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Tema: El estructuralismo norteamericano de primera mitad de S. XX.

Bloomfield y Harris

Propósitos
Esta clase desarrolla las ideas directrices del estructuralismo norteamericano de principios de
S.XX, cuyo referente es el trabajo de Leonard Bloomfield (continuado, entre otros, por el de
Zellig Harris). Se trata de una orientación que, si bien asimiló los postulados saussureanos,
parte de fundamentos epistemológicos muy disímiles (es materialista, empirista y de base
conductista) y de un contexto de producción que favoreció una metodología de trabajo de
campo que hasta ahora no habíamos visto en los otros autores estudiados. Esta perspectiva
sobre la lengua fue dominante en la academia americana durante varias décadas, por lo
menos, hasta la “revolución” de Chomsky en la década del ‘50. En Argentina, a su vez, ha
dejado huellas en la enseñanza de la lengua (española) en el ámbito escolar.

Para el buen aprovechamiento de la clase, se propone que los alumnos:


1- Lean el documento principal preparado por el/la docente;
2- Lean atentamente la bibliografía específica (la obligatoria y la complementaria ―que es muy
breve―);
3- Comprendan las bases epistemológicas y las opciones metodológicas del estructuralismo
norteamericano;
4- Establezcan relaciones (contrastes, continuidades, debates, etc.) con los autores vistos
previamente;
5- Reconozcan los aportes de esta orientación a la investigación lingüística actual y a la
enseñanza de la lengua en general;

Resumen

El estructuralismo norteamericano de primera mitad de S. XX. Positivismo, materialismo y


conductismo en la concepción del lenguaje de L. Bloomfield. Lingüística descriptiva y sin
semántica. Postulados metodológicos: trabajo de campo, observación empírica y concepto de
corpus. El distribucionalismo (Z. Harris). Sus continuidades en la enseñanza escolar de la
gramática en Argentina (Barrenechea, Kovacci, Bratosevich, etc.).

Desarrollo de la clase

El estructuralismo norteamericano de primera mitad de S. XX. Contexto de producción


A pesar de la universalidad de la lingüística como disciplina, el contexto de América del Norte
durante principios del siglo pasado ha dejado improntas en el modo de entender y estudiar el
lenguaje y la lengua en las escuelas surgidas y desarrolladas en EE.UU., por lo que se hace
necesaria la referencia geográfica para distinguir estas orientaciones de las europeas.
A principios de S. XX, en la academia norteamericana se instala la preocupación por
documentar las muy numerosas lenguas indígenas habladas allí (desconocidas en su mayoría),
que se encontraban en un acelerado proceso de pérdida y retracción. A su vez, EE.UU.
comenzaba a recibir numerosos intelectuales emigrados europeos (Boas, y más tarde,
Jakobson, Lévi-Strauss, etc.) que progresivamente se instalan en sus academias generando un
fructífero clima de desarrollo científico.
Varias características iniciales de la lingüística norteamericana se desprenden de esta situación
contextual: 1- la lingüística entendida (en un principio) como parte de la antropología (la
antropología norteamericana, desde su nacimiento, se constituye con cuatro ramas:
antropología cultural, antropología física, arqueología y lingüística); 2- la tarea del lingüista no
sostenida sobre métodos de introspección (diferente a la llamada “lingüística de escritorio”) ni
sobre la reflexión acerca de la propia lengua, sino volcada al trabajo de campo (“lingüística de
campo”) sobre lenguas que el lingüista desconoce, lo que lo obliga a trasladarse a las
comunidades y, mediante técnicas estandarizadas, registrar lo más fielmente posible los modos
de expresión que observa.
En este contexto, dos líneas de trabajo muy diferentes entre sí ideológicamente surgen y
conviven en la primera parte del siglo en el ámbito académico de EE.UU.: 1- el estructuralismo
norteamericano (de perfil empirista), cuyo referente principal es Leonard Bloomfield
―perspectiva que desarrollamos a continuación―; y, 2- la línea del relativismo lingüístico (de
corte idealista y humanista), con Franz Boas, Edward Sapir y Benjamin L. Whorf ―que
expondremos más adelante.
Hacia una lingüística descriptiva, sintagmática y sin semántica. La concepción del
lenguaje de L. Bloomfield
Educado en la corriente europea dominante, especialista en lenguas indoeuropeas y conocedor
a fondo de los postulados saussureanos, Bloomfield (Profesor de las Universidades de Chicago
y Yale) asume también como Saussure la tarea de conformar la lingüística como ciencia. Si
bien su perspectiva se apoya en presupuestos epistemológicos disímiles a los de Saussure
(por ejemplo, se aleja del mentalismo y propone una aproximación materialista a las lenguas),
Bloomfield recupera las dicotomías conceptuales saussureanas ‘lengua/habla’,
‘sincronía/diacronía’, ‘relaciones sintagmáticas’/‘relaciones paradigmáticas’. Su obra más
importante, el manual de lingüística Language (1933), representa un gesto similar al Curso de
Saussure. Allí, el autor busca desarrollar una ‘lingüística general’, útil para el estudio de
cualquier lengua y construir una teoría y una metodología exhaustivas para el análisis
lingüístico. Como el texto de Saussure, Language comienza también con una revisión de los
estudios previos sobre el lenguaje ―es interesante confrontar ambas revisiones para
comprender cómo cada autor entendía el contexto en el que inscribía su obra―. Como base
epistemológica de la perspectiva de Bloomfield es necesario mencionar que:
1) adopta los postulados de la psicología conductista (el ‘behaviorismo’, cuyas raíces
involucran la reflexología de J. B. Watson, y luego los trabajos de C. Hull y B. F. Skinner, entre
otros). El conductismo, una de las grandes corrientes de pensamiento que dominaron el siglo
(en especial, en Norteamérica), afirma que la conducta del ser humano no tiene nada distintivo
frente a la de las otras especies vivientes (el ser humano es uno más dentro de los seres vivos
―es una cuestión de grados, no de ‘esencias’―), por lo que también el lenguaje será analizado
como un tipo de comportamiento más (entro todos los otros). Su particularidad solo consiste en
conformar una mediación entre el estímulo y la respuesta: tanto el estímulo como la respuesta
pueden ser reemplazados por un sustituto verbal;
2) es empirista. Propone que ninguna ciencia puede sostenerse sobre principios que no
sean directamente observables. En este sentido, a través del esquema Estímulo-Respuesta
(ambos factores visibles) intentará estudiar el comportamiento lingüístico (el habla), dejando de
lado cualquier alusión a lo que sucede en la ‘mente’ de los hablantes (la mente es considerada
‘una caja negra’ que, al ser inaccesible, no puede integrarse a la explicación científica). Así, la
tarea del lingüista será observar el estímulo al que es sometida la persona y registrar y describir
su respuesta. Finalmente, para esta escuela la observación ideal es aquella controlada, por lo
que favorece la desarrollada en el ámbito experimental (por ejemplo, en laboratorios). El
modelo a imitar lo representa la rama experimental y objetiva de las ciencias naturales;
Cuadro 1: Gráfico clásico del conductismo donde se observa la matriz ‘Estímulo-Respuesta’.

3) a partir del modelo de E (estímulo) – R (respuesta), se propone un proceso de


aprendizaje en términos de entrenamiento y hábito (por automatización), de naturalización o
incorporación de patrones de conducta (de determinadas respuestas a determinados
estímulos). Es partir de su observación, que el investigador realiza, por métodos inductivos, las
generalizaciones.
Siguiendo estas orientaciones, el modelo lingüístico de Bloomfield tendrá como objetivo
solamente registrar y describir (y no explicar) los usos lingüísticos observables en diferentes
grupos de personas (por lo que se lo conoce como ‘descriptivismo’). A su vez, al no acceder a
la mente de los hablantes ni apoyarse en procedimientos de introspección de ningún tipo,
desarrollará un método de análisis lingüístico que excluye el significado: solo registra las
cadenas de habla que se emiten en contextos específicos, segmenta sus formas, describe sus
posiciones y combinaciones, infiere los elementos estructurales del sistema para, finalmente,
reunir en ‘clases’ (clasificar) las formas discretas identificadas. Siguiendo la línea del empirismo
lógico y el neopositivismo, el objetivo final de la indagación, la comparación (e.g., transcultural)
y la clasificación de las lenguas, es la elaboración de una generalización formalizante (‘un
álgebra axiomática, explícita y exhaustiva’) que dé cuenta de las regularidades del sistema
subyacente.
Postulados metodológicos: trabajo de campo, observación empírica y concepto de
corpus
La lingüística norteamericana de principios de siglo ―originalmente aliada a la “antropología de
salvataje” (línea de trabajo que busca “preservar tesoros” para la ciencia que de otra forma se
perderían sin dejar rastros)― tenía como preocupación principal documentar, describir y
clasificar (e.g., en familias) las lenguas indígenas en ‘peligro de extinción’. En este sentido,
frente a la diversidad de lenguas nativas (muy diferentes a las indoeuropeas y sin tradición
escrita) era necesario contar con una metodología de registro y análisis efectivo, rápido y
exhaustivo con la que cualquier lingüista, sin necesidad de comprender la lengua de la que se
trate, pudiese documentarla de modo eficiente en el corto plazo y producir una descripción
gramatical precisa de la misma.
Para ello, Bloomfield (junto a sus discípulos) desarrolla un método de observación, registro y
análisis homogéneo (que puede aplicarse a lenguas de estructuras muy diversas) y
estandarizado (donde cualquier investigador frente al mismo fenómeno mediante
procedimientos comunes llega a idénticas conclusiones). El objetivo final era que las
descripciones particulares puedan ser luego comparadas para producir generalizaciones y
clasificaciones translingüísticas. A su vez, en contraste con los métodos funcionalistas (vistos
en clases previas), este método no podía apoyarse nunca en el significado intrínseco de los
signos ya que, sumado a la apuesta conductista (que rechaza la semántica), el lingüista no
entiende la lengua que documenta (o, por lo menos, no es necesario que la entienda). Como se
observa, un método así presupone una concepción de la lengua como sistema regular: como
complejo de patrones estables cuyo funcionamiento estructural se concibe universal (idea que
constituye la base de la lingüística moderna desde Saussure).
El principio metodológico rector de esta perspectiva ‘antimentalista’ es (en sintonía con el
mandato conductista) la idea de que los actos lingüísticos son totalmente describibles a partir
de reunir las situaciones contextuales en las que aparecen las formas. Como se observa, si
bien la aproximación es absolutamente sincrónica (como lo proponía Saussure), el lingüista
describe la ‘lengua’ a partir del ‘habla’: el lingüista va al campo y recolecta un ‘corpus’, un
conjunto finito y representativo de emisiones (manifestaciones realmente producidas) que
constituyen su base de datos empírica. Obviamente, la base oral del lenguaje conforma el
primer material de trabajo. Mediante el estudio de los diferentes contextos lingüísticos en los
que aparecen las formas, el lingüista accede a la regularidad sistemática de su uso
(recordemos que para ello el lingüista no debe apoyarse ni en la función, ni en la intención del
hablante ni en los significados). Es clave para este tipo de análisis el concepto de ‘contexto
lingüístico’ o ‘entorno’, término que hace referencia a las condiciones sintagmáticas de
aparición de las formas (condiciones externas a las mismas que restringen qué puede
combinarse en posición anterior o posterior a cada unidad). El análisis de los entornos posibles
sirve para determinar la cualidad distribucional de la unidad, o sea, el conjunto de contextos en
los que aparece en el corpus. Por este mecanismo de reconocimiento y descripción de las
unidades lingüísticas, el tipo de análisis recibe el nombre de “distribucional”.
El distribucionalismo (L. Bloomfield y Z. Harris)
Analizar un corpus (escrito u oral) de una lengua significa, primeramente, segmentarlo en
unidades (por ejemplo, frases, palabras, morfemas). El procedimiento de la segmentación
como técnica de análisis lleva, como segundo paso, a la identificación de constituyentes de las
formas complejas. El resultado inicial es, así, una lista de formas (sonidos, palabras, prefijos,
sufijos, desinencias, etc.).
A su vez, cada forma puede aparecer en ciertas posiciones o ‘contextos’, y no en otros. En este
sentido, cada forma puede ser definida a través de la suma de contextos en los que puede
aparecer. Por ejemplo, los artículos en español aparecen obligatoriamente antes del nombre y
nunca después (“un oficial”, “el libro”, y no *oficial un, *libro el ―el asterisco es el signo que se
usa en lingüística, por convención general, para referir una emisión ‘no gramatical’―). Este
hecho se puede simbolizar diciendo que el artículo se da en posición “_N”, es decir, en posición
prenominal. Así, el criterio distribucional se basa en la noción de “ocurrencia” de una forma en
un contexto dado o en una cierta serie de contextos. La distribución diferencial de las formas
(por ejemplo, entre artículos y adjetivos) es lo que nos señala, entonces, que se trata de
categorías diferentes, que los términos (por ejemplo, “el” e “inteligente”) no pertenecen a la
misma “clase de palabra”. En resumen, el distribucionalismo define categorías gramaticales a
partir de caracterizar formalmente las unidades por medio de reunir los contextos lingüísticos
en los que aparecen (en un corpus determinado).
Finalmente, para lograr una completa descripción el distribucionalismo supone una jerarquía de
‘constituyentes inmediatos’ (CI): mediante la segmentación progresiva de la cadena de habla,
deduce cuáles son las unidades discretas que la componen, desde las mayores hasta las
menores. El carácter de “inmediato” de los constituyentes hace referencia al siguiente nivel de
segmentación. Por ejemplo, si estamos en el dominio de la palabra, será la segmentación en
morfemas; si estamos en el dominio morfológico, las unidades fonológicas serán sus
constituyentes inmediatos, etc. En todos los casos, las unidades menores del análisis son los
fonemas.
Cuadro 2: Progresiva segmentación morfosintáctica que muestra la jerarquía de constituyentes (CI)

El distribucionalismo proporciona, así, una metodología precisa para identificar unidades


lingüísticas y constituyentes. La descripción de una lengua implicará, entonces, establecer
cuáles son sus unidades en cada uno de los niveles de análisis, cuáles son las clases en las
que se agrupan esas unidades, cuáles son las leyes de combinación de cada clase y de cada
elemento. Además de apoyarse en la segmentación progresiva del habla, el método recurre a
técnicas de sustitución y expansión entre unidades para testear sus posibilidades
combinatorias y su pertenencia o no a las mismas clases. Finalmente, define ‘tipos
distribucionales’, que facilitan, por ejemplo, la identificación de miembros de una misma clase o
unidad: por ejemplo, si dos sonidos constituyen dos fonemas diferentes o son alófonos de un
mismo fonema, lo que se realiza en cualquier caso sin recurrir al significado (en contraste con
la propuesta de Trubetzkoy ya vista). En este sentido, se consideran los siguientes tipos de
distribución: a- distribución complementaria, cuando son formas semejantes que no comparten
contextos (por ejemplo, los sonidos [b] y [β], si bien fonéticamente similares, aparecen en
contextos diferentes. El primero, siempre en posición inicial de palabra, y el segundo, en
posición intervocálica [beβe], por lo que son alófonos del mismo fonema /b/); b- distribución
contrastiva, cuando parte del los contextos se distingue y parte se comparte; y, c- alternancia
libre, cuando las entidades coinciden (‘alternan’) en sus contextos posibles de aparición.
Cuadro 3: Tipos de distribución
Continuidades en la academia norteamericana y en la enseñanza de la lengua en
Argentina
La perspectiva sobre la lengua del estructuralismo norteamericano, que hemos expuesto muy
someramente, fue dominante en la academia americana durante varias décadas durante
principios de S.XX. A su vez, Z. Harris, exponente del distribucionalismo, fue maestro de Noam
Chomsky, quien, si bien comparte ciertos criterios de esta corriente, enfrentó profundamente
varios de los presupuestos epistemológicos expuestos, iniciando hacia 1950 y en adelante, “la
revolución chomskyana” en lingüística, que comenzaremos a desarrollar la próxima clase.
Por su parte, en Argentina, el estructuralismo norteamericano también ejerció influencia, en
especial a partir de los desarrollos de Ana María Barrenechea, Ofelia Kovacci, Nicolás
Bratosevich y otros, que incidieron en la aplicación práctica de la perspectiva para la
enseñanza de la morfosintaxis del español en la escuela primaria y media, afectando cómo se
enseñó (¿y se enseña?) ‘lengua’ en el ámbito nacional (recuerden los ejercicios de análisis
sintáctico, por niveles y como en “cajones”, tan extendidos en las aulas).

Bibliografía

Obligatoria
Bloomfield, L. 1964 [1933]: El uso de la lengua. En: Lenguaje. Lima: Universidad de San
Marcos. Pp. 23-47 (cap. 2)
Complementaria
Ducrot, O., J-M. Schaeffer et al. (ed. Española dirigida por M. Todesillas) Distribucionalismo.
En: Nuevo diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje. Madrid: Arrecife. Pp. 54-62.
[nueva!] Bloomfield, L. 1964 [1933]: El estudio del lenguaje. En: Lenguaje. Lima: Universidad de
San Marcos. Pp. 3-22 (Cap. 1). Se escanea también el Prólogo a la edición en español, de A.
Escobar.

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