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Mientras Pedro hablaba al pueblo sobrevinieron los sacerdotes, el oficial del templo y los
saduceos. Indignados de que Pedro y Juan enseñasen al pueblo, los metieron en la cárcel
para llevarlos ante el Sanedrín al siguiente día. Por esta vez se contentaron los Judíos
con amenazar a los Apóstoles. Pero como estos continuaban predicando y obraban
prodigios hasta el punto que la sola sombra de Pedro curaba los enfermos, los saduceos
echaron mano otra vez de los Apóstoles y les encerraron en la cárcel pública.
Ya la primera vez San Pedro y San Juan les habían contestado: "Juzgad vosotros si es
justo obedeceros antes que a Dios... no podemos dejar de decir lo que hemos visto y
oído". En esta segunda comparecencia les declararon terminantemente que era preciso
obedecer a Dios antes que a los hombres".
Irritados los del Sanedrín, mandaron azotar a los Apóstoles y les ordenaron que no
hablasen en el nombre de Jesús...Ambos Apóstoles, Pedro y Juan salieron contentos
porque habían sido dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús.
1.2.2 En Antioquía
La tradición de los antiguos historiadores de la Iglesia, tradición confirmada por la fiesta
de la Cátedra de S. Pedro en Antioquía, nos enseña que San Pedro estableció el centro
de su apostolado, su sede en Antioquía, gran ciudad entonces. Allí fue donde, por su gran
muchedumbre que los discípulos empezaron a llamarse cristianos.
Durante su estancia en aquella capital estableció San Pedro diversas Iglesias en el Ponto,
la Bitinia y la Capadocia.
1.2.3 En Roma
Pasados los siete años que la tradición atribuye a su episcopado en Antioquía, San Pedro
se encaminó a Roma, capital del Imperio Romano y del mundo.
Allí fundó la Iglesia Romana: dio él mismo el episcopado a Lino, que había de ser el
primer sucesor suyo y allí sufrió el martirio.
Es creencia general que, recibido primero en la colonia judía que habitaba uno de los
barrios pobres, se hospedó luego en casa del senador Cayo Valerio Pudente,
emparentado con el centurión Cornelio, bautizado por el Apóstol.
Entre los años del 47 al 51, después de un motín de barrio, cuya causa atribuye el
historiador Tácito a un tal Cresto - es decir el nombre que los paganos por malicia o por
ignorancia daban a Cristo-, el emperador Claudio desterró de Roma a todos los judíos y
San Pedro tuvo que salir con ellos. Volvió hacia el año 63 y durante la persecución de
Nerón fue encarcelado en la prisión Mamertina. Condenado a morir en una cruz, pidió que
lo crucificaran con la cabeza para abajo diciendo que no era digno de morir de la misma
manera que su divino maestro.
La primacía que había recibido de Jesucristo N. S. y ejercido en Roma, pasó como
herencia a sus sucesores en aquella sede, por lo cual el Papa, Obispo de Roma, es el
Pastor supremo de la Iglesia.
Entretanto, Saulo se había retirado a las regiones próximas a Damasco, para recibir las
revelaciones del Señor, según lo dice él en sus Epístolas. Al cabo de tres años subió a
Jerusalén donde Bernabé, pariente suyo, le presentó a Pedro, con quien estuvo quince
días. Enseguida volvió a Antioquía.
8 -Pablo, Apóstol de los Gentiles
Había en la Iglesia de Antioquía profetas y doctores. Mientras celebraban la Liturgia y
guardaban los ayunos, dijo el Espíritu Santo: "Separadme a Bernabé y a Saulo para la
obra a que los llamo". Entonces, después de orar y ayunar les impusieron las manos y los
despidieron. Así San Pablo fue constituido Apóstol de los Gentiles. "El que obró en Pedro
para el apostolado de la circuncisión obró también en mi para el de los gentiles", escribió
más tarde el propio San Pablo a los Galatas.
Si las noticias referentes a los demás apóstoles son aun más inciertas puede, sin
embargo, afirmarse que todos coronaron su vida por el martirio, sellando con su sangre la
verdad de sus enseñanzas.
1.5.3 Penalidades
Los cristianos, antes de ser sometidos a juicio eran encarcelados, cargados de cadenas
en infames calabozos. Luego se les sometía a tormento en el potro; se les azotaba; se les
desgarraba con garfios etc. Los que permanecían firmes en la fe eran decapitados si
ostentaban el título de ciudadanos romanos; expuestos a las fieras del circo o quemados
vivos, si eran de libre condición, pero no ciudadanos romanos; crucificados si eran
esclavos.
Los edictos publicados por Septimio Severo, Decio, Valeriano y Diocleciano, tuvieron por
objetivo atajar la propagación del Evangelio más por la apostasía que por el martirio.
Fueron sin embargo la causa de gran número de martirios y de suplicios hasta entonces
poco usados.
2 CAPITULO II
Desde el Edicto de Milán hasta el tiempo de los Bárbaros.
2.1 Triunfo de la iglesia
2.1.1 Fin de las Persecuciones Imperiales
Por más de dos Siglos, el Imperio romano luchó contra la Iglesia: a la postre tuvo que
confesar su derrota. Diocleciano, el autor responsable de la última persecución, tuvo que
abdicar en el 305. Quedaron frente a frente los dos emperadores, Constantino en el
Occidente y Galerio en el Oriente, con sus respectivos Césares Majensio y Licinio.
Galerio continuó la persecución en Oriente, mientras Constantino daba la paz a la Iglesia
en sus dominios. Acometido el primero por terrible y asquerosa enfermedad, publicó un
edicto de tolerancia en favor de los cristianos: "Para agradecer nuestra indulgencia, decía
aquel edicto del 30 de abril del 311, los cristianos dirigirán sus plegarias a su Dios por
nuestra salud, por el Estado y por si mismos, para que todos gocemos de prosperidad
perfecta y puedan ellos vivir con seguridad en sus casas". Vano y estéril arrepentimiento
de quien había hecho de Diocleciano un perseguidor. A pesar de esto fue la aurora de
una paz general.
Juliano abrió de nuevo los templos paganos; excluyó a los cristianos de los empleos
públicos; cerró las escuelas cristianas; prohibió a los fieles litigar ante los tribunales. Hasta
se rebajó escribiendo sátiras para burlarse de los libros sagrados.
Por otra parte procuró copiar las instituciones cristianas de caridad, así como la
organización del clero que quiso inútilmente imponer a los sacerdotes paganos.
Intentó oponerse a Cristo N. S., a quien llamaba por burla el "Galileo", y emprendió la
reconstrucción del templo de Jerusalén. Están acordes los historiadores tanto paganos
como cristianos en referir que un viento violentísimo acompañado de un fuerte terremoto y
de llamas misteriosas dispersó todos los materiales y que murieron muchos operarios sin
que se pudiera llevar a cabo tan sacrílega reconstrucción. Vanos fueron los esfuerzos de
Juliano: ya lo asechaba la muerte. Pereció en una guerra contra los Persas. Los
Historiadores cristianos dicen que, herido mortalmente, el desgraciado príncipe recogió la
sangre que manaba de la llaga y, arrojándola contra el cielo exclamó: "Venciste Galileo".
Todas las veces que alguna herejía levantó la cabeza, se hizo más potente la promesa
divina: "Simón, Simón, he rogado por ti para que no desfallezca tu fe; y tú, una vez
confirmado, confirma a tus hermanos". (Luc. 22-32).
3 CAPITULO III
Edad Media: Desde el tiempo de los Bárbaros hasta el estado pontificio.
3.1 En tiempo de los Bárbaros
3.1.1 La Iglesia a fines del imperio romano
De siglos atrás y todavía en el siglo v el Imperio Romano era el mundo civilizado que se
extendía alrededor del mar Mediterráneo. De los cien millones de habitantes que le
calculan aproximadamente, una quinta parte era cristiana. Si la mitad de la población de
Asia Menor era cristiana, la proporción era muy inferior en Italia, en España, en las Galias,
en ambas Bélgicas, etc.
La vieja sociedad romana se resistía más y más a recibir la nueva fe. La mayor parte de
las grandes ciudades, comenzando por Roma, permanecían adictas a sus ídolos. El
senado era el último refugio de los dioses paganos; todavía en el 390 el prefecto Símaco
no vacilaba en pedir el restablecimiento del altar pagano de la Victoria al emperador
Teodosio; la conversión del senador Poncio Anicio Paulino, el futuro San Paulino, obispo
de Nola, resultó ser un "escándalo" para el mundo pagano: sus parientes, sus colegas, su
maestro Ausonio renegaron de él. Si bien Graciano había retirado sus privilegios y
contribuciones a los sacerdotes paganos y a las vestales o pitonisas si, en el 391, fueron
cerrados los templos y destruidos los ídolos; si las leyes de Teodosio llevaban el sello del
espíritu cristiano no por eso había sufrido mengua la corrupción de las costumbres, ni
desaparecido los espectáculos del circo y, con razón, los cristianos consideraban a Roma
como la nueva Babilonia, por sus crímenes y vida depravada.
A los Bárbaros les quedaba reservado el destruir los restos de una sociedad que no
quería convertirse.
En cuanto a los Bá rbaros que lejos de destruir pretendían establecerse en las tierras
romanas por ejemplo: Los Francos, hallaron en los Obispos a los educadores que
necesitaban. Solemne encuentro fue aquel en que los vencedores recibieron de los
vencidos la luz de la fe y los beneficios de la civilización.
Merced a esa misma regla, aprobada en 595 por el Papa San Gregorio Magno, los
monasterios Benedictinos no solo fueron focos de perfección para sus miembros sino
focos de civilización para las naciones recién salidas de las selvas del norte. San Benito
fue verdaderamente el educador de la Europa cristiana.
El Papa San Juan I fue muerto en una cárcel de Rávena, en 526, víctima de los
Lombardos, aun arrianos. San Sergio I en 701, y San Gregorio II en 731, salvaron su vida
de las asechanzas de los emperadores Bizantinos. El sucesor de este último, se vio
amenazado con la invasión de una flota encargada de asolar a Italia y llevarse al Pontífice
a Constantinopla.
Fue cuando San Gregorio III mandó una embajada al duque de los Francos, Carlos
Martel, para llevarle las llaves del sepulcro de San Pedro y parte de las cadenas del
Apóstol, como símbolo para pedir protección al rey Franco.
Ya anteriormente, a una petición de auxilio a los mismos Bizantinos, el emperador
Constantino Coprónimo había contestado que "estaba más interesado en la guerra contra
las imágenes que contra los Lombardos".
Ante la inutilidad de acudir a Constantinopla, El Papa Esteban II acudió en persona a
Pipino el Breve, ungido como rey de los francos por San Bonifacio, y le ofreció el título de
Patricio o protector de los Romanos. El príncipe mandó a varios señores, con su hijo
Carlos, de edad de doce años, pero ya grande y fuerte, para traer al Papa. El joven
guiaba con la mano la rienda de la montura del Pontífice. Pipino cruzó los Alpes, venció a
Astolfo en 754 y 756 e hizo donación total y para siempre al Apóstol San Pedro, al Papa y
a sus Sucesores de los territorios conquistados. Y como el emperador de Bizancio se
atrevía a reclamar a Pipino las ciudades conquistadas: "Los Francos no han derramado su
sangre por los griegos, contestó el rey, sino por San Pedro y en remisión de sus
pecados".
Años después, los Lombardos con su rey Desiderio atacaron otra vez al Papa. Este,
entonces San Adriano I, acudió a Carlomagno, hijo de Pipino. El rey franco venció al
Lombardo, confirmó y aumentó la donación de su Padre a "San Pedro". De aquí data el
particular afecto que siempre manifestaron los pontífices de Roma para con la que
llamaron hija primogénita de la Iglesia, Francia.
El "Patrimonium Petri", es decir los estados pontificios, abarcaban la mitad de la península
italiana, desde Roma hacia el Norte. Con casi esa misma extensión duraron hasta el año
1870, siendo papa Pío IX.
La posesión de estos Estados, regalados por los monarcas francos, había sido hecha a
base de un tratado en el que Roma reconocía la legitimidad de su dinastía y ésta se
comprometía a defender al papa y sus territorios.
Sin embargo, el emperador Carlomagno transformó el sentido de este tratado haciendo
del papa un protegido y él su protector; el papa, rey, pero él emperador. Un sucesor de
Carlomagno, Lotario, en 824, estableció que la elección de los pontífices sería hecha por
el emperador de turno. La Santa Sede se salvó de esta dependencia vergonzosa cuando
la dinastía de Carlomagno se debilitó.
Los emperadores siguientes continuaron la lucha, pero tuvieron al fin que rendirse, lo que
hicieron fácilmente, pues habiendo quedado muy reducido el número de los monjes, éstos
hicieron lo que los emperadores deseaban: someterse a los obispos.
Fallado su proyecto de boda con Irene, Carlomagno había planeado otro: el de acusar al
emperador de Bizancio de hereje porque en aquellos momentos veneraba las imágenes.
Un emperador hereje no podía pretender ni continuar en el trono ni, mucho menos, ser
sucesor del trono de occidente. Pero erró en esto, pues precisamente el papa acababa de
aprobar la doctrina de la veneración de las imágenes. Molesto Carlomagno, envió al papa
los llamados Libros Carolingios, en los que le daba lecciones de teología. Esto ocurría en
el año 792. En dichos libros, además, defendía la doctrina del "Filioque", que por tantos
avatares tenía que pasar.
Filioque es una palabra latina que significa "y del hijo", poniendo el énfasis en la
conjunción "y". Consistía en confesar que el Espíritu Santo, en la Trinidad, procede del
Padre y del hijo. Pero los bizantinos no admitían esta fórmula sino que querían esta otra:
"Procede del Padre por el Hijo". En realidad lo que estaba en juego era la rivalidad cada
día entre oriente y occidente. Carlomagno hizo de esta partícula una nueva política.
Metiéndose a papa, ordenó a todos los obispos de las diócesis francas el rezo de dicha
frase en el Credo de la misa, a pesar de la posición manifestada tanto por Adriano I como
por león III. Pero la partícula, convertida en certificado del poder del emperador, se
impuso con el tiempo en todo el Occidente, aprobada, finalmente, por el Papa, y
rechazada siempre en oriente por su significación política.
Carlomagno, al igual que sus modelos, fue un sanguinario. Se vengó de la insurrección de
los sajones, haciendo matar a más de cuatro mil en un solo día; condenando a muerte,
después, al que no quería recibir el bautismo, al que robaba en una iglesia y al que no
observaba el ayuno. Contra estas inhumanas medidas protestaron el mismo protegido
suyo, Alcuino, y el papa Adriano I. Al lado de estos defectos tuvo, sin embargo, grandes
cualidades, la principal de las cuales fue el sincero deseo de servir a su pueblo y a todos
los pueblos que le estaban sometidos y, en segundo lugar, su amor a la cultura. Tanto fue
así que la historia conoce estos esfuerzos con el nombre de "Renacimiento Carolingio".
De este tiempo fueron Teodulfo, obispo de Orleáns, y el lombardo Pablo el diácono.
Dispuso que todas las diócesis tuvieran su escuela episcopal para dar enseñanza
primaria. Algunas de estas escuelas alcanzaron el nivel de auténticas universidades como
Fulda, Tours y Saint Gall. Estimuló a los monasterios para que se convirtiesen en centros
culturales, sugiriéndoles la copia de los códices antiguos y el estudio del arte de la
antigüedad. De acuerdo con sus aficiones clericales, encargó personalmente libros
litúrgicos a Roma y dio impulso al canto litúrgico.
Hasta hizo redactar sermonarios para uso de los párrocos poco instruidos para que, con
la ayuda del libro, predicasen el sermón a los fieles en la santa misa. Quiso que todo
ciudadano supiera recitar el padre Nuestro y el Credo. Con cierta razón fue llamado en
tono de elogio, ya en vida, sacerdote.
Para organizar los estudios trajo de Italia al célebre monje benedictino Alcuino, nacido en
York de Inglaterra. En su palacio de Aquisgrán se reunían los principales representantes
del saber que era posible reunir en su tiempo. Siendo ya viejo, aprendió a escribir junto
con sus hijos. Hay que anotar que el clima de cultura por él creado fue, antes que otra
cosa, una cultura para especialistas, poco popular; pero su mérito es innegable.
Desgraciadamente aquella obra era demasiado personal, de manera que poco después
de su muerte, se vino abajo como un castillo de naipes.
Carlomagno nombraba a los obispos y abades, que se convertían en agentes de su
autoridad. De los dos "missi-Dominici" o inspectores imperiales, uno de ellos tenía que ser
un eclesiástico. Para ganar cada vez con mayor ahínco el apoyo de la iglesia,
Carlomagno regaló muchas tierras a los monasterios e incluso concedió la exención de
impuestos a los que ya poseían.
5 CAPITULO V: EL MONAQUISMO
En el siglo IV, es donde se dio comienzo a la Vida Monástica, principalmente en Egipto y
Palestina. Desde el comienzo del cristianismo algunos hombres muy religiosos que por
medio de la soledad, penitencia y oración, buscaban llegar a un grado más de perfección
y unión con Dios.
Luego de la persecución de Decio muchos cristianos se refugiaron en el desierto de
Tebaida en Egipto, practicaban una vida de soledad, silencio y sin ninguna regla en
común, a ellos se les llama Anacoretas o Solitarios. Los mas celebres fueron San Pablo
de Tebas y San Antonio Abad. Este último es llamado El Padre de los Monjes, se retiró al
desierto después de haber repartido sus bienes entre los pobres.
De la vida Anacoreta o Solitaria se siguió el paso a La vida cenobita o comunitaria, es
decir, una vida común bajo la autoridad de un superior, y fue San Pacomio, pagano
convertido, quien fundó Tabbena, primer monasterio en el cual los monjes practicaban
una misma regla. San Basilio, padre de la Iglesia, fue quien propagó la vida monástica en
el oriente y redactó nuevas reglas que fueron adoptadas por todos los monasterios
griegos: la principal la obediencia al superior.
La vida monástica pasa del oriente al occidente por medio de San Atanasio. Sus
principales propagadores en Italia, Africa y Galia fueron algunos Padres de la Iglesia
como San Ambrosio, San Agustín, San Hilario y San Martín de Tours. San Honorato que
fue obispo de Arles, edifico en el año 410, en una isla de Lerines, un célebre monasterio
del cual salieron numerosos Obispos.
Finalmente la causa del monaquismo se vio perjudicada por algunas exageraciones en el
occidente; y para acabar con esto, San Benito Abad fundó en Montecasino la orden y la
regla benedictina, cuyo lema es "Ora et Labora" (ora y trabaja). El Gran difusor de esta
regla fue el Papa San Gregorio Magno la cual fue adoptada casi en todos los monasterios
del occidente.
Los Benedictinos llenan la Historia de la primera época de la edad media, fueron los
misioneros que evangelizaron a los bárbaros, fueron los educadores de Europa, sus
escuelas, fueron modelos de cultura intelectual y mientras que algunos se consagraron a
la trascripción de manuscritos o composición de libros piadosos y crónicas de la historia,
otros se consagraron a la creación de aldeas agrícolas y a la construcción de represas y
canales de riego. Estos monjes llegaron a ser los maestros de la agricultura, la industria y
la ciencia.
BIBLIOGRAFIA
Texto guía: Historia de la Iglesia Antigua y Medieval (Manual del ISCCRR.D; Eds. U. San
Dámaso,
Madrid 2015)
- Bibliografía principal recomendada
ÁLVAREZ GÓMEZ, J., Historia de la Iglesia I. Edad Antigua (Sapientia Fidei 25; BAC,
Madrid 2001).
SÁNCHEZ HERRERO, J., Historia de la Iglesia II. Edad Media (Sapientia Fidei 30; BAC,
Madrid 2005).
COMBY, J., Para leer la historia de la Iglesia I (Verbo Divino, Estella 1996).
ORLANDIS, J., Historia de la Iglesia I (Palabra, Madrid 1985-89).