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“La intertextualidad: concepto y terminología” en Victorino Zecchetto (2010) La danza de los signos.

Buenos Aires: La
Crujía.

Se llama intertextualidad a la presencia de rasgos de un texto en otro texto; es decir, a las huellas que una obra deja
en otra, y que puede manifestarse con mayor o menor grado de intensidad y a distintos niveles discursivos. Es
conocido el adagio latino liber ex libris –un libro proviene de otros libros- para aludir a las referencia inmanentes y
diseminadas en un escrito de otro escrito, cuyas conexiones se enlazan con los aportes de otros discursos de los que
derivan. En otras palabras, un texto siempre lleva en su seno los rastros de otros textos, aquellos que su autor ha
conocido y utilizado.
Fue el ruso Mijail Bajtin el que elaboró el concepto intertextualidad. En los estudios de literatura comparada, ya era
conocido el influjo que en una obra podían tener otros textos. Pero esos estudios sólo se referían a las repercusiones
que una obra podía tener en los contenidos semánticos o en las formas sintácticas de una obra. Bajtin precisó que la
intertextualidad puede llegar a tocar y a determinar la misma estructura semiótica del discurso.
Años más tarde, la semiólogo Julia Kristeva profundizó la noción de intertextualidad al analizar el papel que
desempeñan los discursos previos en los significados y en la estructura de un texto. Sostuvo que una obra en donde
coexisten otros textos o discursos relacionados unos con otros y actuando de forma interdependiente, va
configurando su sentido profundo no en forma lineal, sino de una manera multidireccional y diseminada. Los sentidos
de otros discursos confluyen en dicha obra con sus aportes de origen, hasta provocar transformaciones más o menos
profundas: “Todo texto es la absorción o transformación de otro texto”, dirá Kristeva.
Junto con el término intertextualidad apareció la palabra hipertextualidad, usada por Genette para referirse a la
relación entre un texto B, al que llamó hipertexto, y otro texto anterior A, que denominó hipotexto; esta distinción,
sin embargo, no cambia la noción de intertextualidad. Actualmente, la palabra hipertexto suele utilizarse de modo
particular en referencia a fenómenos de la creación textual tecnológica y a las interconexiones que se producen entre
los usuarios que navegan en el ciberespacio.
[…]
Puede haber una intertextualidad explícita como en el caso de una cita literal donde se manifiesta de modo
voluntario, o bien aparecer bajo la forma de comentario de otro discurso con un carácter casi siempre interpretativo.
En otros casos también puede tratarse de un enunciado alusivo puntual, y entonces, para comprender su significado,
hay que remitirse al enunciado de origen. Finalmente, la intertextualidad puede asomarse bajo forma de relaciones
transtextuales o transversales, esto es, con la presencia permanente de conexiones o alusiones a diversos textos
preexistentes, sea para asumir alguna de sus características de modo aislado, sea para ligarse a ellos con imitaciones
profundas en el nivel temático y narrativo que tocan a la estructura y armazón mismo de la obra.

Todos los textos forman una red en la que dialogan y se comunican entre sí, por eso, cada vez que un lector se acerca
a una obra, puede descubrir en ella ecos y pistas que lo conducen a textos anteriores. Este fenómeno dialógico es la
intertextualidad que se define como la presencia en un determinado texto, de expresiones, temas y rasgos
estructurales, estilísticos, de género, etc. procedente de otros textos, y que han sido incorporados a dicho texto en
forma de:
Citas directas: reproducción entre comillas de un texto escrito por otro.
Alusiones indirectas: referencias a un texto sin nombrarlo.
Parodia: imitación o recreaciones burlescas que desvía el sentido del texto y le da un sentido diferente.
Cambios de punto de vista: cambiar el narrador de la historia.
Transformación de género: cambiar el género, por ejemplo: un cuento de terror transformado en humorístico o en
una noticia.
Prosificación de un texto en verso o a la inversa: transformar un poema en un cuento o al revés.
Ampliación de un aspecto o tema: continuar un texto, reformularlo, etc.
Sapo y princesa II - Ana María Shua

Si una princesa besa a un sapo y el sapo no se transforma en príncipe, no nos apresuremos a descartar al
sapo. Los príncipes encantados son raros, pero tampoco abundan la auténticas princesas.

Sueño de la mariposa de Chuang Tzu


Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si
era una mariposa y estaba soñando que era Tzu.

La cucaracha soñadora Agusto Monterroso

Érase una vez una Cucaracha llamada Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha llamada Franz
Kafka que soñaba que era un escritor que escribía acerca de un empleado llamado Gregorio Samsa que
soñaba que era una Cucaracha.

107. AUGUSTO MONTERROSO (Guatemala-México): “El dinosaurio” (9 palabras)

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

Obras completas (y otros cuentos), 1959

108. JAIME MUÑOZ VARGAS (México): “El corrector” (9 palabras)

Cuando enmendó, la herrata todavía estaba allí.

Monterrosaurio, inédito

109. JAIME MUÑOZ VARGAS (México): “El descarado” (9 palabras)

Cuando plagió, el copyright todavía estaba allí.

Monterrosaurio, inédito

98. PABLO URBANYI (Argentina-Canadá): “El dinosaurio” (12 palabras)

Cuando despertó, suspiró aliviado: el dinosaurio ya no estaba allí.

En: Lauro Zavala, Relatos vertiginosos, p. 154

Héroes - Enrique Anderson Imbert


Teseo, que acababa de matar al Minotauro, se disponía a salir del laberinto siguiendo el hilo que había desovillado
cuando oyó pasos y se volvió. Era Ariadna, que venía por el corredor reovillando su hilo.
—Querido —le dijo Ariadna, simulando que no estaba enterada del amorío con la otra, simulando que no advertía el
desesperado gesto de "¿y ahora qué?" de Teseo—, aquí tienes el hilo todo ovilladito otra vez.

El reflejo
Oscar Wilde
Cuando murió Narciso las flores de los campos quedaron desoladas y solicitaron al río gotas de agua para
llorarlo.

-¡Oh! -les respondió el río- aun cuando todas mis gotas de agua se convirtieran en lágrimas, no tendría
suficientes para llorar yo mismo a Narciso: yo lo amaba.

-¡Oh! -prosiguieron las flores de los campos- ¿cómo no ibas a amar a Narciso? Era hermoso.

-¿Era hermoso? -preguntó el río.

-¿Y quién mejor que tú para saberlo? -dijeron las flores-. Todos los días se inclinaba sobre tu ribazo,
contemplaba en tus aguas su belleza...

-Si yo lo amaba -respondió el río- es porque, cuando se inclinaba sobre mí, veía yo en sus ojos el reflejo de mis
aguas.

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