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PERSPECTIVAS DE BIOÉTICA
INTRODUCCION
EL AUGE DE LA BIOÉTICA
En menos de cuatro décadas, aquella que Van R. Potter denominó “bio-ética”, y que él,
inicialmente, había concebido como “La ciencia de la sobrevivencia”, ha adquirido una presencia
verdaderamente mundial1. Su auge actual es tan asombroso como generalizado, y su repercusión
se da en múltiples niveles y direcciones.
Con el título de “bioética” o con otros afines se han publicado y se publican día a día, y en
cualquier parte del planeta, innumerables libros y artículos. Se editan enciclopedias en los distintos
idiomas; se abren páginas Web y portales en Internet; se celebran Congresos, Foros y toda clase
1
Un artículo, publicado en 1970 llevaba, en efecto, ese título: “Bioética, la ciencia de la sobrevivencia”, pero Potter tituló su libro principal, aparecido
en 1971: Bioética, puente hacia el futuro.
1
[2]
¿Por qué esta expansión y consolidación tan amplias y notables de la bioética? ¿Qué tan radical es
su alcance y tan profunda su verdadera significación? ¿Por qué es importante la bioética? ¿Y qué
es lo que importa de ella?
FUENTES HISTÓRICAS
2
En Estados Unidos, se fundan, en los años 70 el Hastings Center, el Kennedy Institut of ethics , , se da a conocer el “Informe Belmont”
(“principialismo”), entre otros hechos.
En 1983, en Francia Comite Nacional de Etic y en 85 el Consejo de Europa
2
[3]
3
La genética –como se sabe- se ocupa de los genes individuales que determinan las características que se heredan de una generación a
otra. Es el estudio científico de la herencia.
La genómica, en cambio, abarca el estudio de todos los genes, de sus funciones y de la estructura completa del genoma; y la secuencia
atiende a la inter se ocupa de la secuenciación del ADN y la elaboración de los mapas genético. . Atiende asimismo a la forma en que los
genes interactúan entre sí y con el medio ambiente y se ocupa, señaladamente, en la secuenciación del ADN y la elaboración de los mapas
genéticos. Genómica y genética se distinguen así por el carácter específico e individual de esta última y el más amplio y estructural de la
primera.
3
[4]
Los progresos en las ciencias de la vida y en la biotecnología se venían dando bajo el supuesto del
carácter neutral, no valorativo, de sus actividades. Pero ahora resulta que no hay tal neutralidad y
que, concebido como “tecnociencia”, el conocimiento tiene repercusiones y responsabilidades
éticas ineludibles.
Es precisamente, de este reciente y decisivo emerger de cuestiones éticas de donde surgirá la
necesidad de una literal bio-ética (bíos-ethiká): de una ética para el nuevo saber y el nuevo poder
de las actuales ciencias y tecnologías de la vida.
2º, los cambios sociales, políticos, económicos, culturales y morales que se producen
en estos siglos (tanto de carácter negativo como positivo).
4
Véase Kuhse, Helga and Singer, Peter, “What is bioethics? A historical introduction”, en Kuhse, Helga and Singer,
Peter, eds. A companion to Bioethics, Oxford / Boston, Blackwell Publishers, 2001.
4
[5]
opuestas y dominantes. Auschwitz representa la muerte de la condición ética del hombre. Gandhi,
Luther King, Mandela, o los principios de las Naciones Unidas, son, por el contrario, figuras o
formulaciones modélicas del significado ético de la vida propiamente humana. El Siglo XX
representó, en efecto, la ruina de lo humano del hombre y a la vez trajo consigo una nueva aurora
del ímpetu ético (y axiológico) de la humanidad. Nunca quizás los valores y los contravalores
habían sido tan agudamente manifiestos, en tanto que dos absolutos antitéticos, como en estos
tiempos de luz y de extrema oscuridad, cuya doble y contradictoria presencia aún sigue viva.
5
Se produce ciertamente una crisis de la filosofía moral que en gran medida responde, por un lado, a los graves
cuestionamientos a la moralidad que realizaron, por distintos caminos, los llamados pensadores de “la sospecha”: Nietzsche, Marx
y Freud. Y por, el otro, a las consecuencias que, para la ética tuvo la filosofía existencialista, representada señeramente por
Heidegger y Sartre. Para el primero, la ética y el humanismo quedan expresamente desplazados y la filosofía se concentra en la
cuestión del Ser. Y aunque el Sartre existencialista sí busca la ética y sí considera que “el existencialismo es un humanismo”, los
derroteros de su propia filosofía le hacen desembocar en insalvables aporías de “la Nada” y la incomunicación, de modo que, como
se sabe, su filosofar se desplaza, en una segunda etapa, hacia el marxismo y las cuestiones de política.
Sobresale, en este contexto E. Levinas quien, contra su maestro Heidegger, proclama que la ética es la filosofía primera
y que el tema del hombre –y del Otro- está por encima del tema del Ser.
6
En este sentido, el filósofo puede declarar que “La medicina vino a salvar a la ética”
Notablemente en la Declaración Universal de los Derechos humanos no participaron filósofos.
5
[6]
hegemónico que ha buscado tener la bioética católica, asentada en su larga tradición metafísica,
teológica y moral.
Sólo en los últimos decenios, la ética filosófica, estrictamente filosófica (la filosofía moral) ha
tenido un importante resurgimiento y varios de sus autores se han abocado, tanto a las cuestiones
de ética práctica de carácter bioético, como las relativas a la fundamentación y constitución teórica
de la nueva “disciplina” o “multidisciplina” de la bioética7.
La filosofía retoma así su propia tradición y cobran singular vigencia, en el contexto actual de la
bioética, lo mismo Aristóteles, Spinoza y Kant, que Bentham y J. S. Mill para constituir una
bioética con base en el utilitarismo, o con Pierce, en el pragmatismo filosófico.
7
Véase más adelante, primera parte, capítulo I, el ensayo de Carlos Viesca.
8
En sentido lato, sin embargo, la ética no se entiende solamente como reflexión filosófica, sino reflexión en general acerca de los valores,
las normas, las acciones morales (de bien o mal), especialmente los relativos a los hechos médicos o a las tecnociencias de la vida
contemporáneas, si se trata de la bio-ética. Véase más adelante, ¶“Qué bioética corresponde a esta ética”
6
[7]
IDEA DE ÉTICA.
“Ética” y “Moral”, como se sabe, son conceptos tanto filosóficos como de uso común que, no
obstante, su importancia y universalidad, carecen de una significación definida y se suelen utilizar
indistintamente, de modo que con toda frecuencia resultan intercambiables. Por lo general, sin
embargo, “ética” remite al aspecto teórico, reflexivo y cognoscitivo, mientras que “moral”, al
práctico o normativo de esa esfera o dominio de la cultura humana que comprende la moralidad
en general.
Como Aristóteles lo deja formulado para la posteridad, la ética es “ciencia” “práctica”. ¿Pero
dónde termina la ciencia y comienza la acción? ¿dónde la teoría (ética) y dónde la práctica (moral)?
La posibilidad de intercambio de los términos se explica en gran medida por razón de esta unidad
indisoluble que parece existir entre la ciencia y su objeto, entre el saber y el actuar, entre el conocer
y el valorar, entre el carácter “descriptivo” y el “prescriptivo” de lo “ético-moral”. De ahí que
“ética” se refiera tanto a lo teórico como a lo práctico, tanto a la reflexión sobre el valor moral en
general, como a la propia realidad moral, a la “vida ética”, distintiva del ser humano.
El caso extremo y paradigmático es precisamente el del “padre de la ética”, Sócrates, para
quien la reflexión o autoconciencia moral constituye, no una operación intelectual, abstracta y
teórica, sino la “manera de ser”, de existir, práctica y cotidianamente, “haciéndonos mejores cada
día” –como él lo expresa-. Ética y moral son lo mismo, en sentido socrático; con la salvedad de
que su praxis moral deriva de la propia reflexión; ésta no se desprende del vivir para configurar
una teoría o filosofía moral, ni tampoco, la forma de vida socrática llega a manifestarse en normas
o en principios de una “moral” objetiva, por filosófica que fuera.
Después de Sócrates, sin embargo, la ética se despliega sí como rigurosa teoría o “filosofía
moral”. Pero significativamente, aun cuando los grandes sistemas de ética buscan dar razón de la
moralidad en general, de toda moral posible y no de alguna en particular, aun así, de ese
conocimiento teórico, racional y objetivo, suele derivar una concepción de bien y mal, de justicia
e injusticia. Sin dejar de ser teoría, la ética filosófica genera, entonces, un cuerpo de principios,
valores, ideales, metas y criterios universales que sirven de parámetros morales de la “vida buena”,
racional y filosóficamente considerada
La ética como “filosofía moral” conlleva así una especie de “moral filosófica” que, justamente,
se distingue de las morales tradicionales hechas “costumbre”; o sea, del conjunto de normas y
deberes que se asumen, sin cuestionarse, como “buenos hábitos” (basadas, por lo general, en
7
[8]
el ámbito del individuo humano como persona, poseedor de una “conciencia moral”, de
intencionalidad, de libre albedrío, de una forma valorable de ser, de actuar y de producir
efectos en el mundo; la persona moral poseedora de un “carácter moral” o ethos;
la dimensión interpersonal y social de las relaciones morales interhumanas; es decir, la
comunidad moral de los hombres y los vínculos ético-sociales que mantienen entre sí
(respeto, solidaridad, amor, compasión, justicia…).
La esfera de la cultura, dentro de la cual tienen su sitio los valores y las normas morales;
esto es, el horizonte axiológico y deontológico de las morales y los valores éticos de
8
[9]
DIMENSIÓN ESPIRITUAL
“ALMA” D
D
I I
I S
N M
M O
T E
E C
N
N
S
E
R
ETHOS S
I
A
I I
I L
O Ó
Ó
R N
N
CUERPO
DIMENSIÓN NATURAL
Se trata en este esquema de dar una idea de la doble polaridad, de las tensiones éticas que, por
así decirlo, “cruzan” la existencia humana: horizontalmente, el “yo” en relación a los “otros”
(individuo y sociedad); verticalmente, el “cuerpo” en relación al “alma” (naturaleza y cultura,
realidad e idealidad).
9
[10]
Histórica y culturalmente, estas polaridades han dado lugar a escisiones dualistas, tanto en la
teoría como en la práctica. De este modo (línea vertical del esquema), cuando el ser humano se ha
concebido a sí mismo, en su verdadera “esencia”, como “alma” (“hecho a imagen y semejanza de
Dios”), ha construido aquella moral que niega el cuerpo y niega lo vital junto con la naturaleza
misma en sus diversas manifestaciones, poniendo el acento de su ser ético en su destino personal
trascendente.
Esta visión dualista no sólo corresponde a muchas morales religiosas, sino particularmente, en
la cultura occidental, coincide con la tradición meta-física de la filosofía misma, desde su
instauración platónica hasta las versiones contemporáneas aristotélico-tomistas, pasando por el
dualismo cartesiano (pensamiento y extensión), e incluso por el dualismo sartriano (ser-en sí y ser-
para-sí). Esto, a pesar de que es cierto que hay variación en las concepciones dualistas, y también
intentos de moderar las escisiones o de resolver de otro modo el “corte”. (Así por ejemplo la idea
aristotélica de la unidad “consubstancial” de cuerpo y alma).
Los diversos monismos y naturalismos vendrían a ser la obvia antítesis de las visiones dualistas.
Se trata en general, de las posiciones que, de un modo u otro, fundan en la naturaleza la ley moral.
En el mundo clásico, ellas serían, principalmente, son el estoicismo y el hedonismo, y, en el
moderno, el utilitarismo basado en “los dos soberanos” de la naturaleza: placer y dolor (Bentham)
que sirve como criterio originario del valor moral (utilidad, felicidad). O bien, desde otra
perspectiva, la sociobiología (Wilson) y, en la actualidad, las tendencias reduccionistas
provenientes de la nueva genética o de las neurociencias.
9
Destacadamente en la ética de E. Levinas
10
[11]
Aunque de particular relevancia son, en fin, las búsquedas éticas –a las cuales nos adherimos- de
una “tercera vía”, capaz de integrar o acoplar en armonía (dialéctica) las polaridades del mundo
moral: naturaleza y espíritu, mismidad y otredad, conservación y renovación… 11
LA ETICA DE LA BIOÉTICA
La problemática está abierta, ciertamente, y ella misma hace patente la urgencia de una ética más
allá del dualismo y del monismo.
Interdisciplina y filosofía
10
Dos vías negativas de anulación de la interioridad serían, por un lado, cuando el Estado, supuesto representante de los intereses sociales,
nulifica la significación del individuo y su intimidad moral. Y, por otro, cuando se produce la afirmacion hegemónica del aspecto exterior,
objetivo, de la conducta humana en relacion con los estímulos externos, como ocurre, en particular en el conductismo skineriano que busca
expresamente estar “más allá de la libertad y la dignidad”.
11
Algunas obras ejemplares en esta afirmación de la síntesis armónica son; la Psicología de las situaciones vitales de Eduardo
Nicol; Yo y otros de Martin Buber; Etica y Psicoanálisis de Erich Fromm ; Invitacion a la ética de Frenando Savater; y la obra
de Paul Ricoeur Yo mismo como otro.
12
Por caminos distintos a los biológicos, el vitalismo de Nietzsche o el psicoanálisis de Freud, por ejemplo, ya implicaban ese
vuelco radical hacia la Vida y la Tierra. Ya se ponía en cuestión, se veía como “enmascaramiento” el supuestamente autónomo
reino de la moral y de los valores sublimes del espíritu, separado del cuerpo.
11
[12]
En la medida en que se percibe que las cuestiones de bioética no son solamente de orden moral,
social y legal, sino que atañen a cuestiones esenciales y de fundamento, relativas a la ética misma,
en esa medida, la bioética filosófica, estrictamente filosófica, adquiere –como se ha sugerido- una
singular presencia, sin que se desconozca la interdisciplinariedad. 13
Pero la bioética –se ha dicho- no es una rama de la filosofía. La ética de la bioética no es sólo la
ética filosófica. Es también la reflexión ética que emana de la propia del propio ejercicio actual de
la medicina y de la ciencia en general. El modelo en la tradición occidental es, ciertamente, desde
tiempos hipocráticos, la ética médica.
Precisemos:
Por un lado, ha de reconocerse que la filosofía es, en efecto, “una más” de las disciplinas que
forman parte de la bioética; y que el pensar ético no es exclusivo de la filosofía; que hay una
reflexión ética, lato sensu, que surge del propio quehacer biomédico, biocientífico y
biotecnológico, en general, así como del ámbito del bioderecho, de la biopolítica, etc.
Pero, por otro lado, es igualmente cierto que la ética, en sentido estricto, es filosofía moral, y
esto hace que el aspecto filosófico tenga una particular ascendencia sobre las demás perspectivas
disciplinarias de la bioética –sin presuposiciones jerárquicas, por supuesto-. El papel de la filosofía
no es, a mi juicio, únicamente el de esclarecer conceptos, sino el de ofrecer fundamentos y
parámetros axiológicos generales, además del de cohesionar y estructurar los enfoques de las
distintas disciplinas. Se produce así una recíproca complementación entre la universalidad y
abstracción de la filosofía y las particularidades concretas emanadas de las biociencias, las ciencias
sociales y las humanidades. Entroncan aquí bio-ética y bio-filosofía.
Y la filosofía que, a nuestro modo de ver, puede dar razón de la problemática planteada por la
bioética reúne las siguientes características:
(a) FENOMENOLÓGICA, en el sentido de disciplina rigurosa que atiende a los hechos morales
mismos (fenómenos espacio-temporales) en lo que tienen de esencial, sin partir de supuestos
aprioristas, especulativos o que son dogmas de fe.
13
Es notable en este sentido que para TRistram Engelhardt una de las más importantes y representativas figuras de la bioética,
“un quehacer filosófico”
12
[13]
(b) DIALÉCTICA, en tanto que logra ver en unidad o complementariedad los elementos
contrarios. Proporciona, así, una visión integral e integradora de los hechos, situándose más allá
de los extremos, y las polarizaciones.
Se trata así de la ética que da razón, tanto de la implicación recíproca del yo y los otros como de
la natura y la cultura (“naturaleza y el espíritu), sin reduccionismos; donde se da la tensión y el
conflicto, o bien la armonía dialéctica.
Para la bioética, será decisiva la integración dialéctica de la historicidad por la cual es posible
conciliar los valores vivos de la tradición con los genuinos bienes que pueden advenir de las
biociencias y biotecnologías; donde se logra el arte de conciliar “ciencia” y “conciencia”.
14
Se sobreentiende que el concepto de “ciencia” aplicado a la filosofía, se refiere al sentido más completo de
“cientificidad” , no restringido a las ciencias naturales o formales, sino al que abarca las ciencias sociales y la
filosofía, poseedoras de su propia especificidad metodológica y racional.
13
[14]
Significativamente la palabra “naturaleza”, al igual que aquella de donde ésta proviene, o sea
physis griega, tiene dos significados: se refiere, por un lado, a la naturaleza “física”, biológica,
empírica, objeto de las ciencias y, por el otro, a la naturaleza esencial, “metafisica” u ontológica:
al ser mismo de las cosas.
Lo relevante es que, en el contexto actual, la physis metafísica no se puede determinar ya, a mi
entender, al margen de la physis biológica, aunque no equivalga a ésta; pues la filosofía tiene su
propio horizonte cognoscitivo, distinto del de las ciencias naturales. La filosofía se proyecta hacia
lo esencial, universal y fundamental. Sus preguntas son, en efecto, ¿qué es la vida? ¿qué es el
hombre? ¿qué es la ética? O sea, las preguntas por el ser, por lo que define esencialmente, o
constitutivamente. Filosofía y biología implican dos preguntas, dos caminos o métodos, dos
lenguajes o discursos. Pero precisamente hoy son discursos que tienen que dialogar entre sí; tienen
que aproximarse, conocerse, escucharse mutuamente.
En otros términos: la búsqueda ontológica de la physis del hombre no puede prescindir del nuevo
saber de su physis biológica, de los nuevos hallazgos en las ciencias de la vida. Particularmente no
se puede prescindir en ética, en tanto que la “vida” es territorio común de la ética y la biología.
La filosofía moral necesita incorporar los nuevos conocimientos biológicos (evolutivos,
genómicos, neuronales) y reflexionar sobre los innumerable e inéditos poderes que la
biotecnología tiene sobre la vida en general y la del humano en particular. Pero la biología no es
suficiente ni proporciona una verdad rigurosamente ontológica, la cual ha de reiterarse posee
su propia metodología, sus propios parámetros y categorías y se inscribe en su propio contexto
teórico e histórico.
Con la atención puesta precisamente en este contexto –y aun cuando no sea aquí el lugar para
desarrollos más amplios considero necesario subrayar que también la ontología (la ciencia del
ser) es un hecho histórico y que, además, ha sufrido transformaciones de fondo en los últimos
tiempos. Precisamente, la ontología que aquí suscribimos se configura en concordancia con la
fenomenología y la dialéctica. Esto, aunado a su acercamiento al nuevo saber de la naturaleza
biológica, conduce a una idea, en verdad actualizada, de la naturaleza humana, base de la bio-ética.
Y son al menos éstas las notas definitorias de la naturaleza humana que considero necesario
destacar:
14
[15]
Esto equivale a decir que el hombre es histórico (temporal y cambiante) en su ser mismo.
Luego, a diferencia de lo que ha establecido la tradición metafísica, el hombre no posee una
esencia inmutable, intemporal e inespacial, al margen de su hacer temporal y social. Y a la inversa:
la historia misma tiene alcance ontológico, tiene consistencia y mismidad. No es un mero
acontecer extrínseco, discontinuo y literalmente “insustancial”. Por el contrario, conlleva una
continuidad dinámica, por la cual el hombre cambia y persiste al mismo tiempo. Así como la vida
biológica se conserva, cambiando, así también la vida histórico-ontológica del hombre. Es
justamente a una ontología de la temporalidad y del ser en proceso a la que corresponde dar razón
en la actualidad de la naturaleza humana.
Para la bioética, este saber es decisivo en tanto que exige distinguir entre el cambio biológico
evolutivo y el cambio histórico, como rasgo exclusivo del homo sapiens sapiens, e irreductible a
mero cambio natural. Es decisivo también en tanto que lleva a reconocer que el hombre puede
intervenir en su naturaleza biológica como especie, interviniendo en su propia evolución, y con
ello mutar de raíz su naturaleza ontológica (alterar su condición humana). Y esta es, sin duda, una
de las cuestiones bioéticas que causan mayor perturbación. A lo cual se aúna el hecho de que la
implicación recíproca del cambio y la persistencia en que el devenir consiste, permite un
entendimiento más adecuado de los procesos de evolución, desarrollo y transformación en que la
vida consiste, tanto a nivel de las especies, como de los individuos.
15
[16]
ethos donde confluyen esas “polaridades” encontradas y a la vez complementarias de la vida ética.
Esto es así porque, a partir de sus significados originarios, ethos comprende:
La morada interior del ser humano, es decir, el espacio psíquico que el hombre porta en sí mismo
y es fuente de sus actos. Corresponde a la persona moral. Es la dimensión espiritual, propia del ser
humano donde se configura el “sí mismo”, el Yo moral (autós en griego, Self en inglés). El ethos
es clave de la autonomía (el libre albedrío) y la autenticidad, definitorias de la existencia ética.
El ethos es, por consiguiente, el “lugar” donde reside la conciencia moral, la cual conlleva un
“ver”, pero también un “sentir”, “desear”, “apreciar”, “imaginar”, y sobre todo un valorar, un
diferenciar en términos de mejor/peor, bueno/malo. Pues la valoración ética es una constante
universal, de modo que la vida ética se orienta justamente por la pregunta ineludible sobre el bien
y el mal. Nunca, en tanto que humanos podemos estar “más allá del bien y del mal”. La ética es
un componente indestructible de la vida humana universal. Podrán cambiar todas las morales, de
acuerdo con las distintas culturas: pero toda cultura humana posee una moral, una valoración ética.
15
Aristóteles vio que ethos tenía el sentido de “habito”: acción, y no sólo acto. Pues como él dice metafóricamente
respecto de la virtud: “una golondrina no hace el verano” Así un acto de justicia no hace la justicia; sólo es virtud
el hábito de justicia o de valentía, o de sabiduría: la costumbre de ser sabio.
16
[17]
Por esto, ethos es señaladamente, “carácter”, forma característica de ser, propia de cada persona.
“Carácter” significó originariamente “marca”, señal, sello distintivo. Como los “caracteres” o
letras tipográficas. Se refiere, así, a la marca o huella (a los “hierros”) con que se graba el ganado.
En el ámbito humano, el carácter es como la marca que se imprime, se “labra” o “esculpe” en el
propio ser, dándole a cada persona su forma distintiva, su radical individualidad. El ethos-carácter
resume los dos anteriores significados; el carácter es lo más singular de cada persona que sólo se
logra por ethos: por la acción renovada que representa el hábito y esfuerzo moral. De ahí la liga
que la vida ética tiene con el arte. La ética es el arte de vivir (Foucault), de darse a sí mismo un
rostro propio ejerciendo la libertad moral.
Ethos se asocia también a disposición o actitud. Es modo de ser y estar, pero ante todo modo de
“ser-con” los otros, en relación a los otros. “No me conocería a mí mismo si no conociera a Fedro”
dice Sócrates. El modo de ser, por así decirlo, se imprime bajo la mirada de los otros, en referencia
a ellos, tanto a los valores comunitarios, como al juego de relaciones interhumanas en que consiste
la vida. La ética se cifra, en este sentido, en la capacidad del individuo de “entrar en sí mismo” y
de “salir de sí mismo”, simultáneamente.
Ethos lleva en sí a Eros. Y el símbolo mitológico de Eros (como lo vieron Platón o Freud) expresa,
por un lado, la intrínseca relación de complementariedad ontológica de los seres humanos entre sí,
por la cual el hombre existe como “ser político” (de la polis o comunidad), como “ser social” y
como ser capaz de entablar ligas amorosas con sus semejantes. Y por el otro, Eros expresa el
impulso vital originario, el ímpetu de ser, las fuerzas creadoras de la vida. Por ello es motor del
ethos. La naturaleza ética es en este sentido, naturaleza “erótica”: responde a los dos impulsos
fundamentales de las pulsiones de la vida: la unión interhumana y el empuje creador en que la vida
misma consiste.16
El ethos coincide con la condición libre del ser humano. Expresa la capacidad humana de
trascender o ir más allá de la naturaleza dada, de la “naturaleza natural” imprimiendo la “naturaleza
moral” distintiva del hombre, la cual es como una “segunda naturaleza” o “sobre-naturaleza” que
16
Véase nuestra obra El poder de Eros. Paidós, 2000
17
[18]
se “alza” (Trías) por encima de la primera, la biológica, sin romper con ella, sin generar una
escisión en el continuo de la vida. La vida moral sobrepasa, contraviene incluso la vida natural, y
puede entrar en conflicto con ésta, pero sin desprenderse intrínsecamente de ella.
La propia valoración ética impone a la vida natural una especie de “sobrevida”, una cualidad que
le da sentido precisamente como “vida-buena” (eu- bíos). Se produce algo así como una reiteración
o redundancia por la cual incluso la vida ética se concibe como “vida viva” –según la conceptúa
Aristóteles. Lo cual corresponde, en el fondo, a la redundancia principal de hablar del homo
humanus, del hombre humano. El ethos es, en efecto, eminente expresión de la naturaleza libre
del hombre, la cual pone de manifiesto el asombroso acontecimiento por el cual el ser humano,
trasciende lo natural sin romper con la naturaleza, mostrando su capacidad de elevarse, como se
eleva el árbol: hundiendo sus raíces en la tierra, en las fuerzas de la vida misma, a la vez que se
alza por encima de ellas.
Todo lo cual implica que la libertad no se conciba como absoluta indeterminación, sino por el
contario que se reconozca su implicación dialéctica con la necesidad, con las determinaciones.
Hecho crucial para la bioética donde justamente se requiere reconocer que el conocimiento de las
predeterminaciones biológicas puede ser base de un manejo consciente y libre (ético) de ellas.
Y decir que el hombre es libre en su ser mismo significa que posee un ser contingente, es decir que
puede ser o no ser lo que es, y que puede ser de un modo, o de otro. El humano es el único ser que
puede negar –o construir– su “esencia”: puede deshumanizarse o humanizarse, existir de forma
inhumana o humanizada. “¡Hombre sé lo que eres!” – exhorta el poeta griego.17
El chimpancé tiene que luchar por la vida, el hombre tiene que luchar por la vida-buena, por la vida-
despierta, por la vida-viva; tiene que luchar para llegar a ser lo que es, por una vida propiamente
humana; tiene que esforzarse en el desarrollo de sus facultades, en la sobrevivencia de su
patrimonio genético y en la realización de éste. Estamos genética y cerebralmente programados
para pensar, sentir, imaginar, para comunicarnos, para trascender, para penetrar en los misterios
de la existencia. Programados para ser lo que somos. Predeterminados, pero no “terminados”.
17
Esta posibilidad de una existencia humanizada o deshumanizada, no implica, obviamente, suponer que hay
hombres y “subhombres” en el sentido biológico, político, cultural, moral, ontológico incluso (racista). “Humano”
en sentido biológico y ontológico es tanto el humanizado como el deshumanizado o inhumano: el que posee el
genoma humano y las estructuras constitutivas fundamentales que nos hacen ser humanos: la temporalidad, la
interrelación, la eticidad, entre otras.
18
[19]
Tenemos un ser inconcluso. Todo depende de los condicionamientos internos y externos, pero
estos son justamente condiciones de posibilidad, no de realidad. La realización es obra de la
experiencia vital, siempre concreta e irrepetible, y se logra contando con el margen de
“autodeterminación” o libertad implicado en las propias predeterminaciones y predisposiciones.
Las reglas del juego están definidas y son inalterables. Pero el juego mismo está para los seres
humanos abierto e indeterminado.
La tarea ética del hombre se centra, entonces, en el ejercicio (la realización) de las facultades propias,
distintivas, entre las cuales sobresale la capacidad moral de imprimir bondad y sentido a la propia
vida y a la vida con los otros. Y esta auto-realización, como verá Aristóteles, coincide con el bien
supremo al que podemos aspirar, que es la felicidad (eu-daimonía). La vida ética tiene como fin
último alcanzar la felicidad.
Se comprueba así, mediante esta elucidación de la gran riqueza significativa del ethos, que la
condición ética es rasgo esencial y universal de la existencia humana, en tanto que humana; que
ella está enclavada en el ser mismo del hombre, como algo constitutivo. La ética no es mera
convención o “contrato” pragmático para asegurar la convivencia. Y tampoco la ética viene de
fuera, de un trasmundo meta-físico, ni es ajena a esta realidad fenoménica, espacio-temporal. Es
parte de la naturaleza ontológico-biológica del hombre, y es posible que, incluso, en alguna
medida, la ética encuentre sus orígenes en bíos. 18
1. bioética interdisciplinaria:
18
Esta es cuestión abierta en las biociencias. ¿Hay un altruismo natural’? ¿Es la empatía originaria, presente en
animales no humanos, el origen biológico de las relaciones éticas interhumanas?
19
[20]
dicho, la bioética es por definición inter-disciplina, diálogo entre disciplinas. Y esto se hace
posible en tanto que se comparte una problemática común, que a todos compete, de modo que
puede ser abordada desde distintas perspectivas disciplinarias, enriqueciéndose así su
comprensión.
Con todo como también lo he destacado el enfoque filosófico tiene una singular competencia
(sin que esto conlleve ninguna ordenación jerárquica). A la filosofía corresponde ante todo la parte
abstracta, conceptual y relativa a los principios y fundamentos, que es necesariamente
complementaria a las otras disciplinas. El hecho es que la bioética filosófica, no puede construirse
fuera del dialogo interdisciplinario, ni, como es obvio, al margen del campo de bíos.
19
Entendemos aquí este “giro” en el sentido del vuelco hacia los fines prácticos que en la modernidad se atribuyen
al conocimiento científico, considerándose prioritarios a los fines teoréticos. Que paradigmáticamente se expresan
en dos conocidas frases, provenientes de distintos campos y distintas épocas: “Conocer es dominar”, de acuerdo con
Bacon. “Basta de contemplar el mundo, hay que transformarlo”, de acuerdo con Marx.
20
[21]
Pero a pesar de ello, considero que es imposible no reconocer que el conocimiento teórico o
“básico” tiene ese valor intrínseco que lo hace imprescindible; posee una connotación objetiva,
independientemente de que sea a la vez “expresiva” de su tiempo y su mundo (denotativa y
“subjetiva”). La ciencia teórica persigue el conocimiento por el conocimiento mismo (la verdad
por la verdad), sin que esto implique desconocer sus condiciones e intereses sociohistóricos y
personales o sus aplicaciones prácticas y tecnológicas (por limitada y relativa que sea su
independencia). El conocimiento es el objetivo principal de la ciencia como tal. Otras son las
finalidades de esa amalgama, propia de nuestro tiempo, que es la “tecnociencia”. Y sin duda la
bioética tiene una decisiva proximidad a las tecnociencias de la vida. Pero hay un nivel de reflexión
estrictamente teórica y reflexiva (propósito de verdad racional y objetiva) que es el nivel
cognoscitivo de las ciencias de la vida, así como el de la propia filosofía moral, que atiende tanto
a los cimientos como a la estructura de la construcción de la bioética. En este, sentido la bioética
se ocupa sin duda el nuevo poder que las biociencias y biotecn0logías tienen sobre la vida humana,
pero también del nuevo saber de la vida y la naturaleza en general que conllevan las nuevas
ciencias de la vida.
Por lo demás, la necesaria recuperación del significado estrictamente teórico (cognoscitivo)
de la ciencia y de la filosofía es de primordial importancia no solamente por la significación que
ellas tiene en sí como fuente para la obtención de verdades, sino por la que tienen para el hombre
mismo, en el orden ético y antropológico; pues la vocación científica implica la realización de una
de facultades libres y distintivas del ser humano, en tanto ser de la verdad, poseedor de un cerebro
“nacido para comprender” (como se formula en neurociencias).
Otra significación del giro practicista es –desde Khun- la relativa a las connotaciones prácticas (sociales, históricas,
valorativas, ideológicas, subjetivas etc,) que determinan, de hecho, el quehacer científico, invalidando sus
pretensiones de neutralidad axiológica y de “pureza” cognoscitiva. Cf. L. Olivé.
21
[22]
En otras palabras: por la naturaleza misma de sus cuestiones, la pluralidad y la apertura son
inherentes a la bioética, y el aspecto filosófico más relevante de ella se cifra en su capacidad de
interrogar, dudar y buscar, antes que pretender dar soluciones unívocas y definitivas. “sin la
imposición de una ortodoxia” –en términos de Engelhardt-. Tiene la responsabilidad de asumir los
disensos y a la vez de investigar y explorar nuevas respuestas éticas a los grandes dilemas, así
como de deliberar conjuntamente en busca de consensos. Pues las discrepancias y controversias
no cancelan de forma absoluta la posibilidad de acuerdos consensuales, ni implican que no se
cuente con una base de afinidades éticas, de principios y valores comunes, si no universales, sí
“universalizables” y perfectibles (como son por eminencia los derechos humanos). No quiere
decir, asimismo, que no exista una tradición de filosofía moral que constituye un legado de
conocimiento ético, irrenunciable, aunque éste no sea su vez perfectible y no tenga que ser siempre
repensado y verdaderamente actualizado, renovado y reavivado, de acuerdo con los problemas y
los parámetros del presente. “sin la imposición de una ortodoxia”.
Y a la pluralidad corresponde la virtud ética de la tolerancia, comprendida justamente como
virtud: como modalidad del genuino respeto por las diferencias, y el respeto mismo,
circularmente, como verdadera aceptación de la pluralidad.
La tolerancia expresa, en realidad, el final de las concepciones uniformes y totalitarias; es
ella misma virtud de la democracia, de la diversidad y la relatividad cultural. Es expresión, en
suma, de la muerte de los absolutos.
22
[23]
20
Es cierto que la tolerancia tiene limites; éstos son, precisamente, los que representa la intolerancia. En este sentido
no se tolera la intolerancia, pero este “no tolerar” esta no aceptación no puede consistir también en intolerancia: han
de ser otras las formas de inaceptabilidad.
23
[24]
las posiciones bioéticas (generalmente religiosas, aunque no sólo) caracterizadas por las
resistencias al cambio y las tendencias vanguardistas (cientificistas) que van hacia el futuro sin
gran preocupación por los valores tradicionales. Las primeras, teniendo principalmente por base
la fe en el origen y el destino divino de la vida y de la naturaleza; las segundas, basadas
exclusivamente en los descubrimientos y avances de la razón científica y tecnológica.
24
[25]
Destaca, en este sentido, la gran importancia que tiene para la bioética la virtud de lo que los
griegos llamaron phrónesis y los latinos prudentia. La phrónesis es, por un lado, equivalente a
sabiduría práctica, cuya tarea es el discernimiento moral del bien o mal de las situaciones y
acciones humanas en concreto. Y por otro, principalmente en su significado aristotélico, la
phrónesis se entiende como el conocimiento ético que unifica lo universal y lo singular, en el
sentido de conjuntar la “ley” y el “caso”; o sea, de ver “lo único”, inscrito en “pautas generales”
de valor, precisamente para poderlo valorar, reconociendo, al mismo tiempo, que las leyes y
valores abstractos se tienen que “ajustar” al caso concreto o a la situación en su concreción. Y
como prudentia, es, ante todo, virtud de literal pre-visión, pro-videncia, pre-caución. Acciones
inseparables de la responsabilidad bioética.
Se trata, en suma, de la posibilidad de que la bioética incorpore los nuevos saberes de la vida y
los nuevos poderes de intervención de ella, sin perder el horizonte propiamente humano de la
existencia, ni, con él, la significación simbólica (cualitativa) y no solamente física de los hechos
humanos. Apertura a lo científico, y a la vez, a lo humanístico, conciliando valores de conservación
e innovación, de seguridad y riesgo. O sea, es cosa de trascender, por igual, las regresiones
tradicionalistas, siempre cercanas al oscurantismo, que la soberbia cientificista y tecnocrática
(siempre cercana también al fanatismo).
No es fácil, seguramente, mantener la “mirada bifocal”. Pero de esto se trata en una bioética de
equilibrio, de “justo medio”, entendido éste, no como medianía y mediocridad, sino como punto
de armonía y síntesis, de encuentro fecundo; más cerca del equilibrio activo de la vida
(homeostático) o de la proporción estética. Equilibrio que no cataliza, mueve; no neutraliza,
potencializa. Y no desde luego, como mero eclecticismo, sino como toma de posición, en la
firmeza y tolerancia simultáneas.
25
[26]
Es un hecho que las interrogantes bioéticas irradian en muchas direcciones: ¿cómo investigar sin
dañar? ¿cómo mejorar la naturaleza sin falsearla ni deformarla? ¿cómo curar sin discriminar? Se
trata, sin duda, de “primero no dañar” ("Primum non nocere”) Pero ¿en qué consiste esto? ¿en
impedir o paralizar la investigación y el progreso científico? ¿Cómo hacernos verdaderos dueños
y conductores del proceso? Preguntas cruciales dentro de las cuales la humanidad del presente
parece estar inmersa, atisbando en la penumbra de un futuro que ya empieza a construirse, sin
poder vencer la incertidumbre. Y las incógnitas y dilemas sobrevienen tanto en el nivel de la vida
de las personas, en cada caso concreto particular donde hay que valorar y tomar una decisión,
como en la vida de las comunidades o poblaciones humanas específicas, o bien en la vida de la
humanidad en general. En todos los ámbitos se abren encrucijadas y perplejidades. Por esto, la
actitud (filosófica) de interrogación y búsqueda es la genuina actitud de quien se dedica con
autenticidad a la bioética.
26
[27]
Cabe decir que incluso la propia condición ética puede verse amenazada por las nuevas
potencialidades de las tecnociencias biológicas, pues éstas no sólo hacen impacto en el terreno de
los valores establecidos sino en la fuente de la valoración misma, de la eticidad esencial, en la
capacidad humana de seguir valorando y conduciendo éticamente la existencia. De ahí la necesidad
de una bioética teórica abocada a fundamentar la eticidad misma, y a dar razón de qué es el
hombre, con base en conocimientos actualizados. Un saber que, a su vez, aporta criterios generales
de valor (consistentes esencialmente en la afirmación simultanea de los principios de autonomía y
justicia, del bien individual y el bien común, de la paradójica “unidad dual” o “dualidad una” de
la naturaleza corpóreo-espiritual del hombre (que se cimienta en la implicación recíproca de
necesidad-libertad) Naturaleza, en fin, que, sólo así reconocida, supera tanto las posiciones
dualistas, como las monistas.
5. bioética humanista
Son los valores del humanismo, a mi modo de ver, los valores propios de una bioética laica y
“onto-antropológica”.21 Pero serían los valores de un humanismo renovado, de un neo-humanismo,
a la altura de nuestro tiempo 22, que encuentra en la naturaleza humana el fundamento de la ética,
sólo que en una naturaleza no esencialista, sino histórica, ética, abierta a su propio devenir,
constitutivamente libre, y en una libertad que, a su vez, se reconoce dialécticamente conjugada
con la necesidad y con la responsabilidad.
En este sentido, puede decirse que es “lo humano” del hombre lo que constituye metafóricamente
“la línea del horizonte” que delimita y define las diferencias fundamentales de valor23. Diferencias
que sirven de pauta ética general y que, precisamente para una ética y una bioética humanistas,
apuntan en esencia a la preservación de la vida y a la “humanización”: al ejercicio del ethos, en
tanto que principio de autonomía y a la vez de solidaridad y justicia (de igualdad y fraternidad); y,
fundamentalmente, en tanto que “segunda naturaleza” o libertad.
21
En este sentido, más allá de cualquier consideración de “optimismo” o “pesimismo”, juzgo que lo verdaderamente
actual y que abre las únicas rutas éticamente viables para el futuro, se abren tras el reconocimiento de la “vigencia”,
y no “la obsolescencia del hombre” (Anders), tras el “re-nacimiento”, y no “la muerte del hombre” (Foucault)
22
En un “humanismo secular” piensa también T. Engelhardt: Bioethics and Secular humanism. The search for a
common morality, Philadelphia, Trinity Press Intern.,1991.
23
Para Nietzsche “la línea del horizonte” fue borrada con “la muerte de Dios”, provocando para la humanidad un
estado de total indiferencia o indistinción entre el “arriba” y el “abajo”, el “adelante” y el “atrás”…; un vivir errático
en que, en realidad, prevalece el estado la vivencia de “caída”.
27
[28]
Asimismo –en concordancia con lo destacado-, el (neo) humanismo hace radicar lo humano del
hombre, su humanitas, no en un alma separada, sino literalmente “incorporada” o “encarnada”.
Reencuentra la grandeza del hombre, de nuevo en sus extraordinarias potencialidades espirituales,
morales y culturales. Pero con plena consciencia de que la condición humana está enclavada en la
materia, en la realidad físico-química y biológica, desde la cual construye su propio universo de
sentido. Y con plena consciencia, asimismo, de que las predeterminaciones y predisposiciones
biológicas, de los genes y las neuronas, no invalidan la libre proyección humana, creadora de un
mundo propio, psíquico, ético, amoroso, estético, científico, político, místico. La naturaleza, el
cuerpo humano queda reconciliado con su propia trascendencia, con su fuerza creadora, con su
capacidad histórica y sus facultades transformadoras y auto transformadoras: poiéticas y
autopoiéticas. Un cuerpo que se reconoce en sus poderes racionales, emocionales, valorativos,
imaginativos, creativos. Natura en armonía con cultura. No se trataría, en consecuencia, de un
28
[29]
humanismo subjetivista y antropocéntrico, que concibe al hombre separado del resto de la vida y
de la naturaleza en general, cuya supuesta autonomía le hace “superior”.
Por otra parte, si la ética es inherente a la naturaleza humana; si es la facultad de imprimir bondad,
valor y sentido a la vida humana, de hacer de ésta no sólo vida, sino vida buena (eu-bíos), entonces
el cometido de la bioética es imprimirle cualidad de bondad a las nuevas posibilidades de la vida
que abren las biociencias y biotecnologías.
En este sentido, aun cuando dentro de una bioética laica no cabe atribuir “sacralidad” a la vida
humana, ésta no es tampoco indiferente, ni equivale a cualquier objeto. Es literalmente “digna” de
consideraciones “simbólicas” (humanizadas), todas ellas sostenidas, en última instancia, en el
respeto. No es, en todo caso, mera vida biológica (aunque no deje de ser biología y física y
mecánica), no es nunca mero “cuerpo” (aunque no deje de ser materia), sino “cuerpo-humano”, o
más bien, “persona”. No es sacro o sagrado, pero tampoco es equivalente a cualquier materia, ni
mucho menos “cosa”. 24 Hecho que ciertamente hace complejas las valoraciones y decisiones en
bioética, comprobando la necesidad de una mirada “multifocal,” de equilibrio vivo, y
“omnicomprensiva”.
24
Cabe admitir con Singer que no se trata de la “santidad”, sino del “sentido” de la vida. Véase más adelante, C.
Viesca, capítulo I, “BIOÉTICA, concepto y método”.
29
[30]
Pero esta auto-conciencia del hombre exige una profunda, radical, transformación, una
verdadera “conversión”, en este caso una conversión ético-política, tan definitiva como la
conversión religiosa. El (neo) humanismo implica, en efecto, convertir, el “dominio”, en
“cuidado”, transmutar la explotación irracional, en responsabilidad; pasar del predominio
económico a una verdadera y prioritaria cultura ecológica; al cuidado de la casa propia, de la casa
de todos, que es la Tierra. Cambio que sin duda represente un verdadero vuelco, una revolución
en la actitud fundamental de los seres humanos frente a la naturaleza, invirtiendo el rumbo
dominante de la historia moderna de Occidente. Sólo que hoy la transformación se impone, no
sólo por razones cada vez más perentorias de sobrevivencia, sino también de existencia; de
salvación de la vida biológica y también de la vida ética, en verdad humanizada.
La bioética humanista lleva en su entraña la Ecología, no únicamente como un área del
conocimiento y de políticas públicas, sino como LA tarea histórica fundamental del ser humano
contemporáneo: del presente y del porvenir.25
Cuán certeros, en fin, cuán intuitivos y visionarios resultan ser los dos títulos pensados por
Potter para su idea de la bioética. Ella es, efectivamente, “Ciencia de la supervivencia” y “Puente
hacia el futuro”, hacia un futuro en que se logra tender –como él también lo entiende- el gran
puente de unión entre las humanidades y las ciencias.
PRESENTACIONES
Perspectivas de bioética se divide en dos partes: la primera, que discurre sobre la cuestión “¿qué
es bioética?”, desde la perspectiva filosófica, la médica, el derecho, la metodología científica, y
la biopolítica. La segunda, sobre “preguntas” éticas y bioéticas surgidas en el interior mismo de
las ciencias de la vida (biomedicina, neurociencias, ecología y biotecnología), por un lado, y en
el de las ciencias sociales (economía, derecho, derechos humanos), por el otro. En el primer caso,
25
Con algunas variantes, el pasaje anterior corresponde al de mi texto “De la materia a la vida y de la vida a la
libertad”, Conferencia dictada al recibir el Doctorado Honoris Causa de la UNAM (abril, 2007)
30