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La imagen de Naturaleza en la filosofía de Gilbert Simondon

Juan Manuel Heredia

1. Introducción

La pretensión de construir una “filosofía de la naturaleza” en pleno siglo XX puede


despertar en algunos una cierta perplejidad o una cierta sospecha de orden conceptual,
habida cuenta no sólo de la larga y nutrida historia del naturalismo en el pensamiento
filosófico sino también de la idea, vuelta sentido común, según la cual no es posible
remitirse a algo así como “la Naturaleza”. Esta última percepción encuentra
formulaciones teóricas diversas en la filosofía y las ciencias sociales, pero su espíritu
general apunta a subrayar el carácter lingüística y culturalmente construido de toda
representación de la naturaleza. Sin embargo, más allá de la pertinencia o no de dichas
posturas, lo cierto es que a lo largo del siglo XX las reflexiones filosóficas en torno a la
posibilidad de pensar en un mismo esquema teórico las dimensiones física, biológica y
psicosocial han sido recurrentes. Encontramos dicha pretensión en uno de los
fundadores de la Teoría General de los Sistemas1, en pensadores como Deleuze y
Guattari2 y en Ilya Prigogine e Isabelle Stengers3, por nombrar sólo algunos ejemplos
entre los cuales también cabe inscribir a Simondon. Ahora bien, antes de dar lugar al
tratamiento de la cuestión en su filosofía, conviene dejar planteados algunos indicios
histórico-epistemológicos que permitan dilucidar las premisas sobre las cuales pivotaron

1
Bertalanffy señala, en el Prefacio a la edición revisada de su Teoría General de los Sistemas, que “El
concepto de «sistema» constituye un nuevo «paradigma», (…), o una «nueva filosofía de la naturaleza»,
según dijo quien esto escribe (1967), contrastando las «leyes ciegas de la naturaleza» de la visión
mecanicista del mundo y el devenir del mundo como argumento shakespeariano contado por un idiota,
con una visión organísmica de «el mundo como una gran organización».” Ludwig von Bertalanffy,
Teoría general de los sistemas, México, FCE, 1989, p. XV.
2
Es posible dilucidar dicha tentativa en Mil Mesetas, donde se plantea una teoría de la estratificación
según la cual sobre “la tierra desterritorializada” o “cuerpo sin órganos” (es decir, sobre la instancia
preindividual del ser, según los términos simondonianos) es posible distinguir tres grandes tipos de
estratificación (o individuación): una estratificación física, una estratificación orgánica y una
estratificación antropomórfica o “haloplástica”. Cf. Gilles Deleuze-Félix Guattari, Mil Mesetas, Valencia,
Pre-Textos, 2002, pp. 47-80. Sobre esta cuestión, resulta sintomática una intuición de Simondon –del cual
Deleuze fuera un lector atento- casi 20 años antes: “Esta noción de estratificación múltiple merece ser
particularmente meditada, pues da a la idea de límite un contenido a la vez inteligible y real.” Gilbert
Simondon, La individuación a la luz de las nociones de forma e información, Buenos Aires, Cactus,
2009, p. 133.
3
En efecto, en La nueva alianza, los autores recuperan la cosmogonía de A. N. Whitehead como
paradigma de una filosofía de la naturaleza no reñida con la ciencia y, por ese camino, plantean la
necesidad de refundar el diálogo entre la filosofía y las ciencias destituyendo la división del trabajo
habitual según la cual la ciencia se ocupa de la naturaleza y la filosofía de la cultura. Cf. Ilya Prigogine-
Isabelle Stengers, La nueva alianza, Madrid, Alianza, 1990, pp. 124-136.
algunas de dichas tentativas. En primer lugar, creemos que resultan de enorme
relevancia dos categorías cuya centralidad en la filosofía del siglo XX no es posible
soslayar: las nociones de “forma” e “información”. Respecto de la primera, su
importancia se delinea entre fines del siglo XIX y principios del XX, con la
introducción del concepto de campo en física, de estructura en psicología y de forma en
biología.4 A partir de dichos desarrollos, y del espacio reflexivo que hicieron posible, el
centro de gravedad del pensamiento occidental viró en una dirección sincrónica y,
desplazando los enfoques termodinámicos, historicistas y evolucionistas, así como
promoviendo perspectivas relacionales y/o funcionales de carácter anti-sustancialista,
puso como como eje de problematización el análisis de totalidades y sistemas formales.5
La profundización de algunas líneas de investigación gestadas en ese marco
(particularmente, en la biología teórica6), sumada a los desarrollos científico-
tecnológicos relativos a la transmisión de información, hizo posible el despliegue del
paradigma cibernético y, con él, la promoción de los análisis de las funciones de
control, regulación y comunicación en máquinas y seres vivos. Nuestra hipótesis es que

4
Ernst Cassirer fue uno de los primeros en percibir dicha mutación conceptual. En este sentido, en el caso
de la física teórica, hizo notar que con la introducción del concepto de campo de Faraday y Maxwell, se
operó el traspaso desde un modelo de causalidad mecánica a una comprensión sistémica y funcional; en el
caso de la psicología, señaló la traslación desde una psicología de los elementos centrada en el análisis
causal de las asociaciones entre “átomos de la sensación” a una Gestalt-Psychologie donde la noción de
estructura y totalidad desplaza y subsume el análisis de los elementos; en el caso de la biología teórica,
reseñó el tránsito desde el modelo evolucionista filogenético y de la “mecánica causal” a una
comprensión del fenómeno biológico como totalidad espacial y funcional, posibilitado por la noción de
forma y de conformidad a plan de Jakob von Uexküll. Cf. Ernst Cassirer, El problema del conocimiento
IV, México, FCE, 1998, pp. 102-262. Asimismo, cabe señalar que con esta mutación conceptual se
establecía un nuevo suelo positivo –metodológico y epistemológico- que, destituyendo todo acercamiento
sustancialista, habilitaba a un replanteamiento de relaciones entre las ciencias de la naturaleza y las
ciencias de la cultura, volviéndolas compatibles. Y es, de hecho, en esta nueva situación que arraiga su
propuesta de una filosofía de las formas simbólicas. Cf. Ernst Cassirer, Las ciencias de la cultura,
México, FCE, 1975, pp. 137-145.
5
Elías Palti es quien ha formulado esta tesis distinguiendo una “Era de la Historia” –propia del sistema de
pensamiento del siglo XIX- y una “Era de las Formas”, la cual se encontraría a la base de las
problemáticas filosóficas y científicas de buena parte del siglo XX. En este sentido, por un lado, una de
las características centrales que se derivan de la economía del saber generada a partir de la irrupción de la
categoría de forma, es la predominancia de la cuestión del espacio por sobre la del tiempo y, más
particularmente, por sobre la de la historia. Por otro lado, como contracara del crecimiento de estas
perspectivas sincrónicas y holistas, lo que se vislumbra es la creciente problematización “la vida” (praxis,
subjetividad, historia, contingencia, etc.) frente a las formas que ella objetivaba, y de las cuales se volvía
a su vez objeto. Es en este contexto que la antinomia formas/vida estructura los debates filosóficos, dando
lugar a posiciones antagónicas que se refuerzan mutuamente en un mismo sistema de problemas. Según
Palti, es a partir de este suelo arqueológico que se dibujan las premisas de lo que será la antítesis de
mediados del siglo XX entre estructuralismo y fenomenología. Cf. Elías José Palti, “The "Return of the
Subject" as a Historico-Intellectual Problem”, History and Theory, Vol. 43, Nº 1 (2004), pp. 57-82.
6
En este punto, resultan fundamentales los aportes de Jakob von Uexküll (cf. XXXXX) (cuya línea de
investigación “organísmica” fuera luego continuada y profundizada con la biología teórica de Ludwig von
Bertalanffy), así como los del físico Erwin Schrödinger quien, en sus conferencias de 1943, introduce la
noción de “entropía negativa” (luego llamada neguentropía), elemento central para comprender la
organización de lo vivo frente a lo físico y antecedente directo de lo que será la biología molecular.
el régimen del saber asentado en la noción de forma opera como precondición del
despliegue del paradigma cibernético, más aún, quizá sea posible ver en el concepto de
información una radicalización y una profundización de elementos ya latentes en la
noción de forma pues, al fin de cuentas, el análisis de los mecanismos de regulación,
ajuste, comunicación y funcionamiento supone un sistema formal cuyos procesos,
precisamente, se buscan poder explicar. Sea como fuere, es a partir de las Conferencias
Macy (1946-1953), de la puesta en circulación de la obra de Norbert Wiener (1948,
1950) y del establecimiento de la teoría matemática de la comunicación de Claude
Shannon y Warren Weaver (1949), que la cibernética adquirirá centralidad y
progresivamente inundará con sus modelos comunicativos y su teoría de la información
el conjunto de las ciencias naturales y humanas (la biología molecular, la psiquiatría, las
ciencias cognitivas, el funcionalismo sociológico, la antropología, etc.).7
Este breve bosquejo histórico-intelectual nos permite abrir un campo de inteligibilidad
para comprender, por un lado, las condiciones conceptuales a partir de las cuales, en la
filosofía y la reflexión científica, emergieron esquemas teóricos cuya pretensión fue la
de poder dar cuenta de dominios y dimensiones de realidad heterogéneas (biológica,
psicológica, social, técnica, etc.) partiendo de categorías análogas (o, en su defecto, de
metáforas pregnantes). Y, por otro lado, nos permite situar el contexto de producción de
la filosofía de la naturaleza de Simondon, pues no fortuitamente su tesis doctoral
principal –defendida en 1958- se intitula: “La individuación a la luz de las nociones de
forma e información”. Antes de pasar a esta última, se impone un último comentario
general relativo a la idea misma de Naturaleza. En principio, cabe subrayarse que el
estatuto mecanicista de dicha idea cambia radicalmente con los desarrollos de la física
termodinámica en el siglo XIX, y de la física de la relatividad y la mecánica cuántica en
el siglo XX. Con la primera, la naturaleza está en estado de fuga permanente, tendiendo
irremediablemente a la dispersión total, y siendo sólo aprehensible en términos
estadísticos y problabilísticos. Con las segundas, se consuma la desustancialización de
la materia, se afirma un dinamismo espaciotemporal continuo y –como graficará W.
Heisenberg- “sólo existe una materia única, pero que puede darse distintos estados
estacionarios discretos. Algunos de dichos estados, los del protón, neutrón y electrón,

7
Pablo Rodríguez expone el nacimiento, desarrollo y problematización del concepto de información, así
como esta serie de traducciones científicas del modelo cibernético. Cf. Pablo E. Rodríguez, Historia de la
información, Buenos Aires, Capital Intelectual, 2012.
son estables, mientras que muchos otros son inestables”.8 De este modo, la naturaleza,
que otrora fuera sede de lo necesario, lo continuo y de lo idéntico a sí mismo frente al
plano –para decirlo a la antigua- de la generación y corrupción, deviene misterio e
incertidumbre con el descubrimiento de propiedades contra-intuitivas en la escala
microfísica y la presencia superpuesta de caracteres corpusculares y ondulatorios en un
mismo objeto de análisis. Y, más allá de la solución neokantiana prevaleciente a partir
de la interpretación de Copenhage, no es imposible divisar una inversión filosófica de
carácter más general con respecto al modelo clásico: lo estable, lo regular, lo sujeto a
ley ahora resulta ser el mundo fenoménico macroscópico, mientras que lo fluido, el
devenir, el cambio, la contingencia encuentran en la realidad microfísica un nuevo
habitáculo noumenológico.9 Volveremos sobre esta cuestión en próximas páginas, no
obstante, cabe subrayar que será a partir del horizonte abierto por la física
contemporánea y la cibernética, que Simondon construirá su filosofía de la naturaleza
destituyendo la distinción sustancia-accidente y promoviendo, correlativamente, una
epistemología de la relación y una ontología genética.

2. La imagen de la Naturaleza en la filosofía de Simondon

Para comenzar, y ubicar la idea simondoniana de naturaleza, quizá convenga evocar la


única definición frontal que da de ella en su tesis doctoral principal, en el marco de una
discusión con Leibniz y Spinoza. Allí, Simondon señala

La naturaleza en su conjunto no está hecha de individuos y no es tampoco ella misma un


individuo: está hecha de dominios de ser que pueden con llevar o no individuación. Hay en la
naturaleza dos modos de realidad que no son individuo: los dominios que no han sido el teatro de
una individuación, y lo que queda de un dominio concreto luego de la individuación, cuando se
retira el individuo. Esos dos tipos de realidad no pueden ser confundidos, pues el primero
designa una realidad completa, mientras que el segundo designa una realidad incompleta, que
sólo puede explicarse por la génesis, a partir del sistema del que ha surgido. 10

8
Werner Heisenberg, La imagen de la naturaleza en la física actual, Buenos Aires, Planeta-Agostini,
1994, p. 38.
9
Bachelard, en un breve artículo intitulado Noúmeno y microfísica de 1931-1932, daba cuenta de esta
transformación y, a partir de la constatación de que “la física contemporánea nos trae mensajes de un
mundo desconocido”, señalaba: “No hay entonces propiedades sustanciales sino por encima –no por
debajo- de los objetos microscópicos. La sustancia de lo infinitamente pequeño es contemporánea de la
relación.” Gaston Bachelard, Estudios, Buenos Aires, Amorrortu, 2004, pp. 16, 17.
10
Gilbert Simondon, La individuación a la luz de las nociones de forma e información, Buenos Aires,
Cactus, 2009, pp. 88-89, subrayado nuestro.
A partir de aquí se imponen varios comentarios. En primer lugar, claramente, la
naturaleza ya no es una res extensa sobre la cual se pueda operar la clasificación
tradicional “género-especie-diferencia específica”. Dicho análisis, además, resulta
deudor de una ontología que piensa lo real a partir del ser individuado, y no a parir de su
génesis. De modo que, en principio, tenemos la imagen metal de una naturaleza que ya
no es definida en función de una colección de individuos o de un orden de entes
coexistentes, sino como un continuo –similar al imaginado por Heisenberg- que se
distribuye en dominios, campos y regiones “que pueden conllevar o no individuación”.
Ahora bien, en segundo término, cabe dilucidar esta primera distinción entre la realidad
completa –es decir, la realidad no comprometida en procesos de individuación- y la
realidad incompleta, que remitiría directamente al sistema de individuación. Nos
ocuparemos de la primera en próximos apartados, sólo cabe adelantar que Simondon la
designa como un real anterior a la individuación, como una “realidad preindividual”,
“prefísica y prevital”, que opera como precondición lógica para poder pensar una
ontología genética, y que se legitima en un análisis reflexivo de los conceptos físicos de
“energía potencial” y de “metaestabilidad”.11 Respecto del sistema de individuación, y
teniendo sólo en mente que se trata de un dominio del ser, cabe señalar que Simondon
opera una segunda distinción entre una “individuación completa” (que no debe
confundirse con la “realidad completa” previamente mencionada) y una “incompleta”;
la primera “es una individuación que corresponde al empleo total de la energía
contenida en el sistema antes de la estructuración; desemboca en un estado estable”, la
segunda “es aquella que corresponde a una estructuración que no ha absorbido toda la
energía potencial del estado inicial no estructurado; ella desemboca en un estado todavía
metaestable”.12 Esta última distinción nos permite abordar el tercer punto, esto es, el
estatuto del individuo dentro de los dominios del ser que son teatro de individuación.
Ello implicará un desarrollo más detenido, no obstante, de momento es posible situar la
cuestión imaginando a los individuos como realidades emergentes de un campo y
asociadas a él, como singularidades relacionales que o bien se estructuran y estabilizan

11
Simondon opera una interpretación reflexiva del concepto físico de “energía potencial” con miras a
generalizarlo ontológicamente y a pensarlo en términos de un “potencial real” que explicaría las
transformaciones de un sistema. En este sentido, asocia la idea de energía potencial a un estado de sistema
alejado del equilibrio o, más precisamente, en equilibrio metaestable. Este último es pensado en términos
de “órdenes de magnitud dispares”, “órdenes de realidad sin comunicación” e “incompatibilidad
potencializada”, y encuentra en los estados de sobrefusión y sobresaturación sus ejemplos predilectos.
12
Cf. Gilbert Simondon, op. cit., p. 110.
prontamente o bien perpetúan dicha singularidad en el tiempo deviniendo con su campo
y estructurándose discontinuamente con él conforme distintas instancias de
metaestabilidad. De aquí se deriva uno de los postulados programáticos de la
ontogénesis simondoniana: hay que “conocer al individuo a través de la individuación
antes que la individuación a partir del individuo”.13

3. El devenir del ser y la realidad física

Hasta aquí, hemos enunciado que Simondon busca construir una filosofía de la
naturaleza, hemos ofrecido una imagen abstracta de esta última y hemos planteado el
problema del individuo en el sistema de individuación. Respecto de la primera cuestión,
debemos ahora esclarecer su sentido y presentar el paradigma que el filósofo extrae de
las ciencias físicas y sobre el cual funda su naturalismo. En efecto, es posible ver en
Simondon la rehabilitación del gesto filosófico clásico según el cual cabe fundar la
ontología y la ética sobre la realidad física. No obstante, a diferencia de la física
atomista que servía de base a la filosofía de Lucrecio o de la mecanicista que servía del
base a la filosofía de Spinoza, por tomar sólo dos ejemplos, el estado de las ciencias
físicas al momento de emprender este proyecto distaba de estar estabilizado en torno a
un único paradigma y más bien presentaba una serie de problemas y antinomias que
encontraban, en la interpretación de Copenhage, una solución neokantiana y formalista
que, a fin de cuentas, no resolvía la cuestión del estatuto ontológico de la realidad física
y, menos aún, la del individuo físico. Por lo pronto, esta es la perspectiva que Simondon
deja traslucir en su análisis y ella explica, además, el entusiasmo con el cual aborda las
tesis realistas y la “teoría de la doble solución” de Louis De Broglie –entusiasmo que lo
lleva, incluso reconociendo los problemas en cuanto a formalismo matemático que
dichas tesis implicaban, a sostener que “hay que disociar la perfección formal y la
fidelidad a lo real”.14 En este punto, Simondon se aparta de Bachelard –para quien, dado
que “en el principio está la Relación”, “las matemáticas reinan sobre lo real”-15, y este
distanciamiento puntual es expresivo de una divergencia más general: la pretensión
simondoniana no es fundar una epistemología sino una ontología genética, una

13
Gilbert Simondon, op. cit., p. 26.
14
Ibid., p. 208.
15
Gastón Bachelard, Estudios, Buenos Aires, Amorrortu, 2004, p. 24.
ontogénesis, derivando consecuencias reflexivas de una serie de desarrollos en las
ciencias físicas.
Así como en relación a la idea de Naturaleza Simondon comienza desembarazándose
del esquema taxonómico, en relación al paradigma físico principia con una crítica al
esquema hilemórfico aristotélico. En efecto, desde su perspectiva, la idea de individuo
como compuesto de materia y forma –y, más concretamente, el paradigma tecnológico
de adquisición de forma que dicha idea implica (inmortalizado en la metáfora de la
producción de un ladrillo)-16, desconoce la realidad relacional que funda y define a lo
individualidad o, dicho en otros términos, desconoce la realidad de la relación en tanto
considera a esta última como un accidente inesencial de la sustancia. Ahora bien, como
vimos, en la Naturaleza no hay sustancias sino dominios del ser que pueden conllevar o
no individuación. En este sentido, en aquellas regiones donde sí hay individuación,
habrá que poder pensar al individuo como una entidad real pero no sustancial. Para ello,
la epistemología que se proponga deberá ser necesariamente relacional y deberá poder
dar cuenta, ontogenéticamente, del surgimiento de individualidades a partir de
condiciones de estado (del campo de materia-energía que funciona como teatro de
individuación). Esta es la búsqueda de Simondon y es posible expresarla,
preliminarmente, con tres postulados: (a) la relación es constitutiva de los términos que
vincula, los términos no son independientes a la relación; (b) hay que pensar al
individuo como esencialmente vinculado a condiciones de estado, hay que “resituar al
individuo en el ser” y pensarlo en el marco de un sistema de individuación; (c) “La
relación posee valor de ser; es operación individuante”, “El individuo es ser en relación;
es centro de actividad, pero esta actividad es transductiva; se ejerce a través y por un
campo de fuerzas que modifica todo el sistema en función del individuo y al individuo
en función de todo el sistema”.17 Como se ve, el postulado epistemológico y el
ontológico se encuentran íntimamente ligados y desembocan en una ontogénesis, en una
teoría de las fases del ser (o “teoría del tiempo transductivo”). ¿Por qué? Porque las
condiciones de estado dentro de las cuales emerge un individuo implican “energías

16
En efecto, Simondon dedica el primer capítulo de La individuación… al análisis crítico del esquema
hilemórfico en general y de la tecnología de la adquisición de forma en particular, demorándose en la
consideración del proceso de producción de un ladrillo, considerado como caso paradigmático. Si bien no
expondremos esta cuestión, cabe señalar que la reflexión simondoniana apunta a denunciar una “zona
oscura” en el esquema hilemórfico, precisamente la zona relacional intermedia entre los polos extremos
representados por la forma y la materia. En este sentido, en el caso del ladrillo, hace notar la existencia –
junto a la arcilla y el molde- de una relación energética constituyente: “Es en tanto fuerzas que materia y
forma son puestas en presencia” Gilbert Simondon, op. cit., p. 55.
17
Gilbert Simondon, op. cit., p. 209, 210.
potenciales” y, si como sostiene Simondon, “el individuo forma parte como mínimo de
un sistema, la relación deviene tan real como el individuo en tanto ser”.18 Si bien no será
objeto de este trabajo, podemos resumir la teoría de las fases del ser señalando que
Simondon plantea, en primer término, un “ser sin fase”, el ser preindividual, (esto es, la
“realidad completa”) y, luego, un sistema de individuación en el cual se distinguen lo
preindividual, lo individuado19 y lo transindividual (correspondiendo, esta última fase, a
la realidad relacional de la dimensión psíquico-colectiva del ser y abriendo a una
consideración de la subjetividad como trifásica).20 De modo que el ser preindividual
designa, por un lado, aquellos “dominios del ser que no han sido teatro de
individuación” y, por otro lado, deviniendo “energía potencial” encerrada en los
distintos sistemas de individuación, aparece como “naturaleza asociada” al individuo –
entendiendo con ello la fuente de metaestabilidad a partir de la cual es posible explicar
las transformaciones de los individuos. Asimismo, para dilucidar esta realidad
prendividual, Simondon nos pide dejar en suspenso los principios lógicos de identidad y
tercero excluido, pues lo preindividual “es más que unidad y más que identidad”. En
este sentido, y para concluir con este breve excurso, lo que se deriva de la teoría de las
fases del ser es, esencialmente, la idea según la cual ser y devenir no son antitéticos sino
que es el ser mismo el que deviene: “El devenir es el ser que se desfasa en relación
consigo mismo, pasando del estado de ser sin fase al estado de ser según fases, que son
sus fases”.21 En lo sucesivo, abordaremos dos de las principales operaciones reflexivas
que Simondon efectúa sobre las ciencias físicas, por un lado, reponiendo su posición
frente a la cuestión de la “complementariedad onda-corpúsculo” y, por otro lado,
analizando el proceso de cristalización en tanto “paradigma elemental” de la
individuación física. Mientras que lo primero nos permitirá clarificar la relación que la
teoría de la relatividad y la mecánica cuántica guardan con el concepto de realidad
preindividual, lo segundo nos llevará a introducir las nociones fundamentales de la
teoría de la individuación para, luego, abordar la individuación de los seres vivientes.

18
Gilbert Simondon, op. cit., pp. 209-210.
19
En esta fase no solo hay que ubicar al individuo constituido sino también al medio pues, como señala
nuestro autor, “lo que la individuación hace aparecer no es solamente el individuo sino la pareja
individuo-medio” Gilbert Simondon, op. cit., p. 26.
20
La realidad transindividual, a la cual Simondon dedica la tercera y cuarta parte de La individuación…,
no será tematizada en este trabajo. Dicho brevemente, designa la instancia relacional y constituyente de
las dimensiones psíquica y colectiva de individuación. Simondon la piensa como la instancia del devenir
psicosocial real a partir de la cual se podría dar cuenta de la correlación entre lo individual y lo colectivo
(correlación mantenida en un plano meramente nominal en tanto se piense a lo psíquico y a lo colectivo o
bien como sustancias o bien como términos extremos y exteriores el uno a otro).
21
Gilbert Simondon, op. cit., p. 483.
4. “La metaestabilidad primitiva y original de lo real”

Simondon plantea, en la introducción de La individuación a la luz de las nociones de


forma e información, las líneas maestras de su operación reflexiva sobre las ciencias
físicas. Nos permitiremos citarlo in extenso, habida cuenta de que las intenciones allí
planteadas serán objeto de análisis de este y del siguiente aparado.

Por lo tanto nosotros intentaremos en principio presentar la individuación física como un caso de
resolución de un sistema metaestable, a partir de un estado de sistema como el de sobrefusión o
el de sobresaturación, que preside la génesis de los cristales. La cristalización es rica en nociones
bien estudiadas y que pueden ser empleadas como paradigmas en otros dominios; pero ella no
agota la realidad de la individuación física. Así, tendremos que preguntarnos si ciertos aspectos
de la microfísica, y en particular el carácter complementario de los conceptos que utilizamos
bajo forma de parejas (onda-corpúsculo, materia-energía) no pueden interpretarse mediante esta
noción de devenir del ser en estado metaestable. Quizá esta dualidad provenga del hecho de que
el conceptualismo científico supone la existencia de un real hecho de términos entre los que
existen relaciones, no siendo los términos modificados en su estructura interna por las relaciones.
Ahora bien, podemos suponer también que la realidad es primitivamente, en sí misma, como
una solución sobresaturada, y aun de manera más completa en el régimen preindividual, más que
unidad y más que identidad, capaz de manifestarse como onda o corpúsculo, materia o energía,
porque toda operación, y toda relación en el interior de una operación, es una individuación que
desdobla, desfasa el ser preindividual en correlación a los valores extremos, a los órdenes de
magnitud primitivamente sin mediación. La complemetariedad sería entonces la resonancia
epistemológica de la metaestabilidad primitiva y original de lo real. Ni el mecanicismo, ni el
energetismo, teorías de la identidad, dan cuenta de la realidad de manera completa. La teoría de
los campos, sumada a la de los corpúsculos, y la teoría de la interacción ente campos y
corpúsculos, son todavía parcialmente dualistas, pero se encaminan hacia una teoría de lo
preindividual. Por una vía distinta, la teoría de los quanta capta ese régimen de lo preindividual
que sobrepasa la unidad (…).22

Como se puede advertir, Simondon señala, por un lado, que el paradigma del proceso de
cristalización no agota la realidad de la individuación física y que, por otra parte, cabe
preguntarse si los desarrollos contemporáneos de la física (teoría de los campos,
relatividad, teoría de los quanta, complementariedad onda-corpúsculo) no permiten
pensar una realidad de orden preindividual. La pertinencia de esta interrogación,

22
Gilbert Simondon, op. cit., pp. 28-29.
asimismo, anidaría en la hipótesis según la cual los conceptos científicos suelen ser
pensados y hechos a la medida de “una realidad individuada”. En lo sucesivo, entonces,
abordaremos estas cuestiones y, buscando abrir un campo de comprensión y una imagen
simple de problemáticas físico-matemáticas muy complejas, señalaremos los principales
puntos de conexión que presenta con la noción de realidad preindividual. En principio,
cabe subrayar que Simondon ata su suerte a la interpretación del físico francés Louis
Victor de Broglie (Premio Novel de Física en 1929) y a su teoría de “la doble solución”
relativa al problema onda-corpúsculo, pues encuentra en ella un punto de apoyo posible
para rebasar el “formalismo” imperante a partir de las interpretaciones de Bohr y
Heisenberg (y pensar así un nuevo realismo relacional a la medida de la teoría de las
fases del ser). Para abordar esta delicada cuestión nos referiremos, sucesivamente, a la
reconstrucción de las posiciones frente al problema onda-corpúsculo (hecha por
Simondon siguendo la narración de De Broglie), a especificar las tesis implicadas en la
teoría de la doble solución debrogliana y a analizar las derivaciones reflexivas que opera
Simondon en vista a dilucidar esa instancia preindividual del ser que sostendría, en
último análisis, todo el sistema de individuación. Habida cuenta de la complejidad de la
cuestión, en este desarrollo, nos ceñiremos a acompañar la argumentación de cerca
destacando los elementos que consideramos esenciales para esclarecer y concretizar la
idea simondoniana de naturaleza previamente expuesta.
En primer lugar, entonces, tras reseñar las críticas que De Broglie formula a las dos
ideas tradicionales de corpúsculo, Simondon plantea frontalmente el problema de la
relación entre la onda y el corpúsculo: “¿Cuál es el término más real? ¿Son tan reales el
uno como el otro? ¿Es la onda solamente una suerte de campo de probabilidad, que es
para el corpúsculo la posibilidad de manifestar localmente su presencia a través de una
acción observable en tal o cual punto?”.23 Acto seguido repone las tres interpretaciones
“lógicamente posibles” según la perspectiva del físico francés. Por un lado, está la
posición de Schrödinger que consiste en negar la realidad del corpúsculo y asimilarlo a
una suerte de “pequeño tren de ondas”. Esta posición es desechada por De Broglie
quien, según Simondon, “declara pretender admitir «como un hecho físico» la dualidad
onda-corpúsculo”. Por otro lado, está la interpretación que sostiene que la relación
onda-corpúsculo es real y que cabría pensarla considerando “al corpúsculo como una
singularidad en el seno de un fenómeno ondulatorio del que sería el centro”.24 Esta es la

23
Gilbert Simondon, op. cit., p. 199.
24
Gilbert Simondon, op. cit., p. 200.
posición asumida por Louis de Broglie en Recherches sur la théorie des quanta (1924),
y expresa la idea de que el corpúsculo –como singularidad- se encontraría inmerso en un
fenómeno ondulatorio, siendo parte así de “una sola realidad física”. Esta es la primera
versión de la teoría de la doble solución pero tendría, según reconociera luego el propio
físico, el problema de no poder dar cuenta del hecho de que “la mecánica ondulatoria
hace uso con éxito de ondas continuas sin singularidades del tipo de las ondas continuas
de la teoría clásica de la luz”.25 Por último, está la tercera interpretación –la posición
“ortodoxa”, “subjetivista” e “idealista”, según De Broglie-, que es sostenida por N.
Bohr y W. Heisenberg y que se conoce tradicionalmente como “la interpretación de
Copenhage”. Sostiene que las ideas de onda continua y de corpúsculo son sólo
“aspectos complementarios de la realidad”, es decir, modos de conocimiento. Más
adelante, Simondon cuestionará esta posición –que él resume en la conjunción de la
teoría de la complementariedad de Bohr y el principio de incertidumbre de Heisenberg-,
señalando que presupone la existencia de una suerte de “partícula limitada” que es
precisamente lo que habría que poder explicar y que, por ese camino, desrealizan la
realidad física y terminan afirmando que “el individuo físico, el corpúsculo, se convierte
en (…) un conjunto de potencialidades afectadas por probabilidades; es un ser que sólo
se manifiesta a nosotros en una forma fugitiva, a veces bajo un aspecto, a veces bajo
otro”.26 Es decir, terminan afirmando una posición indeterminista y probabilística que se
desentiende del problema ontológico que presenta la realidad física.
En segundo lugar, cabe analizar con mayor detenimiento la posición de Louis De
Broglie en el marco de la segunda interpretación planteada. En efecto, Simondon se
demora en el análisis de esta cuestión haciendo un repaso de la evolución del
pensamiento del físico francés a la luz de la comunicación que ofreciera en la Société
Française de Philosophie en abril de 1953. En principio, entonces, De Broglie sostenía
en 1924 la idea de pensar la relación onda-corpúsculo como la inherencia de una
singularidad en un fenómeno ondulatorio, dando lugar así a la idea de una realidad
física. Dicha perspectiva encontraba el problema de que las ecuaciones de propagación
de la mecánica ondulatoria operaban con soluciones continuas –designadas con la letra
ѱ-, sin singularidades. En este punto, Simondon plantea:

25
Gilbert Simondon, op. cit., p. 200.
26
Gilbert Simondon, op. cit., p. 207. En este sentido, Simondon evoca una expresión de Bohr, citada por
De Broglie, según la cual los corpúsculos se serían “individuos borrosamente definidos dentro de límites
espacio-temporales finitos” Ibid., p. 206.
Si se asocia la propagación de una onda al movimiento rectilíneo y uniforme (de una onda ѱ
plana y monocromática), tropezamos con una dificultad: la fase de onda que permite definir la
frecuencia y la longitud de onda asociadas al corpúsculo parece tener un sentido físico directo,
mientras que la amplitud constante de la onda parece no poder ser más que una representación
estadística de las posibles posiciones del corpúsculo.27

Así, luego de señalar que era precisamente esa “mezcla de lo individual y lo estadístico”
lo que intrigaba a De Broglie, repone la solución propuesta por éste último en un
artículo, aparecido en el Journal de Physique, de mayo de 1927:

[De Broglie] postula que cualquier solución continua de las ecuaciones de la mecánica
ondulatoria está de algún modo acompañada por una solución con singularidad u, que comporta
una singularidad en general móvil, el corpúsculo, y que tiene la misma fase que la solución ѱ.
Entre la solución u y la solución ѱ, que poseen ambas la forma de una onda, no hay diferencia de
fase (siendo la fase la misma función de x, y, z, t), pero hay una considerable diferencia de
amplitud, puesto que la amplitud de u comporta una singularidad mientras que la de ѱ es
continua. Si la ecuación de propagación es supuestamente la misma para u y para ѱ, se puede
entonces demostrar el teorema fundamental: la singularidad móvil de u debe describir en el curso
del tiempo una trayectoria tal que en cada punto la velocidad sea proporcional al gradiente de
fase.28

A partir de aquí, Simondon saca dos conclusiones. Por un lado, hace notar –citando al
físico francés- que la relación del fenómeno ondulatorio con el corpúsculo-singularidad
se daría a través de una reacción que sometería a este último a un “potencial cuántico”,
a una energía potencial. Por otro lado, subraya la consecuencia reflexiva (y relacional)
que extrae de dicha teoría física: “la onda u con su singularidad móvil constituye a la
vez el corpúsculo y el fenómeno ondulatorio que lo rodea, lo que es una única realidad
física”; asimismo, señala el tipo de relación matemática que explicaría la participación
de la onda u y la onda ѱ en un mismo gradiente de fase (relación que se fundamentaría
en las ecuaciones de Einstein de 1905). Como puede advertirse, esta inherencia de la
singularidad y del fenómeno ondulatorio en una misma fase –aunque no en una misma
amplitud-, es uno de los elementos que Simondon retoma reflexivamente y que se
expresa en su teoría de las fases del ser. No obstante, antes de abordar nuevamente
dicha cuestión, conviene reseñar una última modificación en el pensamiento de De

27
Gilbert Simondon, op. cit., p. 201, subrayado nuestro.
28
Gilbert Simondon, op. cit., p. 201.
Broglie. En efecto, el físico señala que a partir de una reconsideración de la teoría de la
relatividad generalizada se vio llevado a pensar, en 1953, que

la verdadera ecuación de propagación de la onda u podría ser no lineal, como las que se
encuentran en la teoría de la gravitación de Einstein, ecuación no lineal que admitiría como
forma aproximativa la ecuación de la mecánica ondulatoria cuando los valores de u fueran muy
pequeños. Si este punto de vista fuera exacto, se podría incluso admitir que la onda u no
comporta singularidad móvil en el sentido estricto de la palabra singularidad, sino simplemente
una muy pequeña región singular móvil (sin dudas de dimensiones del orden de 10ˉ¹³ cm) en el
interior de la cual los valores de u serían lo suficientemente grandes para que la aproximación
lineal ya no sea válida, aunque lo sea en todo el espacio fuera de esta región muy pequeña.
Desgraciadamente, este cambio de punto de vista no facilita la resolución de los problemas
matemáticos que se plantean, pues, si el estudio de las soluciones con singularidad de las
ecuaciones lineales es a menudo difícil, el de las soluciones de las ecuaciones no lineales es más
difícil aún.29

Lejos de desanimarse por la dificultades en cuanto a formalismo matemático, y más allá


del fallido concepto de “onda piloto” que presentara en el Consejo Solvay en 1927, De
Broglie culmina la conferencia de 1953 señalando la necesidad de reconsiderar la teoría
de la doble solución y pone como ejemplo de dicha revitalización los estudios que
desarrollan los físicos David Bohm y Jean-Pierre Vigier. Asimismo, no deja de ocultar
su entusiasmo al percibir que “siendo considerados los corpúsculos materiales y los
fotones como regiones singulares dentro de la métrica del espacio-tiempo, rodeados de
un campo ondulatorio del que formarían parte y cuya definición introduciría la
constante de Planck”30 sería posible “unir las concepciones de Einstein sobre las
partículas y las de la teoría de la doble solución.”, y se abriría un camino para una
“grandiosa síntesis” entre la teoría de la relatividad y la de los quanta, que permitiría
“evitar el subjetivismo” “que tiende a negar la existencia física independiente del
observador”.31 Llegados a este punto, Simondon da un paso más y afirma:

Pero esta síntesis, (…), tendría también otra ventaja: las zonas singulares de los diversos
corpúsculos pueden en efecto inmiscuirse unas en otras a partir de cierta escala; esta invasión no
es demasiado nítida e importante a escala atómica, (…), para perturbar la interpretación
«ortodoxa», pero no sucede necesariamente del mismo modo a escala nuclear (…). A esta escala,

29
Louis De Broglie, 1953. Citado en Gilbert Simondon, op. cit., p. 203, subrayado nuestro.
30
Gilbert Simondon, op. cit., p. 205.
31
Gilbert Simondon, op. cit., p. 205.
puede que zonas singulares de los corpúsculos se inmiscuyan y que estos últimos ya no puedan
ser considerados como aislados.32

Y, unas páginas más adelante, Simondon saca todas las conclusiones posibles de esta
“escala nuclear” y la vincula directamente con la idea de una instancia preindividual del
ser:
Una hipótesis semejante supone que no hay individuo elemental, individuo primero y anterior a
toda génesis; hay individuación en un conjunto; la realidad primera es preindividual, más rica
que el individuo entendido como resultado de la individuación; lo preindividual es la fuente de la
dimensionalidad cronológica y topológica. Las oposiciones entre continuo y discontinuo,
partícula y energía, expresarían entonces no tanto los aspectos complementarios de lo real como
las dimensiones que surgen en lo real cuando se individúa; la complementariedad al nivel de la
realidad individuada sería la traducción del hecho de que la individuación aparece por una parte
como ontogénesis y por otra como operación de una realidad preindividual que no da a luz
solamente el individuo, modelo de la sustancia, sino también la energía o el campo asociado al
individuo; sólo la pareja individuo-campo asociado da cuenta del nivel de realidad
preindividual.33

Si retomamos la imagen simple que expusimos en el apartado relativo a la idea de


Naturaleza en Simondon, podemos ver ahora que los “dominios del ser” conllevan una
realidad preindividual que, cuando se manifiesta en procesos de individuación, expone
“regiones del ser”, “campos”, “topologías del ser”, “zonas singulares”, que indican la
inherencia de distintos procesos dentro de una sola realidad física. Dichas zonas o
regiones resultan relacionales por esencia, y esta es, precisamente, la otra derivación
reflexiva que Simondon opera sobre la teoría de la doble solución, esta última
sostendría “que la relación posee valor de ser, está atada al ser, forma parte realmente
del ser”.34 Ahora bien, para que una relación “tenga rango de ser”, para que una relación
sea constituyente, es necesario que no sea un mero vínculo entre dos términos distintos
e individuados sino que exprese la emergencia de una operación de individuación, la
irrupción de una singularidad relacional que articula “ordenes de magnitud dispares y
sin comunicación”, que “positiviza una incompatibilidad”, que “resuelve una
problemática” y que hace aparecer, en tanto ser, “un conjunto estructura-energía” (que
en la individuación física se designa como “la pareja individuo-campo asociado”, y en
la vital como “la pareja individuo-medio asociado”). No obstante, si la individuación –
32
Gilbert Simondon, op. cit., p. 205, subrayado nuestro.
33
Gilbert Simondon, op. cit., pp. 219-220.
34
Gilbert Simondon, op. cit., p. 208.
en tanto actividad relacional- hace aparecer dichos conjuntos, ha de tener en último
análisis un fundamento energético, un potencial real, que explique dicha operación, así
como su carácter constituyente. Y es esto, precisamente, lo que Simondon busca con su
hipótesis del ser preindividual. En este sentido, señala que “individuación y relación son
inseparables”, que “no existe límite entre el individuo y su actividad de relación” y que
“la relación forma parte del ser energética y espacialmente. La relación existe al mismo
tiempo bajo forma de campo, y el potencial que define es verdadero, no formal. Que una
energía esté bajo forma potencial no quiere decir que no existe”.35 Por último, frente a la
objeción según la cual no se puede pensar una energía potencial real por fuera de un
sistema, sostiene que eso es cierto pero que si “se plantea que el individuo forma parte
como mínimo de un sistema”, el sistema de individuación, “la relación deviene tan real
como el individuo en tanto ser, que podría ser abstractamente concebido como aislado.
(…) pues todo cambio de estructura del individuo modifica su nivel energético e
implica por consecuencia intercambio de energía con otros individuos que constituyen
el sistema en el cual el individuo ha recibido su génesis”.36

5. La vida de las rocas

La génesis de los cristales, el proceso de cristalización, no sólo ofrece la imagen


arquetípica de la individuación física sino que también introduce la batería de nociones
esenciales que encontraremos luego en los regímenes vital y transindividual de
individuación37 y constituye, así, el “paradigma elemental” de la ontología genética
simondoniana.38 Asimismo, no es menor señalar que dicho proceso explicaría buena
parte de la producción de la materia sólida que compone la corteza terrestre, habida
cuenta de la multitud de tipos de cristales –con propiedades, sistemas y estructuras
reticulares diferenciales. De modo que, en el marco de la teoría de las fases del ser, la

35
Gilbert Simondon, op. cit., p. 209.
36
Gilbert Simondon, op. cit., pp. 209-210.
37
En efecto, Simondon cuestiona toda pretensión de separar ontogénicamente lo vital de lo psíquico, lo
psíquico de lo colectivo e, incluso, lo físico de lo vivo (como veremos, plantea que lo físico no es
inorgánico sino que posee un tipo organización). Este esfuerzo filosófico por construir una filosofía de la
naturaleza se vale de nociones axiomáticas pero también de conceptos analíticos específicos que efectúan
diferencialmente el sistema en cada régimen de individuación, buscando con ello evadir el reduccionismo
y establecer un “verdadero monismo” que pueda dar cuenta de la dualidad y de la pluralidad en términos
genéticos. Cf. Gilbert Simondon, op. cit., p. 404. Es interesante señalar que en una tentativa similar se
embarca Gilles Deleuze en la década del ´60 cuando, en sus estudios sobre Nietzsche, Spinoza y Bergson,
plantea la necesidad de pensar un monismo-pluralista.
38
Cf. Gilbert Simondon, op. cit., pp. 117-118.
génesis de un cristal principia –como no podía ser de otra manera- con una relación
constituyente que forma un sistema y la misma, según nuestro autor, debe ser buscada
“en el dinamismo de las relaciones entre situación hilemórfica y singularidad”.39 En
primer lugar, se podría decir que todo cristal surge a partir del encuentro entre un
germen cristalino –portador de condiciones estructurales- y un medio amorfo en
condiciones de estado metaestables (sobrefusión, sobresaturación, etc.) –portador de
condiciones energéticas-. Dicho encuentro desencadena una propagación estructurante a
partir de la cual el germen cristalino se nutre de las energías contenidas en el medio y se
individúa capa por capa, mediante un proceso iterativo. Esto es lo que Simondon llama
amplificación transductiva. Ahora bien, se podría pensar a partir de lo dicho que no nos
hayamos muy lejos del esquema hilemórfico clásico, siendo en esta situación el medio
la materia y el germen la forma. Pero lo cierto es que, así como en el caso de la
producción técnica de un ladrillo, Simondon no distingue dos elementos sino tres: la
condición energética, la condición estructural y la operación individuante –la
singularidad relacional que, como veremos, será el verdadero individuo. Retomando el
esquema previamente planteado cabe señalar, además del hecho elemental de que no
todo encuentro entre un germen y un medio produce un individuo físico, que en tanto el
proceso de individuación se está desarrollando lo que ocurre es la puesta en
comunicación entre dos órdenes de magnitud dispares, y es dicha comunicación
singular la que funda el sistema físico, no las condiciones. ¿Está la singularidad
contenida en la condición estructural, en el germen? Afirmar ello implicaría recaer en la
ontología sustancialista y en el dualismo hilemórfico de la cual se busca escapar, así
como desrealizar la singularidad relacional que justamente se trata de justificar. En
segundo lugar, Simondon hace notar que un cristal individuado, una singularidad que se
ha amplificado transductivamente a partir de un proceso de individuación física –el
cual, anota nuestro autor, se produce “únicamente de una forma instantánea, cuántica,
brusca y definitiva, dejando tras de sí una dualidad entre el individuo y el medio”-40,
puede reactivar su crecimiento iterativo si se lo sitúa nuevamente en un medio amorfo
en estado metaestable, sólo que en este caso no nos encontraremos con un proceso de
amplificación transductiva sino de amplifiación moduladora. Señalamos esta cuestión
porque es la que le permite a Simondon relativizar la idea (hilemórfica) según la cual la
materia-energía sería siempre exterior a la condición estructural y afirmar, por el

39
Gilbert Simondon, op. cit., p. 119.
40
Gilbert Simondon, op. cit., p. 30.
contrario, que dicha energía “es solo provisionalmente exterior”. Es decir, Simondon
traduce los tres elementos previamente señalados (condición energética, condición
estructural, singularidad) al plano puramente energético41, y afirma que la individuación
no es el encuentro entre dos exterioridades sino la compatibilidad entre dos condiciones
(la estructural y la energética, o la de débil energía y la de gran energía potencial) a
partir de una tercera condición relacional analógica42 que “es distinta de una relación de
cualidades o de cantidades; define la interioridad mutua de una estructura y de una
energía potencial en el interior de una singularidad”.43 Todo lo cual nos lleva, en tercer
término, a pensar esta singularidad relacional, esta información que, como se puede
advertir, es una operación individuante, una operación de comunicación, que instaura
una compatibilidad entre dos órdenes de magnitud dispares produciendo una
amplificación. ¿Cómo es posible pensar esta singularidad relacional? Simondon la
piensa –en el plano físico- a partir de los conceptos de límite, resonancia interna y
polaridad. En efecto, por un lado, la individualidad de un cristal en crecimiento es su
límite, instancia en la cual lo interior y lo exterior, la energía y la estructura, se
individúan conjuntamente a través de un proceso iterativo de acrecentamiento por
yuxtaposición de capas. Dicho límite es sede de lo que Simondon denomina resonancia
interna. Una vez concluida la actualización de la energía potencial contenida en el
medio amorfo, el cristal se encuentra totalmente individuado y mantiene con su medio
una relación de exterioridad recíproca. No obstante, como se señaló, si se ubicara dicho
cristal nuevamente en un medio en condiciones metaestables, el proceso de
amplificación se reactivaría. Todo lo cual nos lleva a la bella idea según la cual la
individualidad del cristal en crecimiento está en el límite, pero en su naturaleza está el
ser ilimitado.
41
“Como en toda operación de modulación, tres energías se encuentran presentes: la fuerte energía
potencial de la sustancia amorfa en estado metaestable, la débil energía aportada por el germen cristalino
(energía modulante, información) y, por último, una energía de acomplamiento de la sustancia amorfa y
del germen cristalino, que se confunde con el hecho de que la sustancia amorfa y el germen forman un
sistema físico.” Gilbert Simondon, op. cit., p. 121. También se podría, como hace Simondon, interpretar
los primeros dos elementos como condiciones estructurales (“las estructuras latentes de la sustancia aún
amorfa y la estructura actual del germen”) y el tercero como condición u operación informacional (dadora
de forma).
42
En este punto, cabe aclarar que en Simondon la analogía no remite ni a la metáfora, ni a la semejanza o
la similitud (analogía entre dos estructuras) sino al isomorfismo de operaciones en estructuras diversas.
En este sentido, propone una ciencia de las operaciones, la allagmática, que complemente a la ciencia de
las estructuras (ciencia de lo individuado) y que sea capaz de explicar las condiciones bajo las cuales
surgen, se reproducen o se modifican las estructuras a partir de condiciones de estado. Cf. Gilbert
Simondon, “Allagmatique” y “Théorie de l´acte analogique”, en G. Simondon, L´individuation à la
lumière des notions de forme et d´information, Grenoble, Millon, 2005, pp. 559-566.
43
Gilbert Simondon, La individuación a la luz de las nociones de forma e información, Buenos Aires,
Cactus, 2009, p. 122.
Ahora bien, ¿cómo caracterizar esta singularidad relacional, criterio de individualidad?
¿Cuáles serían sus “propiedades”? Simondon afirma que el carácter de una singularidad
es ser y devenir polarizada, y pocos casos como el proceso de cristalización permiten
ver este estatuto paradójico de este criterio de individualidad.44 En efecto, como señala
Simondon, “las propiedades de un individuo cristalino expresan y actualizan, al
prolongarla, la polaridad o el haz de polaridades que han presidido su génesis”.45 Esto
quiere decir que un individuo físico, como el cristal, está estructurado (porque es
producto de una génesis que comportó la condición estructural del germen) pero que
también es estructurante, porque –en tanto está en crecimiento- va estructurando las
sucesivas capas y porque –una vez individuado- puede reactivar dicha génesis si se lo
sitúa en determinadas condiciones de estado, prolongando así “el haz de polaridades”
que le han dado origen.46 Esto puede parecer una sutileza propia del tratamiento de la
individuación física, pero lo cierto es que es una cuestión plagada de consecuencias para
los regímenes vital y psíquico-colectivo de individuación. En estos últimos, las
singularidades relacionales, las informaciones u operaciones de individuación, se
multiplican en función de un proceso prolongado en el tiempo –y no discontinuo, como
en el plano físico-, regulan la relación entre el medio y el individuo, y hacen de éste
último no sólo un “resultado de individuación, como el cristal o la molécula, sino
también un teatro de individuación”.47 De aquí se deriva uno de los postulados
epistemológicos de la ontogénesis: “Las propiedades no son sustanciales sino
relacionales; sólo existen por la interrupción de un devenir”48 y, por otro lado, se aclara
la diferencia entre los individuos físicos y los biológicos, ésta anida en el hecho de que
en lo viviente la individuación no es solamente exterior sino también interior, es decir,
en él, cronología y topología coinciden, “mientas que en el individuo físico sólo el
límite es constituyente, y lo que es topológicamente interior es genéticamente anterior”,
“El viviente es en el interior de sí mismo un nudo de comunicación informativa; es
sistema en un sistema, que comprende en sí mismo mediación entre dos órdenes de
magnitud”.49 Todo lo dicho nos permite retomar el interrogante planteado previamente,

44
El análisis de la polarización, en el plano físico, resulta deudor de una serie de consecuencias reflexivas
extraídas a partir de los estudios de Pierre Curie. Cf. Gilbert Simondon, op. cit., 2009, pp. 123-125.
45
Gilbert Simondon, op. cit., 2009, p. 125.
46
Como dice Simondon, “aquí, el soma es coextensible al germen, y el germen al soma. El germen
deviene soma; su función es coextensiva al límite del cristal que se desarrolla” Gilbert Simondon, op. cit.,
2009, pp. 125-126.
47
Gilbert Simondon, op. cit., 2009, p. 30.
48
Gilbert Simondon, op. cit., 2009, pp. 126-127.
49
Gilbert Simondon, op. cit., 2009, pp. 31, 31-32.
relativo al estatuto de la individualidad en el marco de una naturaleza pensada en
términos de “dominios del ser”. Habiendo visto ya el “paradigma elemental” que
explica la individuación física, estamos en condiciones de preguntarnos qué sería un
individuo biológico en un dominio del ser dado. Sería, según Simondon, la
“autoconstitución de una topología del ser que resuelve una incompatibilidad anterior
a través de la aparición de una nueva sistemática; (…) una axiomática espaciotemporal
del ser que compatibiliza datos antes antagonistas en un sistema de dimensión temporal
y espacial”.50

6. La cristalización de lo viviente

Ahora bien, ¿cómo se efectúa la génesis de lo viviente? ¿qué umbral explica la


discontinuidad entre lo físico y lo viviente? ¿hay discontinuidad? Simondon sostiene
que no resulta fácil discernir un límite o un corte entre la realidad física y la viviente,
porque la materia comporta sistemas que, como vimos a propósito de la cristalización,
invalidan una asimilación con “lo inorgánico” e, incluso, pueden dar lugar a la idea
según la cual “quizás hace falta suponer que la organización se conserva pero se
transforma en el pasaje de la materia a la vida”.51 Y, si bien plantea la idea con extrema
precaución y a mero “título de hipótesis metodológica”, Simondon imagina el
surgimiento de niveles, regiones y regímenes de individuación (físico, vital,
transindividual), en aquellos “dominios del ser” donde hay individuación, a partir de un
criterio que apunta no a la clasificación de sustancias en géneros y especies sino al
análisis de los distintos regímenes de recepción de información. En este punto,
Simondon sigue a Norbert Wiener y señala que si hay algo que el materialismo no ha
tenido en cuenta es la información que, “entendida como arribo de una singularidad que
crea comunicación entre órdenes de realidad”, permite pensar una realidad intermedia,
relacional, reguladora y productora de procesos que solamente a posteriori, y desde una
perspectiva extrínseca, es posible traducir en términos sustanciales extremos.52 En este
sentido, respecto de la continuidad entre lo físico y lo vital, Simondon plantea que la
misma podría ser “buscada en el nivel que se sitúa entre la realidad microfísica y la
realidad macrofísica, es decir en el de la individuación de sistemas como el de las

50
Gilbert Simondon, op. cit., 2009, pp. 389-390.
51
Gilbert Simondon, op. cit., 2009, p. 232.
52
En la bella conclusión de su trabajo, Rodríguez vincula este estatuto paradójico del concepto de
información con la noción de chóra de Platón. Cf. Pablo E. Rodríguez, op. cit., pp. 133-136.
grandes moléculas de la química orgánica”53 y pone como ejemplo de estas
macromoléculas el estatuto híbrido e indiscernible de los virus.54 Por debajo de ese
nivel dimensional, la realidad sería, más que microfísica, “prefísica y prevital”, y por
encima de él cabria distinguir distintos regímenes de recepción y procesamiento de
información. Es posible ver aquí, con mayor claridad, que para Simondon la
ontogénesis y la teoría de las fases del ser, la naturaleza, no es ni puramente inmanente
ni puramente trascendente sino una realidad intermedia, dinámica y productiva. Y es en
este marco que el criterio de recepción de información adquiere relevancia para pensar
los desfasamientos y desniveles de los distintos “dominios del ser”.

Adoptar la noción de recepción de información como expresión esencial de la operación de


individuación sería afirmar que la individuación se efectúa en un cierto nivel dimensional
(topológico y cronológico); por debajo de este nivel, la realidad es prefísica y prevital, ya que es
preindividual. Por encima de este nivel, hay individuación física cuando el sistema es capaz de
recibir la información una sola vez, y luego desarrolla y amplifica esta singularidad inicial al
individuarse de manera no autolimitada. Si el sistema es capaz de recibir sucesivamente varios
aportes de información, de compatibilizar varias singularidades, en lugar de iterar por efecto
acumulativo y por amplificación transductiva la singularidad única e inicial, la individuación es
de tipo vital, autolimitada, organizada.55

Por otro lado, Simondon apelará a la idea biológica de neotenia para hacer comprensible
este criterio. La hipótesis neoténica es introducida en 1885 por Arthur Kollmann pero
encuentra resonancia epistemológica, particularmente, a partir de las investigaciones del
biólogo holandés Louis Bolk entre 1920 y 1930. En el marco de las discusiones sobre el
evolucionismo, este biólogo plantea una hipótesis que llama “teoría de la fetalización”.
Con ella se afirma la idea según la cual la evolución no opera conforme un proceso
acumulativo de complejización creciente sino gracias a un retardo o una dilatación de
las fases primeras de desarrollo que propician la posibilidad de que el germen asuma

53
Gilbert Simondon, op. cit., 2009, p. 223.
54
Cf. Gilbert Simondon, op. cit., 2009, pp. 340-341. Sobre esta cuestión, asimismo, es importante
subrayar la centralidad que en la biología actual asumen determinadas macromoléculas: las proteínas. En
torno de su estudio parece abrirse uno de los campos más fructíferos para el pensamiento biológico,
habida cuenta del deterioro del “dogma central” de la biología molecular y la decadencia de los esquemas
genéticos reduccionistas. En este punto, quizás, se puede decir que Simondon ha sido “un adelantado”.
Por su rechazo al esquema hilemórfico (típico en las explicaciones geno-céntricas estrechas), por su
problematización de los reduccionismos cibernéticos en el plano de lo vivo, por su crítica al uso
metafórico de la teoría de la comunicación e información y, finalmente, por la centralidad constructiva (y
transductiva) que otorga a las macromoléculas.
55
Gilbert Simondon, op. cit., 2009, p. 223.
nuevas direcciones evolutivas, totalmente diferentes a las de sus ancestros. Esto es, la
neotenia implica un proceso biológico de ralentización del desarrollo que permite
explicar cómo, a partir de una fase precoz de desarrollo de una especie determinada (por
ejemplo, el chimpancé), se pueden individuar caracteres que asumen otra dirección
evolutiva y dan lugar a una especie totalmente diferente, como ser el hombre.
Simondon retomará esta idea de Bolk56 y, así como Wiener57, la complementará con el
criterio de recepción de información58, dando lugar a la tesis paradójica pero consistente
según la cual la indefensión del hombre en su estado primario de desarrollo (el hecho de
que su infancia sea prolongada y demande la asistencia de sus progenitores) se vincula
directamente con su mayor capacidad para recibir y procesar información. Por este
camino, Simondon llega a la bella imagen según la cual la realidad toda sería análoga a
un cristal en crecimiento, pues “el individuo viviente sería de cierta manera, en sus
niveles más primitivos, un cristal en estado naciente que se amplifica sin
estabilizarse”59, “la individuación psíquica es una dilatación, una expansión precoz de la
individuación vital”60 y “el grupo es una sincristalización de varios seres individuales
(...) el grupo de interioridad nace cuando las fuerzas de porvenir contenidas en varios
individuos vivientes desembocan en una estructuración colectiva”.61 A partir de aquí es
posible ver cómo la definición abstracta de naturaleza como distribución de “dominios
del ser” se vuelve concreta y se despliega individuándose discontinuamente en niveles,
regiones y dimensiones que flotan presocráticamente sobre una realidad preindividual.

7. A modo de conclusión

A partir del recorrido hecho, creemos haber presentado sino el sistema al menos una
imagen concreta de la filosofía de la naturaleza de Simondon, así como algunos de sus
presupuestos y sus conceptos fundamentales. Para concluir quizá valga señalar que uno
de los rasgos más pregnantes de la propuesta simondoniana sea la rehabilitación de esa
capacidad de asombro tan clásica en filosofía. Ciertamente, la odisea que lo lleva desde
los debates científicos contemporáneos a las problematizaciones naturalistas de los
“fisiólogos” jónicos, pasando por el estudio de los objetos técnicos, para desembocar en

56
Cf. Gilbert Simondon, op. cit., 2009, p. 254.
57
Cf. Norbert Wiener, Cibernética y sociedad, Buenos Aires, Sudamericana, 1988, pp. 54-55.
58
Cf. Gilbert Simondon, op. cit., 2009, pp. 223-224.
59
Gilbert Simondon, op. cit., 2009, p. 224.
60
Gilbert Simondon, op. cit., 2009, p. 243.
61
Gilbert Simondon, op. cit., 2009, p. 443.
una idea de naturaleza distribuida en dominios de ser, resulta asombrosa y, por qué no,
esclarecedora. Y el asombro se redobla en épocas en las cuales –producto de un
aumento exponencial en la “capacidad de recepción de información” así como en las
técnicas que la producen, transmiten y propagan-, ya nada parece asombrarnos. Por otra
parte, respecto de su filosofía de la naturaleza, más que con un vitalismo o un
energetismo, más que con una selva o un bosque, nos encontramos frente a una filosofía
de las rocas, cercana al “vitalismo inorgánico” del que hablará Deleuze. Principia
analizando ladrillos, se demora en los cristales, evoca el symbolon platónico (roca
quebrada en dos partes para simbolizar hospitalidad entre dos familias)… e,
invariablemente, busca sumergirse en el “en-sí” de la rocas para encontrar la infinitud
de lo posible. Sea como fuere, lo seguro es que para Simondon las piedras son mucho
más que entes “carentes de mundo”.

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