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3 pasos para recuperar

nuestra humanidad
Ser ‘humano’ significa estar en contacto
profundo con uno mismo y con los demás. Para
ello es necesario recuperar nuestra capacidad de
placer, integrar valores éticos en nuestra
conciencia y transformar la competitividad en
colaboración.

Xavier Torró
23 DE DICIEMBRE DE 2019 · 18:56

Vivimos un periodo de desvanecimiento del valor de la vida del ser humano: la


competitividad, la productividad, la aceleración de la vida cotidiana, el
vaciamiento de las relaciones sociales, la tecnificación omnipresente y el
aislamiento en un mundo sobrepoblado hace que muchos nos sintamos cada
vez más vacíos, más solos y más frustrados.

La historia de la humanidad ha contemplado momentos de auge del


pensamiento humanista y momentos de eclipse. Así, se ha hablado de un
humanismo antiguo desarrollado por la filosofía y la literatura griega y romana.
Más cercano a nuestros días, encontramos el humanismo renacentista, que
contrapone, a la visión del hombre medieval, un hombre que recupera la
creatividad, su capacidad de transformar el mundo y su deseo de construir con
esfuerzo su propio destino.

Es necesario que retomemos de nuevo el pulso a la vida y pongamos al ser


humano en el centro de los procesos sociales. Pero, ¿cómo podemos recuperar
nuestra humanidad? Creo que existen tres factores clave que pueden
permitírnoslo.

1. Recuperar nuestra capacidad de placer


Entendemos el placer en un sentido amplio: disfrutar de todos los
momentos de nuestra vida, de las relaciones con nuestra pareja, en el
trabajo, con nuestros hijos, en un paseo por la montaña, con una puesta
de sol o durante una conversación con los amigos. Esta actitud
expansiva es, de acuerdo con el psiquiatra Wilhelm Reich, la
manifestación básica de la vida, pero el peso de la cultura impide su
expresión y la transforma en contracción y, por tanto, en destructividad y
sadismo social.

Para recuperar nuestra humanidad es necesario conectar con nuestro


cuerpo, con nuestro ritmo, con nuestras necesidades; entenderlas y
poner los medios para su satisfacción. Como padres y educadores,
debemos facilitar la expresión de las necesidades reales de los más
jóvenes para que vayan conectando con ellos mismos, afirmándose en
su ser. Pero para vivir con placer lo que hacemos, necesitamos el
amor.
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Tan solo con amor podemos afrontar cada instante de nuestra vida
con dedicación y abandono. El amor es una fuerza tan poderosa que
favorece el crecimiento y el desarrollo de los seres vivos, facilita la
felicidad restañando las heridas y permite la alegría ahuyentando la
tristeza. Debemos reinventar nuestro mundo, nuestras instituciones y
nuestras relaciones basándolas en el amor. Tan solo así podremos
recuperar el placer de vivir.
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2. Reflexionar sobre nuestros valores


éticos
Sería necesario recuperar una serie de valores éticos que nos permitan
estructurar la vida social y encontrarle un sentido. Sin embargo, los
valores que permiten arraigar la vida de los seres humanos no
deben surgir en nosotros por imposición de nadie, ni deben ser
asumidos mentalmente por miedo al castigo divino o humano. Para que
los valores tengan sentido realmente, deben surgir desde nuestra propia
naturaleza o como algo vivido a lo largo de nuestro desarrollo.

Solo los humanos reflexionamos sobre una ética que nos permita
encontrar sentido a nuestra existencia individual y social como especie.

De acuerdo con Jean-Jacques Rousseau, la ética ha de fundamentarse


en la naturaleza humana, y en concreto en dos sentimientos básicos: “el
amor a sí mismo” y “la piedad”. El “amor a sí mismo” sería equiparable
al instinto de conservación que busca satisfacer nuestras
necesidades para subsistir y adaptarnos. Pero Rousseau diferencia el
“amor a sí mismo” del “amor propio” o egoísmo, que surge en la sociedad
y es la causa de la degeneración del ser humano.
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El “amor propio” nos induce a compararnos con los demás y a


buscar que los demás nos tengan en cuenta, multiplicando nuestras
necesidades hasta la esclavitud. La “piedad”, por su parte, sería la
repugnancia natural a ver perecer o sufrir a otro ser sensible y
fundamentalmente a nuestros semejantes. Rousseau considera la
“piedad” la base de la moral y sostiene que sin ella seríamos como
monstruos. A partir de estos dos sentimientos naturales se desarrollaría
tanto la moral como forma de relación humana, como el derecho natural
como sistema normativo para regular nuestra organización social.

Relacionado con el concepto de “piedad” de Rousseau, está el moderno


concepto de “empatía”, entendido como la capacidad de comprender e
incluso sentir las emociones y los afectos del otro. En la actualidad se
considera la empatía como una disposición natural, innata, que se
pone en funcionamiento en los seres humanos mediante dos
procedimientos: la observación de un conflicto en el cual el observador
tiende a tomar partido por una de las partes y la narración de historias
mediante las cuales el observador busca ver y comprender el mundo con
los ojos del otro.

Ambos procedimientos comienzan a darse con las primeras experiencias


infantiles de socialización. No obstante, para que esta capacidad
empática se integre de forma adecuada, necesitamos sentirnos
acompañados y respetados, al mismo tiempo que protegidos.
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Una relación respetuosa con el ritmo de crecimiento de nuestros hijos,


con la satisfacción de sus necesidades y con la expresión de sus
sentimientos, permiten una incorporación a la conciencia de su
imagen corporal y de su yo real. En caso contrario se produce una
pérdida progresiva del contacto con nuestro cuerpo y, para compensar
esa pérdida, se crea una imagen idealizada de uno mismo y una
incapacidad de conectar con nuestros sentimientos.

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3.Transformar nuestra competitividad en
cooperación
A medida que se ha ido desarrollando la sociedad industrial, hemos ido
cayendo en el individualismo y la competencia. La vida social ha pasado
a convertirse en una lucha por la supervivencia en la que nos han hecho
creer que el que triunfa es el más fuerte, el más dotado. En el trabajo,
en las aulas, en los equipos deportivos, en demasiados ámbitos de la
vida social, nuestros compañeros se han convertido en nuestros
competidores, transformando la franqueza y la aceptación en
desconfianza y envidia.
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Los trabajos y las actividades humanas, en general, se han llenado de


rutinas mecánicas y normas rígidas que impiden ver al otro en su
singularidad. La incorporación masiva de la tecnología en la sociedad ha
contribuido a aislarnos y a convertir nuestra relación con el otro en algo
maquinal y frío.

Debemos y podemos tomar cartas en el asunto y transformar esta forma


de vivir nuestras vidas que nos lleva a la infelicidad y el vacío existencial.

No somos animales competitivos, egoístas y sanguinarios, sino


animales sociales: buscamos la relación, la comunicación y la
cooperación. Algunos etólogos han concluido que somos animales
“parlanchines” que buscan el contacto por el placer de hablar y estar
entre nuestros congéneres. Cuando nos sentimos mal o inquietos, nos
encanta que nos escuchen, eso nos relaja y suaviza el malestar.
También nos gusta enseñar lo que sabemos, compartir conocimientos y
sentirnos acompañados en nuestra forma de ver el mundo. Los niños
pequeños, y la mayoría de las personas a lo largo de la vida, buscamos
amoldarnos al grupo para sentirnos cómodos.
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La antropología ha demostrado que las hazañas más importantes de


nuestra especie son producto de empresas cooperativas o grupos
humanos que interactúan para la consecución de un fin determinado:
como la caza, la división social del trabajo o la organización familiar. Por
algo, los griegos definieron al ser humano como un ser social por
naturaleza. O como dicen los antropólogos modernos: el homo sapiens
está adaptado para actuar y pensar cooperativamente. El
psicobiólogo Michael Tomasello ha demostrado que los niños pequeños
tienden a cooperar y a ayudar en muchas situaciones. Esta inclinación no
surge porque los padres refuercen ciertos comportamientos cooperativos.

En sus experimentos ha demostrado que los niños tienden a comprender


la situación de quien se encuentra en dificultades y por eso le prestan
ayuda. A medida que ganan independencia, se vuelven selectivos y
ofrecen su cooperación a personas que no se aprovechen de ellos y
tiendan a devolverles el favor.

Tomasello deriva esta cooperación de la idea de “mutualismo”: todos nos


beneficiamos de la cooperación pero solo si trabajamos juntos, si
colaboramos.

En los seres humanos, lo más eficaz como sociedad no es la rigidez


de las funciones sociales, sino la cooperación y la capacidad de llevar
a cabo proyectos juntos que generen expectativas mutuas.
Reinventarnos no pasa por crear un ser humano mitad hombre y mitad
máquina, sino por corregir las derivas que nos impiden conectar con
nuestra naturaleza humana y vivir nuestra vida individual y
colectivamente de manera más placentera y completa. Pasa también por
recobrar el sentido de nuestra existencia recuperando los valores
propiamente humanos, la capacidad de placer, la cooperación y la
comunicación con nuestros semejantes.

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