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Ecocrítica material: materialidad,

agencia y modelos narrativos*1


Serenella Iovino
Serpil Oppermann

La proliferación de estudios dentro del movimiento intelectual conocido como


“nuevos materialismos” muestra que un giro materialista está constituyéndose como
un paradigma importante en las humanidades ambientales. Extendiéndose desde los
estudios sociales y científicos, feminismo, hasta la antropología, geografía, filosofías
ambientales y estudios de la animalidad, este enfoque trae nuevas formas de conside-
rar la materia y las relaciones materiales que, unidos a la reflexión sobre la agencia,
el texto y la narratividad, impactarán en la ecocrítica de un modo sin precedentes.
Teniendo en cuenta la importancia de este debate, queríamos delinear para los
lectores de Ecozona un mapa introductorio del nuevo paradigma e introducir lo
que podría llamarse “ecocrítica material”. Señalaremos las que consideramos son
sus características principales, situándolas en los horizontes conceptuales de los
nuevos materialismos. A partir de este esquema genealógico, examinaremos las re-
definiciones de conceptos como materia, agencia, discursividad e intencionalidad,
en vistas de sus efectos en el ecocriticismo y en función de sus perspectivas éticas.

1. El horizonte conceptual del giro materialista


Especialmente en las humanidades, los nuevos materialismos (significativa-
mente en plural) incorporan concepciones de diversas fuentes. Inaugurados por
campos de investigación surgidos de las ciencias sociales, y particularmente por
debates recientes en el feminismo y en los estudios científicos feministas, cubren
una vasta y transversal serie de disciplinas.2 En todos estos campos, la reconside-
ración de la materialidad se asocia con los desarrollos del siglo XX en las ciencias
naturales y con los cambios radicales que afectaron nuestros entornos en las últimas
décadas. En particular, esta reconsideración se caracteriza por un interés específico
por los “paisajes de interacción de fuerzas biológicas, climáticas, económicas y
políticas en última instancia incartografiables” (Alaimo, Bodily, 2).
Particularmente en las humanidades y en las ciencias sociales, este renacimien-
to neo-materialista llega luego de un período de desestimación de la materialidad
como resultado principal del así llamado “giro lingüístico”, es decir, la idea de que
el lenguaje construye la realidad.3 Uno de los puntos clave del “giro materialista”
es la pronunciada reacción contra algunas líneas radicales del pensamiento post-
moderno y postestructuralista que supuestamente “desmaterializaron” el mundo en
pos de construcciones lingüísticas y sociales. Así pues, la nueva atención presta-
da a la materia ha enfatizado la necesidad de reconsiderar el carácter concreto de
los campos existenciales, teniendo en cuenta tanto la dimensión corporal como las
relaciones no binarias entre objeto y sujeto. En términos cognitivos, esto implica
poner en cuestión las representaciones del dualismo cuerpo-mente. Inspiradas en
abordajes intelectuales como la “autopoiesis” de Maturana y Varela y la ecología
de la mente de Gregory Bateson, algunas líneas de los nuevos materialismos inter-
pretan el mundo no como un conjunto de procesos objetivos, sino como un “tejido

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de experiencia [...] densamente entretejido” (Abram, 143), habilitando asimismo


nuevas perspectivas en los campos relacionados con los sistemas de signos no hu-
manos, como por ejemplo la bio- y eco-semiótica.4
En los debates ambientales, el giro material también asumió diversas formas e
instancias. Puede señalarse un momento determinante en la discusión acerca de los
“feminismos materiales”. Editado por Susan Hekman y Stacy Alaimo, los ensayos
incluidos en el volumen Material feminisms (2008) hacen mucho hincapié en dos
puntos que serán recurrentes en las discusiones posteriores del eco-materialismo.
El primero de estos puntos es la necesidad de rescatar el cuerpo de la dimensión
del discurso y de concentrar la atención en las experiencias y prácticas corporales
(donde por “cuerpo” no se entiende sólo el cuerpo humano sino los entrelazamien-
tos concretos de “naturalezas” plurales, tanto en los ámbitos de lo humano como
de lo más-que-humano). El segundo punto es la necesidad de responder al giro lin-
güístico con estrategias práctico-teóricas que intentan superar el quiasmo entre el
construccionismo cultural y la materialidad de las naturalezas y los cuerpos. Estas
cuestiones admiten ser reformuladas en los siguientes términos: ¿cómo se define el
campo de nuestra experiencia de las naturalezas materiales? Y, en segundo lugar,
¿cómo se correlacionan las prácticas discursivas (bajo la forma de categorías polí-
ticas, construcciones sociolingüísticas, representaciones culturales, etc.) con la ma-
terialidad de las relaciones ecológicas? ¿Sobre qué base es posible conectar estos
dos niveles –el material y el discursivo– en un sistema no dualista de pensamiento?
Mientras las teóricas feministas desplazan sus análisis desde el determinismo
biológico y el construccionismo lingüístico hacia una teoría cultural inspirada por
los conocimientos de las ciencias naturales y la economía política, otros pensadores
cuestionan los límites de la agencia, y proponen volver a indagar en las infiltracio-
nes humano/no-humano considerando la “inherente creatividad” de la materia (De
Landa, 16). También es importante notar que mientras que los enfoques sociológi-
cos de la materialidad consideran el rol de la “agencia material” en las relaciones
sociales, los enfoques ambientales se concentran más en las “posibilidades éticas y
políticas” que “emergen de la zona de contacto literal entre la corporalidad humana
y la naturaleza más-que-humana” (Alaimo, Bodily, 2).
La idea de que la materia tiene agencia es de importancia capital en los nuevos
materialismos. Contra las visiones que asocian agencia a intencionalidad y, en con-
secuencia, a inteligencia humana, la afirmación de que los objetos materiales actúan
con efectividad es una manera de “[absolver] a la materia de su larga historia de aso-
ciación al automatismo o mecanismo” (Bennett, Vibrant 3). Por lo tanto, la verdadera
dimensión de la materia no es la de una sustancia o ser estático y pasivo, sino la de un
devenir generativo. Esto es evidente, por ejemplo, en la teoría del “realismo agencial”
desarrollado por la pensadora feminista y física cuántica Karen Barad –una de las
principales figuras de los nuevos materialismos–, en su innovador trabajo Meeting
the Universe Halfway (2007). De acuerdo a Barad, la realidad es un entrelazamiento
simétrico de procesos materiales y discursivos. Aquí la palabra ‘materia’ “no refiere
a una propiedad inherente y fija de objetos que existen de manera independiente”;
antes bien, concede Barad, “‘materia’ refiere a los fenómenos en su materialización
en curso” (Meeting, 151). En otras palabras, la materia “no es una tabla rasa” ni es
“inmutable o pasiva”, sino que es “un hacer, una coagulación de agencia”; y Barad
lo llama “un proceso estabilizante y desestabilizante de intra-actividad iterativa”
(Meeting, 151). Por añadidura, ella reivindica que “la materia no es ni fija y dada, ni
el mero resultado final de distintos procesos. La materia es producida y productiva,
generada y generativa. La materia es agentiva, y no una esencia o propiedad fija de
las cosas” (Meeting, 137). Con la premisa de una materia intrínsecamente “agentiva”,
Barad propone una teoría de realismo agencial –una visión onto-epistemológica de
la realidad– en tanto proceso continuo que involucra simultáneamente (“intra-activa-
mente”, en la terminología de Barad) materia y sentidos, y donde materializaciones

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Ecocrítica Material: Materialidad, agencia y modelos narrativos

[embodiments] y formas co-emergen en un campo de existencia unitario.


En los debates eco-filosóficos, la cuestión de las interacciones materiales de
cuerpos y naturalezas ha sido trabajada por un buen número de publicaciones desa-
fiantes. Además de la ya mencionada colección Material Feminisms y Meeting the
Universe Halfway de Barad, dichas publicaciones incluyen The Mangle of Practi-
ce (1995) de Andrew Pickering, The Enchantment of Modern Life (2001) de Jane
Bennett, How Scientific Practices Matter (2002) de Joseph Rouse y Love of Matter
(2003) de Freya Mathews. Más recientemente, esta línea temática se ha visto en-
riquecida por nuevos títulos, como New Materialisms de Diana Coole y Samantha
Frost, Bodily Natures de Stacy Alaimo, Vibrant Matter de Jane Bennett, The Ma-
terial of Knowledge de Susan Hekman, Becoming Animal de David Abrams (todos
publicados en 2010) y Quantum Anthropologies (2011) de Vicky Kirby. El horizon-
te cultural de estos trabajos es multifacético. En algunos casos, a pesar de declarar-
se escépticos respecto de ciertas formas extremas de reduccionismo cultural, el pro-
yecto de reconceptualizar la materialidad se embarca en una conversación crítica
pero constructiva con el postmodernismo. Incluso si el constructivismo lingüístico
en última instancia no pudo “llevar la dimensión material a la teoría y la práctica”
(Hekman, 2), el giro hacia lo lingüístico y lo discursivo se ha mostrado “enorme-
mente productivo” en tanto y en cuanto “ha fomentado análisis complejos de las
interconexiones entre poder, saber, subjetividad y lenguaje” (Alaimo y Hekman, 1).
En consecuencia, el postmodernismo es considerado como un desafío y como un
legado. Este desafío, aceptado en particular por los feminismos materiales, consiste
en “construir antes que abandonar las lecciones aprendidas en el giro lingüístico”,
tratando de llevar a cabo el propio proyecto del postmodernismo: “deconstruir la
dicotomía lenguaje/realidad definiendo una posición teórica que no privilegie ni
el lenguaje ni la realidad, sino que antes bien explique y se apoye en su íntima
interacción” (Hekman, 3).5 De hecho, la deconstrucción de la dicotomía entre lo
real y lo discursivo es precisamente la característica más distintiva del pensamiento
postmoderno. Como la crítica y teórica posmoderna Linda Hutcheon explica con-
vincentemente, “los discursos posmodernos reivindican tanto la autonomía como
la mundanidad” (46). El rol del postmodernismo en el discurso de la ecocrítica ma-
terial merece, entonces, un estudio más detallado. El postmodernismo reconoce las
interrelaciones problemáticas entre lo ontológico y lo epistemológico bajo el modo
de una auto-reflexión crítica. De este modo, llama la atención sobre el compromiso
constitutivo de los sistemas discursivos humanos con el mundo material, a la vez
que considera acerca de la complicidad entre nuestras formulaciones discursivas y
el mundo material. Cuestionando las bases de nuestras actitudes morales y cómo
son “incrustadas en nuestro lenguaje” (Elliott, 160), el postmodernismo se concen-
tra firmemente en hallar modos integrales de pensar no sólo el discurso y la materia,
sino también las naturalezas humanas y no humanas en conjunto. Esta versión del
postmodernismo, que tiene en cuenta que lenguaje y realidad, naturaleza y cultura,
y prácticas discursivas y mundo material están entramados de forma compleja, es
conocida como “postmodernismo ecológico”. En una palabra, propone un punto de
vista según el cual la naturaleza es reanimada, en un nivel fundamental. Recono-
ciendo la vitalidad de las cosas en todo proceso naturo-cultural, y la coextensividad
de lenguaje y realidad, el postmodernismo ecológico percibe a la naturaleza como
primariamente constituida por fenómenos interactuantes e interrelacionados. Su in-
tención de “re-encantar” la realidad, alegando que todas las entidades materiales
–incluso los átomos y las partículas subatómicas– tiene algún grado de experiencia
sensible y que todas las cosas vivientes tienen su propia agencia, es esencial en la
constitución de los nuevos enfoques materialistas, especialmente en aquellos que
ponen el acento en la ontología y la política.6 Los principales pensadores postmo-
dernos (Deleuze y Guattari, por caso) consideran los territorios humano y no-hu-
mano como una y la misma realidad esencial, y en consecuencia se acercan al pen-

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samiento ecológico postmoderno que no sólo se encuentra entre las características


destacadas de los nuevos materialismos sino también de la ecocrítica materialista.7
En cualquier caso, las perspectivas teóricas y las referencias históricas del giro
material van mucho más allá de su relación con el postmodernismo. De hecho,
los trabajos que hemos mencionado reinterpretan de formas diversas importantes
tradiciones de pensamiento que incluyen el atomismo griego, la filosofía del Re-
nacimiento, Spinoza, Bergson, Merleau-Ponty y teóricos contemporáneos de los
estudios científicos y las ciencias sociales, como Bruno Latour, Donna Haraway,
Ulrich Beck y Manuel De Landa, como así también físicos cuánticos, filosofía del
proceso y líneas conceptuales como la Teoría Actor-Red, el realismo agencial y la
ontología orientada a objetos.8
En sus multifacéticos marcos y referencias conceptuales, los trabajos de estos
autores y sus perspectivas especulativas constituyen el horizonte intelectual de la
ecocrítica materialista. Una característica común aquí es el intento por desarrollar
una estructura teórica integral para cuestiones relacionadas con el ser, el saber y el
hacer, que resulte así en la interconexión –típica para muchos de estos pensadores–
entre ontología, ética/agencia y epistemología. De hecho, al extender la categoría
de agencia más allá del ámbito de lo humano, demuestran de diversas maneras el
parentesco entre afuera y adentro, mente y mundo, abarcando vida, lenguaje, mente
y percepción sensorial en una perspectiva no dualista.

2. Ecocrítica materialista: materia, sentido y narratividad


La agencia de la materia, la interacción entre lo humano y lo no humano en un
campo de efectualidad distribuida y de dinámicas materio-discursivas integradas, son
conceptos que influencian profundamente las ideas de narratividad y texto. Si la ma-
teria es agencial y capaz de producir sus propios sentidos, toda configuración mate-
rial, desde los cuerpos hasta sus contextos vitales, “dice”, y por lo tanto puede ser ob-
jeto de un análisis crítico inspirado en la búsqueda de sus historias, sus interacciones
materiales y discursivas, su lugar en la “coreografía del devenir” (Coole y Frost, 10).
La ecocrítica materialista propone básicamente dos modos de interpretar la agencia
de la materia. El primero se focaliza en el modo en que las capacidades agenciales
de la materia (o de la naturaleza) no humana son descritas y representadas en textos
narrativos (literarios, culturales, visuales); el segundo modo se focaliza en el poder
“narrativo” de la materia para crear configuraciones de sentido y sustancias que, junto
a las vidas humanas, ingresan en un campo de co-emergencia de interacciones. En
este último caso, la materia en sí misma se convierte en un texto donde se inscribe y
produce la dinámica de una agencia “difusa” y una causalidad no lineal.
Respecto de las representaciones de las potencias agenciales de la naturaleza,
pueden encontrarse ejemplos en prácticamente toda la tradición literaria. Un pasaje
memorable de Call It Sleep (1934) de Henry Roth, por ejemplo, captura el poder
de la electricidad como agencia material que, para usar las palabras de Jane Ben-
nett, invita a una “atención imaginativa dirigida a la vitalidad material” (Vibrant, 19):
“¡Potencia! Increíble, / ¡bárbara potencia! Un estallido, una sirena de luz / en él, que
desgarra, estremece, funde su / cerebro y su sangre con una fuente de llamas, / vastos
cohetes en un diluvio abrasador! ¡Potencia! (419).9 Estas líneas resuenan de un modo
sorprendente con la descripción que el escritor (e ingeniero) italiano, Carlo Emilio
Gadda, hace del “itinerario catastrófico” de la caída de un relámpago entre dos vi-
gas de un techo en su inacabada novela “barroca” La cognizione del dolore (1963).
En la prosa de Gadda, las cosas no solo tienen una vitalidad natural y salvaje, sino
que tienen rasgos proto-personales, exhibiendo, por tanto, potencia agencial [agen-
tic power]: desde el relámpago (“este maldito callejero”, 568) hasta los pararrayos
[rods], descritos como traviesos y en misteriosa meditación, todo está extrañamente
vivo y listo para desencadenar consecuencias materiales inesperadas en el mundo

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Ecocrítica Material: Materialidad, agencia y modelos narrativos

que comparten con los humanos y con otras presencias no humanas.10 Otro ejemplo
sorprendente de la agencia material que puede citarse para ilustrar la vibratoriedad
[vibrancy] de lo no humano proviene de la obra de Thomas Hardy, The Return of the
Native. En su empática corporalidad, en esta novela Egdon Heath se destaca como
una poderosa agencia no humana que desafía todos los intentos humanos por con-
trolar sus fuerzas. Egdon Heath es un paisaje de carácter fuerte, que interactúa con
figuras humanas al modular dinámicas de evolución natural y cultural complejamente
estructuradas. Desplegando una agencia vibratoria que afecta la vida humana y no
humana desde tiempos inmemoriales, Egdon Heath es cercano, en su efectualidad,
a aquellos seres que Bruno Latour llama “actantes”.11 El lugar, de hecho, se inscribe
en mitos y leyendas, y en las vidas de la gente que mora allí, produciendo una intra-
actividad materio-semiótica que Hardy describe así: “Cuando mejor se le sentía era
cuando no se le podía ver con claridad, y su efecto y explicación plenos residían en
esa hora y las siguientes hasta el amanecer del nuevo día; entonces, y sólo entonces,
revelaba su verdadera historia” (53). La descripción literaria realizada por Hardy de
esta fuerza agencial es significativa en cuanto que Egdon Heath “actúa” como un ser
sintiente en equivalencia con los actos intencionales y la inteligencia humanos. Por
ejemplo, “escucha” y “espera algo” en previsión de una crisis; es consciente de ser un
sitio que “regresaba a la memoria de” los seres humanos que actúan en congruencia
con él, y está claramente investido de cualidades de lo que Hardy llama una “forma
titánica” con la “frente de un atlante” (54). En tanto “lugar [que] guardaba perfecta
correspondencia con la naturaleza humana” (55), Egdon Heath es un ejemplo narrati-
vo expresivo que produce el guión de su propia historia material de imprevisibilidad
y da cuenta de su co-constitución con los actores humanos. Los sujetos humanos son
aquí una “parte orgánica de toda esa estructura inmóvil” (63). Un ejemplo literario
similar es el Río Congo tal como es descrito por Joseph Conrad en El corazón de la
tinieblas: “Allí está, delante de ti .... sonriendo, frunciendo el ceño, tentador, grande,
infame, insípido o salvaje” (14) -las cualidades más evidentes asociadas a la agencia.
La agencia material también se manifiesta en las narrativas del mar tal como son
relatadas por el Pescador de Halicarnaso, un escritor turco (Cevat Şakir Kabaağaçlı)
que escribió acerca de la flora y fauna específicas de la península de Bodrum en su
unión con las costas del Egeo y el Mediterráneo de Turquía. Sus historias subrayan
las fronteras porosas entre las creaturas marinas y los sujetos humanos. El mar,
en tanto agente no humano pulsante, funciona como una fuerza vital. El Pescador
llama la atención sobre los asociaciones agenciales [agentic assemblages] de las
magníficas fuerzas de la naturaleza a su alrededor, y narra cómo su imaginación
material12 fue trabajada por sus efectos para contar la historia de la co-existencia de
la vida humana y no humana en el proceso de evolución de las costas turcas del Me-
diterráneo: “Este cielo azul profundo del sur de Anatolia, su violeta marino, luz y
tierra nutrieron diversos árboles, frutos, flores, seres humanos y civilizaciones. Es-
tas historias, también, son producto de esas paradisíacas manos, montañas, pastos,
costas, rocas salvajes, ruinas y mares abiertos. Dedico todas las historias a ellos”
(Prólogo a A flower Left to the Aegean Sea).13 Estas líneas están en consonancia
con los poemas Mediterráneos del premio Nobel de literatura Eugenio Montale,
una sección de su famosa colección Ossi di seppia (1925). En estos poemas que,
como ha señalado Anna Re, están “entrecruzados por la emergencia del lenguaje
y la ley” (100), el poeta es llamado a ser testigo del mar, un “padre” que habla su
lengua de “palabras saladas”. El mar Mediterráneo, que no solo simbólicamente,
sino también evolutivamente está vinculado a lo humano, de hecho es aquí un padre
material -un padre hecho de sal, agua, piedras y antiguas e innumerables formas
vivas- cuya “fría e intemporal voluntad” es una fuerza encarnada e inmanente, to-
talmente independiente y sin embargo entrelazada con el destino de lo humano.14
El Mediterráneo, Egdon Heath y el Río Congo son ejemplos de agentes eco-
lógicos no humanos que se proyectan como “formas textuales” de la materia que

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pensamiento de los confines

cuentan sus historias a través de la imaginación material de sus pares humanos.


Crean una poderosa visión de cómo la materia y el sentido se constituyen mu-
tuamente. El paisaje, el río y el mar provienen todos de un mundo material, que
recibe su forma tanto de historias como de fuerzas físicas. Estos ejemplos dan
cuenta de que los textos literarios pueden comprometerse activamente con la ma-
terialidad en diversas formas. Pero quizás ejemplos más sorprendentes pueden
encontrarse en la menos conocida novela inglesa del siglo XVIII, que se ocupa de
la materia en su forma presuntamente inorgánica. Aquí la materia actúa como la
auténtica encarnadura de la significancia y como productora de sentido en la vida.
En obras como History and Adventures of an Atom (1769) de Tobias Smollett,
The Adventures of a Watch (1788) y The Adventures of a Cork-Screw (1775) de
Joseph Addison y Richard Steele, Chrysal or the Adventures of a Guinea (1760)
de Charles Johnstone, Adventures of a Hackney Coach (1781) de Dorothy Kilner
y The Adventures of a Bank-Note (1770-71) de Thomas Bridges, los objetos (pan-
talones, billetes, tabaqueras, libros, pelucas, bastones, monedas, sombreros, etc.),
así como también animales (gatos, perros falderos, monos e insectos) figuran
como personajes centrales que exhiben capacidades agenciales y parecen estar
dotados de conciencia e incluso pensamiento. Narran sus historias y, llamativa-
mente, no a lectores humanos sino a sus colegas “cosas”. Por ejemplo, “la señora
chinela habla al zapato de señora, y el chaleco se dirige a la enagua” (Festa, 114).
Esta es una instancia narrativa en que se hace manifiesto cómo materia y sentido
pueden entrar en un juego de significación para producir relaciones intra-activas
entre lo humano y lo no humano, sujeto y objeto.
Estos pocos ejemplos fueron elegidos, entre muchos otros, por dos razones
fundamentales: la primera es la clara confluencia entre materia y agencia, y sus
repercusiones discursivas y narrativas; la segunda es el rol del antropomorfismo y
las técnicas narrativas antropomorfizantes en el marco conceptual de la ecocrítica
materialista. Vale la pena examinar más detenidamente este último punto. En el
contexto de la ecocrítica materialista, la humanización de cosas, lugares, elementos
naturales, animales no humanos, no es necesariamente el signo de una visión an-
tropocéntrica y jerárquica sino que puede considerarse como un recurso narrativo
orientado a subrayar la potencia agencial de la materia y la horizontalidad de sus
elementos. Concebido desde una perspectiva crítica, las representaciones antropo-
morfizantes pueden revelar semejanzas y simetrías entre lo humano y lo no huma-
no. Así, en lugar de enfatizar divisiones categóricas, el antropomorfismo potencial-
mente “trabaja contra el antropocentrismo” (Bennet, Vibrant, 120). Como sugiere
Bennett, “[un] poco de antropomorfismo … puede catalizar una sensibilidad que
encuentra un mundo colmado no sólo de seres (sujetos y objetos) de categorías
ontológicamente diversas sino también de variadas materialidades compuestas que
forman confederaciones. Al mostrar semejanzas a través de las divisiones catego-
riales e iluminar paralelos estructurales entre formas materiales de la ‘naturaleza’ y
aquellas de la ‘cultura’, el antropomorfismo puede revelar isomorfismos.” (Vibrant,
99).15 Esto se torna evidente cuando pensamos en sistemas de signos no humanos,
como el caso de la biosemiótica. También el lenguaje de la biosemiótica es aparen-
temente antropomórfico, pero observar la capacidad productora de signos como un
rasgo distribuido en todos los sistemas vivientes es un modo de revelar semejanzas,
isomorfismos y relaciones materiales. Cuando leemos, por ejemplo, que “la pareja
organismo-ambiente es una forma de conversación, y la evolución misma es un
tipo de narrativa de desarrollos conversacionales”, una “especie de juego [...] y
educación de formas de la vida” (Wheeler, 1226), vemos que los patrones aparente-
mente antropomórficos pueden ser funcionales a una estrategia heurística orientada
a revelar los vínculos y conexiones entre los mundos humano y no humano. La
relación entre los seres humanos y no humanos, desde este punto de vista, no está
meramente nivelada, sino reestructurada en términos de complejidad.

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Ecocrítica Material: Materialidad, agencia y modelos narrativos

Siguiendo y extendiendo las líneas de estos “paralelos estructurales”, la ecocrí-


tica materialista arroja luz no solo en el modo en el que la materia agencial es narra-
da y representada en textos literarios, sino en la potencia “narrativa” de la materia
misma. Desde esta perspectiva, la materia, en todas sus formas, se convierte en un
sitio de narratividad, una materia-con-historias [storied matter], encarnando sus
propias narrativas en las mentes de los agentes humanos y en la estructura misma
de sus propias fuerzas auto-constructivas. A la luz de esta interpretación de la eco-
crítica materialista, la materia misma se convierte en texto.16
Considerar la materia “como un texto” implica poner en cuestión la idea misma
de texto. El texto, para la ecocrítica materialista, incluye tanto las construcciones ma-
terio-discursivas humanas como las cosas no humanas: agua, tierra, piedras, metales,
minerales, bacterias, toxinas, comida, electricidad, células, átomos, todos los objetos
y lugares culturales. El rasgo característico de estas configuraciones materiales es
que no están hechas de elementos simples, aislados entre sí. Por el contrario, forman
complejos tanto naturales como culturales y, en muchos casos, la agencia y el sentido
humanos están profundamente entrelazados con la agencia y el sentido que surgen
de esos seres no humanos. Del mismo modo que Deleuze y Guattari, Latour llama a
estas intersecciones materiales y discursivas “agenciamientos” [assemblages] o “co-
lectivos”. En su capacidad agencial están inextricablemente conectados con nuestras
vidas, y en la mayoría de los casos (como átomos, moléculas, bacterias, toxinas, etc.)
son parte de nuestros cuerpos, de nuestro “yo material”. Considerando la continuidad
(la intra-acción, diría Barad) de lo humano y lo no humano en esta dinámica abierta
y en progreso, la ecocrítica materialista se aboca a las historias y las potencialidades
narrativas que se desarrollan desde el devenir de la materia.17
Las fronteras de este discurso se abren a la exploración de un amplio conjunto
de elementos de la naturaleza y también de los desechos y la basura generados por
la cultura, que son manifiestamente “vibrantes” y tienen “trayectorias, propensio-
nes o tendencias propias” (Bennett, Vibrant Matter, viii). Estas “cosas” son, como
afirma Bill Brown (el exponente de la “Teoría de la Cosa”), semánticamente irre-
ductibles a objetos (3). “Hablan” en un mundo de procesos de interacción múltiple,
como el cambio climático o los sistemas de producción y consumo del capitalismo
global, involucrando prácticas geopolíticas y económicas y recordándonos, así, que
“lo lingüístico, lo social, lo político y lo biológico son inseparables” (Hekman, 25).
En otras palabras, las dimensiones corporales de las agencias humana y no humana,
sus representaciones literarias y culturales, son inseparables del mismísimo mundo
material en el cual intra-actúan. En un sentido profundo, las configuraciones de la
materia siempre despliegan “una danza que pone en acción” [enactive] (Morton,
28) indicando que nuestras prácticas de conocimiento, nuestras historias y narra-
tivas forman parte de “procesos naturales de compromiso y [...] parte del mundo”
(Barad, Meeting, 331-32). Esto supone una co-implicación sustancial entre conocer
y ser. Como explica Barad: “No obtenemos conocimiento parándonos fuera del
mundo; conocemos porque “nosotros” somos del mundo. Somos parte del mun-
do en su devenir diferencial” (“Posthumanist”, 147). Desde esta perspectiva, más
allá de cuán grande pueda ser la diferencia entre el sí mismo humano y la agencia
material, el mundo pasa a estar constituido por múltiples intra-acciones de dicho
“devenir diferencial”. Este es un modelo en que la realidad se crea a través de una
inevitable colaboración entre diferentes agentes.
La ecocrítica materialista, en nuestra opinión, rastrea la expresión artística y
cultural de estas perspectivas, abriendo posibilidades textuales de la materialidad
creada en el arte, la cultura y la literatura. En su análisis transversal de la mate-
rialidad y de las “historias en curso” [ongoing stories] materiales, considera los
potenciales culturales y literarios que emergen de un ambiente natural en el cual los
agentes humanos co-existen y co-actúan con organismos biológicos que exhiben
capacidades agenciales. Pero no sólo eso: yendo más allá del dominio de lo “bioló-

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pensamiento de los confines

gico”, reubica a la especie humana en vastos ambientes naturo-culturales de fuerzas


materiales inorgánicas, tales como la electricidad, los campos electromagnéticos,
los metales, las piedras, el plástico y la basura.
Esto nos conduce a una consideración ulterior. Si la encarnadura es el sitio en el
que una “materia vibrante” performa sus narrativas, y si la corporalización [embo-
diment] humana es un problemático entrelazamiento de agencias, entonces el cuer-
po resulta un tema privilegiado para la ecocrítica materialista. Tal como el debate
en torno a los feminismos materialistas ha subrayado convincentemente, la materia
corporal abre los patrones de la agencia a la interacción estructural entre lo humano
y lo no humano, siendo por ende crucial ir más allá de la idea de la materia “inerte”
que se postula como la antítesis de la libre agencia humana. Además, muestra cómo
el sí mismo material no es una realidad independiente, “encapsulada” y circuns-
crita. El sí mismo material, en cambio, vive en “un mundo sostenido por confede-
raciones queer” (Haraway, 161) en el cual lo humano está siempre entremezclado
con presencias extrañas [alien]. Como señala lúcidamente Jane Bennett: “Una pue-
de invocar las colonias de bacterias en los codos humanos para mostrar cómo los
sujetos humanos son no humanos, extraños [alien], están fuera de la materialidad
vital. Una puede hacer notar que el sistema inmune humano depende de lombri-
ces parásitas helmintos para un correcto funcionamiento o citar otras instancias
de nuestra cyborguización para mostrar cómo la agencia humana es siempre una
asociación de microbios, animales, plantas, metales, químicos, palabras-sonidos, y
cosas por el estilo.” (Vibrant, 121). En un sentido eco-narrativo más específico, el
cuerpo revela las interferencias recíprocas de organismos, ecosistemas y sustancias
de factura humana (esas que Alaimo llama “xenobióticas”).18 En consecuencia, es
un “colectivo” de agencias y un palimpsesto material en el que se inscriben relacio-
nes ecológicas y existenciales “en términos de florecimiento o [...] decaimiento”.
(Wheeler, 12). Esto se vuelve muy evidente cuando “individuos y colectivos deben
lidiar no sólo con la materialidad de sí mismos, sino también con los frecuente-
mente invisibles y peligrosos paisajes de la sociedad del riesgo”. (Alaimo, Bodily,
17). El concepto de “trans-corporalidad” de Alaimo es muy significativo aquí.19 La
trans-corporalidad -un “movimiento a través de los cuerpos” (Bodily, 2) tal como lo
define Alaimo- es un modelo de concurrencia dinámica, permeabilidad y “agencias
interconectadas”. (Bodily, 21) de sustancias materiales y prácticas discursivas. Su-
brayando el rol de las habitualmente indetectables fuerzas materiales, o “flujos de
sustancias [...] entre gente, lugares y sistemas económico-políticos” (Bodily, 9), la
trans-corporalidad complementa la visión ecológica convencional de acuerdo a la
cual todo está conectado con todo. El concepto de Alaimo provee un entendimiento
interpretativo más completo no sólo de las narrativas de la salud y el riesgo ambien-
tales, sino también de cada una de las dinámicas que tienen lugar en lo que Nancy
Tuana ha llamado “una ontología interaccionista”, concretamente, “una ontología
que rematerializa lo social y se toma con seriedad la agencia de lo natural” (188).
La dimensión “activa, auto-creadora, productiva” e “impredecible” de la mate-
ria (Coole y Frost, 9) es de una importancia crucial para la ecocrítica materialista.
Con claridad, los límites supuestamente determinados de las cosas, objetos, agentes
humanos, conceptos y textos devienen más fluidos y permeables. Todos estos agen-
tes humanos y no humanos ponen en acción [enact] la materialidad del sentido a
través de combinaciones específicas de prácticas materiales y discursivas. Se trata
aquí de una interacción entre la vida y sus expresiones al modo en que es enfá-
ticamente articulado por el autor archi-postmoderno Raymond Federman, quien
siempre subrayó el aspecto crucial de las narrativas ficcionales de su propia vida
diciendo: “Mi cuerpo es, espero, en el texto también [...]. Me siento muy cansado
cuando termino de escribir porque he usado mi cuerpo” (383). Ejemplos como este
echan luz sobre los entrecruzamientos biológicos y textuales en términos de su
eficacia al codificar y producir sentidos. Tal como señala Karen Barad, “el sentido

214
Ecocrítica Material: Materialidad, agencia y modelos narrativos

no es una noción de basada en lo humano; antes bien, el sentido es una acción en


progreso [ongoing performance] del mundo en su inteligibilidad diferencial” (Mee-
ting, 335). Este nuevo imaginario cultural es asimismo muy significativo a los fines
de extender la imaginación moral.

3. Materialidad e imaginación moral


De acuerdo con esta perspectiva, el modelo ético que acompaña a la ecocrítica
materialista es una “ética material”. Se trata de una ética basada en la materialidad
co-extensiva de los sujetos humanos y no humanos, en una línea que necesariamente
implica horizontalidad moral; es también una ética enfocada en el modo en que las
construcciones discursivas y los cuerpos materiales intra-actúan en contextos socio-
políticos determinados. Una ética material es una ética que tiene en cuenta los niveles
de incorporación [embodiment] del concepto en la realidad material y viceversa, el
modo en que la materia (bajo la forma de cuerpos, naturalezas, formas de existencia)
es conceptualizada y modelada por las prácticas discursivas. Analiza la manera en
que agencias y discursos interconectados dan forma a una realidad material en la que
“las elaboradas y colosales prácticas, extracciones, transformaciones, producciones y
emisiones humanas” están inextricablemente entrelazadas (Alaimo, Bodily, 21). En su
apuesta moral, la ecocrítica materialista toma dicho entrelazamiento como la clave de
las configuraciones existenciales, reelaborando el horizonte de la acción humana de
acuerdo con una geografía más compleja, plural e interconectada de fuerzas y sujetos.
Renegociar las fronteras de la agencia narrativa supone consecuencias de im-
portancia para los discursos éticos posthumanistas de reciente desarrollo. De hecho,
ello propicia un mejor entendimiento no sólo del lugar de lo humano en la evolu-
ción (“somos minerales que caminan, que hablan”; Vernadsky citado por Bennett,
Vibrant, 11), sino también de la materia como una forma de agencia “emergente”
que se combina e interfiere con cada agencia humana “intencional”: ninguno de
nuestros actos intencionales está limitado a la esfera de la “pura” intencionalidad
sino que siempre se halla situado en un escenario de configuraciones materiales
co-emergentes. Reconocer que no hay acción intencional que se encuentre fuera de
este mundo de emergencias materio-discursivas puede ayudarnos a refinar nuestras
categorías éticas, construyendo las condiciones para una ética posthumana “más
hospitalaria”, que emerja “de paradigmas evolutivos que reconocen la interrelación
material de todo lo que hay, incluyendo lo humano” (Alaimo, Bodily, 151).20 El
posthumanismo es una perspectiva de la realidad según la cual lo humano y lo
no humano son percibidos como confluentes, co-emergentes y como definiéndose
mutuamente. Señala “el rechazo a dar por sentada la distinción entre lo ‘humano’ y
lo ‘no humano’, y a basar los análisis en este conjunto de categorías supuestamente
establecidas y naturales” (Barad, Meeting, 32). Más precisamente, una perspectiva
posthumanista cuestiona la escisión dada entre lo humano y lo no humano, y enfa-
tiza sus hibridaciones, sus configuraciones co-operativas y sus intra-acciones. Si lo
humano y lo no humano se hallan constitutivamente “entrelazados”, el resultado de
dicho entrelazamiento es un espacio posthumano, “un espacio en el que los actores
humanos todavía están allí pero inextricablemente entrelazados con lo no humano,
no ya en el centro de la acción [...]. El mundo nos hace en el mismo proceso en
el que hacemos el mundo.” (Pickering, 26). Desplazándose de una epistemología
sujeto/objeto hacia una onto-epistemología humano-no humano, la relacionalidad
ontológica que propone la ecocrítica materialista revela una teoría y práctica del
posthumanismo. Tal como ha escrito enfáticamente Bruno Latour: “La clave del
juego no es extender la subjetividad a las cosas, tratar a los humanos como objetos,
considerar a las máquinas como actores sociales, sino evitar el uso de la distinción
sujeto-objeto por completo a los fines de referirse al pliegue de humanos y no hu-
manos. Lo que esta nueva escena trata de capturar son los movimientos por los cua-

215
pensamiento de los confines

les cualquier colectivo dado extiende su tejido social a otras entidades.” (Pandora’s
193-194). La ecocrítica materialista provee de saberes para una ecología política
en evolución, basada en una concepción de nuestro ser, conocimiento y acción en
tanto momentos de una “conversación con aquellos que no son ‘nosotros’” (Ha-
raway, 174). En palabras de Donna Haraway: “Debemos entablar una conversación
coherente en la cual los humanos no son la medida de todas las cosas y en la cual
nadie alega tener acceso inmediato a los otros.” (174). La función de la ecocríti-
ca materialista, en este marco, es ajustar nuestra mirada y percepción de lo que
llamamos “naturaleza” y lo que llamamos “cultura”, mostrando la multiplicidad
de jugadores involucrados en esta enorme trama de agencias materio-discursivas.
Lidiar con las dimensiones narrativas reveladas en “el encuentro entre diversos y
abigarrados cuerpos” (Bennett, Vibrant, vii) tiene el potencial ético-cognitivo de
actualizar nuestro sensorio y de refinar nuestro conocimiento de la “densa red de re-
laciones” en la cual la materialidad de nuestras vidas y de la vida del ambiente están
“inextricablemente atrapadas” (Vibrant, 13). La ontología relacional que propone
la ecocrítica materialista aspira a la expansión de las ramas de nuestro árbol ge-
nealógico, rastreando genealogías más amplias y, en consecuencia, enriqueciendo
nuestras historias con más historias, especialmente con sentidos que emerjan de las
formas materiales que preceden a nuestra existencia o que son parte actual de ella.
En este sentido, al mostrar y referirse a las conexiones y “lazos de familia” entre
las realidades materiales, la ecocrítica materialista resulta por añadidura una buena
respuesta a las culturas ecofóbicas, especialmente a aquellas que postulan y practi-
can un desprecio radical hacia cualquier forma de otredad, y que se caracterizan por
una “incapacidad patológica para percibir conexiones” (Estok, 9).
Este abordaje apunta al rol de los agentes materiales en el modo en que en-
tendemos los procesos políticos y culturales: ningún discurso cultural adecuado
que pretenda provocar un cambio social “puede ignorar la importancia que tienen
los cuerpos a la hora de situar a los actores empíricos en un ambiente material de
naturaleza, otros cuerpos y estructuras socioeconómicas que dictan dónde y cómo
aquellos encuentran sustento, satisfacen sus deseos u obtienen los recursos necesa-
rios para participar en la vida política” (Coole and Frost, 19).
La ecocrítica materialista constituye el intento de declinar la epistemología
como una filosofía de la cultura, específicamente, de hallar un marco teórico que
haga posibles acciones más efectivas, y de extender -como diría Richard Rorty- la
solidaridad como práctica ética y como perspectiva ontológica.21 Ya sea tematizan-
do la ficción inglesa del siglo XVIII o los cuerpos tóxicos, la ecocrítica materialista
es parte de un proyecto de crítica y creatividad culturales. En dicho proyecto, la
literatura puede ser utilizada como un discurso efectivo de importancia crucial para
incrementar la imaginación moral y ambiental. La ecocrítica materialista aspira a
ser un modo de “conocer” las conexiones, de ver a través de las narrativas, de ex-
tender los campos de inteligibilidad. Todas las narrativas que exploran y desafían
los límites entre el yo “interior” y el mundo “exterior” en términos de materialidad,
causalidad o agencia entrelazada son de facto parte de un proyecto de liberación
–cultural, ecológica, ontológica y material. Toda perspectiva abocada a tender un
puente entre lo discursivo y lo material, el logos y la physis, mente y cuerpo, res-
taurando nuevas formas de percepción y conceptualización de nuestro afuera mate-
rial, es una empresa de liberación. Liberación respecto de dualismos, de idealismos
opresores, de límites perceptivos que impiden que nuestra imaginación moral apre-
cie la vibrante multiplicidad del mundo. Re-creando tramas de continuidad en el
interior de dicha multiplicidad, las narrativas constituyen estrategias imaginativas
constructivas que apuntan a crear miradas no dicotómicas de la realidad. Recons-
truyen paisajes de culturas y naturalezas, el lazo entre las personas y la tierra, entre
las personas y otras personas, entre humanos y no humanos. Este lazo es emocional
y material; es la expresión de una cultura de solidaridad, de “simpatía” democrática

216
Ecocrítica Material: Materialidad, agencia y modelos narrativos

y de democracia creativa. Reconcebir la materialidad como el campo de encuentro


y mutua realización de las agencias humanas y no humanas es el paso esencial
hacia una mirada posthumana capaz de liberarnos de las visiones opresivas y dua-
listas, comenzando por las que suelen establecerse entre las mentes activas y las así
llamadas materias y naturalezas inertes.
La ecocrítica materialista invita a una historia polifónica del mundo que incluye
la materialidad vital de la vida, experiencias de entidades no humanas y nuestras
intra-acciones corporales con todas las formas de agencia material como actores
efectivos. Esta historia, que podríamos explicar como una auto-representación de
la materia en sus incorporaciones multifacéticas, nos dice que “la materia es vida
eterna” y que “todo es único en su mismo existir” (Fowles, 14, 21). En esta “al-
ter-historia”,22 los nuevos agentes narrativos son cosas, organismos no humanos,
lugares y fuerzas, como asimismo actores humanos y sus palabras. En conjunto,
anticipan una mirada alternativa de un futuro en el que las narrativas y discursos
tendrán el poder de cambiar, re-encantar y crear el mundo que podemos percibir
sólo con percepciones participativas.

Traducción de Guadalupe Lucero y Noelia Billi

Notas
1 Agradecemos al Alexander-von-Humboldt Stiftung y al Fulbright Scholar Program, cuyos generosos
aportes nos han permitido trabajar en el proyecto de investigación en el cual se originaron tanto este
artículo como el resto de nuestras publicaciones sobre este tema.
2 Para una reseña interdisciplinar y una introducción filosófica al giro materialista, cf. la introducción
de Coole y Frost a New Materialisms. También es muy útil el Oxford Handbook of Material Culture
Studies, eds. Hicks and Beaudry.
3 La expresión “giro lingüístico” (relacionado con los desarrollos de la filosofía del lenguaje) proviene de
una antología (1967) editada por Richard Rorty, The Linguistic Turn: Esays in Philosophical Method.
En la teoría literaria, el giro lingüístico es asociado con el estructuralismo de Ferdinand de Saussure y
luego con el postestructuralismo, sobre todo con la afirmación derridiana de que “no hay nada fuera del
lenguaje”, erróneamente comprendida como la borradura de la relación de referencia al mundo.
4 Lo que Gregory Bateson llama “ecología de la mente” es la unidad fundamental entre el sí mismo
humano y el sistema más amplio de la organización ecológica. Aquí la mente, con toda evidencia, no
es considerada una potencia subjetiva, sino más bien una función ecológica que refleja la ineludible
interrelación material entre el sí mismo y el ambiente (cf. Bateson, Steps to an Ecology of Mind y
Mind and Nature). Propuesta por los científicos chilenos Humberto Maturana y Francisco Varela, la
“autopoiesis” es una teoría que combina los conceptos de homeostasis y pensamiento sistémico. De
acuerdo con esta teoría, los sistemas vivientes son concebidos como mecanismos de “auto-produc-
ción” y auto-regulación que tienen la capacidad de mantener su forma a pesar de los flujos materiales
entrantes y salientes (cf. Maturana y Varela, Autopoiesis and Cognition). La bio- y eco-semiótica
investiga signos y significados en tanto propiedades emergentes de los organismos (cf., por ejemplo,
Wheeler, The Whole Creature).
5 Cf. asimismo Alaimo y Hekman, “Introduction”. Acerca del postmodernismo y el giro material, cf.
Oppermann, “A Lateral Continuum”.
6 El proyecto del “Postmodernismo ecológico” emerge de la filosofía procesual de Charles Hartshorne
y de Alfred North Whitehead, del modelo de “postmodernismo reconstructivo” de David Ray Griffin
que, para él, ofrece la vía más prometedora hacia una interpretación re-encantadora de la naturaleza, y
de la propuesta de postmodernismo ecológico de Charlene Spretnak. Sobre este punto, cf. David Ray
Griffin, ed. Sacred Interconnections: Postmodern Spirituality, Political Economy, and Art (SUNY
Series in Constructive Postmodern Thought); Charlene Spretnak, Relational Reality: New Discove-
ries of Interrelatedness that Are Transforming the Modern World; Jane Bennett, The Enchantment of
Modern Life; y Oppermann, “Rethinking Ecocriticism in an Ecological Postmodern Framework”.
7 En palabras de Deleuze y Guattari: “No hacemos distinciones entre el hombre y la naturaleza: la
esencia humana de la naturaleza y la esencia natural del hombre se hacen una en la naturaleza bajo
la forma de la producción industrial, del mismo modo en que lo hacen en la vida del hombre como
especie [...] el hombre y la naturaleza no son dos términos opuestos confrontando el uno con el otro
[...] antes bien, son una y la misma realidad esencial, el productor-producto.” (Anti-Oedipus 4-5).
8 La ontología orientada a objetos es desarrollada por académicos como Graham Harman, Levi Bryant
y Timothy Morton, quienes sostienen que los “objetos” incluyen a los humanos, entidades naturales y
culturales, el lenguaje, seres no humanos, cuerpos cósmicos, como así también partículas subatómi-
cas que, en sus entrelazamientos, constituyen el “Ser”.
9 [Power! Incredible, / barbaric power! A blast, a siren of light / within him, rending, quaking, fusing
his / brain and blood to a fountain of flame, / vast rockets in a searing spray! Power!] Tomamos este
ejemplo del artículo de Patricia Yager “Literature in the Ages of Wood, Tallow, Coal, Whale Oil,
Gasoline, Atomic Power, and Other Energy Sources” (305).

217
pensamiento de los confines

10 Acerca del trabajo de Gadda, la referencia más útil para los académicos internacionales es el
Edinburgh Journal of Gadda Studies editado por Federica G. Pedriali. La publicación está disponible
online en: http://www.gadda.ed.ac.uk.
11 Sobre el concepto de “actante” en tanto “entidad que modifica a otra entidad en un proceso”, cf. Bruno
Latour, Politics of Nature (237). En Vibrant Matter, Jane Bennett ha desplegado este concepto en su
análisis de la agencia material posthumana de la red eléctrica, la basura, los objetos inanimados, etc.
12 El término “imaginación material” es usado por Gaston Bachelard para describir cómo el mundo
material es imaginado por poetas y científicos. La imaginación misma siempre es cautiva del mundo
que imagina. De modo tal que la frase “imaginación material” significa la intersección entre la
materialidad del imaginar y la imaginación de lo material. Cf. Gaston Bachelard, La Terre et les
rêveries de la volonté. Ben Anderson y John Wylie también utilizan el término en “On Geography
and Materiality” (318). Para desarrollos de este concepto ecocríticamente relevantes, cf. Abram, Be-
coming Animal; Iovino, “Restoring the Imagination of Place”.
13 Para un análisis ecocrítico de la obra del escritor, cf. Oppermann “The Fisherman of Halicarnassus’s
Narratives of the White Sea (the Mediterranean): Translocal Subjects, Nonlocal Connections”.
14 Para una interpretación ecocrítica de estos poemas de Montale, cf. Anna Re, “The Poetry of Place”.
De hecho, el catastrófico naufragio del crucero Costa Concordia (en enero de 2012), que está con-
taminando una de las pocas reservas marinas italianas, muestra cuán complejo y estrecho es el lazo
entre el destino del mar Mediterráneo y la acción del ser humano.
15 “Un elemento antropomórfico en la percepción puede revelar un mundo entero de resonancias y
semejanzas -los sonidos y vistas que hacen eco y rebotan mucho más lejos de lo que sería posible
si el universo tuviera una estructura jerárquica” (Bennett, Vibrant Matter, 99). Sobre cuestiones de
antropomorfismo en las “agencias narrativas” no humanas, cf. Iovino, “Toxic Epiphanies”.
16 Sobre este tema, cf. Iovino, “Material Ecocriticism: Matter, Text, and Posthuman Ethics”; y Iovino y
Oppermann, “Theorizing Material Ecocriticism: A Diptych”.
17 Sobre esto, cf. Iovino, “Naples 2008”.
18 Cf. Bodily Natures, en particular 113-140.
19 Sobre la trans-corporalidad, cf. también Alaimo, “Trans-corporeal Feminisms”.
20 Sobre este tema, cf. Oppermann, “Feminist Ecocriticism: A Posthumanist Direction in Ecocritical
Trajectory”; también Iovino, “Material Ecocriticism: Matter, Text, and Posthuman Ethics”.
21 Cf. Rorty, Contingency, Irony, and Solidarity.
22 La idea de un “alter-mito” [alter-tale] concebido como un modo de “re-encantar la realidad” es desa-
rrollada por Jane Bennett in her The Enchantment of Modern Life.

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