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TRASTORNOS PSICOFISIOLOGICOS
Francisco J. Labrador
María Crespo
1. Introducción.
5. Consideraciones finales.
6. Referencias bibliográficas.
Trastornos Psicofisiológicos πáγ. 1
1. INTRODUCCION.
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Aunque tradicionalmente se denominó a estos trastornos como psicosomáticos, en el presente capítulo se
adoptará la denominación más actual de trastornos psicofisiológicos, que es, por otra parte la adoptada por
algunas de las clasificaciones de la APA (e.g. DSM-II).
Trastornos Psicofisiológicos πáγ. 3
los propios niveles de activación fisiológica. Además, en aquellos casos en los que las
actuaciones anteriores hayan producido ya un trastorno orgánico (temporal o
permanente), habrá también que dirigir la intervención a la modificación precisa de esa
alteración.
Los modelos específicos intentan establecer las causas concretas para cada
enfermedad, por lo que llevan a la formulación de hipótesis diferenciadas para cada
trastorno. De forma mimética a los modelos de infección de la medicina (i.e.
determinado virus provoca determinada enfermedad), se proponen características de
personalidad como causas de los distintos trastornos psicosomáticos. Entre los
primeros desarrollos, elaborados a partir de orientaciones psicodinámicas, cabe señalar
los de Alexander (1950). Así, este autor defendía que cada trastorno psicosomático es
el resultado de un conflicto intrapsíquico que se expresa en un patrón específico de
síntomas (e.g. asma, hipertensión, migraña,...) y delimita el tipo de conflicto concreto
que subyace a cada uno de los siete trastornos psicosomáticos especificados en su
listado. Desde presupuestos similares, Graham (1962) defiende que cada trastorno
psicosomático se asocia con una actitud o emoción específica, que cada actitud o
emoción tiene unos concomitantes fisiológicos concretos, por lo que facilitan la
aparición de un determinado trastorno y no de otro.
El pionero de estos modelos, cuyo éxito fue por otra parte determinante para la
aceptación y difusión de los mismos, fue el desarrollado por Selye (1956) basado en el
Síndrome General de Adaptación (SGA). Según Selye los trastornos psicofisiológicos
aparecen cuando el estadio de resistencia del SGA se mantiene, lo que produce un
deterioro de la energía y los recursos fisiológicos adaptativos del organismo con el
consiguiente agotamiento de los órganos (en concreto, del órganos implicado en cada
trastorno al que se denomina órgano-diana), que lleva a la aparición de un trastorno
como consecuencia del desgaste natural producido por el "uso" continuo o excesivo.
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Incluir Tabla 1 aproximadamente aquí
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Estos tres modelos parecen compartir la idea de que la activación excesiva (ya
sea por su intensidad, frecuencia o duración), va a llevar al desgaste de un órgano. Sin
embargo, difieren en cuanto a su justificación de la alteración del funcionamiento de un
determinado órgano, y no de otro. Así, el modelo de Selye no incluye justificación
alguna al respecto; Sternbach recurre al concepto de estereotipia de respuesta; y
Lachman, destaca en la activación preponderante de un determinado órgano,
intentando, además, dar cuenta de la misma acudiendo a factores de aprendizaje,
predisposición, condiciones ambientales, historia del sujeto,...
Así mismo, Pennebaker (1989), desde una perspectiva más cognitiva, relaciona
el exceso de activación con la inhibición de los pensamientos, sentimientos y conductas
asociados a la activación fisiológica (e.g. la no expresión o discusión con otros de los
sentimientos experimentados ante una experiencia traumática). Con el tiempo, esta
inhibición actúa como un estresor acumulativo (en la línea de la propuesta de Selye)
que desencadena un proceso patológico en un determinado órgano. Desde este punto
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Desde una perspectiva diferente, Kraus y Raab (1961) atribuyen los trastornos
psicofisiológicos a la falta de expresión somatomotora consecuente a la activación
fisiológica. Para estos autores, el estilo de vida de las sociedades modernas hace que,
con frecuencia, las situaciones estresoras no requieran respuestas físicas, precisando
más bien una respuesta cognitiva (pensar algo, tomar una decisión, solucionar un
problema o una tarea,...). De este modo los recursos fisiológicos movilizados ante ellas,
2
La idea de la inhibición de la expresión de las emociones como factor de predisposición para el desarrollo
de enfermedades aparece también en la conceptualización del Tipo C de personalidad (Temoshok y Heller,
1981), que caracterizaría a aquellas personas con predisposición a padecer cáncer (estableciendo entre
personalidad y enfermedad una relación similar a la que se establece entre Tipo A y enfermedades
cardiovasculares).
Trastornos Psicofisiológicos πáγ. 12
Pero aunque se ha avanzado en esta dirección, aún queda por recorrer un largo
camino; quedan aún por resolver retos fundamentales para explicar de forma más
operativa la aparición y desarrollo de los trastornos psicofisiológicos. Entre estos
parecen de especial relevancia los siguientes:
(4) Delimitar cuáles son los factores responsables de este cambio (i.e. de estar
bien a estar mal). Es decir, qué conductas motoras, cognitivas o fisiológicas (en
última instancia debe haber un cambio en el funcionamiento fisiológico),
provocan este cambio.
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Incluir Figura 1 aproximadamente aquí
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intestino delgado (úlcera duodenal)3. Estas últimas son cuatro veces más frecuentes
que las gástricas.
3
Aunque no existen diferencias anatomopatológicas importantes entre úlceras duodenales y gástricas,
diversas consideraciones epidemiológicas y clínicas parecen aconsejar su diferenciación (Guyton, 1991;
Whitehead y Schuster, 1985).
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mientras que los estados depresivos y el miedo producen el efecto contrario (i.e.
disminuyen la actividad del estómago). Estos cambios tienen lugar a través del Sistema
Nervioso Central (SNC), que modula la actividad gástrica a través de distintos sistemas.
Así, a través del hipotálamo y la médula regula el Sistema Nervioso Autónomo (SNA),
cuyas ramas controlan a su vez el tracto gastrointestinal de forma antagónica: la
estimulación del parasimpático incrementa la tasa de secreción de jugos digestivos
(saliva, pepsina,...) y el ritmo de las contracciones peristáltica, mientras que la
estimulación simpática inhibe, de forma general, los procesos digestivos.
(c) El hecho de que las propias expectativas del sujeto modifiquen su actividad
gastrointestinal pudiendo afectar a los resultados de la experimentación.
4
No obstante, en los últimos años se ha observado un creciente interés por aquellos pacientes que
presentan síntomas similares a los de una úlcera péptica pero sin que existan daño en los tejidos. Este
trastorno, denominado dispepsia funcional que constituye un síndrome clínico diferente de las úlceras pépticas
y guarda ciertos paralelismos con el síndrome de colon irritable, da cuenta de la mayoría de los casos que
acuden al especialista aduciendo síntomas de úlcera (cf. Whitehead, 1992).
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úlceras en las dos condiciones experimentales, lo que parece indicar la mediación del
afrontamiento y del feedback en la génesis de las úlceras (Weiss, 1970, 1971b y c).
A pesar de que el valor de los estudios con animales para la comprensión de las
úlceras humanas ha sido muy cuestionado (e.g. Whitehead y Schuster, 1982), según
Thompson (1988) las críticas realizadas no deben hacer olvidar el hallazgo fundamental
de este tipo de experimentos: que la combinación de estresores físicos y psicológicos
es clave en el desarrollo de úlceras pépticas. Es más, incluso en aquellas úlceras en las
que los estresores físicos o fisiológicos parecen más determinantes, sus efectos
pueden estar modulados por factores psicológicos (así, por ejemplo, en humanos las
investigaciones han constatado que el tabaco y la ingestión de determinadas drogas -
alcohol, café, calmantes,...- incrementan considerablemente el riesgo de úlceras
pépticas; sin embargo, estos estresores físicos nos son suficientes, por sí mismos, para
explicar el desarrollo de la úlcera). En consecuencia, Thompson concluye que:
Los trabajos y las propuestas realizadas para establecer la relación entre estrés
y úlceras en humanos no cuenta con una base experimental tan sólida y poseen en la
mayoría de los casos un valor muy limitado. Las primeras propuestas datan, al igual
que los estudios con animales, de los años 50, pero parten de supuestos y métodos
radicalmente diferentes, centrándose en la especificación de los estilos y personalidad
característicos de las personas que padecen una úlcera. Así, desde posiciones
psicodinámicas Alexander (1950) define el perfil de personalidad de los pacientes con
úlcera péptica, caracterizándolo por el conflicto entre una fuerte necesidad consciente
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En cualquier caso, hoy es generalmente aceptado que las úlceras pépticas están
causadas por factores diversos (genéticos o hereditarios, dieta, respuestas
emocionales,...) entre los cuales figura el estrés. Sin embargo, no está claro el
porcentaje de úlcera que se deben al estrés, ni en qué medida contribuye el estrés a la
aparición y desarrollo de una úlcera en un determinado individuo, ni las vías por las que
el estrés puede llegar a causar este trastorno. Sin embargo, respecto a este último
punto existen varias explicaciones plausibles que cuentan con evidencia experimental
(véase Tabla 2). Así mismo, el estrés puede contribuir al desarrollo de una úlcera al
empeorar los efectos de los otros factores (genéticos, dieta,...). Además, en algunos
casos los sujetos sometidos a situaciones de estrés ponen en marcha o incrementan la
frecuencia de determinadas conductas que, por sus propias características, contribuyen
al desarrollo de la úlcera (e.g. fumar, ingerir alcohol, drogas o fármacos,...).
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Incluir Tabla 2 aproximadamente aquí
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Incluir Figura 2 aproximadamente aquí
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crónica mantenida. Sin embargo, no parece existir evidencia sobre tipos específicos de
estresores psicosociales que se relacionen con la úlcera; es más, en caso de poderse
establecer dicha relación se trataría más bien de factores facilitadores (presentes en
algunos individuos, pero no así en otros) que de factores claramente desencadenantes.
Se ha señalado con frecuencia que las personas con úlcera informan de cambios
significativos e importantes en sus vidas antes de la aparición de las úlceras, en
especial los pacientes de úlcera duodenal (Whitehead y Schuster, 1985). Con
frecuencia este tipo de datos es cuestionable por la forma en que se recogen
(autoinformes retrospectivos). En cualquier caso, sí parece lógico esperar que el tener
que hacer frente a demandas excepcionales del medio (situaciones estresoras) sea un
factor importante en el desarrollo de trastornos psicofisiológicos, y por supuesto
también en el caso de las úlceras pépticas.
Por otro lado, la presencia de algunos estresores físicos (e.g. tabaco, alcohol,...)
guarda una relación evidente con el desarrollo de las úlceras, pero sin llegar a constituir
una causa ni necesaria ni suficiente para la aparición de las mismas.
una expresión de las emociones. Así, el sujeto sufre pasivamente las situaciones, sin
hacer nada especial por reducirlas. Se da, pues, una discrepancia entre la evaluación
efectuada a nivel cognitivo y la acción real que el individuo pone en marcha. Además,
en la línea de lo apuntado por Pennebaker (1989) las emociones no expresadas
actuarían como un estresor interno mantenido, provocando una respuesta de activación
continuada y mantenida, con efectos acumulativos, con la consiguiente facilitación del
desarrollo de un trastorno, especialmente de aquellos orgánicamente relacionados con
las respuestas del eje endocrino de respuesta (véase Labrador, 1992), cuya latencia y
período de persistencia es mayor.
Por otra parte, habrá que considerar también los efectos que las conductas de
afrontamiento desarrolladas por el sujeto tienen sobre el estresor. En aquellos casos en
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La activación del eje I se reduce de forma paulatina (en unos 15-30 minutos) si la
situación de estrés desaparece (por sí misma o por la acción de las estrategias de
afrontamiento empleadas por el sujeto). Pero si la situación se mantiene (bien por la
propia persistencia del estresor, bien por la inoperancia de las estrategias de
afrontamiento puestas en marcha por el sujeto), el primer eje no puede funcionar
mucho tiempo a estos niveles de activación y pasará a activarse el eje II o eje
neuroendocrino, más lento en su activación pero de efectos similares sobre el
organismo.
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Incluir Figura 3 aproximadamente aquí
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5. CONSIDERACIONES FINALES.
que gran parte de las situaciones más gratificantes y satisfactorias de nuestras vidas
producen también importantes respuestas de estrés y activación, el llamado "estrés
positivo"), y que forcemos a la persona a desempeñar el papel de "enfermo" que ha de
ser protegido de lo que pasa a su alrededor. En consecuencia, la mejor opción es
modificar la percepción y evaluación que el sujeto hace de esas situaciones o, en su
defecto, dotarle de estrategias de afrontamiento eficaces para hacerlas frente. Con ello
conseguiremos mitigar los efectos negativos de la activación, de la respuesta del
organismo.
En suma, el camino avanzado ha sido mucho; pero aún queda mucho más por
avanzar, especialmente en los que respecta a la propuesta de modelos centrales
específicos que den cuenta de los distintos trastornos psicofisiológicos y a la
incorporación de las estrategias y técnicas de modificación de conducta en la
planificación e implementación de programas de intervención paliativos y, lo que es
más importante, preventivos de este tipo de trastornos. Es precisamente en este último
punto donde la psicología puede jugar un aspecto más determinante mediante la
educación para la salud y la evitación de la aparición de trastornos, para lo cual resulta
a su vez esencial el desarrollo de modelos basados experimentalmente que
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6. RERENCIAS BIBLIOGRAFICAS.
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1. Efecto rebote de los ácidos: en períodos de estrés se activa el SNA simpático y se produce una
disminución de la secreción de ácidos gástricos, disminuyendo en consecuencia la secreción mucosa y de
bicarbonato. Cuando finaliza el período de estrés, pasa a activarse el SNA parasimpático, que
reemprende el proceso digestivo. Se produce entonces una nueva secreción de ácido clorhídrico que
encuentra al estómago "bajo de defensas", por lo que puede producirse un daño en las células
estomacales a causa del efecto del ácido. Encontramos, pues, que en este momento post-estrés la
cantidad de ácido es la normal o habitual en la digestión, pero las paredes del estomágo no tienen la
misma capacidad para defenderse. Así, pues, la repetición de estos ciclos o de estos "rebotes" de los
ácidos puede dar lugar a la aparición de úlceras.
2. Sobreproducción de ácido: se produce un fallo en el sistema de regulación del ácido. Este fallo
viene motivado en buena medida por factores genéticos, aunque puede verse considerablemente
agravado por el estrés.
3. Grave disminución del riego sanguíneo: ante situaciones de emergencia el SNA simpático
desvía la sangre del estómago a zonas más "importantes" para hacer frente a la situación (brazos,
piernas,...). Esta disminución drástica en el riego estomacal puede causar lesiones en el tejido por dos
razones: (a) al disminuir el riego se elimina menor cantidad de ácido acumulado; y (b) por la disminución
de oxígeno que conlleva la disminución del riego y el exceso de radicales de oxígeno que se produce al
volver el riego sanguíneo normal.
4. Ataques bacterianos: en el estómago existen bacterias que pueden atacar sus paredes y que
son controladas por el sistema inmunitario. Sin embargo, ante situaciones de estrés, el sistema
inmunitario ofrece una menor protección por lo que las bacterias actúan. Así, investigaciones recientes
han identificado la bacteria Helicobacter pylori en estómagos con úlcera, así como los efectos
inflamatorios en duodeno y estómago de la misma (Graham y Go, 1993).