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¿Conoce a los dos espíritus: el Espíritu de Dios mezclado con su espíritu humano?
Cuando creímos en el Señor Jesucristo, nos sucedieron varias cosas maravillosas. Fuimos
justificados por Dios, perdonados de nuestros pecados y salvos de la perdición eterna.
¡Cuánto alabamos a Dios por estos regalos tan maravillosos!
No obstante, aunque cada uno de estos regalos son maravillosos, algo más sucedió
cuando recibimos a Cristo: la unión y mezcla del Espíritu divino de Dios con nuestro
espíritu humano. Esto es un hecho profundo que podemos disfrutar hoy día en nuestra
experiencia diaria.
“Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”.
Este versículo menciona dos espíritus: un Espíritu con “E” mayúscula y otro espíritu con
“e” minúscula. ¿En qué son diferentes? La nota 2 de este versículo en la Versión Recobro
dice lo siguiente:
“El primer Espíritu mencionado aquí es el Espíritu divino, el Espíritu Santo de Dios, y el
segundo espíritu es el espíritu humano, el espíritu regenerado del hombre. La
regeneración se lleva a cabo en el espíritu humano por medio del Espíritu Santo de Dios,
con la vida de Dios, la vida eterna e increada. Así que, ser regenerado es tener la vida
eterna y divina (además de la vida humana, la vida natural) como la nueva fuente y el
nuevo elemento de una nueva persona”.
Al mencionar a estos dos espíritus juntos, este versículo habla del nacimiento divino. De
modo que nuestra experiencia de estos dos espíritus comienza cuando creemos en
Cristo y nacemos de nuevo.
Una vez más podemos ver aquí a los dos espíritus juntos: la “E” mayúscula de Espíritu es
“el Espíritu mismo”, el Espíritu divino de Dios, y la “e” minúscula de espíritu es “nuestro
espíritu”, el espíritu humano.
Este versículo nos muestra algo muy dulce y alentador en nuestra experiencia de los dos
espíritus. En el momento en que creemos, el Espíritu mismo entra en nuestro espíritu y
da testimonio con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios.
Y podemos experimentar este testimonio por toda nuestra vida cristiana. Lo único que
tenemos que hacer es abrir nuestra boca y declarar:
“Recibí al Señor Jesús como mi Salvador y Señor, y ahora soy nacido del Espíritu en mi
espíritu! ¡Soy un hijo de Dios!”
Al declarar esto, algo maravilloso ocurre en lo profundo de nuestro ser. El Espíritu quien
reside en nuestro espíritu da testimonio juntamente con nuestro espíritu de que somos
hijos de Dios. Como resultado, tenemos la dulce sensación en nosotros que Dios es
nuestro Padre querido, y que nacimos de Él. Este testimonio es una prueba interna de
nuestra salvación que nos asegura que somos verdaderamente salvos.
“Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y con veracidad es necesario que
adoren”.
Nótese que la “E” mayúscula de Espíritu, se refiere a Dios, y la “e” minúscula de espíritu
se refiere a nuestro espíritu humano. La palabra del Señor que aquí se menciona tiene
que ver con nuestra adoración a Dios. Quizás tengamos nuestras propias ideas de cómo
adorar a Dios, pero este versículo claramente nos dice que adorar con veracidad
involucra nuestro espíritu.
El Espíritu divino junto con nuestro espíritu humano: nuestro espíritu mezclado
Para los que creen en Cristo, estos dos espíritus no están separados, sino unidos,
mezclados como uno solo.
En este versículo podemos ver que estos dos espíritus están mezclados como “un solo
espíritu”. Esto no significa que se pierde la distinción entre ambos. El Espíritu todavía es
el Espíritu divino y nuestro espíritu humano todavía es nuestro espíritu humano, pero
están unidos como uno solo. Por ejemplo, el té es una sola bebida, pero que tiene dos
ingredientes distintos. Cuando preparamos el té con agua, tanto el té como el agua
mantienen su identidad distinta. Sin embargo, al prepararlos juntos, los dos se mezclan
como uno solo.
“Esto indica que el Señor como Espíritu se mezcla con nuestro espíritu. Nuestro espíritu
fue regenerado por el Espíritu de Dios (Jn. 3:6), el cual ahora está en nosotros (v. 19) y
es uno con nuestro espíritu (Ro. 8:16).Esta es la manera en que el Señor,quien se hizo el
Espíritu vivificante por medio de la resurrección (15:45; 2 Co. 3:17) y quien está ahora
con nuestro espíritu (2 Ti. 4:22), es hecho real para nosotros. En las epístolas de Pablo,
por ejemplo en Ro. 8:4-6, frecuentemente se hace referencia a este espíritu mezclado”.
El Espíritu divino y nuestro espíritu humano son hecho uno. ¡Esto es verdaderamente
algo profundo pero a la vez algo que se puede experimentar!
Invocar el nombre del Señor no es decir el nombre de Jesús de forma causal, sin ni
siquiera sentirlo. Es clamar a Él desde lo más profundo de nuestro ser, invocar al Señor
Jesús audiblemente. Podemos aprovechar este momento y practicar invocar el nombre
del Señor desde lo más profundo de nuestro ser: