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HISTORIA DE LA IGLESIA

Edad Antigua y Edad Media


PROLOGO
¿Cómo sabremos quién es la Santa Iglesia Católica si ignoramos sus luchas en los días
de las lejanas persecuciones romanas hasta las de hoy, cuando vivimos en una "segunda
era de los mártires" ya que el ensoberbecido siglo XX ha derramado la sangre cristiana
con una abundancia tan semejante sólo a la persecución de los primeros años del siglo
IV?
¿Cómo sabremos quién es Ella si ignoramos sus luchas contra las herejías que cien y
cien veces intentaron rasgar la túnica de su fe inmaculada? -si no sabemos de sus
triunfos en días gloriosos, si no conocemos sus héroes y sus santos?
¿Cómo defenderemos a nuestra Madre si no estudiamos su Historia, si no sabemos a qué
precio nuestros padres en la fe nos han conservado nuestra santa Religión?
Así es de importancia suma, para todo Católico, el estudio de la Historia de la Iglesia: de
este estudio brotará para él mayor aprecio para con su eminente dignidad de cristiano, ya
celebrada hace dieciséis siglos por el Papa San León el Grande o San León Magno:
"Conoce, oh cristiano tu dignidad: Hecho participe de la divina naturaleza, no vayas a
degenerar en conversación vil". (Sermo I, de Nativitate Dornini).
El contenido de la Historia de la Iglesia es bastante denso y profundo, abarca desde los
días de los apóstoles hasta los nuestros. Comienza en la antigüedad cristiana y continúa
con la formación de lo que muchos años se llamó CRISTIANDAD, conjunto de naciones
que socialmente obedecía a Cristo y a su Iglesia. Esa cristiandad en Europa
especialmente la hemos visto luchar contra sus adversarios, vencerlos y luego
desmoronarse bajo los golpes del protestantismo y laicismo moderno.
No por eso fue vencida la Santa Iglesia: ya vuelve a recuperar naciones que le arrebató la
herejía del siglo XVI. En América Hispana ha encontrado nuevas tierras que conquistar
para Cristo y millones de almas que educar. Hemos desarrollado un tanto la vida de la
Iglesia entre nosotros que tampoco glorias y santos nos faltan.
Finalmente hemos asistido a los enormes trabajos de la Iglesia misionera del siglo XX,
divina compensación por las pérdidas que le hacen sufrir la persecución comunista en
Europa Oriental, y la agresividad del protestantismo americano.
La Iglesia es la continuación de Jesucristo en la tierra; es su reino, su Cuerpo místico,
según palabra de San Pablo. La Historia de la Iglesia relata el progreso del reino de
Cristo, su maravillosa propagación y conservación, su inagotable vida y fecundidad.
En esta primera parte tan sólo abarcaremos el primer gran período de la historia: La
Antigüedad, que va desde el día de Pentecostés hasta el siglo VIII.
Dios mediante, en próximos trabajos, lograremos presentar la historia los siglos restantes:
del Siglo XI hasta nuestros días.
1 CAPITULO I
Desde Pentecostés hasta el fin de las persecuciones.
1.1 Pentecostés y los primeros tiempos
1.1.1 Pentecostés
Cuando llegó el día de Pentecostés, estando todos los discípulos juntos en un mismo
lugar con María, la Madre de Jesús, de repente, sobrevino del cielo un ruido como de un
viento impetuoso que invadió toda la casa. Y aparecieron unas como lenguas de fuego
que se posaron sobre cada uno de ellos. Entonces quedaron todos llenos del Espíritu
Santo y comenzaron a hablar en lenguas extrañas las palabras que el mismo Espíritu
ponía en su boca.
Había a la sazón en Jerusalén judíos, varones piadosos, de cuantas naciones hay bajo el
cielo (de todas las naciones del mundo), y habiéndose corrido la voz, se juntó una
muchedumbre que se quedó confusa al oírlos hablar cada uno en su propia lengua.
Estupefactos de admiración, decían: "Todos estos que hablan, ¿no son galileos? Pues,
¿cómo nosotros los oímos cada uno en nuestra propia lengua, en la que hemos nacido?...
Otros, burlándose, decían: "Están cargados de mosto"( borrachos).
Entonces se levantó Pedro con los once (apóstoles) y alzando la voz les habló: "No están
estos ebrios como vosotros suponéis, pues no es aun la hora de tercia". Les manifestó
que era el cumplimiento de la promesa divina dicha por boca de Joel: "Sobre mis siervos
derramaré mi Espíritu y profetizarán".
Luego les recordó que a Jesús de Nazaret lo habían entregado para ser crucificado y que,
por virtud divina había resucitado "de lo cual, dijo, somos nosotros todos testigos".
Oyéndolo se sintieron compungidos y dijeron a Pedro y a los demás Apóstoles: "¿Qué
hemos de hacer hermanos?" A lo que les contestó Pedro: "Arrepentios y bautizaos en el
nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados y recibiréis el don del Espíritu
Santo".
Tanta fue la gracia de Dios en aquel primer día que tres mil de los presentes se
convirtieron y recibieron el bautismo. Perseveraban en oír la enseñanza de los Apóstoles
y en la unión y en la fracción del pan y en la oración. (Hechos 2).

1.1.2 Los Primeros Tiempos


Un día Pedro y Juan subían al templo a orar a la hora de nona. Había un hombre tullido
desde el seno de su madre, que traían y ponían cada día a la puerta del Templo llamada
la Hermosa para pedir limosna. Aquel hombre miró a los dos Apóstoles, y Pedro le dijo:
"Ni oro, ni plata tengo: lo que tengo te lo doy: en nombre de Jesucristo Nazareno anda". El
cojo quedó curado al instante y entró con los Apóstoles en el Templo, alabando a Dios.
Todo el pueblo quedó lleno de admiración. Por segunda vez predicó San Pedro y convirtió
a otras cinco mil personas.

Mientras Pedro hablaba al pueblo sobrevinieron los sacerdotes, el oficial del templo y los
saduceos. Indignados de que Pedro y Juan enseñasen al pueblo, los metieron en la cárcel
para llevarlos ante el Sanedrín al siguiente día. Por esta vez se contentaron los Judíos
con amenazar a los Apóstoles. Pero como estos continuaban predicando y obraban
prodigios hasta el punto que la sola sombra de Pedro curaba los enfermos, los saduceos
echaron mano otra vez de los Apóstoles y les encerraron en la cárcel pública.
Ya la primera vez San Pedro y San Juan les habían contestado: "Juzgad vosotros si es
justo obedeceros antes que a Dios... no podemos dejar de decir lo que hemos visto y
oído". En esta segunda comparecencia les declararon terminantemente que era preciso
obedecer a Dios antes que a los hombres".
Irritados los del Sanedrín, mandaron azotar a los Apóstoles y les ordenaron que no
hablasen en el nombre de Jesús...Ambos Apóstoles, Pedro y Juan salieron contentos
porque habían sido dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús.

1.1.3 San Esteban


Los que creían tenían un solo corazón y una sola alma. No había entre ellos indigentes,
pues los que eran dueños de casas y de campos los vendían y llevaban el precio al pie de
los Apóstoles. Así lo hizo José, el llamado por los Apóstoles Bernabé, esto es hijo de
consolación y que era levita, oriundo de Chipre.
También pretendieron Ananías y Safira su mujer, pero dejándose vencer del demonio de
la avaricia, llevaron engañosamente parte del precio a San Pedro. Como éste les
preguntara al uno y luego a la mujer si era ese el precio, la mentira con que ambos
esposos le contestaron se vio castigada por la muerte repentina. Gran temor se apoderó
de toda la Iglesia y de cuantos supieron tales cosas.
Los Apóstoles establecieron desde aquellos tiempos siete diáconos para ocuparse del
cuidado material de los fieles pues "no era justo, dijeron, que abandonaran el misterio de
la palabra para servir a las mesas". El más conocido era Esteban, hombre lleno de gracia
y de fe y que hacía grandes prodigios en el pueblo.
Lo llevaron los Judíos ante el Sanedrín, donde el santo diácono se defendió con fuerza,
echando en cara a los príncipes de los sacerdotes su impiedad. Y mientras se llenaban de
rabia al oírlo, Esteban miro al cielo y miro la gloria de Dios y a Jesús en pie a la diestra de
Dios y dijo: "Veo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre en pie, a la diestra de Dios". Ellos
gritando a grandes voces tapáronse los oídos y se arrojaron a una sobre él.
Lo sacaron luego fuera de la ciudad y lo apedrearon. Y mientras lo apedreaban, Esteban
oraba: "Señor Jesús recibe mi espíritu". Puesto de rodillas dijo con voz fuerte: "Señor, no
les imputas este pecado". Y diciendo esto se durmió en el Señor.
Lo recogieron algunos varones piadosos e hicieron sobre él gran luto. San Esteban fue el
primer mártir.

1.2 San Pedro


1.2.1 En Palestina
Desde los comienzos de la Iglesia, San Pedro actuó como jefe de ella: fue el primero en
predicar al pueblo el día de Pentecostés; el primero en obrar milagros: el primero en sufrir
los azotes de los judíos, fue también el primero en llevar el apostolado fuera de Jerusalén.
El fue quien con Juan, impuso las manos sobre los fieles de Samaría convertidos por el
diácono Felipe y les dio el Espíritu Santo.
Pedro fue el que devolvió la salud al paralítico Eneas, en Lida y la vida a la difunta Tabita,
en Joppe; el que reprendió a Simón el Mago, padre de la Simonía, cuando este le ofreció
dinero al Apóstol en cambio del poder de hacer milagros.
Finalmente fue Pedro el que recibió a los primeros gentiles en la Iglesia y dio el bautismo
al Centurión Cornelio.
Más tarde, el tercer Herodes llamado Agripa hizo prender a Pedro para darle muerte
públicamente y así complacer a los Judíos. Mientras tanto toda la Iglesia oraba con
instancia a Dios por él.
Durante la noche anterior al suplicio, a pesar de estar Pedro encadenado y bajo la
custodia de 16 soldados, un Angel del Señor lo libertó milagrosamente. Luego de reunirse
con los fieles y contarles cómo había sido sacado de la cárcel. Pedro salió y se fue a otro
lugar.
Este mismo Herodes había hecho prender y degollar a Santiago el Mayor, hermano de
Juan. Fue en ese tiempo cuando los Apóstoles abandonaron la Judea y se dispersaron
por el mundo conocido.

1.2.2 En Antioquía
La tradición de los antiguos historiadores de la Iglesia, tradición confirmada por la fiesta
de la Cátedra de S. Pedro en Antioquía, nos enseña que San Pedro estableció el centro
de su apostolado, su sede en Antioquía, gran ciudad entonces. Allí fue donde, por su gran
muchedumbre que los discípulos empezaron a llamarse cristianos.
Durante su estancia en aquella capital estableció San Pedro diversas Iglesias en el Ponto,
la Bitinia y la Capadocia.

1.2.3 En Roma
Pasados los siete años que la tradición atribuye a su episcopado en Antioquía, San Pedro
se encaminó a Roma, capital del Imperio Romano y del mundo.
Allí fundó la Iglesia Romana: dio él mismo el episcopado a Lino, que había de ser el
primer sucesor suyo y allí sufrió el martirio.

Es creencia general que, recibido primero en la colonia judía que habitaba uno de los
barrios pobres, se hospedó luego en casa del senador Cayo Valerio Pudente,
emparentado con el centurión Cornelio, bautizado por el Apóstol.
Entre los años del 47 al 51, después de un motín de barrio, cuya causa atribuye el
historiador Tácito a un tal Cresto - es decir el nombre que los paganos por malicia o por
ignorancia daban a Cristo-, el emperador Claudio desterró de Roma a todos los judíos y
San Pedro tuvo que salir con ellos. Volvió hacia el año 63 y durante la persecución de
Nerón fue encarcelado en la prisión Mamertina. Condenado a morir en una cruz, pidió que
lo crucificaran con la cabeza para abajo diciendo que no era digno de morir de la misma
manera que su divino maestro.
La primacía que había recibido de Jesucristo N. S. y ejercido en Roma, pasó como
herencia a sus sucesores en aquella sede, por lo cual el Papa, Obispo de Roma, es el
Pastor supremo de la Iglesia.

1.3 San Pablo


1.3.1 Conversión de Saulo
Entre los que aprobaron la muerte de San Esteban había un joven llamado Saulo, de la
secta de los Fariseos, natural de Tarso, Cilicia; educado en las escuelas de los Rabinos
de Jerusalén, odiaba de muerte a los discípulos. Asolaba a la Iglesia, dicen los hechos
apostólicos, penetraba en las casas, arrancando de ellas a hombres y mujeres para
llevarlos a la cárcel.
Obtuvo cartas del príncipe de los sacerdotes para ir a Damasco, con poder de aprisionar a
quienes fuesen cristianos. Ya cerca de la ciudad fue rodeado de una luz del cielo, y caído
en tierra, oyó una voz que le decía: "Saulo, Saulo, por qué me persigues?" "¿Quién eres?,
Respondió él. Soy Jesús a quien tú persigues. Levántate y entra en la ciudad; allí se te
dirá lo que has de hacer".
Saulo se levantó y con los ojos abiertos nada veía. Sus compañeros le tomaron de la
mano y le condujeron a Damasco, donde quedó tres días sin comer ni beber.
Había en Damasco un discípulo de nombre Ananías a quien llamó el Señor para mandarle
donde Saulo. Y como Ananías le contestaba: "Señor, he oído a muchos de este hombre,
cuántos males ha hecho a tus santos de Jerusalén..." El Señor le repuso: "Ve, porque
este es para mi un instrumento de elección, para que lleve mi nombre ante las naciones y
los reyes y los hijos de Israel. Y le mostraré cuánto debe padecer por mi nombre". Fue
Ananías, le impuso las manos a Saulo y le devolvió la vista.
Luego lo bautizó y pronto Saulo se dio a predicar en las sinagogas que Jesús era el Hijo
de Dios.
Pasado algún tiempo, los Judíos resolvieron matar a Saulo, por lo que los discípulos le
hicieron huir descolgado en una canasta por el muro, porque aquellos guardaban las
puertas día y noche, para darle muerte. (Hechos Apostólicos, cap. 9)

Entretanto, Saulo se había retirado a las regiones próximas a Damasco, para recibir las
revelaciones del Señor, según lo dice él en sus Epístolas. Al cabo de tres años subió a
Jerusalén donde Bernabé, pariente suyo, le presentó a Pedro, con quien estuvo quince
días. Enseguida volvió a Antioquía.
8 -Pablo, Apóstol de los Gentiles
Había en la Iglesia de Antioquía profetas y doctores. Mientras celebraban la Liturgia y
guardaban los ayunos, dijo el Espíritu Santo: "Separadme a Bernabé y a Saulo para la
obra a que los llamo". Entonces, después de orar y ayunar les impusieron las manos y los
despidieron. Así San Pablo fue constituido Apóstol de los Gentiles. "El que obró en Pedro
para el apostolado de la circuncisión obró también en mi para el de los gentiles", escribió
más tarde el propio San Pablo a los Galatas.

1.3.2 Pablo, el Viajero de la Fe


Comenzó entonces Pablo su gloriosa e incomparable carrera para anunciar la doctrina de
Cristo N. S. a las naciones.
Tres fueron sus grandes giras apostólicas.
En la primera, Pablo, acompañado de Bernabé y de Juan Marcos, el futuro evangelista,
recorrió Chipre y Asia Menor en su parte meridional.
Luego de quedarse en Antioquía de Siria un tiempo cuya duración no se conoce, se
separaron Bernabé y Pablo.
Entonces Pablo, llevándose a un nuevo compañero llamado Silas, visitó las Iglesias ya
fundadas y, continuando este segundo viaje, llegó hasta la Frigia y la Galicia; pasó luego
a Europa. En Filipos fundó una comunidad; siguió a Salónica y bajó hasta Atenas, donde
predico ante el Areópago. De Atenas se fue a Corinto donde permaneció año y medio y
dejó una Iglesia floreciente. De allí regreso a Asia Menor.
No tardó en emprender el tercer viaje cuyo centro fue Efeso, donde permaneció por más
de dos años y fundó otra comunidad importante. En este tercer viaje iba en compañía de
Lucas, el médico y futuro evangelista, que lo seguía desde la ciudad de Troas, en su
segunda gira.
Por doquiera San Pablo encontró grandes resistencias y grandes padecimientos que él
mismo cuenta en sus epístolas. Muchas veces se vio encarcelado, azotado, apedreado;
naufragó y pasó un día y una noche en los abismos del mar. Muy a menudo se vio
rodeado de falsos hermanos y blanco de negras envidias. El apóstol consideraba todos
esos padecimientos como señas y pruebas de la bondad de su ministerio evangélico.

1.3.3 Pablo, Mártir de la Fe


Después del tercer viaje, subió Pablo a Jerusalén donde se alborotaron los judíos e
hicieron que fuera apresado por los Romanos. Después de un cautiverio de dos años, él
mismo apeló al César y fue llevado a Roma donde permaneció otros dos años en semi-
libertad. Aprovechó estos años en predicar la fe. Absuelto por César volvió a Oriente y
sufrió luego un segundo cautiverio.
Según las antiguas tradiciones de la Iglesia Romana, pasó nueve meses con San Pedro
en el oscuro calabozo de la cárcel Mamertina. Sacado de allí, sufrió una última flagelación
y, en su calidad de ciudadano romano, fue decapitado el mismo día que San Pedro era
crucificado con la cabeza para abajo. Era el año 67.
San Pablo aparece como el gran evangelista de los paganos en la primitiva Iglesia; sin
embargo no tendrá sucesor en su apostolado: él no es la piedra angular de la Iglesia. La
piedra angular es Pedro y el Papa, sucesor de Pedro, será el jefe de la Iglesia, donde ha
de mandar una cabeza visible, la del Vicario de Cristo.

1.4 Nota sobre algunos de los Apóstoles


Muy poco se sabe de la vida y trabajos de los demás apóstoles.
Santiago el mayor, permaneció algún tiempo en Judea y, según afirman tradiciones del
siglo VII, hubiera ido a predicar a España, convirtiendo algunos a Cristo, de entre los
cuales, siete, ordenados más tarde por San Pedro, fueron los fundadores de algunas
Iglesias de España.
Tradiciones del siglo V dicen que, a petición de la Virgen María, el Apóstol le dedicó un
modesto oratorio en Zaragoza. En siglos posteriores fue sustituido por un amplio templo
que, en el siglo XIV recibió el nombre del Pilar, por estar la imagen de la Virgen sobre una
columna de mármol.
El apóstol Santiago volvió a Judea, donde fue degollado por orden de Herodes Agripa,
hacia los años de 42 a 44. Su cuerpo, según antiquísima tradición española que remonta
al siglo IX, se venera en la ciudad de Compostela.
Santiago el Menor fue obispo de Jerusalén. Su Vida santa le mereció por parte de los
mismos Judíos el sobrenombre de justo. Pero, por la envidia y el odio de los príncipes de
los Sacerdotes y de los fariseos fue arrojado desde lo alto del templo y apedreado.
San Juan, hermano de Santiago el Mayor vivió con la Virgen Santísima en Jerusalén.
Antes del sitio de esta ciudad por los romanos salió para Efeso cuya Iglesia, fundada por
San Pablo, gobernó por muchos años.
Tertuliano nos dice que fue llevado a Roma en el reinado de Domiciano y condenado a
morir en una caldera de aceite hirviendo. De allí salió milagrosamente ileso. Desterrado a
la Isla de Patmos escribió el Apocalipsis (o profecía). A la muerte de Domiciano volvió a
Efeso, donde murió de avanzada edad. Escribió el Evangelio que lleva su nombre.
San Andrés evangelizó la Escitia y la Tracia. Fue crucificado en Patras de Grecia y el
relato su martirio fue escrito por sacerdotes de aquella Iglesia.

Si las noticias referentes a los demás apóstoles son aun más inciertas puede, sin
embargo, afirmarse que todos coronaron su vida por el martirio, sellando con su sangre la
verdad de sus enseñanzas.

1.5 Tres siglos de persecuciones


1.5.1 Quiénes fueron los Perseguidores
La religión de Nuestro Señor Jesucristo fue blanco de contradicción desde su cuna. Ya
vimos cómo la persiguieron los sacerdotes judíos quienes hicieron prender, encarcelar y
azotar a los apóstoles, prohibiéndoles predicar la Resurrección de Cristo: cómo
apedrearon a San Esteban e hicieron decapitar a Santiago; cómo más tarde mataron a
Santiago el Menor, Obispo de Jerusalén.
Por todas partes se opusieron a la predicación de San Pablo y suscitaron tumultos con el
fin de darle muerte.
Empero los mayores obstáculos que había de vencer la naciente Iglesia le vinieron de
parte de los paganos.
Confundidos en un principio con los Judíos, muy pronto el pueblo distinguió a los
cristianos de aquéllos e hizo de ellos el objeto de su odio. Ya en su tiempo el historiador
Tácito los acusaba de "enemigos del género humano". De tal manera que los consideraba
como responsables de las calamidades públicas.
Fomentaban aquel odio los filósofos paganos, enemigos de la doctrina de Cristo y los
sacerdotes de los ídolos que vivían del comercio de las víctimas ofrecidas a los dioses.
Una tercera clase de perseguidores tuvieron los cristianos en Roma, a saber, los mismos
emperadores y, entre ellos, los mejores, pues veían en el cristianismo un peligro para la
unidad del imperio. Por eso mismo la causa determinante de tan largas persecuciones
fueron más bien de orden legal y jurídico.

1.5.2 Acusaciones Hechas a los Cristianos


Además de los crímenes de la plebe achacaba falsamente a los cristianos por ejemplo: el
comerse la carne de un niño y beberse su sangre en sus asambleas nocturnas, las
principales acusaciones levantadas contra ellos eran:
1º El pretender una Religión Universal que los Emperadores tomaban a amenaza contra
el mismo Imperio.
2º El crimen de la lesa majestad, es decir no adorar al César.
3º El practicar un culto ilícito lleno, decían, de supersticiones; en el que se hacían
culpables de hechicerías. Así llamaban a los milagros.

1.5.3 Penalidades
Los cristianos, antes de ser sometidos a juicio eran encarcelados, cargados de cadenas
en infames calabozos. Luego se les sometía a tormento en el potro; se les azotaba; se les
desgarraba con garfios etc. Los que permanecían firmes en la fe eran decapitados si
ostentaban el título de ciudadanos romanos; expuestos a las fieras del circo o quemados
vivos, si eran de libre condición, pero no ciudadanos romanos; crucificados si eran
esclavos.
Los edictos publicados por Septimio Severo, Decio, Valeriano y Diocleciano, tuvieron por
objetivo atajar la propagación del Evangelio más por la apostasía que por el martirio.
Fueron sin embargo la causa de gran número de martirios y de suplicios hasta entonces
poco usados.

1.5.4 Los Mártires: Número y Valor de su Testimonio


El número de los Mártires fue muy grande; aún lo atestiguan los autores antiguos, tanto
cristianos como paganos, sin que se pueda dar una cifra precisa.
Historiadores como Tácito nos habla de una gran muchedumbre, al referirse a las víctimas
de Nerón; Dion Casio, nos dice lo mismo al hablar de Domiciano. Clemente de Alejandría
escribe que Septimio Severo derramó a torrentes la sangre de los cristianos y se creyó el
llegado Anticristo. Lactancio llamó a Decio "un monstruo" y de la breve persecución de
Valeriano, el mismo dice que hizo correr mucha sangre.
La persecución de Diocleciano asoló durante diez años al pueblo de Dios: ninguna guerra
diezmó tanto a los pueblos, según testimonio de Sulpicio Severo.
Sin un verdadero milagro moral no se explican:
a) Ni este gran número de mártires de toda edad y condición, ancianos, doncellas, niños a
quienes una muerte cruel no podía menos que horrorizar.
b) Ni su heroica constancia en presencia de horribles suplicios, como ser atormentados en
el potro, rasgados con uñas de hierro, quemados a fuego lento, desollados, crucificados.
e) Ni su invicta fortaleza sin que una queja saliera de sus labios y con la circunstancia de
que les bastaba una sola palabra, quemar un grano de incienso en el Pebetero (utensilio
que sirve para quemar perfumes, usado para quemar incienso a los ídolos) para verse
libres de tanto tormento.
d) Ni esa libertad de palabra que usaron los mártires para con sus perseguidores.
"Consiento en contestarte, dice San Policarpo a su juez, porque nuestra Ley nos enseña a
honrar a las autoridades puestas por Dios para gobernar".
"Sacrifica o muere, dice un procónsul al obispo San Acacio. Y el obispo: "También dicen
los ladrones de Dalmacia: la bolsa o la vida".
Aquel milagro moral, lo obraba Dios en prueba de la divinidad de su Iglesia.

1.5.5 Los Principales Mártires


Entre los más insignes mártires citaremos a unos pocos de los primeros siglos:
San Simeón, pariente de Jesús Nuestro Señor, y obispo de Jerusalén, crucificado a la
edad de ciento veinte años.
San Ignacio, obispo de Antioquía, llevado a Roma para ser devorado de las fieras.
San Policarpo, obispo de Esmirna, quemado vivo a la edad de ochenta y seis años.
Santa Blandina, la esclava de Lyon y sus numerosos compañeros, atrozmente
martirizados.
Las santas Felicítas y Perepetua, en Cartago de Africa, expuestas a las fieras del circo.
San Lorenzo diácono de Roma, asado vivo a fuego lento sobre unas parrillas por no haber
entregado los tesoros de la Iglesia.
San Cipriano, obispo de Cartago, decapitado.
Santa Cecilia, virgen de la nobleza romana degollada en su misma casa.
San Sinforiano, joven de quince años en Autún, alentado por su misma madre a sufrir el
martirio. (275)
San Sebastián, capitán de la guardia imperial asaetado de primero y luego muerto a
garrote, algún tiempo después.
Santa Inés, virgen romana, niña de unos trece años.
San Vicente, ilustre diácono español desgarrado con uñas de hierro y asado sobre
parrillas. (304)
En las persecuciones de Maximiano (286 -292) de Diocleciano y Galerio, (303 -311)
fueron particularmente probadas las Iglesias de las Galias (actual Francia) durante la
primera y las de Oriente y de España en la segunda.

1.5.6 Triste Fin de los Perseguidores de la Iglesia


No pocas veces, Dios castigó visiblemente a los perseguidores de la Iglesia. En su libro
De Mortem Persecutorum, el apologista Lactancio nos da testimonio de cómo murieron
los grandes perseguidores.
Nerón condenado a morir a puros azotes, y decapitado, en virtud de una sentencia del
senado, resuelve matarse cuando vienen a prenderle.
Decio pereció en un pantano, combatiendo contra los Godos.
Valeriano quien pretendió la destrucción del Cristianismo con la muerte de los obispos y
demás ministros fue vencido y hecho prisionero por Sapor rey de Persia; acabaron
desollándolo vivo, según la bárbara costumbre persa y colgaron la piel del desgraciado,
teñida de rojo en uno de sus templos.

Maximiliano en la gran persecución de Diocleciano, apresado por un intento de asesinato


a la persona de Constantino, se ahorcó en su prisión.
Dioclesiano, obligado a abdicar, se dejó morir de hambre.
Galerio, el principal autor de la décima persecución, murió con el cuerpo devorado por
gusanos, después de un año de atroces sufrimientos.

1.6 Los Primeros Padres


Mientras los emperadores romanos derramaban la sangre de los cristianos, los escritores
y filósofos paganos trataban en sus escritos de difamarlos y ridiculizar las practicas de la
nueva religión.
Tampoco le faltaron a la Iglesia, malos hijos que atacaron su doctrina y enseñaron errores
que se llamaron herejías.
Por aquel entonces suscitó Dios Nuestro Señor a santos y doctos varones, quienes con
su palabra y sus escritos desmintieron las calumnias de los paganos y reputaron las
falsedades de los herejes.
Durante los dos primeros siglos, las persecuciones provocadas por los Emperadores
Romanos, las calumnias de los judíos contra los cristianos, y el querer de los filósofos
paganos de ridiculizar la doctrina de la Iglesia suscitaron los primeros defensores de la
Iglesia llamados Padres Apostólicos y Padres Apologistas.
Los Padres Apostólicos fueron aquellos escritores eclesiásticos, contemporáneos con los
Apóstoles, quienes se distinguieron por su ciencia y santidad. Los principales fueron San
Clemente Papa, murió en el año 100. El Pastor de Hermas hermano del Papa Pío I, San
Ignacio, Obispo de Antioquía y los autores Anónimos de la Carta de Bernabé y la Didaké
o Doctrina de los doce Apóstoles.
Los Apologistas, fueron los primeros defensores públicos de la fe, eran sabios cristianos,
que con sus escritos defendieron la doctrina de la Iglesia y el culto cristiano. Y así
pusieron de manifiesto la Santidad de la Iglesia. Entre ellos Sobresalen San Justino,
mártir en Roma; San Ireneo; Tertuliano , Orígenes y San Cipriano.
Como ejemplo del fervor de los Santos Padres, citamos a continuación el relato del
martirio de San Cipriano, que es uno de los monumentos más venerables de la
antigüedad cristiana:
--"¿Tú eres Tascio Cipriano?" le dijo el procónsul ante el cual lo habían llevado. "Lo soy".
--¿Tú te has hecho Papa de esos hombres sacrílegos?" "Sí".
--"Los santísimos emperadores han ordenado que sacrifiques" "No lo haré".
--"Reflexiona... Haz lo que se te ha ordenado" "En cosa tan justa no hay lugar a reflexión".
Galerio, el Procónsul leyó entonces el decreto siguiente; "Ordenamos que Tascio Cipriano
sea muerto con espada".

Cipriano dijo: "Gracias sean dadas a Dios".


Llevado al lugar del suplicio, el obispo mandó que se le pagasen al verdugo veinticinco
piezas de oro.

1.7 Vida de la Iglesia en los primeros siglos


1.7.1 El Clero y los Fieles
Jesucristo entregó a sus apóstoles el gobierno de su Iglesia. A su vez los Apóstoles
dieron jefes a las diversas comunidades que establecían. Así, desde un principio, los
miembros de la Iglesia se distinguieron en Clérigos y Laicos.
Entre los clérigos hubo varios grados a saber: Obispos, Presbíteros y Diáconos; así se
constituyó la jerarquía.
Desde los tiempos de San Pablo hubo obispos en la Iglesia; ya a fines del primer siglo
había uno sólo en cada comunidad importante. Les ayudaban 1os Presbíteros, mientras
los Diáconos atendían a los pobres y manejaban los bienes de la Iglesia.
Los obispos eran iguales entre si: uno sólo, el Obispo de Roma sucesor de San Pedro era
reconocido como jefe de todos.

1.7.2 El Celibato Eclesiástico


Siempre ha enseñado la Iglesia que el estado de Virginidad es superior al matrimonio. Sin
embargo, en sus primitivos tiempos, se vio obligada a ordenar como obispos a personas
ya ligadas por el vinculo matrimonial y sólo se exigía que antes de su consagración el
obispo se separara de su esposa, con el consentimiento de ésta.
Poco a poco se fue introduciendo en la Iglesia latina la práctica del Celibato, muy propio
de los ministros de la Nueva Ley. El Concilio de Elvira en España (306) lo declaró
obligatorio para todos los ministros constituidos In Sacris, esto es, Obispos, Presbíteros y
Diáconos.

1.7.3 Lugares de Culto


Los primeros cristianos se reunían para celebrar sus cultos en casas particulares que los
miembros pudientes de la comunidad ponían a la disposición de la misma.
Durante las persecuciones los cristianos se reunían en cementerios subterráneos
llamados Catacumbas.
Hacia los años de 260, creyendo ya asegurada la paz de la Iglesia, empezaron a construir
edificios espaciosos. Muchas de estas Iglesias fueron destruidas durante la persecución
de Diocleciano.

1.7.4 El Sacrificio Eucarístico


El centro del culto era la Celebración de la Eucaristía por el Obispo junto con tos
Presbíteros. Desde el año 100 la Liturgia, como la llamaban, tenia lugar por la mañana.
Comprendía varias partes: las Lecturas -Antiguo Testamento, Epístolas, Evangelio-; una
Homilía; la Ofrenda del pan y del vino mezclado con agua; la Oración para toda la Iglesia;
la Consagración y la Comunión ordinariamente bajo ambas especies.

1.7.5 Demás Sacramentos


Ya en la Iglesia primitiva hallamos la perfecta distinción de los sacramentos. Así
extendían: el Bautismo por infusión o por inmersión; la Confirmación, administrada en
Occidente por sólo el obispo; la Confesión de los pecados hecha al obispo o a los
sacerdotes aprobados.
El Orden y el Matrimonio se administraban el primero, como hoy, mediante la imposición
de las manos del obispo; el segundo, ya reconocido como indisoluble con la
comparecencia de los contrayentes ante el obispo. En cuanto a la Extrema Unción se
sabe que los primeros cristianos observaban el precepto dado por el Apóstol Santiago.

1.7.6 Las Fiestas y los Ayunos


Pocas eran las fiestas: el Domingo, en sustitución del sábado judío; Pascua de
Resurrección y de pentecostés la Epifanía del Señor. Ya a principios del siglo IV, la
Natividad del Señor era fiesta distinta de la Epifanía.
Cada Iglesia honraba a sus mártires principales en el aniversario de su muerte.
Los ayunos eran dos veces por semana, los miércoles y viernes; también ayunaban en la
semana anterior a la Pascua de Resurrección; la Cuaresma no aparece antes del Concilio
de Nicea, en 325.

2 CAPITULO II
Desde el Edicto de Milán hasta el tiempo de los Bárbaros.
2.1 Triunfo de la iglesia
2.1.1 Fin de las Persecuciones Imperiales
Por más de dos Siglos, el Imperio romano luchó contra la Iglesia: a la postre tuvo que
confesar su derrota. Diocleciano, el autor responsable de la última persecución, tuvo que
abdicar en el 305. Quedaron frente a frente los dos emperadores, Constantino en el
Occidente y Galerio en el Oriente, con sus respectivos Césares Majensio y Licinio.
Galerio continuó la persecución en Oriente, mientras Constantino daba la paz a la Iglesia
en sus dominios. Acometido el primero por terrible y asquerosa enfermedad, publicó un
edicto de tolerancia en favor de los cristianos: "Para agradecer nuestra indulgencia, decía
aquel edicto del 30 de abril del 311, los cristianos dirigirán sus plegarias a su Dios por
nuestra salud, por el Estado y por si mismos, para que todos gocemos de prosperidad
perfecta y puedan ellos vivir con seguridad en sus casas". Vano y estéril arrepentimiento
de quien había hecho de Diocleciano un perseguidor. A pesar de esto fue la aurora de
una paz general.

2.1.2 El Edicto de Milán


La oposición de ideas y de política que se manifestaba entre Constantino, favorecedor de
los cristianos en sus dominios y Majencio que se apoyaba en los paganos tenía que
resolverse en un conflicto.
Constantino declaró la guerra a Majencio y se adelantó sobre Italia. Mientras caminaba el
primero a la cabeza de sus tropas, vio una tarde una cruz luminosa, que también la vieron
los soldados, y con ellas estas palabras: In hoc signo Vinces (por este signo vencerás).
Durante la noche siguiente se le apareció Jesucristo, el cual le ordenó construyese un
estandarte según lo que había visto. Constantino obedeció y mandó hacer un estandarte
adornado con el monograma griego, (XP) de Cristo.
Empeñose la batalla en el Puente Milvio, no lejos de Roma, el 28 de octubre del 312.
Majencio fue vencido y al huir tratando de refugiarse en los muros de la ciudad, pereció
ahogado en el Tíber y Constantino entro triunfante a Roma.
Al año siguiente -313- Constantino, Emperador de Occidente y Licinio, uno de los Césares
de Oriente se reunieron en Milán y promulgaron el célebre Edicto del mismo nombre que
concedió plena libertad de culto a los cristianos y ordenó que se restituyeran los templos y
bienes confiscados, no a los particulares sino a los sociedad cristiana, esto es a la Iglesia.
2.1.3 Constantino
Con la promulgación del Edicto de Milán, Constantino dio comienzo a una política
abiertamente favorable al cristianismo. Empezó por sancionar el descanso dominical.
Por respeto a la santa Cruz, prohibió el suplicio de la crucifixión, lo que desde entonces se
observó en los países cristianos.
En el 321, dio a la Iglesia la Personería y la habilitó para heredar.
Después de la muerte de Licinio en el 324, ya único dueño del Imperio, Constantino dio al
Papa san Silvestre el palacio de Letrán y edificó en Roma las cuatro basílicas mayores,
las cuales son:
La Lateranense, San Juan de Letrán, Catedral de Roma;
La Vaticana, o sea la de San Pedro;
La Sesoriana o Santa Cruz de Jerusalén;
La Ostiense llamada también San Pablo extra muros.

Un sentimiento de respeto hacia el Obispo de Roma y el observar que la antigua


aristocracia romana permanecía fiel al paganismo lo movió a trasladar su capital a
Bizancio, en los confines de Europa y Asia. Quiso que fuese una ciudad cristiana, libre de
templos paganos, tan numerosos en Roma.
La inauguración de la nueva ciudad tuvo lugar el 11 de mayo de 330. Al parecer, aquel
cambio favoreció el desarrollo del Primado del Obispo de Roma; pero, a la larga fue fatal
a la Iglesia que se vio profundamente dividida.
Por otra parte, la ambición de los Obispos de Bizancio o Constantinopla y el desprecio
que profesaban hacia los Latinos causaron paulatinamente el llamado Cisma de Oriente,
que aun perdura, es decir, la división de la Iglesia Latina o de Occidente y la Iglesia
Griega o de Oriente, esta última se llama a sí misma Ortodoxa, esto es, recta, porque
pretende que la Iglesia Latina o Romana ha variado en la fe, lo que es falso.
Constantino conservó el titulo y la dignidad de Pontífice máximo, como quien dijera
supremo vigilante del culto pagano; con todo, no sólo se abstuvo personalmente de las
ceremonias idolátricas, sino que prohibió los sacrificios infames ofrecidos por algunas
sectas de sacerdotes romanos a sus divinidades y hasta los sacrificios domésticos a los
dioses romanos.
En su vida privada se manifestó a veces cruel con su propia familia: permaneció
catecúmeno toda su vida y no recibió el bautismo del obispo Eusebio de Nicomedia sino
muy poco antes de su muerte; su intervención en las luchas religiosas fueron un mal
ejemplo para sus sucesores.
La Historia lo ha apellidado "Grande" porque, a pesar de sus defectos comprendió su
época y, resueltamente encausó la política Romana por las vías de la civilización
cristiana.
2.1.4 Juliano el Apóstata
En 351, subió al trono Imperial Juliano, sobrino de Constantino.
El obispo San Marco de Aretusa lo había salvado de la matanza de la familia imperial,
ordenada por Constancio, tío de Juliano. No obstante, en el 362, Juliano hizo encarcelar a
su salvador y bienhechor San Marco de Aretusa, quien fue azotado, le arrancaron las
barbas y luego lo expusieron, desnudo y untado con miel, a los ardores del sol y las
picaduras de los insectos.
De joven le habían forzado a abrazar el cristianismo y llego a recibir algunas ordenes en
la Iglesia de Antioquía. En Atenas se educó con filósofos paganos y se inició
secretamente en el culto de Mitra -el dios del sol entre los persas-, a la par que crecía en
su corazón el odio hacia la religión del matador de su familia.
Apenas en posesión del trono renegó públicamente de la fe católica y quiso borrar la
señal de su bautismo con la infame ceremonia del Tauróbolo. Esta ceremonia propia de
los cultos idolátricos de oriente, consistía en que encima de una fosa, cubierta de tablas
agujeradas, se inmolaba un toro; el sacerdote o el que pretendía purificarse, se colocaba
en el fondo de la fosa, despojado de todo vestido y la sangre del toro degollado le
chorreaba por todo el cuerpo, al salir de la fosa, iba todo cubierto de sangre, y así lo creía
todo purificado.

Juliano abrió de nuevo los templos paganos; excluyó a los cristianos de los empleos
públicos; cerró las escuelas cristianas; prohibió a los fieles litigar ante los tribunales. Hasta
se rebajó escribiendo sátiras para burlarse de los libros sagrados.
Por otra parte procuró copiar las instituciones cristianas de caridad, así como la
organización del clero que quiso inútilmente imponer a los sacerdotes paganos.
Intentó oponerse a Cristo N. S., a quien llamaba por burla el "Galileo", y emprendió la
reconstrucción del templo de Jerusalén. Están acordes los historiadores tanto paganos
como cristianos en referir que un viento violentísimo acompañado de un fuerte terremoto y
de llamas misteriosas dispersó todos los materiales y que murieron muchos operarios sin
que se pudiera llevar a cabo tan sacrílega reconstrucción. Vanos fueron los esfuerzos de
Juliano: ya lo asechaba la muerte. Pereció en una guerra contra los Persas. Los
Historiadores cristianos dicen que, herido mortalmente, el desgraciado príncipe recogió la
sangre que manaba de la llaga y, arrojándola contra el cielo exclamó: "Venciste Galileo".

2.1.5 Teodosio el Grande


De aspecto majestuoso, casto, piadoso, el español Teodosio tenía treinta y tres años
cuando fue llamado por el joven Graciano para compartir con él el Imperio en 379.
Con Teodosio el derecho cristiano compenetró definitivamente el viejo derecho romano.
La idolatría vio su culto prohibido; sus templos derribados, hasta los más famosos como el
de Serapis, antiguo dios de Egipto, en Alejandría; los bienes de las falsas divinidades
aplicados al fisco del gobierno.
Ya Graciano había rechazado el título e insignia de "Pontífex máximus", cosa que no se
habían atrevido a hacer sus antecesores. También había hecho quitar del Senado
Romano la estatua de la Victoria y retirado a los sacerdotes paganos y a las vestales o
pitonisas sus privilegios y sus subsidios.
Las antiguas supersticiones se refugiaron en los campos; de ahí el nombre de paganismo
o religión de los paisanos.
Las virtudes de Teodosio no lo preservaron de caer en actos de venganza que costaron la
vida a unas 7,000 personas en Tesalónica. Justo es reconocer que el emperador supo
humillarse y sujetarse a la penitencia pública, cuando San Ambrosio, obispo de Milán se
la impuso y le prohibió la entrada a la iglesia hasta cumplirla. Aquella victoria sobre si
mismo, lejos de rebajar a Teodosio fue más bien la confirmación del título de Grande que
le dieron los contemporáneos y que le ha conservado la posteridad.
El triunfo de la Iglesia con Constantino, primero y, luego con Teodosio, fue el fruto de dos
siglos de martirios. Nacida del Costado de Cristo en la Cruz, siempre las persecuciones
han sido como fuente de nueva juventud para la Iglesia. No temamos a los modernos
enemigos de nuestra fe. ¿Dónde está Nerón y con él tantos perseguidores de los
primeros siglos? Los de hoy pasarán como ellos y quedará vencedora la Iglesia de Cristo.

2.2 El Siglo de Oro


El siglo que siguió a la paz otorgada por Constantino, el siglo IV, es el siglo de oro de la
ciencia eclesiástica. Así como aparecieron herejes empeñados en negar la divinidad de
Jesucristo en una u otra forma, también así sobresalieron los Grandes Padres de la
Iglesia: Escritores eclesiásticos antiguos que por su santidad y ciencia, han sido
reconocidos por la Iglesia, como maestros de la doctrina católica.
Los Padres Griegos fueron San Atanacio, patriarca de Constantinopla, el Adversario de
los Arrianos e incansable defensor de la fe. San Basilio, modelo de firmeza episcopal ante
el poder civil. San Gregorio Nacianceno, sabio y modelo de amistad cristiana con San
Basilio. San Juan Crisóstomo, Patriarca de Constantinopla, elocuente y gran defensor de
la moralidad.
Los Padres Latinos fueron San Hilario, Patriarca de Constantinopla, adversario de los
Arrianos en el occidente. San Ambrosio; Obispo de Milán, modelo de Obispos por su
firmeza en presencia de los herejes y los emperadores. San Jerónimo, el traductor de la
Biblia, el mas sabio de los doctores de su tiempo, y San Agustín, el más grande de los
Padres y que es llamado el Doctor de la Gracia.
Vencedora del paganismo en la tremenda lucha de las persecuciones sangrientas, la
Iglesia se vio atacada por sus mismos hijos en rebeldía y, a la paz de Milán sucedió el
infame ataque de los Herejes, empeñados todos en negar, en una u otra forma, la
divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre.
Unos la negaron rotundamente, éstos fueron los Arrianos, condenados en el primer
concilio ecuménico, en Nicea en el 325; otros distinguieron dos personas en Jesucristo y
sostenían que María no era madre de Dios, sino madre de Cristo, fueron los Nestorianos,
condenados en el concilio de Efeso; hubo quienes negaron la naturaleza humana de
Jesucristo, fueron los Eutiquianos; a esta herejía se le denominó Monofisismo y fue
condenada por el concilio de Calcedonia en el 451. Otros enseñaron que en Cristo no
había sino una sola voluntad y los llamaron Monotelitas, condenados en el Concilio de
Constantinopla en el 680. Tampoco faltó herejía que negara la divinidad del Espíritu
Santo, su autor fue Macedonio, obispo de Constantinopla, todavía hoy, uno de los errores
profesados por la iglesia Griega, la Rusa y otras, fue enseñado por Macedonio y
condenada en el 381.
Finalmente los Pelagianos, seguidores de la doctrina de un monje de Bretaña llamado
Pelagio, negaron la Redención, al negar la existencia del pecado original; está herejía se
difundió por el Africa Romana, debilitando la fe y dejando sin fuerzas a aquellas iglesias
para oponerse a la invasión del Islamismo en el siglo VII.
Aquellas herejías turbaron la paz de la Iglesia, principalmente por el entrometimiento de
los emperadores de Constantinopla que les eran favorables. Algunas de ellas han
perdurado hasta nuestros días.
Ninguna de tantas herejías de aquellas edades brotó de la Iglesia Romana. Muy por el
contrario, ella fue el faro que iluminó a todas las demás con la pureza de su fe. Ella fue la
defensora del gran Atanasio contra sus enemigos; el sostén de Cirilo de Alejandría en su
lucha contra Nestorio. Aclamada por los Padres del Concilio de Efeso y por los de
Calcedonia, aprobó la condenación de los errores de Macedonio. Fue ayuda poderosa
para San Agustín en la defensa de la gracia contra Pelagio.

Todas las veces que alguna herejía levantó la cabeza, se hizo más potente la promesa
divina: "Simón, Simón, he rogado por ti para que no desfallezca tu fe; y tú, una vez
confirmado, confirma a tus hermanos". (Luc. 22-32).

3 CAPITULO III
Edad Media: Desde el tiempo de los Bárbaros hasta el estado pontificio.
3.1 En tiempo de los Bárbaros
3.1.1 La Iglesia a fines del imperio romano
De siglos atrás y todavía en el siglo v el Imperio Romano era el mundo civilizado que se
extendía alrededor del mar Mediterráneo. De los cien millones de habitantes que le
calculan aproximadamente, una quinta parte era cristiana. Si la mitad de la población de
Asia Menor era cristiana, la proporción era muy inferior en Italia, en España, en las Galias,
en ambas Bélgicas, etc.
La vieja sociedad romana se resistía más y más a recibir la nueva fe. La mayor parte de
las grandes ciudades, comenzando por Roma, permanecían adictas a sus ídolos. El
senado era el último refugio de los dioses paganos; todavía en el 390 el prefecto Símaco
no vacilaba en pedir el restablecimiento del altar pagano de la Victoria al emperador
Teodosio; la conversión del senador Poncio Anicio Paulino, el futuro San Paulino, obispo
de Nola, resultó ser un "escándalo" para el mundo pagano: sus parientes, sus colegas, su
maestro Ausonio renegaron de él. Si bien Graciano había retirado sus privilegios y
contribuciones a los sacerdotes paganos y a las vestales o pitonisas si, en el 391, fueron
cerrados los templos y destruidos los ídolos; si las leyes de Teodosio llevaban el sello del
espíritu cristiano no por eso había sufrido mengua la corrupción de las costumbres, ni
desaparecido los espectáculos del circo y, con razón, los cristianos consideraban a Roma
como la nueva Babilonia, por sus crímenes y vida depravada.
A los Bárbaros les quedaba reservado el destruir los restos de una sociedad que no
quería convertirse.

3.1.2 Los Bárbaros


Fuera de las fronteras del Imperio, estaban los Bárbaros o Extranjeros, que así llamaban
los romanos y los griegos a quienes no participaban de su civilización.
Entre los Bárbaros se distinguían tres razas principales:
Los Germanos, establecidos entre el Oder, al oriente; el Danubio, al sur y el Rin, al oeste.
Las grandes familias en que se dividían eran los Sajones, los Francos, los Visigodos y los
Ostrogodos.
Los Tártaros, representados por los Hunos y, mas tarde, por los Húngaros.

Los Eslavos, a saber, los Polacos, Servios, Croatas, etc.


A fines del siglo IV los Bárbaros empezaron a movilizarse y penetrar en el Imperio
romano. Unos no hicieron sino pasar y asolarlo todo. Así, Roma se vio sitiada, asaltada y
arruinada varias veces.
Otros se establecieron en las tierras romanas y vinieron a ser el origen de las naciones
cristianas. Los Francos, en las Galias; los Visigodos, en España; los Anglosajones, en
Inglaterra; los Lombardas, en Italia fueron los principales.

3.1.3 Invasiones de los Bárbaros


La Gran Invasión del 406, se precipito sobre las Galias y las cubrió de ruinas. Los
Vándalos (los mayores destructores de los bárbaros) que formaban la mayor parte de los
invasores, atravesaron las Galias para establecerse en la Bética, que tomó de ellos el
nombre de Vandalusia. Más tarde, atropellados por los Visigodos, pasaron al Africa y
llegaron hasta Roma.
Los Visigodos, con su jefe Alarico invadieron a la Italia por el norte. El sucesor de Alarico
pasó a España donde se estableció y dio principio al reino de los Visigodos que duró
cerca de tres siglos.
Tres nombres resumen por decirlo así las grandes invasiones
Alarico, jefe de los Visigodos, quien sitió tres veces a Roma hasta entregarla al furor de
sus soldados en el 410. Fue quemada parte de la ciudad; muchos de sus habitantes
muertos o llevados prisioneros. Por consideración al Papa San Inocencio I (401-417), el
bárbaro respetó las Basílicas de los Apóstoles San Pedro y San Pablo, donde se habían
refugiado muchos paganos junto con los cristianos.
Atila, "el azote de Dios" como se llamaba a sí mismo. Arruinó la Germania y parte de las
dos Bélgicas. Vencido en los campos Cataláunicos en el 451, se volvió hacia Italia y
Roma lo detuvo milagrosamente San León Magno (440-461) con sus amonestaciones e
inspiradas amenazas. El Bárbaro volvió a Panonia, donde murió, a poco tiempo.
Genserico rey de los Vándalos, quien invadió a Roma en el 455. Perdonó la vida de los
habitantes y respetó las iglesias a ruegos del mismo San León, por segunda vez el
salvador de la ciudad.

3.1.4 La Iglesia frente a los Bárbaros


La Iglesia fue la única autoridad que se enfrentó a los Bárbaros, y los Obispos fueron,
cada uno para su ciudad el defensor civitatis o defensor de la ciudad. Varios como San
Nicasio de Reims, muerto por los Vándalos en 407, pagaron con su vida la defensa de su
pueblo. Los más, como San Lope en Troyes y San Aniano, en Orleáns, preservaron de la
ruina a su ciudad. En Paris, Santa Genoveva, salvó la población con sus oraciones.

En cuanto a los Bá rbaros que lejos de destruir pretendían establecerse en las tierras
romanas por ejemplo: Los Francos, hallaron en los Obispos a los educadores que
necesitaban. Solemne encuentro fue aquel en que los vencedores recibieron de los
vencidos la luz de la fe y los beneficios de la civilización.

3.1.5 Lo que se llamó Cristiandad


La Iglesia no se contentó con bautizar a las naciones bárbaras; les dio también el humano
saber que sólo ella poseía entonces; suavizó sus costumbres y sus leyes; hizo de ellas
naciones cristianas. Así vino a formarse lo que por muchos siglos se llamó cristiandad o
sea conjunto de las naciones cristianas, reunidas alrededor del Papa, su cabeza, y cuyas
leyes se inspiraban en el Evangelio y se proponía procurar el reinado de Cristo N.S en la
sociedad.
La Cristiandad tuvo su gran legislador en la persona de Carlomagno, rey de los Francos
(768-814). Como toda sociedad compuesta de hombres, conoció épocas de luchas y días
de triunfos, tuvo sus enemigos y no faltaron equivocaciones. No obstante supo mantener
durante más de doce siglos el concepto de naciones fieles a la Iglesia en su constitución
social, sus costumbres públicas y sus instituciones. El protestantismo o falsa reforma del
siglo XVI dio los primeros golpes al edificio de la Cristiandad; la Revolución Francesa
acabó con ella en Europa, con la secularización total de las leyes y costumbres públicas.
Hoy, hay muchos católicos en todos los países. ¿pero habrá muchas naciones oficial y
efectivamente cristianas?

3.2 El nacimiento de la cristiandad


3.2.1 Conversión de los Francos
El primero de los pueblos bárbaros que se convirtió al catolicismo fue el de los Francos.
Aunque pagano, su jefe Clodoveo respetaba a los Obispos y, en 493, se casó con una
princesa católica, Clotilde, cuyas oraciones y consejos ayudaron a la obra apostólica de
San Ramigio, obispo de Reims. En una batalla entre Alemanes y Francos, éstos iban
cediendo cuando su rey acordándose de las exhortaciones de Clotilde, invocó a Cristo:
"Jesucristo, de quien Clotilde dice ser Dios, te invoco, dame la victoria y creeré en ti".
Vencedor, Clodoveo cumplió su palabra: instruido en la fe por San Vedasto, sacerdote de
Toul, fue bautizado en Reims, por San Remigio el 25 de diciembre del 496. Con él
recibieron el bautismo 3.000 guerreros suyos.
Del Bautisterio de Reims, salió verdaderamente el Reino de los Francos. Clodoveo reunió
bajo su cetro casi toda la antigua Galia y la parte de Germania de donde eran originarias
las tribus Francas. Procuró enmendar la legislación Franca e impregnarla del Evangelio.
Cierto es que el bárbaro no desapareció del todo en Clodoveo; sin embargo, mereció la
gratitud de la Iglesia y la de sus pueblos. Clodoveo puso a la ley Sálica esta sublime
invocación a Cristo: "Viva Cristo amigo de los Francos. Guarde El sus reinos y llene sus
jefes de la luz de la gracia... Dirija el Señor Jesucristo en los caminos de la piedad los
reinados de quienes gobiernan".
3.2.2 El Reino Visigodo de España
España había recibido la fe desde los primeros tiempos de la predicación evangélica,
pues según tradiciones que remontan al siglo VII atribuyen a Santiago el Mayor la primera
evangelización del país.
Documentos del siglo III, recibidos por San Atanasio, San Juan Crisóstomo y otros, nos
hablan de la evangelización de alguna región de España, la Tarraconence por San Pablo.
Sea lo que fuere, en la persecución de Diocleciano, la Iglesia de España brilló por el
número de sus mártires. Entre ellos, figura San Vicente, diácono de Zaragoza.
En el siglo V, el rey de los Visigodos, Ataúlfo, se hizo dueño de España, con el
consentimiento del emperador Honorio. Los Visigodos eran Cristianos pero profesaban el
Arrianismo. Se apropiaron la cultura Hispano romana; adoptaron la lengua latina, a fines
del siglo VI abjuraron o renunciaron solemnemente al Arrianismo, para abrazar la fe
católica, gracias a su rey Recaredo y sus grandes Obispos, los santos Leandro e Isidoro,
ambos de Sevilla.
San Isidoro, especialmente, fue el baluarte de la fe católica, el oráculo de los Obispos, el
consejero de los príncipes. Fue apellidado el Salomón de su siglo, y dijeron de él que
había recopilado toda la ciencia antigua.
Los célebres concilios Toledanos, donde se trataba del gobierno civil al mismo tiempo que
de las cosas eclesiásticas, pusieron las bases a la futura grandeza de España.

3.2.3 Otros Pueblos en el Redil


Desde el siglo II el Cristianismo Había penetrado en la Bretaña, hoy Inglaterra. La
invasión de los Anglos y de los Sajones hacia el año 455 obligó a los Bretones a
refugiarse en el país de Gales y en Armorica o Bretaña menor.
En ese mismo siglo V, los antiguos Celtas, habitantes de la Hibernia, llamada hoy Irlanda,
recibieron el bautismo de manos del Obispo San Patricio su primer Apóstol. Ya un siglo
después la vida católica de Irlanda era tan intensa, y eran tantos sus conventos y
escuelas, que fue llamada la isla de los santos.
Los Anglo Sajones fundaron siete reinos en Bretaña, que se llamaron la Heptarquía. Su
conversión se debe al Papa San Gregorio Magno, quien envió a un monje llamado
Agustín o Austin junto con otros cuarenta Benedictinos a las islas Británicas. Ayudados
por la reina Berta, católica e hija del rey Franco de París, lograron la conversión del rey
Etelberto, a quien imitaron muchos de sus súbditos. San Austin fundó la Iglesia de
Canterbury, luego Primada de Inglaterra (597).

3.3 Tres figuras de aquel tiempo


3.3.1 San León I El Grande
Oriundo de Etruria, llamada hoy Toscana, ocupó la sede Romana del 440 al 461. Dos
veces salvó a Roma; la primera, en 452, cuando Atila vencido en las Galias, quiso atacar
la capital del imperio; la segunda, tres años después, cuando la invasión de Genserico.
Luchó vigorosamente contra las herejías; una carta dogmática en la cual expuso la
doctrina católica referente a la unidad de personas, y la dualidad de naturalezas en
Jesucristo, le valió el nombre de Doctor de la Encarnación.
La Primacía Romana, varias veces reconocida en los primeros siglos, por ejemplo: en
tiempo de San Clemente (96), de San Esteban I (257), de San Silvestre (325), se vio
proclamada una vez más en el Concilio de Calcedonia (451), en el que se leyó la carta de
San León ya dicha, la que fue aprobada por los Obispos en este termino: "Pedro ha
hablado por boca de León".
3.3.2 San Benito (480 -543)
El futuro Patriarca de los monjes de Occidente, nació de familia noble, en Nursia (Italia).
Sus padres lo enviaron a Roma para estudiar; más, al conocer la corrupción que reinaba
entre los estudiantes huyó, de solo 15 años, a los montes Apeninos, donde vivió tres años
en una horrible y casi inaccesible gruta. Unicamente, un santo monje llamado Roman
conocía su morada y le llevaba cada semana pan para sustentarse. No le faltaron duras
pruebas. Cuéntanos San Gregorio Magno, en la vida que escribió de San Benito, que al
sentirse un día movido de violenta tentación y vehemente deseo de volver al mundo, el
santo joven se desnudó de sus vestidos y se revolcó en un campo lleno de espinas y
abrojos, hasta que todo su cuerpo quedó lastimado y cubierto de sangre. Tanto agradó al
Señor sacrificio semejante que en adelante el santo no volvió a sentir tentaciones
carnales.
Dios, que lo destinaba a ser el Padre de los Monjes, permitió fuese descubierto y llevado
para ser Abad, de un monasterio vecino. Como estos monjes no se acomodaban a su
santidad, Benito volvió a su soledad de Subiaco. Pero pronto nuevos discípulos vinieron a
buscarlo y se vio precisado a levantar doce monasterios, de los cuales el más célebre fue
el de Monte Casino, cuna de la orden Benedictina.
Allí las más ilustres familias romanas le mandaron sus hijos para que los educara. Entre
ellos le confiaron a Plácido y a Mauro. El primero, enviado a Sicilia para fundar un
monasterio encontró la palma del martirio, víctima que fue de unos piratas.
Mauro pasó a las Galias para propagar la regla Benedictina, misión que llevó a cabo de
una manera admirable, pues desde aquel tiempo la orden se extendió por todo el
occidente Europeo.
Esa regla fue la que dio más renombre a San Benito. Monumento insigne de prudencia,
determina las obligaciones de la vida monacal, la repartición del tiempo entre la oración, la
lectura y la meditación de las Sagradas Escrituras, la celebración del Oficio Divino, el
trabajo manual, todo regulado por la obediencia.

Merced a esa misma regla, aprobada en 595 por el Papa San Gregorio Magno, los
monasterios Benedictinos no solo fueron focos de perfección para sus miembros sino
focos de civilización para las naciones recién salidas de las selvas del norte. San Benito
fue verdaderamente el educador de la Europa cristiana.

3.3.3 San Gregorio Magno (540 -604)


De familia senatorial, fue prefecto de Roma. Después de la muerte de su padre consagró
su inmensa fortuna a fundar monasterios y obras pías, y él mismo tomó el habito de
monje en la orden Benedictina.
Elevado a pesar suyo, al Sumo Pontificado, en 590, dirigió con vigorosa mano el timón de
la nave de Pedro. Reformó las costumbres en Roma; mandó misioneros a Inglaterra; tuvo
el consuelo de ver el fin del Arrianismo, con la conversión de los Visigodos de España y
de los Lombardos de Italia; se opuso con firmeza a la arrogancia de los emperadores y de
los patriarcas de Constantinopla; perfeccionó el culto sagrado y el canto litúrgico,
apellidado por eso canto Gregoriano. En varias ocasiones salvó del hambre a Roma y a
Italia y mereció ser llamado el tesorero de los pobres. Fue San Gregorio, quien empleó
por primera vez el título de Siervo de los siervos de Dios, que han usado hasta hoy sus
sucesores en sus documentos más solemnes; ese título lo tomó para rebatir las
pretensiones de Juan el ayunador, obispo de Constantinopla, quien firmaba y se hacía
llamar Patriarca ecuménico.

3.4 El dominio temporal de los papas


3.4.1 Formación del Estado Pontificio
Con la libertad dada a la Iglesia por Constantino; con las liberalidades de este príncipe y
las de numerosos fieles, los Papas, convertidos en los más importantes propietarios de
Italia ejercieron gran papel en tiempo de las invasiones. Ya nombramos atrás a San
Inocencio I y a San León Magno. Quedaba en Rávena el exarca bizantino y el papa en
Roma. Aquél, sin fuerza de ninguna clase, y sí sólo como testigo de un pasado y de una
dependencia puramente nominal cerca de Constantinopla.
Los bárbaros lombardos (o longobardos) procedentes de las orillas del mar norte, quienes
antes habían abrazado el arrianismo, si bien se acogieron a la fe Católica en los tiempos
de San Gregorio el Grande, no por eso cedían en sus ambiciones de hacerse dueños de
toda Italia, ocupando muchos territorios en el año 568.
Durante más de dos siglos los Papas se vieron el blanco de las persecuciones de los
reyes lombardos y de los emperadores Iconoclastas de Bizancio, dueños de nombre de la
misma Italia. La Iconoclasia o Iconoclastia, fue una doctrina proclamada como oficial en el
imperio Bizantino por los emperadores León III el Isáurico antiguo pastor ignorante,
Costantino V Coprónimo y León V el Armenio, que prohibía como idolátricas la
representación y la veneración de las imágenes de Cristo y de los santos, hasta el punto
de perseguir a muerte a todos los defensores de las sagradas imágenes.

El Papa San Juan I fue muerto en una cárcel de Rávena, en 526, víctima de los
Lombardos, aun arrianos. San Sergio I en 701, y San Gregorio II en 731, salvaron su vida
de las asechanzas de los emperadores Bizantinos. El sucesor de este último, se vio
amenazado con la invasión de una flota encargada de asolar a Italia y llevarse al Pontífice
a Constantinopla.
Fue cuando San Gregorio III mandó una embajada al duque de los Francos, Carlos
Martel, para llevarle las llaves del sepulcro de San Pedro y parte de las cadenas del
Apóstol, como símbolo para pedir protección al rey Franco.
Ya anteriormente, a una petición de auxilio a los mismos Bizantinos, el emperador
Constantino Coprónimo había contestado que "estaba más interesado en la guerra contra
las imágenes que contra los Lombardos".
Ante la inutilidad de acudir a Constantinopla, El Papa Esteban II acudió en persona a
Pipino el Breve, ungido como rey de los francos por San Bonifacio, y le ofreció el título de
Patricio o protector de los Romanos. El príncipe mandó a varios señores, con su hijo
Carlos, de edad de doce años, pero ya grande y fuerte, para traer al Papa. El joven
guiaba con la mano la rienda de la montura del Pontífice. Pipino cruzó los Alpes, venció a
Astolfo en 754 y 756 e hizo donación total y para siempre al Apóstol San Pedro, al Papa y
a sus Sucesores de los territorios conquistados. Y como el emperador de Bizancio se
atrevía a reclamar a Pipino las ciudades conquistadas: "Los Francos no han derramado su
sangre por los griegos, contestó el rey, sino por San Pedro y en remisión de sus
pecados".
Años después, los Lombardos con su rey Desiderio atacaron otra vez al Papa. Este,
entonces San Adriano I, acudió a Carlomagno, hijo de Pipino. El rey franco venció al
Lombardo, confirmó y aumentó la donación de su Padre a "San Pedro". De aquí data el
particular afecto que siempre manifestaron los pontífices de Roma para con la que
llamaron hija primogénita de la Iglesia, Francia.
El "Patrimonium Petri", es decir los estados pontificios, abarcaban la mitad de la península
italiana, desde Roma hacia el Norte. Con casi esa misma extensión duraron hasta el año
1870, siendo papa Pío IX.
La posesión de estos Estados, regalados por los monarcas francos, había sido hecha a
base de un tratado en el que Roma reconocía la legitimidad de su dinastía y ésta se
comprometía a defender al papa y sus territorios.
Sin embargo, el emperador Carlomagno transformó el sentido de este tratado haciendo
del papa un protegido y él su protector; el papa, rey, pero él emperador. Un sucesor de
Carlomagno, Lotario, en 824, estableció que la elección de los pontífices sería hecha por
el emperador de turno. La Santa Sede se salvó de esta dependencia vergonzosa cuando
la dinastía de Carlomagno se debilitó.

4 CAPITULO IV: CARLOMAGNO


4.1 CarloMagno - Parte 1
En Occidente subsistía, mas o menos consciente, una añoranza del imperio que encontró
un fiel intérprete en Carlomagno. Los papas, solicitando varias veces sus servicios,
hicieron de catalizadores de este sentimiento.
El día de Navidad del año 800, Carlomagno fue coronado en Roma emperador por León
III en la iglesia de San Pedro, abarrotada de fieles. Terminada la ceremonia, el papa se
arrodilló ante el nuevo emperador mientras el pueblo gritaba: "Vida y victoria para Carlos
Augusto piadosísimo, coronado por Dios, Emperador magno y pacífico". Por unas horas el
pueblo romano creyó ver reaparecido a alguno de los antepasados emperadores. Incluso
se organizó un improvisado senado que saludó a Carlomagno con los títulos de
"Imperator" y "Augustus".
Puesto a "hacer de emperador", Carlomagno, ¿a qué tipo de emperador debía parecerse
sino al de emperador cristiano, a lo Constantino o a lo teodosio? Y así fue como, igual que
ellos, sintió de repente afición a la teología. Intentó justificar su coronación proponiendo
casarse con la emperatriz de Bizancio, Irene; pero en Bizancio le tenían por usurpador,
aunque no se habían afectado mucho por su coronación.
La iglesia bizantina no había dejado de tomar nota de todos estos acontecimientos; el
resentimiento hacia Roma iba en aumento. Bizancio, ante la coronación de Carlomagno
como emperador de occidente, recordó a todos que a partir de Constantino, el imperio
romano no tenia otra capital que Constantinopla y que aquí se encontraba el único y
legítimo emperador. Por su parte los emperadores bizantinos habían continuado teniendo
a su alrededor una multitud de dignatarios eclesiásticos que obraban como auténticos
funcionarios imperiales. Fuertemente organizada y jerarquizada, la iglesia bizantina era
toda de una pieza, que podía ser movida a su gusto por el emperador.
Pero había una excepción que resultaba molesta: los monasterios, donde, precisamente,
se veneraban los iconos o imágenes de los santos y donde, como en occidente, se tenía
una gran estima por las reliquias de los mismos. Como en un amplio sector del
episcopado existía una opinión contraria, que hasta afirmaba que el culto a los santos era
herético, por idolátrico, el emperador león III el Isáurico había aprovechado la ocasión
para destruir los iconos. En realidad, lo que pretendía era suprimir la independencia de los
monjes y sujetarlos a los obispos y así someterlos a su poder imperial más directo.
Condenada su doctrina, en desquite, el emperador había invadido el sur de Italia y
amenazado Roma, con lo que motivó la intervención, ya mencionada, de Pipino.

4.2 CarloMagno - Parte 2


Los resultados fueron contrarios a sus propósitos: buena parte de los monjes y del pueblo,
conducidos por San Juan Damasceno, pusieron sus ojos en Roma. Mas tarde la viuda de
león IV, Irene, convocó el segundo concilio de Nicea (787) en el que fue condenado
definitivamente el iconoclastismo.

Los emperadores siguientes continuaron la lucha, pero tuvieron al fin que rendirse, lo que
hicieron fácilmente, pues habiendo quedado muy reducido el número de los monjes, éstos
hicieron lo que los emperadores deseaban: someterse a los obispos.
Fallado su proyecto de boda con Irene, Carlomagno había planeado otro: el de acusar al
emperador de Bizancio de hereje porque en aquellos momentos veneraba las imágenes.
Un emperador hereje no podía pretender ni continuar en el trono ni, mucho menos, ser
sucesor del trono de occidente. Pero erró en esto, pues precisamente el papa acababa de
aprobar la doctrina de la veneración de las imágenes. Molesto Carlomagno, envió al papa
los llamados Libros Carolingios, en los que le daba lecciones de teología. Esto ocurría en
el año 792. En dichos libros, además, defendía la doctrina del "Filioque", que por tantos
avatares tenía que pasar.
Filioque es una palabra latina que significa "y del hijo", poniendo el énfasis en la
conjunción "y". Consistía en confesar que el Espíritu Santo, en la Trinidad, procede del
Padre y del hijo. Pero los bizantinos no admitían esta fórmula sino que querían esta otra:
"Procede del Padre por el Hijo". En realidad lo que estaba en juego era la rivalidad cada
día entre oriente y occidente. Carlomagno hizo de esta partícula una nueva política.
Metiéndose a papa, ordenó a todos los obispos de las diócesis francas el rezo de dicha
frase en el Credo de la misa, a pesar de la posición manifestada tanto por Adriano I como
por león III. Pero la partícula, convertida en certificado del poder del emperador, se
impuso con el tiempo en todo el Occidente, aprobada, finalmente, por el Papa, y
rechazada siempre en oriente por su significación política.
Carlomagno, al igual que sus modelos, fue un sanguinario. Se vengó de la insurrección de
los sajones, haciendo matar a más de cuatro mil en un solo día; condenando a muerte,
después, al que no quería recibir el bautismo, al que robaba en una iglesia y al que no
observaba el ayuno. Contra estas inhumanas medidas protestaron el mismo protegido
suyo, Alcuino, y el papa Adriano I. Al lado de estos defectos tuvo, sin embargo, grandes
cualidades, la principal de las cuales fue el sincero deseo de servir a su pueblo y a todos
los pueblos que le estaban sometidos y, en segundo lugar, su amor a la cultura. Tanto fue
así que la historia conoce estos esfuerzos con el nombre de "Renacimiento Carolingio".
De este tiempo fueron Teodulfo, obispo de Orleáns, y el lombardo Pablo el diácono.
Dispuso que todas las diócesis tuvieran su escuela episcopal para dar enseñanza
primaria. Algunas de estas escuelas alcanzaron el nivel de auténticas universidades como
Fulda, Tours y Saint Gall. Estimuló a los monasterios para que se convirtiesen en centros
culturales, sugiriéndoles la copia de los códices antiguos y el estudio del arte de la
antigüedad. De acuerdo con sus aficiones clericales, encargó personalmente libros
litúrgicos a Roma y dio impulso al canto litúrgico.
Hasta hizo redactar sermonarios para uso de los párrocos poco instruidos para que, con
la ayuda del libro, predicasen el sermón a los fieles en la santa misa. Quiso que todo
ciudadano supiera recitar el padre Nuestro y el Credo. Con cierta razón fue llamado en
tono de elogio, ya en vida, sacerdote.
Para organizar los estudios trajo de Italia al célebre monje benedictino Alcuino, nacido en
York de Inglaterra. En su palacio de Aquisgrán se reunían los principales representantes
del saber que era posible reunir en su tiempo. Siendo ya viejo, aprendió a escribir junto
con sus hijos. Hay que anotar que el clima de cultura por él creado fue, antes que otra
cosa, una cultura para especialistas, poco popular; pero su mérito es innegable.
Desgraciadamente aquella obra era demasiado personal, de manera que poco después
de su muerte, se vino abajo como un castillo de naipes.
Carlomagno nombraba a los obispos y abades, que se convertían en agentes de su
autoridad. De los dos "missi-Dominici" o inspectores imperiales, uno de ellos tenía que ser
un eclesiástico. Para ganar cada vez con mayor ahínco el apoyo de la iglesia,
Carlomagno regaló muchas tierras a los monasterios e incluso concedió la exención de
impuestos a los que ya poseían.

4.3 CarloMagno - Parte 3


Fiel a su afición a ser de papa, Carlomagno organizó la iglesia en los territorios que le
estaban sujetos, por cierto de manera acertada. A él se debe la creación de las diócesis
de Tréveris, colonia, Maguncia, Salzburgo, Paderborn, Munster, etc. Instituyó el mandato
de pagar el diezmo a la iglesia para su sostenimiento. El convocaba los concilios y los
presidía y hasta indicaba a los teólogos de la corte los temas a estudiar y a redactar; así
lo hizo por lo menos con los ya citados Libros Carolingios, con lo que, como queda dicho,
quizo enseñar teología al papa Adriano I, que le había enviado las conclusiones del
segundo concilio de Nicea celebrado en el 787, en el cual fueron condenados los
iconoclastas, a los que Carlomagno, por conveniencias políticas, defendía.
Carlomagno pasó a ser el arquetipo de emperador que primaría durante toda la edad
media: Una autoridad temporal revestida de un halo sagrado.La iglesia misma instituyó un
ritual especial en su liturgia para la consagración de los reyes. El cesar y Dios venían a
estar tan unidos que hasta se confundían. En este connubio tan íntimo el emperador tenía
que ser el protector de la iglesia, personificada en el papa. Los fieles de la iglesia pasaban
a ser, a la vez, fieles del emperador. ¿Quién era superior a quien? Carlomagno y muchos
de sus sucesores fueron superiores, al menos prácticamente, al papa; pero pronto llegaría
el tiempo en que los papeles se invertirían. El papa sintiéndose fuerte como soberano que
era de unos estados temporales, se vio luego capaz de sobreponerse al emperador.
Aún cuando muerto Carlomagno la idea del imperio no desapareció, en realidad ya no
volvería a darse. Repartido entre sus nietos, esta fragmentación trajo el debilitamiento del
poder real y, como consecuencia, el auge del poder de los nobles, los antiguos
funcionarios reales.

5 CAPITULO V: EL MONAQUISMO
En el siglo IV, es donde se dio comienzo a la Vida Monástica, principalmente en Egipto y
Palestina. Desde el comienzo del cristianismo algunos hombres muy religiosos que por
medio de la soledad, penitencia y oración, buscaban llegar a un grado más de perfección
y unión con Dios.
Luego de la persecución de Decio muchos cristianos se refugiaron en el desierto de
Tebaida en Egipto, practicaban una vida de soledad, silencio y sin ninguna regla en
común, a ellos se les llama Anacoretas o Solitarios. Los mas celebres fueron San Pablo
de Tebas y San Antonio Abad. Este último es llamado El Padre de los Monjes, se retiró al
desierto después de haber repartido sus bienes entre los pobres.
De la vida Anacoreta o Solitaria se siguió el paso a La vida cenobita o comunitaria, es
decir, una vida común bajo la autoridad de un superior, y fue San Pacomio, pagano
convertido, quien fundó Tabbena, primer monasterio en el cual los monjes practicaban
una misma regla. San Basilio, padre de la Iglesia, fue quien propagó la vida monástica en
el oriente y redactó nuevas reglas que fueron adoptadas por todos los monasterios
griegos: la principal la obediencia al superior.
La vida monástica pasa del oriente al occidente por medio de San Atanasio. Sus
principales propagadores en Italia, Africa y Galia fueron algunos Padres de la Iglesia
como San Ambrosio, San Agustín, San Hilario y San Martín de Tours. San Honorato que
fue obispo de Arles, edifico en el año 410, en una isla de Lerines, un célebre monasterio
del cual salieron numerosos Obispos.
Finalmente la causa del monaquismo se vio perjudicada por algunas exageraciones en el
occidente; y para acabar con esto, San Benito Abad fundó en Montecasino la orden y la
regla benedictina, cuyo lema es "Ora et Labora" (ora y trabaja). El Gran difusor de esta
regla fue el Papa San Gregorio Magno la cual fue adoptada casi en todos los monasterios
del occidente.
Los Benedictinos llenan la Historia de la primera época de la edad media, fueron los
misioneros que evangelizaron a los bárbaros, fueron los educadores de Europa, sus
escuelas, fueron modelos de cultura intelectual y mientras que algunos se consagraron a
la trascripción de manuscritos o composición de libros piadosos y crónicas de la historia,
otros se consagraron a la creación de aldeas agrícolas y a la construcción de represas y
canales de riego. Estos monjes llegaron a ser los maestros de la agricultura, la industria y
la ciencia.

BIBLIOGRAFIA

Texto guía: Historia de la Iglesia Antigua y Medieval (Manual del ISCCRR.D; Eds. U. San
Dámaso,
Madrid 2015)
- Bibliografía principal recomendada
ÁLVAREZ GÓMEZ, J., Historia de la Iglesia I. Edad Antigua (Sapientia Fidei 25; BAC,
Madrid 2001).
SÁNCHEZ HERRERO, J., Historia de la Iglesia II. Edad Media (Sapientia Fidei 30; BAC,
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ORLANDIS, J., Historia de la Iglesia I (Palabra, Madrid 1985-89).

- Bibliografía básica y complementaria


Obras sintéticas de lectura
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Madrid 1987).
GARCÍA ORO, J., Historia de la Iglesia III. Edad Moderna (Sapientia Fidei 31; BAC,
Madrid 2005).
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CESAREA, E., Historia eclesiástica (BAC, Madrid 2001).
COMBY, J., Para leer la historia de la Iglesia, Vol. II (Verbo Divino, Estella 1996).
LABOA, J. Mª.-PIERINI, F.- ZAGHENI. G., Historia de la Iglesia: edad antigua, media,
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LENZENWEGER, J.-STOCKMEIER, P.-AMON, K.-ZINNHOBLER, R., Historia de la
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