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AUDITORIO DE CHICAGO (1887-1890)
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Una de las principales aportaciones de la Escuela de Chicago es la ventana apaisada, prueba de que el muro se
ha liberado definitivamente de la función de soporte. La horizontalidad de las ventanas y de las bandas que
dividen los pisos atenúa la sensación de altura del edificio.
De acuerdo con el racionalismo que propugna la Escuela, el conjunto destaca por su simplicidad. La Escuela de
Chicago abre las puertas a la arquitectura del siglo XX.
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LA BALSA DE LA MEDUSA
THÉODORE GÉRICAULT 1818-1819 Óleo sobre lienzo de 716 × 491 cm. MUSÉE DU
LOUVRE. PARÍS
La Balsa de la Medusa es un manifiesto genuino del romanticismo de Géricault. Este cuadro de gran formato
representa una tragedia real que conmovió a la sociedad francesa de principios del XIX. El 2 de julio de 1816 tuvo
lugar el naufragio de la fragata real La Medusa en las costas de Senegal. El capitán y los oficiales emplearon todas
las barcas salvavidas y 149 marineros y pasajeros supervivientes intentaron salvarse refugiándose en una balsa.
El resto, unos 200, se quedaron en el barco y también murieron casi todos. Un barco de la marina francesa los
avistó pero no se acercó a socorrerles. Al cabo de doce días a la deriva, presas del hambre, la sed y la
desesperación, sólo quince de ellos lograron sobrevivir para contar el suceso, tras ser rescatados. Los
supervivientes llegaron a comer carne humana para sobrevivir. El suceso llegó a ser censurado por el gobierno
francés para que no fuera difundido por la prensa.
Géricault realizó el cuadro para que todo el mundo tuviera noticia del suceso, aunque durante dos años se
prohibió su exhibición pública. La escena recoge el momento en que los náufragos avistan el barco que no saben
si los recogerá o no. La visión que nos ofrece es absolutamente dantesca, con la presencia de cadáveres en
descomposición, y personas que se aferran a la vida ante la posibilidad de una muerte inminente. El autor
muestra la desesperación del ser humano ante los imponderables de la vida. Todas las figuras menos dos dan la
espalda al espectador que, al contemplar la escena, se ve imbuido por el mismo anhelo de supervivencia que las
personas del cuadro.
Abandono, desesperación, esperanza, realismo…, La Balsa de la Medusa es dinamismo y emoción, pues lo
vemos tanto en el brazo en escorzo del personaje de la derecha como en los rostros y gestos de los
supervivientes. Además, el hacha ensangrentada es clave para comprender que hubo escenas de canibalismo.
Por otra parte, en la gigantesca composición observamos dos pirámides. Una, formada por los vientos que
sostienen la vela, y otra por el resto de las figuras: las inferiores aparecen sin vida pero la pirámide se alza,
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pasando por personas enfermas y moribundas, hasta llegar a su cúspide, donde se plasma la esperanza de un
posible rescate.
El artista no se interesó tanto por la carga política de denuncia como por las posibilidades de representar la
existencia humana enfrentada a una situación extrema.
El pintor introdujo en su estudio una réplica de la balsa a tamaño natural y figuras de cera que cambiaba a su
antojo. Respecto a los personajes de la obra el artista realiza bocetos previos sobre cadáveres y ejecuciones, y
puede verse además cómo se inspira en figuras miguelangelescas a la hora de representar las forma musculosas.
En el cuadro se aprecia una mezcla de belleza y horror. Horror que emana de los cuerpos atléticos bellos a través
de los rostros desesperados y los cuerpos mutilados. En La Balsa de la Medusa vemos una gran variedad de
gestos expresivos: desde la desesperación del anciano que da la espalda al barco, al que no le importa ser
rescatado porque ha muerto su hijo, hasta los sentimientos de esperanza que llegan de la corona de la pirámide,
donde un hombre de raza negra enarbola un trozo de ropa para llamar la atención de los lejanos y potenciales
rescatadores.
Usa un punto de vista elevado para aproximar al espectador a los acontecimientos que narra y recurre a una
pincelada enérgica, de paleta cromática tenebrista, que recuerda a Caravaggio, acentuando así el incontrolable
sentimiento de desesperación que desprende esta pintura de dimensiones excepcionales y de energía poderosa.
La Balsa de la Medusa fue el cuadro insignia del movimiento romántico francés, por su tono apasionado y
tétrico, con el hombre desconocido como protagonista absoluto de la historia.
El artista deja claro que lo que a él le interesa es retratar al pueblo, lo que escapa de la disciplina intelectual del
momento y representa una mirada ingenua y sin condicionamientos. Por eso La Balsa de la Medusa causó
rechazo, porque además de representar algo que el propio Estado francés quiso esconder, también representa
como protagonistas a seres humanos desconocidos, y eso era algo impensable para la alta sociedad de su
tiempo).
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IMPRESIÓN, SOL NACIENTE, 1872. MUSEO MARMOTTAN DE PARÍS. CLAUDE MONET.
El origen histórico del Impresionismo suele identificarse con unos jóvenes pintores independientes, que hartos
de verse excluidos sistemáticamente del Salón parisino oficial, decidirán organizar una muestra pública en la casa
del fotógrafo Nadar. De la obra de Monet Impresión, sol naciente nacería el término impresionista. El
Impresionismo puede considerarse como un nuevo sistema de pintura que consiste en reproducir pura y
simplemente la impresión, tal y como ha sido percibida realmente; los impresionistas ya no van a representar los
formas y a emplear los colores como creen que debe hacerse, sino como los ven bajo la acción directa de la luz.
La pintura de Claude Monet es de paisajes puros, directamente tomada del natural, sin retoques en el estudio y
con una técnica rapidísima para captar la luz y el color en un instante. Está convencido de la irrepetibilidad del
momento y, por tanto, de la necesidad de plasmarlo casi instantáneamente, tal y como se puede apreciar en este
cuadro Impresión, sol naciente, en el que el autor intenta captar los aspectos efímeros de una realidad
cambiante. Representa una salida del sol en el mar, con el disco solar y sus enrojecidos rayos, que se abren
camino entre la bruma y los mástiles del puerto de Le Havre, filtrándose y reflejándose en las aguas. Los azules,
rosas y naranjas, extendidos en sutiles veladuras, amortiguan todo rumor y chapoteo en el instante de la salida
del sol. En este cuadro el pintor se ha despreocupado de la forma y busca únicamente la sensación colorista,
aspecto por el cual fue muy criticado en su época.
Sus pinceladas son cortas, cargadas de pasta, que constituyen un ejemplo perfecto de cómo el pintor yuxtapone
colores puros y complementarios sobre la tela, permitiendo que sea la retina del observador la que fusione los
tonos.
Aparte de su preocupación por la pintura a plen air ,, su otra gran obsesión fueron las series, en las que trato de
poner de relieve la transformación que experimentan las cosas bajo distintas condiciones lumínicas, es decir, un
mismo tema es pintado repetidas veces sin más cambio que matices de iluminación cromática, de intensidad
solar, puesto que, según sus propias palabras, todo se transforma, hasta la piedra. Sus series más conocidas son
las de La estación de San Lázaro, La catedral de Rouen o Las Ninfeas.
Su pintura ha sido considerada, a causa de la disolución de la forma en la luz, que se inicia en este cuadro,
paralela a la abstracción o un antecedente del Informalismo.
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TARDE DE DOMINGO EN LA ISLA DE LA GRANDE JATTE, 1884-86. ART INSTITUTE DE
CHICAGO, EEUU. SEURAT.
El cuadro Tarde de domingo en la isla de
La Grande Jatte fue pintado al óleo sobre
lienzo por Seurat.
Es considerada como el manifiesto del
Neoimpresionismo puesto que es la
primera obra en la que se aplica la técnica
puntillista o Divisionismo, como le
gustaba llamar a Seurat.
Al enfrentarse a esta pintura, su autor, de
sólida formación académica, gran
dibujante, acepta el desafío de describir
de una manera convincente, en sus
efectos de luz y atmósfera, el panorama
de la isla de la Grand Jatte, poblada en la
calurosa tarde de domingo por una
muchedumbre de paseantes
desocupados.
Si su punto de partida para conseguirlo, coincidía con los impresionistas, su espíritu investigador le llevará a
buscar una metodología científica basada en las teorías sobre el color realizadas por Chevreul y Rood que le
permitieron sistematizar un principio que los impresionistas aplicaban intuitivamente
Aparte de la acción de la luz que altera las zonas iluminadas, cada objeto actúa sobre sus vecinos reflejando en
ellos su propio color y suscitando igualmente su complementario.
Para transmitir rigurosamente juegos tan complejos Seurat aísla de los colores que se encuentran en la
naturaleza las partículas elementales que los constituyen llegando a la mancha de color puro. Surge así, la
técnica puntillista donde la aplicación del color puro sobre el lienzo, que se hace a base de manchas muy
menudas que se distribuyen sobre la tela. Contempladas estas manchas desde la distancia oportuna se
combinan en la retina según el principio de mezcla óptica para recomponer la escena.
Como vemos en el cuadro, en las partes bañadas directamente por el sol el color dominante se entremezcla con
puntos de pigmento amarillo y naranja. En las zonas de sombra se combinan los azules. Unos cuantos puntos de
naranja y amarillo plasman las partículas filtradas por la luz solar. Los rojos y los púrpuras crean la ilusión de la
luz que ha sido parcialmente absorbida y cuyo reflejo recibe el ojo.
También reacciona contra la evanescencia de las formas y el abandono al instinto. Impone una construcción
lógica a la organización de la superficie pictórica . El artista elige un tema plenamente impresionista, pero la
elaboración es totalmente distinta: no hay notas captadas en vivo ni distracciones anecdóticas. Alejado de
cualquier intento de improvisación, durante dos años realizó 38 bocetos al óleo y 23 dibujos preparatorios que
fueron materiales de trabajo empleados para la creación en su estudio de la obra.
La composición, en un paisaje tan poblado de elementos diferentes, ha puesto en juego la extraordinaria
potencia de Seurat. Con la misma disposición en diagonal de la costa , la composición está construida sobre
horizontales y verticales. Las figuras o grupos de siluetas similares, como maniquíes geométricos, se repiten con
un ritmo de intervalos calculado casi matemáticamente, creando direcciones visuales oblicuas al tiempo que las
áreas alternadas de sombra y luz crean amplias zonas horizontales.
La Naturaleza aparece representada en la obra con la misma quietud, serenidad y solemnidad que si se tratase
de una gran obra del pasado clásico transferida a la vida moderna. Los contornos firmes y sencillos y las figuras
inmóviles y relajadas dan a la escena una estabilidad intemporal.
Sin embargo, Seurat no pretende plasmar de forma convincente la isla de la Grande Jatte, ni a los que la visitan,
que son un mero vehículo para sus exploraciones sobre la materia pictórica y la teoría cromática. Los personajes
y los objetos utilizados tienden a la depuración; no existen más que para suscitar el juego abstracto de líneas y
colores. Agrupados en escenas fortuitas, parecen tomados del natural, sin embargo sus poses están
misteriosamente congeladas por una necesidad formal.
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"LOS JUGADORES DE CARTAS", 1890-95, MUSEO D'ORSAY, PARÍS. PAUL CÉZANNE
(1839/1906).
Paul Cézanne pertenece a la misma generación de los impresionistas y aunque arranca de iguales
planteamientos técnicos y estéticos, pronto los abandona y su estilo puede clasificarse en lo que se denomina
post-impresionismo, que supone una ruptura con los planteamientos del impresionismo y una búsqueda de
nuevos caminos pictóricos. Cézanne busca la claridad de la obra frente al «confusionismo" del color y la luz que
plantean los impresionistas. Su esfuerzo se centrará en recuperar el volumen gracias a la geometría, el dibujo y la
definición de las formas mediante pinceladas; todo ello sin renunciar al color cuya intensidad logra mediante los
contrastes y las sombras coloreadas. En sus cuadros se potencia el primer plano resultando comprimidos los
demás, y realiza pequeñas distorsiones fruto del uso de más de un punto de vista.
Su pintura ha sido punto de arranque del cubismo y ha influido en coloristas como Matisse.
En este óleo sobre lienzo el pintor nos presenta una escena de género que se aborda de un modo muy distinto al
habitual. En la obra aparecen dos figuras masculinas enfrentadas que juegan a las cartas. El ambiente tabernario
ha desaparecido casi por completo, reduciéndose a la mesa en la que apoyan los brazos los jugadores. Los
colores empleados son de una gama de tonos apagados: ocres, pardos y verdosos, en abierto contraste con el
brillante uso del color que hicieron otros pintores como Van Gogh o Gauguin.
La principal novedad del cuadro es el tratamiento de los volúmenes que usa el artista. En esta obra lo
verdaderamente importante y lo novedoso será la línea que marca perfiles, define la forma y le da nitidez. La
realiza mediante trazos gruesos de color o en negro. El aspecto fundamental del cuadro es la búsqueda del
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volumen, uno de los objetivos prioritarios del pintor. Las figuras no sólo tendrán una forma concreta, sino que
resultarán reales al tener tres dimensiones y ocupar un espacio.
En el modelado, el artista ha buscado la esencia o estructura de cada figura prescindiendo de lo accesorio, lo que
demuestra su preferencia por los valores permanentes, innatos e inherentes a la naturaleza de las cosas.
No sería justo prescindir de la situación que el pintor expresó en la relación psicológica entre los dos jugadores:
concentrado el uno en escoger la carta que ha de jugar y esperando el otro. Pero hay que observar cómo está
definida esta situación, a pesar de que la postura y los gestos de las figuras son perfectamente simétricos y de
que en los rostros no hay la mínima búsqueda de expresión psicológica. La fijeza del jugador que está esperando
está definida por la forma cilíndrica del sombrero que, además, se repite en la manga, por la recta del respaldo
de la silla y por las notas blancas del cuello de la camisa; hasta el mantel rojizo de la mesa cae a plomo por su
parte y se levanta en ángulo por la otra. La atención, la movilidad psicológica del otro personaje se manifiesta
por los colores más claros y sensibles a la luz de la chaqueta, del sombrero y del rostro, y por ser la forma menos
rígida y más ondulada de los trazos.
Lo distinto no es la caracterización psicológica, sino la forma con la que las masas de color se desarrollan en el
espacio y reaccionan a la luz. Masas que une y envuelve en el intermedio intenso de tonos oscuros, rojizos y
negro- turquesa del fondo y de la mesa, tal como en un paisaje la atmósfera envuelve por igual los árboles y los
montes lejanos. El eje del cuadro, el reflejo blanco de la botella, no coincide en la mitad exacta, de tal modo que
la composición es ligeramente asimétrica. La gran masa cilíndrica del jugador de la pipa se ve entera, y detrás
viene el vacío; la masa más suelta y luminosa del otro jugador está cortada por el borde del cuadro.
Cézanne en este cuadro construye las masas y volúmenes mediante el color.
LA NOCHE ESTRELLADA, 1989. THE MUSEUM OF MODERN ART, NEW YORK, USA. VINCENT VAN GOGH.
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También vemos una atractiva forma de estilización. Todo son líneas exageradas y retorcidas . Escoge un estilo
gráfico donde la línea juega un importante papel en su retorcimiento y destaca más que superficies y siluetas
como hubiera sido lo normal en un paisaje nocturno. Van Gogh sigue así la tendencia de los artistas amigos.
En esta obra la técnica pictórica es la habitual en el autor. Pinta lienzos al óleo, con colores fuertes utilizando
amarillos, verdes y azules. En este caso de sus nocturnos una especial utilización del amarillo y azul para jugar
con efectos de luces y sombras. Las pinceladas son habitualmente gruesas y retorcidas en bandas hasta casi
concéntricas como en esa luna-sol o en cada una de las estrellas. Las montañas y las casas se confunden en esas
líneas de diferentes azules. Lo que más destaca de la línea de tierra es los dos cipreses uno alto y otro que parece
apoyarse en el primero- que de manera ondulante y sinuosa actúan de nexo de unión con el cielo y parecen
perderse en la altura. En contraposición dispone de un cielo donde está el amarillo a través de líneas
atormentadas que nos dan una visión de inquietud y poco sosiego. El cielo se mueve como un mar en líneas
ondulantes.
Es la naturaleza doblegada a las formas de su pensamiento. Van Gogh pinta la naturaleza e introduce una visión
poco común en la época como es un paisaje nocturno. Trabaja con el color y con la pincelada gruesa y suelta e
introduce el elemento de la línea. Toda su vida fue una lucha contra la enfermedad que le perseguía, pero fue un
trabajador incansable y la dedicó a investigar en el campo de la pintura. Buscó nuevos horizontes y vivió de lleno
en un periodo revolucionario en la historia de la pintura.
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buen día techarle el patio anexo y convertirlo en un salón de baile. Pronto se convirtió en el local de moda de
aquella gente sencilla que acudía las tardes del domingo a bailar, charlar, beber y divertirse.
Renoir decidió pintar sobre todo su ambiente: el bullicio, la alegría, la animación y el contento que compartía el
pueblo humilde en aquel rincón de París. Primero pintó una versión de pequeño tamaño, directamente del
natural y que serviría de estudio previo al cuadro mucho más grande y monumental que realizaría a
continuación.
En él podemos contemplar algunos parroquianos de los incondicionales del local. El cuadro por tanto es en parte
un homenaje a sus amigos del barrio y principalmente a sus compañeros pintores. Pero ya hemos dicho que el
cuadro es mucho más. Cuenta con una estructura compositiva compleja, formada por una doble diagonal en dos
planos de perspectiva. La primera, en primer plano formada por el banco y la posición de los personajes
sentados a la mesa, y la segunda, alrededor de la pareja de bailarines. Doble perspectiva que a su vez constituye
un enfoque sorprendente de la escena, que combina la visión en picado (desde arriba) del primer plano, y la
frontal de los segundos. Efecto que contribuye así no solo a subrayar la profundidad de campo, sino a dinamizar
toda la escena y darle ese ambiente bullicioso y festivo que reproduce el ambiente del lugar.
Pero lo que realmente destaca es su tratamiento de la luz y del color, así como los recursos de su pincelada.
Porque es la luz cálida y sugerente que emana de sus colores lo que consigue envolvernos en la atmósfera
acogedora del local, y son sus tonos delicados, a base de azules sobre todo, pero también de blancos perlinos,
rosáceos y amarillos los que le otorgan el encanto delicado que suele emanar de todos los cuadros de Renoir.
Pincelada de mancha, vahida, difusa, llena de espontaneidad y frescura; sombreado con color, como siempre en
los cuadros impresionistas, para que nos estalle en la retina toda su alegría y esplendor. E instantaneidad
también, conseguida esta vez haciendo vibrar los tonos con mayor o menor intensidad como lunares de color
sobre la espalda de las figuras, según jueguen las sombras y la luces al mecer el viento las hojas de los árboles.
El cuadro es así un canto a la alegría, a la alegría de vivir, a esos momentos irrepetibles e inolvidables en que nos
dejamos llevar de la diversión y el tiempo se detiene.
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Esta pintura está considerada como una de las primeras obras del estilo simbolista en el que empieza a trabajar
el artista desde ese momento. Fue pintado para una iglesia de la zona de la Bretaña, pero el párroco la rechazó.
La pintó Gauguin durante una segunda estancia en Pont-Aven (Bretaña). En ella pretende representar, según él
mismo señala, la «simplicidad rústica y supersticiosa». También es conocido por el título de “La lucha de Jacob
con el Ángel”. Con esta obra se aleja definitivamente del Impresionismo.
Es un óleo sobre lienzo de temática religiosa-simbolista , de estilo postimpresionista . “La lucha de Jacob contra
el Ángel” representa un episodio bastante complejo de la Biblia (capítulo 32 del Génesis). Según el Génesis, Jacob
lucha toda la noche contra un Ángel, (mensajero de Dios que divulga su palabra). Esa lucha duró toda la noche y
ninguno salió victorioso. Cuando la pelea se acaba al amanecer, Jacob pide al Ángel su bendición pero éste le da
el nombre de “Israel” en reconocimiento por su entrega en el combate. Tras la lucha, Jacob se queda cojo. Este
tema ocupa sólo un pequeño espacio en el ángulo superior derecho del lienzo.
La composición está claramente dividida en dos mitades, separadas diagonalmente por un árbol. En el lado
izquierdo las mujeres , ataviadas con traje negro y cofia blanca , llevan al típica vestimenta bretona. Su porte es
de gran tamaño y enfrente del grupo aparece una vaca mucho más pequeña.
La otra mitad la ocupa la supuesta visión que tienen las devotas tras el sermón, donde aparece Jacob luchando
con el ángel. Jacob aparece vestido con una túnica negra y pelo negro que contrasta con el ángel rubio de túnica
azul y grandes alas amarillas.
Respecto a la descripción formal de la obra, en primer plano vemos una serie de figuras de mujeres bretonas con
sus características cofias, orando, mientras al fondo vemos la supuesta visión que tienen las devotas tras el
sermón, donde aparece Jacob luchando con el Ángel. Gauguin rehúsa manejar la perspectiva tradicional, por lo
que consigue un efecto de figuras planas. Los colores también han experimentado un cambio importante, son
colores puros, sin mezclar, que reafirman el efecto de la plenitud. El contorno de las figuras empieza a estar muy
delimitado, rellenando esos contornos con colores muy vivos. La influencia de la estampa japonesa se evidencia
asimismo en la rama del manzano. Este árbol, situado en diagonal separa simbólicamente la esfera de la realidad
de aquella que surge de la imaginación.
El Ángel está representado con dos alas amarillas (el amarillo es el color de la luz)- y un vestido azul oscuro que
contrasta con el suelo rojizo pero que se confunde con el vestido verde oscuro de Jacob. El Ángel simboliza una
existencia superior a la condición humana. En este plano, en el lado izquierdo, Gauguin sitúa una vaca pequeña
que representa o simboliza la vida terrestre, la vida material. Además, las patas de la vaca y las piernas del
Ángel y Jacob se corresponden (unas piernas/patas bien sentadas y otras dobladas). Ese efecto de simetría
funciona como un juego de espejos por ambos lados del árbol. Lo que une estos dos ámbitos es el color rojo que
abrasa la pradera, color que Gauguin seguirá utilizando mucho en sus composiciones posteriores.
En el primer plano está el grupo de mujeres bretonas que salen de la iglesia y piensan en el sermón que acaban
de escuchar. Gauguin pinta a las mujeres con sus amplias cofias blancas, típicas de Bretaña, de espalda o de
perfil, unas contemplando la escena y otras recogidas. En la parte inferior izquierda hay otra mujer recogida con
las manos juntas y los ojos cerrados a la que corresponde casi de manera simétrica el cura en la misma actitud
en el lado inferior derecho. El sacerdote y la mujer de la izquierda tienen los rasgos bien definidos, así como la
mujer que está mirando la lucha, mientras que las demás mujeres en el lado izquierdo tienen los rasgos
borrosos, incluso escondidos por las hojas del árbol. El tratamiento distinto de las caras de las mujeres puede ser
indicativo del diferente nivel de espiritualidad interiorizada por cada una de ellas.
El tratamiento del color es un aspecto muy destacable porque indica una ruptura total y drástica con lo anterior
y que influirá en la evolución de la pintura anunciando el fauvismo del siglo XX.
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