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Diaz-Couder, Ernesto. 1996-1997. Multilingüismo y Estado Nación en México. DiversCité Langues.

En
ligne. Vol. 1. Disponible à http://www.uquebec.ca/diverscite

Del Estado unitario al Estado pluralista

Al momento de su proclamación como nación independiente en 1821 el nuevo Estado mexicano se


encontró con un país compuesto en realidad de un conjunto de provincias débilmente articuladas
entre sí. Había que construir o consolidar las instituciones políticas, los aparatos administrativos y un
verdadero mercado y economías nacionales. Se encontró también con un hecho común a las
naciones post-coloniales : la población se componía de un abigarrado mosaico racial, cultural y
lingüístico que dificultaba significativamente la articulación política, administrativa y económica
indispensable para la consolidación de un verdadero estado nacional. Es decir, la creación del Estado
precedió a la constitución de la nación. De ahí los esfuerzos del nuevo Estado por consolidar
la unidad nacional, la cual, desde entonces y hasta la actualidad, ha sido el baluarte ideológico para
legitimar la erradicación de las culturas y lenguas nativas.

Las décadas de constantes guerras civiles que siguieron a la independencia impidieron en los hechos
la aplicación de ninguna política lingüística. Sería hasta 1867 con la ejecución de Maximiliano de
Austria que los grupos monarquícos fueron finalmente derrotados y se afianzó un proyecto de nación
de corte liberal. El pensamiento liberal del Siglo XIX postuló la igualdad ante el Estado de todos los
ciudadanos. Con ello se pretendía liberar a los indígenas en tanto individuos del sistema de castas
vigente durante los trescientos años de Colonia española, según el cual la posición social de los
individuos estaba preestablecida por nacimiento. Sin embargo, desconoció a los pueblos indígenas
como sujetos de derecho negándoles acceso a la jurisdicción del Estado en tanto pueblos.

Al postular como principio del nuevo pacto nacional la igualdad individual de todos los ciudadanos
ante el Estado se puso fin al sistema de castas estableciendo una nueva relación de los indígenas
frente al Estadoñ de estamentos raciales a ciudadanos individuales ñpero en los hechos no hubo
cambios sustanciales ya que diversos condicionantes legales impedían el acceso pleno de los
indígenas a la jurisdicción del Estado. Por ejemplo, solamente podían votar los ciudadanos varones
(las mujeres tampoco eran ciudadanos con plenos derechos) con posesiones (ni los pobres) y que
supieran leer y escribir, lo que excluía a la vasta mayoría de la población y prácticamente a la
totalidad de la población indígena. Más relevante para nuestra discusión es que para acceder a la
jurisdicción del Estado era necesario hablar español. Con excepción de las efímeras disposiciones de
Maximiliano de Hapsburgo (1864-67) (González y González & Meyer 1992) durante toda la vida
independiente las lenguas indígenas han sido excluidas de todo uso oficial y público. Para tener
acceso a los escasos servicios públicos (educación, salud, procuración e impartición de justicia) era
necesario hablar español. Con ello las lenguas indígenas quedaron en una posición más vulnerable
aún que en el periodo colonial durante el cual al menos tenían un espacio propio para su
reproducción social aunque segregado y subordinado.

Con el fin de lograr la ansiada unidad nacional se pusieron en marcha políticas explícitas de
castellanización lingüística, cultural e incluso racial. Por supuesto todas esas políticas se proclamaban
como un beneficio para los propios indígenas, ya que al castellanizarse tendrían por fin acceso a la
jurisdicción del Estado y se integrarían a la sociedad nacional en igualdad de condiciones alcanzando
así el ideal liberal de igualdad ante el Estado. No es difícil ver en las políticas de castellanización la
ecuación siguiente : uniformidad cultural = nacionalidad común = unidad nacional = Estado nacional.
Siguiendo la distinción entre nationism y nationalism propuesta por J. Fishman (Fishman 1968) vemos
que el imperativo de la unidad nacional no sólo buscaba la integración político-territorial del Estado
mexicano (nationism) sino también pretendía alcanzar la integración sociocultural de los diversos
pueblos en una sola nacionalidad (nationalism). En suma, de acuerdo al proyecto nacional liberal las
particularidades lingüísticas y culturales de los pueblos indígenas tenían que ser sacrificadas en aras
de una nacionalidad común (nationalism) necesaria para la consolidación de la Nación, es decir, el
Estado mexicano (nationism).

Actualmente México como la mayoría de los países latinoamericanos sufre un proceso de


transformación hacia un modelo de nación con una economía abierta e integrada a los mercados
financieros internacionales que requiere de instituciones políticas más democráticas para dar
seguridad a la inversion privada, especialmente la extranjera. Esto aunado a las presiones
internacionales en favor de los derechos humanos de los grupos más desprotegidos y a la creciente
aceptación de la multiculturalidad como condición de la globalización se ha traducido en una mayor
tolerancia hacia la diversidad lingüística y cultural al interior del país. De hecho entre 1990 y 1992 se
aprobaron importantes modificaciones jurídicas que ampliaron de manera significativa los derechos
culturales y lingüísticos de los pueblos indígenas. Entre los más importantes se cuentan la firma y
ratificación del Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, la adenda al Artículo
Cuarto Constitucional y las modificaciones a diversos artículos de los Códigos de Procedimientos
Penales de la Federación y del Distrito Federal. Si bien hasta ahora estas cambios legislativos no han
tenido mayor efecto, ello no debe engañarnos; no se trata de cambios menores. Puede decirse sin
exagerar que reflejan el tránsito de un estado unitario a uno pluralista. Es decir, el Estado mexicano
se conforma ahora con mantener el control de la integridad política, económica y territorial de la
nación (nationism) pero sin imponer ya una uniformidad sociocultural a su población (nationalism). Se
trata en efecto de lo que podría ser una nueva relación del Estado mexicano para con los pueblos
indígenas tan importante como lo fue en su tiempo la supresión de las castas raciales como modo de
relación con el Estado (colonial) al sustituirla en el México independiente por una relación individual e
igualitaria con los ciudadanos, pero en la que se negaba por decreto la existencia de los pueblos
indígenas (Maybury-Lewis 1984). Actualmente en cambio, se reconoce nuevamente la existencia de
los grupos indígenas como pueblos con derechos colectivos particulares en lugar de solamente
reconocer derechos individuales iguales para todos los ciudadanos sin distinguir sus particularidades
étnicas y lingüísticas.

Es claro, sin embargo, que todavía falta un muy largo camino para que los pueblos indígenas puedan
ejercer los derechos que se anuncian en el nuevo marco jurídico. No hay que olvidar que la
aceptación constitucional del carácter plural de la nación en 1992 ha obedecido más a intereses de
gobierno un tanto coyunturales que a una política de Estado renovadora. En particular la firma del
Convenio 169 de la O.I.T. y la modificación al Artículo 4º Constitucional son más consecuencia de los
esfuerzos del gobierno en turno por dar una imagen democrática y moderna para facilitar la
negociación del NAFTA que de una verdaera política de Estado para con los pueblos indios; como
demuestran las difíciles negociaciones con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional en las que se
regatean incluso derechos presuntamente reconocidos años antes del levantamiento zapatista.

Por otra parte, estos cambios no ocurren sin resistencias no solo del gobierno sino de amplios
sectores de la sociedad. Todavía existen numerosas voces que consideran el abandono de la
uniformidad sociocultural como un retroceso conducente a la segregación y la negación de la igualdad
individual liberal, así como una amenaza a la unidad nacional; voces que siguen expresando ideas
decimonónicas a las puertas del siglo XXI (Cfr. Gonzáles de Alba 1996; Saenz 1996).
Diversidad lingüística

De acuerdo al Atlas de Lenguas Indígenas del Instituto Nacional Indigenista y en base al Censo
Nacional de Población y Vivienda de 1990 actualmente se hablan algo más de sesenta idiomas
indígenas en el territorio nacional. En realidad el número es algo mayor ya que muchas de las
lenguas registradas como un solo idioma son en realidad complejos lingüísticos sumamente
diferenciados. Un número más cercano a los hechos estaría alrededor de los 100 idiomas indígenas
(Campbell 1979; Suárez 1983).

Las diferencias estructurales entre las lenguas indígenas son enormes. Existen lenguas aglutinantes
(como el nahuatl), aislantes (chinanteco), tonales (todo el grupo otomangue), ergativas (la mayor
parte de las lenguas mayas), etc, lo que da lugar a un abigarrado mosaico lingüístico (Suárez 1983).

Población

La población hablante de lenguas indígenas ha venido creciendo sostenidamente desde 1985, año en
que inicio el registro sistemático de la población en México. Sin embargo su proporción respecto de la
población total es cada vez menor como se ve en el siguiente cuadro.

Cuadro 1. Población hablante de lenguas indígenas

Como puede observarse la proporción de hablantes de lenguas indígenas en el país ha descendido


del 19 % en 1895 hasta el 8 % en 1990 (columna VI) aún cuando la población indígena se ha
triplicado en los últimos cien años. Lo importante a destacar es que pese a su decreciente proporción
respecto de la población nacional los hablantes indígenas no sólo no disminuyen sino que aumentan
en número. De hecho México es el país con mayor número de hablantes de lenguas indígenas en
todo el continente.

Las cifras anteriores muestran el total agregado de hablantes de lenguas indígenas pero el número de
hablantes por lengua varía considerablemente. Están registradas 16 lenguas con menos de mil
hablantes y dos con más de medio millón (maya _ 715,000; nahuatl _ 1,200,000).

Cuadro 2. Número de lenguas por población

De acuerdo con los números del cuadro anterior, al menos catorce idiomas tienen una masa
demográfica de más de cien mil hablantes lo que en principio las hace perfectamente viables como
lenguas regionales a largo plazo. Sin embargo, como veremos más adelante, existen otros factores
que socaban su viabilidad como lenguas regionales.

Bilinguismo

El promedio nacional de bilingües en México es de 80 % en 1990 y se ha venido incrementando


sostenidamente a partir del 52 % registrado en 1921 año a partir del cual tenemos información al
respecto. Consecuentemente la proporción de monolingües ha venido reduciéndose.

Un problema serio con la información censal tiene que ver con el criterio para clasificar a los bilingües
y monolingües. En la encuesta solamente se pregunta si habla o no español y una lengua indígena
(también se pregunta el nombre de la lengua). De modo que las cifras reflejan lo que el
encuestado dice hablar. No tenemos ningún medio claramente delimitado con el cual cuantificar
el conocimiento de una lengua. Retomando las observaciones de L. Khubchandani (Khubchandani
1989) para la India podemos decir que los datos censales dependen en gran medida de la
interpretación subjetiva del hablante de modo que un perfeccionista puede dudar en decir que conoce
una lengua a pesar de tener un manejo bastante avanzado de esa lengua, pero del cual no se siente
« satisfecho », en tanto que un comerciante puede decir que conoce varias lenguas solamente sobre
la base de conocer unas pocas frases en cada una.

Lo anterior significa que en términos de agregados nacionales no tenemos idea de cuánto español
conocen los hablantes de lenguas indígenas que dicen hablarlo. A partir de reportes etnográficos en
diversas regiones y de mi propia experiencia de campo, es claro que la situación es sumamente
variada. Hay regiones con muy altos índices de monolingüismo, como los Altos de Chiapas, la Sierra
Norte de Puebla, la sierra Mixe en Oaxaca, la región Amuzga, por mencionar algunas. Otras donde el
bilingüismo es prácticamente la norma, y otras más dónde la lengua indígena es hablada sólo por
unos cuantos ancianos. Más aún, el grado de bilingüismo no es homogéneo en una misma región,
sino que varía en correlación con factores tales como edad, sexo, ocupación y posición económica o
de poder (Coronado 1987; Coronado En prensa; De la Torre 1994; Flores 1993).

A fin de ofrecer una imagen de la distibución del grado de bilingüismo en las zomas indígenas,
aunque sea en términos muy generales y con todas las acotaciones del caso, podría decirse que el
monolingüismo se concentra en las personas de mayor edad; que los adultos varones tienen un
mayor dominio del español que las mujeres adultas; esta diferencia tiende a ser menos pronunciada
entre los jóvenes, aunque los niños al entrar a la escuela tienen mejor dominio de la lengua local que
del español; los individuos con mejor posición económica o social, o aquéllos con ocupaciones con
mayor mobilidad suelen tener un dominio más fluido del español en comparación con los campesinos
pobres de su mismo sexo y edad.

Por otra parte, y como es bien sabido, existen razones para sospechar una seria subestimación de la
población indígena que incluso han dado origen a la expresión de « invisibilidad censal ». Esta
invisibilidad o subrepresentación censal se debe principalmente a (1) patrones de asentamiento
dispersos y de difícil acceso en algunas zonas rurales y (2) la negación de su identidad étnica por
parte de los mismos indígenas sobretodo entre migrantes residentes en zonas urbanas.

En síntesis, a nivel nacional tenemos serios problemas para saber cuántos hablantes de lenguas
indígenas hay en el país y que idioma hablan, cuántos de ellos hablan español y en qué medida.
Hace tiempo que se discute la necesidad de un censo confiable en lo que respecta a la población
indígena, pero en tanto, muy poco se puede afirmar con seguridad.

La naturaleza del multilingüismo en México

El pluralidad lingüistica siempre ha existido en México. Sin embargo, hace apenas unos cuantos años
el Estado ha reconocido oficialmente el carácter multilingüe de la nación. Esto quiere decir que
anteriormente no se consideraba como responsabilidad del Estado atender a las diferencias
lingüísticas de la población. Pero ¿en qué consiste el multilingüismo en México? ¿Cuál es la relación
de las lenguas indígenas con el Estado?

Para entender la naturaleza del multilingüismo en México, y más en general en América Latina, es
necesario aclarar dos nociones elementales : « lengua » y « etnia » o « pueblo » (indígena) de otra.
Retomo aquí una distinción propuesta por E. Haugen (Haugen 1972) y que he tratado en otro lugar
(Diaz-Couder en prensa); consiste en separar dos pares de conceptos a los que se hace referencia
con las mismas palabras : lengua y dialecto de una parte e idioma y norma vernácula de otra. De
acuerdo con Haugen con la palabra lengua se entienden dos conceptos distintos. El primero se refiere
a un conjunto de variantes (o normas de habla locales) genéticamente vinculadas entre sí; en tanto
que, en este caso, dialecto designa a cualquiera de esas variantes emparentadas. La segunda
acepción de lengua hace referencia a la lengua en tanto variante o norma de habla con gran estatus
social, una amplia gama de funciones sociales y poca variación formal, en tanto que dialecto en este
otro caso refiere a las variantes o normas de habla locales sin prestigio social, con una relativamente
reducida gama de funciones sociales y gran variación formal. Para estas dos últimas acepciones de
lengua y dialecto Haugen propone los términos de idioma y norma vernácula. De acuerdo con esta
distinción todas las lenguas indígenas son claramente « lenguas » en el primer sentido, pero no en el
segundo. Es decir, en la terminología propuesta por Haugen las lenguas indígenas no serían idiomas,
lo que tendríamos son constelaciones de normas de habla locales o normas vernáculas.

Independientemente de lo acertado o no de los términos propuestos por Haugen esa distinción


conceptual nos permite ver con mayor claridad la situación de las lenguas indígenas, ya que en efecto
éstas carecen actualmente de normas con algún grado de estandarización. Es decir, las « lenguas »
indígenas se componen de conjuntos de variantes genéticamente emparentadas pero diferentes entre
sí y cuyas funciones sociales están generalmente restringidas a las actividades intracomunales
(normas vernáculas). En otras palabras, se trata de lenguas con una gran diferenciación dialectal y
sin una norma común « culta » o prestigiada socialmente más o menos estandarizada (poca variación
formal) susceptible de ser utilizada en funciones que trasciendan la localidad (amplia gama de
funciones sociales). Esta condición la comparten todas las lenguas indígenas y ante ella las
diferencias demográficas se vuelven irrelevantes y las ponen en la misma situación de alta
vulnerabilidad y marginación.

Al estar aisladas entre sí en términos comunicativos y funcionales las diversas normas vernáculas
tienen que enfrentar cada una aisladamente la presión de la lengua nacional, con lo cual en términos
sociolingüísticos tenemos que no son sesenta lenguas las que están tratando de evitar el ser
desplazadas por el español, sino miles de pequeñas comunidades de habla inconexas entre sí. Por
ello es que la masa demográfica de las diversas lenguas resulta prácticamente irrelevante para su
mantenimiento. Obviamente, este efecto se amplifica o atenúa dependiendo, entre otros factores, de
la concentración de hablantes de lengua indígena en una región determinada. Entre mayor sea la
población hablante de lengua indígena en las localidades vecinas, menor será el grado de
disfuncionalidad extracomunal de la lengua local y a la inversa, entre menor sea la población hablante
de lengua indígena en los alrededores, mayor será la disfuncionaldiad externa de la lengua. Pero sólo
es una cuestión de grado, en todos los casos aplica el principio de disfuncionalidad extracomunal.

Como toda generalización existen excepciones. Quizás una de las más notables es el Zapoteco del
Istmo de Tehuantepec, más específicamente el zapoteco de la ciudad de Juchitán. La norma de habla
de esta ciudad cubre en alguna medida las condiciones de Haugen para ser considerada un idioma.
Cuenta ya con una norma escrita que tiende a reducir la variación escrita regional, es una norma con
prestigio regional y sus funciones sociales son cada vez mayores. Sin embargo su infuencia no
abarca todo el conjunto de normas de habla que suele agruparse bajo el nombre de « zapoteco ». De
hecho este grupo lingüístico se compone de varias lenguas o subgrupos, uno de los cuales es el
zapoteco del Istmo al que pertenece el habla de Juchitán.

Es importante destacar que en muchos casos las lenguas indígenas son totalmente funcionales
dentro de sus localidades. Se trata de lenguas vivas que no tienen un uso puramente doméstico.
Cuentan con una gama de registros de habla según la formalidad y solemnidad de la ocasión (Gómez
1991; Haviland 1977; Haviland 1982; Haviland n/d; Montemayor 1995; Muñoz and Podestá 1994;
Sherzer 1983).

El problema reside en que los registros formales de las diversas localidades aparentemente también
varían de una comunidad a otra. Este es un aspecto poco conocido que requiere de un estudio más
sistemático. Lo importante desde mi punto de vista es destacar el hecho de que las lenguas indígenas
están en una situación de marginación funcional fuera de las comunidades locales, aunque dentro de
ellas tengan una gama funcional relativamente amplia. Más precisamente, las lenguas indígenas
están marginadas de las funciones sociales no-tradicionales y por tanto externas a la comunidad.

Esta situación es lo que permite entender un fenómeno común en todas las regiones donde se hablan
lenguas nativas : una creciente penetración del español aunque no necesariamente un
desplazamiento de las lenguas locales. Es muy común que la lengua franca entre hablantes de
variantes de una misma lengua sea el español, en parte gracias al incremento del bilingüismo y en
parte debido a la inexistencia de una norma regional.

Así pues, el multilingüismo en México se caracteriza por estar conformado por una gran cantidad
(más de doscientas según estimaciones del Instituto Lingüístico de Verano) de normas vernáculas,
inconexas entre sí y avasalladas funcionalmente por una de las grandes lenguas literarias y de curso
internacional, el español. Quizás una forma breve de caracterizar esta situación sería la de
« colonialismo lingüístico », entendiendo esto como una forma particular de contacto de lenguas;
distinto por ejemplo del conflicto lingüístico en el sentido de que este último refiere en realidad a una
situación de competencia por ocupar las mismas funciones comunicativas, en tanto que el
colonialismo lingüístico alude a una situación diglósica no necesariamente conflictiva en la que las
lenguas colonizadas son perfectamente funcionales dentro de los ámbitos tradicionales, pero
disfuncionales fuera de ellos. Es decir, las lenguas indígenas actualmente no compiten con el español
sino que ocupan una situación subordinada socialmente de acuerdo a un orden colonial interno en el
que los centros políticos y comerciales nacionales establecen las pautas lingüísticas y culturales
marginando a las lenguas y culturas indígenas de la vida nacional.

Uso de lenguas indígenas

La situación a este respecto es sumamente diversa. No sólo encontramos diferencias significativas de


una región a otra, sino con frecuencia la situación varia entre localidades vecinas o muy cercanas.
Además de las condicionantes económicas, políticas y geográficas de orden general, el uso o
mantenimiento de las lenguas indígenas depende en gran medida de la forma específica en que estos
factores se integran a la dinámica sociocultural de una localidad particular. En otras palabras, los
factores macroeconómicos, las grandes fuerzas políticas o las características geográficas generales
son insuficientes para explicar los usos lingüísticos locales. No existe una relación causal directa
entre aquéllos y el uso de las lenguas. Desafortunadamente, no ha sido posible hasta la fecha
detectar los factores socioculturales internos y locales más directamente involucrados en el
mantenimiento de la lenguas nativas.

Existen, por supuesto, correlaciones muy generales. Sobre la base de estas correlaciones se pueden
proponer tres tipos generales básicos de comunidades :

(a) Comunidades de persistencia lingüística. Este tipo se refiere a las regiones más aisladas, con
menor integración económica y con mayor autonomía política (en el sentido de una relativamente
poca ingerencia de las instancias gubernamentales federales y estatales en los asuntos internos). Las
comunidades de este tipo usualmente presentan altos índices de monolingüismo, aunque ya no
existen comunidades monolingües en su totalidad. Es necesario hacer notar que no es raro encontrar
comunidades de este tipo en regiones con un promedio de bilingüismo es considerablemente alto. En
todo caso, en este tipo de comunidades toda la población habla con fluidez el idioma local,
independientemente de su edad y sexo. Lo que varía entre los individuos es el grado de manejo del
castellano. Los ancianos, los niños pequeños y las mujeres adultas suelen ser monolingües, en tanto
que los varones adultos jóvenes y en menor grado las mujeres jóvenes, tienen un manejo
relativamente mejor del castellano. Tal es la situación en regiones como los Altos de Chiapas;
algunas partes de la Sierra Norte de Puebla y la Sierra Norte de Oaxaca; así como la región Amuzga
y Chatina también en el estado de Oaxaca.

(b) Comunidades de mantenimiento lingüístico. Este tipo se refiere a comunidades donde el


bilingüismo es más generalizado, con una participación en la economía regional más activa y con
mayores vínculos con la sociedad y con el estado, a través de vínculos comerciales, bancarios,
educativos, litigios por tierras o recursos naturales, etc. Sin embargo, la comunidad como
organización social aún tiene un papel importante en la regulación del acceso a la tierra y los recursos
naturales locales. La economía es esencialmente de agricultura campesina por lo que el
mantenimiento y respeto de la organización tradicional sigue siendo importante a pesar de los
cambios recientes en numerosos aspectos de la cultura material introducidos por el mayor contacto
con los centros urbanos. En este caso el monolingüismo se limita principalmente a las personas de
mayor edad y, ocasionalmente, a niños pequeños y mujeres adultas. Existe un buen manejo del
español por parte de los jóvenes de ambos sexos, y en menor grado por parte de los adultos sobre
todo varones. Los niños aprenden español desde la infancia, aunque frecuentemente su aprendizaje
comienza al ingresar a la escuela, es decir, entre los cinco y seis años. En este tipo de comunidades,
la adquisición del español no implica necesariamente un desplazamiento de la lengua local. Ya que
las condiciones socioculturales para su reproducción siguen vigentes.

(c) Comunidades de desplazamiento lingüístico. Este tipo se encuentra con mayor frecuencia en
regiones de intensa penetración de la sociedad nacional, como las zonas petroleras de Tabasco y el
sur de Veracruz, o más recientemente, los grandes « polos » de desarrollo turístico. En estos casos,
la población indígena ha sido desenraizada de sus redes socioeconómicas tradicionales debido a que
sus comunidades han sido reubicadas o sencillamente disueltas por las agencias estatales o privadas
a cargo de los proyectos de desarrollo. Aún en los casos en que las comunidades no han
desaparecido, el trabajo asalariado ofrecido por la industria extractiva o turística está absorbiendo un
número considerable de indígenas, socabando así la dependencia de éstos de sus lazos comunales
y, consecuentemente, debilitando la autoridad de las instituciones indígenas. En estas comunidades
el monolingüismo en lengua indígena es prácticamente inexistente, usualmente solamente los
ancianos recuerdan la lengua nativa, aunque tienen poca oportunidad de utilizarla. Los adultos tienen,
en el major de los casos, una competencia pasiva más bien limitada de la lengua indígena, en tanto
que los jóvenes y niños tienden a ser monolingües en español.

Es evidente que en cada uno de estos tipos de comunidades las estrategias a seguir deben ser
diferentes. De hecho, cualquier política de promoción de las lenguas tiene que ser lo suficientemente
flexible para responder no sólo a estos tres tipos sino la considerable diversidad de situaciones de la
que esta tipología es una cruda generalización (Bartolomé and Barabas 1996; Coronado En prensa).

Debido a ello, es de la mayor importancia lograr entender como se vinculan las grandes
condicionantes económicas y político-ideológicas a nivel nacional e incluso internacional, con las
prácticas socioculturales cotidianas de los individuos y pequeños grupos.

Las situaciones comunicativas en que se prevalece el uso de la lengua indígena o del español,
dependen en buena medida de condiciones muy específicas a nivel de la interacción personal. Desde
una perspectiva general, el uso de las lenguas indígenas según la situación comunicativa varía según
la misma tipología del apartado anterior. Así, en las comunidades de persistencia, son pocas las
situaciones que requieren el uso del español. Usualmente se limitan a los tratos con visitantes
hispanohablantes u otros indígenas con los que no hay inteligibilidad. Por supuesto, el español es
condición indispensable cuando se ven en la necesidad de acudir a centros urbanos de habla
española.

En las comunidades de mantenimiento, encontramos el tipo más típico de un uso diglósico entre el
español y la lengua local. En general, el español se utiliza en las situaciones asociadas a actividades
no tradicionales, como la escuela, o a situaciones relacionadas con cuestiones « externas »; en tanto
que la lengua local se utiliza en todas las actividades percibidas como « internas » a la comunidad, en
la familia, con los vecinos, en la organización del trabajo doméstico y local, en las ceremonias de
cambio de autoridades cívicas o religiosas, en las sesiones de terapias tradicionales, etc.

En el tercer tipo de comunidad ligüística, en contraste, la lengua indígena casi no tiene funciones
sociales relevantes. Se utiliza casi exclusivamente a nivel familiar entre las personas de mayor edad,
ya que la comunicación con los miembros más jóvenes tiende a ser en español. En algunos sitios, la
lengua indígena tiene un uso puramente simbólico o ceremonial, como en algunas localidades de
Michoacán dónde los ancianos dirigen un breve discurso en purépecha durante la boda a las parejas
jóvenes, quienes ya no hablan ni entienden el idioma de sus abuelos.

Ahora bien, el valor simbólico de la lengua indígena como elemento de la identidad étnica no se ve
disminuido en modo alguno por la poca vitalidad del idioma en términos de número de hablantes y de
gama de funciones sociales dentro de la comunidad. Esto es muy importante de tomar en cuenta para
cualquier acción de promoción lingüística en este tipo de comunidades, en dónde, dependiendo del
grado de conciencia étnica, la revitalización de la lengua indígena como segunda lengua puede ser
perfectamente viable. Sin embargo, no es raro encontrar situaciones más complejas. De acuerdo con
las observaciones de uno de mis estudiantes (Ernesto Cera Tecla) a pesar del progresivo
desplazamiento del náhuatl en una comunidad del altiplano central, las fronteras étnicas siguen
siendo escrupulosamente reproducidas en los hábitos lingüísticos locales mediante el recurso a la
alternacia del español y el náhuatl en los intercambios verbales entre los « indígenas » locales en
tanto que solamente se utiliza español con los no-indígenas. Debe tenerse en cuenta que en este
lugar el náhuatl ya no es la lengua principal entre la población indígena, especialmente entre las
generaciones más jóvenes.

Un aspecto relacionado a esto es el del uso de las lenguas indígenas en las prácticas religiosas.
Como es bien sabido, las misiones de filiación protestante se han apoyado en el uso de las lenguas
locales para hacer proselitismo. En la actualidad, también las distintas organizaciones católicas están
recurriendo al uso de los idiomas nativos a fin de afianzar su posición. En base a lo que se sabe hasta
el momento, es difícil diagnosticar los efectos de esta situación en el uso de las lenguas indígenas.
Aunque no debemos olvidar que la religión cristiana, especialmente la católica, pertenece ahora al
mundo de lo tradicional, lo que facilita el uso de la lengua indígena en este dominio; en contraste con
la escuela, por ejemplo, que claramente pertenece a la esfera de lo no-tradicional y donde las lenguas
indígenas están prácticamente proscritas.

A pesar de la labor de numerosos grupos gubernamentales, no gubernamentales y religiosos para


promover el uso escrito de las lenguas indias, la cantidad de materiales impresos es todavía limitado.
De hecho, la mayor parte de éstos son materiales educativos desarrollados por la Dirección General
de Educación Indígena y el Instituto Nacional para la Educación de Adultos; las traducciones
realizadas por grupos misioneros para difundir la Biblia y las enseñanzas religiosas; y, finalmente, los
folletos de divulgación de técnicas agropecuarias, poemarios, las compilaciones de mitos, leyendas e
historias tradicionales, así como vocabularios bilingües. La mayoría de estas publicaciones tienen
tirajes mínimos, son frecuentemente ediciones mimeográficas, y difíciles de conseguir.

También en este aspecto existen excepciones importantes, como son la existencia, a veces irregular,
de revistas indígenas o interesadas en cuestiones indígenas. Entre éstas cabe destacar la
revista Guchachi Reza (Iguana Rajada), publicada en Juchitán en el Istmo de Tehuantepec y que
recoge una ya larga tradición literaria en zapoteco; la revista Etnias en la que se publican algunos
textos en lenguas indígenas aunque es más bien de corte periodístico; la revista Guzioí (nombre del
dios zapoteco del rayo y la lluvia) dedicada a cuestiones políticas, sociales y culturales de la sierra
norte de Oaxaca y que abarca regiones de habla zapoteca, mixe y chinanteca. Ninguna de esta
publicaciones aparece exclusivamente en lengua indígena, sino que son ediciones bilingües y con
frecuencia escritas predominantemente en español. En contraste con éstas desde hace algunos años
aparece una revista publicada por la asociación de escritores del estado de Chiapas que es
escrupulosamente bilingüe o con predominio de la escritura en lengua indígena y en la que se usan
varias lenguas mayas del Estado (Tojolabal, Chol, Tzeltal, Tzotzil, entre otras). En este sentido es
necesario destacar el suplemento Píurhepecha Jimbo (Página Purépecha) de La Voz de Michoacán
escrita totalmente en Purépecha en un diario de gran circulación regional. Debemos mencionar
también el suplemento semanal Nuestra Palabra del periódico El Nacional, donde se publicaron
durante varios años textos literarios en distintas lenguas. Es importante también un suplemento de
literatura en lengua indígena llamado Letras Indígenas en la revista Ojarasca de circulación nacional.

Además de estas publicaciones periodicas existe una creciente publicación de trabajos literarios
(poesía, narrativa breve, ensayos históricos, crónicas, teatro) en diversas lenguas indígenas
promovido en parte por varios programas gubernamentales (Diaz-Couder 1996), pero
fundamentalmente por la convicción de un creciente número de intelectuales indígenas decididos a
imaginar sus respectivas comunidades (Anderson 1993), es decir, a construir su propia identidad
étnico-cultural o nacional.

Con todo, el uso escrito de las lenguas indígenas es muy incipiente debido principalmente a los
grandes niveles de analfabetismo en lengua indígena y a falta de una versión más o menos
estandarizada de escritura. La excepción a esto, como dije más arriba, es la lengua zapoteca de
istmo que ya cuenta con un sistema de escritura convencional.

Actualmente los esfuerzos de las organizaciones indígenas, en lo referente a desarrollo de la lengua,


tiende a concentrarse en la creación de alfabetos prácticos de utilidad amplia, esto es,
multidialectales. Es decir, que no sirvan solamente para una representar el habla de una localidad.
Esta es la estrategia que usualmente han seguido hasta ahora las dependencias educativas y las
organizaciones religiosas, debido a que no están interesadas en promover la comunicación entre los
hablantes de variantes cercanas, sino solamente en hacerse escuchar en cada localidad, convirtiendo
a los hablantes de lenguas indias en meros oyentes de su propio idioma.

La ortografía multidalectal implica la superación del principio fonémico de la escritura alfabética (un
fonema, una letra) para alcanzar una forma de escritura, aunque menos fiel a la pronunciación, más
transparente en cuanto a la composición morfémica de las palabras. También se empieza a poner
atención a que la escritura utilice un orden sintáctico más « auténtico », esto es, que la escritura no
sea un calco de la composición sintáctica del español, fenómeno bastante frecuente debido a la
mayor experiencia en escribir en español; lo que además obliga a introducir préstamos gramaticales
(preposiciones, conjunciones, marcadores de subordinación, etc.) indispensables para la sintaxis
hispana y que deslegitiman el uso escrito de la lengua indígena.

En otras palabras, se ha iniciado la búsqueda y desarrollo de formas de escritura que puedan


funcionar como normas más o menos estándares que reduzcan la considerable diferenciación
dialectal que caracteriza a las lenguas indígenas; y que puedan también contribuir a la formación de
una comunidad (idiomática) que sea la base para consolidar la identidad étnico-cultural de los pueblos
indígenas del país.

Conciencia étnica y revitalización lingüística

Esta dispersión dialectal es resultado de un orden sociocultural que se manifiesta también en una
fragmentación similar de la identidad social de los pueblos indígenas. De hecho, de la misma forma
que una « lengua » indígena se compone de un conjunto muy diferenciado de variantes y normas
locales sin mucha conciencia por parte de los hablantes de tener una « lengua » común, un
« pueblo » indígena usualmente se compone de un conjunto de localidades sin mucha conciencia de
pertener un mismo « pueblo » o etnia, o como se decía antes, a una misma nación.

Lo que estoy tratando de resaltar es la estrecha relación que existe entre conciencia de pertenecer a
un mismo pueblo, etnia o nación (nacionalismo en el sentido de integración sociocultural de Fishman)
y la construcción de un idioma en el sentido funcional de Haugen. En México el nacionalismo o
integración sociocultural de los pueblos indígenas se encuentra en una etapa muy incipiente.
Consecuentemente, el desarrollo de sus idiomas también.

Asi por ejemplo, a pesar de que existen al menos un millón doscientos mil hablantes de náhuatl, éstos
no constituyen un solo pueblo ya que no tienen una clara conciencia de pertenecer a una misma etnia
o nación (en el sentido de Fishman), de la misma manera que no tienen una clara conciencia de
hablar la misma lengua. Al hablar de conciencia me refiero menos a un estado psicológico que a un
comportamiento ya que la falta de conciencia de pertenencia una entidad étnica mayor se manifiesta
sobretodo en la forma en que actúan. En primer lugar la identidad básica es regional y residencial, no
idiomática (Diaz-Couder 1990; Hunt and Nash 1967). La idea de que la raíz de la etnicidad indígena
es el idioma circula más entre lingüistas, antropólogos y líderes indígenas que entre campesinos y
jornaleros indios. En los hechos encontramos una gran diversidad de formas de ejercer la identidad
indígena, la que por otra parte se encuentra en un constante proceso de cambio (Bartolomé y
Barabas 1996).

Las asociaciones indígenas se articulan en dos niveles básicos que reflejan la percepción de
pertenencia o identidad de los indígenas. Uno corresponde a la identidad residencial local, la
comunidad. Incluso entre los migrantes urbanos e la ciudad de México solamente encontramos
asociaciones formales por comunidad, aunque de manera informal existen conexiones regionales
entre « paisanos » (Hirabayashi 1993). El segundo nivel corresponde a una identidad indígena
genérica. Así existen en México numerosas asociaciones de todo tipo (gremiales, laborales, políticas,
educativas, de defensa de derechos humanos, comerciales, etc.) que se reconocen como indígenas
en general sin distinguir entre etnias lingüísticas. Un caso más de esto es el Ejército Zapatista de
Liberación Nacional, el cual no se reclama como tzeltal, tzotzil o tojolabal, sino como indígena en
general. Existen por supuesto algunos niveles intermedios (usualmente asociaciones regionales
panétnicas) compuestas por federaciones de comunidades, pero se trata en realidad de asociaciones
poco estables, organizadas para enfrentar situaciones más o menos coyonturales o específicas y en
las que nunca se diluye la identidad residencial local (Arias 1993; Barre 1983; Bonfil 1981; De la Cruz
1986; Luna 1993; Mejia and Sarmiento 1987; Schryer 1990; Warman and Argueta 1993). En muy
pocos casos encontramos organizaciones étnicas indígenas en torno a la comunidad de idioma.

El lenguaje constituye uno de los símbolos más importantes en torno al cual fortalecer la identidad
sociocultural de un pueblo que sirva a su vez como base de una identidad nacionalista (insisto, en el
sentido que da Fishman a esta palabra). Es esa identidad o conciencia de pertenecer a un mismo
pueblo una condición indispensable para el desarrollo de las lenguas indígenas de México. Por ahora,
excepto entre intelectuales y maestros indígenas, esa conciencia está todavía por construirse, o mejor
dicho, está en proceso de construcción. Están escribiéndose apenas las historias de los pueblos
indios en las que se trata de mostrar su unidad cultural e idiomática; están escribiéndose los ensayos,
las obras de teatro, las crónicas regionales que recogen el modo de pensar y sentir de los pueblos
indígenas, y de manera muy importante, todo ello se está escribiendo, por vez primera, en sus
propios idiomas.

Ha iniciado un importante movimiento etno-lingüístico que puede contribuir significativamente a la


integración sociocultural de entidades étnicas en base a una comunidad idiomática. En la medida que
tal integración vaya avanzando se irán desarrollando (codificando y elaborando) a su vez las lenguas
indígenas. Si este movimiento indígena fracasa queda otra alternativa para las lenguas indias : seguir
como hasta ahora. Sin embargo esta es una posibilidad puramente teórica. En los hechos, las bases
sociales, culturales, económicas y políticas de las comunidades indígenas están siendo
transformadas radicalmente, y con ellas están desapareciendo también las condiciones que han
permitido su reproducción lingüística.

En estas circunstancias, a mi modo de ver, la mejor vía (quizás la única) para evitar la desaparición
de las lenguas amerindias en México es ampliar las funciones sociales, extendiéndolas a ámbitos
públicos e institucionales no-tradicionales.

Colonialismo y ¿resistencia? lingüística

Es ya un lugar común escuchar en México que las lenguas indígenas han resistido durante quinientos
años los embates del español en la Colonia primero y en el periodo independiente después. Nada
más falso. Durante los trescientos años de Colonia las lenguas indígenas nunca estuvieron
amenazadas de desaparecer. La segregación racial y territorial entre indios e hispanos, por una parte,
y la gran proporción de población indígena permitieron el mantenimiento de las lenguas indígenas.
Tan no estaban amenazadas que era más fácil que un criollo hablara la lengua indígena local a que
un indígena dominara el español. De hecho, uno de los reclamos de indígenas notables en el Siglo
XVIII era precisamente la enseñanza del español a los indígenas a fin de que pudieran defenderse de
los abusos de los criollos y españoles.

Durante el siglo XIX, como ya se mencionó, la debilidad política y económica del Estado impidió en
los hechos la transformación del modo de vida rural con lo que los pueblos indígenas continuaron
relativamente segregados en términos lingüísticos. Pero a partir del fin de la guerra civil de principios
del siglo XX y especialmente al consolidarse el Estado postrevolucionario (1930) inició en México una
etapa de gran crecimiento económico que trajo consigo una impresionante transformación del país :
de ser una sociedad eminentemente rural México se conviertió en unas cuantas décadas en un país
preponderantemente urbano, la industria promovió como nunca antes la penetración de la sociedad
nacional con sus carreteras, industrias petroleras y agropecuarias, turismo, presas, escuelas,
hospitales, etc. en el hasta entonces más bien marginado mundo indígena. Los pueblos indios fueron
forzados a cambiar al mismo ritmo.

Entre esos cambios interesa señalar aquí la adquisición de español y la marginación de las lenguas
indígenas de las funciones públicas y oficiales. Si bien durante la colonia y el siglo XIX las lenguas
indígenas tampoco tuvieron ninguna función oficial, lo cierto es que el español les era de poca
utilidad. Sus lenguas eran suficientes para cubrir sus necesidades comunicativas. Ya no es así. De
hecho, ahora existen situaciones en las que el español no es solo útil o conveniente sino
indispensable. Sus lenguas ya no satisfacen sus necesidades comunicativas. Es a esto a lo que me
refiero cuando digo que las lenguas indígenas fueron marginadas de las funciones públicas y
oficiales. El desarrollo que experimentó el país entre 1930 y 1970 vino acompañado de un acendrado
nacionalismo que sofocó el desarrollo de las lenguas indias, relegándolas a un segundo plano, al
mundo de la vida privada, al mundo de las tradiciones y el folklore, al mundo del pasado y los
atavismos, impidiéndoles el acceso a la modernidad. Es decir, impidiéndoles su codificación y
elaboración para enfrentar las necesidades comunicativas de las sociedades industriales.

Esta situación quizás pueda justificarse (una vez más) como el costo inevitable del desarrollo
económico y la unidad nacional. No lo creo. Ya J. Fishman (Fishman and Solano 1989) ha mostrado
que el grado de heterogeneidad lingüística de una entidad política poco tiene que ver su grado de
desarrollo económico. Lo cierto es que la exclusión de las lenguas indígenas de funciones públicas e
institucionales se ha traducido (una vez más) en una mayor inequidad para los pueblos indígenas.

A contracorriente de la marginalidad a la que han sido relegedas las culturas indígenas en los últimos
años han surgido innumerables iniciativas por parte de movimientos de base en busca de promover el
desarrollo de sus lenguas y tradiciones culturales. Cabe destacar un importante movimiento de
escritores de todas las lenguas indígenas. De manera un tanto paradójica son precisamente los
individuos con mayor educación y por tanto los más « aculturados » quienes promueven con mayor
interés la defensa y desarrollo de las lenguas y culturas indias. Son ellos quienes, organizados en
asociaciones de escritores, se han dado a la tarea de codificar y cultivar sus lenguas y culturas a
través de la literatura.

Las perspectivas para las lenguas indígenas en el futuro indmediato parecen prometedoras tomando
en cuenta (1) un nuevo marco jurídico favorable, (2) la posibilidad de ampliar significativamente los
derechos lingüísticos colectivos de los pueblos indígenas en el mediano plazo, (3) el clima
internacional favorable a la diferencia cultural y lingüística que derivan del respeto al multiculturalismo
y (4) el creciente número de intelectuales indígenas. Sin embargo, la tarea es enorme.

Un aspecto fundamental a trabajar de inmediato es la creación de normas estándar para utilizarlas en


funciones comunicativas más amplias (educación, servicios de salud, procuración y administración de
justicia, actividades comerciales, medios de comunicación regionales como radio y periodicos).
Obviamente, la creación de las normas estándar no es condición previa para la ampliación de
funciones comunicativas pero sin esas normas estándar la modernización de las lenguas indígenas
no será posible.

A modo de conclusión

A partir de la discusión previa me parece que es posible caracterizar el multilingüismo en México,


como un colonialismo lingüístico. Ciertamente no se trata de una pluralidad igualitaria, respetuosa o
equitativa. Todo lo contrario. Si se quiere revertir esta situación es indispensable promover la
modernización de las lenguas indias. Esto es, su codificación escrita, léxica y estilística.

Actualmente se discute ya en los foros políticos la oficialización de las lenguas indígenas. Ignoro lo
que se entiende por oficializar en esos foros, sospecho que nadie lo sabe a ciencia cierta. Ya sea que
se pretenda dar estatus de lengua oficial (lo cual es improbable) o sencillamente sancionar su uso
institucional aunque no necesariamente oficial (Turi 1994) lo cierto es que sin normas estándar que
permitan ejercer esas funciones todo quedará en letra muerta (Magga 1994).

No es exagerado decir que en México no existe una política lingüística del Estado mexicano para los
pueblos indígenas. Lo que quiero deicr con esto es que si bien existen programas tendientes a la
protección o promoción de sus lenguas, se trata de acciones inconexas entre sí y aisladas del resto
de las políticas gubernamentales. Más aún, las políticas o programas sociales, económicos y políticos
las más de las veces no son congruentes con esas acciones de promoción lingüística. Al igual que en
el resto de Latinoamérica, el liberalismo económico que orienta el proyecto de desarrollo nacional
favorece la tolerancia de la diferencia étnica en la vida privada, pero al reducir la participación del
Estado en la vida social deja en los hechos muy desprotegidas a las lenguas minoritarias al
abandonarlas a lo que podríamos llamar las libres fuerzas del mercado lingüístico.

Al igual que el futuro inmediato del país todo, el futuro próximo de las lenguas indígenas es incierto.
Depende del rumbo que tomen los movimientos etnopolíticos indígenas. Pero, cualquiera que sea el
caso, el reconocimiento del carácter oficial del multilingüismo nacional ha abierto las puertas para
iniciar una relación más equitativa para las comunidades hablantes de lenguas indígenas. En este
sentido, el multilingüismo en México es apenas una esperanza de equidad.

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