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El asedio a la política : los partidos latinoamericanos en la era neoliberal /


Marcelo Cavarozzi, Juan Abal Medina

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Marcelo Cavarozzi Juan Manuel Abal Medina


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PUBLICADO EN: Cavarozzi, Marcelo & Abal Medina, Juan (eds.) El asedio a la política.
Los partidos latinoamericanos tras la década del neoliberalismo. Rosario: Homo Sapiens,
2002. 423-433.

POST-SCRIPTUM
Recorriendo los senderos partidarios latinoamericanos en la última década.

Juan Abal Medina (h.) y Julieta Suárez Cao

Hace poco más de dos años varios de los autores de este volumen participamos en una
sesión del XXII Congreso de LASA, Latin American Studies Association, titulada “Latin
American Political Parties Revised” donde nos interrogamos sobre la realidad de los
partidos políticos latinoamericanos en la compleja coyuntura del fin de siglo.

Fruto de la rica y profunda discusión que allí tuvo lugar surgió la idea de publicar un
trabajo colectivo que fuera una verdadera puesta al día, tanto de la discusión teórica sobre
los partidos como sobre las experiencias políticas concretas de los sistemas partidarios
latinoamericanos. El objetivo que buscábamos, y que creemos haber alcanzado, era el de
proporcionar al lector interesado una obra que combinara los principales desarrollos
conceptuales contemporáneos con un profundo conocimiento de los casos en análisis.

Actualmente, ya cuando nuestra idea primigenia se transformó en realidad,


pretendemos hacer una puesta al día del desarrollo de los casos estudiados presentando en
forma sistemática los elementos centrales de la evolución de los partidos y la política
misma durante la última década del siglo pasado, señalando los aspectos que marcan los
cambios y las continuidades más significativas en cada uno de los casos. Para ello nos
basamos tanto en los contenidos de los capítulos de caso como en los datos presentados en
el anexo del libro.

Como sostiene el capítulo introductorio del libro, los sistemas partidarios


latinoamericanos están atravesando por un proceso paradojal donde la consolidación
institucional de los regímenes democráticos se encuentra acompañada por el creciente
deterioro de las capacidades de articulación y representación de intereses de los partidos

1
mismos. Esta situación no se explica solamente en el marco de los procesos globales de
transformación de las modalidades de la representación política (Manin, 1997) sino que
obedece a las particularidades que asumió la crisis de los modelos de articulación política
centrados en el Estado en América Latina (Cavarozzi, 1996). Concretamente, el derrumbe
de las matrices estadocéntricas experimentado en la década de los ochenta, no fue seguido
por la articulación positiva de una nueva matriz articulada alrededor del mercado, como
parecía suceder a mitad de los años noventa, sino que, por el contrario, la realidad mostró
que la mayoría de las sociedades latinoamericanas fueron incapaces de estabilizar sus
economías en el mediano plazo, estableciendo modalidades sustentables de crecimiento
económico e integración social.

Así, los partidos políticos que en la década del ochenta habían tenido que enfrentar en
paralelo los procesos de transición y consolidación democrática y de agotamiento de la
matriz estadocéntrica, en los años siguientes no pudieron cosechar lo que habían creído
sembrar sino que terminaron siendo, en la mayoría de los casos, los portadores de las
promesas fracasadas de la modernización neoliberal.

Los déficits en la función gobernativa son los que más claramente explican la
decepción colectiva con el desempeño de los partidos mismos. En el nuevo siglo, la
percepción del fracaso se torna evidente, los distintos partidos que ocuparon los gobiernos
no fueron finalmente capaces de mejorar el nivel de vida de los ciudadanos. Desde los que
con más fuerza defendieron el credo neoliberal, como el Partido Justicialista con Carlos
Menem en Argentina, hasta los que se plantearon más claramente en su oposición, como el
chavismo venezolano, todos fracasaron a la hora de poder promover crecimiento
económico e inclusión social, generando así una fuerte sensación de frustración con la
política misma.

Es este fracaso el que explica en gran medida el deterioro de las capacidades


articulatoria y representativa de los partidos. El profundo hiato entre las grandes promesas
electorales y los más que mediocres logros de gestión acentuó, en la mayoría de los casos,
la sensación de que la política actúa como una mera arena autorreferencial en la que los
distintos actores pelean por acceder a los beneficios del aparato estatal despreocupándose
por la suerte de las poblaciones, que se convertían para ellos en meros mercados

2
electorales. Si la propuesta del partido cartel de Katz y Mair (1995) funciona para las
democracias avanzadas,1 en las naciones latinoamericanas podemos decir que las
sociedades perciben a los partidos más bien como partidos vaciadores en el sentido de esos
grupos de inversión que compran empresas con el objetivo de desprenderse de todos sus
activos valiosos y llevarlas a la quiebra.

Evidentemente, el impacto de este proceso genera una creciente impugnación de la


política que al acentuarse repercute, entre otros aspectos, sobre la estabilidad de los
sistemas partidarios, como ilustran con claridad los casos venezolano, colombiano y
argentino, tres claros ejemplos de sólidos sistemas bipartidistas moderados una década
atrás, que hoy muestran un nivel de desestructuración que no había sido previsto por ningún
analista. Por el contrario, en aquellos casos donde la capacidad de gestión de los partidos en
el gobierno no fue tan baja, los sistemas de partido continúan mostrando una estructura de
la competencia estable, como en los casos de Chile y Uruguay, o han ido estabilizándose en
la última década como en Brasil.

En este marco se comprende por qué la evolución de los sistemas partidarios


latinoamericanos en la década de los noventa fue tan dispar. No sólo no se produjo el
proceso uniforme de creciente estabilización de los patrones de interacción partidarios, que
había sido previsto por la mayoría de los autores algunos años atrás, sino que incluso varios
de los casos unánimemente señalados como los de mayor grado de institucionalización
presentan actualmente una situación de clara desestructuración.

En este punto resulta necesario explicitar que cuando decimos que un sistema partidario
es estable o se va estabilizando estamos haciendo referencia a un conjunto de elementos
que nos hablan tanto de los patrones de relación entre los partidos como de los partidos
mismos.

En relación al sistema partidario propiamente dicho, entendemos por patrones de


competencia y cooperación estables a aquel tipo de relación interpartidaria que asume una
forma regular a lo largo del tiempo en términos de adaptación y control sobre las

1
Ver sobre el modelo partidario del cartel party propuesto por los autores el capítulo 1 de este libro.

3
modificaciones de su entorno, el sistema político como un todo. El establecimiento de un
patrón más o menos regularizado fija el lenguaje del juego de la política, o como sostiene
Mair “los términos de referencia a través de los cuales nosotros, tanto como votantes como
ciudadanos, entendemos e interpretamos el mundo político” (Mair, 1997:9).

Con esto queremos decir que estabilidad no es, en este contexto, sinónimo de rigidez o
congelamiento, los "riesgos por exceso" de institucionalización, sino una condición
necesaria -aunque no suficiente- para poder hablar de la institucionalización del sistema de
partidos. Por institucionalización entendemos el proceso por medio del cual los partidos
políticos o el sistema de partidos adquieren valores y estabilidad (Huntington, 1968). Pero
esto incluye además dimensiones externas de relación con el entorno, por ejemplo
autonomía del aparato estatal. Los caminos hacia la institucionalización e internalización de
las pautas de interrelación pueden ser divergentes. Como es señalado en el artículo de
nuestra autoría que forma parte del presente volumen, el caso argentino brinda evidencia
histórica de una estructura de la competencia del sistema de partidos altamente estable
coexistiendo con un juego político continuamente impugnado. Asimismo, resulta relevante
aclarar que muchas veces el nivel de institucionalización de los partidos políticos difiere
altamente de aquel del sistema de partidos, en especial en las nuevas democracias (Randall
y Svasand, 2002).

A nivel de los partidos políticos individualmente, la disciplina ha dedicado denodados


esfuerzos a entender el fenómeno de institucionalización. A partir de las teorizaciones
existentes al respecto, proponemos dos dimensiones heurísticas para mensurar la
institucionalización de los partidos políticos.2 Una dimensión interna, relacionada con (i) la
incorporación de valores (Huntington, 1968) y (ii) la estructuración de la organización, es
decir; su desarrollo (Panebianco, 1990) y el nivel de aceptación, conocimiento y aplicación
de su patrón regularizado de interacciones (O´Donnell, 1997:310); y otra externa, referida a
(i) las relaciones del partido con su entorno, la autonomía, y a (ii) la percepción que se tiene

2
Esta tipología es una reformulación de aquella propuesta por Randall y Svasand (2002), que a nuestro
entender, captura más fielmente las características propias de los partidos políticos latinoamericanos
contemporáneos.

4
de la organización (Janda, 1980), cuán “reificado está en la mente pública” (Randall y
Svasand, 2002: 11).

En relación a la transformación de los sistemas partidarios, a partir de los detallados


análisis de caso contenidos en el libro y de los datos electorales presentados en el anexo del
libro definimos a continuación tres senderos diferenciados en la última década.3

Con respeto a estos datos sobre el sistema partidario nos basamos centralmente en tres
indicadores: (i) la comparación entre el número de votos y escaños legislativos obtenidos
por los principales partidos del sistema4 en la primera y la ultima elección legislativa, (ii) la
comparación entre el número de votos obtenidos por los principales partidos del sistema en
la primera y la ultima elección presidencial, y (iii) el porcentaje de bancas obtenido en la
última elección por los partidos que tenían la totalidad de las bancas en la primera elección
de la serie en estudio.5

Tabla 1: indicadores de estabilidad de los sistemas partidarios

Diferencia Diferencia Diferencia Diferencia


porcentual de porcentual de porcentual de porcentual de
votos en el escaños en el votos en el escaños en la
Legislativo Legislativo Ejecutivo última elección
nacional de los nacional de los nacional de los de los partidos
principales principales principales que tenían todos
partidos partidos partidos los escaños en la
primera elección
Argentina -9a -8 -5b -15
Bolivia* -54 -55 -59 -45
Brasil +4 +4 -7 -20
Chile -5 +2 -11c 0
*
Colombia -15 -45 -29 -47

3
Con el fin de estandarizar la información entre los casos estudiados utilizamos sólo los resultados electorales
legislativos de las cámaras bajas.
4
Entendemos como principales partidos a aquéllos que hayan obtenido un caudal de voto en comicios
legislativos superior al 10%, entre los cuales se encuentran los que compitieron claramente por el premio de la
presidencia y los que fueron tenidos en cuenta por su potencial de aliados o como poder veto por parte del
Ejecutivo a la hora de sancionar legislación relevante.
5
Este índice, que podemos llamar de novedad partidaria legislativa, es especialmente interesante para la
comparación de casos regionales dentro de un período acotado de tiempo y nos ilustra sobre la importancia de
los nuevos actores partidarios en la escena política.

5
Méxicod -27 -24 0 0e
Perú - 57.5 - 69 -45 - 76
Uruguay +5 +6 -1 0
f
Venezuela - 41 - 60 -58 - 60
Fuente: Elaboración propia a partir de los datos contenidos en el Anexo del libro
a
En las elecciones de 2001 la UCR se presentó en ALIANZA con el FREPASO, sin embargo para los fines de esta comparación se
computan solamente los escaños obtenidos por la UCR.
b
Probablemente, la diferencia sería mayor si la UCR no se hubiera presentado en alianza con el FREPASO en 1999.
c
Esta diferencia debe ser matizada, ya que la primera elección se definió en la Primera Vuelta y la última lo hizo en el Ballotage. Es
conveniente aclarar que con fines de homogeneización, el índice computa los resultados obtenidos en la primer ronda electoral.
d
Hay que resaltar que durante la década analizada se produjo a transición del sistema de partidos hegemónico y no competitivo (Sartori,
1976) a un sistema competitivo.
e
A pesar del carácter no competitivo del sistema, en 1991 el Congreso mexicano tenía representación de los mismos partidos que en
2000, sin embargo se comprueba una variación notable en su distribución interna.
f
Elecciones 1993-98.

Las referencias a la estabilidad de los partidos mismos las tomamos de los estudios de
caso que componen el presente volumen. De este modo, utilizamos dos indicadores de las
dimensiones de la institucionalización, contenidos en la tabla 2, que nos dan una idea
aproximada de la evolución en la estabilidad organizacional: el enraizamiento social y la
disciplina interna de los principales partidos actualmente en comparación con los inicios de
la década pasada. El nivel de enraizamiento social nos sirve así como indicador de la
dimensión externa de la institucionalización y el nivel de disciplina de la dimensión interna.

Tabla 2:Indicadores de estabilidad de las organizaciones partidarias


Enraizamiento social de las Disciplina interna de las
principales organizaciones principales organizaciones
partidarias partidarias
Año 1990 Actualmente Año 1990 Actualmente
(2002) (2002)

Argentina ALTA MEDIA ALTA MEDIA


Bolivia BAJA MEDIA ALTA ALTA
Brasil BAJA MEDIA MUY BAJA MEDIA
Chile ALTA ALTA ALTA ALTA
Colombia ALTO MEDIA MEDIA BAJA
México ALTA ALTA ALTA MEDIA
Perú BAJA BAJA BAJA BAJA
Uruguay ALTA ALTA MEDIA ALTA

6
Venezuela ALTA MEDIA ALTA MEDIA
Fuente: Elaboración propia a partir de los datos contenidos en los artículos de caso del libro y las opiniones solicitadas a sus autores.

Así, los senderos que identificamos son:


1. Estabilización, tanto de las pautas de competencia y cooperación interpartidarias
como de los partidos mismos.
2. Debilitamiento de los patrones de interacción y de la solidez de los partidos.
3. Derrumbe del sistema partidario y de gran parte de los partidos políticos
tradicionales.
El primero de los senderos contiene los casos de Brasil, Chile, y Uruguay, tres países
donde la matriz estadocéntrica no se derrumbó totalmente, donde los Estados no se han
probado incapaces de gobernar sus economías y donde hasta la fecha, más allá de los
problemas generales de toda la región, los aparatos estatales continúan siendo
comparativamente fuertes.
Como señala Meneguello en su trabajo, el fortalecimiento de los partidos brasileños y la
estabilización de sus pautas de competencia y cooperación en mucho obedecen al correcto
desempeño alcanzado por ellos en el gobierno, tanto nacional como local. Así, si bien el
sistema partidario sigue mostrándose muy fluido, como lo atestiguan su elevado número
efectivo de partidos (7.60 en el 2001) y las cambiantes alianzas electorales y de gobierno,
es claro que los partidos políticos brasileños son hoy menos “frágiles, efímeros y
débilmente enraizados en la sociedad...” (Mainwaring, 1995:354) de que lo que lo eran diez
años atrás. Los cuatro principales partidos en la actualidad, el Partido del Movimiento
Democrático Brasileño (PMDB), el Partido Social Demócrata Brasileño (PSDB), el Partido
del Frente Liberal (PFL) y el Partido de los Trabajadores (PT), concentraban el 52% de las
bancas y el 51% de los votos en la elección legislativa de 1990, en la elección de 1998 los
mismos partidos obtuvieron el 67% de las bancas y el 63% de los votos. El mayor
enraizamiento social de estos partidos es consecuencia de las satisfactorias experiencias de
gobierno realizadas a nivel local; así como el aumento del nivel de disciplina se debe a la
dinámica de gabinetes de coalición parlamentarios que ha caracterizado últimamente al
presidencialismo brasileño.
Los casos de Uruguay y Chile presentan un rasgo común, las estructuras de competencia
han acentuado su perfil bipolar dejando atrás el funcionamiento tripolar que los había

7
caracterizado en los años setenta y ochenta. En ambos países, la constitución de coaliciones
entre dos de los grandes partidos tiende a dejar, por el momento, a un tercero fuera del
gobierno pero lo fortalece electoralmente. En el caso chileno, la derecha crece con la
cristalización de la alianza entre el centro y la izquierda (Concertación), mientras que en el
Uruguay, como apunta Lissidini, es la izquierda la que acrecienta su poderío electoral
frente al cada vez más firme acuerdo entre los dos partidos tradicionales. Asimismo, este
poderío electoral se ve incentivado por los buenos desempeños que sendos partidos
acreditan en la gestión de las ciudades capitales de sus países.6 Pero más allá de esta
particularidad, que es resaltada en sus aspectos negativos por Moulián para el caso chileno,
los partidos políticos uruguayos y brasileños siguen tan sólidos como una década atrás y
sus pautas de relación parecen acercarse a ese grado óptimo de institucionalización,
evitando los riesgos tanto por defecto como por exceso. Esta transición hacia una estructura
bipolar de competencia con tendencias moderadoras, puede relacionarse en parte a las
reformas de las leyes electorales en ambos países, nos referimos en particular a la adopción
de la doble vuelta a la francesa para la elección presidencial.
Las dos grandes coaliciones chilenas, la Concertación de Partidos por la Democracia y
la alianza derechista entre la Unión Demócrata Independiente (UDI) y Renovación
Nacional (RN), concentraban el 97% de las bancas y el 86% de los votos en 1989 y el 99%
de las bancas y el 80% de los votos en las elecciones de 2001. Asimismo, aunque ayudados
por el sistema electoral, los mismos partidos que poseían el total de los asientos legislativos
en la primera elección los siguen ocupando hoy. Sin dudas, el nivel de enraizamiento social
y de disciplina interna de estos partidos continúa siendo alto.
Los tres partidos mayoritarios uruguayos obtenían el 90% de los votos y de las bancas
legislativas en las elecciones de 1989, pasando diez años después a concentrar el 95% de
votos y bancas. La variación de la cámara baja es inexistente, pues no existen nuevos
actores que hayan conseguido siquiera una banca en la actual legislatura. El enraizamiento
social de las organizaciones partidaria uruguayas continúa siendo elevado y la disciplina
partidaria ha aumentado como consecuencia del cambio del sistema electoral de voto doble

6
El Frente Amplio gobierna Montevideo desde 1990 y la Unión Demócrata Independiente (UDI) administra
Santiago desde 2000.

8
acumulativo y simultáneo que produjo históricamente un alto nivel de fraccionamiento
interno.
Finalmente, otro elemento que comparten los tres casos que han experimentado un
proceso de estabilización en la última década es la presencia de partidos de izquierda
verdaderamente competitivos como son el Frente Amplio (FA) uruguayo, el Partido
Socialista (PS) chileno y el Partido de los Trabajadores (PT) brasileño. Si bien esta relación
no se ha estudiado específicamente,7 es lógicamente plausible que la presencia de un polo
consolidado en la estructura de la competencia genere incentivos positivos para la
estructuración de todo el sistema. Obviamente no pretendemos inferir a través de esta
observación empírica un mecanismo de causalidad sino simplemente señalar una
interesante afinidad electiva entre ambos factores.
Dentro del segundo sendero, de debilitamiento de las estructuras de la competencia y de
los partidos mismos, conviven casos bastante dispares. Casi en un lugar intermedio con el
sendero anteriormente descrito se encuentra el caso mexicano. Este país conoció por
primera vez la alternancia democrática en la pasada década cuando el partido eje del
sistema, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), perdió las elecciones de 2000. En
México, como en el caso argentino, fue el mismo partido que había construido la matriz
estadocéntrica el que consumó su desestructuración. Sin embargo, por su relación
privilegiada con los Estados Unidos entre otras especificidades, en el caso mexicano el
Estado continua siendo un punto importante de articulación social. La rápida
transformación señalada por Loaeza de un unipartidismo a un sistema de tres partidos
afectó bastante a las organizaciones partidarias mismas. Hoy ni el PRI ni el gobernante
Partido Acción Nacional (PAN) son tan sólidos como lo eran diez años atrás, especialmente
en términos de su disciplina interna.8 Si bien estos dos partidos junto al Partido de la
Revolución Democrática (PRD) controlaban en 1991 y en 1999 prácticamente la misma
cantidad de escaños legislativos, el dato relevante es que el PRI pasó del 64% de las bancas

7
La literatura especializada suele descuidar este aspecto del análisis ya que los casos típicos de sistemas de
partidos estructurados, como los europeos, cuentan asimismo con partidos competitivos, ver capítulo 1.
8
Es importante señalar en este punto que las particularidades del sistema electoral mexicano juegan un
importante papel a la hora de influir sobre el comportamiento de los partidos. Ver al respecto Calvo y Abal
Medina, 2002.

9
y el 62% de los votos al 42% y el 38% respectivamente, a partir de la adopción de un
sistema competitivo.
En Colombia, donde la matriz de centralidad estatal no se derrumbó porque, como
sostiene Roberts, nunca se articuló completamente, los problemas de gestión estatal
obedecen más que a aspectos económicos a la constante tensión política de un Estado que
ha perdido el ejercicio del monopolio de la violencia en manos de la guerrilla, los
narcotraficantes y los paramilitares. Si bien los partidos históricos lograron continuar
controlando gran parte del juego político, como apunta Dávila en su capítulo, es innegable
que con la victoria del candidato liberal disidente Uribe y la casi desaparición electoral de
los conservadores, la crisis del bipartidismo más longevo de América Latina es realmente
profunda.
En el caso argentino el proceso de desestructuración de su sistema partidario sólo resulta
atenuado por la continua fortaleza del justicialismo, expuesta en su trabajo por Mustapic.9
La situación argentina es la que más claramente ilustra la paradoja presentada por
Cavarozzi y Casullo de estabilidad institucional conviviendo con inestabilidad de la política
misma, como sugerimos en el otro artículo de nuestra autoría que compone el presente
volumen. Una economía quebrada acompañada por un fuerte crecimiento de la pobreza y la
desigualdad han generado una profunda deslegitimación de lo político estatal en su
conjunto, especialmente por el hecho de que el derrumbe vino después de que gran parte de
la sociedad creyó en el modelo económico neoliberal impuesto por el presidente Menem. Si
bien el porcentaje de votos y bancas que han perdido los partidos mayoritarios entre 1989 y
2001 no es demasiado alto, 9% y 8% respectivamente, como tampoco lo es la participación
legislativa de los nuevos partidos,10 15,5%, lo cierto es que ambos se encuentran
actualmente en una profunda crisis que, si bien de dispar intensidad, abre grandes
interrogantes para el futuro próximo.11 A partir de la crisis actual, los principales partidos

9
La distribución territorial de los votos y el sistema electoral también condiciona la estructuración política del
sistema de partidos, generando un claro sesgo partidario que beneficia al justicialismo en detrimento de la
UCR y de los partidos de base urbana. Ver para un detallado análisis de este tema Calvo y Abal Medina 2001.
10
Como aclaramos precedentemente, en el caso argentino, el sistema electoral desarrolla un sesgo partidario
que tiende a favorecer al PJ (Calvo y Abal Medina, 2001). Quizás este elemento se comporte como un
importante freno a la hiperfragmentación del sistema partidario.
11
Con relación a la UCR los datos son en parte relativos ya que los resultados electorales obtenidos, en votos
y en bancas, los consigue en coalición electoral con un nuevo partido, el FG/FREPASO, que llegó a
desplazarla al tercer lugar en las elecciones presidenciales de 1995. El PJ si bien mantiene una solidez

10
han perdido enraizamiento social,12 asimismo su nivel de disciplina interna ha mermado
profundamente, lo que resulta especialmente evidente en el caso del justicialismo.
Una situación similar a la argentina es la que presenta el sistema boliviano de partidos.
Partiendo de unas circunstancias bastante diferentes, ya que en los ochenta se lo
consideraba uno de los menos institucionalizados de la región, el sistema boliviano pareció
encaminarse hacia su estabilización de la mano de los aparentes éxitos de las políticas
económicas de apertura y de libre mercado implementadas a partir de 1985. Sin embargo,
como señala claramente Mayorga, en la actualidad grandes sectores de la población están
convencidos que esas políticas sólo generaron más desigualdad y miseria y se oponen
radicalmente a ellas y al Estado que las aplicó. El reciente resultado electoral en la elección
presidencial de este año obtenido por Evo Morales, candidato de los campesinos
cocacoleros, ilustra claramente este fenómeno. Sin embargo, la dimensión externa de la
institucionalización, en particular en su faceta relacionada con el enraizamiento social, ha
aumentado como consecuencia de la incorporación a la arena política de nuevas
organizaciones que son casi actores sociales con sigla y personería jurídica de partidos.
Finalmente, en el tercer sendero conviven los dos casos que ocupaban hace diez años la
primera y la última posición en cuanto a institucionalización de su sistema partidario. Perú,
ejemplo típico de políticos sin partidos, como ilustran Cavarozzi y Casullo, y Venezuela,
históricamente uno de los sistemas partidarios más sólidos de la región (Kornblith y
Levine, 1994), presentan en los inicios del nuevo siglo los síntomas claros de un derrumbe
de sus sociedades políticas.
En el caso peruano, como señala Tanaka, la destrucción del incipiente sistema
partidario de los años ochenta no se revirtió durante los años del fujimorismo y se acentuó
con su crisis, generando un escenario de fragmentación que hace incluso peligrar la gestión
de Toledo, ese político sin partido que actualmente ocupa la presidencia. El incumplimiento
de las promesas de orden y crecimiento que legitimaron las políticas neoliberales de

claramente más fuerte se encuentra hoy en un estado de división interna de consecuencias imposibles de
predecir.
12
El radicalismo especialmente, aunque el PJ también debe convivir con sectores importantes de sus bases
tradicionales, sindicales y pobres estructurales, que actúan con autonomía de la organización que
históricamente monopolizo sus demandas. En este sentido es notable el desarrollo alternativo de una central
de trabajadores, la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) y el de varios movimientos de desocupados
comúnmente conocidos como “piqueteros”.

11
Alberto Fujimori produce hoy un descreimiento generalizado en la política en su conjunto.
La visión levemente optimista que muchos analistas tenían del sistema político peruano
pocos años atrás se ha mostrado lamentablemente errónea.13 Los partidos que en 1990
ocupaban todas las bancas de la única cámara en las elecciones del año 2000 retuvieron
apenas el 34%. Los que otrora eran los partidos mayoritarios han visto disminuir su
porcentaje electoral en un 69% y su participación en la cámara en un 57.5%. Las
organizaciones partidarias continúan teniendo un muy bajo nivel de institucionalización en
las dos dimensiones presentadas.
Venezuela continúa pagando hoy en día un enorme precio por el derrumbe de su matriz
de centralidad estatal edificada alrededor de las rentas petroleras (Karl, 1995). El intento
del presidente Carlos Andrés Pérez en los inicios de la pasada década de articular una
radical reconversión del estado culminó con la apertura de un veloz proceso de crisis que
llevó a Hugo Chávez a la presidencia y que hoy tiene al país dramáticamente polarizado,
como señalan en sus artículos Ramos Jiménez y Maingon. Los dos grandes partidos
tradicionales, considerados casi irremplazables pocos años atrás (Kornblith y Levine,
1994:39),14 han perdido en la actualidad el 41% de las bancas que controlaban y el 60% de
los votos que obtenían en 1993. Mientras que partidos de nacimiento reciente ocupan hoy el
60% del congreso. Como consecuencia de todo el proceso, el grado de enraizamiento social
y el nivel de disciplina interna de los principales partidos ha descendido.
Para finalizar podemos sostener que la pasada década ha aumentado aún más las
brechas entre los sistemas partidarios latinoamericanos, convirtiendo a algunos que eran
claramente débiles en relativamente sólidos y a otros que estaban bastante estructurados en
crecientemente desarticulados. No nos quedan dudas que gran parte de las causas que
explican los derroteros de los sistemas de partidos analizados tienen relación directa con la
incapacidad demostrada por los partidos en el gobierno para poder gestionar los grandes
trastornos económicos que enfrentaron los países. La dificultades para traducir en términos
de políticas públicas los programas electorales y, a su vez, la decreciente eficacia de las

13
“Sin embargo, al mismo momento se han creado las condiciones por un relativo acercamiento entre los
debilitados liderazgos partidarios. Bajo estas circunstancias, una nueva generación de líderes está intentando
reemplazar a la vieja dirigencia y reorganizar los partidos” [traducción propia] (Cotler, 1995:353)

12
políticas implementadas por Estados cada vez más débiles, generaron un malestar social
con los partidos que, en muchos de los casos, se trasladó a la política misma. De continuar
esta tendencia en la presente década es poco lo que puede esperarse de las democracias de
la región, cada día menos eficaces para alcanzar los niveles de crecimiento e inclusión
social que las sociedades demandan.

Buenos Aires, Agosto de 2002

14
“A pesar de las crecientes críticas y de una ampliamente difundida sensación de crisis, es demasiado
temprano para declarar fuera de combate a los partidos o para escribir la necrológica del sistema de partidos”
[traducción propia] (Kornblith y Levine, 1995:39).

13

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