Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Desde que el pasado 29 de mayo se aprobó el Ingreso Mínimo Vital (IMV) el debate ha adoptado
una dimensión inabarcable para quien pretenda seguirlo con regularidad. El interés no es para
menos: es la primera vez que se crea un programa de renta mínima de alcance estatal. Algunos han
afirmado que el IMV representa un avance histórico cuya valoración no admite ningún “pero” y que
puede suponer, incluso, el inicio del fin de la mercantilización del estado de bienestar. No obstante,
si se atiende al contenido del Real Decreto Ley, del 20/2020, fácilmente concluiremos que este tono
triunfalista requiere importantes dosis de moderación. Sin embargo, no pretendo avivar la discusión
de si el IMV representa una victoria o un fracaso; una discusión tanto golosa como estéril si
atendemos a la urgencia material que sufre la población afectada. Prefiero limitarme a aportar
algunos elementos de análisis y reflexión sobre la materia que nos ocupa.
Un ponente en un debate en el que participé hace poco sostenía que la aprobación del IMV
representa un “paso histórico” y un “cambio de tendencia” de acuerdo al actual escenario. Creo que
tenía razón. El IMV es un paso histórico en un sentido ontológico incuestionable: hace pocos meses
no hubiéramos imaginado que éste acabaría convirtiéndose en una realidad. Es también un paso
histórico en la “normalización” de nuestro estado del bienestar, dado que introduce por primera vez
una prestación de la que ya disponen la mayoría de países de nuestro entorno desde hace años
que, simultáneamente, ha tenido la capacidad de desactivar las fuerzas más conservadoras y
reaccionarias que ni siquiera han podido oponerse a unas políticas mayoritariamente vistas como
necesarias y deseables. En resumen: ahora disponemos de un programa de renta mínima que antes
no existía. Ahora, hasta 850.000 hogares y 2,3 millones de personas podrán acceder a una renta de
la que antes sólo se beneficiaban cerca de 700.000, en la forma de rentas mínimas autonómicas.
El IMV representa también un cambio de tendencia con respecto a nuestro estado del bienestar.
Primero, se reconoce como derecho subjetivo incorporado al catálogo de prestaciones no
contributivas de la Seguridad Social, por lo que se le confiere cierta protección institucional ante su
eventual derogación por parte de futuros gobiernos. Segundo, parece tener en cuenta las “trampas
de la pobreza” de las rentas condicionadas afirmando quererlas mitigar estableciendo una cierta
compatibilidad con las rentas del trabajo. Veremos cómo se articula esto en el reglamento para
evitar un posible lock-in effect, pero a priori, la no penalización laboral es una buena noticia en la
línea de las evidencias empíricas y las recomendaciones de expertos y organismos europeos.
Tercero, destaca la integración de la actual prestación por hijos o menores a cargo dentro del IMV.
Los hogares que ya eran perceptores serán beneficiarias del IMV de forma automática, avanzando
así hacia una necesaria racionalización y compactación de las prestaciones sociales, aunque
desgraciadamente, elimina el acceso a esta prestación que existía hasta ahora para familias con
ingresos superiores al IMV. También es importante la ventaja comparativa con la que trata los
hogares monomarentales, que recibirán un complemento del 22% (101,5 euros) para el primer
descendiente. En este país, cualquier medida redistributiva debe priorizar esta tipología de hogares,
el riesgo de pobreza de las cuales es del 50% doblando la del conjunto de hogares (26,1%). Por
último, debe celebrarse la exención de la matrícula universitaria para quien perciba el IMV. En
Cataluña, donde las tasas son más caras (41,17 euros por crédito vs 27,23 de media del Estado),
las matriculaciones han caído 5 puntos desde el 2011-12. Es una buena noticia que el IMV actúe
como factor redistributivo ex ante (sobre el precio de la matrícula) y que favorezca así que los y las
estudiantes más pobres tengan más fácil el acceso a la formación superior.
Hay que valorar el avance que supone el IMV en un escenario político tan polarizado y en un
momento en que, tanto aquí como en los países de nuestro entorno, se imponen modelos de
bienestar y políticas cada vez más condicionadas, focalizadas y restrictivas. Sin embargo, el nuevo
IMV queda corto, muy corto, en relación a lo que esperábamos y, sobre todo, en relación a lo que
necesita la gente. El temor es que el IMV no se convierta en una verdadera “prestación del sistema
público de garantía de recursos”. A continuación señalaré algunas de sus limitaciones y de las
razones por las que esta es una medida, se mire como se mire, del todo insuficiente.
2. Debe también considerarse la definición y los requisitos impuestos a los beneficiarios: la unidad
de convivencia (UC). Con el fin de probar su existencia, al menos un año antes de realizar la
solicitud (art.7.3), tanto el titular como el resto de beneficiarios deben demostrar que han vivido de
forma independiente durante al menos los 3 años previos a la solicitud (art.7.2), es decir, que tienen
un domicilio diferente al de sus progenitores y que han estado de alta en la Seguridad Social durante
al menos 12 meses previos, aunque sea de forma discontinua. Se restringe la edad de los titulares
entre 23 y 65 años, y se establece el segundo grado de consanguinidad (hijos/as, abuelos/as,
nietos/as, hermanos/as) como máximo para validar la UC. Todo ello conlleva importantes problemas
de los que destacan: a) se excluye a jóvenes o personas que, debido a la crisis o circunstancias
sobrevenidas, han tenido que volver a casa de sus progenitores; b) el requisito de un año cotizado
es difícil de alcanzar para muchos jóvenes y fácilmente estimulará la “picaresca” para ser contratado
por familiares o amistades de forma irregular (falsos autónomos, por horas, a media jornada, etc.); c)
la obligación que la UC tenga un año de antigüedad previa a la solicitud excluye las recién formadas
y puede propiciar los falsos (no)empadronamientos y el mercado negro que estos generan; d) la
limitación a los 23 años de los solicitantes (junto a la alta en la SS.SS y la independencia residencial
durante un año) penaliza especialmente a los jóvenes que verán aún más laminada su capacidad de
emanciparse y de emprender una vida autónoma; e) establecer como límite el segundo grado de
consanguinidad excluye tipologías de hogares basadas en patrones de convivencia más amplios
(bisabuelos/as, tíos/as, sobrinos/as, bisnietos/as, cuñados/as, etc.) cada vez más comunes. ¿Y qué
sucederá con las personas sin filiación familiar que convivan, pero sean independientes? Mención
especial merece que se impide el acceso a las personas sin domicilio fijo empadronadas en
albergues o centros de servicios sociales. Además, sólo se permiten 2 UC por vivienda cuando, sólo
en Barcelona hay 30.000 personas empadronadas en domicilios donde constan más de 100
personas, las cuales quedarán excluidas de forma automática.
5. Como hemos celebrado antes, el artículo 8.4 establece la compatibilidad del IMV con las rentas
del trabajo (propio o ajeno) para evitar las trampas de la pobreza y estimular el empleo. Esto llevaría
al IMV a equipararse con otros sistemas de rentas europeos, aunque la concreción de la medida
queda pendiente del reglamento. Así, en estos momentos no podemos saber si esta compatibilidad
será aplicable sólo a quien ya disponga de rentas salariales o profesionales o sólo a quien acceda
una vez sea perceptor del IMV. ¿Qué pasará, entre otros, con el 15% de working poors que se
calcula hay en el país? Tampoco conocemos cuál será la renta máxima permitida, si se encontrará
por encima o por debajo de los baremos del IMV o si trabajadores con salarios bajos, pero por
debajo de los valores del IMV, podrán acogerse a esta contabilidad.
La aprobación del IMV supone una oportunidad perdida para avanzar (si no para instaurar, al menos
sí para abrir la puerta) hacia una renta básica universal e incondicional, aunque sea en una versión
de emergencia tal como ya hemos reclamado. Esta tendría las virtudes de, por un lado, prepararnos
y reforzar nuestras redes de protección ante un eventual rebrote de la Covid-19 y de su subsiguiente
crisis y, por otro, de hacer una cierta pedagogía respecto de la pertenencia de defender la
universalidad y la incondicionalidad del derecho a la existencia, o aquello que dice el gobierno de “no
dejar a nadie atrás”.
Sin embargo, hay un tercer elemento que la mayoría de valoraciones respecto del IMV pasan por
alto y que me parece especialmente preocupante. Las prestaciones condicionadas excluyen gran
parte de sus hipotéticos perceptores (el 30% en el caso de la RGI vasca y el 92% en el caso del
conjunto de rentas mínimas autonómicas) y, además, su intensidad no es suficiente para erradicar la
pobreza. La condicionalidad y las restricciones del IMV excluirán a mucha población: por no tener un
año de residencia, por ser joven emancipado, por no saber o poder realizar la solicitud, por superar
en un euro el pírrico umbral máximo establecido, etc. Hay que poner la mirada larga y darse cuenta
de que todo ello justifica un cierto “temor sociológico” a que cada vez más nos acercamos a un
modelo de sociedad basado en una mayor vigilancia y desconfianza social, en más sanciones para
los supuestos “aprovechados” y, en definitiva, una mayor demonización de los pobres. Lo que
alguien ha llamado “la lucha de los penúltimos contra los últimos” acabará comportando un aumento
de la desafección política e institucional en todas sus formas y, a la larga, del racismo y la xenofobia.
En efecto, las fuerzas más reaccionarias de nuestro país no dudan en fomentar la demagogia de que
los “españoles” están sufragando los caprichos de los colectivos más excluidos, los inmigrantes, los
“gandules” y los “aprovechados”.
Bru Laín
Miembro del Consejo de redacción de Sin Permiso. Doctor y profesor de sociología en la
Universitat de Barcelona y Secretario de la Red Renta Básica. Ha sido investigador y
docente invitado en universidades del Reino Unido, Bélgica y Canadá y recientmente
investigador del Instituto de Estudios Regionales y Metropolitanos de Barcelona (IERMB)
dentro del proyecto B-MINCOME del Ayuntamiento de Barcelona. Actualmente es
investigador en la Universitat de Minho, Portugal. Desde hace años trabaja en la
intersección entre la filosofía política y las políticas públicas.