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Seminario Conciliar Mayor de

Durango

Filosofía Medieval
Primera unidad: Las Confesiones de San Agustín

Pbro. Lic. Jesú s Guadalupe


Alumno. Juan Jesús Amaya Cisneros
Introducción
Aurelio Agustín nació en el 354, població n de la Numidia, en el Á frica. Su
padre, Patricio, era un pequeñ o propietario rural, vinculado todavía con el
paganismo (se convirtió solo al final de su vida). Mó nica, su madre, por el
contrario, una fervorosa cristiana. Después de haber asistido a escuelas
en Tagaste y en la cercana Madaura, se trasladó a Cartago, gracias a la
ayuda econó mica de un amigo de su padre, para llevar a cabo sus estudios
de retó rica (370/371). Su formació n cultural se realizó exclusivamente en
la lengua latina y basá ndose en autores latinos (só lo se aproximó de modo
superficial al griego y sin ningú n entusiasmo). Durante mucho tiempo,
Ciceró n fue para él un modelo y un punto de referencia esencial.
Agustin se dedicó a enseñ ar en Tagaste (374) y luego en Cartago (375-
383), se traslado a Roma en el 384, viajó a Milá n donde desempeñ o el
cargo oficial de retó rica de la ciudad, Agustín había llegado a Milá n
gracias al apoyo de los maniqueos, de los que durante cierto tiempo fue
seguidor. En Milá n, sin embargo, entre el 384 y el 386 y a través de un
profundo esfuerzo espiritual maduró su conversió n al cristianismo. Por
consiguiente, Agustín renunció al cargo de profesor oficial y se retiró a
Casiciaco (en Brianza), a una casa de campo donde vivió junto con un
grupo de amigos, su madre Mó nica, su hermano y su hijo Adeodato.
En el 391, hallá ndose en Hipona, fue ordenado sacerdote por el Obispo
Valerio, en el 395 fue consagrado Obispo, y a partir del añ o siguiente,
cuando falleció Valerio, Agustín se convirtió en obispo titular.
Las verdades de Cristo contempladas a través de la só lida fe de su madre
constituyen, pues, el punto de partida de la evolució n de Agustín, si bien
éste no aceptará la religió n cató lica durante varios añ os y seguirá
buscando en otros lugares su propia identidad. Por otro lado, Hortensio
de Ciceró n convirtió a Agustín a la filosofía, donde expresaba la filosofía
entendida a la manera típicamente helenística, como sabiduría y arte de
vivir que da felicidad.
Todas estas etapas de su vida y los sucesos relacionados con ellos
resultan decisivos desde muchos puntos de vista para la formació n y la
evolució n del pensamiento filosó fico y teoló gico de Agustín.
Desarrollo
Problema del mal y confrontación del maniqueísmo
San Agustín dedica el capítulo VII a tratar sobre la naturaleza del mal,
argumentando que no existe substancia mala, contradiciendo lo que
erradamente profesaba con la doctrina maniquea.
Es a partir de la idea de Dios para enfrentar los planteamientos
maniqueos donde nos dice: No existe ni puede existir quien piense que
hay algo má s excelente que Tú , pues eres el Sumo Bien. Y como es del
todo cierto y segurísimo que lo incorruptible es mejor que lo corruptible,
es evidente que si fueras corruptible podría yo pensar en algo má s alto
que Tú ”. Nos plantea que Dios como sumo bien lo que quiere para sí
mismo no es corruptible, pues bueno es, y su voluntad no es mayor que su
poder. Así nos dirá : “Dios hizo todas las cosas. Bueno es É l, y buenas son
ellas. É l es el bien supremo, ellas son bienes inferiores; pero, de todos
modos, Bueno es el creador, y buena es la creació n1.
A partir de estos textos se deduce que el mal no es una substancia, sino
que es una corrupció n en cuanto se da la privació n de un bien. Porque si
fuera una substancia sería buena. Así todo participa de Dios, Suma
Bondad.
Deduce que por participació n las cosas reciben la bondad de Dios, es
decir, “deben el ser”, y son verdaderas en cuanto son. Expresa el orden
que percibe en lo creado mediante la percepció n sensitiva cuando nos
dice: “Y vi que cada cosa esta bien en su lugar y también en su tiempo2.
Erradicando así las ideas maniqueas que postulaban la maldad de la
substancia, da un salto para defender al hombre que también es
substancia, no situá ndolo como uno má s entre las cosas. “Al preguntarme
pues qué es la iniquidad me encontré con que no es substancia alguna,
sino solo la perversidad de un albedrio que se tuerce hacia las cosas
inferiores apartá ndose de la suma substancia que eres Tú ; y que arroja de
sí sus propias entrañ as quedá ndose solo con su hinchazó n3.

1
AGUSTÍN, Las confesiones, 118, San Pablo, México, D.F., 1980
2
AGUSTÍN, Las confesiones, 128, San Pablo, México, D.F., 1980
3
AGUSTÍN, Las confesiones, 129, San Pablo, México, D.F., 1980
Defiende que el hombre no es malo, pero si es capaz de la maldad con sus
actos cuando con libre albedrio se opta por la corrupció n que dañ a lo
creado. Nos habla de cosas inferiores, no como el concepto de “substancia
mala” que ya hemos cuestionado, sino como pasiones desordenadas que
corrompen a quien obra y en quien se opera.
Nota que todo es bueno en cuanto es perfecto, en cuanto existe. No deja
de concluir que todo procede de Dios. Así la existencia goza de la bondad
de Dios en grados, no como un má s bueno o menos bueno sino como un
orden de bondad que culmina en Dios, Suma Bondad, la existencia en
quien los existentes participan y se ordenan.

Cuestiones sobre la memoria y la ideas


Agustín se hace presente en el campo de la psicología, de los juicios que
realiza la mente, y las operaciones que permiten el contenido del
pensamiento en nuestra mente.
En la memoria esta también atesorado todo cuanto elabora nuestro
pensamiento aumentando o disminuyendo o alterando de maneras varias
lo que aportaron los sentidos; y también todo aquello en cualquier forma
se le encomendó y ella tiene en custodia cuando no lo ha velado el peso
del olvido4. En ella en donde se conservan con entera distinció n y segú n
su propia especie todas las imá genes que entraron a mi conocimiento
cada una por su propia puerta5.
En este capítulo y en el siguiente se advierte la influencia del platonismo
en el pensamiento de san Agustín. Admite “especies” o imá genes impresas
por las cosas en los sentidos externos y también en los internos, pero
piensa que las ideas propiamente dichas son algo innato en el alma
humana, que no procede en movimiento ascensional del conocimiento
sensible.

4
AGUSTÍN, Las confesiones, 188, San Pablo, México, D.F., 1980
5
Idem.
No son, empero, las cosas mismas las que tienen acceso a la memoria, sino
nada má s sus imá genes, que quedan allí prontas para acudir por
misteriosos caminos y laberintos al llamado del pensamiento 6.
Siguiendo la línea del idealismo San Agustín, nos dirá que en la memoria
se poseen las realidades mismas, que hay dimensiones que no son
accesibles a los sentidos, es decir, no son ni coloreadas, ni sonoras, ni
olorosas, ni sá pidas ni tangibles y, sin embargo, está n guardadas en la
memoria.
Algo interesante es como afirma “el alma misma es la memoria” 7,
pensamiento que estará presente en muchos Padres de la Iglesia, que
pensaban que las facultades del alma se identifican realmente con ella.
“Así nos dirá que la memoria está presente en sí misma no por obra de
una imagen, sino por su propia realidad8.
No se limitará a dar explicació n de lo que se guarda en la memoria sino
también a lo que se pierde en ella. El olvido está en la memoria no por su
realidad misma, sino por una imagen suya que nos permite recordar que
olvidamos9. Así el olvido mismo, en su realidad, estuvo ahí para imprimir
su imagen, que me hace poder recordar el olvido, ese olvido que todo lo
borra. Es decir, cuando mi proceso mental no encuentro la idea que
quisiera recordar, está el “olvido” como relevo incondicional siempre
dispuesto a tomar el lugar de todo lo que no esté presente.

La creación y el tiempo
La voluntad de Dios no es una creatura, sino algo anterior a toda creació n,
ya que la creació n sería impensable si no hubiera en Dios una antecedente
voluntad de crear. Y la voluntad pertenece a la substancia misma de
Dios10.

6
AGUSTÍN, Las confesiones, 188, San Pablo, México, D.F., 1980
7
AGUSTÍN, Las confesiones, 194, San Pablo, México, D.F., 1980
8
AGUSTÍN, Las confesiones, 196, San Pablo, México, D.F., 1980
9
AGUSTÍN, Las confesiones, 197, San Pablo, México, D.F., 1980
10
AGUSTÍN, Las confesiones, 234, San Pablo, México, D.F., 1980
Anteriormente San Agustín dijo “la voluntad y el poder de Dios son Dios
mismo” 11 Dios crea en su voluntad, a partir de ella es que da la existencia
a cuanto existe. Así la voluntad antecede al tiempo, pues “es” con Dios
cuando creó el tiempo a partir de la creació n.
Dios en su voluntad está fuera del tiempo, Dios “es” sin el tiempo, Dios
que lo creó lo rige desde fuera, San Agustín lo explica así: En la eternidad
nada pasa, todo es presente, mientras el tiempo es esencialmente fugitivo.
Vería que lo pretérito es empujado hacia atrá s por lo venidero; y que esté
a su vez, dimana de lo pretérito. Y vería que todo lo que ya paso y lo que
va a pasar, es creado y fluye por obra de Aquel que es un Eterno
Presente12.
La pregunta que todos se hacen es ¿Qué hacía Dios antes de crear lo
creado? A lo que graciosamente responde de una manera muy peculiar
que no he distinguido a lo largo la obra. ” Antes de crear el mundo se
ocupada Dios en preparar un infierno para los que pretenden escrutar las
cuestiones mas altas y misteriosas. Antes de hacer el cielo y la tierra no
hacías nada. Porque si algo hacías no se comprende có mo de esa actividad
no se producía creatura alguna. Nada hacías antes de que por primera vez
hicieras algo13.
Dios habita en un eterno presente, fuera del tiempo, no se rige por el
tiempo, sino que lo rige y lo invade todo, su día es un HOY, eternidad. Así
Dios que hizo el tiempo, es permanente, y el tiempo no sería tiempo si no
fuera fugitivo. A partir de esto podemos decir como San Agustín que
cuando decimos que el tiempo existe, queremos decir que tiende a dejar
de existir, porque el pasado ya no existe y el futuro todavía no llega. Nos
propondrá un presente de lo pretérito, presente de lo presente y presente
de lo futuro, ya que no existen las cosas pasadas ni futuras.
Terminará esta cuestió n diciendo que el tiempo no es el movimiento de
las cosas, si, el movimiento de las cosas se da en el tiempo, porque cuando
un cuerpo se mueve medimos el tiempo de su movimiento hasta su
reposo, sin embargo, no solo medimos el tiempo del movimiento, sino
también de la inmovilidad.
11
AGUSTÍN, Las confesiones, 117, San Pablo, México, D.F., 1980
12
AGUSTÍN, Las confesiones, 235, San Pablo, México, D.F., 1980
13
Idem.
Por todo esto he venido a pensar que el tiempo no es má s que una
distensió n; pero ignoro de que; ni me asombraría que la distensió n tenga
lugar en el alma del hombre14.

La felicidad del hombre


Existe sin embargo otra manera de poseer la felicidad; y quienes la sigue
son en cierta manera son felices: son aquellos que viven en la esperanza
de la felicidad. Es cierto que éstos conocen la beatitud en una mediad
inferior a de los que actualmente la poseen; má s está n en mejor situació n
que los que ni la tienen ni esperan tenerla algú n día, pero aú n estos
nutren el deseo de la felicidad, y no hay dudad de ello; y el deseo mismo
sería imposible si de ningú n modo tuvieran la noció n de la beatitud15.
Es interesante como podemos decir que la felicidad para San Agustín no
es una meta sino un camino, no es un lugar está tico sino un dinamismo
constante, una actividad de bú squeda, a lo largo de las confesiones
encontraremos un sinfín de expresiones de una miserable vida cuando
nos buscamos a nosotros mismos, cuando buscamos complacernos, tarde
San Agustín encontrará la felicidad en la bú squeda de Dios, de ese Dios
que siempre sale al encuentro del hombre, para decir: “nos creaste para
Ti y nuestro corazó n andará inquieto mientras no descanse en Ti”16.
La felicidad del hombre se encuentra en Dios, Dios que se inscribió en el
corazó n para que fuéramos felices, pues de cierto no la desearíamos si no
la conociéramos. Una idea de la cual todos hemos oído su nombre, y
todos confesamos nuestro anhelo de alcanzarla.
A pesar de esta idea universal nos dirá : “No todos quiere en realidad ser
felices. No todos quieren gozar de Ti, que eres la Fuente de la felicidad”17.
Así pone a la felicidad como una decisió n de la libertad humana, a pesar
de que esta ya en el corazó n del hombre, requiere de la actividad dirigida
hacia Dios para gozar plenamente de ella. Anima a encontrarla en quien
nos ha creado, y no en las cosas banales pues dirá : “Todas estas cosas son

14
AGUSTÍN, Las confesiones, 246, San Pablo, México, D.F., 1980
15
AGUSTÍN, Las confesiones, 200, San Pablo, México, D.F., 1980
16
AGUSTÍN, Las confesiones, 9, San Pablo, México, D.F., 1980
17
AGUSTÍN, Las confesiones, 203, San Pablo, México, D.F., 1980
mudables; Tú en cambio, permaneces inmutable sobre el vaivén de las
cosas, pero te dignas de habitar en mi memoria, en la cual tuve noticia de
Ti”18.
¡Tarde te amé, belleza siempre antigua y siempre nueva! Tarde te amé. Tú
estabas dentro de mí, pero yo andaba fuera de mí mismo, y allá afuera te
andaba buscando19.

Conclusión
Para concluir me permito, transcribir el juicio que hace el experto en
patrística, B. Altaner formula sobre San Agustín: “El gran obispo reunía en
sí la energía creadora de Tertuliano y la amplitud de espíritu de Orígenes
con el sentido eclesial de Cipriano, la agudeza dialéctica de Aristó teles con
el alado idealismo y la especulació n de Plató n, el sentido prá ctico de los
latinos con la ductilidad espiritual de los griegos. Fue el filó sofo má ximo
de la época patrística y, sin ninguna duda, el teó logo má s importante e
influyente de la Iglesia en general… Lo que fue Orígenes para la ciencia
teoló gica de los siglos III y IV, Agustín lo fue de un modo mucho má s
duradero y eficaz para toda la vida de la iglesia en los siglos posteriores,
hasta la época contemporá nea. Su influjo no só lo se extiende al terreno de
la filosofía, de la dogmá tica, la teología moral o la mística, sino también a
la vida social y de caridad, a la política eclesial, al derecho pú blico; en una
palabra, fue el gran artífice de la cultura occidental en la edad media.
Literariamente las confesiones son una autentica obra maestra del arte
literario, no solo porque formula un género nuevo, sino también por su
riqueza lingü ística que encontramos en cada capítulo, narra su vida
confrontá ndola con Dios con una poética maravillosa, a la vez es un libro
que a pesar de la sapiencia del autor en ningú n momento cae en si mismo,
sino que cada expresió n alaba a Dios y su creació n.
Espiritualmente podría leer esta obra toda mi vida inquietá ndome el
espíritu y confrontá ndome en mi relació n con Dios, es una constante
invitació n a la conversió n en cada uno de sus pá rrafos, una humildad
inmensa y una admiració n total y permanente de Dios. Su experiencia
18
AGUSTÍN, Las confesiones, 205, San Pablo, México, D.F., 1980
19
Idem.
vocacional es grandiosa donde en cada momento no deja de expresar
“todavía puedes ser santo”. Nunca podremos decir que hemos agotado su
obra, porque siempre estará inquietando el corazó n.
Filosó ficamente también es una riqueza inmensa, es tan extenso, da
respuestas que en la filosofía anterior a él parecían nunca tener
respuestas, cuando estudiamos anteriores a él podemos ver y percibir su
miedo a la explicació n de tantas cosas que San Agustín responde con gran
sapiencia y maestría, no por nada es el filosofo mas importante de la
cultura latina en la época patrística y medieval en general.

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