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Su nombre le fue otorgado en el siglo XIX, por el historiador francés Jules Michelet (1798-1874) en
1855, rescatando el término que usó por primera vez el escritor y arquitecto italiano Giorgio Vasari
(1511-1574).
Su punto de partida fue una época marcada por el debilitamiento del poder
eclesiástico, a causa de la Reforma protestante y de la caída del Sacro Imperio
Romano Germánico. Además, se desarrolló una pronunciada crisis económica
que acusaba el fin del modo de producción feudal, lo cual trajo consigo un
decaimiento en las artes y las ciencias.
El rechazo al dogmatismo cristiano y el inicio de una nueva relación con la naturaleza, mediada por la ciencia. Esto a
la larga condujo al nacimiento del humanismo, que reemplazó a la fe por la razón como valor supremo, y en lugar de
Dios puso al ser humano como centro del universo.
Las artes fueron patrocinadas por las altas clases sociales (ya no sólo por la Iglesia) a través del mecenazgo. Esto
financió una importante cantidad de artistas de la época, y les permitió incursionar en obras de arte de temática no
religiosa o no cristiana.
Además, los arquitectos pasaron del anonimato artesanal a una figuración pública propia de
la profesionalización de la arquitectura. Así, sus obras fueron debidamente documentadas y
sus nombres conservados, a diferencia de los arquitectos románicos y góticos precedentes.