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Parte 2
1
no lloro, no puedo comer mi cuerpo incendiando mi corazón lentamente.
Era solo un niño hurgando en el cajón de la abuela andaluza,
la capa misteriosa del vampiro degollar el espíritu malicioso.
De tu boca salieron verdes moscas revoloteando alrededor de mi cabeza,
logre estrellarme en un muro reduciendo la puerta del infierno,
conozco su interior, el horror indescifrable evacuando su caótica memoria.
Dios mío, no siento nada por tu creación que surgió tras el deseo roto del converso,
me hiere haber comido del abrupto pecado, ausculto como el odio de Dios regir la tierra.
Se empoza mi alma, marcha mi corazón de pie quebrando estos dos ojos de piedra,
estos dos lunares purpura mojándome mis canas,
La media luz omitir el sonido de las luciérnagas,
la potente espora de colibrí engrandece el asta viril de los manzanos.
El grito placentero se oía acariciar mi piel quemándose,
su desnudez en cada esquina reverbera en el oleaje del mar,
ella desea buscar el silencio en el pez que nada por tus venas,
morder mis labios, tomar de la brizna matutina el agua miel de las abejas.
Tomábamos tanto que desconocía la procedencia de tu aroma salir de tu cráneo,
bella prostituta del suburbio, tus penas eran mis penas,
tu labial, el humo intoxicando mis labios que aún pronuncian tu nombre.
El velo nocturno de mis quehaceres, y el amor que destruya lo que el viento le dejó
rondar obscuras callejuelas de impúdicas y precarias escenas pornográficas.
A ti mi señora que vienes cansada y después de un día ajetreado,
vuelves al mismo éxtasis que provoca tu sexo a cometer barbaridades sexuales.
Tomabas café por la mañana, sedienta por la infernal reseca del tropical tabaco habano,
un cuarto de deseos junto a mi gato Charles que maullaba y mordía mi mano.
Tanto que decirte de esa noche, conocí la muerte de frente y corrí despavorido,
el hada verde que me llenaba de lágrimas hasta romper tu boca a mordidas,
un puño de migajas de pan saciaban mi hambruna pegada a mis dientes,
así la muerte me tocaba mi corazón jadeante,
punzaba tanto, tanto que me perdía en la mísera urbanidad del calvario de Morthcha.
Adormitaba mi cansancio bajo la luz neón del hotel,
tanto que quisiera oír lo que mi almohada esconde bajo el sonido del negro océano,
me he tendido en la arena como barco robando lo más valioso de tu cuerpo.
La nube rosa pisaba el rio hasta romper los hombros de azucenas,
y el muy astuto enfermó para no herir la carne de su madre tierra,
lloró tanto como puedas imaginar,
el estallido quebrando los dientes de la media luna que se hizo resonar.
Estás lejos de mí, dijo el ingrato joven con la victoria rendida ante sus pies,
es inapelable conocer la totalidad del amor, llamándola carne y deseo,
volverse loco escribiendo la misma estupidez superficial.
Te rendiste a esa imagen que es un culto celado por los dioses,
y bien que recuerdo recoger nuestra hipocresía,
rendir respeto por aquel que nunca me curo de este mal que pudre mi cuerpo a pedazos.
Se grita la nueva alianza en busca de la innombrable muerte,
se incendia el laberinto obscuro plagado de langostas y cigarras carnívoras.
Tan solo resta ver el día caer como una piedra astillando los huesos del alma,
el olor de la muerte preside mi cuerpo atado a una cama,
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sangraré de pies a cabeza, transpiraré hasta el último latido de la luna.
Detesto llorar, temblar, no ser correspondido, seguir amándote,
un miserable de nada sirve, ya no me interesa hacerme el fuerte,
oh Dios, que exquisita abominación me ha llenado de odio,
clavarme sus garras, escupir sus ojos, quemar su carne,
sacar el laberinto desde el fondo de su alma,
pues una ramera no es digna de llamarse mujer.
Voy recogiendo partes de mi pueblo que aún navegan en la memoria de mis ancestros,
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escucho los gallos carcajearse en la telaraña rasgándome los ojos,
abro la ventana para que el sol no pueda llegar con sus cantos.
Viajo desde la llanura pastoreando un rebaño deletrear un pecado sin condena,
dejando un rastro como un caballo salvaje perdido en el bullicio del tiempo
viajo con quien pueda acompañar este viejo ermitaño que bebe y bebe hasta perderse en la noche.
Veo un horizonte que no abandona su madriguera,
se queja el viejo y vuelve a dormir hasta no despertar en el granero.
Los leones beben un rio de peces emergiendo de su insípida saliva rio arriba,
lo que persigue su mirada, el génesis apocalíptico midiendo su extensión imaginaria,
la noche enterrada rasguñando el tragaluz detrás de las pupilas,
es la muerte que viene por el viejo que ha despertado gritando ¡estoy borracho!
La amargura crepitar el agua de las plantas,
el silbido arando el aire hasta crujir los manzanos tiernos de sus ramas.
Abro mi boca y se oye una parvada desojar la noche llena de nidos,
una canción de cuna arrullar la estrella humeante decía el viejo agonizando,
la matriarca compasiva adentro su lenguaje en el laberinto de las bestias.
El velorio de la tierra inundo a lágrima suelta el sufrimiento de Minerva,
un soplo de mosca revoloteo un manojo de golondrinas santificar su aposento.
Vendo deseos para quien guste desafiar el ferviente deseo de escribir noche tras noche,
una patética ambición que muchos matarían sin ver su esfuerzo gramado en oro.
Esta es la palabra que viste de un cuerpo divino, inmaculado diría sin más que agregar,
la supremacía ejercida con la educación de un querubín ebrio de carne y sangre fresca.
¿Puedes imaginar estar solo?
puedes imaginar esto que sale de mi cabeza rota en dos,
un carruaje blanco atropella una ladera de piedras sobre mi pecho sangriento.
¿Esto es lo que sientes al morir?
Un dolor quebrar tus huesos y hastiado de él la resignación llegar,
sonrió inclinando mi cabeza en tu hombro,
te veo triste, marchita, muerta por dentro.
Quise conquistarte de nuevo, amarte como se ama realmente,
sonreír cual sea el problema, después de tanto así es la estúpida vida de los enamorados.
Así mi cuerpo se designa a perder su alma por la infinita gravedad de lo temible,
los gérmenes del pensamiento reúnen su potencia desencadenando una voz por hombre.
Una vanguardia expiatoria volverte un pendejo más de esta metamorfosis carroñera,
he vuelto a ser un niño, olfatear su carne, preñarla hasta vomitar la morfología unicelular.
Infectado por su propia mordida en busca del cordero sagrado,
el escarnio, ruin, ejecutor del ángel demoniaco,
el execrable inmundo caudillo del dios de la mentira,
el clamor del ígneo hombre de fuego cabalgando en la espalda de la noche,
una orquestal fiesta pagana musitando el canto de los mendigos,
una pequeña musa viste de negro con un bebe en brazos enfurecido por el diablo,
mi viejo sobrero hilado por el ojo más obscuro que sangra y sangra hasta unir nuestra carne,
entonces esta cruz derrite mis ojos amarrados al alma.
Una vela negra abriendo mis poros hasta derretir mis sesos,
una espada de fuego astillar todas las estrellas del cielo,
mi pequeño mundo de carne y hueso desarmando toda la luz que llevo dentro.
El sumo de la benevolencia recoge su cabellera sudorosa ante el pobre,
me espera un camino rechazado por el tiempo de sombra a sombra,
perdido en el encanto de la mariposa reina.
Desnudo ante ti, pequeña princesa horrorizando al pueblo entero,
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desnudo, buscando romper los signos del laberinto hasta sangrar mis ojos purpura.
Me desperté gritando ¡basta!
No fue fácil para mí detener la marcha del señor obscuro,
el anillo de fuego recorrer los siete reinos en busca del poder absoluto.
La voz del mar hace ya mil años,
romper su corazón a muerte en el bosque de las bestias,
el viento correr por los sauces, secando su víspera invernal,
temblorosos me nombran para acudir a la ofrenda de la diosa Minerva,
caminar por el húmedo rio negro a media luz de hombro a hombro hasta llorar.
Veo tu cuerpo flotar lentamente por sus orillas,
acunado por el seno de la madre naturaleza,
mientras ella despierta de un sueño raizado en el cielo de las hormigas.
Oh bello ángel del infierno, de largas alas puntiagudas y aspecto de un salvaje cerdo,
has quedado debajo de mi pie, roto, ensangrentado, de pies y manos gritando piedad una y otra vez,
y yo, con una corona de joyas te designo como el mismo hijo abandonado por Dios.
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Mi corazón empieza a gotear,
mi cabeza se empieza ahuecar,
la lluvia gotear por mis poros,
mi alma revuelve el agua del mundo,
sus cortinas se empiezan a manchar.
Yo un viejo decrépito robándole el oxígeno a la naturaleza,
el viento llora sin cesar,
la muerte deshuesa la noche a mordiscos,
yo, el emperador del mundo, me discrimino por ser un allegado del hombre.
Cuando no existía la humanidad,
solo entonces entendí,
que la miseria es la ignorancia que inundaba mi pueblo infestado de piojos.
Yo, un marsupial, dejé caer el sol ésta piedra incandescente,
descalabrando la humanidad con mis versos divinos,
me pregunté una serie de cosas que rondaban por mi lengua hasta escupirlos,
era yo convertido en un animal babeando la sangre estancada en mis encías,
una aberración sin principios morales.
Qué puedo decir acerca del hombre que destruye todo lo que pisa a su alrededor.
Vi la bestia bajar con dos ángeles en cada lado,
con una espada sulfurando el fuego del yugo.
Yo la bestia que puede controlar los espacios hasta adentrarme en la conciencia inaudita,
yo que puedo decir que es, más y menos, involuntariamente para atestiguar sus crímenes.
Yo sentado en esta pila de huesos enumerando su destino en cada anillo despiadado,
el sultán de la corona, el dictador que todo lo puede, el hijo de puta que todos conocen.
Véanme, siéntanme, perjúrenme que su especie quedará sepultada en lo remoto de mi conciencia,
aliméntenme, díganme, pídanme, que os daré la respuesta que decaerá en la humanidad…