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CAPÍTULO 16

¿QUÉ HAY DEL INFIERNO?

Howard Storm, profesor de Arte en la Universidad de Northern Kentucky,


estaba llevando a sus estudiantes a museos de París cuando una úlcera
de estómago le perforó el duodeno. Poco sabía él, pero, desde el momento
de la perforación, la esperanza de vida era de cinco horas. El hospital solo
tenía un cirujano de guardia ese fin de semana, así que él y su esposa, Beverly,
tuvieron que esperar. Diez horas después, una enfermera les informó que el
médico se había ido a casa y que tendrían que esperar hasta la mañana.
Howard había luchado por mantenerse con vida, pero ahora no le quedaba
nada.

Sabía que ahora me estaba muriendo... Luchando contra un torrente de


lágrimas; le dije a Beverly que la quería mucho. Le dije que se había
acabado. Nos despedimos... Sabía con certeza que no existía la vida después
de la muerte. Solo la gente de mente simple creía en ese tipo de cosas.
No creía en Dios, ni en el Cielo, ni en el infierno, ni en ningún otro cuento
de hadas.

Howard cerró los ojos y pasó. Esperaba el olvido, pero, en su lugar, se


encontró de pie junto a la cama. Abrió los ojos.

«¿Podría ser esto un sueño?», no dejaba de pensar. «Esto tiene que ser
un sueño». Pero sabía que no lo era. Era consciente de que me sentía
más alerta, más alerta y más vivo de lo que me había sentido en toda mi
vida. Todos mis sentidos eran extremadamente vívidos... Cuando me
incliné para mirar la cara del cuerpo en la cama, me horroricé al ver el
parecido que tenía con mi propia cara. Era imposible que esa cosa pudiera
ser yo, porque yo estaba de pie sobre él y mirándolo... Nunca me había
sentido más alerta y consciente. Quería desesperadamente
comunicarme con Beverly, y empecé a gritar para que dijera algo, pero
ella permaneció congelada en la silla junto a la cama. Le grité y
enfurecí, pero ella me ignoró...
A lo lejos, fuera de la habitación en el pasillo, oí voces llamándome.
«Howard, Howard», me llamaban. Eran voces agradables, masculinas y
femeninas, jóvenes y mayores, que me llamaban en inglés. Ninguno de los
empleados del hospital hablaba inglés tan claramente...
—Ven aquí —decían—. Vamos, date prisa. Hemos estado esperándote
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durante mucho tiempo.
—No puedo —respondí—. Estoy enfermo... Necesito una operación.
¡Estoy muy enfermo!
—Podemos curarte —contestaron—, si te das prisa… ¿No quieres
ponerte mejor? ¿No quieres ayuda?
Estaba en un hospital desconocido en un país extranjero, en una
situación extremadamente extraña, y tenía miedo de esas personas que me
llamaban. Les irritaban mis preguntas, que eran solo intentos de averiguar
quiénes eran...
—No podemos ayudarte si no vienes aquí...
Salí al pasillo, lleno de ansiedad. La zona parecía ligera pero muy
brumosa... como estar en un avión atravesando nubes espesas. Las
personas estaban a lo lejos y no podía verlas con claridad. Pero podía decir
que eran hombres y mujeres, altos y bajos, viejos y jóvenes... Cuando
intenté acercarme a ellos para identificarlos, rápidamente se fueron a la
profundidad de la niebla. Así que tuve que seguirlos más y más lejos en la
espesa atmósfera. Nunca pude acercarme a ellos más de tres metros.
Tenía muchas preguntas...
Cada vez que dudaba, me exigían que siguiera el ritmo. Ellos
continuaban repitiendo la promesa de que, si los seguía, mis problemas
terminarían. Caminamos sin parar, y mis repetidas preguntas eran
rebatidas... Sabía que habíamos viajado kilómetros, pero tenía la extraña
capacidad de mirar de vez en cuando hacia atrás y ver a través de la puerta
de la habitación del hospital... Beverly estaba sentada allí tan congelada
como cuando esta experiencia surrealista comenzó.
Tampoco podía distinguir el tiempo que pasaba. Había una profunda
sensación de intemporalidad. No dejaba de preguntar cuándo íbamos a
llegar. «Estoy enfermo», dije. «No puedo hacer esto». Ellos se volvieron
cada vez más enojados y sarcásticos. «Si dejaras de quejarte y gemir,
llegaríamos», dijeron. «¡Muévete, vamos, date prisa, rápido!». Cuanto más
cuestionador y desconfiado me volvía, más antagónicos y autoritarios eran.
Estaban susurrando sobre mi trasero desnudo, que no estaba cubierto por
mi bata, y sobre lo patético que era. Sabía que estaban hablando de
mí, pero, cuando trataba de escuchar exactamente lo que decían, se
decían unos a otros: «Shhh, puede oírte, puede oírte, te puede oír, te
puede oír...». Lo que estaba cada vez más claro para mí era que me
estaban engañando. Cuanto más tiempo me quedaba con ellos, más
lejos estaría la huida... Empezaron a gritar y a insultar exigiéndome que
me diera prisa. Cuanto más miserable me volvía, más disfrutaban de mi
angustia.
Una terrible sensación de temor crecía en mi interior. Esta experiencia
era demasiado real. En cierto modo, era más consciente y sensible de lo que
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nunca había sido. Cuando miré a mí alrededor, me horroricé al descubrir
que estábamos en completa oscuridad.
La desesperanza de mi situación me abrumó. Les dije que no iría más
lejos, que me dejaran en paz... Entonces ellos empezaron a
empujarme. Empecé a defenderme. Se desató un frenesí de burlas,
gritos y golpes. Luché como un hombre salvaje. Mientras les golpeaba y
pateaba, ellos me mordían y me devolvían los golpes. Todo el tiempo
era obvio que se estaban divirtiendo. Aunque no podía ver nada en
la oscuridad, era consciente de que había docenas o cientos de ellos a
mi alrededor y sobre mí. Mis intentos de defenderme solo provocaron una
mayor alegría... Cada nuevo asalto provocaba aullidos de risa
cacofónica. Empezaron a arrancarme trozos de carne. Para mi
horror, me di cuenta de que me estaban destrozando y comiendo vivo,
metódicamente, lentamente, para que su entretenimiento durara el mayor
tiempo posible...
Estas criaturas fueron una vez seres humanos. La mejor manera que
puedo describirlas es pensar en la peor persona imaginable despojada de
todo impulso de compasión... Eran una turba de seres totalmente
impulsados por una crueldad desenfrenada. En esa oscuridad tuve un
intenso contacto físico con las cuando se arremolinaron sobre mí. Sus
cuerpos se sentían exactamente como cuerpos humanos...
Al final me quedé demasiado desgarrado y roto para resistir. La
mayoría de ellos dejaron de atormentarme porque ya no les divertía... No
he descrito todo lo que pasó. Hay cosas que no me interesa recordar. De
hecho, mucho de lo que ocurrió fue simplemente demasiado espantoso y
perturbador para recordarlo. He pasado años tratando de suprimir muchas
cosas. Después de la experiencia, cada vez que recordaba esos detalles,
me traumatizaba...
Mientras yacía en el suelo, con mis torturadores pululando a mí
alrededor, una voz emergió de mi pecho. Sonaba como mi voz, pero no era
un pensamiento mío... «Reza a Dios». Recuerdo que pensé «¿Por qué? Qué
idea tan estúpida. Eso no funciona. Qué excusa. Tumbado aquí en esta
oscuridad, rodeado de criaturas horribles, yo no creo en Dios. Esto es
totalmente inútil, y estoy más allá de cualquier ayuda posible, crea o no en
Dios. No rezo y punto».
Una segunda vez, la voz me dijo: «Reza a Dios». Era mi voz, pero no
había hablado. ¿Orar cómo? ¿Orar qué? No había rezado en ningún
momento en toda mi vida adulta. No sabía cómo orar... Esa voz lo dijo de
nuevo: «¡Reza a Dios!».

Howard se esforzaba por recordar cualquier oración de la infancia, cualquier


cosa con el nombre de Dios en ella, por lo que acabó juntando todo lo que
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podía recordar en una oración de desesperación: «Aunque camine en el valle
de la sombra de la muerte, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo.
Por la majestuosidad de la montaña púrpura mis ojos han visto la gloria de la
venida del Señor. Líbranos del mal. Una nación bajo Dios. Dios bendiga a
América».

Para mi asombro, los crueles y despiadados seres que me arrancaban la vida


se incitaron a la rabia por mi oración desgarrada. Fue como si les estuviera
echando aceite hirviendo. Me gritaron: «¡No hay ningún Dios! ¿Con quién
crees que estás hablando? ¡Nadie puede oírte! Ahora sí que te vamos
a hacer daño». Hablaron en el lenguaje más obsceno, peor que
cualquier blasfemia dicha en la Tierra. Pero, al mismo tiempo, estaban
retrocediendo. Yo podía todavía escuchar sus voces en la oscuridad total,
pero se estaban volviendo más y más distantes. Me di cuenta de que decir
cosas sobre Dios en realidad los estaba alejando. Me volví un poco más
contundente con lo que decía…
Sabía que estaban lejos, pero que podían volver. Estaba solo, destruido,
y, sin embargo, dolorosamente vivo en este lugar repugnantemente
horrible. No tenía ni idea de dónde estaba... Estuve solo en esa oscuridad
durante un tiempo sin medida. Pensé en lo que había hecho. Toda mi vida
había pensado que el trabajo duro era lo que contaba. Mi vida estaba
dedicada a construir un monumento a mi ego. Mi familia, mis esculturas,
mi pintura, mi casa, mis jardines, mi pequeña fama, mis ilusiones de poder,
todo era una extensión de mi ego. Todas esas cosas ya no estaban, y
¿qué importaban?...
Toda mi vida he luchado contra un trasfondo constante de ansiedad,
miedo, temor y angustia. Si pudiera ser famoso, podría vencer la
impotencia y vencer a la muerte... No pertenecía a ningún club u
organización. A pesar de la apariencia narcisista, no me gustaba a mí
mismo, y tampoco me gustaban los demás.
Qué irónico fue terminar en la cloaca del Universo, ¡con gente que se
alimentaba del dolor de los demás! Había tenido poca compasión genuina
por los demás. Me di cuenta de que yo no era como estas miserables
criaturas que me habían atormentado... Me quedaban pocas fuerzas para
resistirme a convertirme en una criatura que rechina sus dientes en la
oscuridad exterior. No estaba lejos de convertirme en uno de mis propios
atormentadores para toda la eternidad.

Mientras Howard yacía solo en la oscuridad, sintiendo que se deslizaba en la


desesperación, una canción que no había escuchado desde la infancia le vino a
la cabeza: «Jesús me ama, da, da, da». Él podía recordar solo tres palabras, pero
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le llegó a lo más profundo de su anhelo y encendió una pequeña chispa de
esperanza.

Quería que fuera verdad que Jesús me amaba. No sabía cómo expresar
lo que quería y necesitaba, pero con todos mis últimos gramos de fuerza grité
en la oscuridad: «Jesús, sálvame»... Nunca he querido decir nada con más
fuerza en mi vida.
A lo lejos, en la oscuridad, vi un punto de luz como la más débil estrella en
el Cielo... La estrella se hizo rápidamente más y más brillante... La luz era
más intensa y más hermosa que cualquier cosa que hubiera visto. Era
más brillante que el sol, más brillante que un relámpago. Pronto la luz
estuvo sobre mí. Sabía que, aunque era indescriptiblemente brillante, no
era solo luz. Este era un ser vivo, un ser luminoso... rodeado por un óvalo
de resplandor. La brillante intensidad de la luz penetró en mi cuerpo. El
éxtasis barrió la agonía. Unas manos y unos brazos tangibles me abrazaron
suavemente y me levantaron. Me elevé lentamente hacia la presencia de
la luz, y los trozos desgarrados de mi cuerpo se curaron milagrosamente ante
mis ojos...
Este ser amoroso y luminoso que me abrazó me conocía íntimamente.
Me conocía mejor que yo mismo. Él era conocimiento y sabiduría. Yo sabía
que él sabía todo sobre mí. Me amaba y aceptaba incondicionalmente. Él
era el Rey de Reyes, Señor de Señores, Cristo Jesús el Salvador. «Jesús
me ama», pensé... Yo había llamado a Jesús, y él vino a rescatarme.
Lloré y lloré de alegría, y las lágrimas siguieron saliendo. Alegría tras
alegría me invadía. Él me abrazó y me acarició como una madre con su bebé,
como un padre con su hijo pródigo perdido. Lloré todas las lágrimas de una
vida de desesperanza y lágrimas de vergüenza por mi incredulidad. Lloré
todas las lágrimas de alegría y salvación. Lloré como un bebé y no pude
parar de hacerlo.
Me abrazó y me acarició la espalda. Nos elevamos, gradualmente al
principio, y luego como un cohete salimos disparados de ese oscuro y
detestable infierno. Atravesamos una distancia enorme, años luz, aunque
transcurrió muy poco tiempo...
A lo lejos, muy lejos, vi una vasta zona iluminada que parecía una
galaxia. En el centro había una enorme brillante concentración de luz.
Fuera del centro, incontables millones de esferas de luz volaban alrededor,
entrando y saliendo de esa gran concentración de luz en el centro...
Mientras se movían hacia la presencia de la gran luz, centro de todo ser, el
Uno, estaba más allá del pensamiento. No es posible articular lo que
ocurrió. Simplemente, supe que Dios me amaba, que Dios amaba
su creación, que Dios es amor.228

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ECM infernales
Mientras miraba a través del espacio a esta gran Ciudad de la Luz, Howard dijo
que tuvo una revisión de su vida en presencia de Jesús y varios ángeles, que
exploraremos en el próximo capítulo. Howard revivió, milagrosamente, y
varios años después dejó su carrera como profesor universitario y presidente
del Departamento de Arte para convertirse en pastor. ¿Qué motivaría a un
profesor ateo declarado a renunciar a su puesto y al trabajo de su vida para
inventar una historia de visitar el infierno? Podríamos descartarlo si esta fuera la
única historia de experiencias cercanas a la muerte (ECM) de este tipo, pero
hay muchas.
En la década de 1970, cuando los informes de las ECM estaban
aumentando, muy pocas personas experimentaban ECM infernales. De hecho,
Moody declaró audazmente: «Nadie ha descrito el de dibujos animados de
puertas perladas, calles doradas... Ni un infierno de llamas y demonios con
horcas. Así que, en la mayoría de los casos, el modelo de recompensa y castigo
de la vida después de la muerte se abandona y se rechaza». 229 Pero la
declaración de Moody fue exagerada y prematura. El investigador holandés
Dr. Pim van Lommel resume el infierno así: «Para su horror, a veces se ven
arrastrados aún más a la profunda oscuridad. La ECM termina en esta
atmósfera aterradora... Una ECM tan espantosa suele producir un trauma
emocional duradero. No es de extrañar que se conozca también como una
“experiencia infernal”. El número exacto de personas que experimentan una
ECM tan terroríficas se desconoce porque a menudo se callan por vergüenza y
culpabilidad».230
Sartori señala: «[La investigación] ha servido para poner de manifiesto que
las ECM negativas son tan reales como las placenteras y pueden ocurrir en
ausencia de anestésicos».231 Algunos estudios no produjeron ninguna ECM
angustiosa, pero esto puede deberse a la forma en que se realizó el estudio. Los
estudios en los que se les pide a las personas que cuenten si han tenido una
ECM obtienen gente emocionada por contar una buena experiencia. Como

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encontró Howard Storm, «a lo largo de los años gran cantidad de personas
han compartido sus experiencias cercanas a la muerte conmigo, muchas de las
cuales fueron experiencias negativas. Muchas de estas personas me han
dicho que realmente no han compartido sus experiencias con nadie por la
vergüenza y el ridículo que sentían... Estos no son infrecuentes, [pero] es
muy poco probable que alguien se entere de ellas».232

Frecuencia de las ECM infernales


A pesar de ello, The Handbook of Near-Death Experiences informa que
doce estudios diferentes con 1369 sujetos encontraron que el 23 %
«informó de ECM que iban de perturbadoras a aterradoras o
desesperantes».233 El Dr. Rawlings, el cardiólogo del que hablamos en el
capítulo 3, revivió a un paciente que tenía múltiples experiencias
infernales, las cuales no pudo recordar después. Rawlings postula que
estas experiencias producen tal trauma que se suprimen en la mente
subconsciente, y a menos de que un paciente sea entrevistado
inmediatamente después de la reanimación, no deberíamos esperar que
salgan a la luz tantos relatos.234 Rawlings cita a otros médicos que informan
de una respuesta similar de bloqueo de la memoria:

Una niña de catorce años se sintió abatida por su vida y decidió acabar con
ella. Se tragó un frasco de aspirinas. En el hospital, el médico informó que
la resucitó de un paro cardiaco, durante el cual no paraba de decir «¡Mamá,
ayúdame! ¡Haz que me dejen ir! Quieren hacerme daño». Los médicos
intentaron disculparse por herirla, pero ella dijo que no eran los médicos,
sino «ellos, esos demonios del infierno... no me dejaban ir... Fue horrible».
El médico dice que «durmió un día más, y su madre la abrazó la mayor
parte del tiempo. Después de retirar los tubos, le pedí que recordara lo que
había sucedido. Recordaba haber tomado la aspirina, pero absolutamente
nada más. En algún lugar de su mente, los eventos pueden ser todavía
suprimidos... Posteriormente se convirtió en misionera, varios años
después».235

Del mismo modo, en otras culturas, no todas las ECM son agradables. En la
India, los yamdoots son considerados «mensajeros» como los ángeles. «Los
yamdoots se supone que aparecen junto a la cama de los moribundos para
llevarlos ante su Señor, Yamaraj [el dios de la muerte]. La aparición de los
yamdoots depende del karma del paciente. Si ha acumulado buenas acciones,
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aparece un agradable yamdoot; pero si no se ha comportado bien en su vida,
puede aparecer un temible yamdoot».236
Un clérigo hindú dijo: «¡Hay alguien ahí! Lleva un carro, así que debe ser
un yamdoot. Debe estar llevando a alguien con él. ¡Me está tomando el pelo
diciendo que me va a llevar!... Por favor, abrázame, no me iré».237 Su dolor
aumentó y murió.
Osis y Haraldsson informan: «Uno de cada tres (34 %) indios que
experimentaron la alucinación de ser llevados se negó a dar su consentimiento
[tenía miedo de que los yamdoot vinieran a llevárselo]».238 Se han
documentado suficientes relatos «infernales» para que los investigadores los
clasifiquen en tres categorías que etiqueto como «el vacío», «el infierno en la
Tierra» y «la fosa».

El vacío
Algunas personas que tuvieron ECM dicen que se encuentran abandonando
sus cuerpos, pero que entran en un vacío como si estuvieran en algún lugar del
espacio exterior o experimentan una sensación de caída a través de la
oscuridad exterior. Gary era un joven artista que perdió el control de su auto
en una noche nevada de invierno. Describió cómo abandonó su cuerpo y vio
que el agua helada llenaba el auto:

Vi venir la ambulancia y a la gente que intentaba ayudarme, sacarme del


auto y llevarme al hospital. En ese momento, ya no estaba en mi cuerpo.
Había abandonado mi cuerpo. Probablemente, estaba entre treinta y
sesenta metros de altura y al sur del accidente, y sentí el calor y
la amabilidad de la gente tratando de ayudarme... También sentí la fuente de
todo ese tipo de bondad o lo que sea, y fue muy, muy poderoso, y yo estaba
temeroso de ella, y por eso no la acepté. Simplemente dije «No». Yo estaba
muy inseguro al respecto, y no me sentía cómodo, así que la rechacé. Y
fue en ese momento cuando abandoné el planeta. Pude sentirme y
verme yendo muy, muy arriba en el aire, más allá del sistema solar, más
allá de la galaxia, y fuera, más allá de cualquier cosa física... Se volvió
insoportable, se volvió horrible, a medida que pasa el tiempo cuando no
tienes ningún sentimiento, ninguna sensación, sin sentido de la luz.
Empecé a tener pánico y a luchar y a orar y todo lo que se me ocurría
para luchar por volver.239

Algunos rechazan el amor o la luz de Dios o, como A. J. Ayer, experimentan la


luz como algo doloroso o quieren resistirse a ella. Otros simplemente se
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encuentran en un vacío que se vuelve aterrador; y otros más experimentan
una oscuridad exterior a menudo acompañada de una sensación de caída. Mi
amigo Paul Ojeda murió de una sobredosis de cocaína y se encontró de
repente sobrio, pero en una situación que nunca esperaba. Me explicó lo que
sucedió:

Cuando morí, no vi una luz, vi un túnel negro como si alguien me hubiera


dejado caer en una oscuridad exterior y estuviera en caída libre. Me di
cuenta de que ya no estaba en lo alto. Estaba en un lugar diferente y había
una sensación de tiempo diferente, pero me estaba adentrando
rápidamente en esto y pensé: «Soy una buena persona, no debería estar
aquí». Pero nada hizo que se detuviera, y me di cuenta de que iba al
infierno y no iba a poder salir de allí. Fue entonces cuando grité: «Por
favor, Señor, no quiero ir a este lugar, por favor, sálvame». No vi una cara
o una figura, solo sentí la presencia del Señor a mi lado y me preguntó en
mi espíritu: «Pablo, ¿qué has hecho con la vida que te he dado?».

Pablo vio cómo se desarrollaba toda su vida ante sus ojos, desde su nacimiento
hasta los treinta años (su edad en ese momento), y Dios reveló cada secreto
oculto de su corazón que nadie conocía, excepto él. Pablo le dijo a Dios: «Me
doy cuenta de que no he hecho nada con mi vida. Sé que merezco el infierno,
pero sé que no se trata de mí ahora. Si me das la oportunidad, volveré y les
diré a otros que esto es real». Se despertó en el hospital, y lo primero que dijo
fue «He visto el infierno, y no voy a volver. Quiero encontrar al Dios que me
sacó del infierno». Varios años después, Paul terminó dejando un lucrativo
negocio que inició para fundar una iglesia que sirviera a la comunidad hispana en
Austin. ¿Pablo y otros experimentaron las diversas «cadenas de las
tinieblas» (2 Pedro 2:4) o el «pozo sin fondo» (Apocalipsis 9:1) de los que
advierten las Escrituras?

El infierno en la Tierra
Al igual que Howard Storm, George Ritchie, del capítulo 1, observó lo que se
sentía como un nivel de infierno en la Tierra. George afirmó que Jesús lo llevó
a recorrer lo que parecían ser «niveles» del infierno. Él le mostró gente en la
Tierra trabajando en una fábrica de la ciudad, un tipo de pie sobre otro que
aún le daba órdenes. Un grupo de mujeres en la tierra estaban de pie fumando,
y una de ellas pedía un cigarrillo. Cuando una de las mujeres sacó uno y lo
encendió, la mujer mendigante lo arrebató vorazmente, pero su mano lo
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atravesó. Luego vio a un hombre que caminaba por la calle, con su difunta
madre a su lado, acosándolo sobre por qué se casó con Marjorie, cómo
necesita cuidar mejor de sí mismo. Personas permanentemente invisibles para
los vivos, pero totalmente envueltas en sus asuntos. Ritchie pensó: «¡No os
hagáis con los tesoros de la Tierra! Porque donde esté vuestro tesoro, allí
estará también vuestro corazón». Él recuerda lo siguiente:

Nunca se me había dado bien memorizar las Escrituras, pero esas palabras
de Jesús en el sermón de la montaña me vinieron a la mente como una
descarga eléctrica. Tal vez estas personas insustanciales, el hombre
de negocios, la mujer que pedía cigarrillos, esta madre, aunque ya no
pudieran entrar en contacto con la Tierra, todavía tenían sus corazones
allí. ¿Yo lo tenía?... Estar aislados por toda la eternidad de la cosa que
nunca podrían dejar de anhelar... seguramente eso sería una forma de
infierno...
Pero si esto era el infierno, si no había esperanza, entonces ¿por
qué estaba [Jesús] aquí a mi lado? ¿Por qué mi corazón saltaba de alegría
cada vez que me dirigía a él?... Mirara a donde mirara, él seguía
siendo el verdadero foco de mi atención. Cualquier otra cosa que viera,
nada se comparaba con él.
Y esa era otra de las cosas que me atraían. Si yo podía verlo, ¿por qué no
podían los demás?... ¿Cómo no podían ver el amor y la compasión
ardientes en medio de ellos? ¿Cómo podrían no ver a alguien más cercano,
más brillante que el sol del mediodía?
A menos que...
Por primera vez se me ocurrió preguntarme si algo infinitamente más
importante de lo que yo creía podría haber sucedido aquel día en que, a los
once años, me acerqué al altar de una iglesia. ¿Era posible que yo, de alguna
manera real, hubiera «nacido de nuevo», como dijo el predicador, con ojos
nuevos, independientemente de que lo entendiera o no?... «Donde está tu
corazón...». Mientras mi corazón estaba empeñado en llegar a Richmond
en una fecha determinada, tampoco había podido ver a Jesús bien. Tal vez
cuando nuestro centro de atención estaba en cualquier otra cosa, podíamos
bloquear incluso a él.

George parecía moverse de nuevo, todavía en algún lugar de la superficie de la


Tierra, pero distante de cualquier ciudad o gente viva. Hordas de personas
desencarnadas se agolpaban en las llanuras. «¡Señor Jesús!», grité.
«¿Dónde estamos?».

Al principio, pensé que estábamos viendo un gran campo de batalla: por


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todas partes, la gente estaba enzarzada en lo que parecían peleas a muerte,
retorciéndose, dando puñetazos, golpes... No podían matar, aunque
claramente querían hacerlo, porque sus víctimas previstas ya estaban
muertas... Estas criaturas parecían encerradas en hábitos de la mente y
la emoción, en el odio, la lujuria, el pensamiento destructivo.
Aún más horrible que las mordidas y patadas que intercambiaban eran
los abusos sexuales que muchos realizaban en una pantomima febril... Y los
pensamientos más frecuentemente comunicados tenían que ver con el
conocimiento superior, o las habilidades, o los antecedentes del pensador.
«¡Te lo dije!», «¡Siempre lo supe!», «¿No te lo advertí?», «¿No te
lo advertí?», se gritaba en el aire resonante una y otra vez... En estos gritos
de envidia y autoimportancia herida me escuché a mí mismo demasiado
bien. Sin embargo, una vez más, la presencia que estaba a mi lado
no me condenó, solo sintió una compasión por estas infelices criaturas
que le rompían el corazón. Está claro que no era su voluntad que ninguno
de ellas estuviera en este lugar.240

George se preguntaba por qué no se alejaban el uno del otro —nadie les
obligaba a quedarse y a soportar tales abusos—, pero entonces tuvo un
pensamiento enfermizo. ¿Y si en realidad buscaban a otros como ellos, con
una especie de consuelo enfermizo de encontrar personas afines y, sin
embargo, todo lo que pueden hacer es lanzarse improperios unos a otros? Se le
ocurrió: «Tal vez no era Jesús quien los había abandonado, sino los que habían
huido de la luz».241 Jesús advirtió de «las tinieblas exteriores, en las que habrá
una “oscuridad exterior, donde habrá llanto y crujir de dientes”» (Mateo 25:30
NLT). ¿Es eso lo que Howard Storm y George Ritchie experimentaron?

La fosa
El último tipo de ECM infernal normalmente implica sentirse encerrado o
atrapado en un pozo oscuro, cueva o bajo la tierra, a menudo acompañado por
un olor pútrido a heces, azufre o muerte. Con demonios, criaturas demoniacas
o malignas y, en algunos casos, frío extremo; en otros casos, el calor extremo
e incluso el fuego (ver Mateo 13:40-42; Marcos 9:43-44). Todos las
ECM reportan los mismos sentidos que hacen que las experiencias
celestiales sean tan vivas; sin embargo, las experiencias terribles son mucho
peores que los males terrestres. Nancy Bush estudió las ECM angustiosas e
informa que esta última categoría es la menos reportada y, probablemente,
la más escrita; no obstante, estas experiencias generalmente resultan en

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un trauma extremo emocional.
Una persona que ha vivido una ECM, al ser entrevistada por Bush, dijo:

El infierno es un pozo y hay oscuridad, pero también hay fuego. Estuve en


un lugar al que la Biblia se refiere como «oscuridad exterior», y no es
bonito... Después de mi experiencia, no podía hablar de ello. No quería que
la gente supiera que había ido al infierno... Algunas personas pueden
querer reírse de este «asunto del infierno», pero tan real como esta carta
es ese lugar.242

Fran murió de una sobredosis de drogas a los veintiséis años, pero luego
revivió. Recuerda:

Entonces sentí que mi cuerpo se deslizaba hacia abajo, no en línea recta,


sino en ángulo, como en un tobogán. Era frío, oscuro y acuoso. Cuando
llegué al fondo, parecía la entrada de una cueva... Oí gritos, lamentos,
gemidos y el crujir de dientes. Vi unos seres que parecían humanos, con
forma de cabeza y cuerpo. Pero eran feos y grotescos... Eran aterradores
y sonaban como si estuvieran atormentados, en agonía. Nadie me
habló.243

El surfista neozelandés picado por la medusa de caja se encontró primero


completamente desorientado.

Estaba tan oscuro que no podía ver mi mano frente a mi cara y hacía
mucho frío... Fue una experiencia aterradora. Supe allí mismo que era yo,
Ian McCormack, de pie, pero sin un cuerpo físico. Tuve la sensación y la
percepción de que tenía un cuerpo, pero no podía tocarlo... Un terrorífico
mal parecía impregnar el aire a mi alrededor.
Poco a poco me di cuenta de que había otras personas moviéndose a mi
alrededor, en la misma situación que yo. Sin que yo dijera una palabra en
voz alta, comenzaron a responder a mis pensamientos. Desde la oscuridad
oí una voz que me gritaba: «¡Cállate!». Mientras yo retrocedía otra me
gritaba: «¡Te mereces estar aquí!». Mis brazos se levantaron para
protegerme y pensé: «¿Dónde estoy?», y una tercera voz gritó: «¡Estás en
el infierno! ¡Ahora cállate!». Estaba aterrorizado, temía moverme, respirar
o hablar. Me di cuenta de que tal vez me merecía este lugar...
Había rezado [en la ambulancia] justo antes de morir, y le pedí a Dios
que me perdonara por mis pecados. Ya estaba llorando y le grité a Dios:
«¿Por qué estoy aquí, te he pedido perdón?, ¿por qué estoy aquí? He
vuelto mi corazón hacia ti, ¿por qué estoy aquí?».
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Entonces una luz brillante brilló sobre mí y literalmente me sacó de la
oscuridad.244
Ian se encontró rescatado por la luz de Jesús, al igual que Howard Storm.

¿Qué significan?
¿Estas personas están realmente en el infierno? No del todo porque, al igual
que en las experiencias en el Cielo, todas ellas volvieron a la vida. Estas
personas no murieron; probaron la muerte. Ellas ven lo que parecen ser
niveles de una vida posterior infernal. Recuerda, muchas personas que han
vivido una ECM encontraron una barrera o límite que sabían que no podían
cruzar o que no podían volver a la vida. Tal vez por eso todavía tenían la
capacidad de elegir: su elección no se «eternizaría» hasta que cruzaran
ese límite. Así que lo que la gente experimenta es una advertencia de la
realidad del infierno.
Jesús advirtió sobre el infierno tanto como enseñó sobre el Cielo. Enseñó
que Dios va tras las personas descarriadas como un pastor deja noventa
y nueve ovejas para encontrar la única oveja perdida: «De la misma manera,
no es la voluntad de mi Padre celestial que ni siquiera se pierda uno de
estos pequeños» (Mateo 18:14). Por eso Jesús dio su vida. «Dios quiere que
todas las personas se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Porque hay
un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo
Jesús, que se entregó a sí mismo en rescate por todos los hombres» (1
Timoteo 2:4- 6), para que «todo el que invoque el nombre del Señor se salve»
(Hechos 2:21).
Entonces, ¿por qué alguien acabaría en el infierno? Jesús dijo: «La gente
amaba las tinieblas en lugar de la luz porque sus obras eran malas» (Juan 3:19).
El académico de Oxford C. S. Lewis, un ateo convertido en creyente, se
enfrenta a la idea del infierno en su libro El problema del dolor y concluye que
Dios no envía a nadie al infierno: «Creo de buen grado que los condenados
son, en cierto sentido, exitosos rebeldes hasta el final; que las puertas del
infierno están cerradas desde el interior... [para] disfrutar para siempre de la
horrible libertad [de Dios] que han exigido».245

El comité de bienvenida del infierno


196
Howard Storm descubrió que no todos los «comités de bienvenida» son
benévolos, aunque puedan parecer amables al principio:

Hay tantos puntos de entrada al Cielo como individuos... Dios y los


ángeles, para el consuelo específico y la edificación inicial de esa persona,
crean individualmente cada ambiente…
Una persona desprovista del amor de Dios no puede ser acogida en el
viaje al Cielo. No se los deja solos. No están solos en la vida después de
la muerte. Tienen espíritus afines, personas que los esperan. Estos
espíritus afines son su comité de bienvenida, que los llevan a un viaje lejos
del amor y la luz de Dios. Para cada individuo hay un viaje único hacia el
abismo. No hay límite a su complejidad y a las profundidades de la
angustia. En este viaje la persona se embarca en un recorrido
interminable sin Dios. El infierno es la separación de Dios... La forma
en que se experimenta es proporcional a la vida del individuo. Dios no
intervendrá, y los ángeles no pueden intervenir porque esta ha sido la
elección del individuo. Dios respeta nuestra libertad de elección.246

Al pensar en ello, algunas personas con ECM positivas, si no hubieran


regresado, podrían haber estado experimentando los primeros pasos lejos de la
luz y el amor de Dios. Jesús enseñó que hay diferentes «niveles» o grados
de infierno dependiendo del tipo de vida que tenga una persona (Lucas
20:47). No creo que el hecho de que alguien le eche un vistazo al Cielo o un
vistazo al infierno es determinante para que acabe. Algunas personas parecen
tener una visita intencional de ambos, presumiblemente con el propósito de
inspirar y advertir a otros. Algunos cristianos como el Dr. Eby afirman que
Jesús les mostró un recorrido por ambos con este propósito.
El neurocirujano de Harvard Eben Alexander también se dio cuenta de que
estaba una especie de gran visión general del lado invisible y espiritual de la
existencia. Y como todo buen tour, incluía todos los pisos y todos los
niveles.247 Comenzó en un lugar que llama «la vista de la lombriz», que suena
más sofisticado que «el infierno», pero lo que describió es muy similar a lo que
otros llamaban «el pozo»:

Oscuridad, pero una oscuridad visible, como estar sumergido en el barro y a


la vez poder ver a través de él. O tal vez la gelatina sucia lo describe
mejor. Transparente, pero en un sentido borroso, claustrofóbico y
asfixiante... [Oí] el sonido del metal contra el metal, como si un herrero
subterráneo gigante estuviera golpeando un yunque en algún lugar en la
197
distancia: golpeándolo tan fuerte que el sonido vibra a través de la tierra, o
el barro, o dondequiera que estés...
Cuanto más tiempo permanecía en este lugar, menos cómodo me
sentía... Poco a poco, esta sensación de inmersión profunda, intemporal
y sin límites dio paso a algo más: una sensación de que no era
realmente parte de este mundo subterráneo, sino que estaba atrapado
en él. Rostros de animales grotescos salían del lodo, gemían o chillaban, y
luego volvían a desaparecer. Oí un ocasional y sordo rugido. A veces
estos rugidos se convertían en cantos tenues y rítmicos, cantos que
eran a la vez aterradores y extrañamente familiares... Mi tiempo en
este reino se extendió mucho, mucho. ¿Meses? ¿Años? ¿Eternidad?
Independientemente de la respuesta, finalmente llegué a un punto en el
que la sensación espeluznante superaba totalmente la sensación hogareña
y familiar. Cuanto más empezaba a sentirme como un yo, como algo
separado del frío, la humedad y la oscuridad que me rodeaba, más eran las
caras que surgían de esa oscuridad que se volvían feas y amenazantes. El
golpeteo rítmico en la distancia se agudizó y se intensificó, convirtiéndose
en el ritmo de trabajo de un ejército de trabajadores subterráneos con
aspecto de trolls, que realizaban una tarea interminable y brutalmente
monótona. El movimiento a mi alrededor se volvió menos visual y más
táctil, como si criaturas reptiles y gusanos pasaran a mi lado,
rozándome de vez en cuando con sus pieles lisas o puntiagudas.
Entonces me di cuenta de un olor: un poco a heces, un poco a sangre
y un poco a vómito. Un olor biológico, en otras palabras, pero de muerte
biológica... Me acerqué cada vez más al pánico. Sea quien sea, o lo que
sea, no pertenezco a este lugar. Necesitaba salir. 248

¿Dios es amor?
¿Por qué un Dios amoroso castigaría a la gente por la eternidad por un
número limitado de ofensas terrenales? Eso es lo que no tiene sentido para
la gente, pero yo no creo que eso sea lo que ocurre. Cuando pensamos que
somos criaturas temporales que son castigadas eternamente por ofensas
finitas, estamos equivocados. Somos, de hecho, criaturas eternas como los
ángeles. Pero a diferencia de los ángeles, se nos dan muchas oportunidades
finitas y temporales en la Tierra para elegir la vida en lugar de la muerte
eternamente (ver Deuteronomio 30:19-20).
¿Por qué un Dios amoroso permitiría tanta maldad, dolor y sufrimiento en esta
Tierra? Porque es una advertencia y una oportunidad para ¡elegirlo a él! Hay
algo mucho, mucho peor cuando elegimos seguirnos a nosotros mismos y lo
rechazamos como Dios. El infierno es Dios dando a las criaturas eternas
198
libres lo que quieren: libertad de él. Todos los sufrimientos y males de la
Tierra son para advertirnos.
Dios no creó el infierno para los humanos. Creó el infierno para los
ángeles eternos que eligieron gobernarse a sí mismos: el infierno es donde
ellos gobiernan. Actualmente, el Espíritu Santo mantiene nuestras
inclinaciones malignas en la Tierra a través de nuestras conciencias y ley (Juan
16:8). Por ahora, nuestras elecciones son temporales; pueden cambiar con
el tiempo. Cuando finalmente morimos, nuestras elecciones se vuelven
eternas. No es que no tengamos elección en la eternidad, sino que todas las
elecciones
«eternizadas» tienen ramificaciones eternas. Y recuerda: las personas
que vivieron una ECM no han muerto durante su experiencia, todavía pueden
elegir y encontrar el rescate. Pero ¿por qué no puede Dios simplemente llevar
a todos al Cielo, simplemente cambiarlos?

El Cielo de Hitler
¿Qué haría Dios con Hitler o con cualquiera que realmente no quiera
someterse al gobierno de Dios? ¿Obligarlo? ¿Quitarle el libre albedrío? Pero,
entonces, sería un esclavo, un prisionero en el Cielo, no un hijo amado. Si se
le dejara el libre albedrío, solo sería cuestión de tiempo hasta que
eligiera eternamente su voluntad sobre la de Dios, y sería expulsado del Cielo
al igual que los ángeles. Dios sabe todo esto, y esta Tierra está
perfectamente preparada para formarnos como hijos eternamente libres y
amorosos. Todo lo que tenemos que hacer es elegir seguirlo ahora. Pero, en
presencia de Dios,
¿no lo elegiría todo el mundo? ¡No!
Nancy Bush informa sobre una mujer judía a la que se le dio una elección
lo más clara posible. Describiendo su ECM, ella dijo: «Sé que todo sucedió,
y, sin embargo, lógicamente, no puedo explicar lo que pasó o, posiblemente,
no puedo aceptar la realidad, porque soy judía y no creo en Jesucristo. Solo
creo en Dios». Una noche de invierno nevada estaba con su marido y sus hijos
en el auto cuando chocaron de frente y se encontró fuera de su cuerpo, viendo
el accidente desde arriba.

Estaba en un círculo de luz. Miré hacia abajo en la escena del accidente.


Miré directamente al auto que chocó con el nuestro, y vi a una joven
199
mujer... y supe que estaba muerta. Miré dentro de mi auto y me vi atrapada e
inconsciente. Vi varios carros parar y a una señora que llevaba a mis hijos a
su auto... Oí a [mi marido] hablarme, y me vi sin moverme y sin
responder...
[Una] mano tocó la mía, y me volví para ver de dónde venía esa paz y la
serenidad y la sensación de felicidad, y allí estaba Jesucristo, es decir, tal
y como aparece en todos los cuadros, con su túnica blanca y su barba...
Y nunca quise dejar a este hombre y este lugar. Nunca miré o pensé de nuevo
en la escena del accidente o en la Tierra, hasta que la experiencia final
me impulsó a hacerlo.
Me llevaron alrededor de un pozo, porque quería quedarme con [Jesús] y
tomar su mano. Él me llevó de un lado de la felicidad a un lado de la
miseria. Yo no quería mirar, pero él me hizo mirar, y sentí asco, horror y
miedo. Era tan feo. La gente estaba ennegrecida y sudorosa y gimiendo de
dolor y encadenada a sus lugares. Tuve que atravesar la zona de vuelta
al pozo... Me guio hasta él, pero me hizo atravesarlo y supe que sería una
de esas criaturas si me quedaba, por lo que vi en el pozo. Sabía que si
elegía quedarme por el sentimiento más grande y sereno, solo tendría
miseria porque él no quería que me quedara.
Me incliné sobre el pozo, y este joven parecido a Jesús (tal vez era
el mismo Dios, o tal vez los cristianos no son tan peculiares como creo
que son) puso su mano en mi espalda mientras miraba hacia adentro. Allí
había tres niños llamando: «Mami, mami, mami, te necesitamos. Por
favor, vuelve con nosotros». Había dos niños y una niña. Los dos niños
eran mucho mayores que mis dos pequeños, y yo no tenía una niña...
Y entonces, de repente, estaba en el círculo de nuevo (su mano todavía en mi
hombro) y vi la escena del accidente de nuevo, y lloré porque no quería
dejarlo [Jesús], y entonces oí el llanto de mis bebés y vi a la señora que
los llevaba a su auto y supe que tenía que irme de ahí y volver con ellos.249

Ella sabía que tenía que volver y criar a sus hijos. Varios años después, tuvo
una niña, la niña que vio en el pozo. Lo curioso es que ni siquiera ver a Jesús
fue suficiente. Habiendo vivido eso, ella todavía dice: «Soy judía y no creo en
Jesucristo».250 Presumiblemente, Jesús no quería que se quedara porque lo
había rechazado. Tal vez ella tenía otra oportunidad. Jesús dijo: «Les aseguro
que los que escuchan mi mensaje y creen en el Dios que me envió tienen vida
eterna. Nunca serán condenados por sus pecados, sino que ya han pasado de la
muerte a la vida... Los muertos oirán mi voz, la voz del Hijo de Dios. Y los que
escuchen vivirán» (Juan 5:24-25 NLT). «Pero quien me rechaza a mí,
rechaza a [Dios] que me envió» (Lucas 10:16).
200
Dios no quiere que temamos la muerte o la condena. Él ha hecho que la
entrada al Cielo sea tan sencilla que cualquiera, en cualquier lugar, puede
invocar su nombre y ser salvado, y quedar bien con Dios (Romanos 10:13). La
única cosa que puede mantenernos fuera del Cielo es nuestro orgullo. ¿Qué
pasa con los que nunca han oído su nombre? En última instancia, no lo
sabemos. Pero sí sabemos que Dios mira el corazón, es justo, y la Escritura nos
dice que es por la fe, no por nuestras andanzas, por lo que una persona se salva
(Efesios 2:8-10).
La salvación no se encuentra en nadie más que en Jesús (Hechos 4:12);
sin embargo, muchas personas que nunca conocieron el nombre de Jesús
estarán en el Cielo (Abraham, Moisés y Rahab, según Hebreos 11). Los
«fieles» del Antiguo Testamento estarán allí por el pago de Jesús, pero ellos
vivieron antes de que su nombre fuera conocido (Mateo 8:10-12). Dios de
alguna manera aplicó el pago de Jesús (aún por venir) basado en su
fe en la luz y el conocimiento que tenían.
Tal vez él hace lo mismo para aquellos que nunca han oído su nombre.
«Los ojos de Yahveh escudriñan toda la Tierra para fortalecer a aquellos cuyos
corazones están plenamente comprometidos a él» (2 Crónicas 16:9 NLT). Y
Dios promete: «Si me buscáis de todo corazón, me encontraréis» (Jeremías
29:13 NLT). Él quiere que todos escuchen para que no teman la muerte ni al
juicio, sino que sepan que tienen vida con Dios ahora y para siempre (1 Juan
5:13). Pero si la fe nos hace estar bien con Dios, entonces ¿qué pasa con
nuestras buenas o malas acciones? ¿Importan? Por supuesto. Es hora
de explorar la revisión de la vida y las recompensas por una vida bien vivida.

228 Storm, My Descent into Death, 9-27.

229 Moody, Life after Life, 92.

230 Van Lommel, Consciousness Beyond Life, 29-30.

231 Sartori, The Near-Death Experiences of Hospitalized Intensive Care Patients, 18.

232 Storm, My Descent into Death, 94.

233 Holden, Greyson y James, eds., Handbook of Near-Death Experiences, 70, citado en Miller,
Near- Death Experiences as Evidence, 170. Miller da muchos otros estudios sobre ECM
infernales en las notas 30-31 de la p. 170.

201
234 Rawlings, Beyond Death’s Door, 8.

235 Ibídem, 94-95.

236 Haraldsson y Osis, At the Hour of Death, 90.

237 Ibídem, 90.

238 Ibídem, 67.

239 Nancy Evans Bush, Dancing Past the Dark: Distressing Near-Death Experiences (n. p.: Nancy
Evans Bush, 2012), edición Kindle, encontrado en: 605-19.

240 Ritchie y Sherrill, Return from Tomorrow, 68, 73-76.

241 Ibídem, 76.

242 Bush, Dancing Past the Dark, encontrado en: 676-79.

243 Ibídem, encontrado en: 682-88.

244 Sharkey, Clinically Dead, 24-25.

245 Lewis, Problem of Pain, 127.

246 Storm, My Descent into Death, 51-53.

247 Alexander, Proof of Heaven, 69.

248 Ibídem, 29-31.

249 Bush, Dancing Past the Dark, encontrado en: 706-35.

250 Ibídem, encontrado en: 706-7, 743-44.

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