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Biografía
Nació en Madrid el 10 de marzo de 1760, de noble
familia asturiana por parte de padre,1 el también
poeta, dramaturgo y abogado Nicolás Fernández de
Moratín. Su madre fue Isidora Cabo Conde, con
raíces en Pastrana (Guadalajara). Se crio en un
ambiente donde eran frecuentes las discusiones
literarias, pues su padre Nicolás fue un hombre
dedicado a las letras y fundador y asiduo tertuliano
de la Fonda de San Sebastián. A los cuatro años,
enfermó de viruela, lo que afectó su carácter, Leandro Fernández de Moratín, retratado en 1799 por
volviéndolo tímido; además se volvió un lector Goya. (Real Academia de Bellas Artes de San Fernando).
Solo quiere ser abate. / ¡Qué pedir tan moderado / el suyo, si por ventura / el ser abate es
ser algo!
Con estas rentas logra un discreto pasar que le permite consagrarse solo a escribir teatro. Retirado en
Pastrana, cuna de su madre, retocó La mojigata y El barón y escribió La comedia nueva o El café, una
gran crítica de los géneros del teatro popular y sus autores. Una vez estrenada esta última, viajó con una
beca o bolsa de viaje suministrada por Godoy durante cinco años por Europa: Francia de nuevo, Inglaterra,
Bélgica, Alemania, Suiza e Italia, regresando a Madrid en 1797 para ocupar el cargo de secretario de
interpretación de Lenguas, que había quedado vacante por el fallecimiento de uno de los hermanos
Samaniego. Esto le permitió vivir sin apuros económicos, aunque él habría deseado, por el contrario, el
puesto de director de los teatros que le hubiera permitido hacer una gran reforma de principios neoclásicos.
Desde Francia tuvo que ir a Inglaterra a causa de la Revolución Francesa: había quedado asustado por el
asalto a las Tullerías del 10 de agosto de 1792 y la formación de la Comuna de París. De esa época son sus
amenas Apuntaciones sueltas de Inglaterra (1792), diario de viaje lleno de interesantes notas costumbristas.
Aprovecha para estudiar el teatro de Shakespeare, aunque como no domina bien el inglés se apoya en las
refundiciones de Jean-François Ducis, y traduce Hamlet (impreso en 1798). Pasó luego a Bélgica y a
Alemania, donde perdió sus escritos y temió ser robado y asesinado, a Suiza y a Italia, de la que dejó
también un extenso diario (Viaje a Italia, 1793) y donde se encontró con tantos amigos y admiradores
(muchos de ellos jesuitas expulsados de España en 1767) que le hicieron miembro de la Academia de la
Arcadia de Roma, con el
sobrenombre de Inarco
Celenio. Se embarcó en Niza
para volver a España, en el
buque La venganza, pero las
tormentas y los compañeros lo
marearon tanto que el viaje fue
un infierno. Aunque El asalto de las Tullerías el 10 de
agosto de 1792
marchaban a Cartagena,
tuvieron que desviarse a
Algeciras. En Madrid, estrenando su nuevo cargo, amista con
Francisco de Goya (Moratín había estudiado dibujo de joven), y
con Francisca Muñoz, "Paquita". Son sus años más felices.
Frecuenta la tertulia del crítico literario y helenista Pedro Estala
(quien lo llama "el Molière de España" en 1794)3 y consolida su
Portada de La derrota de los amistad con el abate y humanista Juan Antonio Melón (1758-1843),
pedantes (1789). Madrid, en la poderoso censor de libros, quien habla de él en sus memorias, que
Oficina de Benito Cano
llevan el título de Desordenadas y mal digeridas apuntaciones.
Tiene ya escritas sus piezas El barón y La mojigata, que conseguirá
estrenar, aunque no sin la oposición de quienes ven en él un afrancesado que se ha beneficiado
grandemente del odiado valido Manuel de Godoy. Al fin, como desea, es nombrado miembro de la Junta de
Dirección y Reforma de los Teatros (1799), pero sus disensiones con el director de este organismo le hacen
abandonar el cargo desilusionado a los tres meses. En ese mismo año su amigo aragonés Francisco de Goya
le pinta el primero de los dos retratos que le dedicó, a lo que el poeta correspondió con una agradecida silva;
menos conocido es que por la misma época también le hizo otro buen retrato el pintor dandy Luis Paret y
Alcázar como un apuesto petimetre pisaverde, que se conserva en el Museo de Navarra.4 En 1803 estrena
El barón y en 1804 La mojigata, que tuvieron buena acogida. Pero fue el 24 de enero de 1806 cuando
obtuvo el mayor éxito de su carrera, uno de los mayores del teatro de entonces, con el estreno, al que acudió
Manuel Godoy, en el coliseo de la Cruz, de El sí de las niñas, que se repone durante veinte días hasta el
cierre de los teatros por la cuaresma y de la que se hacen cuatro ediciones. Pero la situación política no es
halagüeña: su protector Godoy pende de un hilo. Además, sus planes de casarse con Paquita se van al
traste, probablemente a causa de la indecisión del poeta (quien, según las anotaciones de su Diario, era un
asiduo del amor mercenario, como su padre), y esta se casa con otro.
El motín de Aranjuez en 1808 produce la caída de Godoy; huyó a Vitoria y de allí volvió como
afrancesado, por lo que se le confiscaron los bienes. Pero José Bonaparte se hace con el poder y llega a ser
nombrado en 1811 bibliotecario mayor de la Real Biblioteca por el nuevo monarca, que reina con el
nombre de José I. Su contribución fue hacer un nuevo catálogo de fichas sueltas. Además se le nombra
caballero de la Orden Real de España, que él llamó "Orden del Pentágono", creada por el monarca, que era
masón. En 1811 escribe un prólogo contra la recién derogada Inquisición para encabezar una fracasada
edición del fray Gerundio de Campazas; reimprime además, bajo pseudónimo, el Auto de fe celebrado en
la ciudad de Logroño en los días 7 y 8 de noviembre del año de 1610, siendo inquisidor general el
cardenal arzobispo de Toledo Bernardo de Sandobal y Roxas. Segunda edición, ilustrada con notas por el
bachiller Ginés de Posadilla, natural de Yébenes (1811):
A partir de entonces fue tachado de «afrancesado». Por entonces inicia sus traducciones de Molière, que en
realidad son adaptaciones, y La escuela de los maridos es estrenada en 1812 por su amigo el gran actor
Isidoro Máiquez, afrancesado como él e igualmente retratado por Goya. Con los avatares de la Guerra de la
Independencia española se produce un cambio político y ha de refugiarse progresivamente en Valencia (tras
la batalla de Bailén) donde canta algunas de las reformas del mariscal francés Suchet y colabora en la gaceta
afrancesada Diario de Valencia (1812) junto con su amigo Pedro Estala; pero la plaza no se sostiene y tiene
que huir primero a Peñíscola, donde sufre un largo y feroz asedio, y luego a Barcelona, donde lo acoge
favorablemente el barón de Eroles. Aunque le han levantado el embargo de sus bienes, con el pretexto de su
afrancesamiento la Iglesia no le paga las rentas de Montoro, Burgos y Oviedo, padece hambre y
experimenta una grave depresión. Sin embargo, se sobrepone; traduce Cándido o el optimismo de Voltaire
y entrega al actor Felipe Blanco, primer gracioso del teatro de Barcelona, otra adaptación de Molière, El
médico a palos, que se estrena allí el 5 de diciembre de 1814 con éxito; el autor dedicará además al retrato
de este personaje un agradecido soneto; poco después logra por fin la restitución de sus bienes. Recibe su
correspondencia a nombre de Melitón Fernández, Joseph Sol o Francisco Chiner. En sus cartas informa de
cómo transcurren sus días:
Yo sigo haciendo aquí la vida tont a, sin otra diversión que la de leer un rato por la
mañana, pasear una hora por la tarde y clavarme a la luneta por la noche... Hablo en
catalán con aullido perruno que no hay más que pedir.6
Moratín fue un hombre de teatro en el sentido amplio de la palabra. A su condición de autor teatral hay que
añadirle otros aspectos menos conocidos, pero que fueron tan importantes para él como este y le ocuparon a
veces más tiempo, esfuerzo y dedicación que sus propias obras. Fue Moratín uno de los fundadores de la
historiografía teatral española. Sus Orígenes del teatro español, obra que dejó inédita y que fue publicada
en 1830-1831 por la Real Academia de la Historia, es uno de los primeros estudios serios y documentados
del teatro español anterior a Lope de Vega. Es también de gran interés el «Prólogo» a la edición parisina de
sus obras en 1825, en donde resume, desde una perspectiva clasicista la historia del teatro español del
siglo xviii. Moratín fue también un activo impulsor de la reforma teatral de su tiempo. Relacionado con los
círculos del poder que estaban interesados en esta reforma y heredero de las ideas de su padre, no dejó de
promover una renovación de toda la estructura teatral vigente en la España de su época. La comedia nueva
es uno de los hitos de esta campaña de reforma emprendida por los intelectuales que se movían alrededor
del gobierno desde mediados del siglo cuando proponían reformas Ignacio de Luzán, Agustín de Montiano
y Luyando, Blas Nasarre y Luis José Velázquez.
Obras
Obras dramáticas
Es el más importante autor comediógrafo de la escuela neoclásica española: toda la alta comedia burguesa
posterior del siglo xix (Francisco Martínez de la Rosa, Manuel Eduardo Gorostiza, Ventura de la Vega,
Manuel Bretón de los Herreros, Eugenio de Tapia...), incluso en el siglo xx Jacinto Benavente, le deben
algo. Sus máximas son: el teatro como deleite e instrucción moral (escuela de buenas costumbres) y una
acción que imite de modo verosímil la realidad. De ahí nace el apego a las reglas dramáticas en todas sus
facetas, especialmente la regla de las tres unidades: la de acción (contar una sola historia), de lugar (en una
sola ubicación) y tiempo (en no más de 24 horas).
La separación de géneros la realizó con tal precisión, que no llegó a escribir tragedias, pese a ser un género
muy en boga en el neoclasicismo europeo. Su carácter le llevó a la comedia, género que define diciendo:
«pinta a los hombres como son, imita las costumbres nacionales existentes, los vicios y errores comunes, los
incidentes de la vida doméstica; y de estos acaecimientos, de esos privados intereses, forma una fábula
verosímil, instructiva y agradable».
Teoría de la comedia
La exposición más extensa y detallada de sus ideas sobre la comedia se encuentra en el «Prólogo» que
compuso para acompañar la edición definitiva de sus obras publicada en París en 1825. Hablando de sí
mismo en tercera persona, el dramaturgo proporciona, entre otras muchas doctrinas sobre el teatro, su
definición del género cómico:
«Imitación en diálogo (escrito en prosa o en verso) de un suceso ocurrido en un lugar y en
pocas horas entre personas particulares, por medio del cual , y de la oportuna expresión
de afectos y caracteres, resultan puestos en ridículo los vicios y errores comunes en la
sociedad, recomendadas por consiguiente la verdad y la virtud».
El viejo y la niña
La primera comedia escrita por Moratín fue estrenada el 22 de mayo de 1790, pero su génesis y redacción
se remontan a varios años antes, quizás a 1783. El propósito del autor es condenar una unión que no debía
haberse efectuado, no solo por la desigualdad en la edad de los cónyuges, sino sobre todo por el interés y el
engaño con que fue concertada.
El primer elemento que llama la atención es que la obra está escrita en prosa. Era esta una forma de escribir
teatro poco común en la década de 1790. Dramas como El delincuente honrado de Jovellanos son
prácticamente los únicos en prosa escritos hasta entonces.
Los cafés eran una de las novedades de la España del siglo xviii, como lo habían sido en el resto de Europa.
Esta moda encontró su reflejo en el teatro: Carlo Goldoni había escrito una comedia titulada La bottega del
caffè, conocida sin duda por Moratín, pues en La comedia nueva se utiliza alguna situación de la obra
goldoniana, como es el reloj parado del pedante.
La comedia es de una factura técnica perfecta, un ejemplo de ajuste a las normas neoclásicas. Las unidades
se siguen de forma rigurosa. La sala del café es el único espacio donde sucede toda la acción. La unidad de
tiempo es tan perfecta que es una de las pocas obras en donde se cumple el ideal de que la representación
dure exactamente lo mismo que la acción dramática.
El barón
En 1787 Moratín había recibido un encargo que no podía menos que cumplir. La condesa de Benavente,
doña Faustina, le encargó escribir una zarzuela. Haciendo de tripas corazón, escribió El barón, zarzuela de
ambiente manchego en dos actos que envió a la condesa. Con gran alegría de Moratín, no se llegó a
representar nunca, pero corrió manuscrita y durante el viaje a Italia se hizo una adaptación sin permiso del
autor que, con música de José Lidón, llegó a los escenarios. Moratín recuperó la obra y decidió convertirla
en comedia. Así lo hizo. La obra se estrenó, allá por el año 1803 en el Teatro de la Cruz
La mojigata
También de esta comedia empezaron a circular copias manuscritas a partir de 1791. Fue enmendada y
ensayada por los actores de la compañía de Ribera, y finalmente representada en el Teatro de la Cruz el 19
de mayo de 1804. Con La mojigata Moratín seguía con su análisis personal del problema de la educación
femenina en sus repercusiones sociales.
El sí de las niñas
El sí de las niñas fue estrenada en el coliseo de la Cruz el 24 de enero de 1806. La comedia, en prosa,
transcurre en una posada (unidad de lugar) de siete de la tarde a cinco de la mañana (unidad temporal, para
ser verosímil) , y narra una sola historia: cómo Doña Francisca (Paquita), una joven de 16 años obligada por
su madre Doña Irene a casarse con Don Diego, un sensible y rico caballero de 59 años. Sin embargo, este
ignora que Doña Francisca está enamorada de un joven militar, un tal «Don Félix», quien en realidad se
llama Don Carlos, y es sobrino de Don Diego. Con este triángulo amoroso como argumento se desarrolla la
obra, cuyo tema principal es la opresión de las muchachas forzadas a obedecer a su madre y entrar en un
matrimonio desigual y en este caso con una gran diferencia de edad entre los contrayentes.
La clave de la obra se encuentra en la contradicción que caracteriza a Don Diego en el tema de la educación
de los jóvenes y la elección de estado: su práctica, su actuación, no concuerda con la teoría. Pide libertad
para la elección de estado (una libertad negada entonces a los jóvenes), crítica la falsa concepción de la
autoridad por parte de los padres: comprende que ese falso autoritarismo es la raíz de muchos males; quiere
que Paquita elija con libertad.
Pero en la práctica, don Diego, que es el protector de su sobrino Carlos, comete con él los mismos errores
que critica en teoría. Esta contradicción entre la teoría y la práctica es el hilo que conduce la trama teatral.
La obra tuvo muchos problemas para poderse estrenar (varias delaciones a la Inquisición por inmoral;
presiones de un ministro; varios exámenes, notas, advertencias y observaciones que corrieron
manuscritas...), que fueron vencidas por la protección de Manuel Godoy y obtuvo un éxito formidable, de
los mayores de su época: se repitió durante veintiséis días y tuvo que interrumpirse a causa de la llegada de
la cuaresma. Se hicieron cuatro ediciones en ese mismo año, y se llevó a las provincias y a los teatros
particulares poco después.
Obra poética
El tomo III de las Obras dramáticas y líricas de 1825 está dedicado
a la lírica. Su obra abarca casi cincuenta años de dedicación a la
poesía, que dieron como fruto poco más de un centenar de poemas:
ciento nueve poemas seguros más uno atribuido recoge Pérez
Magallón en su edición de las Poesías completas (Barcelona:
Sirmio, 1995) de Leandro. Moratín es autor de un centenar de
composiciones poéticas: nueve epístolas, doce odas, veintidós
sonetos, nueve romances, diecisiete epigramas, «composiciones
diversas», consistentes en ocho poemas líricos que se apartan de las
modalidades tradicionales, dos traducciones y una elegía, el
«romance endecasílabo» o «canto épico» en cuartetos La toma de
Granada, y nueve traducciones de Horacio. Miembro de la
academia de la Arcadia de Roma con el nombre de Inarco Celenio,
Moratín, en calidad de lírico, no puede ser considerado un poeta de
originalidad y fantasía de primera fila. Sin embargo, no cabe duda Tumba de Moratín en el Cementerio
de San Isidro de Madrid.
de que merece que se le sitúe cerca de los dos auténticos poetas
líricos del siglo xviii español, Manuel José Quintana y Juan
Meléndez Valdés, y no entre los demás poetas de su tiempo, fundamentalmente mediocres. Sus
preocupaciones en cuanto a la forma son la corrección, la armonía y el equilibrio expresivos, en una
atmósfera de idealismo neoclásico, como es lógico, pero veteado de una serie de matices de recogimiento y
melancolía que se remontan a Horacio por una parte, y, por otra, a ciertos estados de ánimo del momento
histórico y poético del autor. Leandro de Moratín no fue un retrasado poeta del XVIII español, ni un
anticipo de vagas tonalidades románticas, sino un puro y fiel representante de ese auténtico resurgir del
gusto clásico que coincide, en su plenitud, con los albores del romanticismo.
La «Elegía a las musas», «la obra maestra de Moratín», además de ser más lograda desde
el punto de vista poético, es indudablemente la más significativa de esas composiciones.
Fernando Lázaro Carreter afirma que en este último poema Moratín toca la cumbre de la
lírica española.
Libros de viajes
El Viaje a Italia
El Viaje a Italia, realizado con su amigo "Narildo", sobrenombre de Antonio Robles Moñino, sobrino del
conde de Floridablanca, a continuación del de Inglaterra y mucho más extenso (ocho cuadernos), recoge en
realidad su itinerario desde Dover a Bélgica (Brujas, Gante, Bruselas, Lovaina, Maastrich) y luego por
Alemania y Suiza (Colonia, Bonn, Fráncfort, Manheim, Offenburg, Kenzingen, Fribourg, Schaffhausen,
Eglisau, en cuyo río se bañó, Zúrich, Lucerna, Altorf, Ayrolles, Bellinzona y Lugano) viendo museos,
monumentos, arquitecturas, paisajes, gentes, productos, costumbres, comercio, agricultura, inscripciones,
obras de arte hasta llegar a Italia.10 En Italia visitó Como, Milán, Parma, Módena (a cuyo teatro acude y de
cuyo duque chismorrea), Bolonia (donde le impresiona el cuadro de Judit y Holofernes de Caravaggio),
Florencia, Siena, Roma y Nápoles, ciudad esta entonces de cuatrocientos mil habitantes donde se quedó
más tiempo. Visita a Parini y a Bodoni y le sorprenden el Duomo, las obras de arte, las enormes bibliotecas
(Ambrosiana, Laurenciana), los pequeños teatros, el número y calidad de artistas, academias y obras de arte
y las excavaciones arqueológicas de Velleia. En Bolonia se encuentra a gran número de jesuitas españoles
expulsos:
Había en Bolonia seiscientos y tantos ex-jesuitas españoles; vi entre ellos a Lasala, aplicado,
estudioso, de bello carácter, autor de varias tragedias frías, leí dos que acababa de publicar,
Don Giovanni Blancas y Don Sancio García, y me parecieron entrambas de corto mérito.
Colomés, autor de la Inés de Castro y otras obras estimables, está reducido a la mayor
estrechez, teniendo que sufrir los caprichos de un «nobile bolognese», a quien sirve de
secretario; es lástima que nuestro gobierno carezca de noticias acerca de los sujetos
beneméritos de esta extinguida religión, y que no saque de ellos la utilidad que podría,
mejorando al mismo tiempo su mala fortuna. Don Manuel de Aponte ha traducido la Iliada y
la Odisea en verso con admirable fidelidad, ilustrando su obra con notas doctísimas; no se ha
lo impreso, ni acaso se imprimirá. La cátedra de lengua griega, que regenta en la Universidad,
no le da para echar aceite al candil, es hombre muy instruido, de exquisito gusto en la poesía,
modesto, festivo, amable, y está atenido a la triste pensión que se les da a todos
Pero también ataca a la nobleza fatua y ociosa, a la que echa la culpa de todo:
Las clases más ilustres y distinguidas no ofrecen menos motivo de disgusto al que de cerca las
observe. La nobleza infatuada, como en todas partes, con sus escudos de armas y sus
arrugados pergaminos, es tan soberbia, tan necia, tan mal educada, tan viciosa, que a los ojos
de un filósofo, de un hombre de bien, es precisamente la porción más despreciable del Estado.
El lujo ha llegado al exceso en ella; la ignorancia, la frivolidad, la insensatez parecen ser su
especial patrimonio, el juego, la intemperancia, la disolución son vicios comunes, que ya no se
admiran ni escandalizan; o por mejor decir, estos vicios parecen costumbres. Qué poco honor
se ve en los nobles, con qué facilidad faltan a su palabra, con qué desvergüenza se prestan a
las acciones más indecorosas, qué poco les importa atropellar el decoro y la justicia por el
interés...
Crítica además muy severamente la inoperancia del sistema judicial. Se acerca a los palacios de Caserta y
Portici y contempla las obras de arte de Pompeya y Herculano, visitando también Pozzuoli y Bayas. Evoca
y cita a Sannazaro, Virgilio y Marcial. Analiza el teatro operístico italiano y asiste a dos de esas piezas en
Nápoles. Se queda con ganas de ver algo de Apostolo Zeno y del "inmortal Metastasio". Estudia todos los
teatros de la ciudad y también el género del teatro bufo y la commedia dell'arte, de los que hace crítica
sintética de gran número de piezas; de nuevo se muestra contrario al teatro popular, esta vez italiano
(Francesco Cerlone). Alaba, por el contrario, las comedias de Carlo Goldoni.
Vuelve de nuevo a Roma (donde se queda esta vez más tiempo), a Florencia y a Bolonia. Describe las
maravillas arquitectónicas de la basílica de San Pedro y sus alrededores, las pinturas de Rafael y Miguel
Ángel, etcétera. Visita las diecisiete salas del museo de ciencias naturales de Florencia y pasa cuatro meses
en Bolonia. De allí parte a Ferrara (a cuyo poeta Ludovico Ariosto celebra y donde reencuentra a su amigo,
el conde Juan Bautista Conti), y parte con él a Lendinara; luego sigue solo a Verona (cuyos palacios le
parecen más pequeños pero más elegantes que los de Florencia); celebra su museo lapidario y acude a su
teatro a ver una fea comedia; Vicenza (donde entre otras cosas, estudia el teatro olímpico de Andrea
Palladio), Padua (donde visita el jardín botánico y el gabinete de máquinas de la universidad y conoce al
físico Stefano Gallini y a los abates y humanistas Melchiorre Cesarotti y Alberto Fortis; por demás, se
enamora de una tal Bocucci) y, por fin, entra dentro de una gran barcaza con otros sesenta viajeros en
Venecia:
Una ciudad situada en medio del mar, donde no se ve otra cosa que agua y edificios soberbios.
Entré por el hermoso Canal de la Giudeca, y me hospedé donde pudieran hospedarse muy bien
Enoc y Elías, si el diablo les tentara de venir a esta profana ciudad [...] En Venecia se
levantan tarde, comen tarde, cenan tarde, y se acuestan tarde. Por las mañanas las señoras
salen en su góndola con basquiña y cendal; las viejas se van a misa y a visitar monjas, y las
mozas con sus maridos o sus amantes a dar un paseo por la Plaza de San Marcos, y a pasar un
par de horas en los casinos en buena compañía y tomar café, siendo de advertir que en
Venecia suelen tomar café siete u ocho o más veces al día, bien que el café es excelente y las
tazas pequeñas. Después del teatro, se juntan, o en los casinos o en las casas particulares, y
dura la conversación o el juego toda la noche, sale el sol y se van a la cama, todo esto debe
entenderse de la gente culta y de buen tono, porque la canalla tiene otras horas y otros estilos.
Venecia "no es ciertamente la mejor de las repúblicas posibles: poco más de doscientas familias, que
compondrán apenas 1500 individuos, son las que tienen en su poder el gobierno político y civil de toda la
nación". Asiste allí a unas cincuenta piezas teatrales en distintos teatros, entre ellas algunas de Carlo
Goldoni y una de Beaumarchais; cada una de ellas es cuidadosamente comentada; el teatro mejor le parece
el francés, y el italiano le sigue a su juicio; muy inferior le parece el español actual. Le impresiona mucho la
tragedia neoclásica de Vittorio Alfieri; vuelve a Ferrara y a Bolonia (donde comenta unas treinta piezas
teatrales); de allí marcha a Génova y a Niza, donde se embarca para Mahón y el siete de diciembre de 1797
vuelve a embarcarse para Cartagena, aunque una tormenta los desviará a Algeciras.11
Distinciones honoríficas
Caballero de la Real Orden de España
Véase también
Literatura española de la Ilustración
Literatura de España
Referencias
Notas
1. En realidad, fue su bisabuelo, Domingo Fernández de Moratín, quien procedía de Asturias,
de la localidad de Moratín, en el municipio de Salas, de donde se trasladó a vivir a Madrid
en 1650. Así aparece reflejado en un manuscrito de la Biblioteca Nacional de España
publicado parcialmente por primera vez en 1897 por Emilio Cotarelo y Mori en su obra Iriarte
y su época (http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/iriarte-y-su-poca-0/html/002e24ec-82
b2-11df-acc7-002185ce6064.htm), páginas 519-524.
2. Fradejas Lebrero, Antonio (1960). «Leandro Fernández de Moratín». Cátedra 1960-1961.
Prontuario del profesor: 315-344.
3. Pedro Estala, prólogo a El Pluto, Madrid: Sancha, 1994, p. 43.
4. Sin embargo, recientes investigaciones de José Luis Díez García, conservador jefe de
pintura del siglo XIX del Museo del Prado, han concluido que se trata del retrato de un
caballero no identificado, atribuyéndose la obra a Vicente López. Ver: Navarra.es (18 de
octubre de 2012): «El Museo de Navarra presta el cuadro “Retrato de caballero” para
exhibirlo en el Palacio Real de Madrid» (http://www.navarra.es/home_es/Actualidad/Sala+de
+prensa/Noticias/2012/10/18/retrato+de+caballero+vicente+lopez.htm). Consultado el 7 de
abril de 2022.
5. Auto de fe celebrado en la ciudad de Logroño... pp. 44-45.
6. Citado por María Teresa Barbadillo en su edición de El sí de las niñas (Fernández de
Moratín, 1985, p. 24)
7. Ríos Carratalá, Juan Antonio (1993). «Leandro Fernández de Moratín» (http://www.cervantes
virtual.com/portales/leandro_fernandez_de_moratin/autor_biografia/). Diccionario de
Literatura española e hispanoamericana. Madrid: Alianza.
8. Leandro Fernández de Moratín, ed. lit. de René Andioc y John Dowling [Estudio sobre La
comedia nueva, págs. 33-59], La comedia nueva. El sí de las niñas. (http://books.google.es/b
ooks?id=yzYcevGBAJ4C&pg=PA96-IA1&client=firefox-a&source=gbs_selected_pages&cad
=0_0#PPA49,M1), Madrid, Castalia, 1993, págs. 49-50. ISBN 978-84-7039-057-9.
9. Obras póstumas. Tomo I, Madrid, Rivadeneyra, 1867, pp. 161-269.
10. "Viage a Italia", en la ed. de Madrid, Manuel Rivadeneyra, 1867; hay edición crítica de Belén
Tejerina (Madrid, Espasa-Calpe, 1991).
11. Fernández de Moratín, Leandro. «Viaje a Italia» (http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/
viaje-a-italia--0/html/ff208f36-82b1-11df-acc7-002185ce6064.html). Biblioteca Virtual Miguel
de Cervantes. Notas de reproducción original: Edición digital basada en la de Madrid, M.
Rivadeneyra, 1867.
Bibliografía
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Fernández de Moratín, Leandro (2001). René Andioc, ed. El sí de las niñas. La comedia
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Fernández de Moratín, Leandro (1995). Jesús Pérez Magallón, ed. Poesías completas
(poesías sueltas y otros poemas). Barcelona: Sirmio.
Rossi, Giuseppe Carlo (1974). Leandro Fernández de Moratín. Introducción a su vida y obra.
Madrid: Cátedra.
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