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Antecedentes
Ante la crisis sanitaria, social y económica generada con la pandemia del COVID-19 en el
país, resulta especialmente preocupante el impacto sobre las clases sociales vulnerables por
el confinamiento obligatorio y sus consecuencias como la pérdida tajante de ingresos
cotidianos a través de actividades y labores informales, y los elevados riesgos de contagio
debido a insuficiencia para unos y ausencia para otros de protección social y de redes de
apoyo de emergencia, agudizada por las graves falencias del sistema de salud pública y de
acceso oportuno y de calidad a servicios especializados para el tratamiento de la
enfermedad.
Este tipo de impactos, entre otros, exige políticas públicas sociales de emergencia que
atiendan oportuna y eficazmente las necesidades acuciantes de amplios grupos de la
población colombiana que por su grado de vulnerabilidad laboral y de ingresos son
susceptibles de sufrir una drástica caída de sus ya precarias condiciones de vida, al punto de
que muchos hogares puedan caer rápidamente en la pobreza extrema o al menos a la
pobreza en una perspectiva no sólo coyuntural sino más duradera.
Por ello es que deben adoptarse medidas de transferencias de rentas de emergencia y por lo
menos temporalmente mientras se logren superar los efectos sociales más determinantes y
sobrevinientes de la pandemia. De lo contrario, además de las perversas consecuencias en
términos de un proceso masivo de empobrecimiento, de agudización de desigualdades y de
exclusión social, tomaría además de considerable tiempo, de ingentes esfuerzos de carácter
público no solamente financieros para revertir el proceso.
A este respecto, es de destacar que los trabajadores por cuenta propia llegan a representar
el 42.8% de las personas ocupadas en el país en el periodo Noviembre 2019-Enero 2019, en
tanto que los trabajadores familiares sin remuneración representan otros 3.4% y parte del
grupo de obreros particulares que participan con el 39.5%, constituyen el conjunto de
trabajadores informales (Cuadro 1). Es decir, los trabajadores informales podrían alcanzar a
participar con más del 50-53% de las personas ocupadas.
Renta básica extraordinaria como medida social de emergencia para
enfrentar algunos de los impactos de la pandemia del COVID-19 en
Colombia
Renta básica extraordinaria como medida social de emergencia para
enfrentar algunos de los impactos de la pandemia del COVID-19 en
Colombia
Una buena proporción de este conjunto de trabajadores, podrían ser consideradas como
vulnerables y/o con condiciones de precariedad laboral, tanto por sus ingresos laborales
como por la ausencia de prestaciones sociales.
A este grupo poblacional habría que agregarle al menos una porción de la población bajo la
línea de pobreza, precisamente la que no estaría ocupada, y que buena parte de ella ya
vendría siendo beneficiaria de los programas sociales como “Familias en acción”
previamente mencionados.
Ahora bien, dado que en términos de la línea de pobreza monetaria, según información del
Renta básica extraordinaria como medida social de emergencia para
enfrentar algunos de los impactos de la pandemia del COVID-19 en
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DANE, cerca de un 27% de la población estaba ubicada por debajo de dicha línea a finales de
2018, es claro que la población objetivo para la recepción de una transferencia monetaria
básica dependería del traslape entre población considerada vulnerables y población pobre.
De estos, cerca de 2.5 millones de hogares estarían recibiendo transferencias por concepto
de programas sociales existentes.
Además, el Gobierno nacional considera que los hogares beneficiarios del recién establecido
programa de “Ingreso solidario” que no hace parte de los programas sociales “Familias en
Acción”, “Colombia Mayor”, “Jóvenes en Acción” y “Devolución del IVA”, es de unas 3
millones de personas (https://ingreso solidario.dnp.gov.co/).
En este contexto, aquellos hogares beneficiados con tales programas o bien tendrían que
renunciar temporalmente –mientras dure el programa de renta mínima básica de
emergencia– y recibir la renta básica de emergencia al mes o seguir recibiendo los
beneficios normales de tales programas sociales al mes, adicionándoles la diferencia entre el
valor de la renta mínima de emergencia y el valor de las transferencias mensuales de los
programas sociales en referencia al mes.
Ello resulta fundamental con el objetivo de evitar duplicidades, altos costos de transacción e
inequidades horizontales entre hogares sujetos a la renta básica de emergencia.
Ahora bien, dependiendo de su nivel (suficiente o insuficiente para tener una razonable
calidad de vida) y su temporalidad resulta conveniente desmontar las transferencias
condicionadas previamente existentes a la instauración de la renta básica para evitar
duplicidades entre apoyos, elevados costos de transacción e inequidades horizontales entre
beneficiarios.
A juicio de uno de sus proponentes más conocidos (Van Parijs, 2001)[2]: “El principal
argumento a favor de la RBU se fundamenta en el punto de vista de la justicia. La justicia
social, según creo, requiere que el diseño de nuestras instituciones esté orientado a asegurar
mejor libertad real para todos. Tal concepción de justicia real-libertaria combina dos ideas.
Primero, los miembros de la sociedad deberían ser formalmente libres, con una estructura de
la propiedad bien aplicada que incluyera la propiedad de sí para cada uno. Lo que interesa a
un libertario real, de todas maneras, no es sólo la protección de los derechos individuales,
sino asegurar el valor real de tales derechos: debemos estar preocupados no sólo con la
libertad, sino, en palabras de John Rawls, con “el valor de la libertad”. (…). Una subvención
en efectivo para todos, sin preguntas, sin ataduras, al mayor nivel sostenible, no puede ser
que no tenga éxito en la consecución de este ideal”. (Lo sombreado en negro es propio)
Otra de las defensas de la renta básica (RB) consiste en que es un mecanismo de una
necesaria individualización de los derechos sociales en la medida en que ha ido
evolucionando la sociedad en campos como los de las formas de convivencia familiar, las
relaciones de género, la masiva vinculación femenina al mercado de trabajo, etc. En palabras
de Noguera (2001)[4]: “La filosofía subyacente a las propuestas de RB es la mayoría de las
veces anti-familiarista: concede cierta independencia económica de los individuos, ya no
respecto del mercado de trabajo, sino también respecto de las relaciones de dominación que
rigen en la esfera familiar. (…). En este sentido, la RB, a diferencia de las prestaciones
contributivas, es también una propuesta radicalmente antipaternalista por cuanto no
prejuzga los estilos de vida de los individuos ni su situación familiar”.
Por su parte, hay al menos dos grupos de críticas centrales a la renta básica: la ruptura del
principio de la reciprocidad y la instauración de la no reciprocidad como acuerdo general en
la sociedad, por un lado, y su impacto inflacionario, el elevado o excesivo costo fiscal y las
restricciones para su financiación, por el otro.
“quien no trabaja, no come” sólo es aplicado a una parte, por numerosa que sea, pero no a la
totalidad de la ciudadanía”, entonces la renta básica en lugar de violar el principio de la
reciprocidad, lo instauraría en la práctica real.
Aún desde una óptica crítica menos radical se resalta como ventaja de la renta básica el
hecho de que contribuye a satisfacer unos requisitos materiales propicios para el ejercicio de
las libertades en condiciones de igualdad y equiparación, gracias a la satisfacción de una
premisa sine qua non consistente en el que a través de las libertades y la realización de
capacidades se apalanca el desarrollo de la sociedad. Esta óptica está basada en la
concepción de Sen sobre el desarrollo como libertad (Sen, 1999[6]).
Ahora bien, en el caso de una renta de emergencia para un grupo poblacional determinado
afectado por severos impactos a causa de la pandemia del COVID-19, por ejemplo, se trataría
de garantizarle las condiciones más básicas de subsistencia –mínimo vital– por un periodo de
tiempo acotado, por lo que claramente no resulta sujeta a este tipo de crítica.
B. Impacto inflacionario. Uno de los problemas que tiene la renta básica universal es que al
no estar ligada a la realización de una actividad productiva y sin garantizar ex ante el pleno
empleo, ceteris paribus, tiende no solo a generar una demanda inflacionaria por no ser de
carácter anticíclica, sino además a afectar nocivamente la motivación a acceder al mercado
de trabajo, en particular en la medida en que sea más elevado el monto de la renta (en
referencia con el costo de las necesidades básicas, por ejemplo) y que se trate de trabajo no
calificado de baja remuneración en el mercado.
C. Acerca del costo fiscal. Por supuesto una de las críticas más comunes a la renta básica
universal es su elevado costo fiscal y las limitantes para su financiamiento, so pena de
incurrir en problemas como la desestabilización macroeconómica que atenta, en últimas, en
contra de su sostenibilidad inter-temporal.
Es de precisar que el monto mensual por hogar de la renta básica de emergencia excedería
en más de 12 veces el monto mensual por hogar por concepto de “Familias en acción”, lo
que les garantizaría a los hogares beneficiados una subsistencia digna durante al menos los
tres meses de duración del programa propuesto.
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Ahora bien, en el supuesto de que estos dos conglomerados (hogares pobres y hogares
vulnerables) fuesen estrictamente distintos entre sí –es decir, fuesen exhaustivamente
excluyentes– el costo fiscal de la renta básica de emergencia ascendería hasta $16.5 billones
en 2020 (1.51% del PIB).
Pero dicho supuesto es totalmente irrealista porque debe haber un amplio traslapo entre
ambas poblaciones: vulnerable y pobre. Así, entonces, si se supusiera que la mitad de estos
hogares tienen simultáneamente una y otra condición (es decir, son a la vez vulnerables y
pobres), se tendría un universo de unos 4 millones 768 mil hogares para acceder a la renta
básica extraordinaria de emergencia de un salario mínimo por tres meses. En este escenario
el costo fiscal sería cercano a los $13 billones en 2020 (1.2% del PIB) (Cuadro 2).
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Sin embargo, el costo neto de la renta básica es claramente inferior porque habría que
deducirle el costo fiscal durante los tres meses de vigencia de la renta de los programas de
“Familias en Acción”, “Colombia Mayor” y Jóvenes en Acción”, los cuales se encuentran
focalizados en las “familias pobres en todas las regiones y municipios del país” (CONPES
3472 de 2007), y ya se encuentran presupuestados recursos para el año 2020. Este monto
en el 2019 fue de $2.1 billones con una cobertura aproximada de 2.5 millones de hogares, al
cual hay que agregarles el costo fiscal de la ayuda adicional de 0.9 billones bajo el programa
“Colombia mayor” y del reciente programa de “Ingreso solidario” que alcanzaría 0.7 billones
en el presente año, por lo que el costo fiscal neto de la renta básica en 2020 podría ascender
a unos $10.2 billones (0.96-1.0% del PIB). En el Anexo se describen los programas sociales
del Gobierno nacional y sus presupuestos anuales.
En este punto debe señalarse que una política relacionada con transferencias monetarias a la
población vulnerable en proceso de implantación en otros países de la región podría exceder
en algunos casos al 1.2% de sus respectivos PIB, como sobresale el caso del Brasil,
superando incluso el costo fiscal relativo al del programa de renta básica temporal para
familias vulnerables aquí propuesta (0.9-1.0% del PIB).
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5. A manera de conclusión
La implementación de una renta básica extraordinaria de emergencia superior a la cuantía
del umbral de pobreza definido por el DANE7, para los hogares vulnerables y en pobreza, o
bien en su totalidad de manera directa a los hogares o a través parcialmente y de manera
indirecta a micronegocios informales, contribuiría a paliar de manera importante los impactos
económicos y sociales generados por la pandemia en estos hogares y negocios, aunque es
cierto que no las resolverá en su totalidad. Aunque es de precisar que les podría garantizar a
los hogares beneficiados una subsistencia digna durante al menos los tres meses de duración
del programa de renta básica propuesto, lo que no lograrían los programas sociales vigentes
del Gobierno nacional como “Familias en Acción”, “Jóvenes en Acción”, “Colombia mayor” e
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“Ingreso solidario”.
Esta opción de política pública social es la mejor disponible con un costo fiscal neto sorteable
para las finanzas públicas del país en el marco de una economía política de inclusión social.
FIP” (BPIN 2018011000368) en la vigencia fiscal 2019 tuvo un presupuesto cercano a los $2.1
billones para atender cerca de 2.5 millones de familias. El Proyecto comprende 3
componentes, con los cuales se implementa la alternativa de Transferencias Monetarias
Condicionadas para población pobre y vulnerable:
1. Más Familias en Acción (MFA -TMC) en salud y educación para la atención a los niños,
niñas y adolescentes pertenecientes a las familias pobres y vulnerables; 2. Jóvenes en Acción
(JeA TMC) dirigida a los jóvenes bachilleres en condiciones de pobreza y vulnerabilidad para
su formación en educación superior, y 3. Ingreso para la Prosperidad Social (IS TMC) dirigida
a los jefes de hogar o cónyuges pertenecientes a familias pobres y vulnerables con rezago
escolar.
Suponiendo que el Gobierno nacional va a realizarle a estas familias tres giros mensuales
Renta básica extraordinaria como medida social de emergencia para
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adicionales, esto equivaldría a cerca de $500 mil millones en 2020 (0.05% del PIB).
Por último, el programa que reembolsa el IVA de la canasta familiar a los hogares más
vulnerables les transfiere $75.000 (8.54% de un SMLV) cada dos meses por medio de una
consignación directa o pago electrónico. Con este programa se espera cubrir 1.000.000 de
hogares, de los cuales 700 mil se encuentran en el programa de “Familias en Acción” y los
300 mil restantes en el programa de “Colombia Mayor”. El costo fiscal de la devolución del
IVA sería de $2 billones entre el 2020 y 2022; es decir, para este año 2020 su costo fiscal
podría ascender a cerca del 0.06% del PIB.
_________________________
[1] Esta sección es una versión actualizada y ampliada de parte del capítulo de Garay, L. J
(2011): “Acerca de la asistencia y la protección social. Una perspectiva de la transformación
del papel del Estado hacia un Estado Postbenefactor”. En: Garay, L. J., Moreno, A., Mora, A. F.
y Velásquez, I. D. Colombia: Diálogo pendiente Vol. III. El derecho al trabajo y la política de
buffer de empleo. Planeta Paz. Bogotá. Enero.
[2] Van Parijs, Ph. (2001). “Una renta básica para todos”. En: D. Raventós (ed.). La renta
básica. Por una ciudadanía más libre, más igualitaria y más fraterna. Ariel Social. Barcelona.
[3] Raventós, D. (2001).“La renta básica: Introito”. En: D. Raventós (ed.). La renta básica. Por
una ciudadanía más libre, más igualitaria y más fraterna. Ariel Social. Barcelona.
[4] Noguera, J. A. (2001). “La renta básica y el principio contributivo”. En: D. Raventós (ed.).
La renta básica.
Por una ciudadanía más libre, más igualitaria y más fraterna. Ariel Social. Barcelona.
Renta básica extraordinaria como medida social de emergencia para
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Colombia
[6] Sen, A. (1999). Development as freedom. Alfred A. Knopf Inc.. New York; y
posteriormente, Sen, A.
[7] “La línea de pobreza monetaria extrema per cápita nacional en 2018 fue $117.605, en el
caso de un hogar de 4 personas fue $470.420”, un 60.2% del SMLV de 2018 ($781.242). “La
línea de pobreza monetaria per cápita nacional 2018 fue $257.433; en el caso de un hogar de
4 personas fue $1.029.732”, es decir, 1.31807 veces más que el SMLV (un 31.8% más que el
SMLV).