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(SAN) AGUSTÍN DE HIPONA.

1.- VIDA Y OBRAS.

Este Padre de la Iglesia nació en Tagaste, hoy Souk Ahras (Argelia) en el siglo
IV d. C. Perteneciente a la etnia bereber, su formación cultural fue totalmente romana
(de hecho, aprendió el latín y el griego, y leyó con avidez a Virgilio y Cicerón). En
cuanto a su padre, fue un modesto terrateniente y empleado municipal de la ciudad, que
sólo se bautizó al final de sus días; mientras que su madre, Mónica, fue una mujer muy
religiosa y piadosa que influyó enormemente en su hijo Agustín.

En su juventud, Agustín de Hipona fue maniqueo, pero en el año 386 se


convirtió al cristianismo influido por San Ambrosio, obispo católico de Casiciaco.
Anteriormente, viajó a Roma y Milán como profesor de elocuencia, y leyó a Plotino,
quien lo llevó a tomar como objetivo la conciliación de fe y filosofía, de Evangelio y
platonismo. En el año 397 fue nombrado obispo auxiliar de Hipona, y participó en
numerosos concilios. Finalmente, Agustín murió el 28 de agosto de 430, una vez que
Hipona fue sitiada por los vándalos.

En lo que respecta a sus obras, Agustín de Hipona escribió muchísimas obras,


aunque las más famosas han sido Confesiones y Ciudad de Dios.

2.-IDEAS FUNDAMENTALES.

A)La cultura antigua. Agustín de Hipona consideró que era posible encontrar
afinidades entre algunas ideas profesadas por los filósofos griegos y los profetas del
pueblo de Israel; por ello consideró que, de algún modo, Dios los había ilustrado, o bien
los antiguos filósofos habían leído las Escrituras.

La admiración de Agustín por los clásicos lo convirtió en un defensor de los


antiguos y consideró necesario aprovecharse de las verdades profesadas por éstos, pues
estas verdades conducen a la verdad única, la de la Revelación. En este sentido, Agustín
inauguró la posterior apropiación y relectura de los clásicos por parte del cristianismo,
en ese ansía de encontrar pruebas de la verdad de Cristo en cualquier texto.

B)El neoplatonismo. La lectura de Plotino y el descubrimiento de la existencia


de realidades no físicas, convencerá a Agustín de que lo real inteligible e inmutable es
más real que lo que es real para los sentidos. Por tanto, Dios, verdad inmutable, es más
real a pesar de su carencia de materialidad que lo propiamente material y perceptible
mediante la experiencia sensible.

C)Fe y razón. Para Agustín, la razón de los hombres es insegura y falible, por lo
que necesita una garantía para reconocer las verdades que descubre, puesto que la razón
no puede ser una ayuda para la propia razón. Esta garantía se encuentra en la revelación
de Dios. Así, la fe es necesaria para la razón, y de este modo es un auxilio para ésta, la
cura de sus deficiencias e insuficiencias. Así pues, para Agustín no es necesario
entender para creer, sino creer para entender. El primer paso para llegar a la verdad no
está en la razón sino en la fe. Fe y razón se complementan: la primera sin la segunda no
satisface la pasión de comprender; la segunda sin la primera se extravía y sucumbe.

No obstante, el predominio de la fe frente a la razón es claro, y se comprueba en


la determinación agustiniana de que la filosofía sea una servidora de la teología, aunque
ambas no se excluyan entre sí.

D) El amor. Para Agustín de Hipona, el amor, valor fundamental que predicaba


San Pablo, es un elemento básico en el conocimiento. Dice Agustín que el hombre sabio
aspira a la felicidad, y ésta se consigue amando, puesto que amando conozco y
conociendo es como amo. Este amor es un amor por la verdad. A más amor, más
conocimiento, porque la verdad más se revela; pero a mayor conocimiento, mayor es la
adhesión amorosa a la verdad amada. De este modo, el conocimiento no puede
separarse de la mística, pues el hombre sabio necesita desprenderse de sí mismo
mediante el amor para llegar a ese conocimiento de la verdad y alcanzar así la sabiduría.

E) El mundo. A diferencia de los griegos, para un judeo-cristiano Dios está fuera


del mundo y sólo él es eterno. Agustín de Hipona no se separa de este axioma. De
hecho, considera que el mundo ha sido creado a partir de las ideas, contenidas en el
alma divina e idénticas a ella, parte inseparable de ella. En Dios están todas las ideas:
las presentes, las pasadas y las futuras. Dios creó el mundo cuando quiso y como quiso,
pero fue un acto de amor, una manera de comunicar a sus criaturas su bien y sus
perfecciones. Por esta razón, Dios es la única causa posible del mundo, pero, a la vez, la
única prueba de la existencia de Dios es su propia creación.

F) El alma y el cuerpo. Agustín de Hipona asume la dualidad de alma y cuerpo


en el hombre. El alma no es eterna como Dios, sino temporal, y no existe con
anterioridad al cuerpo. Dios es el creador de las almas, pero Agustín no resuelve el
problema de si Dios las creó todas al principio de los tiempos, o si las crea ad hoc para
cada individuo cuando nace. Tampoco resolvió otra cuestión, referente al pecado
original: ¿se transmite por el alma o por el cuerpo, en cada acto de generación? Además,
¿puede ser que Dios siga creando si dice la Biblia que en el sexto día del mundo terminó
el proceso de la creación?

En cuanto al cuerpo, éste no es una mera cárcel del alma como pensaban los
pitagóricos, sino que el cuerpo resucitará un día y, además, Dios se encarnó, por lo que
la carne no puede despreciarse del todo, sino que hay que reconocer en ella la excelsitud
y la dignidad. Aunque el cuerpo no es nada sin el alma: el hombre es producto de la
unión de ambos, y es el alma el que comunica el ser al cuerpo.

En el hombre, el alma es racional, y la entiende Agustín como el conjunto de tres


facultades: la memoria, el entendimiento y la voluntad.

G) El conocimiento. Para Agustín, es el alma la que conoce. Y, de hecho, el


conocimiento más inmediato es el del alma por sí misma. El alma está presente a ella
misma incluso cuando dirige su atención a otros objetos. Por este motivo, para conocer
el alma el hombre debe dejar de lado los objetos que le llegan por medio de los sentidos
corporales. El alma es fuente de conocimiento de sí misma, y por ello, el alma se
reconoce como imperfecta y falible. Esto implica que el alma duda, porque puede
engañarse; pero la duda implica la propia existencia del alma, pues la duda tiene que
residir en alguna parte. Así, en la duda el alma se conoce y se confirma en su existencia,
en lo que es.

El único conocimiento cierto es el conocimiento del alma de su naturaleza. En


cuanto a los objetos exteriores al alma, conoce las cosas materiales por las imágenes
inmateriales que los sentidos transmiten, pero, como el alma es inmaterial y la
substancia de las sosas es material, el alma no puede conocer propiamente las cosas,
puesto que no son iguales. Así, el conocimiento de las cosas externas es incierto.

Por último, para conocer la Verdad y alcanzar la verdadera sabiduría, hay que
partir del conocimiento de las cosas (que ya hemos visto que es incierto), penetrando
después en el interior de cada uno y ascendiendo al mundo superior. Esto sólo puede
conseguirse con la ayuda de Dios. De este modo, volvemos a encontrarnos con la
dialéctica de fe y razón: partiendo del conocimiento (racional) de las cosas, únicamente
es posible alcanzar el conocimiento de la Verdad mediante la fe, es decir, esperando y
confiando en que Dios existe y que nos iluminará para que alcancemos este
conocimiento superior. Esta doctrina típicamente agustiniana es llamada iluminismo.

H) La libertad y el libre arbitrio. Para nosotros estos términos son sinónimos,


pero no lo fueron para Agustín de Hipona. Según nuestro autor, es característica
intrínseca del hombre la libertad. La libertad del hombre, la fuerza de su voluntad,
tiende hacia el bien, que es el amor a Dios. El deber que Dios ha impreso en la voluntad
de los hombres es amarle.

Pero la libertad implica elección, y el hombre, una vez, no eligió el amor a Dios.
Por ello la humanidad cayó y hubo de ser redimida por Dios encarnado. Esto, que no es
otra cosa que el pecado original, hizo que el hombre perdiera su libertad primigenia,
aunque conservara el libre arbitrio, o voluntad de recuperar esa libertad perdida. Sin
embargo, para que cada hombre individual se redima, no sólo el libre arbitrio es
necesario, sino también la gracia de Dios. El pecado lo lleva a cabo el hombre en
soledad, pero el bien no es posible sin la ayuda de Dios. Con la gracia el hombre
recupera la libertad que perdió por el pecado original.

I)Concepción de la historia. En La Ciudad de Dios, obra compuesta durante


quince años, Agustín de Hipona expone una concepción del tiempo y de la historia que
romperá con la idea de tiempo circular heredada del mundo heleno. Para Agustín, la
historia tiene un sentido, pero este sentido sólo podemos conocerlo a través de la
revelación divina. Los hombres no somos más que marionetas manipuladas por una
mano oculta e invisible, que sabe hacia dónde vamos, sin que podamos modificar sus
planes establecidos previamente.

Según nuestro autor, la historia consta de tres tiempos: el pasado, el presente y el


futuro, o, lo que es lo mismo, hasta Cristo, en Cristo y después de Cristo hasta la
consumición de los tiempos o llegada del Reino de Dios, que significará el final dela
historia. Esta concepción de la historia es lineal, porque si no, para Agustín, no habría
más que repetición de lo mismo, cuando es claro que hay un progreso, un avance hacia
el advenimiento del Reino de Dios. Este reino es la Ciudad de Dios, la ciudad que
Agustín considera verdadera, y que reúne a todos aquellos que viven según Dios
olvidándose de sí mismos. Ésta es la ciudad de los santos, frente a la ciudad de los
pecadores. Para Agustín, habrá un momento en que estas dos ciudades, entremezcladas
en el tiempo presente, se separen, mostrando a cada hombre, según la ciudad a la que
pertenezca, sus posibilidades de salvación. Por todo lo expuesto, se puede afirmar que
Agustín de Hipona defiende una concepción de historia que no es otra que un camino
hacia la salvación.

J)Concepción de la política. Para Agustín de Hipona, la Iglesia de Roma es la


guardiana y la garante de la Ciudad de Dios o ciudad de los santos, la única donde
puede haber verdadera justicia; frente a la ciudad de los hombres, en la que sólo puede
darse una justicia temporal, imperfecta. Por ello, considera Agustín que los hombres
deben obedecer las leyes temporales, pero si son injustas, puede rebelarse contra ellas.

La Iglesia de Roma es la encargada de procurar la paz eterna, frente a la paz


temporal de los hombres. Debido a esto, Agustín de Hipona considera que el Estado
tiene que estar subordinado a la Iglesia, que está obligada a velar por la ortodoxia no
tolerando escisiones ni contradicciones ideológicas. No obstante, Agustín de Hipona no
considera que deba haber una oposición tajante entre Iglesia y Estado.

TEXTOS:

(a)<<Las cosas que han escrito los filósofos, particularmente los platónicos, si
son verdaderas y conforme a nuestra fe, no sólo no deben ser temidas, sino que debemos
arrebatárselas como injustos poseedores para convertirlas en nuestro provecho. Porque,
así como el pueblo judío, al salir de Egipto, arrebató a sus moradores, no por autoridad
propia, sino por orden de Dios, los ídolos y ricos tesoros (...); así debemos hacer
nosotros con la doctrina de los gentiles, que si bien contienen ficciones supersticiosas y
gran bagaje de cosas inútiles, que cada cual de nosotros debe, al salir de la sociedad
pagana, despreciar y abominar, encierran también conocimientos útiles para el
esclarecimiento de la verdad, excelentes reglas de conductas y preceptos acerca del
culto del Dios único.>> (De doctrina christiana)

(b)<<Lejos de nosotros pensar que Dios detesta en nosotros aquello que hay de
más excelente y nos distingue de los brutos... Si hemos de guardarnos y abominar de
alguna razón, no es de la verdadera, sino de la falsa, que nos aparta de la verdad...
Porque así como no debemos evitar todo discurso, porque haya falsos discursos,
tampoco porque haya falsas razones, debes evitar toda razón... Intellectum valde ama:
ama la razón; porque, aún las mismas Escrituras, que nos aconsejan la fe antes de la
razón, no podrán serte útiles, si no las entendieres correctamente.>> (Epistola 120 ad
Consentium)

(c)<<Si duda [el alma] existe; si duda, recuerda su duda; si duda, comprende que
duda; si duda, aspira a la certeza; si duda, piensa; si duda, sabe que no sabe; si duda,
juzga que no se debe asentir temerariamente>> (De civitates Dei)

(d)<<El que no existe, no puede engañarse, y por eso, si me engaño, existo.


Luego, si existo, si me engaño, ¿cómo me engaño de que existo, cuando es cierto que
existo si me engaño? Aunque me engaño, soy yo el que me engaño y, por tanto, en
cuanto que conozco que existo, no me engaño.>> (De civitates Dei)

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