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Si pienso en los campesinos que se afanan

en el arrozal hirviente por el sol, cómo


quejarme entonces del calor

Es curiosa la naturaleza de la mente humana… debido a la ignorancia de creer que sólo somos el cuerpo y
la mente, el ser humano se afana por acumular. Y es lógico, porque al fin y al cabo, ¿qué son el cuerpo y la mente
sino un acumulo de comida, impresiones y recuerdos?...

La falta de atención y conciencia nos hace pasar por alto la transitoriedad del cuerpo y la mente, así como
el condicionamiento de ambos. Estamos tan saturados de lo que recibimos por los sentidos y nuestros
paradigmas, que no existe espacio entre lo que somos y lo que percibimos. El humano vive su mente como si
tuviera unos auriculares pegados a los oídos, y unas gafas que retransmiten una y otra vez la misma lista de
reproducción de YouTube: mi drama personal.

Una de las consecuencias de esta forma de funcionar es la identificación con lo que podemos tener. No
tenemos conciencia de lo que somos, por lo que nuestra identidad se escapa entre los dedos con el paso del
tiempo. Los recuerdos, las opiniones, las creencias, los kilos, las arrugas, las canas, la ropa, el coche, la casa, el
dinero… todo pasa y se va, todo cambia y es condicionado, pero por falta de una presencia de nosotros mismos,
perseguimos todas estas cosas como hojas en el viento otoñal.

Otra de las consecuencias más ineludibles de la sociedad resultante, es la comparación y la competición.


Somos lo que tenemos y lo que dicen que somos, y en base a ello, surge el egocentrismo, la competición, la
envidia… cuando aprendemos a etiquetarnos e identificarnos erróneamente, lo hacemos también con el resto
de personas, y se genera una fuerza invisible en la que nos volvemos el centro del universo. Y sí, nos volvemos el
eje dramático de nuestro propio psicouniverso. Esto nos aleja de la realidad, realzando las carencias, elevando las
expectativas, armándonos con exigencias… a al final, las sociedades permanecen como bolsas de canicas, llenas
de universos unipersonales, de paredes transparentes que no se ven, hasta que dos de ellos chocan entre sí.

Esta situación nos hace volvernos los mejores actores, representando dramas eternos en los que, o bien
somos el centro de las miserias, o bien el vértice del mundo, dictando las reglas de cómo debe girar el planeta
entero acorde a nosotros.

En ocasiones, la vida nos da una bofetada, o bien un regalo. Algo nos hace quitarnos las legañas del
letargo de nuestra ignorancia, y nos sentimos más reales, más vivos, nos sentimos menos por fuera pero
inmensos por dentro. Volvemos a la realidad por unos segundos y vemos la suerte que tenemos, lo que la vida y
las personas que nos rodean nos aportan, vemos que todo tiene su sitio, que la vida empuja a todo ser a
prosperar, y nosotros somos afortunados porque podemos tomar conciencia de esa corriente, podemos soltar la
compulsión de nuestros pensamientos y actos, podemos embarcarnos en la melodía de la naturaleza y aportar
un par de acordes más, como compositores de la vida que podemos llegar a ser.

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