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Voces desde el exilio

La Verdad sobre la violencia en Colombia. Su construcción desde la diáspora1

Entrevista con Carlos Beristain2

En los últimos días de noviembre, la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la


Convivencia y la No Repetición de Colombia estuvo en Buenos Aires para recabar
testimonios de víctimas de la violencia en Colombia y fortalecer los lazos con las
organizaciones que en Argentina y en el Cono Sur vienen trabajando por sus derechos 3. En
esta entrevista el médico y doctor en psicología español Carlos Beristain, comisionado de la
Comisión de la Verdad, expone los orígenes de este trabajo de reconstrucción de la verdad
desde el exilio, resalta la importancia del diálogo latinoamericano y de las redes de apoyo, y
enfatiza la necesidad de una verdad que dignifique.

Carlos Salamanca Villamizar: La Comisión de la Verdad viene haciendo un trabajo en


el exterior desde hace aproximadamente dos años como consecuencia de la firma del
Acuerdo de paz entre el gobierno colombiano y las FARC. ¿Cuáles fueron los elementos

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Esta entrevista fue realizada por Carlos Salamanca Villamizar en Buenos Aires, el 30 de noviembre de 2019
en el predio de la ex Escuela Superior de Mecánica de la Armada en noviembre de 2019 y fue publicada, en
dos partes, en la Revista Haroldo. Diálogo con el pasado y el presente. https://revistaharoldo.com.ar/.
Agradezco a Matías Cerezo del Centro Cultural Haroldo Conti por su invitación a realizar esta entrevista y al
equipo de la Revista Haroldo por su minucioso trabajo de edición.
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Médico y doctor en Psicología, investigador de las violaciones de derechos humanos en América Latina y
otras regiones del mundo, referente en la atención psicosocial a las víctimas. Ha sido perito para la evaluación
médica y psicosocial en varias ocasiones ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, ha trabajado
como asesor sobre víctimas en diversos casos de la Corte Penal Internacional. Fue coordinador del informe
"Guatemala: nunca más” y asesor de las comisiones de la verdad de Perú, Paraguay y Ecuador. Entre sus
principales publicaciones se encuentran Historias de andares (2012) y Diálogos sobre la reparación: ¿qué
reparar en los casos de violaciones de derechos humanos? (2010). Carlos Beristain es actualmente comisionado
en la Comisión de la Verdad de Colombia. Para más información, Cf.:
https://comisiondelaverdad.co/actualidad/blogs/carlos-martin-beristain
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Estas reuniones fueron organizadas con la participación activa del colectivo Migrantes y Exiliados/as
Colombianos/as por la Paz -MECoPa- surge en el año 2014 como proceso de organización de refugiados y
exiliados/as colombianos/as en Argentina para aportar en la búsqueda de la paz, la memoria, la verdad y la
justicia de la población en el exterior afectada por el conflicto. Actualmente MECoPa apoya el proceso de
implementación del enfoque extraterritorial de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad (CEV) y la
documentación de casos de desaparición para entregar a la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por
Desparecidas (UBPD). Contacto:
diana.ortiz@comisiondelaverdad.co,migrantesyexiliadoscolombianos@gmail.com.

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que llevaron a pensar en la diáspora colombiana, en esa otra Colombia que vive fuera
de Colombia y considerar que allí había voces que debían ser escuchadas?

Carlos Beristain: En el marco del proceso de paz entre el gobierno de Colombia y las
[Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia] FARC, las propias víctimas que estaba
fuera del país se fueron organizando. Se crearon algunos colectivos en Europa y en América
Latina que enviaron cartas a la mesa de negociación y que dijeron ‘hay víctimas que están
fuera del país y deben ser tenidas en cuenta’, y que pidieron y exigieron la participación en
ese proceso. En el propio Acuerdo de la Comisión de la Verdad aparece la palabra “exilio”
que se refiere a las víctimas que están fuera del país. También en las primeras decisiones que
tomó la Comisión se hizo evidente que la Comisión tenía que acercarse a los territorios.
Asimismo, se cuenta hoy con 28 Casas de la Verdad en todo el territorio colombiano, y se ha
hecho clara la idea de que no se puede trabajar solamente desde Bogotá teniendo en cuenta
la complejidad de conflicto y la necesidad de acercamiento a las víctimas. Ahí propusimos
reconocer que hay una Colombia fuera de Colombia, fuera de su propio territorio, y que hay
más de medio millón de refugiados y refugiadas colombianas, personas que han tenido que
salir del país por motivos del conflicto armado o que han necesitado protección internacional
y que merecen que la Comisión establezca un dispositivo de trabajo y de escucha que facilite
dos cuestiones. Uno, que la gente se sienta parte de un proceso más colectivo de lo que se
está haciendo en Colombia y dos, el recate de las historias de Colombia que están fuera del
país, al igual que las propias experiencias de exilio que son una experiencia invisible. En
general en la mayor parte de los países en conflicto o con dictaduras se tiende a pensar en los
refugiados y en los que están fuera del país como aquellos que estuvieron en buenas
condiciones, que la pasaron mejor, que tuvieron menos problemas. Pero realmente hay una
invisibilización de los impactos. Y ahí nos preguntamos, ¿cómo podemos contribuir a
rescatar esas voces, las experiencias de los que están afuera, de aquellos que esperamos que
ojala se sientan hoy parte de ese proceso más colectivo de construcción de la verdad? ¿Cómo
convertir la propia experiencia de exilio en algo que necesita un reconocimiento en el país?
En Colombia, hay una Unidad de Víctimas creada en el marco de una Ley anterior [1448]
antes del proceso de paz con las FARC y ahí no hay un reconocimiento del exilio como
violación. Si hay un reconocimiento para alguien que fue víctima de tortura, incluso de
desplazamiento, pero no del exilio como tal.

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C.S.V.: En varias ocasiones, usted ha afirmado que dar la voz a las víctimas es también
un ejercicio de ciudadanía y de participación frente al proceso de paz. ¿Cómo han visto
ese ejercicio en el diálogo con las víctimas?

C.B.: Yo diría que hay dos cosas que son importantes. Una es el resultado; el tener un buen
informe, las historias de la gente, cómo las recogemos de forma significativa. Dos, también
es ver cómo recuperar el derecho a la palabra, hacer que tu historia valga, que importe lo que
tu cuentas, y que además alguien te crea. Los demandantes de asilo, las personas que han
tenido que salir del país que han tenido que ver con una historia negada en su país han llegado
a otros países con historias que no se reconocían. Son personas que tienen que justificar
porqué tuvieron que salir del país, demostrar persecuciones, etcétera. Entonces, se trata de
hacer un ejercicio de que a la gente le crean. El primer derecho es el derecho a que tu historia
cuente, teniendo en cuenta este ejercicio de construcción colectiva. Y ahí hay un ejercicio de
una ciudadanía que se vio negada cuando una persona tuvo que salir del país por persecución,
por miedo, por la falta de protección. Y también, ojalá que sea un ejercicio que para las
victimas tenga sentido, que sea un ejercicio de sanación, de poder sacar el dolor. Algunas
personas que hemos entrevistado nos han dicho, ‘vengo con una mochila’ o ‘venía con una
mochila de mucho peso durante años’. Acabamos ahora mismo de tomar un testimonio de un
caso de la Unión Patriótica, un partido político creado en el año 1985 en el marco de un
proceso de paz con las FARC que se frustró y que generó el exterminio de ese partido político.
Se trata de unas 3.000 personas asesinadas y de otras tantas que sufrieron desplazamiento,
tortura, a lo que muchas veces se añade que es la primera vez que esas personas cuentan su
historia después de treinta años. Eso muestra también la profundidad de los silencios, de
cosas que no se han podido abordar, del peso que esas mismas historias han tenido en las
mismas familias en el propio país. Y se trata de ver como abrimos un espacio en el que la
gente se sienta bien tratada, bien considerada, con el tiempo que necesite para expresar cosas
que son muy dolorosas. Pero ojala que también sea un espacio que la gente sienta como
positivo y que sienta también que la Comisión va a hacer algo positivo con una historia de
desprecio. Las violaciones a los derechos humanos son una historia de desprecio. En las que
la vida no vale nada, te pueden matar, desaparecer, torturar. Y se trata entonces de ver cómo

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convertimos esa historia de desprecio en algo que sea una historia de resistencia, de dignidad,
de recuperación, también de un sentido colectivo. Y como abrimos un espacio para que estas
cosas de las que es tan difícil hablar. Cosas que duelen, con las que vas a quedar mal después,
y que te preguntas para qué sirve en un país como Colombia tan cargado de impotencia.

C.S.V.: Usted ha dicho, desaprender esa experiencia de frustración, la sensación de que


no se puede hacer nada, de que nada va a cambiar…

C.B.: Es que ese es uno de los efectos de la impunidad. La impotencia aprendida que termina
convenciéndonos de que no se puede hacer nada, de que nada es posible. Hace años, antes de
la Comisión de la Verdad, hicimos un trabajo con una organización de mujeres que se llama
“La Ruta Pacífica de las Mujeres” y en el año 2011 - 2012 empezamos a trabajar y recogimos
más de 1.000 testimonios de mujeres víctimas en un contexto en el que no se podía hablar de
conflicto armado siquiera. Y lo hicimos a través de las redes de confianza de las mujeres, sin
que se conociera, sin “dar papaya” como dicen en Colombia, pero que ayudaran a reconstruir
esa historia de violencia contra las mujeres, que la mayor parte de las veces está
invisibilizada, y que incluso ha sido poco recogida por las Comisiones de la Verdad. Y lo
hicimos en un tiempo en que eso no se podía hacer. Alguna gente que conoció ese proyecto
dijo, “no, ustedes están locos. Eso no se puede hacer”. Y bueno, lo hicimos a través de esas
redes. Y las víctimas dijeron sí, queremos hablar. Y las organizaciones de mujeres hicieron
una manera de trabajar que permitió que eso se lograra, incluso en un contexto tan negativo.
Cuando llegó el proceso de paz con las FARC, tal vez las organizaciones mejor preparadas
eran las organizaciones de mujeres, porque habían hecho ese trabajo y habíamos publicado
un informe que se llama “La verdad de las mujeres” que se presentó en La Habana. Y ahí hay
una propuesta de cómo se puede hacer una Comisión de la Verdad y en eso es en lo que
estamos ahora.

C.S.V.: Ustedes dicen: hay que construir una relación de confianza en donde esta
verdad pueda salir, ser escuchada, ser movilizada y de alguna forma ser
transformadora. Ahora bien, en términos concretos, operativos, si pensamos que

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hablamos de un trabajo que se extiende en más de dos decenas de países, ¿cómo se hace
para construir esa relación de confianza? ¿Hay redes, hay equipos, cómo funciona esto?

C.B.: Nosotros tenemos un pequeño equipo en Bogotá. Este trabajo empezó con la visita a
algunos países buscando también algunos recursos económicos para viajar y realizar
actividades fuera, y también a través de las redes de confianza que ya existían. En parte
víctimas que ya conocíamos de antes. Yo hace 24 años que trabajo en Colombia, también he
conocido mucha gente que tuvo que salir del país, y por otra parte organizaciones que se
crearon a partir del proceso de paz y que ya se estaban estructurando. Entonces, lo que hemos
hecho es una serie de visitas, de explicación en cada lugar, de pedagogía y de escuchar a la
gente, lo que piensa, cuál es su esperanza, sobre qué cree que debería hacer una Comisión,
sobre el sistema de verdad, justicia y reparación. Ver con quienes se puede dialogar. Ahí hay
tres tipos de cosas que son clave para nosotros. Primero, la centralidad de las víctimas, cuáles
son esas redes de víctimas más o menos organizadas con las que se puede empezar a trabajar.
Segundo, las organizaciones de apoyo. Aquí en Argentina hablamos por ejemplo de Memoria
Abierta, en otros países está el Servicio Jesuita para los Refugiados, el Instituto Catalán para
la Paz en España, la Iglesia Sueca. Bueno, en los diferentes lugares tenemos interlocutores
que, o trabajan sobre temas relativos a la paz o tienen hace rato un trabajo en Colombia o
sobre Colombia, o que trabajan sobre los temas de refugio y asilo y han acogido a la población
colombiana. Entonces un poco en base a esos tres tipos de organizaciones siempre hemos
tratado de ver en cada país con quien se puede trabajar de forma que la Comisión pueda
establecer algunos acuerdos informales o formales que permitan llevar a cabo ese trabajo. Y
también como hacemos entre las víctimas, universidades, sectores de organizaciones no
gubernamentales con las que, sobre la base de relaciones de confianza, podamos trabajar y
generar algunos equipos de apoyo para el trabajo de la Comisión. La Comisión no tiene
recursos propios para estas redes de entrevistadores que tenemos, por ejemplo. Y hoy
contamos con unas 4, 5, 10 personas, depende de cada país, que puedan hacer ese ejercicio
de escucha a través de las redes de confianza que nos permitan recoger las historias, los
testimonios, acompañar esos procesos. Así hemos ido estableciendo las bases de trabajo en
Europa, en el Cono Sur, en Centro América, México, los países de frontera (Ecuador,
Panamá, Venezuela, Brasil), Canadá y Estados Unidos. Hay algunos países en los que todavía
falta hacer esos equipos con formación (Estados Unidos, Venezuela y Brasil) pero en el resto

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de los países la gente ya está haciendo ese trabajo de tomar testimonios, de escucha, de
acompañamiento a las víctimas.

C.S.V.: Ahí se ve la importancia de procesos de décadas, tanto dentro como fuera de


Colombia. Resuenan en sus palabras, experiencias de Guatemala, Perú, Colombia…
¿Qué peso ha tenido este aprendizaje que resulta de experiencias que dialogan en
diferentes países?

C.B.: Yo casi diría que ese ha sido mi aprendizaje y mi vida. En Guatemala por ejemplo,
hicimos un proyecto en el año 1994, el proyecto de Recuperación de la Memoria Histórica,
impulsado por la Iglesia Católica. Esa fue una escuela fundamental que se basó en la
experiencia del Cono Sur, en lo que se había hecho en Chile, en Argentina. Tuvimos un
diálogo con esas experiencias para ver qué significaba todo esto, con organizaciones como
el SERPAJ en Argentina para el diseño de ese trabajo que hicimos con la Iglesia Católica.
Porque la guatemalteca fue la primera Comisión de la Verdad que puso mucho énfasis en las
víctimas, en el impacto en las personas. De hecho, el primer tomo dl informe Guatemala
Nunca Más, realizado bajo el auspicio de la Iglesia Católica, se llama “Los impactos de la
violencia” y muestra, desde una perspectiva más psicosocial, la profundidad de la herida en
el país, de las fracturas, de las consecuencias de la guerra. Es decir, se trata no solo de las
estadísticas y los casos, o de la dimensión jurídica que también es muy importante. Y esa es
una escuela que después sería muy importante para la Comisión de la Verdad del Perú, para
este proyecto de las mujeres de Colombia y para la Comisión de la Verdad de Colombia
ahora. Ahí hay un intercambio muy significativo de aprendizajes y también de construcción
de redes de apoyo. Porque todo esto se puede hacer si se fortalecen vínculos de gentes
distintas. En el proceso de paz mismo en Colombia, la dimensión internacional es muy
importante. No solo por el apoyo si se quiere más financiero o el apoyo de ciertas embajadas
o redes de trabajo en distintos países, sino sobre todo por los vínculos de confianza con
muchas organizaciones que permiten que podamos estar aquí. Ahí también hay lazos que son
muy importantes para sostener este trabajo. Y creo que hay una experiencia aprendida en
América Latina de que también es muy importante no solo cómo se cuenta desde fuera sino
también cómo hacemos un diálogo más profundo sobre esas experiencias en la práctica, más

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allá de esto que se denomina “intercambio de experiencias”. Es más bien detenernos y revisar
cómo hemos trabajado en diferentes lugares y trabajar sobre cómo hemos aprendido. Por
ejemplo, la búsqueda que se hizo aquí de desaparecidos fue muy útil para pensar en el caso
colombiano. Sin esa experiencia compartida la Comisión muy probablemente no podría estar
haciendo lo que está haciendo.

Un líder de la Comunidad de San José Apartadó, en el norte de Colombia, cuando estábamos


haciendo un intercambio de experiencias sobre la resistencia pacífica en medio del conflicto
en Guatemala y El Salvador, nos dijo en la evaluación: “esto a nosotros nos ha gustado
mucho, porque a veces uno piensa que está loco, que esto no se puede hacer, y sin embargo
hemos visto que otras comunidades lo han hecho”.

C.S.V.: Haciendo una lectura rápida del contexto latinoamericano, uno ve que las
demandas que se están produciendo, las discusiones que se están dando, tienen que ver,
en gran medida con legados del pasado. En países como Chile, Brasil o Guatemala, estas
demandas tienen que ver en buena parte con gobiernos autoritarios o con prácticas
autoritarias que van implantando ciertos órdenes que permanecen. Desde ese punto de
vista, ¿Cómo ha sido para ustedes, para el trabajo de la Comisión de la Verdad, el
cambio del gobierno de Juan Manuel Santos al gobierno de Iván Duque, que claramente
marcó una diferencia con decisiones como una reducción del 40% en el presupuesto de
la Comisión?

C.B.: Fundamentalmente lo que ha habido es un cambio de actitud del gobierno frente al


proceso de paz y por lo tanto también frente a las instituciones y con una acción más directa
contra la Jurisdicción Espacial para la Paz con intentos de cambios sustantivos en su
funcionamiento. Eso empeoró el clima social y político para poder hacer este trabajo.
Nosotros lo vemos en nuestro trabajo. Incluso durante el tiempo del proceso de paz, antes de
llegar al Acuerdo hubo gente, víctimas organizadas que no tenían mucha confianza en ese
proceso porque no estaban viendo un cambio en su situación. Había una negociación en La
Habana pero su situación en los territorios no cambiaba. Con la firma del Acuerdo y el
proceso de desmovilización, y a pesar del impacto negativo del plebiscito, la desmovilización
de las FARC y los primeros pasos en la implementación del Acuerdo conllevaron a mejorar

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el clima social, a una disminución del miedo. Dicho sea de paso en ese plebiscito que ganó
el “no” hay que decir que votó un 35% de la gente que podía votar, que la diferencia fue de
60.000 votos del “no” respecto al “sí” y se dio en medio de una campaña que usó mucho la
rabia contra el gobierno y que fue más eso lo que se promovió que la discusión sobre la paz
y el proceso de paz. Pero la implementación del Acuerdo representó una mejora en el sentir
de la gente que se decía “esto de la paz si es posible”, “esto es un cambio en mi vida”. Y eso
se notó en muchos lugares. Nosotros hemos recorrido el país y hablado con mucha gente y
eso era lo que expresaban durante el primer año de esa implementación, también en el exilio.
Después, con el nuevo gobierno, con una perspectiva diferente y crítica sobre ese proceso, se
dio un empeoramiento en las condiciones de implementación y también del punto 5 de las
víctimas4. Eso conllevó más miedo, de nuevo, y también una vivencia de frustración y de
desesperanza: Teníamos la sensación de que ni siquiera hemos empezado a tocar lo que
significa la paz - por lo menos desde la finalización del conflicto armado - y vuelve el
asesinato de líderes, vuelve un clima social negativo y crítico frente a la implementación del
Acuerdo, y empieza a verse también el asesinato de ex-miembros de las FARC
desmovilizados, en condiciones que empiezan a recordar mucho periodos históricos del
pasado en el que ocurrieron esas mismas cosas. Hablamos de una Colombia que vivió un
intento frustrado de negociación en los años 1980 con la Unión Patriótica y después la
desmovilización del M-19, del Quintín Lame, del EPL, de una parte del ELN, de la Corriente
de Renovación Socialista, y luego la Constitución de 1991… De nuevo un ciclo de violencia
en el que mucha gente tuvo que salir del país, hubo también numerosos asesinatos de
excombatientes, militantes políticos, después un proceso de intensificación del
paramilitarismo, el fracaso de las negociaciones de [san Vicente] del Caguán en 1999 y
nuevamente una explosión de violencia contra la población civil. Seis de cada diez víctimas
colombianas del conflicto armado se dieron durante esa época, desde el 1998, 1999 en
adelante. Viene toda esa violencia masiva de las masacres que se dio en forma brutal en todo
el territorio del país, casi sin que nos diéramos cuenta de todo lo que estaba pasando. Incluso

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El ARTÍCULO 5° se trata del PRINCIPIO DE BUENA FE que establece que “El Estado presumirá la buena
fe de las víctimas de que trata la presente ley. La víctima podrá acreditar el daño sufrido, por cualquier medio
legalmente aceptado”. Ley 1448 de 2011 (Ley de Víctimas y Restitución de Tierras), por la cual se dictan
medidas de atención, asistencia y reparación integral a las víctimas del conflicto armado interno y se dictan
otras disposiciones. Para más información: URL: http://www.justiciatransicional.gov.co/Normatividad/Ley-de-
V%C3%ADctimas-y-Restituci%C3%B3n-de-Tierras

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fue así para mí que estaba trabajando en el acompañamiento de muchas comunidades.
Entonces te queda la reflexión acerca de en dónde estábamos metidos en medio de la
vorágine, del acompañamiento, de la ayuda humanitaria, de la atención psicosocial de
emergencia, en medio de una situación muy muy terrible. Después viene el proceso con los
paramilitares y la desmovilización de la cúpula paramilitar, más precisamente de las
Autodefensas Unidas de Colombia porque los paramilitares han seguido reciclándose y
ejerciendo control en muchos territorios del país. Y luego vino el proceso con las FARC.
Venimos entonces de muchos ciclos. Salir de una guerra de casi 60 años es muy difícil, es
complicado y más de un conflicto tan complejo como el colombiano. Se necesita un espacio
político positivo, un viento positivo y una voluntad política para empujar un proceso así. Si
eso no se da, si no se dan las condiciones, vemos asomarse la promesa de más pobreza y de
más guerra, vuelven los profetas del miedo que no quieren que haya una salida política y una
transformación del país y que obviamente generan condiciones muy negativas (fin del
archivo 1).

C.S.V.: De la experiencia del enorme trabajo del proyecto de Reconstrucción de la


Memoria Histórica en Guatemala (REHMI), hace poco en una conferencia resaltabas
las “lógicas del terror”, un concepto que ha sido de mucha ayuda para entender cuál es
la estructura que permite todas estas prácticas de violencia. Pero quisiera que nos
explicaras, desde la perspectiva del trabajo de la Comisión, ¿cómo se pasa de la
experiencia individual de una persona a tratar de entender esa lógica que permite el
horror a gran escala?

C.B.: Tenemos que reconocer que Colombia vivió un proceso de victimización masiva. Las
cifras oficiales hablan de nueve millones de víctimas. Muchas de esas son víctimas de
desplazamiento forzado pero hay cientos de miles de muertos, desaparecidos y de víctimas
de tortura, de violencia sexual, etcétera. Hay dos cosas claves ahí. Uno, entender lo que
nosotros llamamos los patrones de victimización. La Comisión no va a poder investigar caso
por caso, entonces tenemos que ver cuáles son esos patrones; es decir, en diferentes épocas,
respecto a cierto tipo de víctimas, cierto tipo de hechos, cómo se dieron, que regularidades
hubo en esos ataques a la población civil (recordemos que la dimensión militar del conflicto
armado es el 10% y el 90% es violencia contra la población civil). En las guerras “modernas”

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la población civil se convierte en objetivo militar y controlar el tejido social es parte de la
lógica de la guerra, del conflicto. Entender las lógicas; entender por ejemplo a qué
obedecieron estos ataques contra el sindicalismo, qué tipo de regularidad y de patrones hay
en el asesinato contra qué tipo de liderazgos indígenas en qué momentos y porqué, ligado a
qué. Todo eso es importante para entender esas lógicas. Entonces, son los patrones de
victimización y en relación a qué están. Y ahí hay dos tipos de lógicas. Uno, la lógica
insurgente y contra-insurgente. Por qué controlar este corredor es tan importante. Por qué
controlar tal zona es tan importante en términos militares o estratégicos. Pero también, como
nos dijo una mujer desplazada en Ocaña cuando un sacerdote le preguntó qué es lo que le
pedía a la Virgen y ella le contestó: “yo le pido por favor que no haya nada bajo los pies”.
Porque las otras dos veces que ella había sido desplazada había algo bajo los pies; había
habido oro y había habido esmeraldas. Es decir, detrás de la guerra, detrás del control
territorial está el despojo de la tierra para otras cosas, para otros objetivos económicos, esa
economía de la guerra y de los beneficios económicos que tiene la guerra para los diferentes
sectores, de élites y de sectores dominantes en un país. Entonces, hay que entender esa otra
lógica, no solamente la dimensión militar sino que es lo que hay detrás. Veamos la
experiencia del caso de Guatemala, de la masacre de Río Negro. Esa masacre tiene una lógica
contra-insurgente; una masacre llevada a cabo por el ejército con unos paramilitares en una
comunidad contra la comunidad de Río Negro. Y sí tú ves en esa masacre esa lógica
insurgente, de quitarle el agua al pez, de desplazar a la población, de sacar a la población
considerada “roja” de esa zona. Eso es claro y siempre la vimos así. Pero si la ves años
después, desde otra lógica, desde la lógica del para qué de ese desplazamiento, también en
términos de los proyectos que se daban en esa zona pues ves que la masacre de Río Negro
está asociada a la construcción de Chixoy, la hidroeléctrica más importante en Guatemala.
Con sus impactos comunitarios, ambientales, sociales, etcétera. Entonces ahí hay otras
lógicas desde las que también se pueden mirar esos conflictos. En el contexto colombiano
eso sigue dándose. Hay determinados lugares de construcción de represas, lugares de minería
con muchísimos recursos económicos; las minas de oro en Segovia, en Antioquia, por
ejemplo, en dónde se piensa en la minería de oro a gran escala. El obispo de Barrancabermeja
hace mucho tiempo, Monseñor Jaime Prieto que ya falleció, cuando yo empecé a trabajar
allá, en esa zona que es como el corazón económico de Colombia en esa época, en el

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Magdalena Medio, a mediados de los años 90 me dijo, “mira, si quieres ver un indicador del
avance paramilitar, fíjate en los kilómetros de alambre de púas que se venden en los
almacenes, porque eso te da una idea de la concentración de la tierra. Hay una relación entre
el avance paramilitar y las dinámicas del conflicto armado y el alambre para cercar la tierra,
porque hay un proyecto detrás de eso. Entender esa lógica es algo muy importante, también
para la prevención. Lo que la Comisión tiene que poner énfasis aquí y qué es lo que tiene que
cambiar. Esto no es sólo para hacer una foto hacia atrás. No. Qué es lo que tiene que cambiar.
Respecto a la participación política, respecto a la concentración de la tierra y el despojo,
respecto a las lógicas de control y ataque a la población civil, la construcción del enemigo y
la estigmatización del movimiento social, de los derechos humanos y del sindicalismo, son
cosas que hay que cambiar en Colombia. De lo contrario, el Nunca Más es un deseo bien
intencionado pero no es un proyecto de transformación. Y luego hay otra gran lógica que es
clave. Hablando sobre el caso de Guatemala, un sacerdote amigo, jesuita, Ricardo Falla,
cuando estábamos trabajando sobre cómo íbamos a investigar las masacres contra
comunidades enteras, nos dijo, “miren, la masacre es trabajo” y nos empezó a contar una
historia muy cruel de una masacre en la finca San Francisco en la que los hombres y las
mujeres fueron separados y se los empezó a matar a unos delante de otros y el único
sobreviviente de esa masacre contó que mientras todo eso estaba aconteciendo, había
soldados que estaban preparando la comida y después hubo fiesta. Bueno, lo que tú tienes
ahí es una metodología del terror. Se trata de pensar, por ejemplo en el caso guatemalteco,
cómo operaron los servicios de inteligencia dentro del ejército, con un ejército dentro del
ejército. Y cómo condujeron la guerra contra la población civil y cómo esos servicios de
inteligencia se fueron reciclando hacia otras formas de negocio y de control. Entonces ahí
tienes el papel de la escuela de los kaibiles o de los servicios de inteligencia que han sido
parte del germen del nacimiento de los Zetas. Y los Zetas empezaron siendo el brazo armado
de un cartel, y que después se convirtieron en cartel. Muchos de ellos provienen, eran
soldados de contrainsurgencia reciclados a otras estructuras. Hay unas formas de reciclaje de
esos mecanismos del horror, que hicieron posible el horror a gran escala en esa lógica
contrainsurgente durante la guerra, que después se transforman y siguen funcionando de

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formas parecidas. Por eso se creó en Guatemala una cosa que se llama la CICIG5 que puso
énfasis en estos mecanismos del horror que nosotros habíamos investigado 20 años antes, en
esa lógica de la transformación de esas formas de violencia para el negocio, para la
corrupción, para el narcotráfico, para seguir manteniendo una élite dominante en el país.

C.S.V.: La CICIG a pesar de sus grandes avances ha sido cerrada por el gobierno
guatemalteco y en toda América Latina, como éste, hay muchos otros indicios de
incertidumbre. Tú recordabas a estas mujeres en Ocaña. En Colombia también es muy
utilizada la metáfora de los campos minados que están minados porque hay minas de
oro pero también son minas porque pueden explotar en cualquier momento por las
tensiones y conflictos que se dan en esos territorios. En alguna medida uno podría decir
que Latinoamérica es un campo minado con muchos recursos naturales, materias
primas. En este contexto, donde uno ve gobiernos prestos y dispuestos a incendiar el
Amazonas o permitir que se incendie, a permitir o impulsar frentes de explotación
legales e ilegales. ¿De dónde sacar el optimismo? ¿Cómo pensar hacia adelante que estas
estructuras del horror si pueden ser desmontadas?, ¿Cómo, para las personas que dan
un testimonio, para quienes hacen las entrevistas, ofrecer algo de optimismo, un indicio
de que todo este proceso puede ser transformador?

C.B.: Vivimos un tiempo en el que está a punto de perderse una esperanza de milenios de la
humanidad, que en palabras de un poeta británico que murió hace un par de años y se llamaba
John Berger, es la esperanza de que nombrar lo intolerable convoque a la acción. Y esa
esperanza está a punto de perderse. Estamos en un contexto en el que uno puede llamar
terrorista a un migrante mexicano si trata de cruzar a Estados Unidos para tener otra vida y
no pasa nada. O en el que la gente que es expulsada de África por la guerra y por la miseria
busca llegar a Europa y se muere en el mar sin que nadie la socorra por estas políticas del no-
socorrer. Y estamos en un contexto en el que parece que lo que estamos confirmando es la
impotencia. El poder ha pedido la capacidad de vergüenza que tenía y el sistema de derechos
humanos ha funcionado en el mundo por esa capacidad de nombrar lo intolerable y producir
vergüenza. Y creo que tenemos que seguir apostándole a eso, tal vez con nuevas herramientas

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La Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) es un organismo internacional
independiente establecido por un Acuerdo entre las Naciones Unidas y el Estado de Guatemala en el 2007. Para
más información: https://www.cicig.org/

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y nuevas perspectivas que ayuden a entender esas dinámicas ideológicas. Que vean las cosas
más en perspectiva pues estamos hablando de conquistas frágiles. Sí, la CICG se cerró. Pero
durante muchos años parecía imposible que se hiciera, e hizo cosas muy valientes e
increíbles. Sí, cuando tocó una conjunción de intereses que involucraban a un sector
económico y el ejército, diferentes sectores del ejército, ahí hubo una decisión política de alto
nivel con cierto apoyo internacional para bloquear esa experiencia. Pero esa experiencia ha
existido, no se ha borrado. Aunque haya unas condiciones, unas relaciones de poder que
hayan conducido a eso. El primer país de América Latina en el que trabajé fue El Salvador,
un país que tenía una capacidad de organización en el medio de la guerra increíble. Yo fui a
hacer un taller sobre atención a víctimas de la tortura en un país en el que si tú llevabas la
Declaración Universal de los Derechos Humanos te echaban del país o te mataban y sin
embargo estuve tres meses trabajando. Con distintas organizaciones hicimos un taller de
formación y de documentación de casos porque los salvadoreños y las salvadoreñas lo
hicieron posible con sus maneras, su organización, etc. Y después vino la ofensiva del Frente
de Liberación Farabundo Martí (FLFM), el asesinato de los jesuitas, la respuesta del aparato
del Estado, la violencia masiva, y si se quiere, una situación de empate militar. Pero también
vino una derrota de un proyecto de cambio y de transformación. Un amigo que organizó todo
esto y que era miembro de la iglesia episcopaliana, en el lugar en el que hicimos todo ese
trabajo, cuando evaluábamos unos años después del proceso de paz, me dijo: “mira la
frustración aquí es enorme, parece que todo está perdido. Pero sabemos volar. Hemos volado
y sabemos volar”. Esa es la memoria que no se nos tiene que perder. Tenemos estas
fragilidades de los procesos de transformación y las vueltas atrás, el regreso del autoritarismo,
el uso de los medios de comunicación, el uso de los estigmas políticos para tratar de ganar
control sobre este tejido social, cómo se manipula, cómo se ponen en marchas mecanismos
desde lo religioso, lo ideológico, lo político, para estigmatizar y criminalizar al otro. Eso es
lo que estamos viendo cada vez más en todos los lugares del mundo. Para mí no perder la
perspectiva es importante. Volviendo a lo que decía antes. Hay que hacer las cosas en un
tiempo en que las cosas no se pueden hacer. Hay que hacerlas con estrategia. Y también es
importante no dejarse atrapar por esa impotencia aprendida de la que ya hablamos. Yo fui
parte de un grupo, creado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, para
investigar sobre el caso de los 43 desaparecidos en México. Cuando fuimos a hacer ese

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trabajo, en las primeras reuniones con los familiares teníamos un grupo de gente cercana, de
organizaciones y periodistas interesados en el trabajo que íbamos a hacer y del que también
nosotros queríamos tener su visión desde México, de cómo veían nuestro trabajo, de qué
problemas veían o como desde su visión nos podían ayudar. Y en muchas de esas reuniones
esa gente nos dijo, “Ustedes no van a poder hacer nada. Olvídense, no les van a dejar”. Eso
es una confirmación de esa impotencia que viene, claro, de una experiencia histórica en
México en donde la gente ha tratado de hacerlo y se ha enfrentado a un sistema que ha
terminado absorbiendo, manipulando, cambiando, tergiversando.

C.S.V.: Algo que han escuchado en muchas partes ustedes…

C.B.: Sí, pero nosotros decidimos no creernos eso y decirnos, vamos a avanzar y con un
trabajo que tuvo varias cosas fuertes. El hecho de que éramos internacionales y podíamos
tener más independencia a la hora de hacer las cosas. Teníamos un apoyo más internacional
y simbólico de la [Comisión Interamericana de Derechos Humanos] CIDH frente a eso. Una
fuerte relación con las víctimas, el polo a tierra de todo esto, desde mi trabajo, mi convicción,
son las víctimas. Si algo nos ayudó a quedarnos en el país cuando las cosas se pusieron muy
mal contra nosotros fue la relación con las víctimas y si algo nos ayudó a enfrentar algunas
de las mentiras que se habían dado en ese caso, fue la relación con las víctimas. La relación
que tuvimos por ejemplo con los jóvenes, con los jóvenes sobrevivientes y la confianza que
se tejió con esos jóvenes nos ayudó a descubrir en ese caso, que había un quinto autobús que
había sido borrado del expediente judicial. Como se sabe los jóvenes se llevaron unos
autobuses a una marcha política. Ellos se llevaron cinco autobuses pero en el expediente
judicial sólo aparecían cuatro. Y describimos eso trabajando con los jóvenes, investigando,
viendo que jóvenes iban, por la confianza con ellos. Y eso nos permitió empezar a poner en
cuestión la versión oficial. Después nos tocó, claro, hacer el trabajo de investigación y de
búsqueda y encontramos un video en el que se veía un quinto autobús cuando la [Procuraduría
General de la República] PGR y la Fiscalía nos habían dicho durante cuatro meses que no
existía. Entonces hubo cosas ahí que son muy determinantes en lo que es la relación con las
víctimas. Si no hubiéramos tenido una relación muy fuerte con las mamás, no hubiéramos
podido acceder a llamadas por teléfono que tenían guardadas en sus celulares y que nunca
habían compartido con nadie porque no tenían confianza en ninguna institución y ahí había

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pruebas claves de la misma investigación también. Eso muestra también otras cosas
importantes. Que la desesperanza es un precio demasiado caro para la gente que tiene tantas
ganas de vivir. Si tú ves lo que está pasando en América Latina. Claro. Hay gobiernos
autoritarios que logran imponer condiciones de violencia y autoritarismo contra la población.
Pero también hay una reacción en muchos lugares. En Chile, en Colombia. El malestar. En
el caso colombiano las movilizaciones de las últimas semanas demuestran que hay un país
que está cambiando y que hay sectores clave que están a favor del proceso de paz. La realidad
muestra que la política no es una cosa unívoca y negativa. Hay otros mecanismos. Y también,
esas movilizaciones ciudadanas de las últimas semanas lo que muestran, para mí, es que el
malestar ha perdido el miedo. Había mucho malestar que tenía miedo de expresarse y que ha
perdido el miedo. Y que ese malestar venga del asesinato de líderes, de cosas muy duras.
Aunque haya sectores que van a decir no hay más que volver a la lógica de la guerra. Pero
este es un malestar que además de haber perdido el miedo tiene una propuesta positiva y su
propuesta es el cumplimiento del acuerdo de paz, junto con transformaciones sociales.

Si uno hiciera una evaluación de las condiciones de cumplimiento del acuerdo hace tres o
cinco meses uno diría, bueno, aquí lo que está pasando es que volvemos otra vez para atrás.
Y obviamente que esas condiciones siguen dándose. Pero si lo evalúas ahora, dices, aquí hay
una repuesta social. Pero para mí lo que también es clave es lo que hacemos. Cómo el trabajo
de la Comisión deja herramientas clave que no van a ser para ahora, van a ser para los
próximos veinte años. El informe de la [Comisión Nacional sobre la Desaparición de
Personas] CONADEP en Argentina hecho en el año 1984, fue para los próximos veinte o
treinta años, y ha seguido siendo una herramienta de transformación.

C.S.V.: [Humberto] De la Calle [ex-director de la Comisión del gobierno en la mesa de


negociación de La Habana], [Juan Manuel] Santos [expresidente y premio nobel de la
Paz], [Gustavo] Petro [figura política de izquierda, candidato a las elecciones
presidenciales de 2018]… Varias personas de la política colombiana han hablado de los
efectos del acuerdo de paz y también de las movilizaciones como uno de los efectos
sugiriendo o afirmando que efectivamente hay una transformación de la sociedad que
se puede percibir en los jóvenes. Usted mencionó una palabra que me parece clave a la
hora de imaginar el futuro sin perder la esperanza y es la cuestión de la representación.

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El Centro Cultural Haroldo Conti en donde vamos a estar el viernes y el sábado, trabaja
sobre esto, sobre las cuestiones de la representación. Y para volver al caso de
Ayotzinapa, evoco el trabajo hecho por Forensic Architecture… ¿Qué piensa usted de
estas experiencias? ¿Qué piensa de los museos? ¿Qué piensa de la representación que
se hace ahí y cómo éstas inciden en la transformación de esas estructuras del horror?

CB: Yo siempre he subrayado la importancia de la representación del conflicto. Lo que es


dominante socialmente no es la dinámica del conflicto es la representación. Por eso hay tanta
inversión en medios de comunicación. Por eso hay tanta plata que se pone en esos
instrumentos de representación porque ahí es donde se juega el escenario. Y esa
representación a veces nos termina convenciendo a todos que es la representación dominante.
Yo vengo del país Vasco. Y en el país vasco he trabajado con víctimas de la violencia de
ETA [Euskadi Ta Askatasuna, del euskera, ‘País Vasco y Libertad’], la violencia del GAL
[Grupos Antiterroristas de Liberación], la violencia de la policía. Y ahí durante mucho tiempo
hubo una representación de una visión anti-terrorista rígida de que nada se puede hacer, todo
va en esa lógica. Y sin embargo nosotros hicimos un proceso de encuentro que se denominó
iniciativa GLENCREE, porque empezamos a hacerla en un sitio que se llama Glencree, cerca
de Dublín, cuando empezaron a hacerse los primeros encuentros para los acuerdos en
Stormont (Belftast), de Viernes Santo, en Irlanda del Norte en ese tiempo. Y empezamos a
hacer un proceso de encuentro entre víctimas en un contexto en el que el diálogo político era
imposible, el diálogo estaba criminalizado. Hablar con gente cercana a Batasuna, o con el
nacionalismo era imposible. Empezamos a hacer un trabajo con las víctimas, callado,
reservado, de diálogo entre ellas.

C.S.V.: Tejiendo puentes…

CB: Y ahí estaba una víctima de ETA con alguien que había sido el hijo de un militar que
había sido asesinado con una bomba, que había muerto su padre que era militar, su madre
que lo acompañaba ese día en el carro y su hermano. Y estaba también la hermana de un
militante de ETA de un caso que fue muy conocido en el país Vasco de personas que fueron
detenidas y que aparecieron años después en cal viva y que habían sufrido tortura. Una cosa
llevada a cabo por el GAL pero también por el director de la Guardia Civil de esa época en
el país Vasco. Y ahí teníamos un diálogo entre estas y otras muchas víctimas de los extremos

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del conflicto y tenían una capacidad de diálogo, de escucha y también de empatía con lo que
te ha pasado a ti, lo que me ha pasado a mí. Y también de convertir eso que parecía que no
servía para nada más que para que aquello se quedara allá, después con el tiempo, en una
lección moral para todos. “Nosotros hemos sido capaces, desde el dolor más extremo, desde
las condiciones más duras, hemos sido capaces de hacer eso y ustedes tienen que buscar una
salida política”. Ahí hay lecciones y la sociedad tiene que hacer un examen crítico del pasado.
También la sociedad, los diferentes sectores. Si tú te dejas convencer por el titular de la
prensa, ahí no hay nada que hacer porque eso es lo que todos terminamos creyendo que es la
realidad. Entonces ahí hay una deconstrucción de los sentidos de la realidad que es muy
importante. Y hay una construcción, una narrativa que realmente sintoniza con esa cultura de
los derechos humanos que parece irrelevante, que parece que no es importante y que sin
embargo es una conquista clave de la humanidad. Por eso esos espacios que ayuden a
mantener una representación más cercana a esa dimensión del sufrimiento, de lo que la gente
le ha pasado y que la traten humanamente bien, que no la minimicen, que no la desprecien,
que no justifiquen. Que sean espacios en donde la gente se pueda “dejar tocar” por esas
historias es importante y ahí el testimonio por ejemplo es clave. Yo trabajé un poco con un
movimiento de mujeres en Bosnia que se llama “mujeres de negro”. Unas mujeres muy
valientes que han trabajado. Mujeres bosnias en Srebrenica, en donde hubo la matanza de
cerca de 9.000 personas, principalmente hombres bosnios. El lugar del memorial de
Srebrenica que tiene todas las tumbas de miles y miles de personas está en la República de
Srpska, controlada por los serbios, dentro de Bosnia Herzegovina, y la República de Srpska,
como Serbia, niega el genocidio de los bosnios, niegan la matanza de Srebrenica. Pero ahí
tienes el memorial de Srebrenica, está allí. Pero tú sales de allí, cruzas la valla, afuera se
niega lo que está ahí. Pero ahí tienes la representación de la realidad. Ahí tienes lo que te deja
tocar. Claro, muchos serbios no van a ir nunca ahí para dejarse tocar por aquello y seguirán
repitiendo que eso es un invento de la [Organización del Tratado del Atlántico Norte] OTAN,
de lo que fuera. Pero hablando con los maestros y maestras serbios, lo que más impacto tiene
para deconstruir esa visión de que no hubo genocidio, es el testimonio de las víctimas, de las
mamás, de los jóvenes. Que te cuentan una historia con la que te identificas y que te mueve,
te toca. Entonces necesitamos esas formas. Porque el museo no es un lugar cerrado, frio, para
ver las cosas en una vitrina. No, es algo para dejarse tocar y que no es un espacio cerrado

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como aislado de la realidad, en donde se pueda dialogar con esa realidad permanentemente.
Y eso es lo que es verdaderamente transformador. No esos espacios escondidos que no tocan
la realidad en la que se encuentran. Con todas las contradicciones que eso supone; esas
representaciones a través del arte son muy importantes. Mi abuela sobrevivió al bombardeo
de Guernica. Yo ni siquiera sabía eso hasta que mi mamá me lo contó años después y en el
país Vasco todas las casas tienen un [cuadro de] Guernica, que ha sido una representación de
lo intolerable, del horror, de lo intolerable, contado de una forma que era parte también de
nuestra historia. Y necesitamos también esas formas de representación que rescaten los
aprendizajes, esta ética-estética, que van de la mano de la expresión de esas realidades, y las
acciones artísticas tienen un papel fundamental también para mostrarnos maneras de
entender, de dejarnos tocar por el dolor y el sufrimiento, de aprender también de la
resistencia, de otras lógicas, de otras narrativas. El testimonio de la gente no solo cuenta una
historia; te la cuenta de una manera, con una voz, que te toca, y que te ayuda a entender
muchas de esas cosas. Yo creo que no se trata tanto de que yo convenza a la gente que eso es
importante sino también escuchar porque eso es importante para la gente. El cómo hacemos
las cosas es tan importante como el qué. Tomar un testimonio puede ser un interrogatorio
policial o puede ser una forma de ayudar a la gente a validar socialmente una experiencia que
ha sido negada o a que se sienta acogida en su dolor. Nosotros no podemos transformar la
historia que esa persona ha vivido pero si podemos acoger esa historia y convertir esa historia
de desprecio en algo que sea parte de una cultura de derechos humanos, que ayude a que se
conozca lo que le pasó, que rescate la dignidad de la víctima, su nombre, su ideología, sus
expectativas. Eso es el sentido de lo que hacemos y también debe ser ese el sentido para la
gente.

C.S.V.: Reterritorializar la experiencia, la palabra…

CB: Claro, porque además son experiencias invisibles, silenciadas, invisibles, que no tienen
un lugar en la memoria colectiva, que no tienen un lugar en el país. El exilio es un territorio
que la gente lleva consigo, en el que vive. Hablando ahora con los jóvenes, hemos estado
haciendo aquí algunos encuentros con jóvenes, con las nuevas generaciones… he escrito en
el blog una pequeña historia sobre esto, sobre cómo hay un país, Colombia, que está hecho
por cientos de miles de hogares.

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C.S.V.: Si, el mío es uno de ellos...

Hogares que son un pedacito de Colombia. Y a veces los jóvenes dicen, cuando entro a mi
casa, cruzo una frontera, no cruzo el umbral de una puerta Cruzo una frontera porque ahí está
el olor, ahí está la comida. Ahí está el hablar. Entonces son cientos de miles de trocitos de
Colombia que están fuera de Colombia, y esos son los territorios que la gente ha construido
para mantener su identidad, para rescatarse a sí mismo en contextos que a veces te niegan,
que no te reconocen. Para tejer tu identidad también a veces desde el punto de vista del
contraste con otra cultura y de los aprendizajes que eso también genera. Pero se necesita un
territorio, un espacio también compartido, más amplio, que no sea solamente el territorio
íntimo o individual. Ese es el trabajo psicosocial. Ese es mi enfoque en gran parte de estas
cosas. La guerra o el conflicto armado tiene causas sociales y políticas pero no hay espacios
sociales de reconstrucción. Los espacios son privados y a veces ni privados. Ni siquiera se
puede hablar porque para qué voy a hablar. Eso era de lo que estaba hablando ahora.
Acabamos de tomar ahora mismo un testimonio; esto se puede contar porque es clave. Se
trata de la historia de una desaparecida en Colombia que generó un silencio en la familia de
veinte años. Veinte años sin hablar de la tía. Veinte años sin hablar de esa persona hasta que
un día el silencio se quiebra porque la segunda generación empieza a preguntar. Ese es el
hilo que contribuye a seguir abordando un sufrimiento extremo que ha permanecido guardado
durante tanto tiempo, y después contribuye a que ese sufrimiento pierda el miedo a
expresarse. Y eso es parte del proceso de enfrentar esas consecuencias y también de fortalecer
una memoria positiva frente a los desaparecidos. Entonces, eso es construir puentes. Estamos
en Argentina pero esto es un caso de Colombia. Hay unos desaparecidos pero hay también
una historia que en realidad se ha reconstruido desde Argentina porque en Colombia lo que
dominaba es el silencio. Pero ahora está empezando a generar un espacio de la palabra en
Colombia y eso tiene que ir dentro del caso de la Unión Patriótica a una dimensión más
amplia que la Comisión va a hacer. Que ayude a validar socialmente la experiencia de la
gente también. Hablamos de 3.000 muertos luego son 3.000 familias al menos. Mucha gente
afectada, muchos casos individuales, algunos de ellos conocidos, la mayor parte
desconocidos en los cuales tener ese marco social de reconocimiento es fundamental porque
si no es una cosa que ha pasado con los familiares de los detenidos desaparecidos en América
Latina. La primera vez que yo fui al Salvador en medio de esa guerra había la agrupación de

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“Las Comadres” y había una mujer que tenía una fotografía tamaño carné. Había muchas
pancartas pero había una señora con una foto así. Esa era su pancarta. Y eso es una
reivindicación no solo de la identidad del hijo, de la búsqueda, del afecto. También es una
representación de lo que se ha tratado de reprimir al máximo. Se requiere un marco social de
reconocimiento para todo eso, que tiene una causa social y política, no es algo individual e
íntimo.

C.S.V.: A veces se limita la cuestión de las mujeres a una cuestión de violencia de género,
algo que obviamente es mucho más complejo y abierto. ¿Cómo han abordado este
tema?

CB: Lo que nosotros descubrimos en el trabajo de muchos años y de los avances que hemos
visto en el trabajo con las mujeres. En el caso colombiano si uno ve la violencia contra las
mujeres, allí se dio una violencia de tres grandes tipos, de tres grandes impactos. Uno, la
violencia directa. De la que cuál muchas veces no se habla, que se invisibiliza. Y que no es
solamente la violencia sexual. Es la violencia sexual, sí, pero también es la tortura psicológica
pero también es la tortura física, y es el maltrato. Y lo que vimos es que de esos mil
testimonios de mujeres que tomamos, el 70% de los casos tenía experiencias de violencia
directa muy fuertes, pero como nos dijo una de esas mujeres cuando estábamos evaluando
cómo habíamos hecho ese trabajo y como era el tipo de testimonios que se había tomado.
Ellos nos dijo: “miren. Yo había hablado muchas veces de lo que pasó. Pero nunca nadie me
había preguntado por lo que me pasó. Siempre se habla de lo que les pasó a otros. Entonces
esa es una primera cosa. Cómo tenemos los dispositivos y las redes de confianza que les
permitan a las mujeres que podrían hablar con otras mujeres, que pudieran hablar de cosas
que tal vez no iban a hablar conmigo, que no iban a hablar contigo. Entonces es clave saber
cómo vamos a trabajar esas redes de confianza, pero también saber aprovechar el potencial
que tienen esas redes para el acompañamiento y la escucha. No solamente para facilitar el
contacto con la víctima, no. En el trabajo también de fortalecimiento y escucha y de sostén a
las víctimas y de toma de sus testimonios. Ese es un trabajo excepcional. Esa es una parte, la
otra parte es el impacto de las pérdidas. Cómo las pérdidas recaen sobre todo en las mujeres.
Ellas son las que más sobreviven y tienen que enfrentar las pérdidas de vínculos afectivos,
del esposo, de los hijos. Tienen que enfrentar todos esos procesos de duelo, tienen que

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enfrentar las condiciones económicas, el estigma por ser viudas o por haber perdido un hijo,
las consecuencias del desplazamiento, la pérdida del buen vivir. Todas esas cosas muy duras
que recaen en la espalda de las mujeres. Y tres, el control de la vida de las mujeres. Para
controlar el tejido social el mejor mecanismo es controlar la vida de las mujeres. Por eso los
paramilitares van a la Comuna 13 [en la ciudad de Medellín] e imponen reglas de
comportamiento, de si se puede salir o entrar, de si las niñas pueden llevar un piercing o no,
que si la falda tiene que ser de esta medida o de esta otra. Imponen un control social a partir
del control sobre la vida de las mujeres porque es un potente mecanismo de control. Pero del
otro lado, eso te muestra un panorama mucho más amplio. No solamente las mujeres como
botín de guerra en términos de un slogan que se ha hecho muy conocido en relación con la
violencia sexual. Y también te muestra la enorme capacidad de las mujeres de enfrentar la
situación. ¿En Argentina quien se atrevió a salir a la calle? Las madres son las primeras que
salieron a la calle cuando nadie se atrevía. ¿El GAM [Grupo de Ayuda Mutua] en Guatemala
quiénes eran? Las mujeres. Las comadres en El Salvador eran mujeres. Las Madres de Soacha
en Colombia. Sin las Madres de Soacha no hubiéramos tenido una dimensión de lo que
significan los casos de las ejecuciones extrajudiciales, de los llamados falsos positivos.
Fueron ellas las que nos hicieron verlo. Se pusieron delante, y siguieron por su persistencia.
Sin doña Fabiola Lalinde en Colombia, la primera mujer que encontró los restos de su hijo
Luis Fernando e hizo era operación sirirí, el pájaro que va persiguiendo al gavilán hasta que
suelta los hijos, sin ella y sin el trabajo de ASFADES alrededor de todo eso también, pues no
hubiéramos tenido una Unidad de Búsqueda de Personas Desaparecidas. Se atrevieron a
hacer cosas de un enorme valor. También se hicieron cosas muy importantes que nos han
enseñado la dimensión de apoyo mutuo. Las madres que se encuentran en la plaza y que
conversan, qué te pasó a ti, qué me pasó a mí. También generan lazos de solidaridad, de
compresión, de apoyo y que son claves y que los hombres no tenemos o hemos desaprendido
en la construcción de estas masculinidades duras y excluyentes y que han sido parte de la
socialización de muchos de nosotros. Eduardo Galeano decía que a los hombres nos han
enseñado a ser la mitad de nosotros mismos; entonces, cómo rescatamos también, toda una
dimensión de esa capacidad de apoyo mutuo que me parece que es muy importante. Las
mujeres han puesto además en cuestión el rol tradicionalmente asignado a ellas. Desde las
mujeres afganas en los campos de refugiados en Pakistán dentro de ese islamismo de los

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talibanes, empezaron a hacer cosas en el refugio que les estaba vedadas. Cuando se
deconstruye parte de este orden establecido, de repente. O también recordemos que quien
mejor se adapta al desplazamiento y al refugio son las mujeres. El campesino que va del
campo a la ciudad pierde su rol social, se desestructura y son las mujeres las que se convierten
en el centro de contención de sus familias, a veces del barrio, de la olla comunitaria. Entonces
ahí hay mucha capacidad de resistencia. También muchos impactos en las mujeres; los temas
de salud y atención psicosocial, eso nos lo han demandado siempre cuando hemos trabajado
con las mujeres de la Ruta Pacífica, demandas de atención, de consecuencias que todo eso ha
tenido en sus vidas, desde la perspectiva de una atención psicosocial que reconozca la
experiencia de la gente, que no le victimice, que no psicologice o patologice la experiencia
de las víctimas, que les ayude a ponerse de pie, que les ayude a retomar el control de su vida,
porque al final eso es un potente mecanismo de salud mental. Cuando la gente puede retomar
el control de sus vidas eso les ayuda a reconstruirse y creo que en ese trabajo con las mujeres
hemos aprendido mucho de ellas y hemos aprendido mucho trabajando con ellas no
solamente para ‘las mujeres’ sino para la sociedad.

C.S.V.: En su blog hay una expresión, “el chasqui del exilio”. ¿Podemos pensar que el
trabajo que ustedes vienen haciendo en el marco de la Comisión de la Verdad se trata,
tal vez, de la multiplicación de muchos “chasquis del exilio”?

CB: Los “chasquis” son esos corredores de la época de los Incas que iban de un lugar a un
lugar y que con relevos se iba llevando el mensaje. Entonces, lo que estamos haciendo con
este trabajo del exilio es un trabajo de formación, de escucha, es multiplicar estos chasquis
del exilio. La entrevista que hemos hecho hoy se hizo gracias a que esta persona la contactó
otra que era de confianza, que tenía sensibilidad, que conocía el caso, que habló con ella para
saber si estaría interesada en reunirse con la Comisión, y esto va a generar una situación de
puente entre esa experiencia y esto que hemos contado aquí y la experiencia de la familia que
está en Colombia. Yo creo que es parte de esa memoria que tiene que correr. No es una
memoria para estar encerrada en un sitio o estar en un libro, es para que se mueva y alimente
el camino.

C.S.V.: Para concluir. ¿Cómo sigue el trabajo? Las personas que quieran dar su
testimonio… ¿pueden acercarse?

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CB: Si, claro. Para eso hemos esos dispositivos de escucha que hemos ido construyendo en
los diferentes países, con poquitos recursos y un trabajo voluntario que está haciendo la gente
en diferentes lugares pero ahí tenemos las redes con instituciones colaboradoras como
Memoria Abierta. En diferentes partes de América Latina estaremos trabajando en los
próximos seis, siete meses para que podamos rescatar testimonios. Después la Comisión
tienen que entrar en una fase mucho más de elaboración, de sistematización, de escribir, de
la producción también con otros lenguajes de esa verdad que estamos tratando de construir
pero los próximos 6 u 8 meses son los determinantes para poder hacer eso.

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