LLAMADOS A VIVIR LA RADICALIDAD EVANGELICA “El amor de Dios nos motiva a no vivir más para nosotros mismos” (cf.2cor 5,14-15) La palabra que el Señor pronuncia sobre nosotros es “Palabra constitutiva”. ¡Dios habla y todo es hecho! En Hebraico se dice (dabar) que tiene la misma raíz de la palabra (Toráh), o sea la ley. La palabra de Dios es su propia ley dada a los hombres. Es por medio de su palabra que Dios enseña a los hombres, como ellos deben actuar para cumplir su, voluntad. Dios habla y todo se hace, todo se transforma. Cuando leemos en nuestra palabra Constitutiva la expresión “El Espíritu del Señor esta sobre mí”, asumimos en nuestras vidas una palabra consagratoria (que tiene el poder de consagrar), por cuanto no somos nosotros que nos consagramos, es el propio Señor que nos consagra con su palabra. El nos consagra, nos unge, nos envía, nos capacita. Vean, esto no depende de nuestros méritos, es don de Dios, es gratuito es pura Misericordia. ¡Por lo tanto, podemos afirmar que somos “ungidos y consagrados por el Espíritu”! Más que “pedir el Espíritu Santo”, necesitamos hacer nuestro este don, o mejor permitir que el Espíritu Santo tome el control de nosotros, por entero. ¡Escuchaba de un padre amigo, el P. Marlon, afirmando que “todo cristiano tiene el Espíritu Santo, pero que infelizmente el Espíritu Santo no tiene a todos los cristiano por entero!”. E ahí la fuente de toda la radicalidad evangélica. En verdad, la radicalidad no es un privilegio de algunos, es una necesidad- diría la “naturaleza”- de todo verdadero hijo de Dios. El Apóstol San Pablo, en sus cartas a las comunidades define el Espíritu Santo como “el Amor de Dios derramado en nuestros corazones” (cf. Rom 5,5) y, aún más que “que el amor de Cristo nos impulsa… para que aquellos que viven no vivan más para si mismos, más para aquel que por ellos murió y resucito” (cf. 2Cor 5,14). ¡El Amor nos impulsa a no vivir más para nosotros mismos! Seria ridículo decir para una enamorada o la esposa “te amo mas o menos, te amo apenas un poco”. Quien ama, ama apasionadamente, ama “para” morir. Es de ese modo que Jesús afirma: “¡Así como el Padre me amó, yo los ame… ámense unos a otros como Yo los ame! Nadie tiene amor mayor que aquel que da la vida por los amigos” (cf. Jn 15, 9.12-13). Es por eso que el don del Espíritu, “Donador de los dones”, es dado “sin medida” (cf. Jn 3,34) y no por casualidad, el Espíritu no habla de si mismo: El nos revela el Amor del Padre, clama en nosotros “Aba, Padre” (cf. Rom 8,15) y nos revela el Señorío de Jesús. ¡Nadie puede decir Jesús es el Señor si no por el Espíritu Santo! (cf. 1Cor 12,3). De este modo, vivir en el Espíritu es vivir para los otros, es hacer de nuestra vida un don sin reserva, es dejarse llevar por una corriente que nos arrastra, es entender que vivir para los otros es una regla de la naturaleza humana, es la fuente de la verdadera alegría. Si reflexionamos bien el misterio de nuestra existencia, entenderemos que toda creación vive la ley del grano de trigo, “si no muere permanece solo, pero si muere, producirá muchos frutos” (cf. Jn 12,22). María Paula guardaba en su biblia y re3petia frecuentemente esta oración, que Francisco pronunciaba al recibir la Eucaristía: “Quita, yo te pido, oh mi Señor, mi mirada de las cosas que están debajo del cielo, para que yo muera por amor de tu amor, como tu moristeis por amor de mi amor”. Todos los Santos hicieron esta experiencia, inflamados por el mismo Espíritu. Bellísima la oración de Santa Mirian de Belén: “Espíritu Santo, inspírame; Amor de Dios, consúmeme; al recto camino, guíame…” Vean, quien ama no se busca más, se consume y se dona con alegría, con creatividad, con sabiduría. Sabe descansar para amar más, sabe alimentarse y cuidar de su salud, ¡porque sabe que todo es amor! ¡Cuida de lo necesario pues para la mayor necesidad es darse y darse por entero, darse con alegría! Personalmente estoy convencido que lo que más puede cansarnos es la falta de amor, por lo tanto, ¡“quien ama pasa de la muerte para la vida!”. La vida en el Espíritu, en Cristo, vuelve leve el peso de la vida, pues el Amor de Dios derramado en nuestros corazones es vida plena, es descanso y alegría. Tengo confianza de que es el Espíritu Santo la fuente de toda “radicalidad evangélica”. Es el Espíritu Santo vuelve radicales en la acogida, haciéndonos capaces de dormir en la calle, y si es necesario ofrecer nuestra propia cama para el pobre, ¡el “Cristo” que nos visita! Es el Espíritu que nos vuelve radicales en la pobreza, pues cuanto recibimos no es para nosotros y descubrimos que dando se recibe, que, vaciando nuestra despensa, nuestra seguridad, experimentaremos aun el milagro de la providencia, ¡la multiplicación de los panes! Es el espíritu que nos hace radicales en la oración, en la adoración, en la vigilia, en el ayuno, nos vuelve osados en el carisma, apasionados en la evangelización, que nos vuelve atentos y llenos de ternura y cuidadosos con los hermanos de comunidad. Es el Espíritu que nos hace radicales en el amor a la Cruz, comprendo como María Paula que “Nadie me quita la vida soy yo que la ofrezco…”. Es el Espíritu que nos lleva a amar “Jesús abandonado y crucificado” como afirmaba Chiara Lubich, pidiendo al final de su misión terrena que “no nos arrepintamos de haber sufrido poco, ¡de haber sufrido mal!” Dejémonos, llevar en este mes por los vientos del Espíritu, ahí donde necesitamos volver a saborear la alegría de amar sin reservas, para la gloria del Padre. No se olviden que somos escogidos “ungidos y consagrados por el Espíritu” para una misión: evangelizar para transformar. ¡Paz y Misericordia! Padre. João Henrique
PROPUESTA PARA LA VIVENCIA DE LA PALABRA DEL MES:
- Vivencia Personal y comunitaria: que, en nuestras oraciones personal y
comunitaria, busquemos pedir al Espíritu Santo que nos muestre en que precisamos ser mas radicales en la vivencia del evangelio, en nuestro carisma es que nos de la gracia de colocar en práctica.