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Cuento.

“La hoja y la flor”

Por fin llegó la primavera. Todo olía a flores y a césped.

Los árboles recuperaron todas las hojas que durante el otoño habían perdido.
Ahora ya no parecían desnudos, sino que lucían verdes vestidos que cubrían sus
fuertes ramas.

El suelo se cubrió con un manto de flores de todos los colores y tamaños que
impregnaban el aire con su dulce aroma primaveral.

En lo alto de una colina se podía ver el árbol más viejo del lugar, donde los niños
solían ir para jugar y disfrutar subiendo a sus robustas ramas mientras imaginaban
que eran grandes escaladores.

El viejo árbol era la envidia de todos los demás. Su fuerte tronco y sus grandes
ramas no tenían comparación y siempre lucía las más grandes y verdes hojas. Lo
cierto es que despertaba gran admiración.

Bajo él siempre podías encontrar pequeñas flores silvestres que embellecían aún
más el paisaje que le rodeaba.

Todas las hojas que brotaban de él se sentían afortunadas y dichosas por estar en
tan célebre y admirado árbol.

Allí, junto a las demás, brotó una hoja de gran tamaño. Era tan bonita que los
niños que allí jugaban se asombraban de su esplendor. Lo cierto es que desde los
primeros brotes, nuestra hoja ya apuntaba maneras.

La hoja, orgullosa y satisfecha de su belleza y del lugar en el que había nacido, no


podía imaginar qué es lo que le depararía el futuro.

Justo a los pies de la hoja floreció una hermosa flor. Sus tonos morados, su olor y
su dulce néctar la hacían tan atractiva que todos los que por allí jugaban la
rodeaban para no pisarla y mantener intacta su imagen y esplendor.

Fue la hoja la que primero se fijó en tan dulce imagen. Después fue la flor la que le
correspondió.

Así comenzó una bonita historia de amor.

Pasaron los días y avanzó la primavera convirtiéndose en verano. La hoja protegía


a su amada flor, dándole sombra en las horas de más calor y la flor le embriagaba
con su aroma en las deliciosas y estrelladas noches.

Hablaban y hablaban día y noche y en cada conversación no paraban de hacer


planes sobre el momento en que pudieran estar juntos.
Ambos habían oído hablar del otoño y de cómo las hojas caían de los árboles y
esperaban ese momento con gran impaciencia, pues pensaban que sería el inicio
de su vida juntos.

Y así un día daba paso al otro y julio le cedió el turno a agosto. Durante este mes
ya no tenían tantas visitas de niños y adultos. Las vacaciones habían llegado y
muchas familias se habían marchado.

Lo cierto es que se respiraba más tranquilidad, pero se echaban de menos las risas
y la alegría que los niños traían cada mañana.

Y acabó agosto, dejando que el comienzo del curso abriera paso a septiembre.
Durante todo ese tiempo el amor entre la hoja y la flor no había hecho más que
crecer y fortalecerse. Sus planes y sueños eran tan hermosos que casi parecían
reales.

Cada día que pasaba las noches se hacían más frescas y los días más cortos.
Nuestra preciosa hoja comenzó a tornar su verde en naranja y después en marrón.

Ambos entendían que el momento que tanto anhelaban estaba a punto de llegar y
fue entonces cuando la bella flor se comenzó a debilitar.

Por más que la hoja se esforzaba para caer del que había sido su soporte durante
tantos meses, no lo conseguía.

Llegó octubre y todo se cubrió de preciosos tonos naranjas, cobres y marrones. Los
esfuerzos de la hoja al fin fueron recompensados y cayó…Pero al llegar al suelo su
amada flor ya no estaba tan lozana y fresca. La hoja se sentía débil y mustia y no
entendían que estaba pasando.

El otoño había llegado y con él se fueron las flores, y los fuertes colores que
cubrían el paisaje de nuestros enamorados.

Aun así, flor y hoja disfrutaron de su momento de reencuentro, aunque sabían que
duraría poco tiempo, pues el viento pronto llegaría para revolver todo lo que
encontrase a su paso.

Así fue, como la hoja y la flor aprendieron que no todo es eterno y no todo se
puede controlar. El transcurrir de la vida hizo que sus planes cambiaran, pero su
amor era tan fuerte que decidieron seguir esforzándose para seguir juntos. Porque
aunque las cosas no les habían salido como ellos esperaban siguieron
esforzándose para no separarse y permanecer unidos.

¿Sabéis que ocurrió con los enamorados…?

El viento pudo ver todo su amor y con sumo cariño los balanceó hasta un pequeño
agujero que había en el suelo.
Y llegó el invierno, la flor y la hoja en su refugio se protegieron. Entonces las lluvias
y el sol les convirtieron de nuevo en hoja y flor. Y así los eternos enamorados
entendieron que a veces la vida te ofrece momentos de alegría y color y
momentos de frío y desazón.

Con el pasar de los años la hoja y la flor aprendieron que la paciencia es una virtud
y que hay que saber valorar cada momento, pues nunca podemos saber cómo y
cuándo cambiará todo. Decidieron que disfrutarían de los buenos momentos y se
esforzarían cuando fuera necesario.

Y así fueron felices durante muchos, muchos años.

Fin

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