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European Journal of Pragmatism and

American Philosophy
XV-1 | 2023
Pragmatism and Feminism. Epistemological, Social,
and Political Spaces of Resistance

La Teoría Lógica De John Dewey


Como Generalización Del Proceso Reflexivo

Luis Arenas

Edición electrónica
URL: https://journals.openedition.org/ejpap/3301
DOI: 10.4000/ejpap.3301
ISSN: 2036-4091

Editor
Associazione Pragma

Referencia electrónica
Luis Arenas, “La Teoría Lógica De John Dewey”, European Journal of Pragmatism and American
Philosophy [Online], XV-1 | 2023, Online since 06 May 2023, connection on 27 September 2023. URL:
http://journals.openedition.org/ejpap/3301 ; DOI: https://doi.org/10.4000/ejpap.3301

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La Teoría Lógica De John Dewey 1

La Teoría Lógica De John Dewey


Como Generalización Del Proceso Reflexivo

Luis Arenas

NOTA DEL AUTOR


Este trabajo ha sido realizado en el marco del Proyecto I+D+I: «Racionalidad económica,
ecología política y globalización: hacia una nueva racionalidad cosmopolita»
(PID2019-109252RB-100).

1 La nueva traducción del libro de Dewey Lógica: La Teoría de la Investigación (1938) 1 por
parte del profesor Ángel M. Faerna (Dewey 1938/2022) ha tenido el saludable efecto
entre los lectores en lengua castellana de permitir volver a dirigir la mirada de los
interesados por la filosofía de Dewey a una obra que, a diferencia de otras del mismo
autor, nunca llegó a suscitar entre los especialistas el interés que merecía a pesar de su
profundidad, audacia y actualidad.
2 Muchos son los factores que pudieron contribuir a ese olvido de la que el propio Dewey
consideró “[su] obra capital, la mejor formulación posible del trabajo de [su] vida” (cit.
en Martin 2002: 403). Probablemente el más inmediato de esos factores fue el hecho de
que en la comunidad académica especializada en la filosofía de la lógica de la época – la
destinataria natural de un libro altamente técnico como era Lógica: La Teoría de la
Investigación –, dominase todavía de un modo casi absoluto la concepción formalista y
sintáctica de la lógica que desde finales del siglo XIX se había venido imponiendo bajo
la revolución operada por nombres como los de Boole y Frege en el siglo XIX o
Wittgenstein y Russell en el XX.
3 Esta tradición formalista había desembocado a principios del siglo XX en lo que se
conoció como el programa logicista, de acuerdo con el cual la matemática se presentaba
como una disciplina reducible a la lógica desde el momento en que los conceptos y
teoremas matemáticos podían ser obtenidos definicionalmente a partir de los
conceptos y axiomas lógicos. Una consecuencia y no menor de que en el fondo la
matemática pudiera explicarse desde la lógica era que los debates en torno al carácter

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analítico o sintético de la matemática – cuestión que desde Leibniz, Hume o Kant no


dejaba de reaparecer una y otra vez en la filosofía de la matemática clásica – podía ser
resuelto de una vez por todas. La leyes de la lógica no dejaban de ser sino tautologías,
proposiciones verdaderas para todo mundo posible cuya necesidad descansaba en el
hecho de que su verdad era consecuencia de su mera forma y, por tanto, para el
programa logicista la matemática pasaba a tener, como la propia lógica, el estatuto de
lo analítico a priori. Para esta tradición, por decirlo con las palabras del Wittgenstein del
Tractatus: “la lógica no tiene nada que ver con la cuestión de si nuestro mundo es
realmente así o no” (Wittgenstein 1922/2012: 6.1233).
4 En un contexto dominado todavía por estas ideas, el proyecto de Dewey de convertir a
la lógica en un saber operativo relativo a la experiencia del mundo se encontró
inevitablemente con un terreno de entrada hostil si es que no se vio como un proyecto
sencillamente ininteligible. ¿Cómo pretender naturalizar – esto es, volver a conectar
con nuestra experiencia operacional en este mundo – aquello cuyo interés reside en ser
válido de todos los mundos posibles y pensables? Y, sin embargo, esa naturalización de la
lógica era la intención última del libro con la que John Dewey coronaba su proyecto
filosófico global de una reconstrucción de la filosofía en la clave de un naturalismo cultural
(LW.12: 28): mostrar, en definitiva, que “la lógica es una teoría de contenido naturalista
experiencial” (ibid.: 105). Con ello Dewey aspiraba a interpretar la lógica bajo los rasgos
generales que presenta el resto de su filosofía pragmatista. En lo que sigue nos
atendremos a algunos de esos rasgos que consideramos especialmente relevantes: su
contextualismo, su antifundamentismo, su antidualismo y su operacionalismo.

1. Contextualismo
5 La tesis que Dewey aspira a defender en relación con el objeto de la lógica se expresa en
las primeras páginas del libro:
Paso a enunciar la posición sobre el objeto de la lógica que se desarrolla en esta
obra. La teoría, resumidamente, es que todas las formas lógicas (con sus
propiedades características) surgen en la operación de investigar y se ocupan de
controlar la investigación para que esta pueda producir aserciones garantizadas.
(LW.12: 11)
6 O dicho de otro modo: rectamente entendida, la lógica es, para Dewey, una
generalización de aquellos procesos reflexivos y operatorios que permiten alcanzar el
conocimiento entendido éste como “asertabilidad garantizada.” De acuerdo con una
temprana formulación que Dewey da casi dos décadas antes de su Lógica – en este caso
en Reconstrucción de la filosofía –, “la lógica es la formulación clarificada y sistematizada
de los procesos de pensar capaces de hacer posible que la deseada reconstrucción [de
una determinada situación problemática] avance de una manera más cómoda y eficaz”
(MW.12: 157). La lógica es un ejercicio autorreflexivo en el que la propia práctica de la
investigación toma conciencia de los mecanismos más eficaces para desarrollar dicha
investigación. La lógica es, pues, “una investigación de la investigación” o, como reza el
título del libro de 1938, una teoría (general) de la investigación.
7 La separación que la tradición establecía entre lógica y metodología se difumina (o, más
bien, se vuelve dialéctica), pues los métodos particulares que previamente han
acreditado su eficacia en el logro de conocimientos pasados constituyen la fuente
originaria de las formas lógicas que ulteriormente habrán de dirigir las propias

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operaciones de investigación metódicamente realizadas, y ello en un proceso de


continuo refinamiento que hace imposible la pretensión de localizar un origen primero
de la disciplina (ya sea en la intuición pura cartesiana, el ὑπερουράνιος τόπος platónico,
el entendimiento divino escolástico, etc.) ni asumir el cierre definitivo de la misma
como creía Kant al darla por “definitivamente concluida”:
La expresión “lógica y método científico” no tiene un significado válido cuando “y”
se quiere interpretar como una relación externa entre ambos términos, pues el
método científico a la vez constituye y revela la naturaleza de las formas lógicas.
(LW.12: 388)
8 Esta íntima conexión entre lógica y método científico obliga, en todo caso, a dar
respuesta al aparente dialelo que plantea la tensión que se da entre facticidad y validez, a
saber: el hecho de que la investigación real y efectiva sea la fuente de la que brotan las
normas (formas lógicas) a las que debe ajustarse la propia investigación. ¿No es esto una
expresión arquetípica de lo que llamaríamos un círculo vicioso? Dewey no lo cree así. La
aparente circularidad deja de ser un problema real desde el momento en que cortemos
el nudo gordiano que exige a las verdades lógicas su condición de verdades válidas para
todo momento y lugar, esto es, para todo “mundo posible” (lo que no es, en el fondo,
sino considerarlas en realidad fuera del tiempo y del espacio, esto es: fuera de todo
mundo real). Reinstaladas en el contexto de las situaciones existenciales de las que
brota nuestra necesidad de conocer, la normatividad a posteriori de las formas lógicas
es tan poco misterioso como la necesidad con que las reglas de circulación se presentan
para el conductor que se inicia al volante. Que el conductor novato tenga que respetar las
normas de circulación para circular correctamente, esto es, que a él se le impongan
“operacionalmente a priori” a la hora de realizar su primer viaje no significa que haya
en ellas nada misteriosamente ajeno al mundo de la experiencia de conducir, sino al
contrario: la exigencia de respetar las normas de tráfico es el resultado acreditado de
comprobar que su observación reiterada y coordinada resuelve muchos de los
problemas que generan el flujo intenso de vehículos. Las normas de circulación son,
como los principios lógicos más generales, postulados (cf. LW.12: 23) que hacemos para
llevar a buen puerto la actividad que deseamos realizar, tanto si ese fin es alcanzar el
lugar de destino de nuestro viaje como si es inferir nuevos conocimientos
(conclusiones) a partir de los conocimientos previos de que disponemos (premisas). De
ahí que la lógica sea, en efecto, según expresión de Reconstrucción de la filosofía, “un arte
regulador” (MW.12: 158). El aparente círculo deja, pues, de ser vicioso desde el
momento que entendemos que “si bien la investigación de la investigación es la causa
cognoscendi de las formas lógicas, la investigación primaria es ella misma causa essendi
de las formas que la investigación de la investigación descubre” (LW.12: 12).
9 Vale la pena subrayar que el hecho de que las formas lógicas se entiendan, como hace
Dewey, como postulados no las convierte automáticamente en asunciones arbitrarias de
la investigación. Esos postulados no tienen nada de arbitrario – o, si se prefiere, de
relativos – si lo que se quiere decir con ello es que podrían proponerse cualesquiera
otras reglas a nuestro capricho. Tal arbitrariedad desligaría una vez más la
normatividad de la lógica de la realidad material concreta a partir de la cual (y sobre la
cual) los principios lógicos deben operar. O dicho de otro modo: sería una arbitrariedad
que – en este caso por exceso – prescindiría de nuevo de todo contexto de investigación
real. Por seguir con nuestra analogía, la regla que obliga a detenerse delante de una
señal de STOP no tiene nada de gratuito o caprichoso sino que surge íntimamente de la

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relación existente entre los medios y los fines que se pretende alcanzar en la actividad
en la que estamos incursos.
10 Ahora bien, que las formas lógicas se asuman como postulados desde luego priva a
dichas formas de la presunta “universalidad y necesidad” con que la lógica formal ha
solido pensar tradicionalmente la validez de sus principios y teoremas lógicos. Su
pertinencia depende del contexto de investigación en que nos hallemos insertos y solo en
relación con él puede exigirse su uso y aplicación. Del mismo modo que la exigencia de
circular por la derecha, por generalizada que esté, no es universal sino que está
restringida a un número concreto de países, así también la validez de principios lógicos
tan fundamentales como los de contradicción y tercero excluido, por generalizada que
esté en muchos contextos de investigación, puede ser revisada e incluso llegar a quedar
en suspenso, como de hecho ha ocurrido con el principio de bivalencia en el campo de
la mecánica cuántica.

2. Antifundamentismo
11 Para Dewey las formas lógicas son las condiciones más generales que la investigación
debe cumplir para que el resultado de ella se considere una investigación garantizada o
de calidad. De acuerdo con lo dicho, tales formas lógicas no pueden dejar de estar en
íntima conexión con otras dimensiones (ontológicas, culturales, estéticas, sociales o
incluso políticas) que constituyen las “matrices existenciales de la investigación.” La
dependencia que las formas lógicas mantienen en último término con respecto al
entorno biológico y cultural en el que la investigación se desarrolla hace que en la
medida que ese entorno cultural varíe, mute y se transforme las formas lógicas hayan
de transformarse para acompasar esas modificaciones del entorno científico, cultural o
cosmovisional sobre el que pretenden operar.
12 En un capítulo especialmente brillante desde el punto de vista de la historia del
pensamiento (“La necesaria reforma de la lógica”), Dewey realiza en su Lógica una
finísima reconstrucción del esplendor y caída de la lógica aristotélica; de su admirable
capacidad para captar un universo como el de la cultura griega clásica y de su
impotencia para hacer frente a los cambios en la concepción de la naturaleza que
surgieron de la aplicación de los métodos científicos de investigación modernos. Como
se sabe, para la tradición del mundo griego clásico que arranca con Platón y Aristóteles,
el conocimiento estaba vinculado con la captación de lo universal, de la idea (εἶδος) en
el caso de Platón o de su reinterpretación en Aristóteles bajo el concepto de sustancia
segunda (δευτέρα οὺσία). Para esta tradición, conocer es capturar intelectualmente
aquellas formas que, a diferencia de lo que ocurre con los particulares, son de tal índole
que no pueden admitir generación ni corrupción. En definitiva, entidades inmunes al
cambio de acuerdo con el principio de que “aquello que verdaderamente es no puede
cambiar.” En un universo así, donde los objetos de conocimiento se sustraen a todo
cambio o modificación y sus relaciones se encuentran férreamente estructuradas en
géneros o especies, la definición (esencial) que se expresa en la forma del juicio “S es P”
y la clasificación (taxonómica) en términos de inclusión y exclusión que expresa el
silogismo constituirán los momentos claves del conocimiento lógico.
13 Dewey muestra hasta qué punto una lógica así no resultará ya apta para confrontar un
mundo como el que surge de la revolución científica de los siglos XVII y XVIII. A partir
de esa revolución el objeto de la ciencia natural moderna, lejos de proscribir el cambio,

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entiende como su cometido principal estudiar ese cambio para descubrir en particular
las relaciones entre los fenómenos “formulados en correspondencia unos con otros”
(LW.12: 98). Ahora no son tanto sustancias cuanto relaciones (las que mantienen entre sí,
por ejemplo, sujetos lógicos como masa, velocidad, fuerza, en el caso de la mecánica) las
que tratará de captar la investigación de la naturaleza, de ahí que inevitablemente la
lógica moderna tarde o temprano se viera obligada a incorporar al esquema “S es P” al
que la lógica tradicional volcaba cualquier enunciado declarativo un tipo nuevo de
enunciados del tipo “aRb” para capturar el tipo de relaciones que son básicas en
ciencias como la biología, la astronomía, la física, la matemática, etc. (relaciones como
“ser el sucesor de,” “gravitar en torno a,” “causar,” “ser mayor que,” etcétera).
14 La idea de una naturaleza inmutable y eterna y, con ella, la aversión de la ciencia hacia
el cambio sufrió un último embate en el siglo XIX con la revolución que supuso la
contribución científica de Darwin. Esas mismas especies que, en cuanto sustancia
segunda (δευτέρα οὺσία), constituían el verdadero objeto de conocimiento para la
ciencia aristotélica, mostraron gracias a Darwin su origen y acabaron por revelarse
como una realidad en constante evolución. Al “posar sus manos sobre el arca sagrada de la
permanencia absoluta” (MW.4: 3), Darwin logró entre otras cosas que el tiempo y la
historia pasasen a ser variables que ya no podían ser expurgadas de las consideraciones
epistémicas: la historia de la ciencia levanta acta de los mejores métodos de
investigación que hemos sido capaces de atesorar en cada momento. La verdad se hacía
“hija del tiempo” en un sentido literal, desde el momento en que la propia realidad
física, biológica y, por supuesto, social (que para el pragmatismo es aquello que
acabamos por descubrir a través de la propia investigación) se rebelaba como algo en
proceso. En esa nueva situación, como dice Dewey en Essays in Experimental Logic (1916),
lo relevante “es definir un objeto como una correlación constante de variaciones en las
cualidades, en lugar de definirlo como una sustancia en la que los atributos son
inherentes, o un sujeto de predicados” (MW.8: 87-8).
15 La combinación de ambos factores (esto es, la comprensión del conocimiento como el
establecimiento de relaciones entre dimensiones cada vez más complejas de la realidad
y el reconocimiento del carácter abierto y en transformación de esa misma realidad)
tienen como corolario la inevitable necesidad de aceptar el carácter momentáneo y
parcial de nuestro conocimiento – incluso en sus niveles más básicos y elementales – y
la imposibilidad, por tanto, de dar por cerrado definitivamente el proceso de
investigación al modo como aspira a hacerlo la actitud fundamentista, pues “tan pronto
como la filosofía piensa que puede encontrar soluciones finales y omnicomprensivas,
deja de ser investigación y se convierte en apologética o en propaganda” (LW.12: 42).

3. Antidualismo
16 La filosofía de Dewey, al menos desde su temprano encuentro con la de Hegel,
constituye el intento de cortar amarras en todos los ámbitos de la filosofía con esa
“dolorosa opresión” (“herencia de la cultura de Nueva Inglaterra” en el caso de Dewey,
según él mismo confiesa) que tiende a establecer divisiones irreconciliables entre “el yo
y el mundo, el alma y el cuerpo, la naturaleza y Dios” (cf. LW.5: 153). Toda su obra
madura está consagrada a tal esfuerzo, incluso en los territorios donde la disolución de
esos “muros divisorios duros y firmes” habría resultado más inesperada: Teoría de la
valoración es el intento de restañar la dicotomía entre hecho y valor; Lo público y sus

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problemas tratará de hacer lo mismo con la que enfrenta individuo y estado; Arte como
experiencia intenta superar la oposición entre arte y utilidad; Una fe común trata de dejar
atrás el dualismo entre lo secular y lo espiritual, entre lo profano y la religión, etcétera.
17 La lógica no escapa a esta tentación y todos los dualismos a que el pensamiento
occidental ha sido tan proclive en otros dominios gravitan también en torno a la
comprensión tradicional de la disciplina. Las oposiciones formal/material, puro/
empírico, necesario/contingente, saber/creencia; certeza/verosimilitud, etc.,
constituyen el marco general desde el que se ha tratado de comprender
tradicionalmente la naturaleza de la lógica, atribuyendo casi siempre a esta disciplina el
primero de esos pares conceptuales: la lógica se ha pensado como un saber meramente
interesado en la forma del pensamiento correcto, que hace abstracción por completo
del contenido de lo pensado (su materia), cuyas reglas, al no tomar en consideración lo
dado en la experiencia del sujeto (la dimensión empírica), operan en un nivel de
necesidad que garantiza la certeza que asociamos a ella.
18 Como decimos, la reflexión de Dewey en torno a la lógica ha estado atravesada desde
sus inicios por el mismo propósito de romper también aquí esta irresistible tendencia a
establecer oposiciones estrictas entre dominios opuestos e inconexos. Desde su primera
incursión en el tema (“Is Logic a Dualistic Science?” [1890]) hasta la Lógica de 1938 es
una constante de la filosofía deweyana el intento de mediar entre esos pares
conceptuales y convertirlos tan solo en momentos funcionales de un proceso en marcha
en lugar de en dominios dados de una vez por todas. Por ejemplo, en el temprano
artículo de 1890, Dewey caracteriza a la lógica como “[aquella disciplina] que trata con
el proceso de pensamiento al juzgar sobre los fenómenos.” Pero comprendida
adecuadamente, la oposición que esta caracterización plantea entre el entendimiento y
lo dado, entre el pensamiento y los fenómenos, no supone que la lógica solo entre en
juego “cuando éstos [elementos] se le proporcionan [a la lógica] como ya hechos (ready-
made).” En lugar de presentar el proceso mental (el “pensamiento interno”) y los
fenómenos objetivos (la “cosa externa”) como “datos completamente independientes y
separados y luego el proceso lógico como una tercera cosa que hace que uno tenga
relevancia sobre el otro” (EW.3: 76), Dewey trata de mostrar cómo desde cierto punto
de vista cada uno de esos momentos (a saber, pensamiento y observación) “tienen ya un
carácter lógico” (ibid.: 78):
No tenemos entonces dos cosas dadas primero, una, los hechos de observación, la
otra, los conceptos mentales, y luego, en tercer lugar, un proceso lógico, partiendo
de este dualismo, y tratando de hacer que un lado del mismo se conforme con el
otro. El conocimiento desde el principio, ya sea en forma de observación ordinaria o
de pensamiento científico, es lógico; en la observación ordinaria, sin embargo, el
proceso lógico es inconsciente, latente, y por lo tanto se extravía fácil e
inevitablemente. En el pensamiento científico, la mente sabe de qué se trata; las
funciones lógicas se utilizan conscientemente como guías y como normas. Pero el
conocimiento, la experiencia, el material del mundo conocido son uno y el mismo
en todo sentido; es un mismo mundo el que se ofrece en la percepción y en el
tratamiento científico; y el método para tratarlo es uno y el mismo: lógico. La única
diferencia está en el grado de desarrollo de las funciones lógicas presentes en
ambos. (Ibid.: 80)
19 Como muestra la analogía con el ámbito de la estética o de lo jurídico en la que Dewey
se apoya en la Lógica (cf. LW.12: 105), la forma sobreviene a partir de ciertas operaciones
practicadas sobre un material de partida. No hay forma si no lo es de cierta materia ni
materia que no presente algún grado de formalización por impreciso o inconsciente

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que sea. Para que el “acuerdo informal” entre dos particulares se convierta en
“contrato” con validez jurídica es preciso llevar a cabo determinadas operaciones
(según los casos firmar, contar con testigos, pasar por un registro, etc.). Para que una
pieza musical tenga la “forma de sonata” la organización temática y armónica de los
materiales tonales debe cumplir ciertos requisitos especiales: la presentación de los dos
temas, su exposición y desarrollo, su recapitulación y coda final, etc. De modo que la
forma sonata no es algo que se añada desde fuera a las notas musicales sino una
determinada organización de los sonidos musicales. Como resultado de esas operaciones
tanto el material como la situación quedan transformados, esto es, adquieren una nueva
condición que, en virtud de la forma recién adquirida, abre posibilidades que hasta ese
momento no existían. Sería inadecuado explicar ese proceso formalizador al margen de
las operaciones ejecutadas o como si esas formas procedieran de un dominio o ámbito
de realidad ajeno o se hubieran añadido desde fuera a los propios materiales de la
situación de partida. La forma es la consecuencia de haber realizado ciertas operaciones sobre
un material concreto.
20 En el mismo sentido, lo “formal” en la lógica de Dewey tiene que ver con la prescripción
de una manera de comportarse o proceder en una situación particular, en este caso, en
la situación que pretende llevar adelante una investigación que pueda ofrecer
resultados con garantías epistémicas. El carácter puro o meramente formal de los
principios lógicos no significa que su validez sea independiente de las situaciones
existenciales concretas. Más bien al contrario: muestra su carácter acumulativo con
relación a otras situaciones existenciales previas. La abstracción que llevamos a cabo
sobre cierta situación existencial concreta es la manera como logramos que una
experiencia pasada sea de utilidad y aplicable a otras posibles experiencias futuras. La
abstracción con que opera un formalismo lógico como
[(p → q) ∧¬ q] → ¬ p
no significa que su verdad sea independiente del mundo o que sea determinable en
ausencia de toda referencia a situaciones existenciales. Más bien significa que cierto
aspecto de la experiencia pasada ha sido seleccionado y extraído de entre los infinitos
aspectos que presenta una determinada situación concreta con la expectativa de poder
transferirlo y reutilizarlo con éxito en otra experiencia futura. La inferencia, clave de lo
que llamamos el comportamiento “lógico,” consiste precisamente en eso: en “el uso de
cosas como evidencia de otras cosas” (MW.10: 92). Esta comprensión de la naturaleza de
la lógica convierte el acto de inferir en un hábito solidificado; en una conducta
consistente en obtener “una generalización de sucesos pasados para guiar la conducta
subsiguiente” (ibid.: 94). Los objetos lógicos no son entidades que se alleguen a los
objetos físicos desde un más allá puro o ideal:
Los objetos lógicos son cosas (o rasgos de cosas) que se encuentran cuando se
encuentra la inferencia y que solo se encuentran entonces, […] conectivas como
“es,” “no,” “si,” “o,” “y,” “porque,” “todo,” “nunca,” “siempre,” “ninguno” […]
representan cosas que no se encuentran hasta que son introducidas por la
inferencia misma. (Ibid.: 90-4)
21 En una palabra, las reglas lógicas no proceden de un ámbito metafísico, trascendente o
trascendental: son simplemente herramientas de la propia investigación. Herramientas
producidas al servicio de la realización más perfecta y acabada de una determinada
actividad, la actividad de inferir. A ese respecto las herramientas lógicas son como los
artículos manufacturados:

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no existen sin la intervención humana; no llegan a existir sin un fin a la vista. Pero
cuando existen y operan, son tan realistas, tan libres de la dependencia de los
estados psíquicos (por no hablar de que no son estados psíquicos) como cualquier
otra cosa física. No pueden existir sin cosas físicas previas ni sin cualidades que se
presten al uso que se haga de ellas. Son simplemente cosas naturales previas
reformadas con el fin de entrar efectivamente en algún tipo de comportamiento.
(Ibid.: 92)
22 Esta observación nos pone en la senda del último rasgo que queremos comentar en
relación con la concepción lógica de Dewey.

4. Operacionalismo
23 Operacionalismo es el nombre que recibe el programa de la filosofía de la ciencia que
aspira a definir o interpretar los conceptos científicos en términos de las operaciones
empleadas para su determinación. Para el operacionalismo el significado de un
concepto científico se corresponde con un determinado conjunto de procedimientos
experimentales que permiten dotar de contenido empírico real a un concepto. La
consecuencia crítica de esta actitud operacionalista es que a partir de este criterio
serán consideradas como proposiciones carentes de sentido las proposiciones sobre
entidades teóricas que no pueden ser conectadas con experiencias resultantes de
operaciones científicas definidas.
24 El operacionalismo obtuvo un impulso teórico significativo a partir de algunas
consecuencias derivadas de los desarrollos de la física contemporánea. De hecho, Percy
Bridgman, el introductor del concepto, propuso el término de “operacionalismo” en un
libro titulado precisamente The Logic of Modern Physics (1927) y ante la circunstancia de
que conceptos claves en la doctrina relativista (tiempo, longitud, simultaneidad, etc.)
no puedan comprenderse en términos absolutos sino solo en términos de las
operaciones de medida por las que quedan determinados en el contexto de una
investigación científica.
25 El “instrumentalismo” o “experimentalismo” que Dewey defendió como clave de
bóveda de su doctrina global participa plenamente de esta actitud, al punto de utilizar
en ocasiones la expresión “pensamiento operacional” como denominación de su
posición filosófica general en lugar del término “pragmatismo” (por ejemplo en La
busca de la certeza [LW.4: 90n]). Por lo que respecta a la lógica, esa es también la tesis que
Dewey defiende en su explicación de los conceptos y términos lógicos: naturalizar la
lógica significa para Dewey rastrear las operaciones de investigación que están detrás
de los conceptos y términos lógicos, operaciones cuyo rastro, para la perspectiva lógica
moderna, ha quedado borrado tras un simbolismo que los vuelve autónomos en
relación con las prácticas de investigación concretas. Entender el verdadero significado
los conceptos y operadores lógicos consiste, pues, en volver a dar una explicación de
ellos en términos operacionales.
26 Para Dewey, en efecto, las formas lógicas “se originan en operaciones de investigación”
(LW.12: 11) y es en torno a estas operaciones – y solo a ellas – en torno a lo que gira el
negocio de la lógica. La tarea de Dewey en Lógica. La teoría de la investigación será, pues,
mostrar las operaciones – unas veces simbólicas, otras existenciales o corpóreo-
operatorias – que subyacen a los diferentes conceptos y operadores lógicos y el papel
que cada uno de ellos representa en el proceso de investigación. Aplicada esta navaja de

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Ockham que supone adoptar un punto de vista operacionalista, los conceptos y


términos lógicos adquieren un perfil diferente al que le atribuye la lógica tradicional y
la lógica moderna.
27 Así ocurre con los criterios de cantidad (universal/particular) o cualidad (afirmativa/
negativa) que la lógica tradicional atribuye a las proposiciones y que en Dewey
recuperan su conexión con los procedimientos concretos que conducen y guían una
investigación. Por ejemplo, en relación con la cualidad, afirmación y negación tienen
que ver, para Dewey, con la manera en que re-cualificamos la situación indeterminada
que dio pie a la investigación. Afirmar y negar no son actos independientes sino que
están en correspondencia funcional entre sí. Por ejemplo, en el curso de una
investigación científicamente orientada establecemos variaciones controladas que nos
permitan tanto confirmar como rechazar conclusiones provisionales. En el contexto de
una situación indeterminada que es preciso clarificar, llevamos a cabo operaciones de
selección de ciertas condiciones del entorno que confiamos en que ofrezcan pistas para
solucionar el problema que da inicio a la investigación de la situación problemática. Esa
operación por la que seleccionamos ciertas condiciones es de hecho una manera de
afirmar algo, así como descartar, rechazar y considerar momentáneamente irrelevantes
otras constituyen la forma de negar algo otro:
Las proposiciones afirmativas representan la coincidencia de diferentes materias en
su capacidad probatoria; coinciden en que se apoyan, o se cree que se apoyan, unas
a otras acumulativamente para apuntar en una misma dirección, a pesar de que las
materias en cuestión se dan existencialmente en diferentes lugares y tiempos. Las
proposiciones negativas, por su parte, representan materias que hay que eliminar
porque son irrelevantes o indiferentes para la función probatoria del material en la
solución de un problema dado. (Ibid.: 184)
28 En la interpretación operacionalista de estos conceptos, el acto de afirmar o negar, a
diferencia de lo que ocurre en la lógica tradicional, no supone un compromiso
ontológico fundamental en torno a lo que existe previa e independientemente (o, dicho
en los términos de Dewey, afirmaciones y negaciones constituyen “proposiciones,” no
“juicios”). Afirmar ciertos datos o ideas supone seleccionarlos operativamente para que
se refuercen unos a otros. Negar ciertos datos o ideas es descartarlos como un paso
necesario para la solución del problema.
29 Y lo mismo ocurre con la cantidad. Aquí de nuevo la actitud naturalizadora consiste en
reparar en el carácter operacional de las proposiciones sobre cantidades. De entrada
hay que decir que los cuantificadores universales (todo-ninguno) y particulares
(algunos-algunos no) que consigna la lógica tradicional y que dan lugar a los clásicos
esquemas A, E, I, O, son el resultado de una jibarización de las cuantificaciones que están
presentes en la investigación científica real. En ella, además de los señalados, la
investigación suele tener que echar mano de muchas otras cuantificaciones como
pocos-muchos, más-menos, poco-muy, grande-pequeño, etc. (cf. ibid.: 200). Pero sobre
todo, una ciencia como la moderna, orientada en buena medida al descubrimiento de
las correlaciones entre cambios, ha de atender a la cuantificación que se expresa en las
mediciones de los distintos fenómenos y solo de manera muy provisional puede
satisfacerse con esquemas proposicionales simplificados como Todo-Alguno que dejan
fuera precisamente el cuánto en particular del fenómeno investigado. La operación de
medir se conecta con la cuantificación por medio de operaciones como las de comparar
que, a su vez, implica operaciones como seleccionar-rechazar (esto es, afirmar-negar), lo

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que, por otro lado, descubre y pone de manifiesto la conexión olvidada por la lógica
clásica entre la cantidad y la cualidad.
30 Pero donde más claramente queda en evidencia el carácter instrumental y operatorio
de las determinaciones lógicas es en el caso de lo que la lógica tradicional denomina la
proposición singular, aquella en la que el sujeto es un nombre propio (“Sócrates es
hombre”) o un término singular deíctico (“esto es rojo”) y que la lógica moderna
identifica con el enunciado atómico. En la lógica tradicional, el término singular
implicaba resolver el problema ontológico de la “identidad numérica” de la sustancia
(ese que Leibniz resolvía con su famoso adagio de que “lo que no es un ser tampoco es
un ser”). En la lógica moderna, por ejemplo en el Tractatus de Wittgenstein, para el que
“los objetos forman la sustancia del mundo” (2.021), el problema imposible de resolver
en la práctica consistía en determinar los singulares (“objetos simples”) que estaban
presupuestos en la existencia de “hechos atómicos.” Tales dificultades se disuelven
cuando nos deshacemos de la idea de que la identidad numérica de un objeto sea una
propiedad que preexista de manera independiente a la propia investigación y
convertimos los términos singulares tan solo en un momento instrumental (para cierto
fin) y contextual (en una determinada fase) de la investigación:
La llamada “identidad numérica” no es algo que le venga dado a la investigación,
sino que se determina en la investigación. Para un problema, la unidad es un libro;
para otro, lo es una página; puede que, para otro fin, incluso una palabra o una letra
lo sean. Una biblioteca, todo un conjunto de libros, puede ser, por tanto, la unidad
que tenga “identidad numérica.” Los materiales que aparecen en las proposiciones
como identidades (numéricas) se determinan, como todas las demás
identificaciones, por y a través de un uso operacional en la resolución de algún
problema. (LW.12: 212)
31 El análisis de Dewey – especialmente en la segunda y tercera parte de su Lógica –
extiende esta actitud con respecto a la disciplina lógica en general. Con ello Dewey trata
de mostrar una vez más cómo las formas lógicas no pertenecen a un dominio exento o
trascendental sino que son el resultado y consecuencia de operaciones que se agregan
al material existencial en virtud del control que tratamos de ejercer sobre él en el curso
de la investigación y con el objetivo de que ésta pueda cumplir su fin: transformar en
determinada la indeterminada y problemática situación de partida que dio lugar a la
investigación.
32 Al hilo de esa reinterpretación general, el juicio lógico aparecerá como el cierre
(provisional) de la investigación, mientras que las proposiciones ocuparán un papel
intermedio y provisional. El sujeto del juicio lógico serán los hechos del caso “en su
doble función de sacar a la luz el problema y de proporcionar material probatorio para
su solución”; el predicado, aquellas “ideas” que en tanto que planes de acción se
sugieran como posibles soluciones de un problema y como orientadores de nuevas
operaciones de observación experimental. La cópula será “la mutua correspondencia
funcional y operativa” entre ambos. Las matemáticas, en su forma actual, constituirán el
resultado final de la progresiva abstracción que ha llevado a vaciar de todo contenido
existencial lo que en su origen estaba íntimamente ligado con operaciones que hacemos
con y mediante las cosas (como pone de manifiesto en la aritmética la conexión del
sistema decimal con los cuerpos humanos o la que existe entre la geometría y las
operaciones de medición de la superficie de la tierra). Inducción será la manera por la
que alcanzamos generalizaciones; deducción la manera en que utilizamos esas
generalizaciones previamente obtenidas. Las leyes causales de las ciencias naturales

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serán “medios de predicción solo en la medida en que operen como medios de


producción de una situación dada, por las transformaciones del material problemático
antecedente que provocan las operaciones guiadas por ellas.” Y el proceso científico de
investigación podrá (y de hecho deberá) extenderse hacia el terreno de la investigación
social siempre y cuando haga suyo el importe lógico del método experimental, a saber:
“observar, discriminar y disponer los datos que sugieran y pongan a prueba ideas
correlacionadas con ellos,” por un lado, y formular hipótesis capaces de guiar y sugerir
operaciones para modificar existencialmente las condiciones reales problemáticas que
pusieron en marcha una investigación social genuina, por otro. Con ello, la
investigación social dejará los terrenos especulativos que desde Platón asocia las
soluciones a los problemas sociales a la imposición arbitraria y dogmática de
determinadas concepciones previas y a priori y entrará en el “seguro camino de la
ciencia” experimental, aquel en el que se reconozca que “en el tratamiento de temas
sociales, en la teoría y en la práctica, los fines que hay que lograr (los fines-a-la-vista)
tienen [también] el carácter de hipótesis” (ibid.: 491).

BIBLIOGRAFÍA
BRIDGMAN Percy Williams, (1927), The Logic of Modern Physics, New York, The Macmillan Company.

DEWEY John, (1938/2022), Lógica: La Teoría de la Investigación, ed. de Ángel M. Faerna, Zaragoza,
Prensas de la Universidad de Zaragoza.

DEWEY John, (1882-1898), The Early Works of John Dewey [EW], 5 volúmenes, editados por Jo Ann
Boydston, Carbondale & Edwardsville, Southern Illinois University Press [SIUP], 1969-1991.

DEWEY John, (1899-1924), The Middle Works [MW], 15 volúmenes, editados por Jo Ann Boydston,
Carbondale & Edwardsville, Southern Illinois University Press [SIUP], 1969-1991.

DEWEY John, (1925-1953), The Later Works [LW], 17 volúmenes, editados por Jo Ann Boydston,
Carbondale & Edwardsville, Southern Illinois University Press [SIUP], 1969-1991.

MARTIN Jay, (2002), The Education of John Dewey. A Biography, New York, Columbia University Press.

WITTGENSTEIN Ludwig, (1922/2012), Tractatus logico-philosophicus, Madrid, Alianza.

NOTAS
1. Las citas de las obras de Dewey se harán a partir de la edición cronológica de sus obras
completas: The Early Works of John Dewey [EW], 1882-1898, 5 volúmenes; The Middle Works [MW],
1899-1924, 15 volúmenes; y The Later Works [LW], 1925-1953, 17 volúmenes; todos ellos editados
por Jo Ann Boydston, Carbondale, Southern Illinois University Press [SIUP], 1969-1991. En
concreto, Lógica: La Teoría de la Investigación es el volumen 12 de las LW. Para la traducción de esta
última se empleará la cuidada versión llevada a cabo por Ángel M. Faerna (Zaragoza, Prensas de
la Universidad de Zaragoza, 2022).

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AUTOR
LUIS ARENAS

Universidad de Valencia
luis.arenas[at]uv.es

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