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Mi madre parecía afligida y extraña, pero por suerte era solo un sueño. Otro más. Esa
horrible experiencia de intentar hablarla y soltar burbujas en lugar de palabras había
sido traumatizante. Era un sueño, y los sueños no suelen tener lógica. Al despertar ¡iba a
contarle que la soñé! ¡Sin dudas!
Al salir mi madre de mi habitación, decidí acostarme nuevamente en mi cama, con todo
el peso e incoherencia de mis movimientos, para observar si sucedía algo nuevo.
Realmente quería despertar. Tenía también la vista un tanto entumecida, porque la
oscuridad pareció más intensa de repente, como si una gigantesca nube pasara por
encima de mi habitación. Ya no era capaz de distinguir casi nada. Escuché unas tenues
voces, como gimiendo y… ¡Mi cama ahora parecía gigante! Empecé a pensar, tal como
uno hace ya acostado antes de caer en el sueño. Con la curiosa diferencia que yo no
esperaba para dormir, sino para despertar. Sentí mucho asombro de la manera en que la
mente juega con uno en los sueños. Incluso llegaba a molestarme, porque es como si
alguien me moviera a su antojo con hilos de marioneta y me quisiera hacer creer cosas
estúpidas.
Me desperté sobresaltado. ¡Por fin! Estaba en mi cama. El cuarto estaba muy oscuro.
Aún era de noche. Pero ya notaba que realmente había despertado y que todo era real
ahora. Sabía que lo anterior había sido otro mal sueño. Respiré profundo.
Ya no quería dormir, no importaba si aún no había llegado el alba. Me levanté de la
cama y salí de la habitación. ¡Mis movimientos eran ahora normales! ¡Que alivio notar
eso! Pero la oscuridad era absoluta, y noté con horror que ya no era mi casa. Comencé a
desesperarme, porque todo se sentía demasiado real esta vez, y sin embargo eso tenía
que ser parte de mi maratón de sueños confusos y macabros. Me noté perdido, era un
terreno desconocido y … ¡estaba pasando de nuevo! Me pesaba el cuerpo y me
descoordinaba al moverme.
Empecé a apurar el paso, pero perdía el equilibrio con gran facilidad. No podría correr,
o terminaría en el piso. Me sentía sumamente angustiado, al borde del llanto, como
sumergido en un nefasto laberinto de fantasía. Sinuosas sombras comenzaron a
alargarse a mi alrededor, parecía gente que iba y venía. Llegaron a mis oídos murmullos
y lamentos, como los que yo estaba también emitiendo. Esas sombras comenzaron a
tener caras de personas, y me hablaban a mi paso. Me rogaban, lloraban… ¡pedían mi
ayuda! ¿Pero cómo iba yo a ayudarlos? Si no tenía idea qué sucedía, ni quienes eran, ni
dónde estaba.
A mi costado logré divisar a una especie de mendigo, con harapos por ropas y dándome
la espalda. Inmediatamente de clavar en él mi mirada, su cabeza dio una vuelta grotesca
de 180° y, sonriendo, me espetó:
- “Mientras más rápido lo aceptes, mejor será. Relajate”.
Grité con todas mis fuerzas, pero no escuché ningún sonido articularse en mi boca. Mi
voz seguía ahogada, mi garganta burbujeaba. Mi angustia finalmente estalló e intenté
correr de horror tras el espectáculo de la cabeza del mendigo, pero caí invariablemente,
mientras esa cosa que me había hablado lanzaba una carcajada que retumbó en mi
confundida mente. Las sombras seguían proyectándose, llorando y rogando, igual que
yo ahora. Solo sé que me arrastré, corrí, lloré mil veces, recorrí escenarios oscuros,
otros claros, algunos conocidos y otros ajenos totalmente a mí, visibilicé gente conocida
y desconocida, seres espectrales, pero siempre sin poder comunicarme de ninguna
manera. Yo era también una de esas sombras con cara humana que iban errantes en
medio de lamentos y pedidos desesperados de ayuda. Normalmente medimos nuestra
existencia en tiempo, sea éste traducido en minutos, horas, días, semanas, meses, años…
eso pareció desaparecer por completo en mi situación, por lo cual no pude saber cuánto
tardé en percatarme de que estaba… muerto.