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la pena debía retraer a los sujetos de cometer delitos en el futuro4. A esta compren
sión utilitarista se le opuso el surgimiento de los planteamientos filosóficos del siglo
XVIII que se asentaron en un racionalismo idealista y que, por lo tanto, dejaron de
lado la importancia de los efectos futuros de prevención en la fundamentación de
la pena. C on el liberalismo del siglo X IX volvieron a tomar peso los planteamientos
preventivos que le atribuyeron a la pena la función de coaccionar psicológicamente
a los ciudadanos para evitar la lesión de los derechos subjetivos de otro5.
El discurrir histórico entre planteamientos idealistas y los que defienden una
justificación utilitarista de la pena explica que las exposiciones doctrinales sobre la
teoría de la pena se estructuren sobre la base de la oposición de estos planteamien
tos. Así, se distingue entre las llamadas teorías absolutas de la pena y las llamadas
teorías relativas de la pena. Las primeras ven a la pena como una finalidad en sí
misma, mientras que las segundas la vinculan siempre a la satisfacción de una ne
cesidad social. Si bien esta clasificación constituye una simplificación esquemática
de posturas que, en la práctica, se muestran mucho más complejas y menos unila
terales6, no puede negarse su utilidad pedagógica en la exposición de las ideas. Por
esta razón, el desarrollo de este apartado se llevará a cabo siguiendo este tradicional
criterio de distinción.
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16 H e g e l : G rundlinien, § 9 9 (a p é n d ic e ).
17 Así, sobre el llamado “adiós a Kant y Hegel”, vid., S ilva S á n c h e z : Aproxim ación , p. 199 7
s.; S c h ü n e m a n n , en P o lítica crim in al y nuevo Derecho p en al, Silva Sánchez (ed.), p. 89 7 s.
18 Vid., H e n k e l : D ie „rich tige“ Strafe, p. 7; H a sse m e r : Z IS 712006, p. 268; F e ijo o S á n c h e z :
Retribución y prevención general, p. 11; A ba n to V á s q u e z : LH -H urtado Pozo, p. 46. En este
sentido, se habla actualmente de una legitimación instrumental de la pena (¡la pena inútil
no puede ser legitima!). Vid., con ma7 ores referencias, A lc á c er G u ir a o : Los fin es, p. 34
7 ss.
19 Vid., R oxin : Problem as básicos, p. 12 7 s.
20 Vid., R o x in : GA 2013, p. 188.
21 Vid., S c h ü n e m a n n : In D ret 2/2008, p. 3; F e ijo o S á n c h e z : L a p en a ju ríd ic a como institu
ción, p. 34.
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a. L a prevención general
La teoría de la prevención general sostiene que el sistema penal apunta a moti
var a todos los ciudadanos a que no cometan delitos. Bajo esta perspectiva, la pena
no se impone para retribuir el delito cometido, sino que lo que busca es influir en
la comunidad para evitar su futura comisión34. En atención a la forma como la pena
incide en el proceso de motivación de los ciudadanos se puede diferenciar las dos
variantes que se reconocen al interior de este planteamiento: La prevención general
negativa, por un lado, y la prevención general positiva, por el otro.
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este delito. Si bien la pena prevista podría intimidar en un caso normal, esta pena
resultará incapaz de generar un efecto disuasorio si con el engaño se consigue ganar
elevadísimas sumas de dinero. Por otra parte, puede ser también que un delito
no muy grave requiera, en determinados casos, una pena muy elevada para poder
efectivamente intimidar al delincuente (por ejemplo: una ofensa a la reputación co
mercial del competidor de la que dependa la supervivencia de la propia empresa)43.
En este sentido, la única manera de dar cierta fuerza intimidatoria a la pena sería
hacerla legislativamente indeterminada para que el juez pueda ajustar su entidad a
las necesidades preventivas de cada caso concreto44. Pero el grado de inseguridad al
que llevaría semejante nivel de indeterminación resulta a todas luces inaceptable en
un Estado de Derecho.
Los defensores de la prevención general negativa son conscientes de las debi
lidades de una perspectiva únicamente disuasoria de la pena. Por ello, las formula
ciones actuales no se centran exclusivamente en la función intimidatoria de la pena,
sino que intentan ofrecer criterios de limitación para evitar caer en situaciones de
inseguridad o terror penal (el principio de culpabilidad, por ejemplo, para determi
nar el quantum de la pena45 o la prevención general positiva como criterio de limita
ción de la intimidación penal46). El principal cuestionamiento que encuentran estas
concepciones atemperadas de la prevención general negativa, reside en la dificultad
de fijar el punto de equilibrio entre los criterios de prevención y la limitación de la
potestad punitiva. N o puede dejar de aceptarse cierto decisionismo a la hora de fijar
la frontera entre lo que se puede motivar mediante la amenaza penal y los límites a
esta motivación, lo que, por otra parte, la hace muy sensible a situaciones emotivas
o subjetivas de la comunidad. Una muestra clara de esta situación se aprecia en los
delitos que afectan la seguridad ciudadana47.
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suasorio de la pena en su ejecución48. Para que la pena sea realmente eficaz el de
lincuente debe hallar en ella un mal mayor que el bien que busca conseguir con el
delito, lo que supone hacerle saber el sufrimiento que la pena le va a causar durante
su ejecución. U na muestra clara de esta finalidad de la pena fue la ideación del de
nominado “panóptico”, el cual era un diseño especial de cárcel que permitía a los
ciudadanos ver desde fuera como los condenados cumplían sus penas en prisión49.
El principal cuestionamiento a la visión de la prevención general negativa a
nivel de la ejecución penal es la instrumentalización de la persona a la que se llega
con los fines preventivos de intimidación general50. N o obstante, en una filosofía
utilitarista, como la angloamericana, este cuestionamiento no resulta, al final del
día, tan relevante, en la m edida que desde esta perspectiva filosófica el sufrimiento
de uno puede encontrar justificación si con ello se obtiene una mayor felicidad de
la mayoría. La consecución de esta finalidad disuasoria puede apreciarse aún en la
ejecución de ciertas penas en los Estados Unidos de Norteamérica, como es el caso
de la pena de muerte51. Por el contrario, en una tradición jurídica deudora de los
principios de tradición europea (como la regla de oro que proscribe toda instru
mentalización de la persona), el planteamiento esbozado resulta de difícil acepta
ción como criterio general de legitimación.
a .2 ) L a prevención generalpositiva
La formulación originaria de la prevención general positiva, atribuida a W e -
lzel , se mantiene en la lógica de la motivación de los ciudadanos, pero cambia el
mecanismo de su realización. N o es la intimidación a través de la amenaza penal la
forma de conseguir que los ciudadanos no lesionen los bienes jurídicos protegidos,
sino el fortalecimiento que produce la pena en la convicción de la población sobre
la intangibilidad de dichos bienes52. Desde esta lógica, la tarea del Derecho penal
consistiría en proteger los bienes jurídicos a través del mantenimiento de los valo
res ético-sociales elementales de la acción, confirmando la pena al Derecho como
orden ético53. Con esta visión de la pena se superaría el peligro de un terror penal
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latente en una visión preventivo-general negativa, pues solamente la pena justa sería
la necesaria para confirmar los valores éticos del Derecho.
La teoría de la prevención general positiva no está, sin embargo, libre de obje
ciones. Se le ha cuestionado fundamentalmente llevar a cabo una labor pedagógica
que penetra indebidamente en la esfera de autonomía atribuida jurídicamente al
ciudadano54. Esta teoría tendría, por lo tanto, cierto corte autoritario, al imponer
a las personas determinados valores éticos-sociales de carácter elemental55. Desde
K ant , el Derecho solamente puede exigir el cumplimiento externo de sus manda
tos y prohibiciones, pero no procurar que el ciudadano asuma además las razones
de tales mandatos y prohibiciones (mandato de neutralidad)56. En una sociedad
que reconoce el derecho al libre desarrollo de la personalidad, resulta poco viable
que la función del Derecho penal se explique con una teoría de la prevención gene
ral positiva como la descrita.
A partir del planteamiento inicial con el que se formuló la teoría de la pre
vención general positiva, se han desarrollado distintas variantes que han discurrido
por líneas de argumentación diferentes57. El punto de partida común es entender
que la pena no se encarga, al menos no como función manifiesta, de intimidar a los
potenciales delincuentes, sino de mantener o confirmar la vigencia de ciertas con
diciones o aspectos socialmente valiosos. Sin embargo, la determinación de aquello
que resulta confirmado positivamente con la pena marca las diferencias, en algunos
casos inconciliables, entre las diversas variantes de la prevención general positiva.
Son diversos los autores que han realizado una propuesta propia sobre cómo debe
entenderse la función de prevención general positiva que legitimaría el uso de la
sanción penal. Veamos los más importantes.
Para empezar puede mencionarse la variante propuesta por H assemer , quien
parte del entendimiento del Derecho penal como un medio formalizado de control
social58. La pena consistiría en la respuesta correctora al quebrantamiento de una
norma imprescindible para la vida en sociedad, por lo que su finalidad es asegurar
la fuerza de esa norma en el futuro59. Este aseguramiento de la norma es entendido
en un sentido empírico, por lo que son las ciencias sociales las que se encargarían
de determinar si la pena cumple efectivamente con dicha finalidad y la mejor ma
nera de conseguirlo. A esta variante de la prevención general positiva se le critica,
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b. L a prevención especial
La llamada teoría de la prevención especial señala que la pena debe evitar la
comisión de delitos, pero entiende que el efecto preventivo no se dirige a la colec
tividad, sino al delincuente en concreto, por lo que no sería una teoría de la norma
penal, sino una teoría de la ejecución de la pena. Esta teoría asume, por lo tanto,
una posición diametralmente opuesta a la teoría de la retribución, pues la pena no
respondería al mal del delito cometido, sino a evitar que el autor cometa futuros
delitos72. Para alcanzar esta finalidad preventiva, la pena debe conseguir no sólo
intimidar al condenado para que no vuelva a delinquir, sino también reformarlo e
incluso, de ser necesario, inocuizarlo.
La comprensión de la pena desde la perspectiva de la prevención especial es
tuvo contenida en el proyecto político-criminal de von L iszt 73, contando además
con un importante soporte ideológico del positivismo italiano que abogó por la
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sustitución del delito com o fundamento del Derecho Penal para centrar la atención
en la peligrosidad del sujeto. Según la propuesta penal del autor del programa de
Marburgo, la pena debe procurar primeramente intimidar al delincuente para que
no vuelva a cometer hechos delictivos. Si es que la pena impuesta no produce tal
efecto de intimidación, entonces ella tendrá que asumir la labor de corregir al sujeto
inintimidable. Si finalmente dicho sujeto resulta también incorregible, no quedará
otra solución que su inocuización, es decir, su eliminación como peligro futuro de
realización de nuevos delitos74.
Los esfuerzos de los defensores de la teoría de la prevención especial por orien
tar la pena al delincuente peligroso no llegó a imponerse plenamente en los sistemas
penales, pues la pena siguió vinculada a la idea del injusto culpable por el que el
autor debía responder75. Sin embargo, hay que reconocer que esta tesis logró abrir
paso a una segunda vía del Derecho penal: las llamadas medidas de seguridad, las
que se asentaron sobre la lógica de la peligrosidad del autor y la idea del tratamien
to76. En el plano propiamente de las penas, la prevención especial tuvo una gran in
fluencia a través de la doctrina de la resocialización desarrollada en los años sesenta
del siglo pasado en países escandinavos y en los Estados Unidos de Norteamérica.
N o obstante, después de una década de gloria, esta doctrina terminó siendo dura
mente cuestionada, especialmente por llevar a la imposición de penas indetermina
das o muy severas77, pues desde tal planteamiento la liberación del delincuente sólo
podía tener lugar si se le había conseguido resocializar, lo cual, en la situación actual
de las cárceles, resulta casi un milagro78.
A las razones del fracaso de la ideología de la resocialización debe sumarse
el hecho de que tomarse en serio la resocialización como fundamento de la pena,
obligaría a dejar impunes los delitos que se cometieron en circunstancias de difí
cil repetición, lo que constituye una consecuencia lógica de la resocialización que
ningún ordenamiento jurídico-penal está dispuesto a aceptar79. Por otra parte, en
una sociedad de libertades que respeta el libre desarrollo de la personalidad, no es
posible que encuentre legitimación una comprensión de la pena que le imponga
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c. L as teorías de la unión
Los cuestionamientos hechos a las teorías absolutas y a las diversas variantes
de las teorías de la prevención, han conducido, de alguna manera, a la formulación
de teorías de corte ecléctico que buscan corregir las deficiencias o excesos a los que
se llega con la asunción de una sola de ellas86. Es así que se han desarrollado teorías
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que el fin legitimante del Derecho penal resulta de la síntesis de las finalidades pre
ventivas con la lógica utilitarista y garantista92. Los excesos a los que se podría llegar
con la lógica de la prevención se limitarían, de esta forma, con consideraciones de
utilidad y de principio.
Pese a que la teoría dialéctica de la unión ha sido igualmente objeto de críticas
por la preminencia de la finalidad preventiva o la falta de explicación de por qué el
principio de culpabilidad limita la disuasión al momento de imponerse la pena93,
lo cierto es que cuenta con el mayor respaldo en la doctrina nacional94. En apoyo
de esta posición se invoca el artículo IX del Título Preliminar del Código Penal que
dispone que la pena cumple una función preventiva, protectora y resocializadora,
lo que es interpretado en el sentido de una decisión legislativa a favor de la teoría de
la unión95. Jurisprudencialmente también existen pronunciamientos que sostienen
que ésta es la teoría a seguir en la fundamentación de la pena96. Así, nuestro Tribu
nal Constitucional se ha decantado por seguir la tesis central de la teoría dialéctica
de la unión en la S T C Exp. N ° 0019-2005-PI/TC de 21 de julio de 2005, en don
de, remitiéndose a varias disposiciones constitucionales, procede a armar una teoría
de la pena que unifica las diversas funciones que se le asignan. Del mismo modo la
Corte Suprema de la República en el R.N. N ° 2830-2015 de 2 de febrero de 2017
establece que el artículo IX del Título Preliminar del Código Penal evidencia que
se ha optado por acoger la teoría de la unión.
92 Vid., con mayor detalle, S ilva S á n c h e z : Aproxim ación , p. 211. En la doctrina nacional,
igualmente, V illegas Paiva : G aceta P en al & Procesal P en al 75 (2015), p. 104; A l c ó c e r
P o v is : Introducción a l Derecho Pen al, PG, p. 32 y ss.
93 Vid., con mayores referencias, A ban to V á sq u ez : LH -H urtado Pozo, p. 63 y ss.
94 Así, H urtado P o zo /P ra d o S aldarriaga : Derecho P en al, PG, I, § 1, n.m. 93; A ba n to
V á sq u ez : LH -H urtado Pozo , p. 65; T asayco : A ctualidad P en al 6 (2014), p. 75.
95 En este sentido, B r a m o n t A ria s /B ra m o nt -A rias T o r r e s : Código P en al Anotado, p. 137;
H urtado P o z o /P rado S ald arriaga : Derecho Penal, PG, I, § 1, n.m. 94; T asayco : A ctua
lid ad P en al 6 (2014), p. 73. Aunque V illavicen cio T e r r e r o s : Derecho P en al, PG, p. 73,
sostiene que la teoría de la unión que nuestro Código Penal asume no es la dialéctica, sino
la aditiva.
96 Vid., V illeg a s Paiva : G aceta P en al & Procesal P enal 75 (2015), p. 106 y s.
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por el delito. Si bien este autor denomina a su comprensión de la pena, al igual que
W elzel , “prevención general positiva”97, un análisis detenido de su planteamiento
muestra claras diferencias con la prevención general positiva formulada por su maes
tro. M ás que influir en la futura realización de delitos, la pena apuntaría a contradecir
comunicativamente el sentido de la conducta delictiva acaecida, lo que explica que
algunos autores prefieran calificar a este planteamiento, siguiendo la tradición angloa
mericana, como una teoría expresiva de la pena98.
J akobs no ubica la función de la pena en la motivación de las personas para
evitar la lesión de bienes jurídicos99, pues le queda claro que, cuando entra en es
cena, éstos se encuentran ya mermados. D e hecho, en diversas circunstancias los
bienes jurídicos resultan lesionados sin que el Derecho penal intervenga por ello
(una persona muere por su avanzada edad o un automóvil se deteriora por el paso
del tiempo)100. Es más, el Derecho penal interviene en muchos casos sin que sea
precisa la efectiva lesión del bien jurídico (en la tentativa, por ejemplo)101. Todo
esto pondría en evidencia que a la pena no le asiste la función de mantener pre
ventivamente la incolumidad de los bienes jurídicos. La función que le atañe debe
encontrarse en aquello que aún puede reparar con su imposición. Dado que el
delito constituye una negación comunicativa de la norma infringida que pone en
tela de juicio su vigencia social102, a la pena le corresponde la función de devolverle
comunicativamente a la norm a su vigencia social103.
En el planteamiento de J akobs se destaca especialmente la necesidad social
de una vigencia segura de la norma, en tanto sólo así resulta posible orientarse en
los contactos interpersonales104. Si bien podría procederse cognitivamente frente a
97 Vid., J a k o b s : Sobre la norm ativización , p. 48. Sin embargo, en su último trabajo funda
mental sobre el sistema penal (System der strafrechtlichen Zurechnung^ p. 15), prefiere la
denominación de “prevención general que m antiene la vigencia que asimila a una teoría de
la retribución relativa.
98 En este sentido, H ö r n l e : Straftheorien , pp. 29, 57. Sobre las teorías expresivas de la pena
en la tradición angloamericana, vid., R o d r íg u e z H o r c a jo : Com portam iento humano y pen a
estatal, p. 42 y ss.
99 Vid., J a k o b s : Sobre la teoría de la p en a , p. 33: “L a p en a es un proceso de comunicación., y p o r
ello su concepto ha de estar orientado en atención, a la com unicación y no debe ser fijad o con base
en los reflejos o las repercusiones psíquicas de la com unicación .
100 Vid., J a k o b s : Sobre la norm ativización , p. 59 y s.
101 Vid., C a n c io M eliá , en E l sistem a fu n cio n alista , p. 32.
102 Bajo este esquema de interpretación, Paw lik : N orm bestätigung , p. 33, alude a una contra
norma como el sentido comunicativo del delito.
103 Vid., J a k o bs : Staatlich e Strafe , p . 31.
104 J a k o b s : Sobre la teoría de la pena,, p. 18. Muy importante es, en este sentido, que se entienda
que la teoría de la restabilización no centra la función de la pena en el pasado como las teo
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de si ésta resulta legítima o no109. Desde esta perspectiva, la pena cumpliría idéntica
función tanto en un Estado de Derecho como en un Estado totalitario. En cierta
forma, el planteamiento de J akobs podría ajustarse también al Derecho penal de
un sistema no democrático.
A la primera de las críticas J akobs responde señalando primeramente que
la reacción frente al delito debe objetivarse en el mismo nivel que el* propio he
cho del autor, retirándosele los medios de interacción a través de la pena110. En la
medida que este retiro requiere de una base cognitiva que evidencie el fracaso del
autor, resulta necesario que la pena produzca una aflicción111. Sin embargo, esta
explicación no termina de dar una respuesta satisfactoria a por qué la producción
de dolor significa contradicción. Por esta razón, J akobs termina reconociendo la
necesidad de que la pena cuente con una base cognitiva de refuerzo a la vigencia
del Derecho112. Pero precisa que este reconocimiento no implica asumir una teoría
de la unión de la pena que mezcle fundamentos normativos con efectos empíricos.
El mantenimiento del lado cognitivo de la pena no constituye otra función dé la
pena, sino un aspecto de la realidad del Derecho o, si se quiere, una condición de
su existencia11314. Anteriormente, el Profesor Emérito de la Universidad de Bonn
había ya señalado que “todos los entes normativos necesitan de una base cognitiva c¡ue
alcance lo fundamental\ pues de lo contrario sólo existen en sí, conceptualmente, pero,
precisamente, no en la realidadniA.
La segunda crítica es vista por J akobs no como una objeción, sino como una
consecuencia lógica de su planteamiento, en tanto entiende que al dogmático no
le corresponde entrar en la legitimidad externa de las normas115. Sin embargo,
J akobs precisa, ante la formulación de esta crítica, que su teoría de la protección de
la sociedad nunca ha considerado legítima per se la protección de normas, sino que
solamente lo es cuando la institución en que se apoya es legítima, esto es, cuando
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A. Punto departida
En la medida que el Derecho penal despliega su función en el ámbito social
de las personas más que en la estructura psicológica del individuo, nos inclinamos
a pensar que la teoría de la restabilización responde mejor al sentido que se le debe
asignar a la pena. Su imposición apunta, en consecuencia, a mantener la vigencia
de la norma desautorizada por el delito. Sin embargo, esta aceptación no impli
ca compartir fielmente los puntos de partida del planteamiento jakobsiano11718. En
nuestra opinión, el sentido comunicativo de la pena para anular la perturbación
social producida por el delito, no puede determinarse sólo desde el punto de vista
de la normatividad convencional de las eventuales estructuras sociales, sino que
existen ciertos aspectos socialmente indisponibles que necesariamente deben ser
contemplados en el proceso de restablecimiento comunicativo de la norma infrin
gida. Estos aspectos vinculantes se desprenden de un concepto realista (no empiri-
cista) de persona.
La función de restabilización de la pena debe partir de un concepto de per
sona que no se mueva en el plano exclusivamente sociológico, sino que hunda sus
raíces en una base ontologica. T al como lo sostiene H ervada: “la persona humana
—y sólo ella—posee la estructura ontologica necesaria para que existan la norma, el D e
recho y, en consecuencia, las relaciones jurídicas”11*. Por lo tanto, el restablecimiento
normativo realizado por la pena no debe responder simplemente a la necesidad
social de castigo, sino que debe tener en cuenta la naturaleza propia de la persona.
N o debe olvidarse que no se trata de determinar la función que la pena despliega
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B. E l concepto de persona
La pena se impone a una persona por haber puesto en tela de juicio la norma
que prescribe el respeto o el fomento de ciertas condiciones sociales que sirven al
desarrollo de otras personas, por lo que el concepto de persona resulta esencial para
poder determinar la función que despliega. M uy a diferencia de las concepciones
positivistas, aquí se defiende un concepto de persona que no depende del consenso
social o de la eventual constitución de la sociedad. C om o lo ha señalado H ervada:
“ser persona no es de origen positivo sino natural, porque los hombres, por naturaleza,
son sujetos de derecho” 119. Por lo tanto, la conceptualización de la persona no sólo
debe tener en consideración el simple dato social de ser destinatario de las expec
tativas de otros120, sino que debe necesariamente tratarse de alguien que reúne las
condiciones de personalidad. Esta personalidad se deriva fundamentalmente del
hecho de que se trata de un ser que, por su propia naturaleza, posee dignidad.
La dignidad hum ana tiene dos manifestaciones diferenciadas. Por un lado, se
encuentra la dignidad absoluta de carácter ontologico que le corresponde a todo ser
humano por el solo hecho de serlo. Se trata de un mínimo de dignidad por debajo
del cual nadie puede caer121 y que, por lo tanto, la función de la pena no puede, en
ningún caso, desconocer. Al lado de la dignidad absoluta está la dignidad relativa de
carácter moral, la cual se sustenta en que el ser humano actúa libremente orientado
a su realización personal en sociedad. Esta dignidad no es la misma para todos los
hombres, de manera que una persona puede ir en cierto modo perdiéndola en su
actuación práctica122. En esta faceta práctica del ser humano se manifiestan los dos
elementos constitutivos de su personalidad: la individualidad y la socialidad. La
individualidad implica atribuirle libertad, en el sentido de poder autodeterminarse
a actuar para alcanzar su realización personal123. La socialidad significa, por su par
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te, que por esa actuación puede responder frente a los demás, en la medida que el
marco natural de desarrollo de la persona es la sociedad. En suma, puede decirse
que la persona tiene una dignidad absoluta que no puede negarse ni desconocerse
socialmente y además una dignidad relativa que permite atribuirle sus actos como
una actuación libre por la que debe responder ante los demás.
Para evitar malas interpretaciones, resulta conveniente destacar que el pun
to de partida asumido no significa aceptar un naturalismo empiricista en nuestro
planteamiento, el cual mantiene plenamente un punto de partida normativo. Asu
mir un concepto empírico de persona implicaría verla como una unidad psico
fìsica, lo cual no se ajusta, como es fácilmente constatable, a lo que hemos señalado
hasta ahora124. N o hay nada más opuesto a lo empírico que un planteamiento que
sostiene que todo ser humano es persona con independencia de sus concretas par
ticularidades o estado de desarrollo fenomenologico, o que es persona a pesar de
no ser vida hum ana independiente o no tener una actividad psicológica comple
tamente desarrollada. Quien equipara lo ontologico con lo empírico comete un
grave error metodológico, pues no hay nada más normativo que lo ontològico125. El
ontologismo vinculado a una comprensión empiricista de las cosas no es más que
un pseudoontologicismo.
lo señala C aro J ohn : R evista R eruana de D octrina y Jurisprudencia Penales 5 (2004), p. 446.
Sólo un análisis del término muestra que individuo no quiere decir algo empírico, sino algo
que no se puede dividir (individuo), es decir, que constituye una unidad diferenciada preci
samente de la naturaleza empírica.
124 De otra opinión es la interpretación que hace de mi planteamiento C aro J ohn , Recensión:
R evista P eruan a de D octrina y Ju rispru den cia Penales 5 (2004), p. 445 y ss.
125 Así, Pawlik: N orm bestatigung , p. 22, reconoce el carácter normativo del planteamiento
ontologico que recurre a esquemas de interpretación.
126 Sobre las razones por las cuales la sociedad actual estructura la organización social en roles,
vid., Jakobs: Sociedad, norm a y persona , p. 22.
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127 Sobre la imposibilidad de negar la fuerza disuasoria del castigo, R odríguez H orcajo: Com
portam iento hum ano y p en a estatal, p. 298 y s. De manera extensa sobre la realidad de la
disuasión, K ennedy : D isuasión y prevención del delito, p. 35 y ss.
128 Por eso, la crítica de Alcacer G uirao: Los fines, p. 102 y ss., a la teoría de la restabilización
de que “ el Derecho sólo p o d rá llevar a cabo el fin de protección de las expectativas norm ativas
en la m edida en que p ersig a asim ism o un fin directivo de conductas”, no es correcta, pues con
funde el plano de la base cognitiva necesaria para la confianza en el Derecho (realidad del
Derecho) con la vigencia del Derecho (normatividad del Derecho).
129 Vid., Pawlik: N orm bestátigung, p. 53.
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1. Función
Además de penas, la legislación penal contempla la posibilidad de imponer
medidas de seguridad a las personas peligrosas. Se trata de medidas de carácter
correctivo o asegurativo que los órganos jurisdiccionales aplican a una persona en
razón de su peligrosidad criminal131. A diferencia de las penas, cuya imposición re
quiere la culpabilidad del autor, las medidas de seguridad encuentran justificación
en el peligro de reincidencia. Por esta razón, el artículo VII del Título Preliminar
del CP dispone claramente que la aplicación de una medida de seguridad no res
ponde a la idea de la responsabilidad del autor por el hecho, sino a la necesidad de
preservar intereses públicos predominantes frente al peligro de nuevos delitos132. La
130 Vid., con amplias referencias, C astillo Alva, en Código p e n al comentado, Castillo Alva
(coord.), artículo I, p. 23 y ss.
131 Así, Sanz M orán : L as m edidas, p. 71.
132 Vid., sobre el planteamiento del interés preponderante Stratenwerth: Strajrecht, AT,
§ 1 , n.m. 41. Críticamente, Frisch : Z S tW 94 (1982), p. 367; J akobs: Strafecht, AT, Apdo
1 , n.m. 34. Sobre la asunción de la tesis del interés preponderante en el artículo VII del
Título Preliminar del CP, vid., García C avero, en Código p e n al com entado, Castillo Alva
(coord.), artículo VIII, p. 222 y s.
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jurídico-penal no estaría determinada por factores individuales del sujeto, sino por
condicionamientos sociales. Esto significa que el estatus de imputable o inimpu
table dependerá de si, conforme al estado actual de la ciencia médica (psicología
y psiquiatría), la sociedad está en capacidad de resolver el problema penal de un
determinado grupo de infractores mediante un tratamiento médico139. Si la enfer
medad mental que padecen estos sujetos puede tratarse de alguna manera por la
psicología o la psiquiatría, se considerará al autor inimputable y no se le aplicará
una pena, sino una medida de seguridad. Mientras esto no suceda, se le considerará
imputable y, por tanto, sujeto de sanción.
A nuestro m odo de ver, las medidas de seguridad son mecanismos cognitivos
que buscan modificar la realidad para no volver a experimentar el menoscabo de un
bien jurídico. Pero la configuración absolutamente social del estatus de imputable
o inimputable no resulta de recibo, pues implicaría definir este aspecto de la impu
tación penal exclusivamente desde el punto de vista de las necesidades sociales de
punición. La configuración de la culpabilidad tiene también un aspecto individual
que no puede dejarse de lado140, aunque cabe precisar que tal aspecto no se reduce
a un dato puramente empírico que sólo hay que constatar. Es necesario determi
nar, ciertamente de la mano de los resultados médicos, si la persona puede actuar
responsablemente para el Derecho penal, lo que significa atribuirle una capacidad
de percepción y de valoración suficiente como para asumir las consecuencias de
su proceder. En caso de carecer de libertad de actuación o tenerla sustancialmente
disminuida, entonces el sistema penal podrá acudir a las medidas de seguridad,
siempre que exista peligro de reiteración.
En lo que tanto interpretaciones preventivas, como las restabilizadoras coin
ciden es que la necesidad de imponer una medida de seguridad no justifica su
aplicación indefinida hasta que el inimputable peligroso sea efectivamente tratado
con éxito, manteniendo mientras tanto a la sociedad a salvo de su peligrosidad. La
finalidad garantista entra en consideración también en este ámbito del Derecho
penal, puesto que somete la medida de seguridad a un criterio de proporcionalidad
en relación con la peligrosidad delictiva del agente, la gravedad del hecho cometi
do y los que probablemente cometiera si no fuese tratado141. En consecuencia, los
intereses sociales predominantes que sustentarían la imposición de una medida de
seguridad por la probabilidad de nuevos menoscabos ajenos, no se encuentran al
margen del criterio de razonabilidad común a toda medida restrictiva de derechos.
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D erecho Penal - parte general
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148 Vid., Bacigalupo Z apater: Derecho Penal, PG, p. 49; S ilva Sánchez, en E l nuevo Código
Penal, p. 32 y s.; Oré S osa/Palomino Ramírez: Peligrosidad crim inal, p. 14.
149 Así, V illavicencio Terreros: Derecho Penal, PG, p. 76.
150 Así, Roxin : Derecho Penal, PG, § 3, n.m. 61.
151 Sobre la llamada “identidad de ejecución”, Z iffer : M edidas de seguridad, p. 96.
152 Vid., J akobs: Derecho Penal, PG, Apdo 1, n.m. 55 y ss.
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pena porque el tratamiento ha tenido éxito (artículo 77 del CP), entonces el res
tablecimiento de la vigencia de la norma por una infracción culpable tendrá lugar
mediante un refuerzo cognitivo. Como puede verse, en todos los casos la medida
de seguridad despliega u n a función de aseguramiento cognitivo.
153 R oxin : Fundam entos político-crim inales, p. 234; Roig T orres: L a reparación del daño cau
sado p o r el delito , p. 506 y ss. Críticamente, N aucke : Derecho P en al, p. 131 y s.; G álvez
V illegas: A nuario de D erecho Penal, M inisterio Público , 2011-12, p. 195 y ss.
154 Vid., al respecto, G ajlain Palermo : Revista P en al 20 (2007), p. 59 y ss.
155 Vid., Silva Sánchez , en E studios de Derecho P en al, p. 223 y s.
156 Se trata del llamado abolicionismo penal que en la actualidad preconizan H ulsman /B ernat
D e C elis : Sistem a p e n a l , p. 76 y ss.; C hristie : L os lím ites del dolor, p. 128 y ss.
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una solución consensuada entre autor y víctima del delito157. En segundo lugar
están aquellos que intentan un sistema mixto de solución del conflicto penal, en el
que, por un lado, se mantenga la lógica de la afectación a la colectividad (víctima
potencial) pero, se inserte, por el otro, la orientación a la víctima actual158. La gran
objeción a este planteamiento se mueve en el plano de las antinomias que pueden
crearse por la mezcla de ambas perspectivas159. Una tercera línea de interpretación
de la orientación a la víctima del conflicto penal no abandona la lógica de los fines
de la pena, sino que busca un desarrollo continuador de los conceptos jurídico-
penales. D e lo que se trata con este planteamiento, en definitiva, es de integrar la
orientación a la víctima en la lógica de la función del Derecho penal160.
En nuestra opinión, los cambios legislativos que otorgan una incidencia penal
a la reparación de la víctima deben interpretarse conforme al tercer planteamiento
de los antes esbozados. Sin embargo, la labor de integración de la víctima en la fun
ción del Derecho penal dependerá, a su vez, de cuál es esa función asignada al sis
tema punitivo. Si se sigue la perspectiva de la prevención general negativa, resultará
claro que no es posible recurrir a la fuerza intimidatoria de la reparación del daño
para darle virtualidad penal, pues la posibilidad de reparar el daño producido pocas
veces intimida161 o, en todo caso, tal intimidación dependerá fundamentalmente de
las posibilidades económicas de cada sujeto, lo que implicará un tratamiento des
igual inaceptable. Por ello, se acude, más bien, al efecto resocializador que produce
el hecho de que el autor del delito se enfrente con las consecuencias de su hecho y
busque una reconciliación con la víctima (prevención especial positiva)162.
Si se sigue el planteamiento que asigna al Derecho penal la función de man
tener la vigencia de la norma infringida, como es nuestro caso, la reparación del
daño como tercera vía tendrá que responder a esta ordenación funcional del sistema
punitivo. El punto de partida es que en determinados delitos, cuya incidencia social
no es de especial gravedad, la reparación del daño puede satisfacer la función de res-
157 A esta objeción, M aier: L H -D e R ivacoba y Rivacoba, p. 217 y s., agrega dos más: que la
reparación como sanción no tiene en cuenta el plus de antijuridicidad del hecho más allá
de los intereses personales que lo llevó precisamente al ámbito del Derecho penal y que un
sistema de reparación podría favorecer a los más poderosos económicamente.
158 En esta dirección parece apuntar la comprensión de M aier: LH -D e R ivacoba y R ivacoba,
p. 223 y ss.
159 Vid., en este sentido, Silva Sánchez , en Estudios, p. 224.
160 Vid., igualmente, R oxin : Derecho R enal, PG, § 3, n.m. 63; S ilva Sánchez , en Estudios de
Derecho P en al, p. 224; V illavicencio Terreros: Derecho P en al, PG, p. 80.
161 Vid., R oig Torres : L a reparación del daño causado por el delito , p. 544 y s. Por el contrario,
M ir Puig : Introducción , p. 28, destaca los efectos intimidatorios de la reparación civil.
162 Así, Roxin : Derecho Penal, PG, § 3, n.m. 64. En la misma línea, G alain Palermo, en
R edur 3 (2005), p. 183 y ss.
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163 En este sentido, R oxin : Derecho P en al, PG, § 3, n.m. 63; S ilva Sánchez , en Estudios de D e
recho P en al, p. 229: “(•••) cuanto menos se sienta lesionada la colectividad p o r un determ inado
hecho, tanto m ás fá c il se rá que su confianza se vea restablecida p o r la reparación (o el intento de
reparación) de la víctim a actual, a sí como con la reafirm ación sim bólica de la norm a vulnera
d a” -, Peñaranda R amos , en Teoría de los sistem as (Gómez-Jara, Ed.): p. 305.
164 Es muy importante tener claro que la reparación del daño no se identifica con la reparación
civil, de manera tal que no se trata de darle un carácter penal a la reparación civil, como
parece entenderlo Gálvez V illegas: L a reparación civil, p. 85 y ss., y que explica su posi
ción crítica ante la reparación del daño como tercera vía penal (comparte esta visión crítica,
Prado Saldarriaga: L a s consecuencias ju ríd icas, p. 279). Aun cuando la reparación del
daño consista en el pago de la reparación civil, la reparación civil sigue siendo tal, lo que no
impide que se le reconozca también ciertos efectos en el plano penal. De la misma manera
que en el ne bis in idem la sanción penal puede abarcar los efectos de protección del ámbito
administrativo, la reparación civil puede alcanzar ciertos efectos beneficiosos o exoneratorios
en el plano penal. Aceptar esto no implica negarle la naturaleza civil a la reparación civil.
165 Exige, en este sentido, el respeto al principio de responsabilidad penal, R odríguez D elgado:
L H -B ram on t A rias, p. 832.
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