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El orador (Orator)es una obra de Cicerón publicada en el año 46 a. C. Constituye uno de los grandes legados
de la Antigüedad clásica sobre el arte de hablar y escribir. Forma parte, junto con De oratore y el Brutus de
una trilogía de tratados ciceronianos sobre la elocuencia y el arte de hablar o escribir. El destinatario de la
obra es Bruto.
- La idea de la necesidad de la cultura filosófica para el orador (párr. 14 y 113- 120). También al
comienzo de la obra cuando habla de la “idea” platónica para identificar con ella la imagen del
orador perfecto (11- 16). Los conocimientos de filosofía (118).
- La distinción de los 3 géneros de estilo (elevado, medio y bajo) y su definición (párr. 20, 53, 75 y
siguientes). Vuelve a tratar de ellos cuando habla de la elocución (párr. 69- 103) porque es en la
elocución donde se plantea el problema del estilo.
- La crítica a los neoáticos y la concepción estrecha que éstos hacen del aticismo, identificándolo
arbitrariamente con un estilo bajo (párr. 23 y a lo largo de toda la obra)
- La definición del mejor estilo oratorio. Cicerón viene a decir que no existe un estilo oratorio
perfecto y que el estilo perfecto es el que responde al principio del decorum, aquel que se adapta a
lo conveniente en cada ocasión. Es precisamente el principio del decorum el que dota de unidad a
todo el tratado.
- La crítica a los neoaticistas. El ataque a los neoáticos, defensores del estilo seco y sencillo como el
mejor estilo, poniendo como modelo a Tucídides, y la defensa contra las críticas que estos mismos
neoaticistas hacen al estilo ciceroniano al que catalogan de ampuloso.
Esta teoría ocupa más de una tercera parte del tratado. Se trata del legado más preciado que nos ha dejado
la Antigüedad clásica en lo que concierne a esta materia.
Tres son los elementos que, según Cicerón, producen ritmo en la prosa (con ellos se consigue la armonía):
La originalidad de Cicerón viene dada en primer lugar porque él trata esta materia con más extensión que
ningún otro autor, sobre todo en lo que respecta al carácter métrico de períodos y partes del período (tercer
procedimiento productor de ritmo). Pero también resulta original en el tratamiento de los otros dos
procedimientos.
- Así en el primero (las cualidades armoniosas de los sonidos y sus combinaciones) al hablar de la
rentabilidad eufónica de los sonidos y sus combinaciones, se limita a aludir al hiato, a la aspereza (la
unión de dos vocales o de dos consonantes entre final y comienzo de palabra). El resto de esta parte
está dedicado casi exclusivamente al estudio fonético de determinados fenómenos (síncopa,
apócope, apofonía, etc.) y a la diferencia entre sistema lingüístico y norma o uso. Cicerón, a
diferencia de Dionisio de Halicarnaso y Hermógenes, no habla casi nada del rendimiento rítmico o
fónico de los sonidos. Ellos, por el contrario, hablan de las cualidades de las letras; del rendimiento
de sus combinaciones; y todo ello, en función de lo que se dice o de la sensación estética que el
escritor desea producir. De modo que el tratamiento de los sonidos puede hacerse desde dos puntos
de vista diferentes:
a) Desde el punto de vista de la fluidez sin altibajos y sin asperezas del enunciado.
b) Desde el punto de vista de su rendimiento armonioso para producir determinadas
sensaciones estéticas. Es el punto de vista del comentarista de poetas y prosistas.
Es evidente que Cicerón sigue siendo respetuoso con los principios de la fluidez del enunciado en
detrimento del principio del rendimiento. Por el contrario, el comentarista (Dionisio o
Hermógenes) está convencido de que ese poeta o prosista perfecto (sobre todo haciendo
referencia a Homero) no puede haber escrito nada sin sentido, de manera que cualquier
combinación de sonidos, aunque aparentemente vaya en contra de los principios de la fluidez
tiene un sentido como medio de expresión de una determinada sensación estética. Pero
Cicerón, a diferencia de Dionisio o Hermógenes, no es un comentarista sino un tratadista, y
como tal, es más respetuoso con los principios de la fluidez del enunciado. Sin embargo,
encontramos en él una relativa contradicción interna, pues introduce los sonidos y sus
combinaciones como elemento productor de ritmo (al igual que Dionisio y Hermógenes) pero se
aparta de la línea de los rétores helenísticos en que no trata de los sonidos como elementos
productores de armonía.
- En cuanto al segundo procedimiento productor de ritmo (el de la disposición de las palabras para
producir armonía) también se aparta Cicerón de la línea de los rétores helenísticos. Cicerón resulta
extremadamente breve y se limita a aludir a las figuras gorgianas (anáforas, paralelismos y antítesis)
y nada más, en tanto que los rétores helenísticos de la época van mucho más allá al tratar de las
posibilidades armónicas de las combinaciones de las palabras y de las propias palabras en sí. Esto se
debe a la misma razón a la que aludíamos antes al referirnos al primer procedimiento y que lo
separa de los rétores helenísticos, su condición de tratadista, pues en la línea de los tratados por
colocación de palabras y efectos armónicos de la misma se entienden los paralelismos, las antítesis,
etc. Los comentaristas, sin embargo, tienen que justificar y dar valor armónico a cualquier
combinación de palabras de Homero. De ahí, que su tratamiento sea mucho más amplio.
- En lo que respecta al último procedimiento productor de armonía (el ritmo o la métrica en prosa),
Cicerón se detiene y se extiende en el mismo más que ningún otro autor de la Antigüedad. Ello se
debe a que él mismo en sus discursos y en su prosa en general ha utilizado conscientemente la prosa
rítmica. Trata las siguientes cuestiones:
En definitiva, El orador se limita a recoger, desde un punto de vista teórico lo que ha estado poniendo en
práctica a lo largo de su vida.
13-EL ORADOR DE CICERÓN
Introducción
Marco Tulio Cicerón (106-43 a.C.): aúna como pocos la dimensión práctica y teórica de la oratoria, pues para él se trata
de un arte que se adapta a la realidad en la que se desenvuelve, de manera inseparable a la Filosofía (en especial de la
Lógica y de la Dialécica). Tuvo una visión de la retórica como el arte de pensar o forma de sabiduría. Escribió muchas
obras dedicadas a la oratoria a lo largo de su vida, conjugando saberes tradicionales griegos con la particular visión
latina de las cosas. Su amplia producción suele clasificarse en obras retóricas mayores y obras retóricas menores,
destacando estas segundas (entre el 84 y el 45 a.C.):
a) De inventione (86 a.C.): obra de juventud de orientación judicial de gran difusión medieval, dedicada a la
invención como ámbito genérico que integra el resto de las operaciones retóricas. Recoge preceptos de autores
como Aristóteles y Hermágoras.
b) De optimo genere oratorum (46 a.C.): defiende el estilo ático
c) Topica (44 a.C.): resumen de los Tópicos de Aristóteles con ejemplos jurídicos, filosóficos y literarios
d) Partitiones oratoriae (45 a.C.): manual escolar esquemático en forma de Q&A entre Cicerón y su hijo.
e) Trilogía más importante (55 a.C.): de esta trilogía destaca su defensa de la retórica como arte, en el seno de las
polémicas suscitadas por los estoicos entre retórica y filosofía, pues Cicerón entiende que la retórica es una
disciplina enciclopédica, interdisciplinar, y, dado que es inseparable la conexión res-verba, materia, estilo e
intención, el resultado es el de un arte orientado hacia el bien del Estado.
a. De oratore: escrita en forma de diálogo, es considerada su mejor obra retórica. Cuenta con tres libros
(el primero sobre el orador, el segundo sobre la invención y la disposición y el tercero sobre la
elocución). Además de por su estilo, de ella se valora la importancia que presta a la simpatía como
identificación emocional, su atención a la novedad como valor estético y al ritmo. Además, aquí Cicerón
relaciona estrechamente pensamiento y dicción (res y verba), por lo que considera imprescindible una
buena preparación del orador público, que debe sumar a unas necesarias dotes naturales toda una serie
de cualidades relacionadas con las disciplinas propias a las que sirve la palabra (filosofía, derecho,
poesía, actuación…).
b. Brutus: en forma de diálogo, panorama histórico de la oratoria, valorando a oradores griegos y latinos.
c. Orator (46 a.C.): obra caracterizada por su desorganización estructural, está escrita en forma de carta
dirigida a Bruto, con la idea de establecer los rasgos propios del orador ideal – ESTE es el hilo conductor
de toda la pieza – (que ha de dominar todos los estilos y ser capaz de probar, agradar y conmover al
auditorio atendiendo a las circunstancias, es decir, respetando el decorum; además, distingue entre los
oradores que hablan en términos sencillos por razones útiles e instructivas y los que emplean la
exuberancia, locuacidad y cadenas rítmicas para mover a sus oyentes, siendo estos segundos los
preferidos de Cicerón; de esta manera, aunque se inspire en la teoría de las ideas de Platón en lo que
refiere al orador ideal, lo cierto es que su teoría estilística es propia, ya que relaciona los fines de la
oratoria con los estilos sencillo – para enseñar –, medio – para agradar – y sublime – para mover –).
Aunque hace un breve repaso por las partes fundamentales de la retórica, la elocución ocupa la mayor
parte de la obra, en especial en lo que respecta a la teoría del ritmo y de la prosa (es muy importante la
atención a la prosa rítmica, sobre la que trata de su origen, naturaleza y apogeo, considerándola válida
para la exposición, narración y persuasión, a la vez que destaca el efecto agradable que la medida de las
palabras tiene sobre la prosa). Esta es la obra que aquí nos interesa.
La retórica es el arte del bien hablar, pero no solo eso (“Marco Antonio […] dice que él había visto muchas personas
que sabían hablar, pero en absoluto a ningún orador”), pues ha de complementarse con otros elementos como la
sabiduría. En todo caso, aplica una visión finalista de esta disciplina, pues entiende que un orador ha de ser capaz de
excitar y turbar los corazones, de mover al auditorio a sentir el sentimiento que se desea sin que puedan resistirse.
Cicerón toma a Demóstenes y al estilo ático como los mejores ejemplos de retórica.
1
Concepto de orador ideal según Cicerón
En general, Cicerón entiende que el orador perfecto es aquel que sabe mezclar, según el principio de lo conveniente, los
diferentes estilos y el decorum (vid. infra); el que se mueve en la realidad del género judicial pero tomando también
convenientemente recursos del género demostrativo (vid. infra); el que domina sobre todo el terreno de la elocución
(vid. infra); el que es hombre culto y conoce, además de la retórica, la dialéctica, la filosofía, la historia, la física, el
derecho y otras ciencias (“un orador salido, no de los talleres de los rétores, sino de los paseos de la Academia”; “sin la
filosofía, nadie puede hablar con amplitud y abundancia sobre temas de envergadura y variedad”; “sin una formación
filosófica no podemos distinguir el género y la especie de ninguna cosa, ni definirla, ni clasificarla, ni juzgar lo que es
verdadero y lo que es falso, ni analizar las consecuencias lógicas, ver lo contradictorio y distinguir lo ambiguo”); y el
que sabe usar adecuadamente el ritmo en prosa (vid. infra).
No hay un estilo oratorio perfecto, pues no es perfecto por sí solo y en todo momento el estilo elevado, tampoco el estilo
medio, ni tampoco el tenue o bajo, pues el único estilo perfecto es aquel que responde al principio del decorum, de lo
conveniente en cada momento, en cada circunstancia y a cada persona o personas. El único estilo perfecto es aquel que
se adapta a lo conveniente en cada ocasión. Así, “tres son los tipos de estilo en los cuales por separado han sobresalido
algunos, pero muy pocos lo han hecho por igual en todos”; “es elocuente el que es capaz de decir las cosas sencillas con
sencillez, las cosas elevadas con fuerza, y las cosas intermedias con tono medio” (vid. supra [La composición retórica
según Cicerón > La elocuencia]). Así, los tres estilos según Cicerón son:
a) Estilo tenue: gracioso y agradable, sencillo y llano (“lengua puramente latina; la expresión clara y llana”;
“discreto y parco en la creación de metáforas; moderado en el uso de arcaísmos y demás figuras de la palabra y
de pensamiento”) y de lenguaje normal (“quienes lo escuchan aunque sean incapaces de decir una palabra,
creen, sin embargo, que ellos pueden hablar de esa misma forma”). Está libre de los lazos del ritmo pero no hay
desorden; da “la impresión de que avanza libremente, pero no de que va de un lado para otro sin ley”. Mira más
por el contenido que por la forma, pero sin descuidar esta última, pues exige un “descuido cuidadoso” que “se
sirva de las palabras más usuales y de las metáforas más fáciles […] y de las figuras de pensamiento no
excesivamente deslumbrantes […] ni ligará en una sola frase amontonadas repeticiones”. En cuanto a los temas
tratados utilizando este estilo, “no hará hablar al estado, ni resucitará a los muertos”. La acción, por su parte “no
debe ser ni la de la tragedia, ni la de la comedia, sino que ha de ser moderada en los movimientos corporales,
pero muy insinuante en los gestos de la cara […] con naturalidad”.
b) Estilo medio: más abundante y vigoroso que el anterior, más lleno que él pero más bajo que el siguiente. Le van
bien todas las figuras retóricas (“acepta todas las figuras de palabra y muchas de pensamiento”). En lo que
refiere a los temas, “se desarrollan igualmente discusiones teóricas amplias y eruditas y se recurre sin esfuerzo
a desarrollos generales”. Estilo elevado y florido, adornado y pulido, en el que se juntan todas las figuras de
palabra y todas las de pensamiento.
c) Estilo elevado: “amplio, abundante, grave, adornado, en el que se encuentra la mayor fuerza”. Es la elocuencia
que “marcha en un carro majestuoso y sonoro […] que admiran todos”. Es capaz de mover los corazones en
todos los sentidos. Exige gran preparación tanto en la boca del orador como en los oídos del auditorio.
Por otro lado, estilísticamente, se rechaza el asianismo (“naciones totalmente incultas y faltas de refinamiento que
adoptaron un género de elocuencia adaptado a sus oídos, en cierta forma gordo y como grasiento”) y se alaba el aticismo
(que suele relacionarse propiamente con la mayor parte de los rasgos del estilo sencillo).
3
El ritmo y la prosa oratoria según Cicerón
El Orador es la exposición más amplia y detallada que la Antigüedad clásica nos ha transmitido sobre la materia de el
ritmo y la prosa; y es que, si para Cicerón la retórica es el arte del buen hablar, uno de los ingredientes esenciales de ese
buen hablar es, precisamente, la armonía (a ello le dedica un tercio del tratado, “no hay ninguna idea que se provechosa
al orador, sin no está expuesta de una forma armoniosa y acabada; y no aparece el brillo de las palabras, si no están
cuidadosamente colocadas; y una y otra cosa es realzada por el ritmo […] porque si está elaborado tiene mucha más
fuerza que si está suelto”). Según Cicerón, tres elementos son los que producen ritmo (y, por tanto, la referida armonía,
entendiendo que “la prosa no debe ser esclava del ritmo, como la poesía, ni exenta de él, como el habla vulgar”) en la
prosa rítmica (que no es lo mismo que la prosa construida a base de ritmo, un “vicio intolerable” según Cicerón):
a) Los sonidos y sus combinaciones: “por muy agradables y profundos que sean los pensamientos, si se exponen
con palabras mal colocadas, ofenderán a los oídos, cuyo juicio es muy exigente”. Hay que poner especial
atención en las combinaciones entre vocales y consonantes y en la pronunciación breve o larga de las vocales.
b) La disposición simétrica de las palabras: el “redondeamiento” de las palabras se consigue o bien con la propia
colocación de las palabras de una manera en cierto modo espontánea, o bien mediante el empleo de cierto tipo
de palabras portadoras en sí mismas de sabiduría (colocación de elementos iguales en simetría, colocación de
contrarios en oposición, colocación de palabras que tengan terminaciones casuales idénticas…).
c) La métrica en prosa: se han de introducir ciertos elementos propios de la métrica poética dentro de la prosa:
a. El período: “mis oídos disfrutan con los períodos perfectos y acabados, perciben las frases cortadas y
no gustan de las excesivamente desbordadas […], los oídos esperan esto: que los pensamientos queden
cerrados con frases”.