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Perdimos

Como hace 4 años las elecciones locales y regionales no dejaron


mayores sorpresas y si muchas frustraciones. Frustración entre
aquellos hombres y mujeres que, con buenas hojas de vida, con ideas
y, sobre todo, sin decirle mentiras a la gente, tuvieron la audacia de
competir en una campaña en donde las propuestas fueron
inversamente proporcionales al cinismo y a los ríos de plata.
Ganaron los clanes y clanecitos que hacen campaña con los
millones de la corrupción en las obras públicas; esas maquinarias que
elección tras elección han perfeccionado un know how basado en la
compra de lideres y de votos. Nos demostraron otra vez que tienen el
poder de transformar en concejales, alcaldes, diputados y hasta en
gobernadores, a muchos personajes con vidas poco ejemplares; con
investigaciones pendientes en la Fiscalía y con un limitadísimo
conocimiento y experiencia en el manejo de la Administración Pública.
Mientras tanto, la mediocridad y poca independencia de muchas
de las nuevas autoridades electas el domingo pasado, plantea
interrogantes sobre como los municipios y departamentos van a
diseñar e implementar políticas públicas que permitan la participación
efectiva de los ciudadanos en lugar de atender la desaforada ambición
de poderosos y muchas veces oscuros, grupos de interés.
Y mientras los problemas ambientales, socioeconómicos, de
seguridad y movilidad se siguen acumulando, dificultando la vida en
los pequeños municipios y haciendo más invivibles las grandes
ciudades, amplios sectores ciudadanos corren el riesgo de quedar
atrapados entre la apatía frente a la política o en la ciega indignación
de los lleva a votar por candidatos que elección tras elección, se
maquillan como independientes y posan de brabucones.
En todo el país volvieron a ganar los clanes y clanecitos, al
tiempo que perdimos los ciudadanos que creemos firmemente que los
recursos públicos son intocables y que la defensa de los derechos
humanos, la equidad de género y del Estado laico es pilar insustituible
de una verdadera democracia. Sin embargo, y justamente por eso, es
que no podemos perder la esperanza.

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