolutiva para la población objetivo en el inmediato plazo.

En este punto debe señalarse que una política relacionada con transferencias monetarias a la
población vulnerable en proceso de implantación en otros países de la región podría exceder
en algunos casos al 1.2% de sus respectivos PIB, como sobresale el caso del Brasil,
superando incluso el costo fiscal relativo al del programa de renta básica temporal para
familias vulnerables aquí propuesta (0.9-1.0% del PIB).
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4. Renta básica extraordinaria de emergencia para


micronegocios
El DANE en su encuesta de micronegocios reporta que hay una proporción importante de
trabajadores que laboran informalmente en unidades productivas que ocupan entre 3 y 9
personas, y que son susceptibles de ser formalizadas. Este conglomerado comprende entre
1.000.000 y 1.500.000 de unidades productivas, a las cuales se les puede garantizar una
transferencia condicionada de un salario mínimo legal vigente durante tres meses, si y solo si
no se despidiera a trabajadores y se formalizara hacia el futuro –con la adopción
gubernamental de medidas adicionales para abaratar los costos de formalización existentes
–. El costo fiscal de esta transferencia oscilaría entre $8.0 (0.7% del PIB) y $12.0 billones
(1.0% del PIB) en 2020, suponiendo que en cada una de estas unidades laboraran 3
personas, en promedio.

Complementariamente, se deben garantizar ciertos apoyos públicos directos a unidades


productivas pequeñas y medianas mediante mecanismos como el otorgamiento de avales y
de otros colaterales no oficiales sino privados como ingresos futuros previsibles para su
financiación fresca en condiciones “blandas” –de tasa de interés y periodos de gracia– o para
la refinanciación de créditos vigentes u otras modalidades financieras para irrigarles recursos
frescos indispensables.

5. A manera de conclusión
La implementación de una renta básica extraordinaria de emergencia superior a la cuantía
del umbral de pobreza definido por el DANE7, para los hogares vulnerables y en pobreza, o
bien en su totalidad de manera directa a los hogares o a través parcialmente y de manera
indirecta a micronegocios informales, contribuiría a paliar de manera importante los impactos
económicos y sociales generados por la pandemia en estos hogares y negocios, aunque es
cierto que no las resolverá en su totalidad. Aunque es de precisar que les podría garantizar a
los hogares beneficiados una subsistencia digna durante al menos los tres meses de duración
del programa de renta básica propuesto, lo que no lograrían los programas sociales vigentes
del Gobierno nacional como “Familias en Acción”, “Jóvenes en Acción”, “Colombia mayor” e
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“Ingreso solidario”.

Esta opción de política pública social es la mejor disponible con un costo fiscal neto sorteable
para las finanzas públicas del país en el marco de una economía política de inclusión social.

Adicionalmente, desde el punto de vista administrativo, la renta básica extraordinaria de


emergencia goza de una gran simplicidad en su manejo al reducir a uno los tres (3) o cuatro
(4) tipos de programas públicos nacionales, y mucho más si se incluyen los vigentes a nivel
subnacional, lo cual supone un ahorro importante en los costos de gestión, en los costos de
transacción para la población beneficiaria y una deseable racionalización de la política
pública social de emergencia contribuirá a por parte de las Unidades Ejecutoras. Sin duda
alguna la experiencia con la renta básica extraordinaria contribuirá a racionalizar,
perfeccionar y replantear una multiplicidad de programas que se vienen aplicando desde
hace varios años y que hoy a raíz de la crisis social y económica provocada por la pandemia
han evidenciado sus ineficiencias, sobrecostos y fallas administrativas.

Anexo. Presupuestos para los programas sociales del Gobierno nacional

El programa “Ingreso solidario” le entrega $160.000 (18.23% de un SMLV) a 3 millones de


familias, esto representaría $480 mil millones en 2020 (0.04% del PIB) si se otorgara por uno
sólo mes, pero si se extendiera por tres meses su costo fiscal llegaría a 0.12% del PIB. Se le
informa a los beneficiarios que “Personas NO bancarizadas” “se les realizará apertura de
cuenta a través de las diferentes entidades financieras por medio del celular, mediante un
proceso simplificado y digital” (Intermediación Financiera).

El programa “Colombia Mayor” tiene presupuestado entregar la ayuda de un valor promedio


de $163.180 pesos (18.6% del SMLV) en este mes de abril a un millón 651 mil 35 (1.651.035)
adultos mayores, el cual equivale a $269.416 millones. Si este valor se mantuviera por los
próximos 9 meses del año, el costo fiscal ascendería a $2.7 billones en 2020 (0.25% del PIB).

El programa de inversión del Departamento de Prosperidad Social –DPS–, “Implementación


de Transferencias Monetarias Condicionadas para Población Vulnerable A Nivel Nacional –
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FIP” (BPIN 2018011000368) en la vigencia fiscal 2019 tuvo un presupuesto cercano a los $2.1
billones para atender cerca de 2.5 millones de familias. El Proyecto comprende 3
componentes, con los cuales se implementa la alternativa de Transferencias Monetarias
Condicionadas para población pobre y vulnerable:

1. Más Familias en Acción (MFA -TMC) en salud y educación para la atención a los niños,
niñas y adolescentes pertenecientes a las familias pobres y vulnerables; 2. Jóvenes en Acción
(JeA TMC) dirigida a los jóvenes bachilleres en condiciones de pobreza y vulnerabilidad para
su formación en educación superior, y 3. Ingreso para la Prosperidad Social (IS TMC) dirigida
a los jefes de hogar o cónyuges pertenecientes a familias pobres y vulnerables con rezago
escolar.

El Proyecto de inversión, en especial el programa Familias en Acción, que ha cubierto durante


una década en promedio a 2.5 millones de familias, incluyendo desplazados e indígenas, y ha
entregado anualmente alrededor de $1.7 billones de pesos ($800.000 pesos por familia año o
$67.000/mes en promedio). Este programa ofrece a familias pobres y pobres extremas con
niños, niñas y adolescentes un incentivo económico condicionado, que complementa sus
ingresos para la formación de capital humano, la generación de movilidad social, el acceso a
programas de educación media y superior, la contribución a la superación de la pobreza y
pobreza extrema, y a la prevención del embarazo en la adolescencia. De ahí que se trate
como una transferencia monetaria condicionada.

Como parte complementaria al Proyecto de Inversión del DPS “Implementación de


Transferencias monetarias condicionadas para población vulnerable a nivel nacional – FIP”
(BPIN 2018011000368), está el programa de “Jóvenes en Acción”, el cual apoya a los jóvenes
en condición de pobreza y vulnerabilidad para que sigan sus estudios técnicos, tecnológicos y
profesionales, sujetos a su desempeño académico. Asimismo, DPS tiene otro grupo de
programas que a través de esquemas de productividad y emprendimiento de los hogares,
promueve la inclusión social y superación de la pobreza.

Suponiendo que el Gobierno nacional va a realizarle a estas familias tres giros mensuales
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adicionales, esto equivaldría a cerca de $500 mil millones en 2020 (0.05% del PIB).

Por último, el programa que reembolsa el IVA de la canasta familiar a los hogares más
vulnerables les transfiere $75.000 (8.54% de un SMLV) cada dos meses por medio de una
consignación directa o pago electrónico. Con este programa se espera cubrir 1.000.000 de
hogares, de los cuales 700 mil se encuentran en el programa de “Familias en Acción” y los
300 mil restantes en el programa de “Colombia Mayor”. El costo fiscal de la devolución del
IVA sería de $2 billones entre el 2020 y 2022; es decir, para este año 2020 su costo fiscal
podría ascender a cerca del 0.06% del PIB.

_________________________

[1] Esta sección es una versión actualizada y ampliada de parte del capítulo de Garay, L. J
(2011): “Acerca de la asistencia y la protección social. Una perspectiva de la transformación
del papel del Estado hacia un Estado Postbenefactor”. En: Garay, L. J., Moreno, A., Mora, A. F.
y Velásquez, I. D. Colombia: Diálogo pendiente Vol. III. El derecho al trabajo y la política de
buffer de empleo. Planeta Paz. Bogotá. Enero.

[2] Van Parijs, Ph. (2001). “Una renta básica para todos”. En: D. Raventós (ed.). La renta
básica. Por una ciudadanía más libre, más igualitaria y más fraterna. Ariel Social. Barcelona.

[3] Raventós, D. (2001).“La renta básica: Introito”. En: D. Raventós (ed.). La renta básica. Por
una ciudadanía más libre, más igualitaria y más fraterna. Ariel Social. Barcelona.

[4] Noguera, J. A. (2001). “La renta básica y el principio contributivo”. En: D. Raventós (ed.).
La renta básica.

Por una ciudadanía más libre, más igualitaria y más fraterna. Ariel Social. Barcelona.
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Colombia

[5] Widerquist, K. (1998). “Reciprocity and the guaranteed income” (mimeo).

[6] Sen, A. (1999). Development as freedom. Alfred A. Knopf Inc.. New York; y
posteriormente, Sen, A.

(2010). La idea de la justicia. Taurus, Madrid.

[7] “La línea de pobreza monetaria extrema per cápita nacional en 2018 fue $117.605, en el
caso de un hogar de 4 personas fue $470.420”, un 60.2% del SMLV de 2018 ($781.242). “La
línea de pobreza monetaria per cápita nacional 2018 fue $257.433; en el caso de un hogar de
4 personas fue $1.029.732”, es decir, 1.31807 veces más que el SMLV (un 31.8% más que el
SMLV).

Luis Jorge Garay Salamanca y Jorge Enrique Espitia Zamora

Foto tomada de: El informador

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