Está en la página 1de 5

LOS INFIERNOS DE LA MUJER AWAJÚN

Historias, miedos y amenazas de las mujeres indígenas de Amazonas acorraladas por los impactos del clima, la pérdida de sus bosques, el
hambre, los suicidios y la epidemia del VIH.
Textos: Nelly Luna Amancio | Fotos: Leslie Searles

El cambio climático y la deforestación están destruyendo la economía e incrementando el hambre del pueblo awajún, en la región
Amazonas. La reducción de los cultivos, el ingreso de nuevas plagas, las alteraciones del clima y la minería informal han
empobrecido a las comunidades ubicadas en las cuencas de los ríos Cenepa, Marañón y Santiago, y alterado los roles que la
mujer indígena cumplía en la familia. Los planes de adaptación no contemplan fondos suficientes para enfrentar el impacto
económico.
Amazonas es la región de mayor población indígena con VIH. Durante los últimos cinco años esta epidemia se ha extendido a
varias comunidades awajún e incrementado en más de seis veces. De reportar 35 casos el 2011, el 2015 se identificaron a 227, y
de estas, 50 eran mujeres adolescentes. Más del 90% de estos pacientes no tienen acceso al tratamiento con antirretrovirales. A
esta emergencia sanitaria se suma el creciente número de suicidios y la falta de medicamentos básicos.
Los apuros de Natividad Chijiap
Hace tanto calor que la tierra tiembla al mediodía. No hay viento ni sombras ni ruidos ni mosquitos que alteren esa turbación
infinita que impone el sol a esta hora en la comunidad awajún de Achu, en la región Amazonas. Las pocas mujeres que transitan
parecen almas arrancadas de algún espejismo. Delgadas, caminan despacio, regresan de sus chacras con la canasta de yuca
colgada de su cabeza. No hablan. "El calor es insoportable, antes no era así, qué será”, se lamenta desde la sombra Natividad
Chijiap, una mujer de 40 años y cinco hijos, en esta alejada comunidad oculta entre rabiosos ríos de la Amazonía nororiental del
Perú.
Es hora del almuerzo y Natividad y sus hijos comen su dieta habitual: yuca sancochada y un poco de arroz. Esta semana su
marido no ha pescado ni cazado nada. “Antes habían más animales”. Antes. La mujer recuerda los sajinos que los viejos cazaban
en el monte y los enormes zúngaros que sacaban del río. Ajena a los informes científicos que hablan del calentamiento global y
sus impactos en la economía indígena, Natividad Chijiap lanza una certeza que la está matando de hambre: “las yucas salen
chiquitas y casi no hay animales para comer, no sé qué más van a comer mis hijos”. La anemia crónica afecta al 70% de los niños
awajún y al 60% de las mujeres.
Un grado más
Los estudios sostienen que un grado más basta para agitar aún más el clima del mundo y alterar para siempre la vida de miles de
indígenas. No hay escenario posible con un grado más de temperatura que no augure malas noticias para las casi 1.700
comunidades indígenas de la Amazonía peruana: periodos extensos de sequía, reducción en la producción de sus cultivos,
pérdida de algunos frutos, ausencia de peces y animales de monte, incremento de enfermedades tropicales y plagas cada vez
más resistentes. Los cambios de temperatura en el clima han agudizado la vulnerabilidad de las comunidades, sobre todo en
regiones como Amazonas, una de las más pobres del Perú.
Los científicos dicen que si el calentamiento global persiste el 2050 la Amazonía podría perder el 80% de sus bosques. “En los
últimos tiempos todo ha cambiado, hay más calor, más zancudos, más gente enferma, menos animales, dicen que es cambio
climático", se queja don Sabino Petsa, uno de los awajún más viejos y respetados de Yutupis, comunidad río Santiago, en la
provincia de Condorcanqui, Amazonas.
Sabino Petsa conoce el impacto que provoca los cambios en el clima.
Sabino Petsa es hombre y viaja con frecuencia a la ciudad.
La información sobre estos temas llega en castellano.
Sabino Petsa habla castellano.
Su esposa, no.
El lado vulnerable del impacto climático tiene rostro de mujer.
La angustia de Rebeca Awannash
La fuerza de Rebeca Awannash Taisin contrasta con su aparente fragilidad y pequeño tamaño: usa un machete más grande y
pesado que sus torneados brazos. Retira la mala hierba de su chacra de la comunidad de Achu y con sus manos remueve la
tierra. No hay pausas en su trajín. En la tradición indígena la mujer cosecha la chacra, extrae la yuca, alimenta a sus hijos y es la
piedra angular de la salud familiar. Pero en los últimos años ninguna de estas cosas Rebeca Awannash las puede garantizar. Y
eso la angustia. “Las yucas que salen son más pequeñas, lo que sale nomás comemos”, dice la awajún de 48 años y 4 hijos. Los
alimentos fundamentales de la dieta indígena son cada vez más escasos.
Los estudios científicos sobre el cambio climático en la Amazonía han documentado la reducción de la producción de yuca, pjuayo
y otros alimentos, y la disminución de peces en la Amazonía. “Nuestros cultivos no son como antes, ya ni siquiera sabemos
cuándo sembrar. Aquí llueve cuando quiere”, se lamenta German Petsa, su marido, que mira desde un costado cómo Rebeca
Awannash extrae con esfuerzo la yuca del corazón de la tierra. La pobreza en Achu afecta a más del 90% de sus habitantes, pero
Rebeca dice que ella es más rica que otros “yo tengo un montón de yucas en mi chacra”.
Los infiernos de Condorcanqui
De todas las regiones de la selva peruana, Amazonas es una de las más vulnerables a los impactos del cambio climático. La
región arrastra problemas sociales, ambientales y económicos que acentúan los impactos sobre la mujer indígena en estas
alejadas tierras. “Muchas mujeres sufren de anemia, no comen bien, pero además vienen con enfermedades de transmisión
sexual que sus esposos les han contagiado”, dice Gladys Castillo, obstetra de la comunidad de Yutupis.
A la falta de comida, sobre todo en la provincia de Condorcanqui, se suma la mala calidad del agua. La minería informal que se
realiza con dragas en el río Santiago remueve el lecho del río y vierte mercurio sobre las quebradas. Edwin Montenegro, dirigente
regional de la Amazonía nororiental, estima que el impacto de esta actividad afecta a más de 50 mil indígenas. La fiebre del oro ha
atraído a más migrantes y alterado el empleo local. Los hombres se van a trabajar a la minería o a la ciudad y las mujeres se
quedan cuidando la chacra, los hijos.
La permanente migración ha acelerado la deforestación y la presencia de enfermedades de transmisión sexual. Condorcanqui es
la provincia con la mayor tasa de VIH y sífilis en población indígena. Y la mala calidad del agua ha convertido a Amazonas en una
de las 5 regiones con la mayor tasa de enfermedades diarreicas.
Adaptarse sin presupuestos
La pequeña comunidad de Achu se encuentra a un día en bote de Nieva, la localidad más importante de Condorcanqui, el último
lugar al que llega la ruta por carretera, la única ciudad cercana a la que las comunidades pueden llevar sus plátanos y yucas para
venderlas. Pero pocos lo hacen. La producción es muy reducida y las ventas apenas compensan el costo del traslado en bote. La
agricultura en la región Amazonas es de subsistencia. “Nosotros hemos pedido que nos traigan fertilizantes y químicos contra las
plagas, pero no nos hacen caso. Queremos mejorar las chacras y no podemos”, se queja el apu Laureano Yagkug.
Sin cultivos ni chacras saludables la presión para conseguir alimentos para su familia se incrementa sobre la mujer indígena. La
estrategia frente al cambio climático se ha concentrado en la conservación de los bosques, pero existen escasos planes locales y
regionales con presupuestos específicos para diversificar la actividad productiva de las comunidades. Los planes van dirigidos a
los hombres, pero no a las mujeres, “qué va a pasar con ellas cuando aquí ya no haya animales ni chacras, moriremos”, dice
Edwin Montenegro, dirigente awajún de Amazonas.
La lluvia llega cuando quiere
- ¿En Lima no llueve?
- No
- ¿Y de dónde toman agua?
Lucila Tsejem -como la mayoría de las mujeres indígenas awajún del río Santiago- no conoce la capital del Perú. Nunca ha ido
más allá de la desembocadura del río Santiago. La lluvia define su orden y su vida: le dice cuándo hay que sembrar, cuándo
cosechar, cuándo podría haber más peces en los ríos, define sus alegrías cuando la lluvia es suave o sus tristezas, cuando esta
destruye las casas. “La lluvia llega ahora cuando quiere, hace más calor y hay más plagas".
Estudios tomados por el Ministerio del Ambiente en la estrategia nacional contra el cambio climático del 2015 señala que “el
cambio climático está alterando la distribución de las plagas y enfermedades de animales y plantas, pero es difícil prever todos
sus efectos”. ¿Cómo afecta estos cambios a la mujer awajún? "En la tradición Amazónica, la mujer tiene un papel hegemónico;
pero cuando la industria extractiva se instala en alguna zona, la gestión de recursos se altera, se prioriza el desempeño laboral de
los hombres y se destruye el rol que ella tiene en el núcleo familiar", explica Willie Guevara, antropólogo que estudia estos
impactos en la cuenca del Marañón.
Ya no es lugar para niños
- ¿No se quieren llevar a un niño de 12 años? Ya sabe trabajar.
- Los niños necesitan estar con sus padres.
- No, los niños necesitan hablar castellano, estudiar. Aquí no se puede.
Mientras el padre del niño lanza ese pedido desesperado, la madre escucha en silencio, sentada a su costado. "Cada vez es más
difícil encontrar alimentos y pagar los estudios. Los niños necesitan aprender castellano, necesitan comer, estudiar, aquí ya no se
puede", continúa el padre.
Los niños de Achu reciben el desayuno escolar, pero muchos no toman la leche porque les cae mal. Luego, durante el almuerzo, y
solo si hay suerte (y la suerte llega cada dos o tres semanas), la yuca irá acompañada de algún pedazo de gallina o pescado
asado. "No solo los niños tienen anemia, las madres también, a veces se desmayan cuando están trabajando", dice el apu de
Achu, Laureano Yugkag.
Diez de los distritos más pobres del Perú se encuentran en la región Amazonas, cuyas tasas de pobreza alcanzan al 65% y 90%
de las familias. En las comunidades de los ríos Santiago y Cenepa, como Achu, las familias sobreviven con los únicos 200 soles
(60 dólares) al mes que reciben del programa de apoyo social Juntos.
El fin de los tiempos
Amazonas es un territorio accidentado de cerros abruptos, ríos bravos y valles estrechos. Los awajún -que nunca fueron
conquistados por los Incas ni los españoles- han habitado el territorio hace cientos de años. Los actuales dirigentes calculan sus
tierras en más de 4 millones de hectáreas, pero solo los 2,2 millones están tituladas. En la cuenca del Río Santiago hay 68
comunidades, pero apenas 28 están tituladas.
"Antes los hombres trabajaban en la caza y la pesca, pero ahora todos quieren trabajar en Nieva o la minería y descuidan la
familia", dice Sabino Petsa -“Petsa, como el pájaro pequeño de alas negras y pecho rojo”-. El hombre de 73 años -fundador de la
comunidad de Yutupis- se rasca la cabeza tratando de recordar cómo era el antes que le contaban sus padres y abuelos. Los
años estrangulan su memoria: “antes no había problemas de comida”.
Todas las familias de Achu están registradas en el programa Juntos. Cobran cada dos meses 200 soles (62 dólares). El ingreso
promedio de cada familia al mes es de 150 soles: el promedio nacional alcanza los 1.500. Beti Awananch, rebusca en los
recuerdos de sus padres: "Dicen que antes había mucha comida. Eso era el antes, ahora “los animales se han ido, y de la chacra
se saca poquito. Ya no hay sachapapa, ni witina, ni camote, no sabemos que hacer; parece el fin”, se lamenta Beti.
Las cifras del abandono
- El último censo indígena realizado en el Perú data del 2008 y estima la población awajún en 55.300 habitantes.
- En Amazonas, el gobierno regional destinó el 2015 alrededor de 975 mil soles en programas de prevención de desastres,
reforestación y conservación de la biodiversidad biológica. El análisis de los presupuestos públicos realizados por Ojo-publico.com
revela que gran parte de este presupuesto se destina al pago de personal.
- En 15 años la región Amazonas perdió 55.570 hectáreas de bosques, lo equivalente a 50 veces el distrito de San Isidro, en Lima,
o 185 veces el Central Park de Nueva York.
- Casi el 50% del área geográfica de Amazonas está ocupada por pueblos indígenas. En la cuenca del Río Santiago hay 68
comunidades, pero solo 28 están tituladas.
- La Amazonía ocupa el 60% del territorio peruano, pero el presupuesto que se destina a sus siete regiones más importantes
(Loreto, Madre de Dios, Ucayali, San Martín, Huánuco, Cusco y Amazonas) representa solo el 13% del total nacional.
- Un estudio del economista Roger Loyola del 2012 calculó que las pérdidas económicas acumuladas por muertes asociadas al
clima representarían el 2030 por lo menos US$66 millones.
Janet, Natividad, Beti
"No sé por qué tengo mucho cansancio, dolor muscular, dolor de barriga, no tengo hambre".
Janet Chijiap, 24 años, un hijo.
"Por falta de dinero no puedo comprar medicamentos y no puedo viajar a la ciudad. Tengo mucho dolor aquí [en el estómago]".
Natividad Chijiap, 40 años y 5 hijos.
"Siempre me enfermo, tengo mucho cansancio, se me cae el cabello, tomo pastillas pero no me mejoro".
El dolor y la angustia parece haberse instalado en Condorcanqui, la provincia más pobre y con mayor población indígena de la
región Amazonas. Los indicadores epidemiológicos del Ministerio de Salud revelan la crisis: la tasa de mortalidad materno infantil
es la más alta del país, el embarazo adolescente alcanza al 20% de las mujeres, el 80% de las gestantes tiene anemia, aquí
mueren más niños por neumonía que en las demás regiones amazónicas del Perú, es la segunda región donde más niños
menores de cinco años mueren por malaria y meningitis.
Un reciente estudio de Unicef (2015) concluyó que menos del 1% de niños de entre 6 y 11 años vive en hogares con agua segura
para el consumo. Este diagnóstico, sin embargo, no es la peor amenaza para la mujer indígena y su familia: desde hace unos
años Amazonas enfrenta la mayor epidemia de VIH en Perú.
Nadie cuenta estas muertes
Llegamos a Condorcanqui siguiendo los pasos de una mujer awajún que hace dos años viajó a Lima buscando una cura para un
persistente malestar que ella confundía con brujería. En abril del 2014, cuando ingresó al hospital Loayza, pesaba 33 kilos y su
extrema delgadez hacía parecer enorme su estrecha cama del pabellón de emergencia. Su diagnóstico era la expresión de la
enorme brecha de acceso al sistema de salud pública: tenía sida, un grado avanzado de tuberculosis y un cuadro de anemia
crónica. A su esposo, que la acompañó en el viaje, también le confirmaron la presencia de VIH. Tres semanas después, harta de
las pastillas y del idioma castellano que nunca comprendió, la mujer awajún y su marido abandonaron el hospital sin ningún
tratamiento antirretroviral, confundidos por los alcances de una enfermedad que hasta ese momento no comprendían, y retornaron
a su comunidad para cuidar a sus tres hijos, el último de apenas meses de nacido.
Hace unas semanas hallamos a sus familiares en una comunidad de Condorcanqui. Contaron que la mujer y su esposo murieron
unos meses después de su regreso de Lima. Los hijos quedaron bajo el cuidado de la familia paterna, en una comunidad del río
Cenepa. Del último niño dijeron que “siempre estaba enfermo”. Las cifras oficiales no cuentan estas muertes: el fallecimiento de la
pareja awajún no forma parte de los números que el Estado tiene sobre la epidemia, solo incrementa ese agujero negro del
subregistro de muertes provocadas por la ausencia de un diagnóstico oportuno y un tratamiento adecuado de antirretrovirales en
la población indígena. Solo el cálculo oficial dice que en los últimos 5 años se han identificado 227 casos de VIH y sida en
Amazonas, 52 corresponden a adolescentes.
Jata VIH ajawai: El que tiene el virus
"Tengo solo un mes y medio en la zona y en este tiempo ya hemos identificado tres casos de sífilis y uno de VIH”, dice Gladys
Castillo, obstetra del centro de salud de Yutupis, la comunidad más grande del río Santiago, en Condorcanqui. Uno de sus últimos
pacientes diagnosticados con el virus tenía 22 años y no quiso seguir el tratamiento. Le dijo que tomaría unas hierbas, que “con
eso sería suficiente" y que buscaría un brujo para que le “cure el daño”. “Aquí muchos asocian el VIH con la brujería y eso impide
que ellos busquen o acepten el tratamiento”, explica la joven obstetra. No hay palabra exacta en idioma awajún para definir el
virus. Los indígenas han creado uno: jata VIH ajawai, el que tiene el virus. Y este concepto con frecuencia va acompañado en
Condorcanqui del jata susamu, el que está embrujado.
Pero no solo se trata de un asunto cultural, el antropólogo Rodrigo Lazo, que conoce bien la región, sostiene que el Estado no ha
logrado diseñar una forma adecuada de informar sobre el VIH a las comunidades indígenas y sobre todo, de garantizar
tratamiento antirretroviral para todos. Las distancias geográficas incrementan las brechas. Los promotores de salud dicen que
luego de realizar las pruebas rápidas de detección, las muestras de sangre son enviadas a Lima para confirmar la enfermedad.
Luego, recién se aprueba el lote de medicamentos y este llega a Nieva, el gran centro ubicado a cinco o siete o más horas en bote
desde la comunidades indígenas del río Santiago. Mientras, el paciente retorna a su comunidad y casi nunca regresa.
Casos de VIH y Sida en las regiones del Perú
(Datos dinámicos por regiones)
“Aquí nadie nos dice nada”, dice el apu Laureano Yagkug, mientras traduce las preguntas y miedos de Beti Awananch. La mayor
preocupación de las mujeres son sus hijos: “los niños están enfermos, a veces los bichos salen por sus narices", clama. La
parasitosis y las infecciones estomacales son frecuentes. Las madres prueban hierbas, ensayan pócimas, pero nada libera a los
niños de los bichos. En Achu las mujeres saben qué es el VIH. “No tiene cura, las personas bajan de peso, se enferman, se cae el
cabello”, dice Beti. “Hay muchas mujeres enfermas así, no sabemos si estaremos enfermas”. La incertidumbre las agobia.
La decisión de morir
Wáke besemág: aflicción o melancolía
Kajegmamat: irse contra sí mismo, odiarse a sí mismo.
Kajeémat: ahorcarse
Nígki maámat, matarse por sí mismo
En los relatos awajún hay historias de mujeres encontradas en el bosque, colgadas de sus cabellos desde lo alto de un árbol.
"Cuando están tristes se ahorcan", cuenta con absoluta serenidad el apu Laureano Yagkug, de Achu. En una esquina de esa
habitación-cuarto-cocina-dormitorio su esposa escucha en silencio, y luego levanta la voz, “ahora se toman barbasco o veneno de
ratas, eso hacen cuando se pelean o hay demasiados problemas”.
Las leyendas awajún hablan de los suicidios -el nígki maámat-, pero en los últimos años se han identificados casos de suicidios
colectivos o por imitación. Son muertes silenciosas: las cifras oficiales tampoco las cuentan.
Un estudio de Luzmila Ruiz Sanda, para su tesis de graduación como docente el 2003, sobre el suicidio en la comunidad de
Yutupis, en el río Santiago, concluye que de 33 casos de suicidios, el 70% correspondía a mujeres. Los motivos: 52% fue por
engaños de la pareja, 24% por maltrato y 18% por abandono.
Sin protocolos de atención
La enfermera de Yutupis Katy Montenegro dice que "todas las semanas llega alguien auxiliado al centro de salud por intento de
suicidio”. El motivo casi siempre es el mismo: “la infidelidad del marido, abandono o problemas familiares". Un estudio de Unicef
del 2012 sostiene que entre los awajún el intento de suicidio es “un mecanismo que viene de mucho antes y que se produce como
respuesta a conflictos interpersonales”, sin embargo, los últimos años los suicidios son más frecuentes y en los centros de salud
no existen protocolos de atención.
La mezcla de los jugos venenosos del barbasco con masato y otras que incluyen detergentes, jugo de toronja y jengibre son
letales. Los promotores de salud -indígenas que trabajan de manera voluntaria- lo saben, pero ignoran cómo actuar con estos
pacientes. Comunidades como Achu no tienen centro de salud y el más cercano se encuentra a 4 horas en bote.
Una de las causas de los suicidios pueden estar asociadas a los cambios en las relaciones personales. El antropólogo Óscar
Espinosa que está investigando la salud mental en población indígena ha identificado en algunas regiones amazónicas casos de
depresión severa en mujeres indígenas.
Las preguntas de Laureano Yagkug
La luna ilumina el campo y las estrellas revientan el cielo. Carlos tiene 12 años y juega fútbol. El césped brilla, la luna hace
sombras. Carlos hace un gol y la pelota escapa del arco sin malla y golpea la puerta de la escuela ubicada detrás. El ruido
atolondra a los murciélagos. Es sábado por la noche en la comunidad de Achu. Carlos ha llegado esta tarde desde Yutupis, donde
estudia la secundaria, porque aquí solo hay escuela primaria con dos aulas multigrado: uno para niños menores de cinco años y
otra para niños desde el primer grado al sexto grado.
"¿Cómo van a aprender lo mismo los niños de 6 años con los 11 años?". El apu Laureano Yagkug planteó su queja a un
funcionario de la región Amazonas y este le respondió: "Eso pasa porque ustedes no tienen más hijos y por eso no hay más niños,
por eso le han quitado la vacante de un profesor", recuerda el apu con fastidio la respuesta del representante regional.
“Nosotros aquí nos cuidamos, por eso ya no tenemos tanto hijos, por qué nos dicen que es nuestra culpa que se vayan los
profesores”, se queja Laureano. A los padres de familia de Achu les han dicho que si no hay niños cerrarán la escuela por falta de
alumnos. “Si cierran el colegio dónde estudiarán los niños. ¿Está mal que tengamos menos hijos ahora?”, dice su esposa,
mientras sancocha unas yucas para la cena de sus hijos.
La mordedura de la serpiente
Un cementerio puede retratar el olvido de una comunidad: sus muertos son el signo de lo que en ella sucede. La última tumba en
el cementerio de Achu corresponde a una mujer que murió por la mordedura de una serpiente. Aquí no hay posta médica y al
promotor local de salud siempre le falta los antídotos. "Pedimos que nos envíen las ampollas, pero no las traen", dice Janet
Chijiap. El centro de salud más cercano se encuentra a tres horas, en Yutupis y está saturada de analgésicos, sueros y guantes
quirúrgicos elaborados por laboratorios chinos, que nadie utiliza.
"Nos dicen que compran de acuerdo a los pedidos, pero nosotros no pedimos nada de eso y nos siguen enviando. Lo que
necesitamos son antídotos contra estas mordeduras", dice el técnico Luis Tsejum Kunchikui. Condorcanqui es la provincia de la
Amazonía donde más mujeres mueren por la mordedura de serpiente, a pesar de que los centros de salud de las ciudades tienen
los antídotos. El desabastecimiento de medicinas para problemas cotidianos es uno de los principales problemas en la mayoría de
centros de salud de las comunidades indígenas.
Las cifras de la epidemia
- Entre los años 2000 y 2015 se han reportado en la región Amazonas 747 casos de VIH y 183 de sida, de acuerdo a la
información obtenida por Ojo-publico.com a través de un pedido de acceso a la información al Ministerio de Salud.
- Solo en la provincia de Condorcanqui, mayoritariamente indígena, se han identificado en el mismo tiempo 69 casos de sida y 311
de VIH.
- Las comunidades más afectadas por la epidemia son las que se encuentran en los alrededores de Bagua y los ríos Cenepa,
Marañón y Santiago.
- En todas las provincias de la Amazonía peruana con población indígena los casos de VIH suman 8.793 y los de sida 1.259.
- Informes del Ministerio de Salud han documentado que entre los años 2006 y 2014 el 44% de los awajún con el virus fallecieron.
- Los mismos documentos sostienen que más del 90% de los indígenas diagnosticados con la enfermedad no recibe tratamiento
antirretroviral (Targa).
Edición General: Óscar Castilla / Desarrollo: Gianfranco Rossi y Jason Martínez / Ilustración del mapa: Víctor Aguilar / Animación de la
deforestación: InfoAmazonía / Esta investigación se realizó con el financiamiento de Earth Journalism Network y el apoyo de Mongabay Latam.

http://ojo-publico.com/sites/apps/los-infiernos-de-la-mujer-awajun/

También podría gustarte