Está en la página 1de 3

El pueblo se hizo selva, desierto, tundra e incluso playa.

Caminar a través de lo que parecía ser tan


pequeño antes ahora se convertía en un tormento, enormes bestias y bichos se aparecían a cada
momento. El aura de aquel lugar me ponía en un estado de defensa constante, como si aquella
sensación en el estómago nunca fuera a desparecer. ¿Qué habremos hecho mal para que aquel
lugar se tornara así?

Hostil, tenía miedo de morir atacado por cualquier bestia del lugar. Ya había presenciado el tamaño
de los osos en el bosque, de las serpientes y los monos en la selva, mi miedo me mantenía vivo y me
aferraba a él. Aun algunos postes funcionaban, brindando insípida luz a postales de miedo, pero
había algo más.

Los espíritus de aquel lugar eran fuertes y hablaban en lenguas tan raras que sentías que el cerebro
se te derretía al escuchar palabras tan extrañas. Pero en especial estaba aquel ente, salido de lo
profundo del infierno. Mis excompañeros, ahora muertos, decían que aquel ente se alimentaba del
miedo y de la poca comprensión de nosotros los humanos, se retorcía de gusto al vernos en
predicamentos; aquel mounstro me arrebato tantas vidas de mi lado que no podía sino temerle.

Sentía que en aquel lugar mi carne se pudría de manera apresurada, las moscas me rodeaban como
si estuviera lleno de estiércol; saboreando mi ser. No había más armas, la paz se logró sin nosotros,
ahí solo el más fuerte arrebataba vidas. La playa me parecía especialmente bella, de noche, era otra
historia. Incontables veces escondido en la maleza me daba cuenta como aquellos humanos
corroídos y muertos salían del agua, caminando despacio, hinchados a causa del agua, algunos
completos, otros no tanto. Entonces, algo salía del agua, y los comía en un frenesí tan horrible que
solo me provocaba asco. Aquellas criaturas caminaban a cuatro patas fuera del agua, tenían un color
azul hermoso rodeando su cuerpo, pero los ojos más rojos y maquiavélicos que he visto. No
parecían mostrar más inteligencia de la normal, pero aquellas criaturas parecían tener un propósito,
como si en aquel acto de comer los cadáveres que salían del mar encontraran diversión y
satisfacción; enviaban a cada alma a sufrir a algún plano fuera de este mundo de manera final.

Las escuelas, casas, negocios y muchos otros edificios aún se mezclaban entre el paisaje que le era
contemporáneo, pero la mayoría estaban derruidos. Mi curiosidad recaía en la iglesia de lo que era
mi pueblo, escondida en medio de la jungla, se mantenía intacta, era como si aquella maldad se
hubiera ido de paso de aquel lugar, o al menos eso creía. Estaba enmohecida, con algunos huecos
en las paredes, pero estaba de pie y firme casi en su totalidad. En días pasado entre en aquel lugar
buscándome un consuelo, esperando que al menos en ese lugar la protección divina me encontrara,
¿Por qué no habría de aparecerse el nazareno frente a mis ojos si lo hacían sus enemigos? Pero me
equivoque, por mucho, en aquel lugar ya no reinaba Dios, el caos había llegado a mi mundo para
quedarse. Al entrar a ese lugar solo me encontré cadáveres sobre las bancas de madera, fusionando
aquel tono oscuro de la sangre seca con las líneas de los arboles hechos mueble. Los sacerdotes se
encontraban decapitados frente al altar, frente al cuerpo de cristo encarnado en metal. Me di
cuenta de que aquel lugar solo estaba intacto por una razón, para servir de ejemplo. Ni siquiera la
divinidad nos salvaría de un lugar como aquel.

No sabía si se podía escapar de aquel lugar. Era como si el pueblo entero ahora fuera un animal con
vida, dinámico, cambiante; y yo estaba en sus entrañas. La lluvia de aquel lugar era lo único que
parecía bueno entre todo aquel tormento. Caía siempre de manera delicada, llenando de vida cada
pequeño espacio. Si aún existía algo divino, era aquella lluvia que sentías te sanaba el alma.
Caminaba de nuevo hacia el desierto, ya que debido a su calor había poca vida en aquel lugar.
Encontré una manera de cruzarlo hasta llegar a un lugar cubierto por sombras. Prefería estar ahí,
no encontrarme con nada. Aquel desierto parecía más un limbo, como si la oscuridad se alejase, en
aquel desierto no existía la noche, pero su luz no daba consuelo.

Caminaba cruzando el bosque, ahí sentí que algo no estaba bien. El aire cortaba cada poro de mi
piel, se dibujaban en el cielo enormes patrones de nubes. Parecía que oscurecía un poco más a cada
minuto. “no puedo, no puedo verle de nuevo a la cara”. Pensé para mis adentros mientras el miedo
me impedía avanzar, conocía esa aura.

Corrí tan rápido como pude, atormentado por las visiones de aquel ente. Lloraba mientras avanzaba,
jadeaba intensamente, como un niño pequeño. Me volví primitivo, el instinto me hacía avanzar,
prefería mil veces morir en manos de una bestia que volver a encontrarme con aquel tormento;
pero era demasiado tarde. Escuchaba cerca de mis oídos a las moscas, entre el batir de sus alas se
escuchaba la melodía de una lengua muerta. Me desconcerté rápidamente, mi cuerpo se congelo.
–¡por favor, lárgate! - grite con todas mis fuerzas, pero parecía que aquel lugar amortiguaba el
sonido de mi voz.

-¿me pides que me vaya? Si soy lo que te ha mantenido vivo tanto tiempo- Ahí lo vi frente a mis
ojos, aquel espíritu demoniaco. Era enorme, olía a azufre, su piel brillaba en tonos marrones, parecía
estar lleno de pelo hasta la última parte de su cuerpo. Su cabeza cambiaba, al principio no vi nada,
después me vi reflejado en aquella bestia, después dientes y cuernos aparecían en su cabeza, un
caleidoscopio de miedo.

- ¿Por qué me atormentas así? ¿Por qué me has dejado varado aquí? - Le pregunte asustado y lleno
de miedo. No me había dado cuenta que ya no existía paisaje a mi alrededor, sentía que me había
hundido en las profundidades del espacio, flotando frente a frente.

- ¿Hay maldad en la ignorancia? - Pregunto aquel ente demoniaco. - Sabes, ustedes los humanos
son extraños, sufren todo el tiempo, buscando redimirse, pensando que el sufrimiento los ha de
purificar- No sabía que responder, pero era como si cada vez que ese espíritu hablara me destruyera
por dentro- te pregunto de nuevo ¿hay maldad en la ignorancia? Ni siquiera yo que he morado en
lo más bajo lo sé, poseo todo el conocimiento del mundo, todo, incluso se cuando has de morir, y
por eso sé que mi maldad me es inherente, es indivisible de mí. Pero ustedes los humanos, mueren
ahogados en la ignorancia, purificándose unos a otros anulando sus derechos y obligaciones divinas;
convirtiéndose en monos sin más, babosas que se deslizan sobre sal por la eternidad. – aquel
demonio hablaba con toda la sinceridad posible en su haber, lo sabía, pero le temía, le temía
inmensamente.

Aquel espíritu continuo su soliloquio- Creo que existe una maldad pura en la ignorancia, una maldad
primigenia, tan prístina que es imposible pensar en ustedes alejados de aquella esencia. Una maldad
que ni siquiera un espíritu como el mío o cualquier fuerza puede poseer, por eso es la más pura,
aquella maldad que es capaz de nublarte el juicio. Mi maldad es parte de lo que soy, y la aplico, me
conozco tanto y conozco tanto al mundo que me es posible controlarme; pero hasta yo me volvería
loco si poseyera aquella maldad que nace en ustedes humanos. Su padre les otorgo la oportunidad
de pecar, de darse aquel lujo de servirnos. Pecador es aquel que conoce la maldad, la medita y aun
así procede. Pero ni nosotros podemos ser tan malvados como ustedes, que pecan, hacen el mal
pensando que la bondad llena sus acciones.

Sentía que los ojos me saldrían de las cuencas, el calor de aquel lugar era horrible, era como dar un
paso más cerca del infierno. Sentía que de mis oídos salían moscas, habitando la putrefacción de
aquellas palabras. Pero que era yo sino aquello que aquel demonio describía, un mal superior a ellos
mismos, deberían tenernos envidia- ¿Por qué te has llevado a todos y me dejas aquí sufriendo entre
espejismos? - El demonio comenzó a reír a carcajadas.

- ¿Qué acaso no lo ves? Lo estás haciendo de nuevo, justificándote en tu sufrimiento. Vinimos a este
mundo a tomar lo nuestro ¿y cómo no hacerlo? Si han convertido este lugar en un verdadero
infierno, nuestro hogar nos queda corto. Habitaremos aquí y en nuestro reino, llenándonos de gozo.
Tranquilo, todos los que amas se están quemando ahora mismo, o congelándose, o mutilándose
entre llamas, pantanos y todo aquel lugar al que tu corta mente pueda llevarte. Tú te quedaras aquí,
porque esas personas que amaste ahora mismo te ven, claro como el agua; te observan sufriendo
mientras ellos también lo hacen. Los conocemos, y por alguna extraña razón disfrazan en su apego
aquel sentimiento que ustedes no pueden sentir, amor. Por eso no hay mayor castigo que ese, y
ahora tu sufrirás mientras sabes que todos a los que amaste sufren, por ti, por ellos mismos, por el
mundo en el que habitan, por el vasto universo que se atrevieron a habitar. No son más que un
accidente al cual el padre acogió y al ver que aquello que trato de purificar le dio la espalda los
abandono, pero descuiden, nosotros no los abandonaremos, estamos hechos a la medida.

Después de aquellas ultimas palabras el demonio se tornó negro, de su cuerpo comenzó a emanar
algo viscoso como alquitrán y era mucho más caliente. Sentí como llegaba a la punta de mis pies y
me quemaba mientras subía por mi cuerpo. Grite mientras sangraba, mientras me quemaba en
aquella sustancia. –¡espera, espera! Aquí no, por favor, llévame lejos, pero no aquí, no puedo seguir
cargando ese miedo en mi espalda, ¡espera!

Me desperté en la iglesia con los cadáveres de siempre, como en nuestro anterior encuentro, volví
al mismo lugar una vez acabada la charla. Sabía que aquel demonio conocía mi vida entera, por
ende, cuando acabaría. No era inmortal, no había nada parecido en este plano, aquel demonio
alargaría mi vida tanto como fuera posible, hasta tomar todo de mí. Grite de nuevo. Llore de nuevo.
Estaba solo y con miedo, de nuevo.

También podría gustarte