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Érase una vez

Érase una vez una flor, pero no cualquier flor. Esta flor se encontraba llena de un
abundante manto de decenas y decenas de flores de diferentes colores, tamaños y
formas. Era una flor muy singular.

Esta, vivía rodeada de muchas otras flores, sin embargo, ninguna era tan bella y
singular como Flor. El resto de flores, se sentían opacadas por flor y en vez
admirar su belleza, se encontraban llenas de envidia, pues todas querían ser como
Flor, porque ella iluminaba el oscuro invernadero con sus colores vivos.

Sin embargo, ser bonita para una flor puede llegar a convertirse en una penitencia.
Es de saber que el ojo capta aquello que vibre, brille y se converse mejor, así
como se desean aquellas cosas que son finitas y efímeras, esto y muchos más son las
flores.
Esta fijación puede convertirse en un riesgo para las mismas, pues el deseo de
posesión puede opacar la lógica del inconsciente, llevando a cometer el delito de
arrancar una flor, para contentar un egoísmo, acabando con la vida de la misma en
el proceso, incluso sabiendo que esa nueva posesión tendrá fecha de caducidad, si
en vez de regarla, cuidarla y admirarla, no escucha a la flor, provocando así que
ésta se marchite y posteriormente conduciéndola a su póstuma muerte.

Flor era consciente de su don y apariencia pero no era ni vanidosa ni presumida.


No obstante, Flor no era feliz, porque veía como el resto de flores no eran tan
dichosas.

El día de su cumpleaños, Flor decidió regalar una de sus flores, a cada flor que
habitaba en el invernadero, como un bonito detalle. Y sintió el corazón tan tan
lleno con ese simple gesto, que repitió el mismo geste cada año.

Cada vez y con más frecuencia, las otras flores de Flor se fueron acercando a ella,
como luciérnagas a la luz. A estas alturas se podía no solo vislumbrar la alegría
de Flor, sino la de todas ellas. El invernadero al fin recuperó su alegría y su
luz.

Hasta que llegó un día, un día en el que Flor no tuvo más flores que ofrecer, pues
es cierto que tenía muchas en abundancia, pero estas eran finitas. Ese día, Flor no
le tomó importancia, pues creía firmemente que la belleza de su interior brillaba
con más fuerza y tenía fe de que con el tiempo volvería a brillar de nuevo también
por fuera.

Pero el tiempo no perdona y mientras las demás flores habían conseguido florecer y
ser más hermosas gracias a la ayuda de Flor. Estas fueron perdiendo su gratitud
hacia ella, y poco a poco fueron olvidándose de Flor. Pero observando en la
lejanía, como sus hojas y pétalos se marchitaban.

Flor fue opacándose, en silencio, perdiendo así su habitual brillo.

Las manecillas del reloj no paraban de girar, las hojas del calendario de pasar.
Flor, con el pasar de los días se sentía más pequeña, más invisible. Mientras las
otras flores continuaban su camino, ella se sentía paralizada en un limbo de hojas
marchitas. Mirase donde mirase solo veía hojas secas a su alrededor, no lograba
encontrar el camino de vuelta hacia la luz, como si ya no le quedarán fuerzas.

Ella misma era consciente de que sus pensamientos hacía sí y cuidar más de los
demás que de ella misma, junto a otros factores externos, habían desencadenado ese
periodo en el que lejos de estar bien, se había convertido en una flor que
sobrevivía en un constante invierno. Dejando pasar las horas sin poder hacer nada,
sintiendo como espinas la anclaban a ese estado de profunda tristeza y a la vez un
sentimiento de ahogo que le imposibilitaba salir de ese estupor y cárcel propia en
la que se había sumido sin darse cuenta.

Entonces, llegó la primavera, esa época donde las flores se muestran en todo su
esplendor y belleza. Y así fue, el invernadero floreció junto a sus flores,
naciendo otras nuevas y floreciendo las que ya allí se encontraban.

El invernadero era una explosión de colores y olores, algo precioso de admirar.


Flor, que antes se hallaba en el centro, poco a poco se había desplazado hasta la
esquinita más alejada, pues quería que fueran las otras flores las que brillasen
esta primavera e incluso las siguientes. Ella continuaba siendo bella, más en
ningún momento dejó de serlo, pero se centró tanto en elevar la belleza del resto
de flores, que Flor poco a poco menguó su admiración y cuidado hacia ella misma.

Flor, había recuperado con el tiempo, algunas de sus preciados pétalos. Sin
embargo, no volvió a ser la misma de siempre, sentía que le faltaba algo. No se
sentía completa, ni feliz, como si estuviera sobreviviendo en vez de estar
viviendo.

Un día, una de las flores del invernadero a la que como a sus compañeras, Flor le
había dejado un poquito de ella misma decidió acercarse a Flor.
Jazmín, admiraba a Flor por su bondad y belleza. Ella era capaz de sentir empatía y
sintiendo su infelicidad y desdicha, se acercó a ella.

— Flor, que bella estás.— Jazmín se sentía un poco insegura, porque no sabía cómo
abordar a Flor.

— ¡Oh! Tú te ves mucho más bella. Tus violetas y lilas iluminan mis flores. —

Ese piropo, le había logrado sacar una pequeña sonrisa a Flor, o alomejor era la
compañía de Jazmín por la que se sentía dichosa, no estaba acostumbrada a conversar
con las otras flores.

A Jazmín le gustó la dulzura de Flor, ella era muy diferente a las otras flores,
pues era modesta.

— Me gustaría darte mi agradecimiento, la mayoría de estas flores las he conseguido


gracias a ti. — Flor atónita, no sabía qué decir, pues Jazmín estaba repleta de
ellas y no entendía como ella podría haber contribuido a aquella obra.

Jazmín al darse cuenta de su confusión, aclaró. — Tú Flor, me ofreciste una de tus


lilas, y yo me esforcé en cuidarla cada día con todo mi cariño. Para mí era un
regalo muy valioso y debía de ser tratado como tal. Con mi perseverancia y
constancia conseguí que brotaran y florecieran más y más de ellas. Cada una más
bonita que la anterior. Lo mismo ocurrió cuando me regalaste una violeta. Me diste
la oportunidad de ser más bella y yo la aproveché. Me siento agradecida por ti y
orgullosa de mi. — Jazmín brillaba orgullosa de su esfuerzo y hazaña.

Flor no solo se maravilló de la historia de Jazmín, sino que sintió nuevas


esperanzas y logró ver las cosas desde una nueva perspectiva.

El sol y la luna se ponían día tras día, mientras Flor y Jazmín continuaban
forjando una amistad, que dudaría toda la vida.

Jazmín, logró conocer cada pétalo de Flor y viceversa. Ambas, se compenetraban muy
bien, hasta tomaban el sol juntas, cuando este salía, compartiendo así los mismos
rayos de sol.

Flor, desde aquella primera conversación con Jazmín. Comenzó a cambiar la manera en
la que se trataba y se veía a sí misma. Pues parecía como si todo este tiempo
atrás, no hubiera podido gozar de un mínimo rayo de luz, cayendo sobre sus pétalos
nubes y nubes negras con torrentes infinitos de agua, que al contrario de
alimentarla y hacerla más fuerte, solo lograban ahogarla y protegerse incluso de sí
misma.

Esa conversación, fue un punto de inflexión para Flor, que después de lo que
parecían mil y una noches, pudo ver como esas nubes negras desaparecían en el
horizonte, dando paso a un cielo azul con los colores vivos del arcoíris. Sin
embargo, Flor no lo tuvo fácil, lo sintió como si en vez de ser primavera, viviera
en un otoño eterno, donde al despertar no sabía si iba a salir el sol, o iba tener
que convivir con esas nubes negras, que acostumbrada tanto a su presencia, las
llamó compañeras.

Un día encapotado, Flor se encontraba decaída. A lo lejos vislumbró a Jazmín, quien


lejos de llevarse mal con el resto de flores, conseguía encajar entre ellas,
sacando lo mejor de ellas. Había momentos en los que Flor se preguntada cómo podía
brillar tanto Jazmín, hasta que un día no pudo acallar más su curiosidad.

— Jazmín ¿Podría hacerte una pregunta un tanto… entrometida? — Ella asintió,


mirándola con diversión.

— ¿Cómo logras verte tan viva, alegre y hermosa siempre? — Preguntó devolviéndole
la sonrisa

Jazmín, se inclinó hacia ella, como si de un secreto se tratase. — Te voy a contar


un secreto Flor. No siempre espero a que llueva o a qué venga alguien para regarme.
Hay veces que necesito estar conmigo a solas, y salgo del invernadero y me riego a
mí misma, a mis flores y mis pétalos, con todo el amor que me merezco. — Confiesa
en bajito guiñándome un ojo.

Flor, siempre había creído que el agua que recibía era suficiente. Nunca se había
planteado la posibilidad necesitar más y que ese más, podría dárselo ella misma. En
ese momento comprendió, que era momento de coger una regadera y empezar a cuidar de
sí misma.

Al principio, Flor necesitaba regarse a sí, con bastante frecuencia, pues se había
dado cuenta que durante este tiempo atrás, se había olvidado de ella y tenía que
deshacerse y olvidar aquellos retazos de ella misma, que estaban marchitos y por
mucho agua que recibieran no iban a volver a ser los mismos que antes. Era un
proceso complejo y hasta a veces un poco complicado.

Flor, se sentía culpable, por haber dejado que su brillo se perdiera. Pero también
era consciente de que no siempre es posible mantenernos en nuestra mejor versión.

Comprendió, que no era la misma Flor que la pasada primavera, ni la anterior. Su


esencia persistía, pero ésta cambiaba con cada estación. Por lo que también se
perdonó así misma, liberándose de aquella culpa, que muy lejos de ayudarla a
crecer, buscaba detener su crecimiento.

Flor, fue recuperando todas sus flores, incluso estas eran aún más hermosas, bellas
y coloridas que antes. Seguía necesitando esos ratitos a solas con ella misma, pero
estos fueron menos frecuentes que en un principio. Aún así, los esperaba con
ansias, pues la hacían muy feliz.
Jazmín se encontraba a su lado en todo momento, feliz de ver a Flor florecer de
nuevo.

Junto a Jazmín, Flor comenzó a compartir tiempo con el resto de las flores.

Era mediodía, y el sol se encontraba en lo más alto, en su máximo esplendor. Para


todas las flores, este era uno de los mejores momentos del día, pues gracias los
rayos de sol deslumbraban sus colores y matices.

Flor se encontraba hablando con Jazmín, cuando Espinas las interrumpió.

— Oye Flor, me alegro de verte tan bien de nuevo. — Más esa alegría no llegaba ni a
su voz, ni a sus ojos.

Sin embargo, Flor le lanzó un deje de sonrisa y un breve agradecimiento.

— Es una pena, que perdieras todas tus flores y no nunca vuelvas a ser la misma. —
Añadió con malicia, mientras algunas de sus amigas escondían sonrisas maliciosas.

Pero Flor, estaba orgullosa de sus nuevas flores y sabía que aunque estas no fueran
las mismas que antes, las consideraba más valiosas y bellas porque habían florecido
con mucho esfuerzo y esmero, gracias a ella y a su amor propio.

— Tienes razón Espinas, no soy la misma. Pero soy yo, y eso es lo único que
importa. —

En ese momento, Flor se dió cuenta de que solo florecería en un entorno lejos de
nubes negras, espinas y malas hierbas.

Comprendió, que a veces es necesario anteponerse a uno mismo, si ello trae paz y
bienestar a tu vida, o si en cambio eso es lo que necesitas en un momento
determinado. Así fue, como mantuvo la distancia con algunas flores y escogió crecer
junto a otras que si le aportaban, y no le restaban.

Junto a sus flores aprendió que se podía querer a ella misma, mientras daba lo
mejor de ella. Su amor era recíproco, y mientras una ofrecía sus flores a otra, la
otra le recogía aquellos pétalos que estaban marchitos. Un amor recíproco y sano,
es un amor que suma, que te levanta y te ayuda a brillar si lo necesitas, y si no
lo necesitas también.

Flor al fin encontró su sitio, pero lo más importante es que se volvió a encontrar
a sí misma, después de haberse perdido. No obstante, ello no significa que no
vuelva de nuevo a descarrilarse en un futuro. Lo que sí sabe es que le costará
mucho menos tiempo, dolor y esfuerzo encontrar el camino correcto, pues sabía que
contaba con las herramientas necesarias para hacerle frente a cualquier
contratiempo.

Las flores, han terminado por interiorizar, en contra de su voluntad, que la


belleza es lo más importante, que es uno de los rasgos que siempre las van a
caracterizar y diferenciar de las demás. Las más bonitas, van a llegar a los
lugares más concurridos y relevantes de más alta clase, para ser observadas y
admiradas a los ojos del resto. La más bella siempre destacará más, aunque haya
otra flor que destaque en otros muchos aspectos, como puede ser su fortaleza… el
resto de ojos se posarán primero en la más "bella" por fuera. Sin tener en cuenta
la finitud de esa belleza exterior, porque cuando esta se vaya, porque el tiempo se
la llevará como otras muchas cosas. Cuando esto pase, la otra flor con su belleza
interior perdurará intacta.

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