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El Renacimiento, un movimiento cultural que surgió en Europa durante los siglos XV y

XVI, supuso el “renacer” de los valores e ideales clásicos después de la Edad Media.

La Edad Media es un período histórico que se sitúa entre la caída del Imperio Romano
en el año 476 y la caída del Imperio Bizantino en Constantinopla en 1453.

Este período también es conocido como los “años oscuros” o la “edad oscura”, ya que
coincide con un periodo de oscuridad , violencia e irracionalidad.

Durante la Edad Media, la sociedad se dividió en estamentos: los nobles imponían su


poder sobre los campesinos, que dependían de su protección. Al mismo tiempo, la Iglesia
utilizaba la figura y el poder de Dios para imponer su voluntad.

Las clases más bajas no tenían acceso al conocimiento: era una forma de evitar que se
rebelaran y tomaran el control ante la autoridad de nobles y eclesiásticos.

Esta situación contrastaba con la época clásica anterior, en la que los antiguos griegos y
romanos desarrollaron campos de estudio como la ciencia, la filosofía y la política.

El Renacimiento y la Edad Moderna

El Renacimiento es un movimiento artístico y cultural que empezó junto con la Edad


Moderna, un periodo posterior a la Edad Media y que se extendió entre los siglos XIV y
XVI.

Durante esta época, empiezan a producirse una serie de cambios y descubrimientos que
anunciaban el fin de la Edad Medieval y daban paso a la modernidad: la aparición y
consolidación de nuevos estados europeos, los viajes transoceánicos entre Europa y
América, el ascenso de la burguesía (que puso fin a los estamentos del feudalismo)...

Así fue cómo se desarrollan los ideales del movimiento humanista, una nueva forma de
pensar que rompe con la visión medieval del mundo.

La cultura pasó de los monasterios a las calles, había una mayor libertad de
pensamiento y aparecieron las primeras universidades. La invención de la imprenta
también favoreció la difusión de nuevas ideas.

Del teocentrismo al humanismo

La frase “el hombre es la medida de todas las cosas” expresaba la actitud de la nueva
época. Durante el Renacimiento se produjo una clara separación entre religión y
filosofía, entre razón y fe.
La principal corriente ideológica era el humanismo, que consideraba al hombre como el
centro y la medida fundamental de todas las cosas (a diferencia del teocentrismo de la
Edad Media, en la que todo giraba en torno a Dios).

Muchos hombres estudiaron la obra de los filósofos y científicos de la antigüedad,


griegos y romanos, que hasta entonces habían estado prohibidos.

De este modo, el humanismo fue un movimiento intelectual que transformó las ideas
preestablecidas durante la época medieval para adaptarlas a una sociedad más
abierta y dinámica.

Un impulso para la ciencia y el arte

Esa nueva libertad de pensamiento permitió que se produjeran grandes avances en


diferentes campos de estudio.

Durante el Renacimiento se hicieron grandes descubrimientos como la teoría


heliocéntrica (que situaba al Sol y no a la Tierra en el centro del universo), el telescopio o
la imprenta.

En cuanto al arte, los gustos cambiaron: los cuadros y retratos ya no eran oscuros e
imponentes sino que celebraban la naturaleza y la vida. También apareció la figura de los
mecenas, personas muy ricas que financiaban el trabajo de artistas, científicos e
intelectuales.

Como Leonardo Da Vinci, los artistas renacentistas fueron hombres polifacéticos que
dominaban diferentes disciplinas: pintura, escultura, arquitectura, anatomía, astronomía,
filosofía...

El Renacimiento fue un movimiento cultural correspondiente al período del siglo XIV al


siglo XVI con epicentro en Italia.

Este movimiento retomó la visión del hombre propuesta por las antiguas culturas
griegas y romanas, desde las cuales se formuló una nueva idea del hombre y del mundo,
que sirvió como fuente de inspiración para la creación de diversas obras artísticas,
humanistas y científicas.

Junto al Renacimiento surgió el Humanismo, una corriente de pensamiento que retomó


muchos de los valores entorno al ser humano, anteriormente propuestos por los
pensadores griegos y romanos, a fin de establecer el orden y bienestar social.
Por tanto, se trata de un movimiento cultural que sustituyó el pensamiento teocéntrico por
el antropocentrismo, una nueva manera de entender e interpretar al hombre, la belleza y la
estética.

El Renacimiento significó la transición de la Edad Media a la Edad Moderna. Los cambios y


desarrollos más importantes y notorios se evidenciaron en las artes, la ciencia, la cultura y
la política. Esto conllevó a un cambió en la manera de entender al ser humano y el mundo
en general.

Contexto histórico del Renacimiento

El Renacimiento tuvo lugar entre los siglos XIV y XVI originado en Florencia, Italia, y luego
se extendió por el resto de Europa.

Este terminó deriva del italiano rinascita propuesto por el artista italiano Giorgio Vasari en
su obra de compilaciones biográficas Vidas (1542-1550), en la que expone la visión del
Renacimiento.

Sin embargo, la primera definición de este movimiento la hizo el historiador francés Jules
Michelet, en su obra Histoire de France au XV siècle. La Renaissance (1855).

El Renacimiento dio inicio a la Edad Moderna. Fue una época marcada por la renovación
del pensamiento que antepuso la razón, las ciencias y las matemáticas a fin de alcanzar
nuevos conocimientos. Esto conllevó a importantes cambios culturales, sociales, políticos y
científicos.

Entre los más destacados están la necesidad de retomar los valores propuestos por los
antiguos filósofos griegos y romanos, el descubrimiento de América, la aparición de
banqueros prestamistas y usureros, los intercambios comerciales trasatlánticos, la
invención de la imprenta de Johannes Gutenberg y la propagación del conocimiento, entre
otros.

Para la época, en Italia había numerosos comerciantes con grandes riquezas, también
conocidos como mecenas, quienes comenzaron a invertir en la producción de obras de
arte. De allí que en las ciudades de Florencia, Venecia y Roma hubo un gran auge de la
producción artística y cultural.

Esto hizo de Italia el centro del Renacimiento hasta que este movimiento y su producción
artística y cultural se expandieron por el resto de Europa (donde se consolidaban los
nuevos estados) y América (donde llegó de manera tardía) gracias a los intercambios
comerciales y las conquistas de nuevas tierras.
El Renacimiento fue un movimiento que rompió con los esquemas anteriores y dio paso al
pensamiento moderno expuesto, principalmente, a través de la pintura, la escultura, la
arquitectura y la literatura.

Etapas del Renacimiento

El Renacimiento se desarrolló en varias etapas que a continuación se presentan.

Trecento

El Trecento o Renacimiento Temprano es la etapa transitoria que se desarrolló en el siglo


XIV durante el cambio de la Edad Media a la Edad Moderna. Las representaciones
artísticas ya exponían un cambio de creatividad, en especial en la pintura.

Entre los artistas más destacados se pueden mencionar a Giotto o Giovanni Boccaccio.

Quattrocento

El Quattrocento se desarrolló en Italia y abarcó todo el siglo XV. En esta etapa se


fundamentó el renacer de diversas posturas antiguas y, por tanto, del antropocentrismo. Sin
embargo, muchas obras tocaban temas religiosos y mitológicos.

Los artistas inspirados en la cultura grecorromana buscaban representar en sus obras la


belleza y la estética a través de formas equilibradas y armoniosas.

Asimismo, los artistas eran apoyados por el mecenazgo (obispos, príncipes, condes,
duques, nobles, burgueses, entre otros) quienes compraban y encargaban obras de arte de
manera continua, lo que ayudó la difusión del arte y de sus creadores.

Durante dicho siglo fueron construidos gran cantidad de iglesias y palacios, en cuya
arquitectura se recuperaron estilos antiguos de los arcos, las cúpulas y las columnas. Tanto
en pintura como en escultura, despertó el interés por la imitación de la naturaleza,
especialmente en lo que respecta a la anatomía del ser humano.

Entre los artistas más reconocidos se pueden mencionar a Fra Filippo Lippi, Leonardo da
Vinci, Sandro Botticelli, Piero della Francesca, Filipo Brunelleschi, Masaccio, entre otros.

Cinquecento

El Cinquecento o Alto Renacimiento es la tercera etapa del Renacimiento que se llevó a


cabo en la primera mitad del siglo XVI, en la cual tuvo su mayor expansión por el resto de
Europa tomando influencias de diversas partes.
Los artistas acostumbraran a recibir encargos de obras para diversos palacios, de hecho,
fue en esta etapa que se construyó la nueva Basílica de San Pedro en el Vaticano.
Asimismo, muchas de sus obras se distanciaban de los temas religiosos.

Finalmente, el Renacimiento dio paso al manierismo, lo que representó un punto de


inflexión hacia el estilo barroco de la era posterior.

Entre los artistas más destacados de esta etapa se pueden mencionar a Miguel Ángel
Bounarroti, Rafael Sanzio y Donato d’Angelo Bramante, entre otros.

Características del renacimiento

A continuación se presentan las principales características del Renacimiento.

• En oposición al teocentrismo surge el antropocentrismo, perspectiva desde la cual


se colocó al hombre (creado por Dios) como el centro de todo.
• Tras la admiración por la cultura grecorromana, en especial por su visión del ser
humano, los artistas buscaron formular una nueva escala de valores éticos y
morales diferentes a la impuesta durante la Edad Media.
• Hubo una notoria revalorización del arte clásico en la representación de temas
mitológicos y en las construcciones arquitectónicas.
• El racionalismo, como línea de pensamiento, destacó que solo a través de razón se
puede llegar al conocimiento. También le dio mayor valor a las cualidades artísticas
y a las ciencias.
• Los estudios científicos y métodos experimentales tuvieron mayor auge durante el
Renacimiento, a fin ampliar los conocimientos e ideas sobre la naturaleza y el
universo.
• El mecenazgo fue de vital importancia para promover la producción artística y
expandir el Renacimiento por el resto de Europa. Para las personas adineradas era
de gran prestigio poseer obras de arte. Esto también le aportó mayor importancia a
la figura del artista en la sociedad.
Humanismo

El humanismo fue un movimiento filosófico, intelectual y cultural que surgió durante el


Renacimiento, en el siglo XIV, en Italia. Su finalidad fue retomar e integrar los valores del
ser humano, promover la educación y el conocimiento, y el fortalecimiento del espíritu
humano.

En este sentido, el humanismo dejó a un lado el teocentrismo (Dios era considerado el


centro de todo) y dio paso a la doctrina antropocéntrica,desde la cual se retomaron los
valores humanistas necesarios para alcanzar el bienestar social y exaltar las facultades de
los individuos.

El humanismo tuvo su mayor auge en la literatura del siglo XIV y XV. Entre los autores más
destacados se pueden mencionar a Dante Alighieri, Francesco Petrarta y Giovanni
Boccaccio.

Obras más destacadas del Renacimiento

A continuación se presentan las obras más destacadas del Renacimiento, el cual se


caracteriza por el antropocentrismo y se revaloriza la visión de la naturaleza.

Literatura renacentista

Caracterizada por retomar los temas relacionados con los valores propuestos en la cultura
clásica grecorromana, y cuyas ideas se expandieron rápidamente debido a la invención de
la imprenta (1440), por Johannes Gutenberg. Entre los autores y las obras más
reconocidas están:

• Dante Alighieri, Divina Comedia (1304-1308).


• Giovanni Boccaccio, Decamerón (1351).
• Erasmo de Roterdan, Elogio de la locura (1511).
• Luis de Camões, Los lusíadas (1572).
• Ludovico Aristoso, Orlando furioso (1532).
• Michel de la Montaigne, Ensayos (1580).
• Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha (1605).
• William Shakespeare, Macbeth (1606).

Arquitectura renacentista

En la arquitectura se buscó darle un mayor orden a las ciudades. Por tanto se caracterizó
por presentar construcciones más armoniosas, en las que se tomó en cuenta los modelos
de la arquitectura grecorromana y los principios de la geometría y las matemáticas. Entre
los principales artistas y obras están:

• Donato d’Angelo Bramante, Basílica papal de San Pedro, el Vaticano.


• Miguel Ángel Buonarroti, Cúpula de la Basílica papal de San Pedro, el Vaticano.
• Giorgio Vasari, Galería de los Ufizzi, Florencia.
• Palacio de Santa Cruz, Valladolid.
• Monasterio de los Jerónimos, Lisboa.
Pintura renacentista

La pintura del Renacimiento fue influenciada por el humanismo, la interpretación del


naturalismo, el estilo individual de cada artista, la representación de retratos, escenas
religiosas, históricas y mitológicas. Las escenas mitológicas fueron la excusa para la
representación de desnudos femeninos por primera vez.

Las características pictóricas esenciales de este período son la perspectiva en punto de


fuga, el uso del escorzo, la técnica del claroscuro y el estudio de la anatomía humana. A
eso se suma el uso de la técnica de pintura al óleo sobre lienzo.

Entre los principales pintores destacan:

• Fra Angélico O.P., La Anunciación (1430-1432).


• Masaccio, Eva del paraíso La expulsión de Adán y de terrenal (1425-1428).
• Fra Filippo Lippi, Virgen con niño (1440-1445).
• Paolo Uccello, Retrato de una dama (1450).
• Sandro Botticelli, El nacimiento de Venus (1485-1486).
• Leonardo da Vinci, La Última Cena (1495-1498).
• Miguel Ángel Buonarroti, El juicio final (1537-1541).
• Tiziano, La Bacanal (1518-1519).

Escultura renacentista

Se caracterizó por la representación de la naturaleza y el antropocentrismo. Entra las obras


más destacadas están:

• Lorenzo Ghiberti, Puerta del paraíso (1425-1452).


• Miguel Ángel Buonarroti, La piedad (1499).
LEONARDO DA VINCI

Leonardo di ser Piero nació el 15 de abril de 1452 en Vinci, un pequeño pueblo de la


Toscana (al norte de Italia), de ahí el nombre con el que se hizo famoso en toda Europa
durante los siglos XV y XVI.

Aquella época se conoce como el Renacimiento, un período durante el cual se


recuperaron los ideales artísticos, científicos y filosóficos de los antiguos griegos y
romanos: era el ‘renacer’ de la época clásica.

Ese nuevo interés por el conocimiento contrastaba con la oscuridad de la Edad Media, en
la que las personas estaban sometidas al poder de Dios y a una organización feudal que
limitaba sus derechos y libertades.

Un hombre del Renacimiento

Con la llegada del Renacimiento, artistas como Leonardo da Vinci pudieron explorar
nuevos estilos de pintura, investigar el ser humano y la naturaleza e imaginar nuevas
máquinas e inventos.

Viendo la obra de Leonardo da Vinci, su creatividad parece no tener fin: pinturas al óleo,
bocetos detallados del cuerpo humano y las plantas, tratados de filosofía, diseños
visionarios de máquinas que no se inventarían hasta siglos después…

Para desarrollar sus proyectos, Da Vinci contó con el apoyo de mecenas, familias muy
ricas que financiaban a los artistas. Así fue cómo se dio a conocer en ciudades como
Milán, Florencia e incluso en la corte del rey Francisco I de Francia.

Entre sus pinturas más conocidas destacan ‘La Gioconda’, más conocida como la ‘Mona
Lisa’, el cuadro de ‘La última cena’ o ‘La Virgen de las Rocas’, que destacan por el
sombreado de los dibujos y el dominio de la luz para hacer que las personas retratadas
parezcan reales.

Aunque el mayor legado de Da Vinci son sus archivos: anotaciones sobre sus inventos,
esbozos de sus estudios de biología, reflexiones y poemas… Se calcula que escribió
cerca de 50.000 documentos, aunque solo una tercera parte se ha conservado hasta hoy.

LEONARDO DA VINCI

Leonardo da Vinci era hijo ilegítimo de un abogado florentino, quien no le permitió conocer
a su madre, una modesta campesina. Se formó como artista en Florencia, en el taller de
Andrea del Verrocchio; pero gran parte de su carrera se desarrolló en otras ciudades
italianas como Milán (en donde permaneció entre 1489 y 1499 bajo el mecenazgo del
duque Ludovico Sforza, llamado el Moro) o Roma (en donde trabajó para Julio de Médicis).
Aunque practicó las tres artes plásticas, no se ha conservado ninguna escultura suya y
parece que ninguno de los edificios que diseñó llegó a construirse, por lo que de su obra
como escultor y arquitecto sólo quedan indicios en sus notas y bocetos personales.

Es, por tanto, la obra pictórica de Leonardo da Vinci la que le ha hecho destacar como el
gran maestro del «Cinquecento» (por encima incluso de Miguel Ángel o Rafael) y como un
personaje cumbre en la historia del arte. De la veintena de cuadros suyos conservados,
destacan La Anunciación, La Virgen de las Rocas, La Santa Cena, La Virgen y Santa Ana,
La Adoración de los Magos y el Retrato de Ginebra Benzi. El más célebre es sin duda La
Mona Lisa o La Gioconda, retrato que tuvo al parecer como modelo a Mona (abreviatura de
Madonna) Lisa Gherardini, esposa de Francisco Giocondo.

Todas sus obras son composiciones muy estudiadas, basadas en la perfección del dibujo y
con un cierto halo de misterio, en las que la gradación del color contribuye a completar el
efecto de la perspectiva; en ellas introdujo la técnica del sfumato, que consistía en
prescindir de los contornos nítidos de la pintura del «Quattrocento» y difuminar los perfiles
envolviendo las figuras en una especie de neblina característica. El propio Leonardo teorizó
su concepción del arte pictórico como «imitación de la naturaleza» en un Tratado de pintura
que sólo sería publicado en el siglo XVII.

Interesado por todas las ramas del saber y por todos los aspectos de la vida, los apuntes
que dejó Leonardo (escritos de derecha a izquierda y salpicados de dibujos) contienen
también incursiones en otros terrenos artísticos, como la música (en la que destacó
tocando la lira) o la literatura. Según su criterio no debía existir separación entre el arte y la
ciencia, como no la hubo en sus investigaciones, dirigidas de forma preferente hacia temas
como la anatomía humana (avanzando en el conocimiento de los músculos, el ojo o la
circulación de la sangre), la zoología (con especial atención a los mecanismos de vuelo de
aves e insectos), la geología (con certeras observaciones sobre el origen de los fósiles), la
astronomía (terreno en el que se anticipó a Galileo al defender que la Tierra era sólo un
planeta del Sistema Solar), la física o la ingeniería.

En este último terreno fue donde quedó más patente su talento de precursor a juicio de las
generaciones posteriores, ya que Leonardo da Vinci concibió multitud de máquinas que no
dio a conocer entre sus contemporáneos y que la técnica ha acabado por convertir en
realidad siglos más tarde: aparatos de navegación (como un submarino, una campana de
buceo y un salvavidas), máquinas voladoras (como el paracaídas, una especie de
helicóptero y unas alas inspiradas en las de las aves para hacer volar a un hombre),
máquinas de guerra (como un puente portátil y un anticipo del carro de combate del siglo
XX), obras de ingeniería civil (como canalizaciones de agua o casas prefabricadas),
herramientas y maquinaria de tipo industrial (como una hiladora, una laminadora, una draga
o una cortadora de tornillos), fortificaciones, etcétera.

Sin embargo, el genio de Leonardo le encaminó a tal cantidad de objetivos diferentes que
apenas ejerció influencia sobre la marcha de los distintos campos que tocó, aunque sí
obtuvo un gran prestigio personal, que ha perdurado hasta nuestros días. Muchos de los
proyectos que emprendió quedaron inacabados cuando otros nuevos atrajeron su interés;
y, en cuanto a los inventos, se limitó a concebir ideas útiles, pero no se esforzó por
plasmarlas en modelos viables que pudieran funcionar, por lo que la mayoría de sus
investigaciones fueron especulaciones teóricas sin consecuencias prácticas. En ellas se
concentró a partir de 1516 cuando, con las manos afectadas por una parálisis, pasó a vivir
en Francia bajo la protección del rey Francisco I.

MIGUEL ANGEL

Michelangelo Buonarroti fue un hombre solitario, iracundo y soberbio, constantemente


desgarrado por sus pasiones y su genio. Dominó las cuatro nobles artes que solicitaron de
su talento: la escultura, la pintura, la arquitectura y la poesía, siendo en esto parangonable
a otro genio polifacético de su época, Leonardo da Vinci. Durante su larga vida amasó
grandes riquezas, pero era sobrio en extremo, incluso avaro, y jamás disfrutó de sus
bienes. Si Hipócrates afirmó que el hombre es todo él enfermedad, Miguel Ángel encarnó
su máxima fiel y exageradamente, pues no hubo día que no asegurase padecer una u otra
dolencia.
Quizás por ello su existencia fue una continua lucha, un esfuerzo desesperado por no
ceder ante los hombres ni ante las circunstancias. Acostumbraba a decir en sus últimos
días que para él la vida había sido una batalla constante contra la muerte. Fue una batalla
de casi noventa años, una lucha incruenta cuyo resultado no fueron ruinas y cadáveres,
sino algunas de las más bellas y grandiosas obras de arte que la humanidad
afortunadamente ha conocido.

La dorada Florencia

En Caprese, hermosa aldea rodeada de prados y encinares, nació el 6 de marzo de 1475


Miguel Ángel, hijo de Ludovico Buonarroti y de Francesa di Neri di Miniato del Sera. Su
padre descendía de artesanos y, quizás por ello, siempre se opuso a la vocación de su hijo;
consideraba que el comercio era mucho más rentable y distinguido que cualquier actividad
manual plebeya. Miguel Ángel siempre estuvo agradecido a su nodriza, mujer de un
cincelador, pues aseguraba que con su leche había mamado "el escoplo y el mazo para
hacer las estatuas".
Cuando siendo apenas un adolescente el joven Buonarroti se trasladó a Florencia, la
ciudad vivía uno de sus momentos más esplendorosos. Lorenzo de Médicis, llamado el
Magnífico, reinaba sobre los florentinos impregnándolo todo de belleza y sabiduría.
Refinado y abrumadoramente inteligente, Lorenzo era un extraordinario príncipe poeta,
considerado un erudito por los helenistas, un guerrero invencible por los soldados y un
amante insuperable por los libertinos.

En la corte de este dechado de virtudes, rodeado de pensadores de la talla de Pico della


Mirandola, Poliziano o Marsilio Ficino, y junto a maestros como Domenico Ghirlandaio o
Sandro Botticelli, Miguel Ángel dio sus primeros pasos por el rutilante camino de las bellas
artes. En el jardín de San Marcos, que Lorenzo había hecho decorar con antiguas estatuas,
el joven escultor pudo estudiar a los autores del pasado e imbuirse de su técnica. El lugar
se había convertido en una especie de academia al aire libre donde los jóvenes se
ejercitaban bajo la dirección de un discípulo de Donatello, el maestro Bertoldo. El talento
precoz de Miguel Ángel se reveló al cincelar una cabeza de fauno que suscitó el interés del
propio príncipe, siempre en busca de nuevos valores a los que acoger bajo su protección.
Inmediatamente, Miguel Ángel ingresó en la reducida y selecta nómina de sus favoritos.

Un día, mientras Miguel Ángel admiraba los frescos de Masaccio en el claustro de la iglesia
del Carmine junto a Pietro Torrigiano, amigo y condiscípulo, surgió entre ambos una agria
disputa. A Buonarroti le fascinaba la plasticidad de las figuras, que casi poseían relieve;
para Torrigiano, los frescos carecían de brillantez y expresividad. La discusión acabó en
reyerta: los muchachos intercambiaron algunos golpes y Pietro propinó a Miguel Ángel un
puñetazo que le fracturó la nariz. El rostro de nuestro héroe quedó marcado por esa
pequeña deformidad, que le amargaría en lo sucesivo. Sin embargo, un dolor aún mayor se
adueñó de su corazón a raíz de la súbita muerte de Lorenzo el Magnífico, sobrevenida
cuando el príncipe acababa de cumplir cuarenta y tres años. Ni Florencia ni Miguel Ángel
volverían a ser como antes.

Primeras obras maestras

Tras la desaparición del Magnífico, Buonarroti dejó la corte y regresó a la casa paterna
durante algunos meses. El nuevo señor de la ciudad, Piero de Médicis, tardó en acordarse
de él, y cuando lo hizo fue para proponerle una efímera fama mediante un encargo
sorprendente: había nevado en Florencia y quiso que Miguel Ángel modelara en el patio de
su palacio una gran estatua de nieve. El blanco monumento fue tan de su agrado que, de
un día para otro, el artista se convirtió por voluntad suya en un notorio personaje. Miguel
Ángel aceptó los honores en silencio, ocultando el rencor que le producía tal afrenta, y
luego decidió marcharse de Florencia antes que seguir soportando a aquel estúpido que en
nada se parecía a su predecesor.
Además, negros nubarrones se cernían sobre la ciudad. Los ejércitos franceses y
españoles luchaban muy cerca de las murallas y, en el interior, un terrible fraile dominico
llamado Girolamo Savonarola agitaba a las masas con su verbo ardiente contra el lujo
pagano de los Médicis. Piero de Médicis acabó huyendo y Savonarola se apresuró a
instaurar una república teocrática, pródiga en autos de fe y piras purificadoras donde se
consumían libros, miniaturas, obras de arte y otros objetos impuros. Miguel Ángel nunca
olvidó las prédicas de aquel iluminado, ni las llamas que terminaban para siempre con el
sueño de una Florencia joven, alegre, culta y confiada.

Buonarroti se trasladó por primera vez a Roma en 1496. Allí estudió a fondo el arte clásico
y esculpió dos de sus mejores obras juveniles: el delicioso Baco y la conmovedora Piedad,
en las que su personalísimo estilo empezaba a manifestarse de manera rotunda e
incontrovertible. Luego, de regreso a Florencia, acometió uno de sus proyectos más
valientes, aceptando un desafío que ningún creador había osado hasta entonces: trabajar
en un bloque de mármol de casi cinco metros de altura que yacía abandonado desde un
siglo antes en la cantera del "duomo" florentino. Con abrumadora seguridad, Miguel Ángel
hizo surgir de él el monumental David, como si la figura se hallase desde siempre en el
interior de la piedra, creando para sus contemporáneos una imagen orgullosa e
impresionante del joven héroe, en clara rivalidad con las dulces y adolescentes
representaciones anteriores de Donatello y Verrocchio.

La Capilla Sixtina

En marzo de 1505 el artista fue requerido de nuevo en Roma por el papa Julio II. Se trataba
de un pontífice de fuerte personalidad, vigoroso y tenaz, que iba a presidir el gran momento
artístico e intelectual de la Roma renacentista, en la que destacarían por encima de todos
dos artistas sublimes: Miguel Ángel Buonarroti y Rafael Sanzio de Urbino.

Julio II encargó a Buonarroti la realización de su monumento funerario. El proyecto original


elaborado por Miguel Ángel preveía un vasto conjunto escultórico y arquitectónico con más
de cuarenta estatuas destinadas a enaltecer el triunfo de la Iglesia. Pero algunos
consejeros interesados susurraron al oído del papa que no podía ser de buen agüero
construirse un mausoleo en vida, y Julio II arrinconó el proyecto de su monumento funerario
para dedicarse a los planos que Bramante había realizado para la nueva basílica de San
Pedro.

Miguel Ángel, despechado, abandonó Roma dispuesto a no regresar nunca más. Sin
embargo, en mayo de 1508 aceptó un nuevo cometido del papa, quien deseaba mitigar su
disgusto y compensarle de algún modo confiándole la decoración de la Capilla Sixtina.
Miguel Ángel aceptó, aunque estaba seguro de que el inspirador del nuevo encargo no
podía ser otro que Bramante, su enemigo y competidor, que ansiaba verle fracasar como
fresquista para sustituirle por su favorito, Rafael.

Pero Buonarroti no se arredró. Tras mandar construir un portentoso andamio que no tocaba
la pared de la Sixtina por ningún punto, despidió con soberbia infinita a los expertos que se
habían ofrecido a aconsejarle y comenzó los trabajos completamente solo, ocultándose de
todas las miradas y llegando a enfermar del esfuerzo que suponía pintar durante horas
recostado en aquellas duras tablas a la luz de un simple candil.

Sólo Julio II estaba autorizado a contemplar los progresos de Miguel Ángel y, aunque el
artista trabajaba con rapidez, el pontífice comenzó a impacientarse, pues sentía cercano el
día de su muerte. "¿Cuándo terminaréis?", preguntaba el papa, y Miguel Ángel respondía:
"¡Cuando acabe!" En cierta ocasión, el Santo Padre amenazó a Buonarroti con tirarle del
andamio, y éste repuso que estaba dispuesto a abandonar Roma y dejar los frescos
inacabados. Las disputas entre ambos menudearon a lo largo de los cuatro años que duró
la decoración de la bóveda de la capilla, concluida finalmente el día de Todos los Santos de
1512, cuatro meses antes del fallecimiento de Julio II.

A juicio de Giorgio Vasari, historiador del arte, arquitecto y pintor contemporáneo de Miguel
Ángel, los frescos de la Capilla Sixtina eran "una obra cumbre de la pintura de todos los
tiempos, con la que se desvanecían las tinieblas que durante siglos habían rodeado a los
hombres y oscurecido el mundo". Julio II, en su lecho de muerte, se declaró feliz porque
Dios le había dado fuerzas para ver terminada la obra de Miguel Ángel, pudiendo así
conocer de antemano a través de ella cómo era el reino de los cielos.

Buonarroti se había inspirado en la forma real de la bóveda para insertar en ella


gigantescas imágenes de los profetas y las sibilas, situando más arriba el desarrollo de la
historia del Génesis y dejando la parte inferior para las figuras principales de la salvación
de Israel y de los antepasados de Jesucristo. Mediante una inmensa variedad de
perspectivas y la adaptación libre de cada personaje a la profundidad de la bóveda, Miguel
Ángel consiguió crear uno de los conjuntos más asombrosos de toda la historia del arte,
una obra de suprema belleza cuya contemplación sigue siendo hoy una experiencia
inigualable.

Misterio y poesía

Desaparecido Julio II y finalizada la Capilla Sixtina, Miguel Ángel quiso reemprender los
trabajos para el mausoleo del pontífice, pero una serie de modificaciones sobre el proyecto
primitivo y de pleitos con los herederos del fallecido impidieron su consecución, lo que
contribuyó a mortificar su ya de por sí amargado carácter. De la célebre tumba quedarían
tan sólo dos obras, insignificantes comparadas con la grandiosidad del conjunto pero
extraordinarias por sí mismas: los portentosos Esclavos que se conservan en el Museo del
Louvre y el famoso Moisés, que expresa con su atormentada energía el mismo ideal de
majestad que había inspirado las figuras de la Capilla Sixtina.

A partir de 1520 trabajaría principalmente en la Capilla Médicis de San Lorenzo,


preparando los sepulcros de los hermanos Juliano y Lorenzo de Médicis y de sus
descendientes homónimos, Juliano, duque de Nemours, y Lorenzo, duque de Urbino. Es
una de sus obras más orgánicas y armoniosas, en la que arquitectura y escultura se funden
en un todo excepcionalmente unitario y equilibrado. Las estatuas del Día, la Noche, la
Aurora y el Crepúsculo están envueltas en un halo de misteriosa hermosura que ya en su
tiempo y durante siglos sería objeto de conjeturas e interpretaciones contradictorias.

Miguel Ángel, halagado por la admiración que suscitaban y a la vez cansado de escuchar
hipótesis sobre lo que podían significar, quiso dar voz a sus esculturas y acallar a los
parlanchines que tanto disputaban con estos hermosos y delicados versos:

Me es grato el sueño y más ser de piedra;


mientras dura el engaño y la vergüenza,
no sentir y no ver me es gran ventura;
mas tú no me despiertes; ¡habla bajo!

Fue precisamente en esta época cuando Miguel Ángel empezó a prodigarse como poeta.
En 1536 emprendió la realización de un grandioso fresco destinado a cubrir la pared del
altar de la Capilla Sixtina: el Juicio Final. Ese mismo año conoció a Vittoria Colonna,
marquesa de Pescara. A ella iba a dedicarle sus mejores sonetos, en los que refleja al
mismo tiempo su pasión platónica y su admiración por la que sería la única mujer de su
vida.

Vittoria Colonna representó, para el alma desilusionada y solitaria de Miguel Ángel, un


consuelo y un remanso de paz; se erigió en guía espiritual y moral del artista y dio un
nuevo sentido a su vida. Incluso después de la muerte de su amiga, quizás el único ser que
supo comprenderle y amarle, Miguel Ángel mantuvo una actitud muy distinta al constante y
angustiado batallar que había caracterizado hasta entonces su existencia, con lo que pudo
afrontar con un insólito sosiego el paso de la madurez a la ancianidad.

Arquitectura precursora

En los últimos años de su vida, Buonarroti se reveló como un gran arquitecto. Fue en 1546
cuando el papa Paulo III le confió la dirección de las obras de San Pedro en sustitución de
Antonio da Sangallo el Joven. Primero transformó la planta central de Bramante y luego
proyectó la magnífica cúpula, que no vería terminada.
La cúpula de la Basílica de San Pedro, una de las piezas más perfectas y más felizmente
unitarias jamás concebidas, es junto al proyecto de la Plaza del Campidoglio y al Palacio
Farnesio la culminación de las ideas constructivas de Miguel Ángel, que en este aspecto se
mostró, si cabe, aún más audaz y novedoso que en el ámbito de la pintura o la escultura.
En su arquitectura buscaba ante todo el contraste entre luces y sombras, entre macizos y
vacíos, logrando lo que los críticos han denominado "fluctuación del espacio" y
anticipándose a las grandes creaciones barrocas que más tarde llevarían a cabo grandes
artistas como Bernini o Borromini.

A partir de 1560, el polifacético e hipocondríaco genio comenzó a padecer una serie de


dolencias y achaques propios de la ancianidad. Mientras los expertos empezaban a
considerarle superior a los clásicos griegos y romanos y sus detractores le acusaban de
falta de mesura y naturalidad, Buonarroti se veía obligado a guardar cama y era víctima de
frecuentes desvanecimientos. A finales de 1563 se le desencadenó un proceso
arteriosclerótico que le mantuvo prácticamente inmóvil hasta su muerte. Poco antes, aún
tuvo tiempo de reunir, ayudado por su discípulo Luigi Gaeta, cuantos bocetos, maquetas y
cartones había diseminados por su taller, con objeto de quemarlos para que nadie supiese
jamás cuáles habían sido los postreros sueños artísticos del genio.

Apenas dos meses después, el 18 de febrero de 1564, se extinguió lentamente. Sus


últimas palabras fueron: "Dejo mi alma en manos de Dios, doy mi cuerpo a la tierra y
entrego mis bienes a mis parientes más próximos." Cuatro hombres le acompañaron en
esos instantes: Daniello da Volterra, Tomaso dei Cavalieri y Luigi Gaeta, sus más fieles
ayudantes, y su criado Antonio, que fue el único capaz de cerrar sus párpados cuando
expiró. Con él moría toda una época y concluía ese portentoso momento histórico que
conocemos como Renacimiento italiano.

Su epitafio bien podría ser aquel que el mismo Miguel Ángel escribió para su amigo
Cechino dei Bracci, desaparecido en la flor de la edad:

Por siempre de la muerte soy, y vuestro


sólo una hora he sido; con deleite
traje belleza, mas dejé tal llanto
que valiérame más no haber nacido.

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