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Daniel Chávez1
Esta lógica se tornó evidente durante la crisis financiera global de la década pasada: en
todo el mundo, y en particular en los países ricos del norte, durante la gran recesión de
los años 2007 y 2008 el Estado intervino para rescatar al sector financiero y a otros
sectores que se estaban hundiendo. En algunos países, el gobierno desembolsó
directamente dinero en los hogares y aumentó las inversiones públicas para compensar la
reducción de las actividades del sector privado en áreas cruciales de la economía. Aun
así, para muchos gobiernos la prioridad fue rescatar a los bancos. Según datos
recopilados por investigadores del Fondo Monetario Internacional (FMI), en el período
2007–2017 y en 37 países, el apoyo público directo a las instituciones financieras
ascendió a 1.6 millones de millones de dólares (¡3.5 millones de millones si se incluyen
las garantías!). ¿Pero cuántos recursos se destinaron a proteger a la población
trabajadora y a los hogares de bajos ingresos?
Una diferencia crucial entre la crisis generada por la pandemia y las crisis anteriores es el
hecho de que ahora los problemas no tienen una base económica. En este contexto, los
subsidios temporales a las personas que siguen ocupadas, como los previstos en los
planes elaborados por los gobiernos de varios países industrializados (por ejemplo en el
proyecto de ley actualmente en discusión en el Senado estadounidense, que incluye
transferencias financieras de hasta 1200 dólares para la mayoría de la población adulta),
no serían muy efectivos. La gente no va a dejar de hacer compras debido a la falta de
dinero, sino porque las medidas de distanciamiento social y cuarentena le impedirá salir,
sin que la expansión del comercio electrónico compense la baja de la actividad comercial
tradicional. El soporte económico a las personas que necesiten ser apoyadas sigue
siendo sumamente importante, pero el apoyo monetario debe reorientarse hacia quienes
estén perdiendo sus empleos y no, o al menos no principalmente, hacia quienes tienen
trabajo asegurado a largo plazo.
Por otra parte, si bien todas las ocupaciones son importantes en tiempos de crisis, en el
marco particular de esta pandemia en Europa hemos revalorizado la imperiosa necesidad
del servicio público. Las y los trabajadores de la salud pública –en todas las áreas:
medicina, enfermería, limpieza, etcétera– literalmente están dejando su vida atendiendo a
la población enferma, pero hay otros sectores –por ejemplo la policía, los bomberos, el
profesorado y el magisterio– que también están trabajando en condiciones
extraordinarias. Un nuevo ritual social en las ciudades europeas es el aplauso a las y los
trabajadores de la salud al atardecer, pero el funcionariado público no solo necesita
aplausos, sino también la reversión de los recortes presupuestarios que dificultan el
trabajo en hospitales, escuelas y otros servicios esenciales.
La rápida difusión mundial del COVID-19 no fue una sorpresa para muchos epidemiólogos
y otros especialistas en salud pública que venían advirtiendo desde hace varios años
sobre los riesgos de una pandemia. Si los países europeos hubieran invertido en las
capacidades físicas y sociales necesarias para enfrentar crisis de este tipo, la región
habría estado mucho mejor preparada para controlar la transmisión del virus.
Algunos de los países europeos más afectados son precisamente aquellos que habían
sufrido los peores recortes en el presupuesto público en el contexto de las medidas de
austeridad aplicadas en la zona europea durante la serie de crisis financieras de la
década pasada. La situación actual del sistema de salud italiano es un claro ejemplo de lo
que un equipo de investigadores ha caracterizado como “muerte por austeridad”. Incluso
los países que habían desarrollado estructuras de salud pública fuertes y muy admiradas,
como el Servicio Nacional de Salud del Reino Unido (NHS), están siendo abrumados por
el actual aluvión de enfermos. Primero en Italia, y ahora rápidamente en España y Gran
Bretaña, los centros de salud están comenzando a colapsar bajo la afluencia masiva de
pacientes. Después de una década de austeridad impuesta por gobiernos conservadores,
el NHS tiene hoy un número de camas de hospitales, profesionales médicos y de
enfermería per cápita inferior al promedio de los países industrializados y –como ya está
sucediendo en Italia– los médicos intensivistas británicos están siendo forzados a tomar la
dura decisión de quién vive y quién muere.
Pero la austeridad también ha afectado a los países europeos por otras vías que
disminuyen aún más las capacidades de lucha contra la pandemia. En muchos países de
la región, las autoridades municipales y regionales han sufrido recortes brutales de sus
presupuestos que han socavado las posibilidades de respuesta de los servicios de policía,
bomberos y ambulancias. Y a pesar de que los gobiernos de derecha han “secuestrado”
parte del discurso y algunas propuestas y demandas de los partidos políticos progresistas
y los movimientos sociales de Europa, las medidas recientes anunciadas a lo largo y
ancho de la región están lejos de suplir la terrible erosión de los servicios sociales y de la
infraestructura de salud pública causada por los recortes presupuestarios de la última
década.
Quizás este sea también el momento perfecto para tener una conversación seria sobre el
significado real del “decrecimiento”, o más específicamente de un “decrecimiento
planificado”, pensando en la posibilidad de que los gobiernos faciliten una transición que
no sea perjudicial para el clima y la gente en lugar de implementar programas masivos de
“estímulo” que en última instancia están dirigidos a asegurar ganancias para las grandes
corporaciones transnacionales. Proponer un rol más activo del Estado no debe
confundirse con reformas impositivas como las propuestas por megamillonarios como Bill
Gates, ni con las recetas keynesianas tradicionales para enfrentar la recesión basadas en
transferencias de dinero para alentar el consumo o grandes proyectos de infraestructura
pública para “reactivar la economía”. Los intentos de revitalización de la actividad
comercial en el momento actual podrían empeorar la propagación del virus, y en
contextos de aislamiento físico y cuarentenas forzadas fomentar el consumo sería de
dudosa eficacia para dinamizar la economía.
Los requerimientos al Estado para que intervenga de forma activa y con más fuerza son
cada vez más intensos y perentorios, ya que los impactos económicos, sociales y políticos
de la pandemia cada día que pasa se tornan más dramáticos, al ser ya peores que todo lo
sufrido desde la última gran crisis mundial de la última década. No es sorprendente que
los gobiernos europeos hayan estado dispuestos a acudir tan rápido al rescate del sector
privado: en el Reino Unido, el gobierno anunció un paquete de préstamos y donaciones
de 350.000 millones de libras (403.000 millones de dólares) para ayudar a las empresas
británicas durante la pandemia. En Francia, la tesorería del Estado desembolsará 300.000
millones de euros (325.000 millones de dólares) a empresas privadas para evitar
quiebras. Medidas similares han sido implementadas por otros gobiernos europeos. Pero
al mismo tiempo, los llamados a la recuperación de lo público también se han acentuado.
El cambio hacia un mayor control público podía esperarse del gobierno español,
compuesto por una coalición de centroizquierda entre socialdemócratas (Partido
Socialista, PSOE) y la nueva izquierda (Unidas Podemos, UP). Pero incluso el muy
conservador gobierno británico ha anunciado su voluntad de avanzar en esa dirección. El
Ministro de Transporte anunció que las aerolíneas, las empresas ferroviarias y las
compañías de autobuses podrían ser nacionalizadas en el marco de la pandemia, pero
también dejó en claro que el objetivo de la medida era proteger al sector privado y
garantizó un retorno a la propiedad privada cuando la crisis acabe. Es pertinente recordar
que muchas de estas compañías habían sido privatizadas durante el apogeo neoliberal
del thatcherismo y que hoy el gobierno contaría con más apoyo popular si reclamara la
propiedad pública. Asimismo, la renacionalización tendría mucho sentido desde un punto
de vista puramente económico, de acuerdo con los cálculos de especialistas en este
campo.
Hemos pasado a vivir en un mundo diferente, que requerirá disciplina para enfrentar
cuarentenas durante largos períodos de tiempo. En democracia, el confinamiento tendrá
que ser en gran medida autovigilado y sin recortar los derechos civiles. La gente ha
demostrado ser extraordinariamente resistente. Pero la fortaleza individual, la bondad
humana y la solidaridad local no pueden reemplazar el tremendo esfuerzo nacional que
será necesario. En última instancia, solo el Estado podrá garantizar la escala de acción
requerida para asegurar la vida, las necesidades y la seguridad a un nivel coherente con
el esfuerzo de toda la población. [Las itálicas son mías.]
Este también podría ser el momento apropiado para una verdadera nacionalización del
sector financiero, más allá de las medidas temporales y limitadas implementadas durante
la última crisis financiera mundial. Con sustento en una creciente masa crítica de
investigación empírica sobre los beneficios de la propiedad pública, activistas de varios
países europeos han propuesto la creación de bancos públicos. Una vez más, como ya
sucedió en la última gran crisis financiera, los bancos privados van a pedir ser rescatados
por el Estado, ya que pasarán a ser insolventes a menos que sus operaciones sean
garantizadas por el gobierno. Existe una muy amplia base de datos a partir de
experiencias de muy diversos lugares del mundo que demuestra que un sistema
financiero diferente y de propiedad y gestión pública que disminuya el poder de las
grandes corporaciones y esté al servicio de la gente y del planeta es de hecho factible.
A medida que la pandemia se extendía por todo el mundo, una de las pocas buenas
noticias ampliamente compartidas en las redes sociales ha sido el aparente impacto
positivo de la crisis en los indicadores ambientales. La caída de las actividades
económicas causada por las medidas para contener la expansión del COVID-19 estaría
causando notables mejoras, confirmadas por imágenes satelitales de la Agencia Espacial
Europea que muestran una marcada reducción de los niveles globales de dióxido de
nitrógeno en la atmósfera. Según un investigador británico, “en estos momentos estamos,
de forma no planificada por nadie, en un experimento global a una escala jamás vista […]
que nos permite apreciar posibles transformaciones futuras si transitamos a una
economía baja en carbono”. Los datos son realmente esperanzadores, pero no serán
suficientes para revertir la catástrofe climática si el orden económico mundial no se
transforma de forma radical una vez que pase la pandemia.
Por otro lado, todas las acciones destinadas a combatir la emergencia del clima nos
ayudarán a estar mejor preparados para la próxima pandemia. Las intervenciones
estatales serán esenciales para evitar un brote de un patógeno similar (o peor) al COVID-
19. Las agencias públicas deben liderar la investigación en ciencias de la salud y el medio
ambiente, no solo proporcionando recursos, sino asegurando que toda la investigación
financiada con fondos públicos esté disponible públicamente.
La única opción para detener o al menos frenar el cambio climático es una reducción
drástica de las emisiones de gases de efecto invernadero resultante de la quema de
combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas). Esto implica una transformación radical del
sistema energético, basada en la producción de electricidad de fuentes bajas en carbono
como el viento y el sol. La generación baja en carbono también disminuiría los
contaminantes del aire que causan o agravan las enfermedades cardiovasculares, la
obesidad, la diabetes y las muertes prematuras que ponen más presión en nuestros
sistemas de atención médica, como lo demostró la pandemia del COVID-19. Pero la
transición energética que el mundo necesita no será ofrecida por el sector privado, ya que
una vasta masa de evidencia empírica con datos de todo el mundo demuestra que el
enfoque para la expansión de las energías renovables centrado en el mercado ha fallado
y que la única vía factible es la opción pública. Es imprescindible revertir la creciente
privatización del sistema energético, como ya está sucediendo en varios lugares de
Europa.
Como sucedió durante la crisis financiera de hace una década, los gobiernos de los
países ricos del norte estarán prestos a intervenir para apuntalar el mercado y proteger a
sus corporaciones transnacionales. Los gobiernos europeos (y el estadounidense) ya han
anunciado medidas de rescate para aerolíneas, compañías petroleras y otras
corporaciones altamente contaminantes afectadas por la pandemia. Las alternativas a ese
tipo de rescates son muy concretas:
Ante este tipo de situaciones, cualquier intervención del gobierno deberá orientarse hacia
la urgente transición a una economía y un tipo de sociedad que no sean dependientes de
los combustibles fósiles. Las empresas a ser rescatadas o subvencionadas
(especialmente las compañías petroleras, las aerolíneas y los bancos que las financian)
deben someterse al control público en el marco de un plan de transición climática de
emergencia. Una vez bajo control público, estas empresas deberían ser liquidadas o
reconvertidas en el marco de una estrategia de política industrial ambientalmente
sustentable y superadora del modelo extractivista que conduce a la catástrofe climática.
Pese a que el número de casos de infección registrados (hasta ahora) en América Latina
es muy inferior a la terrible cifra de contagiados y muertos en Europa, la región está en
alto riesgo de sufrir enormes pérdidas sociales y económicas, incluyendo muchas vidas
que se podrían salvar si los gobiernos y la sociedad reaccionan a tiempo. Pero la
velocidad y la escala de las reacciones en América Latina han sido mucho más lentas y
limitadas que en otras regiones del sur. En África, donde varios gobiernos no vacilaron e
impusieron de inmediato restricciones severas a la circulación de personas, “la reacción
contundente y oportuna no fue producto de la madurez política, sino el resultado de
experiencias amargas y la conciencia de que los sistemas de salud pública ya están
sobrecargados y no pueden soportar una nueva embestida”, en palabras de una
periodista africana. La epidemia de ébola de 2014 todavía está fresca en la mente de
quienes la padecieron en carne propia, recordándoles que la prevención, la contención y
una rápida reacción gubernamental ofrecen la única esperanza de evitar miles de
muertes.
Las observaciones sobre la previsible sobrecarga de los hospitales en África también son
pertinentes para América Latina. En comparación con Europa –donde los hospitales ya
están colapsando bajo el influjo repentino y enorme de pacientes con necesidad de
cuidados críticos–, en América Latina, con sistemas de salud más débiles y otros factores
significativos –mayor desnutrición y grandes aglomeraciones urbanas, que incluyen
decenas de megalópolis con más de cinco millones de habitantes y deficiente suministro
de agua y saneamiento–, la tasa de mortalidad podría ser mucho peor que en Europa. En
muchos lugares, la indicación básica de lavarse las manos no se puede aplicar debido a
la falta de agua corriente. Las precauciones que se han tomado en Europa para detener la
pandemia son imposibles de seguir para miles de residentes en las favelas de Rocinha,
Tabajaras y Providência de Rio de Janeiro, donde justo ahora se ha cortado el servicio de
agua, por ejemplo, como lo expresa una residente de una favela carioca, reflejando
preocupaciones similares en muchas otras partes de América Latina:
Sin embargo, la posición más débil de los países latinoamericanos en la economía global
no significa que todos estén inermes ante la pandemia. De hecho, varios países
latinoamericanos aún cuentan con sistemas de salud pública relativamente robustos y
estructuras cercanas a las de un “Estado de bienestar”. A primera vista, en comparación
con Europa, la región en su conjunto tiene muchas menos camas de hospital por cada
1000 personas, un indicador esencial para enfrentar la pandemia: apenas 2,2 en
comparación con 5,6 en los países de la Unión Europea. Pero estas cifras podría ser
engañosas, ya que los países del Cono Sur (Uruguay, Argentina y Chile), en particular,
presentan sistemas de salud más fuertes que varios países de Europa del Este, según
datos comparables, pero aun estos países supuestamente mejor preparados (a los que se
podría agregar Cuba) exhiben indicadores de gasto en salud e infraestructura hospitalaria
mucho peores que los de Italia y España, dos países que a duras penas están
enfrentando esta crisis sanitaria. Y al menos 10 países (Colombia, Ecuador, El Salvador,
Paraguay, Bolivia, Nicaragua, Venezuela, Haití, Honduras y Guatemala) no cuentan ni con
la capacidad hospitalaria ni con otras condicionantes esenciales para enfrentar la
pandemia incluso a una escala muy inferior a la que está sufriendo Europa.
Después de la pandemia…
Este es el momento de pensar y prepararnos para un mundo que será muy diferente una
vez que finalice la pandemia del COVID-19. Como ya ha sido correctamente observado,
“los think tanks (usinas de pensamiento) de la derecha y los defensores del capitalismo
han entrado en pánico, temerosos de que medio siglo de cuidadoso trabajo ideológico
para convencernos de la necesidad del neoliberalismo termine en la basura en las
próximas semanas”. Este es el momento de discutir el significado real y la viabilidad del
“socialismo”, el “ecofeminismo”, la “nacionalización”, la “(re)municipalización”, el
“decrecimiento” y “los comunes”, entre otras ideas que han sido el foco de debates a
menudo puramente abstractos entre quienes estamos comprometidos con la construcción
de una sociedad más justa y más democrática.
Las pensadoras y activistas ecofeministas ya nos habían advertido mucho antes del inicio
de esta crisis que teníamos que poner mucho más énfasis en la ética y la política del
cuidado, reconociendo las interdependencias sociales y ecológicas como principios
rectores para la construcción de una sociedad superadora del capitalismo. La
revalorización de la perspectiva ecofeminista implica reconocer que no es posible
concebir el futuro de la humanidad sin considerar la relación de nuestra especie con otros
seres vivos y con el planeta en su conjunto, como ha quedado en evidencia al considerar
las condiciones del origen y la expansión de esta pandemia.
Constituímos un colectivo que desde hace varios años investigamos acerca de tópicos
vinculados a la apropiación de tecnologías digitales interactivas en diferentes territorios
nacionales. Muchos de los hallazgos que hemos producido se han reactualizado de
manera contundente, con la determinación de varios de nuestros países de llevar
adelante limitaciones a las posibilidades de transitar en el espacio público, en el marco de
la pandemia por COVID 19.
La difusión de tecnología digital interactiva -si bien intensa en los últimos años- durante
las últimas semanas viene ocupando aún más aceleradamente un lugar central en
ámbitos variados de la vida cotidiana, lo cual permite constatar el carácter evidentemente
estratégico de las políticas vinculadas a su desarrollo. Esta convicción nos invita a seguir
reflexionando acerca de sus potencialidades y sus riesgos. Es de destacar que en este
contexto de vertiginosa expansión del consumo digital, las ganancias de aquellos países y
empresas transnacionales productoras de estas tecnologías se ven incrementadas
exponencialmente. Es decir, se profundiza una nueva etapa de acumulación de capital,
basada en la producción y uso de tecnologías digitales, incluyendo el extractivismo de
conocimientos locales.
Junto con esta constatación, y a partir de los datos existentes sobre conectividad e
infraestructura, se hace evidente una importante disparidad entre los países
latinoamericanos entre sí, y -comparando la región- con las naciones históricamente
productoras de tecnologías. Por cierto, al interior de los países y en casi todos los ámbitos
en los que las TIC juegan un rol activo, también se ponen en evidencia las disparidades
de diverso tipo, por ejemplo las de poblaciones en situación de pobreza, las poblaciones
rurales o los pueblos originarios, pero de manera particular las desigualdades de género
que se mantienen de manera transversal y constante. Se constata además que los países
de América Latina que implementaron políticas de inclusión digital y/o desarrollo
tecnológico, están en mejores condiciones de afrontar los desafíos en la materia que
plantea la emergencia sanitaria. Así, la necesidad de virtualizar el trabajo, las conexiones
interpersonales, el estudio, los trámites burocrático-administrativos, la gestión
gubernamental, etc. expuso como nunca esas brechas existentes en nuestros territorios.
Muchas personas tienen acceso a las TIC, pero no poseen las competencias adecuadas
para el uso situado y específico; los dispositivos de acceso no son uniformes en sus
posibilidades; la disponibilidad de datos o ancho de banda son dispares, entre otras
cuestiones.
A ello se suma que las condiciones en los hogares revelan falta de espacios aptos para el
trabajo o el estudio, dispositivos compartidos, situaciones de precariedad en la vivienda,
problemas derivados de la imposibilidad de virtualizar el trabajo (personas que trabajan
informalmente y hoy se ven impedidas o limitadas para ganarse el sustento). Como
contrapartida, están quienes poseen las condiciones infraestructurales, de acceso y de
competencias, y/o pueden virtualizar sus actividades. Con lo cual pueden también regular
su cotidianeidad permitiendo el sostenimiento de rutinas y condiciones de vida mínimas
en el contexto de confinamiento.
Todo lo señalado revela que las políticas públicas aún mantienen una deuda en relación
con la inclusión digital en distintos países -con excepción de algunos pocos- y que se
requiere un trabajo sostenido en el tiempo para garantizar disponibilidad de tecnologías y
conectividad, competencias para su uso, acceso a software libre, etc. Si a ese panorama
se suma la insuficiencia de políticas destinadas a mejorar las condiciones de vida de
ciudadanos y ciudadanas, el pendiente es aún más preocupante: en América Latina, 4 de
cada 10 personas hoy son pobres. Entonces, es necesario trabajar para compensar las
desigualdades materiales, de condiciones de vida, de acceso a las tecnologías y de
competencias, y no seguir profundizando las brechas existentes.
● Virtualización de la educación
En otro aspecto, los roles en este nuevo escenario cambian, ya que las y los educandos
adquieren mayor proactividad. A las diferencias en los aprendizajes a nivel de las
habilidades, la autorregulación, la planificación de los tiempos y la metacognición –
desafíos que aún persisten en la educación presencial- se suman las experiencias de
acceso y producción desiguales entre las y los estudiantes, lo que condiciona una
formación crítica y reflexiva en el contexto de las particularidades que se imponen a la
educación en tiempos de pandemia. Otros interrogantes que emergen son los referidos a
la propia actividad docente, tales como si las condiciones de enseñanza en la virtualidad
son adecuadas, o si la virtualización de la cursada de algunas asignaturas o carreras
implicarán la disminución del cuerpo de profesores y profesoras.
● Teletrabajo
El traslado del ámbito de actividad laboral desde un espacio físico común al domicilio
particular de trabajadores y trabajadoras, ha derivado en situaciones de precarización del
empleo existente y nuevas formas laborales potencialmente también precarias. Al
respecto, algunas preguntas emergen como posibles vías de entrada a la temática: ¿qué
están previendo los sindicatos en este marco para preservar los derechos de los y las
trabajadoras? ¿Quién asume el costo material de desplazar el trabajo al ámbito
doméstico?¿Cuáles son los mecanismos de regulación y control que se activan, qué
implicancias tendrán en la vida cotidiana y la garantía de derechos de las personas en
tanto trabajadoras? ¿Cómo se expresan las diferentes brechas sociales, de raza y de
género en estas nuevas modalidades laborales? ¿Cómo se abordará el impacto
psicológico de los/las trabajadoras que, además de cumplir las labores para las cuales
fueron contratados/as, deben colaborar en las labores de otros profesionales, como por
ejemplo de los/las maestras, apoyando la educación virtual de sus hijos e hijas?
● Vigilancia digital
Los métodos de rastreo masivo para el espionaje político denunciados por Edward
Snowden y el uso de los datos de Facebook por la empresa Cambridge Analítica, son dos
episodios paradigmáticos porque causaron un verdadero cataclismo en las formas
comunes de entender y evaluar la importancia de nuestros datos digitales y de la
privacidad que merecen. Tal vez hoy estemos ante un tercer cataclismo digital, provocado
por la pandemia de COVID19. Muchos países han desarrollado estrategias de vigilancia
basadas en el uso de drones, cámaras de vigilancia y de reconocimiento facial y
aplicaciones destinadas al monitoreo del coronavírus, que usan georreferenciamiento y
sensores para obtener datos epidemiológicos sobre la proliferación del virus.
Todas estas prácticas han sido objeto de críticas por ser invasivas, no transparentes,
injustas y alguna de ellas -como el reconocimiento facial- racistas y con alto índice de
fallas. La falta de transparencia algorítmica coloca en riesgo la privacidad y el anonimato,
lo que para muchos significa la vida. Por otra parte, la criminalización de la pobreza viene
a justificar que ciertos territorios y poblaciones pobres y racializadas sean objetivos
privilegiados de la violencia, la vigilancia y el control estatal, al mismo tiempo que los
cuerpos y vidas de las mujeres siguen siendo objeto de vigilancia bajo formas
tradicionales o nuevas. Vigilancia se articula con género, raza, clase, etnia, religión,
territorio. Por eso la dimensión y el alcance de las tecnologías de vigilancia -que nadie es
capaz de pronosticarextendidas y justificadas por la pandemia, no afectará a todas las
personas por igual. Cabe preguntarse si las ventajas de esa vigilancia (cuya eficacia para
detener la pandemia no está demostrada) superarán las pérdidas de privacidad, de
libertad y de derechos.
Se dirá que no se puede dudar de los beneficios que el big data sanitario puede implicar
para el control de las enfermedades. Recoger y analizar correctamente y con criterios
éticos los datos de la población puede permitir la formulación de políticas públicas
eficientes. El problema es que en muchos países de América Latina, falta una legislación
específica sobre la protección de datos personales, sobre cómo esas informaciones
pueden ser utilizadas y por quién, qué algoritmos son usados, quiénes, cómo, por cuánto
tiempo y dónde se guarda esa información. No es solo para salvar las vidas de los virus
que la acumulación de datos se expande. Además de ser útiles para los gobiernos, los
datos son insumos fundamentales para el comercio, la industria farmacéutica y médica,
para los seguros de salud, para las empresas que deben contratar personal. El
ecosistema digital es alimentado por un modelo de negocio donde los datos son la
moneda de cambio, no solo para saber sino para predecir conductas y gustos y la
industria publicitaria es quien más ha impulsado esta gula capitalista por datos. Por lo
tanto, los datos personales en general, pero en particular lo referidos a la salud de las
personas, deberían ser resguardados por un tiempo determinado, no compartidos con
otros organismos (como los de seguridad o entidades financieras, por ejemplo), su
finalidad debería estar justificada, deberían ser aislados (y no cruzados con otros, como
datos criminales, laborales o financieros). Un criterio similar debería utilizarse para todo
tipo de datos que se acumula por parte de gobiernos y empresas.
● Relaciones interpersonales
La situación extraordinaria en la que nos pone la pandemia estimula los usos de redes
sociales, aplicaciones de mensajería y otras opciones menos habituales para la mayoría
de las personas, que comienzan a conocer y a aprender a usar, por ejemplo, plataformas
para videoconferencias. La posibilidad de verse las caras, de compartir situaciones
cotidianas a través de las tecnologías, aparece como medio para sentirse menos aislados
y más en contacto (sobre todo con familiares y amistades) en esta coyuntura. A largo
plazo, puede ampliar el campo de actuación de las personas. Una política de inclusión
digital podría acompañar estos usos, ayudando a quienes no tienen conectividad o no
saben usufructuar esas posibilidades. Pero también orientando respecto de las
prescripciones que conlleva la tecnología, aportando recursos para trascender esas
limitaciones, creando condiciones para que las personas exploren, aprendan y
aprovechen críticamente.
Con el tiempo, habrá que evaluar de qué maneras y hasta qué punto la mediación
tecnológica digital que está creciendo y consolidándose en esta situación excepcional, se
afianza en las interacciones cotidianas y cuáles son sus consecuencias. Algunos aspectos
relacionados con los cambios en la demarcación entre ámbitos privados y públicos, la
producción de malos entendidos, la intrusión de las empresas y los poderes públicos en
los flujos comunicativos, entre otros, están siendo estudiados. Entendemos que las
investigaciones habrán de enfocarse en la caracterización de las interacciones
interpersonales en general y que la cuestión de las tecnologías se visualizará en el
contexto de la trama analizada.
¿Qué sucederá con los contactos físicos entre las personas, con y más allá de las
tecnologías? ¿Qué consecuencias tendrán en materia de comunicación no verbal los
hábitos que estamos creando? ¿Qué derivaciones se observarán respecto de los usos del
cuerpo y las prácticas vinculadas a la sexualidad? ¿Cómo se afectan las regulaciones y
rituales de las interacciones comunicativas? ¿Qué diferencias podrían producirse entre
personas de distintos grupos sociales? Son algunos de los interrogantes que nos estamos
planteando.
● Nuevas modalidades y horizontes del arte y del entretenimiento
Para el caso de los medios digitales esto implica, por un lado, una valorización de sus
acciones financieras en el mercado, así como una posibilidad más contundente de
mapear a sus audiencias. La disponibilidad de perfiles de consumidores/as permite
retroalimentar la oferta y fidelizar así al público, que no siempre es consciente de la
huellas que sus consumos dejan. Desde una mirada positiva, el arte en sentido amplio
tiene una oportunidad sin precedentes de llegar a diferentes públicos, pero cabe
preguntarse también si el consumo de entretenimiento y/o arte desde el hogar no estaría
contribuyendo a modos de control que, a futuro, profundicen cierta privatización de la vida,
de reclusión en los ámbitos domésticos. Por otro lado, la actual situación de aislamiento
obligatorio pone en evidencia la situación de precariedad en la que muchos/as artistas y
técnicos/as de espectáculos han trabajado y trabajan en contextos ordinarios.
Por otra parte, si las empresas de tecnología son los nuevos servicios públicos de nuestro
tiempo, quiénes obtienen y administran la información que producimos en la red, así como
para qué la usan, se vuelve una pregunta fundamental para combatir el extractivismo de
datos sin restricciones. Poner el foco en una Internet más libre, más accesible, con menos
vigilancia y mayor privacidad, y un Estado que salvaguarde la equidad, al tiempo que
ofrezca marcos para controlar la apropiación indebida e ilegítima por parte de
corporaciones privadas, se vuelve entonces fundamental.
Si bien esta cuestión forma parte de un debate que involucra el derecho a la libertad de
expresión, es evidente que la población tiene derecho a que la información que circula en
Internet a través de redes y portales, sea los suficientemente veraz y oportuna que le
permita formarse una opinión o tomar una decisión fundamentada. Lo contrario, es decir
la difusión intencionada de noticias falsas, implica el riesgo de situaciones de
manipulación, como fue el caso de Cambridge Analityca. La tensión entre ambos
derechos -en forma de polémica- ya está instalada en muchos países. Un aspecto que
debería ser tenido en cuenta en esta cuestión podría sustentarse en dilucidar quiénes
están en mejores condiciones de chequear una información.
Es evidente que los medios de comunicación no solamente tienen más posibilidades, sino
mayores responsabilidades a la hora de emitir informaciones debidamente corroboradas.
A menos que sean los propios medios masivos quienes forman parte de esas operaciones
de manipulación, lo cual está sucediendo en muchos lugares. Más allá de cómo se
resuelva esta tensión, no es posible la vida en una sociedad que se precie de democrática
en ninguna región del mundo, si no hay garantías de que quienes se suponen que deben
informar, lo hagan de manera veraz.
Es cierto que las tecnologías digitales pueden contribuir fuertemente con la mitigación y
adaptación al cambio climático, pero eso depende mucho del tipo de desarrollo
tecnológico que se promueva desde las políticas públicas y las acciones ciudadanas en
nuestros países.
● Conocimiento abierto y protección del conocimiento local
Uno de los aspectos más relevantes de esta situación de crisis global ha sido poner
sobre la mesa el tema de la propiedad del conocimiento y la urgencia por una ciencia
ciudadana y una ciencia abierta, que permita a todas las personas y todos los países
tener acceso a metodologías, descubrimientos, pruebas, instrumentos para combatir la
amenaza. Las tecnologías digitales son los medios a través de los cuales se fortalece la
ciencia abierta y la ciencia ciudadana. Utilizando estos mecanismos, todos y todas hemos
aprendido como nunca sobre virus, pandemia, transmisión, medidas de prevención,
genomas, entre muchas otras cosas. También a través de las tecnologías se conforman
equipos multidisciplinarios y multiculturales que construyen soluciones para toda la
humanidad.
Sin embargo, aún hay un camino por recorrer en este aspecto: la tensión entre este
conocimiento abierto y el conocimiento privado con el que las farmacéuticas, la medicina
privada, las empresas de seguros, esperan generar más ganancias en tiempos de
pandemia, será inminente y radical. La crisis global en la que nos encontramos ha
reposicionado el valor de la ciencia, pero de la que está al servicio de las comunidades y
las poblaciones. Como red de investigación apoyamos vehementemente un
reposicionamiento del conocimiento abierto y la ciencia ciudadana a través del uso
estratégico de las tecnologías que democratice el conocimiento como bien común de la
humanidad.
Nuestro grupo de trabajo aboga por que se generen condiciones y espacios para la
experimentación y el desarrollo de otra tecnología posible. Nuestras sociedades han
estado bombardeadas por la urgencia de un consumo tecnológico y se nos han creado las
condiciones para ello. Es tiempo de empezar a desarrollar otras tecnologías que se basen
en otros modelos de negocios, en la resolución de otras necesidades, que se construyan
con otros procesos como la construcción colectiva de algoritmos, que sean procesos
transparentes y abiertos, que tengan principios comunitarios de manejo de datos. Una
tecnología construida por las comunidades y poblaciones que hasta ahora han sido
etiquetadas como las grandes consumidoras y que nuestro grupo propone que tengan el
derecho de diseñar, definir y proponer la tecnología que requieren y que quieren.
Especialmente nos referimos a las mujeres, las poblaciones indígenas, las poblaciones
migrantes, fronterizas, costeras, rurales, entre otros. Partimos del principio de que en
estos momentos históricos en que vivimos en una sociedad digital, es un derecho humano
fundamental que todo grupo social diseñe y construya la tecnología que necesita.
Además, estamos convencidos y convencidas de que pueden/podemos hacerlo.
Esta declaración expresa la posición del Grupo de Trabajo Apropiación de tecnologías
digitales e interseccionalidades y no necesariamente la de los centros e instituciones que
componen la red internacional de CLACSO, su Comité Directivo o su Secretaría Ejecutiva.
Las dos preguntas iniciales se cuelan por la ventana del pensamiento y las prácticas
educativas e ingresan en la vida de las maestras y maestros. La escuela globalizada que
venía siendo disciplinada por las evaluaciones, es ahora obligada a cancelarse.
Indudablemente, la educción digital será una buena noticia para los Neoliberales. Su
deseo se hará realidad. La computadora eliminará las futuras inversiones en la
infraestructura educativa. El profesor no será más que un tutor, un coach que prepara
videos, pdfs, organiza los contenidos con algunos objetivos de aprendizaje; las
plataformas virtuales harán lo demás, y mientras estas mejoran, el profesor, tal como
hasta ahora lo conocemos, irá desapareciendo. Aprender a aprender tendrá su cara más
siniestra: si no aprendes es porque no quieres. Las desigualdades no tendrán su causa en
el Mercado, porque no faltará la tecnología y el internet como factor fundamental para la
posible salida de la crisis: el capitalismo digital. La escuela de los mejores no tendrá más
opositores, pues el acto educativo y pedagógico se reducirá a una acción individualista
que enfatiza en las oportunidades dejando intactas las desigualdades. El más fuerte
sobrevivirá, la excluidos, migrantes, pobres, afrodescendientes, mujeres, caerán más
abajo, mediante la continuación de la misma fórmula de la crisis del 2008: más
austeridad, dejando intactas dos preguntas: ¿qué nos enseña la Pandemia?, y ¿cómo
educar para garantizar la vida de todos, todas y todes ahora y en el futuro?
La pregunta sobre qué o por qué de lo inevitable, ha sido aplazada desde que el
capitalismo se convirtiera en el único y posible modelo económico a partir de 1991 con la
caída del muro de Berlín. De una parte, los estados y gobiernos de derechas o
progresistas, o aceptaban las reglas o estaban condenados a quedar fuera; de hecho, no
había que entrar al sistema, siempre habíamos estado dentro, por eso teníamos tanta
dificultad en criticarlo, estábamos en el fatalismo de Layo, provocado por el Oráculo de
Delfos, con respecto a su hijo Edipo.
En el siglo XX, lo más real fue la economía; la utopía del siglo XIX fue archivada, no había
salida, cada uno debería intentar, progresar, con la misma fórmula, como si lo único nos
llevara dialécticamente a lo otro, y no a la implosión del sí mismo. Ante los múltiples
fracasos, en el siglo XXI nos encontramos con la desaparición de la política, la profunda
crisis de la economía y la consiguiente emergencia de la decadencia populista y fascista
de Trump, Bolsonaro, Vox, Marine Le Pen, Salvini, Orbán y otros. Por otra parte, hombres
y mujeres libres y visionarios, fueron perseguidos con la falsa narrativa de la corrupción,
porque se estigmatizaron las experiencias socialistas, de ahí el miedo a ser “Venezuela”,
“Nicaragua” o “Cuba” promocionado por la derecha internacional; al mismo tiempo, líderes
de movimientos sociales comprometidos con las diversas emancipaciones vienen siendo
asesinados, como es el caso de Colombia, o caen en el pesimismo que los coloca en la
inactividad.
¿Qué podemos hacer los educadores? Un desafío clave es educar para que la educación
no nos haga depender de un gran Otro. La educación forma para la autonomía y tal
objetivo no se contradice con la construcción de lo común. Nos educamos con otros y por
medio de otros, la educación no es un acto aislado como pretende hacernos creer el
totalitarismo digital. La educación es un acto político en la medida que combate la política
del Gran Otro que nos hace creer que es indispensable para que nosotros vivamos. La
emancipación no está en pasar del dominio occidental al dominio asiático. Walter
Benjamin siempre pensó que la política era profundamente un asunto teológico, porque
nos desprendemos de Dios para pasar al culto de líderes carismáticos. Zizek dice con
acierto que el proyecto filosófico y político emancipador es lograr la destitución del Gran
Otro. Tener buenos maestros es aprender a vivir sin su dependencia, porque nos ayudan
a ser nosotros mismos. Solo aprendemos cuando nos separamos de quien nos enseñó.
No obstante, el acto educativo cae en la tentación de la omnipotencia lo mismo que la
política. El Gran Otro cree que el estudiante llega a ser alguien por él, lo cual justifica algo
que es central en el acto educativo y es que la educación debe permitir la resistencia a
educarse como parte de la misma educación, sin jamás abandonar el deber de educar.
La tarea de enseñar y aprender a pensar cada vez cobra más importancia en nuestra
sociedad y se convierte en un objetivo central en nuestras escuelas. El pensar intenta
llenar el vacío del ser, en Descartes, cogito ergo sum. Ese vacío nunca será llenado, y
quizás la proliferación de las matemáticas pretende hacernos creer que ya está lleno,
cuando en realidad lo que existe es un enorme agujero. Matematizamos lo que no
podemos comprender, al igual que en la Pandemia, pretendiendo tener un control que no
tenemos.
Los maestros están para enseñarnos a emanciparnos del Gran Otro, de la familia, la
religión, la economía, la política y la cultura. Por lo tanto, la pluralidad debe ser reducida al
antagonismo, de lo contrario caemos en una tolerancia equivalente a la hipocresía. La
substracción y no la saturación por exceso es la que nos pone en la tensión subyacente a
todo acto de emancipación pues nos permite tomar parte, por los que no tiene parte,
como diría Rancière; por las mujeres que luchan para no ser violadas o asesinadas dentro
de todavía sociedades patriarcales; por los migrantes que viven muriendo en el mar o en
las fronteras; por los afrodescendientes que mueren en las periferias junto a las fabricas
contaminantes o en las cárceles construidas para que los blancos vivan tranquilamente
explotando a los negros; por los niños, las niñas y adolescentes que no tienen internet,
pero antes por los que no tienen las condiciones para educarse; por los viejos que mueren
en soledad del abandono dentro de una sociedad infantilizada y que busca eternizar la
juventud mediante la adoración de la buena vida; por los miles de millones de personas
que viven en las villas, los tugurios, las favelas, las colonias, fuera del capitalismo y en las
manos de las mafias y las iglesias evangélicas; y por los pueblos y nacionalidades
indígenas condenadas a la eliminación desde la conquista y ahora por el capitalismo
extractivista que los desplaza y mata. Ellos son, como dice Badiou, los muertos vivientes
generados por el capitalismo global, antes de que llegara la pandemia.
Proponer como solución inmediata la educación a distancia, son dos preguntas de fondo:
¿qué significa lo que estamos viviendo?, ¿qué es educar a distancia?, es igual a
mantener el auto a alta velocidad, y en la misma dirección del abismo que está al frente
de nuestra mirada, o ahogarnos en las aguas gélidas del cálculo, como decía Marx. Echar
mano de las soluciones anteriores es lo único que tenemos cuando la ciencia está tan
perpleja y angustiada como nosotros, así el agua y el jabón y la distancia responsable y
obligatoria son soluciones sensatas; pero querer hacer de magos, sacando del sombrero
un conejo que ya estaba allí, ante el frenazo –expresión usada por Walter Benjamin–, es
creer que, en la catástrofe, hasta el derecho a pensar ha sido clausurado.
La educación a distancia profundizará las brechas, porque ellas existen desde antes de la
Pandemia, y porque la educación cada vez hace más diseños para los mejores, es
disciplinada por las evaluaciones, asediada por la pérdida de la gratuidad y la
privatización y mercantilizada implacablemente por el capitalismo y sus tecnologías, por
consiguiente convertida en destino, incluso por el relato antipedagógico de las
neurociencias y de la inteligencia artificial que pretende hacernos creer que ya no
necesitamos pensar, cuando olvida de forma fundamental que la inteligencia es un asunto
biológico tal como lo señala Markus Gabriel.
Hay un consenso entre los educadores y pedagogos en admitir que la educación es una
relación. En consecuencia, el cuestionamiento es saber sí la educación a distancia puede
ser considerada una relación. Indudablemente que sí. Entonces, ¿qué tipo de relación
garantiza la educación a distancia? Aquí, se abre una discusión, primero por la brecha
digital, luego por la poco o casi nula formación de los maestros y maestras para dicha
modalidad, y después por algunos aspectos críticos que nos hace ver la pedagogía.
Algunos de ellos es la anulación de la Escuela que tiene muchos otros sentidos más allá
del aprendizaje, y otros advertidos por Meirieu como la anulación de la contextualidad, el
cuerpo, la institucionalidad por medio de convertir en central algo que tenía el carácter de
aleatorio. Entonces, la pregunta por la relación nos obligaría a definir: ¿qué tipo de
relación se necesita para que haya aprendizaje virtual?, luego aprender con, y permitir la
continuidad del futuro, el cuidado de la vida, y la institución de la humanidad.
Más allá de los obstáculos que presentamos, también nos encontramos con algunos de
fondo que nacen en la misma virtualidad, pues es porque es virtual que podemos colocar
a distancia. Veamos cuáles son esos aspectos que están puestos en juego y que no los
vemos porque precisamente nos atrapan. (Continuará…)
Declaraciones y comunicados
Estamos enfrentando una crisis sanitaria de proporciones sin contar con sistemas
universales de salud público poderosos, en el marco de procesos de avance y regresión
democrática en curso en la región. Cabe recordar que en general, además de la condición
estructuralmente desigual de los países, los sistemas de salud han estado prácticamente
durante los últimos 30 años de neoliberalismo, bajo Estados débiles para lo público, pero
fuertes para la creación de un modelo de mercado en salud y de la política social a través
de procesos de privatización, flexibilización y precarización laboral, oferta de servicios
público limitados y básicos, además de oferta de los llamados catastróficos como
compensación a los posibles daños, financiado por el gasto de bolsillo de las familias que
creció y del gasto público. En ese marco, la prevención y la promoción de la salud han
sido los grandes ausentes que explican los altos índices de morbilidad y la epidemia de
diabetes y sobrepeso que no obstante tener poblaciones más jóvenes que la europea,
está expuesta a una mayor gravedad frente a la pandemia, no sólo en la población mayor
a 60 años.
Algunas de las conclusiones, evidencias y lecciones a priori que hasta el momento está
dejando la pandemia, a reserva de posteriores reflexiones más allá de las consecuencias
humanas sin precedentes hasta ahora con 89.000 mil muertes en el mundo, son:
27 de abril
Grupo de Trabajo CLACSO
Estudios sociales para la salud
Esta declaración expresa la posición del Grupo de Trabajo Estudios sociales para la salud
y no necesariamente la de los centros e instituciones que componen la red internacional
de CLACSO, su Comité Directivo o su Secretaría Ejecutiva.
“Los sobrevivientes de la catástrofe, los mismos que vivían en Macondo antes de que
fuera sacudido por el huracán de la compañía bananera, estaban sentados en mitad de la
calle gozando de los primeros soles. Todavía conservaban en la piel el verde de alga y el
olor de rincón que les imprimió la lluvia, pero en el fondo de sus corazones parecían
satisfechos de haber recuperado el pueblo en el que nacieron. La calle de los turcos era
otra vez la de antes, la de los tiempos en que los árabes de pantuflas y argollas en las
orejas que recorrían el mundo cambiando guacamayas por chucherías, hallaron en
macondo un buen recodo para descansar de su milenaria condición de trashumantes (…)
Era tan asombrosa su fortaleza de ánimo frente a los escombros de la mesas de juego,
los puestos de fritangas, las casetas de tiro al blanco y el callejón donde se interpretaban
los sueños y se adivinaba el porvenir, que Aureliano segundo les preguntó con su
informalidad habitual de qué recursos misteriosos se habían valido para no naufragar en
la tormenta, como diablos habían hecho para no ahogarse, y uno tras otro, de puerta en
puerta, le devolvieron una sonrisa ladina y una mirada de ensueño, y todos le dijeron sin
ponerse de acuerdo la misma respuesta: Nadando.”
¿Como será el día después del COVID-19? ¿Morirá el capitalismo como lo predice Zizek?
¿O se normalizará el Estado de excepción de Agamben? ¿Aparecerá con fuerza una
sociedad híper vigilada y controlada debido a la apropiación de nuestros datos como lo
predice Byung Chaul-Han? ¿Continuará y mejorará la performance de la bio-política de
Foucault y se acentuará la Necro-política de Achille Mbembe, porque el poder decide
quienes mueren y se salvan? ¿O seguiremos en la expansión de las discriminaciones y
los racismos que descubre Expósito debido a la relación estrecha del munus de la
comunidad e inmunidad?
¿Cuál es nuestra certeza del mañana, cuando nadie puede imaginar lo que pasará la
próxima semana? ¿Qué tanto sabemos del futuro cuando los dioses nos han
abandonado, y solo quedamos nosotros, desnudos, frágiles, con el miedo a morir sobre el
que nunca antes pensamos, aunque lo sabíamos desde el momento de nacer, que solo
experimentamos en los otros y nunca en nosotros mismos, cargando nuestros muertos sin
tiempo para llorarlos, ni para hablar de ellos porque son tragados por las cifras en tiempos
de supervivencia mundial, muertos invisibles en las casas y visibles en las calles por los
videos de los celulares de los pobres, con su pobreza cargada desde mucho antes,
acentuada por el Neoliberalismo y convertida en miseria por la Pandemia, gobernados por
el vacío del Estado que no tiene más que la mentira y el autoritarismo, rodeados por
políticos que se ponen la máscara de la falsa preocupación, a fin de esconder sus
miserables y criminales intereses?
Cien años de soledad nos recuerda que venimos de millones de batallas, que no somos
más que supervivientes, y aunque la incertidumbre sea el nombre del futuro, hemos
aprendido a vivir, aunque tengamos algún salario, en el día a día del pueblo pobre y
digno. Estamos seguros de que la vida continuará, no porque lo leímos, sino porque
nuestros viejos, amores, amantes, hijos y amigos y amigas son sus testigos contra el
evangelio de la perdición que ha escrito occidente, el norte y el capitalismo, por la historia
que nos contaron y que existe más allá de las bibliotecas, por la cultura que no está
encerrada en los museos, por la educación que está más allá de las escuelas. Por todo
esto podemos decir a los empresarios que no hay economía sin vida, pues la muerte no
se negocia, y la vida no es una mercancía; que no hay política sin vida, de lo contrario lo
que tenemos son pequeños gestores de la maldad y principiantes de dictadores; que no
hay educación sin vida porque no se trata de saber más sino de vivir con, vivir para, y no
solamente vivir. Que la vida es lo más importante admitiendo que la muerte es esa parte
de la vida que solo puede llegar porque luchamos por ella y la celebramos, y fuera de este
imperativo solo irrumpe la vergüenza y la deshonra que se ha alcanzado por ejemplo con
Guayaquil, el nuevo Kosovo del siglo XXI, que solo provoca que la santa rabia reemplace
el miedo, contra los que no se hicieron cargo de su responsabilidad, y se exculpan en la
mentira.
El Sein zum Tode de Heidegger se ha hecho trizas cuando se ha roto el sueño de una
Unión Europea, o de una América en Latinoamérica por esa derecha inmoral que nos
gobierna mundialmente. Ya no morimos de manera consciente en el existente ontológico;
si bien el virus no discrimina, la mayoría de los que mueren son los viejos, los pobres, los
negros, los migrantes, que nos recuerdan que el confinamiento es un privilegio. Aun así,
se muere en una doble soledad, la de la muerte misma, porque morimos solos, y la del
confinamiento, porque los cadáveres rompen el cuadro de cualquier estética, ni siquiera
son contados; ya no se muere antes de tiempo, como lo denunciara Bartolomé de Las
Casas, se muere fuera del tiempo y dentro de la ciudad, en las casas, las tiendas, los
cuartos, las calles, sin aviso, sin rituales, sin abrazos y sin lágrimas. El ser para la muerte
sigue siendo una buena noticia para el asesino como Trump y Bolsonaro, tal como lo
pensó Levinas. La muerte es la no respuesta, decía él, en la que sobran las palabras y los
consuelos; luego, solo queda suspendida la pregunta del por qué en un hilo muy fino,
mientras el ángel de la historia de Benjamín, mirando hacia la destrucción del pasado, es
empujado hacia el futuro apocalíptico sino nos atrevemos a hacer las preguntas
insoslayables a partir de la vida y por el buen vivir de la naturaleza, y de todos, todas y
todes.
En este marco me gustaría preguntar sobre ¿cuáles son los nuevos comienzos para una
educación que es la garantía, como decía Hannah Arendt, de la continuación del mundo.
Una vacuna es imprescindible, la necesidad de tener sistemas de salud públicos de
calidad, es incontestable; un nuevo sistema de salud mundial es necesario, para prevenir
futuras pandemias; un sistema económico que no mercantilice lo común y lo público y de
apertura a la vida, es urgente que mida el crecimiento en términos de protección de la
vida de la naturaleza y de los más vulnerables, que proponga la felicidad como un
indicador mundial, y que no se confunda felicidad con el goce del consumo, que rompa
con ese desequilibrio mortal y escandaloso del 1% que es dueño del 80% de la riqueza
mundial y deja a más de un 50% sin nada, mientras ese otro 49% se reparte el 20% de la
riqueza y defiende la injusticia asesina de ese1%; gobiernos que no destruya la
naturaleza como condición para el desarrollo porque nos hunde en el subdesarrollo
mental y nos condena a la muerte; una política que no construya fronteras, abierta al otro,
consciente que si se hacen guerras recibirá desplazados, que si explota y coloniza en
otros lugares estará cercada de migrantes, una política que sea consciente de que toda
acción hacia afuera repercute adentro; y, sobretodo, de un sistema de educación como el
lugar para construir los nuevos comienzos, los comienzos que se hagan cargo de lo peor
y de lo mejor.
Llama la atención que a la naturaleza a la que hemos destruido, ahora que nos sentimos
amenazados por ella, invitemos a la guerra. Sobretodo debamos advertir que su
capacidad de destrucción está por encima de cualquier gobierno. Se trata de un enemigo
más destructor que el enemigo de las guerras convencionales. Hasta la segunda guerra
mundial los enemigos eran los países, los estados; desde el 2001 los enemigos fueron los
terroristas que solo podían estar en el mundo árabe. Ahora, “nuestro enemigo” es global e
impredecible. Los enemigos de nuestra civilización fueron decididos por países
colonizadores y saqueadores y no entre religiones como lo quiso hace aparecer
Huntington; hoy la lucha es contra un enemigo que hace parte de la lógica viviente como
lo señala la filósofa francesa Claire Marin, porque nuestros cuerpos están marcados por
los estragos de los virus y nos recuerdan nuestro origen animal y aunque encontremos,
ojala pronto, una vacuna, tendremos que aprender a vivir con él, con ellos, porque los
virus nunca desparecen.
Manuel Dammert[1]
La pandemia y las medidas implementadas por casi todos los gobiernos en la región han
visibilizado los regímenes de desigualdad de nuestras sociedades. Frente a la
incertidumbre, es irresponsable elaborar predicciones. Sobre todo, dejarse llevar por creer
en un futuro lleno de solidaridad, como una versión actualizada de la idealización de los
sectores urbanos populares hace cuatro décadas (un J. Turner renovado y sin análisis), o
seguir repitiendo la importancia de la empresa privada (con un distante papel del Estado)
como principal solución (¿estamos en los ochentas o noventas del siglo pasado?). Lo
único que quizás es cierto es que se profundizarán inequidades y modificarán los
mecanismos institucionales de acceso a recursos. En corto: mayor desigualdad, pobreza
e incertidumbre.
Una dimensión fundamental de discusión deben ser las ciudades. Las desigualdades
intraurbanas son alarmantes y requieren ser adecuadamente diagnosticadas,
comprendidas y ubicadas como un eje de política social urbana. Seamos claros: la política
urbana, tal como la hemos conocido, ha fracasado, desde antes de esta pandemia. Ya
sea por la capacidad estatal, la ausencia de marcos generales sobre el tema (no existe en
el país una política nacional de desarrollo urbano o un plan metropolitano de Lima) o por
las distintas coyunturas políticas del país en las últimas décadas. Podemos elegir alguna
de estas razones o todas, el resultado es el mismo. La pandemia vuelve visible e
intensifica condiciones preexistentes. Las condiciones que hoy son alarmantes -como el
nivel de hacinamiento, o la pobreza urbana que ni aparece en los mapas o padrones- no
son nuevas. Son parte central de nuestro modelo de urbanización.
La vivienda, junto con los mercados laborales, es uno de los ejes centrales de estas
desigualdades. La cuarentena enseña que la vivienda no es la ciudad. Necesitamos del
desplazamiento, ritmo e interacción. Pero, al mismo tiempo, impone una lección sobre la
importancia y carácter público y social de la vivienda. Tres componentes son básicos:
localización, condiciones y seguridad. El crecimiento de Lima o casi cualquier ciudad, se
sustenta en la reproducción constante de nuevas periferias: nuevas viviendas precarias o
de baja calidad en los límites de la ciudad, reclamando soluciones al acceso a servicios y
la mitigación de riesgos. Sobre las condiciones en Lima y el Callao, 437 mil viviendas
tienen características físicas inadecuadas, 71 mil no cuentan con servicios higiénicos, casi
150 mil dependen de camiones o cisternas para tener agua, y 800 mil presentan
situaciones de hacinamiento (el lema “quédate en casa” como ironía).
Y la seguridad de seguir habitando una vivienda -ya sea por estar en una situación
irregular o bajo modalidad de alquiler- seguirá siendo un problema invisible, aunque cada
vez más cotidiano. Casi 1 de 4 viviendas en Lima es “alquilada”.
Otro eje relevante es la movilidad, las ciudades son movimiento y localización, siempre al
mismo tiempo y en distintas escalas. Las condiciones de movilidad son también parte de
nuestro modelo de ciudad, la movilidad es el eje central de cualquier estrategia para
enfrentar el inevitable fin de la cuarentena: ¿Cómo se moviliza la población intra e inter
escalas (el barrio, distrito, ciudad, regiones)? ¿Cómo mejorar en unas semanas un
sistema de transporte que ha acumulado fallas durante décadas? Sin acciones públicas,
la movilidad reproducirá desigualdades. Y el lema imperante de “cada uno como pueda”
es solo la renuncia de tratarlo como un asunto público.
Insisto: es difícil hacer predicciones sobre futuros concretos, y seguro se requiere mucha
innovación y colaboración para encontrar “soluciones” a problemas que nos acompañan
hace mucho. Sin embargo, quizá un punto de partida es reconocer la insuficiencia de
pensar las salidas desde las experiencias exitosas de las zonas de alta renta o desde las
intervenciones que ofrece el “urbanismo a la carta” (tan neoliberal diría V. Delgadillo) de la
última década. En todo caso, lo que deberíamos preguntar, hoy más que nunca, es por
qué estuvo fuera del debate público lo que hoy nos explota en la cara, y supuestamente
nos toma por sorpresa. Parafraseando a A. Gorelik, pareciera que durante mucho tiempo
(y muchos hasta ahora) gran parte de los estudios (activistas, académicos, gestión)
urbanos construyeron “una piscina de natación de aguas calmas donde, en plena
transformación turbulenta de la ciudad, la imaginación urbana nada en su impotencia”.
Pese al pesimismo de estas épocas, ojalá logremos sacudir y volver a pensar el modelo
de ciudad que queremos.
[1]
Manuel Dammert-Guardia. Centro de Investigaciones Sociales, Económicas, Políticas y
Antropológicas, Pontificia Universidad Católica del Perú. Coordinador del Grupo de
Trabajo CLACSO Desigualdades urbanas.
eclaraciones y comunicados
Estamos enfrentando una crisis sanitaria de proporciones sin contar con sistemas
universales de salud público poderosos, en el marco de procesos de avance y regresión
democrática en curso en la región. Cabe recordar que en general, además de la condición
estructuralmente desigual de los países, los sistemas de salud han estado prácticamente
durante los últimos 30 años de neoliberalismo, bajo Estados débiles para lo público, pero
fuertes para la creación de un modelo de mercado en salud y de la política social a través
de procesos de privatización, flexibilización y precarización laboral, oferta de servicios
público limitados y básicos, además de oferta de los llamados catastróficos como
compensación a los posibles daños, financiado por el gasto de bolsillo de las familias que
creció y del gasto público. En ese marco, la prevención y la promoción de la salud han
sido los grandes ausentes que explican los altos índices de morbilidad y la epidemia de
diabetes y sobrepeso que no obstante tener poblaciones más jóvenes que la europea,
está expuesta a una mayor gravedad frente a la pandemia, no sólo en la población mayor
a 60 años.
Algunas de las conclusiones, evidencias y lecciones a priori que hasta el momento está
dejando la pandemia, a reserva de posteriores reflexiones más allá de las consecuencias
humanas sin precedentes hasta ahora con 89.000 mil muertes en el mundo, son:
27 de abril
Grupo de Trabajo CLACSO
Estudios sociales para la salud
Esta declaración expresa la posición del Grupo de Trabajo Estudios sociales para la salud
y no necesariamente la de los centros e instituciones que componen la red internacional
de
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