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El día de la fiesta de Pentecostés, los

seguidores de Jesús estaban reunidos en un


mismo lugar. De pronto, oyeron un ruido muy
fuerte que venía del cielo. Parecía el estruendo
de una tormenta, y llenó todo el salón. Luego
vieron que algo parecido a llamas de fuego, se
colocaba sobre cada uno de ellos. Fue así como
el Espíritu Santo los llenó de poder a todos
ellos, y en seguida empezaron a hablar en otros
idiomas. Cada uno hablaba según lo que el
Espíritu Santo le indicaba.
Hechos 2.1-4

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Muchas personas se acercaron a ver lo que
sucedía y al escucharlos quedaron sorprendidos,
ya que hablaban en diferentes lenguas.
“Pero algunos comenzaron a burlarse de los
apóstoles, y los acusaban de estar borrachos.
Pero los apóstoles se pusieron de pie, y con
fuerte voz Pedro dijo:
«Israelitas y habitantes de Jerusalén,
escuchen bien lo que les voy a decir. Se equivocan
si creen que estamos borrachos. ¡Apenas son las
nueve de la mañana!
Hechos 2.13-15

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»Israelitas, ustedes tienen que reconocer, de una vez por todas,
que a este mismo Jesús, a quien ustedes mataron en una cruz, Dios
le ha dado poder y autoridad sobre toda la humanidad».
Todos los que oyeron estas palabras se
pusieron muy tristes y preocupados. Entonces les
preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles:
—Amigos israelitas, ¿y qué debemos hacer?
Pedro les contestó:
—Pídanle perdón a Dios, vuelvan a obedecerlo, y
dejen que nosotros los bauticemos en el nombre
de Jesucristo. Así Dios los perdonará y les dará el Espíritu Santo.
Esta promesa es para ustedes y para sus hijos, y para todos los que
nuestro Dios quiera salvar en otras partes del mundo.
Hechos 2.36-39

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Pedro siguió hablando a la gente con mucho entusiasmo.
Les dijo: «Sálvense del castigo que les espera a todos los
malvados».
Ese día, unas tres mil personas creyeron en el
mensaje de Pedro. Tan pronto como los
apóstoles los bautizaron, todas esas personas
se unieron al grupo de los seguidores de Jesús y
decidieron vivir como una gran familia. Y cada
día los apóstoles compartían con ellos las
enseñanzas acerca de Dios y de Jesús. También celebraban la
Cena del Señor y oraban juntos.
Hechos 2.40-42

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Un día, como a las tres de la tarde, Pedro y
Juan fueron al templo. A esa hora los judíos
acostumbraban orar. Un hombre que nunca
había podido caminar, era llevado todos los días
a una de las entradas del templo, conocida como
Puerta Hermosa. Ese hombre pedía limosna a la
gente que entraba en el templo. Tan pronto
como aquel hombre vio a Pedro y a Juan, les
pidió dinero. Ellos se le quedaron mirando, y
Pedro le dijo: «Préstanos atención».
Hechos3.1-4

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Aquel hombre los miró atentamente, pensando que iban a darle
algo. Sin embargo, Pedro le dijo: «No tengo oro ni plata, pero te voy
a dar lo que sí tengo: En el nombre de Jesucristo
de Nazaret, te ordeno que te levantes y
camines».
En seguida, Pedro lo tomó de la mano derecha y
lo levantó. En ese mismo instante, las piernas y
los pies de aquel hombre se hicieron fuertes, y
de un salto, se puso en pie y empezó a caminar.
Alegremente, y sin pensarlo dos veces, entró al templo con
Pedro y Juan, caminando y saltando y alabando a Dios.
Hechos 3.5-8

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Sin separarse de Pedro ni de Juan, el hombre siguió caminando.
La gente corrió asombrada tras ellos hasta otra puerta, conocida
como Puerta de Salomón, y los rodeó. Al ver eso,
Pedro les dijo:
«Amigos israelitas, ¿qué les sorprende? ¿Por
qué nos miran así? ¿Acaso creen que nosotros
sanamos a este hombre con nuestro propio
poder?
Por eso, dejen de pecar y vuelvan a obedecer a
Dios. Así él olvidará todo lo malo que ustedes han hecho, les dará
nuevas fuerzas.
Hechos 3.11-12,19

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Todavía Pedro y Juan estaban hablando con la
gente cuando se acercaron algunos sacerdotes y
saduceos, y el jefe de los guardias del templo.
Estaban muy enojados porque Pedro y Juan
enseñaban que los muertos podían resucitar, así
como Jesús había sido resucitado. Entonces
apresaron a Pedro y a Juan, pero como ya estaba
anocheciendo, los encerraron en la cárcel hasta el día siguiente.
Sin embargo, cuando escucharon el mensaje que daban los
apóstoles, muchos creyeron en Jesús. Ese mismo día, el grupo de
los seguidores de Jesús llegó como a cinco mil personas.
Hechos 4.1-4

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Al día siguiente, la Junta Suprema se reunió en Jerusalén. En la
Junta estaban los líderes del país, con sus consejeros y los
maestros de la Ley. Allí estaba Anás, que era el
jefe de los sacerdotes, acompañado de Caifás,
Juan, Alejandro y los otros sacerdotes
principales. Pedro y Juan fueron llevados a la
presencia de todos ellos, y ellos empezaron a
preguntarles:
—¿Quién les ha dado permiso para enseñar a
la gente? ¿Quién les dio poder para hacer milagros?
Hechos 4.5-7

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Entonces Pedro, lleno del poder del Espíritu
Santo, les dijo a los líderes y a sus consejeros:
—Señores, ustedes nos preguntan acerca del
hombre que estaba enfermo y que ahora está
sano. Ustedes y toda la gente de Israel deben
saber que este hombre está aquí,
completamente sano, gracias al poder de Jesús
de Nazaret, el Mesías. Ustedes ordenaron que
lo mataran en una cruz, pero Dios lo ha
resucitado.
Hechos 4.8-10

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Todos los de la Junta Suprema se sorprendieron de oír a Pedro
y Juan hablar sin ningún temor, a pesar de que
eran hombres sencillos y de poca educación. Se
dieron cuenta entonces de que ellos habían
andado con Jesús. Y no podían acusarlos de
nada porque allí, de pie junto a ellos, estaba el
hombre que había sido sanado.
Los de la Junta ordenaron sacar de la sala a
los acusados y se pusieron a discutir entre ellos. «¿Qué vamos a
hacer?», se decían. «No podemos acusarlos de mentirosos, pues
lo que hicieron por ese hombre es realmente un milagro, y todos
en Jerusalén lo saben».
Otros decían: «Debemos impedir que lo sepa más gente.
Tenemos que amenazarlos para que dejen de hablar del poder de
Jesús».
Hechos 4.13-17

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Así que los llamaron y les ordenaron:
—No le digan a nadie lo que ha pasado, y dejen de enseñar a la
gente acerca del poder de Jesús.
Pero Pedro y Juan les respondieron:
—Dígannos, entonces: ¿debemos obedecerlos a ustedes antes
que a Dios? ¡Nosotros no podemos dejar de hablar de todo lo que
hemos visto y oído!
Los jefes de la Junta Suprema les
advirtieron que tenían que dejar de hablar de
Jesús. Luego los soltaron, porque no podían
castigarlos, pues todo el pueblo alababa a Dios
por haber sanado milagrosamente a ese
hombre, que tenía más de cuarenta años de
edad.
Hechos 4.18-22

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Cada día se agregaban al grupo más
hombres y mujeres que creían en Jesús. La
gente sacaba a los enfermos en camas y en
camillas, y los ponía en las calles por donde
Pedro iba a pasar, esperando que por lo
menos su sombra cayera sobre alguno y lo
sanara.
Mucha gente de los pueblos cercanos a
Jerusalén también llevaba enfermos y
gente con espíritus malos. Y todos eran
sanados.
Hechos 5.14-16

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