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Palabras clave
Paul renn, Agresion fisica, Apego desorganizado, Regulacion emocional, Teoria del apego,
trauma.
En la introducción del capítulo, Renn nos dice que para muchas personas la violencia
en las sociedades modernas ha tomado proporciones de “epidemia”. El autor extrae de
su práctica como forense el caso de un hombre, Michael, que tras 20 años de
matrimonio golpeó con un martillo hasta causar la muerte a su esposa, Anna, a pesar
de alegar que él la amaba.
Renn invoca las teorías pioneras de Bowlby para quien el apego es un tipo de
comportamiento por el que una persona busca activamente mantener proximidad con
otra claramente diferenciada (esto quiere decir que el contacto buscado no es con
cualquiera sino con alguien significativo para esa persona). Renn propone que la
cualidad principal del cuidador como figura que brinda amor y seguridad permite al
niño regular el conflicto básico entre amor y odio. De forma complementaria, la
agresión sería la consecuencia de una perturbación traumática del vínculo de apego.
En consecuencia, Renn propone que el significado de las agresiones que se producen
en el marco de relaciones afectivas adultas ha de buscarse en la matriz particular de
las relaciones del sujeto en la infancia. Cuando dichas relaciones no han sido
adecuadas, la persona tiende a reaccionar con agresividad cuando percibe amenazas
o se siente en peligro. Estas reacciones se caracterizan para Renn por ser
“desorganizadas” y por carecer de capacidad para encontrar formas adecuadas de
adaptación (maladaptive).
En este apartado, Renn nos recuerda que para Bowlby la aflicción y duelo patológicos
están en la base de los sentimientos agresivos y destructivos, pues estos últimos
serían precisamente la reacción que aparece frente a separaciones y pérdidas que el
niño vive en sus relaciones familiares. Bowlby consideraba que cuando los niños no
pueden expresar sus sentimientos frente a la pérdida de una figura de apego
(sentimientos que son ambivalentes e incluyen tanto el anhelo de contacto como el
enfado y la rabia) esta vivencia de “división” en los afectos hacia la figura de apego
tiene su correlato en un sistema disociado de la personalidad del niño-a. En suma,
para Bowlby, en el duelo patológico se reniega (disavow) la pérdida.
Las ideas de Bowlby sobre la agresión descansan sobre lo que -para el autor- es la
función evolutiva del enfado. La protesta airada es una respuesta biológica de carácter
instintivo frente a la ansiedad y el miedo que se experimenta cuando la figura de
apego se aleja o se pierde. La función adaptativa de la ira sería, pues, aumentar la
intensidad de la comunicación con la figura de apego para restablecer el contacto con
ella y evitar que el niño se quede sólo.
Para Renn, en resumen, las formas de cuidado y apego introducen al niño y la niña en
potenciales sendas de desarrollo que conducen a niveles diferentes de adaptación.
Los trastornos en las relaciones de apego terminan por constituir “modelos internos de
funcionamiento del apego”, que son como las plantillas de la psicopatología de la vida
posterior y entre ellas se pueden incluir las formas de comportamiento agresivo y
destructivo de la vida adulta.
Renn cita a varios autores (DeZulueta, Tyson and Tyson, además del ya mencionado
Bowlby) para quienes los afectos traumáticos son un factor de primer orden a la hora
de entender las motivaciones agresivas y destructivas.
También Renn subraya lo sostenido por otros (Rutter) en el sentido de que cuando en
la infancia se produce una pérdida (padre o madre) no sólo hay que ver los efectos
sobre el hijo o la hija, sino contemplar también los efectos de desorganización que
dicha pérdida tiene sobre el conjunto de la familia. El autor mencionado por Renn
(Rutter, 1997) considera que en estos casos pueden desarrollarse formas de apego
enfermizas sin que se haya alterado la estabilidad de la relación.
Renn considera que se cuenta con suficientes trabajos para dar por evidente que la
regulación emocional es una parte sustancial de la relación entre apego y
psicopatología. Renn se apoya en autores como Bradley y Schore quienes han
trabajado sobre la importancia de las figuras de apego en regular emociones
negativas como el miedo, la vergüenza y la rabia. Shore (1991, 1994) puntualiza que
el desarrollo del sistema de regulación emocional en el hemisferio derecho del
cerebro atraviesa una fase crítica durante el segundo año de la vida; de manera que
un temprano fallo en la regulación de una emoción como la vergüenza puede traer
aparejados desórdenes asociados con la regulación de la agresión.
En cualquier caso, según el autor, el problema es que el “trauma relacional” se
encuentra típicamente en familias donde las deficiencias son acumulativas. En ellas, el
adulto responsable de cuidar al niño-a provoca fallas en la regulación afectiva de éste-
a y, lo que es más importante, o es incapaz de dar cariño o cuando lo da es de forma
inconsistente. Como resultado de este fallo de “entonamiento” afectivo, el niño queda
en un estado psicobiológico profundamente desorganizado. La respuesta del niño a un
ambiente que le produce mucho miedo es desarrollar una hipervigilancia y una
reacción extremada, ya sea ésta la de expresar emociones intensas ante cualquier
pequeño cambio en el contacto con los otros o, por el contrario, evitar dicho contacto,
disociando una afectividad que aparece muy restringida y mostrando un alto grado de
obediencia y conformidad. En cualquier caso, estos formatos de interacción van a
terminar por formar parte del psiquismo y uno de sus efectos sería el de dañar la
capacidad para procesar la información emocional en el seno de las relaciones con los
otros
Renn (p. 64) considera que la teoría del apego puede considerarse como una teoría
de la regulación emocional, ya que la calidad del cuidado transmite una determinada
organización del apego en la que se puede incluir un estilo característico de regulación
de las emociones. Renn invoca los trabajos de Stern, Beebe y Lachmann, Lyons-Ruth
y otros en los que se nos muestra la forma sutil en que se transmiten de una
generación a otra las emociones; serán las inflexiones de la voz, las miradas, las
posturas corporales o las expresiones del rostro las que nos permitan ir adquiriendo
un conocimiento sobre lo emocional que es conocimiento implícito y que se produce
siempre en el marco de una relación.
Renn también recoge las aportaciones de Main, Kaplan y Cassidy que han permitido
ver que los padres transmiten a sus hijos sus modelos internos de apego y que esta
influencia se dejará ver, sobre todo, en el tipo de relaciones íntimas que ellos
establecerán en el futuro con sus parejas.
Como han mostrado numerosos estudios, los niños que han disfrutado de una relación
de apego seguro tienden, en su vida adulta, a buscar formas de reparar los efectos de
las rupturas en las relaciones y eso hace que sus vínculos tengan una relativa
consistencia. Cuando el apego ha sido inseguro y los niños no han recibido atención
de los padres frente a diversas formas de estrés sufridas, la tendencia que aparece es
una reducción en la expresión tanto de sus necesidades de recibir ayuda, como de
sus sentimientos de vulnerabilidad. Esta deficiencia en la expresión de afectos empuja
al niño-a a una desconexión de sus propios estados emocionales.
Renn concluye que cuando nos encontramos con traumas acumulativos en las
relaciones, éstos van a terminar por producir un impacto en la maduración del sistema
orbito-frontal y generar una permanente falta de regulación en los estados de miedo.
Renn cita asimismo a autores como Benjamin y Ogden para quienes es necesario un
proceso de diferenciación entre el niño y su cuidador como vía para tener una
perspectiva subjetiva. Los abusos de los padres, su narcisismo o negligencia hacia los
hijos-as generan tales grados de ansiedad e inseguridad en ellos-as que tornan muy
problemático el proceso de separación y discriminación. Renn añade la perspectiva de
autores para quienes el padre tiene un rol importante en impulsar a que el hijo-a salga
del vínculo diádico que establece con la madre, así como ser ese “tercero” que puede
dar una segunda oportunidad al niño o la niña para desarrollar un sí-mismo seguro
(Fonagy, Target). Fonagy es el autor que más ha incidido en que la relación de apego
es fundamental para el desarrollo de la capacidad de “mentalización”.
Renn señala que, muy a menudo, la figura paterna ha estado ausente o inaccesible
emocionalmente. Esta situación resulta exacerbada, según el autor, por las
interminables jornadas laborables de muchos hombres, así como por los altos índices
de separación y divorcio en nuestras sociedades contemporáneas. En los casos en
que ambos padres resultan incapaces para cumplir las funciones de su rol como
figuras de apego, es importante la existencia de una figura de apego en el entorno
familiar (como el abuelo o la abuela) que pueda permitir el desarrollo de la capacidad
de mentalización (Fonagy).
Renn desgrana una serie de datos sobre la violencia criminal. El primero de ellos es
que de un total de 1048 homicidios contabilizados en el período 2002/2003 en
Inglaterra y Gales, la mayoría fueron cometidos en el seno de la familia, siendo las
víctimas las mujeres y los niños. También se cuentan por millones (más de seis) el
número de incidentes violentos en el ámbito doméstico. Como es bien conocido por
los profesionales que trabajan con temas de maltrato, la mayoría absoluta de las
agresiones físicas entre adultos se dan entre personas que están ligadas
afectivamente.
Renn (p. 68) cita a Bowlby (1973, 1988) para quien la violencia ha de comprenderse
como una exageración y distorsión de las reacciones de ira a través de las cuales el
niño retiene a la figura de apego; esta ira es, por tanto, una conducta potencialmente
funcional para mantener el vínculo de apego. Bowlby entiende el asesinato como la
incapacidad de quien perpetra dicho crimen para tolerar el alejamiento de la figura de
apego. Renn añade que esta idea se ve confirmado por estudios que muestran que la
mayoría de los asesinatos de las esposas son llevados a cabo por sus maridos tras la
separación física entre ambos.
Desde la teoría del apego, los síntomas destructivos del paciente se comprenden
como expresión de una experiencia traumática que no ha sido procesada y que queda
registrada en la memoria implícita-procedimental y representada en los modelos
internos self-otro. Tanto la memoria afectiva como los modelos de interacción emergen
en el sistema de relación o intersubjetivo
Caso Michael
Renn nos cuenta que los padres de Michael se separaron cuando él tenía cuatro años
y perdió el contacto con su padre cuando su madre volvió a casarse. M. sentía que se
había convertido en un extraño para su madre y su nuevo marido pues ellos estaban
ocupados en montar un negocio, de manera que M. se vuelve hacia la abuela materna
con la que desarrolla un vínculo de apego sustitutivo.
En la juventud, Michael conoce y comienza una relación con Clare. Ella rompe el
compromiso de forma precipitada. Posteriormente, Michael se encontró casualmente
con Clare y la apuñala en el pecho. Estuvo cuatro años en prisión. Después volvió a
ser condenado por robo, posesión de armas de fuego y lesiones.
La actividad delictiva de Michael cesa cuando comienza una relación con Anna. En los
cuatro años previos al asesinato, la tensión crece entre la pareja: él trabaja muchas
horas fuera de casa y ella comienza una relación extramarital. La distancia afectiva y
sexual entre ellos crece sin parar. La situación se complica todavía más porque Anna
empieza a beber en exceso y él se torna progresivamente controlador. Fallecen la
madre y la abuela de Michael.
Renn cita lo que parecen ser palabras textuales de Michael: “toda mi ira y mi
frustración estallaron de repente”. La policía encontró a Michael sentado en su coche,
delante de la casa familiar. Fue condenado a siete años de prisión. Michael hablaba
de su amor por Anna y de que nunca hubiera podido imaginar que ella lo abandonara.
Michael creía que ella lo había provocado al alegar que la había pegado cuando lo
único que ella pretendía era tener una causa para divorciarse de él.
Renn no deja de reconocer como probable que cualquier mujer con la que Michael
desarrolle una relación íntima se encuentra en peligro de ser dañada si la relación se
rompe. Según el autor, un trabajo psicodinámico con base en la perspectiva del apego
podría aminorar la catastrófica experiencia de Michael con los abandonos y los
rechazos, lo que reduciría el riesgo de las mujeres con las que se relacionara. Este
encomiable deseo de Renn, al parecer no pudo cumplirse y el autor concluye con una
comunicación escalofriante: Michael entabló una nueva relación con una mujer a la
que golpeó hasta la muerte cuando ella quiso romper la relación. Después de matarla,
Michael se fue a correr, no sin antes dejar una nota a la policía admitiendo su crimen e
indicando el lugar en el que encontrarían el cuerpo de ella.
Comentarios críticos
Renn realiza un recorrido por las teorías del apego con la pretensión de que dichas
teorías nos van a permitir entender la “violencia masculina en el interior de vínculos
afectivos”. Es con estas palabras con las que el autor designa lo que muchas autoras
feministas, entre las que me encuentro, preferiríamos denominar violencia de género o
violencia ejercida contra las mujeres. No es que Renn desconozca quiénes son
mayoritariamente las víctimas (él mismo aporta datos sobre el nº de homicidios de
mujeres y niños en Inglaterra durante el período 2002/3) pero al hablar de dicha
violencia la denomina “incidentes de violencia doméstica” (incidents of domestic
physical assaults), incidentes que pasan a ser descritos en términos de “asaltos
violentos entre adultos que ocurren cuando existen vínculos de apego entre ellos”.
Parece un circunloquio que evita plantear en términos más claros los golpes y el
asesinato de que son objeto las mujeres a manos de sus parejas del género
masculino.
La teoría del apego nos resulta muy válida para entender reacciones emocionales
frente a carencias en la figura de apego como puede ser la ira, pero no termina de dar
cuenta de cuáles serían las condiciones para que esos patrones de irascibilidad y
déficit de regulación emocional terminen en una violencia contra la persona “querida”.
Este sería precisamente el elemento fundamental para una reflexión sobre la génesis
de la violencia. Pero en el artículo reseñado se hace un continuum entre las
reacciones de ira infantiles (que aparecen como reacción al alejamiento de la figura de
apego) y el ejercicio de la violencia que busca dañar al otro (y no sólo impedir que se
aleje). Así como el enfado y la protesta infantil pueden considerarse reacciones
“primarias” y que tienen una finalidad biológica, no vemos ninguna relación entre esto
y las explosiones de cólera que culminan en un ataque contra la integridad de otra
persona.
Una vez que apuntamos esta insuficiencia es dable reconocer que precisamos de
mayores estudios sobre la patología de los hombres que maltratan y para los que
Dutton (1995), que figura en la bibliografía de Renn, nos propone una clasificación de
los tipos de “golpeador” en el que retrata un tipo de trastorno de personalidad que
podría corresponder con el caso de Renn, pero se nos da poca información específica
sobre su génesis.
El trabajo terapéutico con hombres que maltratan a sus parejas podría ser una
oportunidad para elaborar una psicopatología del dominio y la agresión que siempre
se echa en falta en los manuales clásicos del psicoanálisis, tan abultados, sin
embargo, de patologías de sumisión y masoquismo. Sorprende un tanto que no se
encuentren “compensaciones” psíquicas que el ejercicio de la violencia pueda deparar
para el agresor, hasta el punto de que éste se nos presenta sólo en su vertiente de
víctima. Como bien ha puesto de manifiesto Bleichmar (1997), la agresividad es un
recurso muy socorrido porque permite cambiar de forma instantánea el sentimiento de
fragilidad o inferioridad por el de fortaleza y superioridad. Este cambio, en el campo de
intersubjetividad implica que se proyecten (y se le hagan experimentar al otro) los
sentimientos de vergüenza y/o temor, de manera que el agresor pueda retener los
sentimientos de dominio y el poder de intimidar al otro. Si esto sucede con cualquier
expresión –verbal o no verbal- de agresividad ¿qué no sucederá cuando la violencia le
da al agresor el poder de dañar físicamente e incluso de decidir si le quita la vida al
otro? Aunque Renn insista en que las agresiones suceden en medio de explosiones
emocionales ¿en qué se convierte la otra para quien la golpea?, ¿qué sucede en la
mente de alguien para que el dolor, el terror, la sangre e incluso el cuerpo destrozado
no logren detenerlo?
Renn termina su artículo lamentando que el hecho de que Michael no hubiera podido
trabajar sus traumas costó la vida a otra mujer. Pero tanta empatía para el sufrimiento
de Michael y tan poca para sus víctimas no parece muy justo. Sobre todo porque no
creemos que sea aquel niño que efectivamente sufrió abandono (parcialmente de la
madre, total por parte del padre) y abuso sexual (perpetrado por un amigo del abuelo),
aquel niño, decimos, no creemos que sea el mismo que golpea con un martillo a Anna.
Michael es un adulto que no tolera que “su” mujer le prive de aquello que él desea y
necesita; un adulto que se siente con el derecho a someter con golpes a una mujer
que se niega a hablar con él y que él convertirá en víctima indefensa, a su merced,
incapaz de cualquier rebelión y que pagará con su vida haberlo ofendido y haberlo
abandonado.
In childhood, he expressed his anger and distresss by running away from home and bedwetting, whereas
in adulthood it was enacted in violent crime[1]
Schopenhauer, A. 2004. El arte de tener razón expuesto en 38 estratagemas. Madrid: Alianza Editorial.[2]
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