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Quién soy yo.

Hasta mis 11 años viví en la ciudad de México, mi padre fue enviado como encargado en
una base militar. Ni él ni mi madre tenían familia ahí pues nosotros éramos de Tijuana. De
modo que fui enviada a un internado para hijos de militares. Me visitaban siempre los
domingos y salíamos juntos durante todo el día. Pero debía volver por la noche. Verlos
marcharse abría en mí un amargo y doloroso abismo.

Pasé los días en el internado imaginando escapar del otro lado del muro. Había unas
palomas en el internado que me alentaban a pensar en salir volando. Pronto esas palomas
empezaron a parecerme la encarnación de la maldad. Alguien las colocaba muertas en mi
cama. Las descubría al irme a dormir. Primero una y a lo largo de una semana 4 más. La
potencia de volar alguien la había mutilado. Tocar las nervaduras de las alas es algo que me
produce todavía horror cuando lo recuerdo. Al día siguiente las colocaba en una caja y las
llevaba a la parte de atrás de la escuela. Cierto día vino mí padre por mí en un auto militar.
Me llevó hasta una funeraria. “Murió en el hospital a media noche, no la mires cuando
llegues”. Mi madre había muerto y yo quería mirarla dentro del ataúd como miraba a las
palomas dentro de la caja. Días antes, en su última visita, le ayudé a pintarse las uñas. Me
enseñó como hacerlo. A veces olvido cómo era su voz.

Cuál es la situación presente.

Llevaba meses dando vueltas con una misma maleta, años lejos de mi padre. De un
congreso a la universidad, de la universidad a la redacción del periódico. Me inventaba
viajes para estar lejos del recuerdo de mi madre muerta. De vez en cuando algunos audios
dejados en mi celular me traían la voz de mi padre, su voz entrecortada parecía llegada del
espacio. Sentía que nada me ataba a la tierra. Pedía en la redacción ser enviada a los lugares
más remotos para cubrir todo tipo de noticias.

Cómo y con qué me relaciono.

Dando noticias desde lugares difíciles. Voy de un hotel a otro. Quise más de una vez
abrazar a la mucama e imaginé llorar mientras la abrazaba. Me relaciono con el recuerdo de
mi madre. Siendo muy pequeña me daba miedo la oscuridad, una oscuridad que la
habitaban los monstruos y mundos fantásticos. Pacientemente ella me quitó el miedo.
Salíamos por la noche al pasillo de la casa y con la luz apagada esperábamos a que se
borrara ese miedo. Esperábamos hasta comprender que la luz siempre estaba ahí, aunque
solo viera la oscuridad. Que la claridad permanecía aún en lo negro de la noche.

Qué es lo que quiero.

Ojalá hubiera un interruptor que me mostrara con claridad qué fue lo que pasó con ella y
como pudo desvanecerse de mi vida poco a poco. Un día recibí un correo de mi padre
donde me invitaba a pasar con él la Navidad. Decidí tras varios años de no verlo ir con él.
Iría después de realizar una última entrega para el periódico.

Cuál es mi obstáculo para conseguir lo que quiero.

Lo último que me dijo fue que no mirara las fotos. Parte de esa frase ya la había escuchado
cuando mi padre me pedía no observara a mi madre dentro del ataúd. Esa imagen te
quedará para siempre, terminó por decirme y aún así miré. Como ahora que veo unas fotos
de un niño de 11 años asesinado. Y de otras fotos más relacionadas con pornografía
infantil. Es peligroso me dijeron. Es una red muy poderosa.

Qué hago para conseguir lo que quiero.

Me encanta recordar a mi madre que decía: es como ver en negro lo negro y conseguir que
emerja la luz.
DESCRIPCIÓN DEL CURSO
En este curso aprenderás estrategias para desarrollar habilidades de lenguaje oral y escrito,
así como de comprensión lectora, las cuales podrás aprovechar para reconectar con tus
alumnos y sus aprendizajes.
El curso está conformado por siete sesiones virtuales donde se exploran y practican
estrategias enfocadas a desarrollar el lenguaje de niños y jóvenes mediante la escritura
creativa y la lectura activa. Asimismo, tendrás acceso a una plataforma de aprendizaje
autogestivo, donde encontrarás recursos diversos que ampliarán tu perspectiva del tema
como lecturas, videos, actividades didácticas, foros de intercambio, entre otros.
Vivirás sesiones dialógicas y colaborativas guiadas por facilitadoras del Instituto de
Mediación Pedagógica DIA.
¿QUÉ APRENDERÁS?
 Utilizar herramientas y actividades que te permitan enriquecer y desarrollar el
lenguaje y la expresión de tus alumnos.
 Desarrollar habilidades de descripción, narración, comprensión lectora y escritura
creativa.
 Establecer vínculos afectivos dentro del aula.
¿QUÉ MATERIAL UTILIZARÁS?
El curso está acompañado de una plataforma de aprendizaje autogestivo con 11 horas de
dedicación.
¿PARA QUIÉN ES ESTE CURSO?
Dirigido a docentes, pedagogos, psicólogos o educadores de educación básica y especial,
interesados en conocer estrategias de expresión oral y escrita.
¿QUÉ CERTIFICADO OBTENDRÁS AL FINALIZAR?
Constancia emitida por el Instituto de Mediación Pedagógica DIA con duración de 25
horas.
¿QUÉ COSTO TIENE EL CURSO?
En el Instituto de Mediación Pedagógica DIA estamos comprometidos con la evolución
de los espacios y métodos de enseñanza-aprendizaje que fomenten el desarrollo humano
integral, por lo que nuestro costo de recuperación se mantiene en $1,500.00 MXN para
hacerlo accesible.
Si realizas pago en OXXO, por favor manda tu comprobante de pago al
correo serviciosescolares@institutodia.mx, con tu nombre completo y curso al que te
inscribiste.

Rojas Samperio Elizabeth et al. (2000). Lectura y redacción de textos. México: Santillana
Bachillerato.
A mí me gusta la “ese” de la palabra “dijistes” y todas las “eses” que se agregan a los verbos de
segunda persona en pretérito perfecto simple: comistes, leistes, tradujistes. Voy eligiendo los
espacios y los momentos en que voy a usar esa forma que para ciertas personas es incorrecta.
Yo aprendí el castellano como segunda lengua, pero no lo aprendí por completo, ¡el castellano
tiene tantas variantes!. Cuando lo hablo, decido, ahora ya muy conscientemente, qué variante
en específico voy a utilizar. Tampoco es que yo hable muchas variantes de esta mi segunda
lengua, ya quisiera yo poder utilizar tanto el español que se habla en Santiago de Cuba como el
castellano de Culiacán, que siempre me ha parecido muy interesante; ojalá pudiera aprender el
castellano que escuché hablar en el barrio de Tepito y que me sorprendió por su gran
innovación y riqueza léxica o el castellano andaluz cuyas características fonéticas me parecen
muy interesantes.
Alguna vez vi una película llamada Los lunes al sol (película que recomiendo muchísimo, por
cierto), para disfrutarla tuve que activar los subtítulos, puesto que mi muy escaso conocimiento
del castellano de Vigo hizo que los diálogos me fueran ininteligibles; los subtítulos estaban en
otra variante del castellano, una que llaman estándar, esta es la variante que se usa en la
academia y en los medios de comunicación masivos, pero es, al final, una más entre las
tantísimas variantes de esta querida lengua en la que les escribo.
¿Se imaginan si yo pudiera hablar muchísimas más variantes del castellano? Mi mente podría
procesar características gramaticales variadas, mi boca podría articular sonidos que ahora
mismo no puedo emitir, mi inventario léxico se ampliaría con múltiples palabras del castellano
que ahora desconozco, porque ningún hablante de esta lengua conoce absolutamente todas las
palabras de todas las variantes de su idioma. Lo que llamamos castellano o español es un
complejísimo y siempre cambiante aglomerado de sub-sistemas lingüísticos, por ejemplo, en la
variante del castellano que se habla en los Valles de Oaxaca, sólo existe un fonema que se
escribe como <y> o como <ll> mientras que en los Andes, cada una de estas letras
corresponden a dos fonemas distintos que se pronuncian diferenciadamente. Sería imposible
aprender, eso sí, todas las variantes que conforman ese organismo viviente que es el castellano
o español, nadie habla toda esta lengua. Del castellano, sus hablantes, nativos o no,
participamos a través de pequeñas parcelas que todas juntas crean este idioma.
Yo hablo algunas variantes del castellano, una de ellas la fui aprendiendo a lo largo de mis años
de escolarización y que, como dije líneas arriba, llaman variante estándar; es una variante que
sigo aprendiendo hasta la fecha, es la favorita que se utiliza para la escritura formal y es la que
despliego cuando doy una ponencia o cuando escribo columnas como esta; la otra variante de
castellano la aprendí en mi contexto, es la que utilizan las personas hablantes de mixe que
adquieren castellano como segunda lengua sin ir a la escuela. Esta segunda variante está, por
supuesto, bastante influido por las características del mixe, tiene una entonación y una sintaxis
particulares, en esta variante, por ejemplo, preferimos que los adjetivos en oraciones de
predicación secundaria aparezcan en posición inicial, decimos, “bonito se ve ese vestido” y no
“ese vestido se ve bonito” como se dice en otras variantes. Esta última es una variante del
castellano muy propio de mi contexto, tiene sus propias reglas y nos da identidad, es una más
entre la riqueza de variantes del idioma español.
Para muchas personas, se trata de un castellano despreciable porque se aparta del estándar y
evidencia que quienes lo hablamos somos indígenas. Algo parecido sucede con las variantes de
castellano asociadas a las clases bajas.
Dado que viví algunos años en la Ciudad de México para hacer los estudios universitarios, mi
castellano hablado también adquirió muchos rasgos de ese nuevo contexto; un día, un amigo de
mi comunidad llegó a visitarme, usualmente yo hablaba en mixe con él así que se sorprendió
muchísimo cuando me escuchó hablar castellano con otras personas en esa variante que había
aprendido en las aulas; extrañado, me dijo “¿por qué hablas español como si no fueras mixe?”,
lo que él esperaba es que, cuando yo no hablara nuestra lengua materna, utilizara la variante de
castellano que me correspondía, la de nuestro contexto, escucharme hablar en ese otro
castellano me revelaba ante sus oídos como una persona extraña.
Entre todas esas ricas variantes del castellano, hay una a la que se le ha dado más prestigio,
mientras que se desdeña a las otras. Quienes son especialistas en lingüística saben que todas las
variantes del castellano son importantes, que ninguna vale más que otra. Sin embargo, desde un
sistema de valoración arbitrariamente construido, la llamada variante estándar, una más entre
muchas, se ha vuelto un marcador de clase y se establece como norma. En lugar de disfrutar de
la riqueza de esta diversidad de variantes y garantizar el acceso a la variante estándar para
ciertos contextos, una ola de desprecio pretende cubrir la diversidad asombrosa de las variantes
del español.
En una de las variantes del castellano, la prestigiosa porque se asocia a las clases altas, hay una
excepción en el paradigma de conjugación de la segunda persona, cada vez que un verbo se
conjuga en segunda persona del singular, el verbo termina con “s”: tú amas, tu amarás, tú
amabas, tu amarías, tú ames; pero hay una excepción, en pretérito no se cumple la regla, donde
esperaríamos un “tú amastes” como en el resto del paradigma, el verbo aparece sin su esperada
“ese final” y queda solo como “tú amaste”.
En otras variantes del castellano, sin embargo, se cumple la regla en todo el paradigma; en
todos los tiempos, los verbos en segunda persona portan su “ese” final, incluyendo el pretérito
que se pronuncia entonces como “tú amastes”; cuando los hablantes de esta variante usan esta
“ese” final despliegan sus capacidades para establecer analogías y nivelar el paradigma de
segunda persona que queda ya sin ninguna excepción. Por el contrario, en la variante de
castellano en donde se dice “tú amaste”, los hablantes dejan intacta la excepción y no nivelan el
paradigma. Para algunos, como el periodista Carlos Loret de Mola, mantener esa excepción les
da prestigio y la ausencia de una pequeña letra, la “ese” final en pretérito, les da identidad de
clase social, por eso la defienden tanto; todo eso, claro está, surge del prejuicio lingüístico y del
clasismo. ¿Cuál variante es la mejor? ¿con “ese” o sin “ese” final? objetivamente hablando,
ninguna; ambas contribuyen a la gran riqueza de este idioma.
La escritura formal utiliza preferentemente una variante del castellano, aquella que utiliza “tú
amaste”, pero esta variante no es la medida de perfección contra la cual las demás variantes
deberían medirse, es una variante que cumple con ciertas funciones sociales como las demás
cumplen las suyas. Es posible enseñar en la educación primaria los contextos en los que se
utiliza cada opción y estoy completamente a favor de que la variedad y la riqueza del español
sean un tema a abordar en las escuelas, esa riqueza no puede negarse, es una realidad patente
que podemos aprender a disfrutar y valorar aunque lamentablemente los prejuicios lingüísticos
aderezados de clasismo y racismo nos lo impidan muy frecuentemente.
Artículo de Yásnaya Elena A. Gil/El País
PRESENTACIÓN
Redactar significa comunicar por escrito, ideas, conocimientos, sentimientos,
advertencias, opiniones etc. La redacción obliga a sus autores a tomar en
consideración los elementos necesarios para que un escrito sea efectivo y
redunde en respuestas positivas.
El primer elemento que debemos considerar es que la lengua oral y la lengua
escrita tienen características diferentes, empezando porque el receptor del
mensaje oral siempre es “conocido” y por lo tanto, se tiene la oportunidad de
reconsiderar lo que se ha expresado. De esta manera, al hablar podemos ir
reestructurando el mensaje según observamos la respuesta del receptor, que
puede emitirla a través del mismo código del emisor, o bien, un código gestual que
da oportunidad al emisor de saber qué está pasando con su interlocutor.
Estos elementos mínimos, no están presentes en los usos de la lengua oral en
situaciones formales, ni en la lengua escrita. Por ejemplo, el locutor de televisión o
el conferencista, no necesariamente conocen a sus receptores, en el primer caso,
sólo se suponen y en el segundo, aunque se tienen señales de recepción, éstas
no pueden controlarse, por lo que el discurso (previamente escrito) no se mueve.
La lengua escrita es aún más formal, incluso la literatura que a lo largo de su
producción ha ido rompiendo elementos básicos de la lengua escrita, por ejemplo,
Cortázar o Saramago, quienes rompen con el uso de la puntuación, o, López
Velarde que destruyó el principio de la linealidad de la presentación gráfica de un
escrito (los ideogramas), en ninguno de los casos, se pierde la significación del
texto, por más emotivos y por tanto, subjetivos que sean. Los textos informativos
y científicos, no pueden darse el lujo de emplear la mayoría de los recursos
literarios, ya que su contenido debe entregarse al lector con la mayor objetividad
posible.
Algunos autores consideran que siempre hay un dejo de subjetividad en los
escritos, desde la perspectiva de que es el sujeto quien determina la intención del
texto, las palabras y estructuras gramaticales que elije para lograr esa intención y
que, de alguna manera, está al pendiente del resultado el texto en el receptor. No
obstante, la objetividad se relaciona con el conocimiento del objeto del texto, el
cual debe presentarse en forma adecuada, según las características gramaticales
y estilísticas del formato textual elegido.
Entonces, si bien no es necesario conocer la gramática para producir textos
escritos, sí es fundamental tener un dominio del objeto sobre el que se discurre,
pero, para la revisión y corrección de los textos es imprescindible la gramática y la
ortografía para lograr buenos escritos; es decir, escritos que logren la
comunicación de una manera eficaz y eficiente.
Para ello, es necesario, entonces, conocer los elementos básicos de la estructura
interna del texto que se relaciona con su contenido y, comprender los aspectos
relacionados con la estructura externa o vehículo de transmisión y revisar en el
texto la corrección pragmática, semántica, gramatical y ortográfica del texto.
Cabe señalar que el uso de la tecnología, ha facilitado varios de estos procesos,
ya que la mayoría de los procesadores textuales cuentan con un conjunto de
herramientas que permiten la diagramación, in situ, del texto; no obstante, la
participación del ser humano es imprescindible, porque el procesador puede
dominar todos los aspectos inamovibles del texto, el conjunto de normas que no
cambian en ninguna circunstancia, pero todos los aspectos que son
circunstanciales, los procesadores no los pueden señalar. Por ejemplo, cómo
puede una máquina (que no piensa) distinguir entre “alas” y “a las”; entre
“continuo” y “continuó”, no puede seleccionar el fragmento textual que debe ir
entre comillas, ni indicar cuando las palabras de otro idioma se deben escribir en
letra cursiva.
Los ejemplos anteriores son sólo algunos casos de lo que un corrector de un
procesador de textos no puede realizar y que, por lo tanto, es trabajo del ser
humano corregir, por lo que debe tener un conjunto de conocimientos lingüísticos
(morfosintaxis, semántica, ortografía y pragmática) para lograr que el texto
producido sea claro, sencillo, adecuado, pertinente, y, sobre todo correcto.
Otro aspecto que debemos considerar es que para aprender a escribir, es
necesario saber leer. Lo anterior, no implica ser capaz de dar sonido a las letras
que conforman una palabra (un conjunto de palabras), si no, de manera
fundamental, dar significado a estas palabras y lograr desatarlas hacia significados
más complejos.

Este pequeño curso, entonces, tratará de los elementos básicos para realizar
lecturas de comprensión y escribir textos a partir de su planificación ejecución y
corrección una vez que los textos se han producido. Por lo tanto, el modelo para la
realización de este curso es el formato de taller aplicando las técnicas del trabajo
colaborativo a fin de que, los participantes permanezcan activos a lo largo de las
sesiones por lo que será indispensable que cuenten con el material ex profeso y
hojas blancas para la presentación de los escritos.
OBJETIVOS GENERALES
 Aplicar las cualidades básicas de la redacción moderna y el lenguaje
estándar en la elaboración de textos profesionales.
 Emplear en la comunicación institucional los aspectos teóricos del
buen escribir y del mejor hablar, tanto en la forma como en el contenido
de mensajes idiomáticos escritos y verbales.
OBJETIVOS ESPECÍFICOS
1. Desarrollar diferentes estrategias de lectura y de escritura para la
2. adecuada comprensión y redacción de textos profesionales.
3. Planear pertinentemente un escrito.
4. Identificar los diferentes tipos textuales.
5. Identificar las técnicas ascendente y descendente para la
organización de
6. la información de un texto.
7. Redactar con eficacia, fluidez, claridad y precisión textos
profesionales.
8. Escribir con orden, claridad y precisión diversos documentos.
9. Aplicar con éxito técnicas de revisión morfosintáctica de escritos.
10. Conocer y corregir los vicios idiomáticos presentes en el
lenguaje para
11. mejorar la comunicación.
12. Aplicar con éxito técnicas de revisión ortotipográfica de
escritos.
13. Identificar las distintas formas de presentar un escrito.

FORMA DE TRABAJO
Sólo se aprende a leer y a escribir realizando las acciones que determinan su
quehacer. Por esta razón, en el curso presente, los participantes deberán hablar,
escuchar, leer y escribir, tanto de manera individual como a través de pequeños
grupos y del grupo en su conjunto.

Los textos que se vayan produciendo deberán incorporarse en hojas blancas que
se anexarán al material, dado que no se ha dejado espacio en blanco para la
solución de varias de las actividades. El fin de lo anterior, es que los textos
además del paso por la producción, pasen por un proceso de mejora que permita
corregir los textos para poder incorporarlos a un portafolio de evidencias.

El portafolio, es una carpeta en la que se van “coleccionando” los trabajos


realizados una vez corregidos y mejorados para presentarlos al final del curso
para su evaluación.

SISTEMA DE EVALUACIÓN
1. Considerando que el taller es de carácter sincrónico, se tomará en
cuenta la participación en todas las actividades que se realicen en la
clase con un valor de 40 % que se observará en la construcción del
portafolio que se entregará el último día de clase.
Este día se aplicará un examen escrito que tendrá un valor de 35%.
2. Es requisito para tener derecho a la evaluación el 90 % de asistencia
al curso.
3. Los instrumentos de evaluación serán:
I. El portafolio de evidencias que tiene un valor de 35 %,
II. Un examen escrito que con un valor de 35%
III. La participación oportuna y argumentada en el desarrollo de la
clase que vale 30%

Para todos los casos, la evidencia de logro estará determinada por la excelencia
en la entrega oportuna (en tiempo y forma) de las actividades señaladas.

MAPA DE CONTENIDOS
Tema 1. La lectura de comprensión
 La lectura qué es y cómo se realiza
 Los tipos textuales
 Estrategias para leer
 Preguntando
 Elaborando esquemas
 Recuperando información
 Valorando los textos

Tema 2. La planificación de los textos escritos.


 Planificación del escrito
 Determinación del tema
 Ubicación de las fuentes
 Selección del tipo textual. Identificación de la estructura interna del
texto: partes que lo constituyen.
 Los objetivos o preguntas que guían el escrito
 Jerarquización de la información
Tema 3. La corrección sintáctica
 Identificación de las categorías gramaticales. Forma y función
 Las oraciones simples
 Concordancia de género y número y verbal
 La oración compuesta: coordinación. Nexos coordinantes
 El empleo de los nexos en la subordinación

Tema 4. Técnicas discursivas


 La descripción
 La narración
 La argumentación
 La exposición de temas

Tema 5. Revisión orto-tipográfica


 La ortografía: de qué trata y cómo se usan sus normas
 Letras dudosas
 Revisión de uso de fuentes, márgenes, párrafos y espaciamiento del
texto
 Normas básicas de acentuación
 Normas particulares de acentuación
 Homófonos y homógrafos
 El recurso de los sinónimos
 Uso de las mayúsculas
 Los signos auxiliares
 Relación de las palabras en mayúscula con los signos de puntuación

Tema 6. Aspectos semánticos del texto


 Concreción, claridad, sencillez y adecuación del texto
 Errores en el uso del lenguaje

Tema 7. Aspectos formales del texto.


Contenidos Actividades
 La formalidad de la presentación de los textos
 Formato de los escritos más comunes
 Identificar los formatos de los distintos tipos textuales
 Composición y corrección del texto
 La diagramación del texto

Tema 8. Presentación de originales.


Contenidos Actividades
 Presentación de originales a un proceso de edición.
 Evaluación de los textos presentados por cada estudiante
 Determinación de calificación

REFERENCIAS
Rojas Samperio Elizabeth. Material digital para el trabajo del curso. Se entrega en
electronico a los participantes.
MATERIAL DE CONSULTA:
Andrade Echauri, Roberto (2012). Gramática del Español de la A a la Z. México:
Trillas.
Araya, Eric (2013). Abecé de redacción. México: Océano exprés.
Basulto, Hilda (1978). Curso de redacción dinámica. México: Trillas.
Hernández, José Antonio (2005). El arte de escribir. México: Ariel.
Maqueo, Ana María (1989). Redacción. México: Limusa.
Márquez Hermosillo, Mónica (2012). Taller de Lectura y redacción. México: Trillas.
Ortega, Wenceslao (2003). Ortografía programada. México: Mc Graw Hill.
RAE y Asociación de Academias de la Lengua Española (2014). El buen uso
del español. México: Ed. Planeta.
RAE (2010). Ortografía de la lengua española. Madrid: Espasa libros.
RAE (2010). Nueva gramática de la lengua española. Manual, Madrid: Espasa
libros.
Rojas Samperio Elizabeth (2011) Español 6. México: Santillana.
Rojas Samperio Elizabeth et al. (2000). Lectura y redacción de textos. México:
Santillana Bachillerato.
Tenorio, Raymundo Pablo (2008). Expresión oral y escrita. México: Universidad
Autónoma de Chapingo.
Las lavanderas nocturnas
[Leyenda - Texto completo.]

George Sand

He aquí, en mi opinión, la más siniestra de las visiones del miedo. Es también la más
difundida pues creo que se encuentra en todos los países.
En torno a las charcas estancadas y a los manantiales límpidos; en los brezales como a
orillas de las fuentes umbrías; en los caminos hundidos bajo los viejos sauces como en la
llanura abrasada por el sol, durante la noche se oye la paleta precipitada y el chapoteo
furioso de las lavanderas fantásticas. En determinadas provincias se cree que evocan la
lluvia y atraen la tormenta al hacer volar hasta las nubes, con su ágil paleta, el agua de las
fuentes y de los pantanos. Pero aquí hay una confusión. La evocación de las tormentas es
monopolio de los brujos conocidos como «conductores de nubes». La auténticas lavanderas
son las almas de las madres infanticidas. Golpean y retuercen incesantemente un objeto que
se asemeja a ropa mojada pero que, visto desde cerca, no es sino el cadáver de un niño.
Cada una tiene el suyo o los suyos, si ha sido varias veces criminal. Hay que evitar
observarlas o molestarlas; porque, aunque tuviera usted seis pies de alto y músculos en
proporción, lo agarrarían, lo golpearían en el agua y lo retorcerían ni más ni menos que
como un par de medias.
Todos hemos oído con frecuencia la paleta de las lavanderas de noche resonar en el silencio
de las charcas desiertas. Pero no hay que engañarse. Se trata de una especie de rana que
produce ese ruido formidable. Es muy triste haber hecho ese pueril descubrimiento y no
poder esperar ver la aparición de esas terribles brujas retorciendo sus harapos inmundos, en
la bruma de las noches de noviembre, a la pálida luz de una pálida luna creciente reflejada
por las aguas.
Sin embargo, yo tuve la emoción de escuchar un relato sincero y bastante aterrador acerca
de este tema.
Un amigo mío, hombre de más talento que sentido común, debo reconocerlo, y sin embargo
un espíritu ilustrado y culto, pero, debo reconocerlo también, proclive a dejar su razón de
lado, muy valiente ante las cosas reales, pero fácil de impresionar y alimentado desde su
infancia con las leyendas de la región, tuvo dos encuentros con las lavanderas que no
contaba sino con repugnancia y con una expresión en el rostro que transmitía un escalofrío
a su auditorio.
Una noche, hacia las once, en una «traîne» encantadora que corre serpenteando y saltando,
por así decirlo, sobre el flanco ondulado del barranco de Urmont, vio a orillas de una
fuente, a una vieja que lavaba y retorcía en silencio.
Aunque aquella bonita fuente tuviera mala fama, no vio en ello nada de sobrenatural y le
dijo a la anciana:
-Está lavando muy tarde, buena mujer.
Ella no respondió. Pensó que era sorda y se acercó. La luna estaba brillante y la fuente
resplandecía como un espejo. Entonces percibió claramente las facciones de la anciana: era
completamente desconocida para él, lo que le sorprendió porque dada su condición de
agricultor, cazador y paseante de la campiña, no había rostro desconocido para él a varias
leguas a la redonda. Así fue como me contó personalmente sus impresiones frente a aquella
lavandera singularmente retrasada:
-Sólo se me ocurrió pensar en la leyenda una vez que había perdido de vista a aquella
mujer. No pensé en ella antes de encontrarla. No creía en ella y no sentí ningún recelo al
abordarla. Pero tan pronto como estuve junto a ella, su silencio, su indiferencia ante la
aproximación de un transeúnte, le dieron el aspecto de un ser absolutamente ajeno a nuestra
especie. Si la vejez la privaba del oído y la vista, ¿cómo es que había venido a lavar tan
lejos, sola, a esta hora tan insólita, a aquella fuente helada en la que trabajaba con tanta
fuerza y actividad? Esto era al menos digno de observación; pero lo que me sorprendió aún
más, fue lo que yo sentí personalmente. No tuve ninguna sensación de miedo, pero sí una
repugnancia, un asco invencibles. Seguí mi camino sin que ella volviera la cabeza. No fue
sino cuando llegué a mi casa cuando pensé en las brujas de los lavaderos, y entonces tuve
mucho miedo, lo confieso abiertamente, y nada del mundo me habría decidido a volver
sobre mis pasos.»
En otra ocasión, el mismo amigo pasaba cerca de los estanques de Thevet, hacia las dos de
la mañana. Venía de Linières, donde aseguró no haber comido ni bebido, circunstancia que
yo no podría garantizar. Iba solo, en cabriolé, seguido de su perro. Como su caballo iba
cansado, se bajó en una cuesta y se encontró a orillas de la carretera, cerca de un canal
donde tres mujeres lavaban, golpeaban y retorcían con gran vigor, sin decir nada. Su perro
se acercó de repente a él sin ladrar. Él mismo pasó sin mirar demasiado. Pero apenas había
dado unos cuantos pasos, oyó que alguien iba detrás de él, y que la luna dibujaba a sus pies
una sombra muy alargada. Se volvió y vio que una de las tres mujeres lo seguía. Las otras
dos venían a cierta distancia como para apoyar a la primera.
-En esta ocasión -dijo- sí pensé en las lavanderas malditas, pero tuve una emoción distinta a
la de la primera vez. Aquellas mujeres eran de una estatura tan elevada y la que me seguía
de cerca tenía hasta tal punto las proporciones, la cara y el andar de un hombre, que pensé
que tenía que vérmelas con algunos tipos del pueblo probablemente mal intencionados.
Llevaba un buen garrote en la mano, me volví y le dije:
-¿Qué quiere de mí?
No recibí respuesta y al ver que no me atacaba, no tuve pretexto para atacarla yo, por lo que
me vi obligado a volver a mi cabriolé, que iba bastante lejos por delante de mí, con aquel
desagradable ser en los talones. No decía nada y parecía disfrutar teniéndome bajo el efecto
de una provocación. Yo seguía sujetando mi bastón, dispuesto a romperle la mandíbula al
menor roce, y llegué así a mi cabriolé, con mi cobarde perro, que no decía ni pío y que saltó
al vehículo al tiempo que yo.
Entonces me volví y, aunque había oído hasta ese momento pasos tras los míos y había
visto una sombra caminar al lado de la mía, no vi a nadie. Sólo vi, a unos treinta pasos por
detrás, en el lugar donde las había visto lavar, a las tres grandes diablesas saltando,
danzando y retorciéndose como locas a orillas del canal. Su silencio, que contrastaba con
aquellos saltos desenfrenados, las hacía aún más singulares y más penosas de ver.»
Si después de haber escuchado este relato, se intentaba hacerle al narrador alguna pregunta
de detalle, o darle a entender que había sido víctima de una alucinación, él sacudía la
cabeza y decía:
-Hablemos de otra cosa. Prefiero pensar que no estoy loco.
Esas palabras, pronunciadas con expresión triste, imponían silencio a todo el mundo.
No existe charca o fuente que no sea frecuentada bien por las lavanderas nocturnas, o bien
por otros espíritus más o menos molestos. Algunos de estos huéspedes son sólo extraños.
En mi infancia, yo temía mucho pasar por delante de cierta cuneta donde se veían los «pies
blancos». Las historias fantásticas que no se explican respecto a la naturaleza de los seres
que ponen en escena, y que quedan imprecisas e incompletas, son las que más impresionan
la imaginación. Aquellos pies blancos que caminaban, según decían, a lo largo de la cuneta
a determinadas horas de la noche, eran pies de mujer, flacos y descalzos, con un trozo de
vestido blanco o de camisa larga que flotaba y se agitaba sin cesar. Caminaba rápido y en
zigzag, y si se le decía: «Te estoy viendo… ¿Quieres escapar?» corría aún más y no se
sabía por dónde había desaparecido. Cuando no se le decía nada caminaba delante de ti,
pero cualquier esfuerzo que se hiciera para ver más arriba de los tobillos, resultaba inútil.
No tenía piernas, ni cuerpo, ni cabeza, sólo pies. No sabría explicar qué tenían aquellos pies
de terrorífico, pero por nada del mundo habría querido verlos.
En otros lugares hay hilanderas nocturnas; se escucha la rueca en la habitación en la que se
está y en ocasiones se ven sus manos. En nuestra comarca, he oído hablar de
una brayeuse nocturna que hilaba el cáñamo delante de la puerta de ciertas casas y dejaba
oír el ruido regular de la braye, de una manera que no era natural. Había que dejarla
tranquila, y si se obstinaba en volver muchas noches seguidas, había que poner una vieja
hoja de guadaña a través del instrumento que cogía para hacer ruido: por un momento
trataba de romper la hoja, luego se cansaba, la arrojaba delante de la puerta y no regresaba
más.
También está la peillerouse o harapienta nocturna, que se sentaba en la guenillière de la
iglesia. Peille es una antigua palabra francesa que significa guenille, harapo; por eso el
porche de la iglesia en el que se sientan durante los oficios los mendigos que
llevan peilles o guenilles, se llama guenillière.
Aquella harapienta abordaba a los transeúntes y les pedía limosna. Había que cuidarse
mucho de darle algo; de hacerlo, se ponía alta y fuerte aunque te hubiera parecido achacosa,
y te molía a palos. Un tal Simon Richard, que vivía en la antigua casa cural y que
sospechaba alguna broma por parte de las chicas de la aldea hacia él, quiso bromear con
ella. Lo dejaron por muerto. Yo le vi el costado al día siguiente, que estaba muy magullado
y arañado, efectivamente. Juraba que sólo había visto a una anciana, menuda, pero que
tenía los puños de tres hombres y medio.
En vano quisieron hacerle creer que se las había visto con algún tipo más fuerte que él que,
disfrazado, se había vengado de alguna mala jugada que él le habría hecho. Era fuerte y
valiente, incluso pendenciero y vengativo. Sin embargo, una vez que se recuperó, abandonó
la parroquia y no volvió más, diciendo que no le temía ni a hombre ni a mujer, pero sí a los
seres que no son de este mundo y que no tienen el cuerpo «como los cristianos».
FIN

«Les laveuses de nuit»,


Légendes rustiques, ed. 1877

Traducción de Esperanza Cobos Castro

La torre de las ratas


[Cuento - Texto completo.]

Víctor Hugo

Desde que había empezado a anochecer, sólo tenía un pensamiento. Sabía que, antes de
llegar a Bingen, un poco antes de la confluencia con el Nahe, encontraría un extraño
edificio, una lúgubre morada ruinosa, de pie entre los juncos, en medio del río y entre dos
altas montañas. Aquella morada ruinosa era la Maüsethurm.
Cuando era niño, por encima de mi cama tenía un pequeño cuadro rodeado de un marco
negro que no sé qué criada alemana había colgado en la pared. Representaba una vieja torre
aislada, enmohecida, destartalada, rodeada de aguas profundas y oscuras que la cubrían de
vapores, y de montañas que la cubrían de sombras. El cielo por encima de aquella torre era
sombrío y cubierto de nubes horrendas.
Por la noche, después de haber rezado a Dios y antes de dormirme, miraba siempre aquel
cuadro. Lo volvía a ver en mis sueños y me parecía terrible. La torre aumentaba, el agua
hervía, un relámpago caía de las nubes, el viento soplaba en las montañas y, por momentos,
parecía lanzar clamores.
Un día le pregunté a la criada cómo se llamaba aquella torre. Santiguándose, me respondió
que se llamaba la Maüsethurm. Y luego me contó una historia. Que en otros tiempos, en
Maguncia, en su país, había habido un malvado arzobispo llamado Hatto, que era también
abad de Fuld, sacerdote avaro, según ella, que «abría la mano más para bendecir que para
dar». Que un mal año compró todo el trigo de las cosechas para revendérselo muy caro al
pueblo, pues aquel cura quería ser muy rico. La hambruna fue tal que los campesinos
morían de hambre en los pueblos del Rin. Que entonces el pueblo se reunió alrededor del
burgo de Maguncia, llorando y solicitando pan. Que el arzobispo se lo negó.
En este punto, la historia se hacía terrible. El pueblo hambriento no se dispersaba y seguía
rodeando el palacio del arzobispo, gimiendo. Hatto, enojado, hizo rodear aquellas pobres
gentes por sus arqueros que detuvieron a hombres y mujeres, ancianos y niños, y los
encerraron en un troje al que prendieron fuego. Fue, añadía la vieja criada, «un espectáculo
ante el que hasta las piedras habrían llorado» pero Hatto no hizo sino reír; y cuando
aquellos desgraciados, expirando entre las llamas, lanzaban gritos lamentables, éste dijo:
«¿Estáis oyendo a las ratas silbar?»
Al día siguiente, del troje fatal sólo quedaban cenizas; no había nadie en Maguncia; la
ciudad parecía muerta y desierta cuando, de repente, una multitud de ratas, que pululaban
en el troje quemado como los gusanos en las úlceras de Asuero, salían de debajo de la
tierra, surgían de entre las losas, salían por las grietas de los muros, renacían bajo el pie que
las aplastaba, se multiplicaban bajo las piedras y bajo las mazas, e inundaron las calles, la
ciudadela, el palacio, los sótanos, las salas y las alcobas. Era un azote, una plaga, un
repugnante hormigueo.
Fuera de sí, Hatto abandonó Maguncia y huyó hacia la llanura pero las ratas lo siguieron;
corrió a refugiarse en Bingen que tenía altas murallas, pero las ratas pasaron por encima de
las murallas y entraron en Bingen. Entonces el arzobispo mandó construir una torre en
medio del Rin y se refugió en ella con la ayuda de una barca alrededor de la cual diez
arqueros golpeaban el agua; las ratas se arrojaron al agua, cruzaron el Rin, treparon por la
torre, royeron las puertas, el tejado, las ventanas, los techos, los suelos y, llegadas por fin a
la mazmorra en la que el miserable arzobispo se había escondido, lo devoraron vivo.
Ahora la maldición del cielo y el horror de los hombres pesan sobre esta torre llamada
Maüsethurm. Está desierta, en ruinas en medio del río y, a veces, por la noche, se ve salir
de ella un extraño vapor rojizo que parece el humo de una hoguera, pero es el alma de
Hatto que regresa.
¿Han observado ustedes algo? La historia es en ocasiones inmoral, los cuentos son siempre
honestos, morales y virtuosos. En la historia el más fuerte prospera, los tiranos triunfan, los
verdugos gozan de buena salud, los monstruos engordan, los Sila se transforman en buenos
burgueses, los Luis XI y los Cromwell mueren en su cama. En los cuentos el infierno es
siempre visible. No hay falta que no tenga su castigo a veces incluso exagerado; no hay
crimen que no traiga tras de sí un suplicio con frecuencia espantoso; no hay malvado que
no se convierta en un desgraciado a veces digno de lástima. Eso ocurre porque la historia se
mueve en lo infinito y el cuento en lo finito. El hombre, que hace el cuento, no se siente con
derecho a exponer los hechos y dejar suponer las consecuencias de los mismos; porque
palpa en la oscuridad, no está seguro de nada, necesita acotarlo todo por medio de una
enseñanza, un consejo y una lección; y no se atrevería a inventar acontecimientos sin
conclusión inmediata. Dios, que hace la historia, muestra lo que quiere y conoce el resto.
Maüsethurm es un término cómodo. Se ve en él lo que se quiere ver. Hay espíritus que se
consideran positivos -y que no son sino áridos-, que expulsan de todo la poesía, y están
siempre dispuestos a decirle, como aquel hombre positivo al ruiseñor: «¡Quieres callarte,
maldito animal!» Este tipo de mentes explican que la palabra Maüsethurm viene de maus o
mauth, que significa peaje. Declaran que en el siglo X, antes de que se ensanchara el cauce
del río, el paso del Rin sólo estaba abierto por la orilla izquierda y que la ciudad de Bingen
había establecido por medio de esta torre su derecho de fielato sobre los barcos. Se apoyan
en que aún hay cerca de Estrasburgo dos torres parecidas dedicadas a la percepción de
impuestos sobre los transeúntes, que también se llaman Maüsethurm. Para estos graves
pensadores inaccesibles a las fábulas, la torre maldita es una puerta de consumos y Hatto un
portalero o aduanero.
Para las gentes sencillas, entre las que me incluyo gustoso, Maüsethurm procede de maüse,
que viene de mus y significa rata. Esa supuesta puerta de consumos es la torre de las ratas,
y el aduanero un espectro.
Después de todo, las dos opiniones podrían conciliarse. No es absolutamente imposible que
hacia el siglo XVI o el XVII, después de Lutero, después de Erasmo, los bugomaestres
incrédulos hubieran utilizado la torre de Hatto y hubieran instalado provisionalmente
alguna tasa y algún peaje en aquella ruina de mala fama. ¿Por qué no? Roma hizo del
templo de Antonino su aduana, su dogana. Lo que Roma hizo respecto a la historia, Bingen
pudo hacerlo respecto a la leyenda. Así, mauth tendría razón y maüse no estaría
equivocada.
Sea como fuere, desde que la vieja criada me narró el cuento de Hatto, la Maüsethurm
había sido una de las visiones habituales de mi espíritu. Ya saben, no hay hombre que no
tenga sus fantasmas, como no hay hombre que no tenga sus quimeras. Por la noche
pertenecemos a los sueños; a veces los atraviesa un rayo de sol, a veces lo hace una llama;
y según el reflejo colorante, el mismo sueño es una gloria celestial o una aparición del
infierno. Efecto de luz de Bengala que se produce en la imaginación.
Yo debo reconocer que la torre de las ratas, en medio de su charca de agua, siempre me
pareció horrible. Por lo que -¿me atreveré a confesarlo?- cuando el azar, que me pasea a su
antojo, me condujo a orillas del Rin, el primer pensamiento que se me ocurrió no fue que
vería la cúpula de Maguncia, o la catedral de Colonia o el Palatinado, sino que podría
visitar la torre de las ratas.
FIN

Le Rhin, 1842

Traducción de Esperanza Cobos Castro


¿PARA QUÉ INVESTIGAR LA BIOGRAFÍA DE UN AUTOR?
La búsqueda de información específica, además del conocimiento que aporta
el maestro/a sobre libros y escritores, la lectura de textos que informan
acerca de la vida de un autor, del contexto de producción de la obra o de la
época histórica en que un relato se sitúa permiten contar con más elementos
para la comprensión: imaginar el ambiente de la selva en la India de su
infancia, por ejemplo, ayuda a apreciar la exuberancia de los relatos de
Rudyard Kipling –aunque eso no quiera decir que toda obra ambientada
en la selva suponga un autor inmerso en ella–. Para formarse como lector
literario no es suficiente con leer literatura; también es necesario leer textos
que hablan sobre ella: enciclopedias especializadas, biografías, contratapas,
revistas de interés, sitios en Internet dedicados a la literatura, etcétera.
Diseño Curricular para la Educación Primaria. Segundo Ciclo.
Prácticas del Lenguaje (2007: 100). Pcia. de Buenos Aires.

Cómo hablamos
Autor: Juan Villoro 14 abril, 2023

Casi una quinta parte de los hispanohablantes somos mexicanos. Es mucho lo que este lado del mar ha

aportado al idioma. La reciente aparición del Diccionario de mexicanismos debería ser noticia de

primera plana. No se trata de una obra para especialistas, sino de un divertido y apasionante espejo del

idioma que debería formar parte de todos los hogares, pues compite en utilidad con el molcajete.

Durante once años, Concepción Company Company coordinó a un amplio equipo de lexicógrafos,

académicos de la lengua y biólogos para registrar las muy diversas maneras que tenemos de

comunicarnos. El Diccionario se presentó en marzo en el Congreso de la Lengua, celebrado en Cádiz.

Ahí, Gonzalo Celorio, director de la Academia Mexicana de la Lengua, explicó que este empeño no

tiene un sentido prescriptivo: el Diccionario no indica cómo se debe hablar, sino cómo se habla. Estamos

ante un triunfo del oído.

Cuando María Moliner emprendió en la soledad de su departamento madrileño su célebre Diccionario de

uso, no atendió a la lengua “autorizada” por la Academia, sino a la de sus vecinos. Así, su definición de
palabras difíciles de pronunciar durante el franquismo, como “dictadura” o “libertad”, dependió del

sentir popular, mucho más preciso que el de la Real Academia, normado por la ideología.

Con el mismo ánimo, el Diccionario de mexicanismos no reconoce otro tribunal del idioma que la gente.

En la presentación en Cádiz, Concepción Company explicó una de las decisiones centrales del proyecto:

¿cómo abordar los muchos refranes y las frases hechas que definen un idioma? La solución consistió en

otorgar relevancia a los “verbos ligeros”, que sirven de apoyo para lo que viene después. Quien se asome

a la voz “dar” visitará una ruidosa plaza pública. Ahí habla un país que da atole con el dedo o da… baje,

batería, calambres, calor, carrilla, charolazo, chicharrón, color, cran, el albazo, el ancho, el azotón, el

gatazo, el marranazo, hasta llegar, con alfabética justicia, al momento de dar vuelo a la hilacha, frase que

explica cómo se creó este lúdico diccionario.

Las definiciones privilegian la claridad pero no omiten los valores entendidos. Si alguien dice: “gente

como uno”, no se refiere al parecido físico, sino a “características sociales, ideológicas, económicas,

etc.”.

A la presentación de Cádiz asistió el escritor Juan Cruz. Sentado en primera fila, abrió el Diccionario al

modo de un oráculo y dio con un sonoro neologismo: “chingaputamadrazo”. “¿Qué clase de golpe es

ese?”, preguntó. Celorio sonrió al contestar: “Muy fuerte”. Esa es, exactamente, la respuesta que ofrece

el Diccionario, de una sobriedad que no excluye la ironía.

Otro elemento interesante destacado por Company: los “préstamos duros”, las palabras de otros idiomas
que forman insustituible parte del nuestro, como hot dogs, ya que no fuimos capaces de comer “perritos

calientes”.

En las casi 800 páginas de desconcertante amenidad, abundan los coloquialismos, de “chesco” a

“zopilotear”, pasando por “nalguipronto”, pero, como destacó Celorio, también se incluyen palabras

cultas que no se usan en otras latitudes, como “parteaguas” o “mancomunado”.

En esta popular celebración de nuestra lengua no podían faltar luchas vernáculas como “villismo” y

“zapatismo” ni especies que pocos conocen pero animan nuestros cielos, como el mirulincillo, de rojizo

plumaje.
Nuestro modo de hablar es tan rico que define muchas cosas por su ausencia. Baste pensar en los giros

que comienzan con la palabra “no”. En México conocemos a alguien de “no malos bigotes” o que “no se

cuece al primer hervor”, “no da paso sin huarache”, “no sirve ni para el arranque”, “no sale ni en rifa”,

“no canta mal las rancheras”. ¡Qué abundante es lo que no tenemos!

Julio Cortázar decía con humor que el diccionario debía llamarse “cementerio” porque ahí iban a morir

las palabras. Tal ha sido el destino de numerosos diccionarios de autoridades, pero no puede ser el de

una obra concebida como una cocina en la que todos meten su cuchara. El Diccionario de mexicanismos

es el único sistema operativo cuyo “autocorrector” depende de más de 126 millones de hablantes.

Entre sus 22,333 acepciones, una se refiere a “algo que causa admiración, generalmente por su buena

calidad”. Se trata de la voz popular que define sin pérdida al libro que la contiene: “chingonería”.

Este artículo fue publicado en Reforma el 14 abril de 2023. Agradecemos a Juan Villoro su autorización

para publicarlo en nuestra página.

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