Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Se carece de datos precisos sobre su vida de niño, pero se sabe que el "Don" que
lució no respondía a un mérito ganado sino que es uno más de los cuatro nombres que le
impusieron sus padres al nacer, que vale como tal junto a Ramón, Francisco e Ignacio.
Por lo tanto, como Don Ramón Francisco Ignacio de la Cruz figura en su partida de
bautismo, un caso único en la historia de la Iglesia Católica de España.
Hay noticias que de muy joven, a los trece años, vivía en Ceuta, ciudad donde su
padre desempeñaba un empleo administrativo, y que ahí el todavía adolescente ya
componía décimas y pequeños diálogos. A los quince años un amigo suyo publicó en
Madrid, sin nombre del autor, un diálogo cómico suyo. En 1759 estaba empleado en la
administración de prisiones y se casó al año siguiente con doña Margarita Beatriz Magán,
que le daría al menos cinco hijos, uno de los cuales, Antonio Ramón de la Cruz Cano y
Olmedilla, sería comandante general de la artillería española en la batalla de Bailén contra
los franceses napoleónicos donde, sabemos, nuestro José de San Martín obtuvo su
bautismo de fuego.
Más facilitada se tiene la tarea biográfica de su carrera de escritor teatral, que
llamativamente comenzó con una total adhesión a los postulados neoclasicistas. Bajo los
postulados preceptistas tradujo obras de Metastasio (Aecio, Talestris), de Racine
(Bayaceto), de Voltaire (La escocesa), y de Beaumarchais (La Eugenia), además de las
piezas de Shakespeare ya arregladas al buen gusto por el francés Jean-François Ducis,
aquel que sin ningún pudor trocó el pañuelo acusador de Desdémona en una diadema de
diamantes. Don Ramón fue también uno de los “arregladores” (“zurcidores” es un término
que también les cabe) de la producción barroca española del Siglo de Oro, pero en 1765
rompió con esa actividad, se dice que apretado por necesidades económicas, y se dedicó
por entero a escribir sainetes, forma de corta extensión (veinticinco minutos de
representación) y escrita en versos octosílabos, que se convirtió en el género más popular
de la segunda parte del siglo. Por la escasa importancia literaria que los ilustrados le
reconocían, el sainete se salvó de recibir las órdenes para encuadrarse dentro de los
límites neoclásicos.
Don Ramón regresó con frecuencia a la tragedia, pero para parodiarla, tal como lo
hace en Manolo, tragedia para reír o sainete para llorar (1769), donde se adelanta al
Moratín de El café para burlarse de los malos gestores del drama neoclásico. La acción y
1
Friedrich, Adolf. Obra citada.
2
el lenguaje de Manolo remedan en todo a la tragedia regular, pero el autor opone, como
cómico contraste, el protagonismo de la hez más popular de Madrid.
«Escena I
MEDIODIENTE
SEBASTIAN
Aguarda, Mediodiente.
TÍA CHIRIPA
MEDIODIENTE
TÍA CHIRIPA
Yo te aseguro...
SEBASTIAN
Moderaos, princesa,
pues, si no me equivoco, el tío Matute
con su gente y sus armas ya se acerca»2.
2
De la Cruz, Ramón. Obra citada.
3
3
Menéndez Pelayo, Marcelino. Obra citada.
4
Friedrich, Adolf. Obra citada.
5
Ruiz Ramón, Francisco. Obra citada.
4
segunda»6. El cortejo, equívoca costumbre española que ya hemos descripto más arriba,
fue ingrediente frecuente en sus sainetes. Su popularidad, incuestionable, le permitió
ejercer un gran dominio sobre la vida teatral madrileña, hasta el punto de que llegó a ser el
verdadero director de los teatros de la Cruz y del Príncipe, cuya programación se
manejaba con su solo criterio. Su apogeo se mostró muy sólido a pesar de que coincidió
con el embate más considerable de la estética neoclásica encabezada por Leandro de
Moratín.
Los historiadores del teatro mencionan sin mucho entusiasmo a un epígono de Don
Ramón de la Cruz, el gaditano Juan Ignacio González del Castillo (1763 – 1800), calificado
como un autor de sainetes «con menos gracia y menos méritos literarios» 8, que durante su
corta vida (murió a los treinta y siete años) se enseñoreó de los escenarios de Cádiz, su
ciudad natal, pero nunca pudo estrenar en Madrid. Algo más calificado es Sebastián
Vázquez (sin datos), competidor de Don Ramón y autor de más de ochenta sainetes
donde con frecuencia emulaba al gran maestro, imitando, con voluntad o empujado por la
tendencia, su estilo y sus temas de lunfardía madrileña. Quiñones.
El sainete es un género que por las fechas indicadas, fines del XIX y comienzos del
XX, mostró una gran productividad. Además de enseñorear en su país de origen, en
Madrid, en Cádiz y en Valencia, de la mano de Eduardo Escalante, Josep Bernat i Baldoví
y Francisco Palanca Roca, las compañías españolas, en gira, lo exportaron a Sudamérica,
donde radicó con fuerza. En Buenos Aires, y por mandato de la masa inmigratoria que
necesitaba de un teatro que la represente, el sainete español fue tomando rasgos propios.
Es innumerable la cantidad de “sainetes criollos” firmados por los autores locales, que
reinaron en los escenarios más o menos hasta los años 30’, en que la apreciación del
público se derrumbó por el hastío que provocó la aplicación repetida de la misma fórmula.
Nemesio Trejo (1862 – 1916) es considerado el lazo de unión entre las poéticas hispana y
local, entendiendo que su pieza, La fiesta de don Marcos, actúa como paradigma del
nuevo sainete criollo pero aún contiene rasgos de origen. Otros historiadores le otorgan el
mismo mérito a Enrique Buttaro (1882 – 1904), autor de poca obra debido a su corta vida,
pero que con Fumadas, de 1901, dio, sino la primera muestra, una de las iniciales de
existencia del sainete criollo.
La crítica califica a este sainete criollo dentro del campo popular para diferenciarlo
del otro sector, el teatro “culto”, que desechaba la corta extensión, se prolongaba en tres
actos y atendía, al menos esas eran las intenciones de sus autores, conflictos más
6
Valbuena, Ángel. 1930. Literatura Dramática Española. España. Editorial Labor S.A.
7
Ignatov, S. Obra citada.
8
Ruiz Ramón, Francisco. Obra citada.
5
profundos, dilemas que el sainete diluía entre la fiesta costumbrista y la pura risa. Es por
eso que algunos de los autores que se ganaban la vida con su tránsito sainetero,
mostraban su incomodidad por sentirse atrapados dentro de un cuadro que les daba poca
consideración artística y tentaron, con frecuencia con poca suerte, insertarse dentro del
teatro culto. Sobran muestras de autores que nunca pudieron superar esa condición que
estimaban subalterna. Podemos mencionar a Roberto Lino Cayol (1887 – 1927), autor de
El debut de la piba, «quien aspiraba a ser un autor serio y renegaba de su condición de
sainetero, aunque fue el sainete el que le dio fama y un lugar destacado en el teatro
rioplatense»9. También a Armando Discépolo, quien sin embargo hizo suficientes méritos
para dar el salto, sólo que la crítica de su tiempo lo desconoció como dramaturgo, para ser
estimado mucho después, luego de tres décadas de la fecha en que Discépolo había
abandonado la escritura teatral.-
Roberto Perinelli
9
Villa, Mónica. 2015. José González Castillo. Militante de lo popular. Buenos Aires. Corregidor.