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Departamento de Humanidades - UNS

Historia del Arte y la Cultura – Arquitectura


Fichas de cátedra

Unidad 3.

3.1. La formación del mundo moderno y el Renacimiento


Introducción

Luego de la crisis económica del siglo XIV que afectó profundamente los fundamentos del
sistema feudal, se inició en la Europa del siglo XV un proceso de grandes transformaciones
políticas, económicas, sociales, religiosas y culturales que dieron lugar a la etapa conocida como
Edad Moderna (1492-1789). Esto no significó, por supuesto, que todas los elementos de la sociedad
medieval desaparecieran de manera definitiva: por el contrario, muchos de ellos perdurarían durante
siglos.
A medida que la economía occidental se iba reconstituyendo, las formas de organización
política fueron cambiando radicalmente. El debilitamiento del poder de los señores feudales como
consecuencia de la desaparición gradual de la servidumbre y la insuficiencia de sus ejércitos tuvo su
contrapartida en la concentración de la autoridad en los reyes que se enfrentaron con la nobleza y
sentaron así las bases de los primeros Estados modernos, entre los cuales se destacaron España,
Francia e Inglaterra, y que se caracterizaron por
- la centralización del poder político en un soberano (rey o príncipe);
- la obligación de la obediencia al monarca por parte de todos los
habitantes del reino;
- la creación de nuevos instrumentos para asegurar esa obediencia: las
instituciones políticas como el derecho, la burocracia administrativa,
el ejército y la diplomacia.

Estados
europeos en el
siglo XVI
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Esta organización en grandes unidades centralizadas no fue, sin embargo, la única


experiencia política de los siglos XV y XVI. En el territorio italiano se dio, por ejemplo, una gran
variedad de sistemas de gobierno: en el centro se alzaban los Estados Pontificios, gobernados por
los papas; en el sur, estaban los reinos de Nápoles y de Sicilia, que integraron el imperio de los
españoles Carlos V y Felipe II; en el norte, se encontraban las repúblicas de Génova, Venecia y
Florencia, dirigidas por oligarquías mercantiles; y entre las dos primeras, se hallaba el Ducado de
Milán, que había caído bajo dominio español y era gobernado por un virrey.
Estas transformaciones políticas tuvieron como correlato y condición necesaria otras de
orden socio-económico: en efecto, los monarcas necesitaron de los recursos provenientes de los
préstamos de los banqueros, los impuestos de las ciudades y, especialmente, el apoyo de la
burguesía manufacturera, comercial y financiera para consolidar su poder. La recuperación agrícola
que permitió generar un excedente de producción y la reactivación del comercio y de la economía
monetaria hicieron posible el aumento demográfico y el resurgimiento urbano. De esta manera, fue
creciendo y fortaleciéndose este nuevo grupo social, la burguesía (habitantes de los burgos o
ciudades), que vino a alterar el orden jerárquico feudal: no combatían como los nobles, no
trabajaban la tierra como los campesinos, ni oraban como los sacerdotes. Dedicados,
principalmente, al intercambio o la producción artesanal, los burgueses podían sobrevivir gracias a
la adquisición de los alimentos que se elaboraban en las zonas rurales. Ellos no fueron, sin embargo,
un sector heterogéneo sino que, paulatinamente, fueron diferenciándose en función de su riqueza
entre la “alta burguesía” compuesta por grandes mercaderes, dueños de talleres y banqueros y la
“baja burguesía” de pequeños comerciantes y artesanos. Los primeros, que fueron concentrando en
sus manos el poder sobre las ciudades, fueron quienes encabezaron el desarrollo del comercio con
otras regiones del mundo –en especial, Oriente– impulsando así la expansión ultramarina europea.
El surgimiento de la burguesía no implicó, de todas formas, la desaparición de la nobleza que
perduraría como un grupo minoritario privilegiado y poseedor de las tierras, ni del campesinado que
seguiría constituyendo la parte mayoritaria de la población.
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La renovación no se dio, sin embargo, solo en un nivel material: la religión, la ciencia y la


cultura sufrieron, asimismo, importantes cambios. Aunque el cristianismo continuó siendo la
religión imperante en el territorio europeo, la hegemonía espiritual y temporal de la Iglesia Católica
fue cuestionada mediante el movimiento conocido como Reforma protestante. Éste planteó la
necesidad de terminar con los problemas que aquejaban a la iglesia romana: la falta de formación de
los sacerdotes, la ostentación del Papado, la jerarquía eclesiástica, el interés material del clero y la
venta de cargos e indulgencias. Además, proponía un mayor contacto con las Sagradas Escrituras y
una vida más auténtica basada en la imitación de Cristo. La crisis estalló en 1517 cuando un monje
alemán, Martín Lutero publicó sus tesis criticando a la Iglesia. En ellas se ponía en entredicho la
autoridad del Papa, la validez de la mayoría de los sacramentos y de algunos dogmas y la creencia
de que salvación eterna dependía de las buenas obras en lugar de la fe; además, proponía la libre
interpretación de la Biblia que, gracias a la imprenta, se difundía por todo el continente. Lutero fue
excomulgado y el cristianismo reformado se expandió conformando diversas iglesias. La Europa
cristiana se dividió entonces en protestante y católica.
El pensamiento científico y la cultura también se renovaron profundamente entre los siglos
XV y XVI impulsados por la creciente laicización de la sociedad y por la recuperación de la
Antigüedad clásica. Una nueva manera de concebir al ser humano, a su relación con la naturaleza y
con el mundo se fue imponiendo en Europa. En el ámbito científico, la observación y el estudio de
la realidad fueron debilitando los fundamentos de la tradición medieval propiciando el avance de la
investigación astronómica y anatómica, entre otras, y numerosos inventos técnicos se difundieron
favoreciendo la apertura mental de los hombres de la época y estimulando su espíritu de aventura y
conocimiento. En el
aspecto cultural, comenzó
a desarrollarse, sobre todo
en las ciudades italianas, el
movimiento conocido
como Humanismo. Sus
cultores encontraron en el
pasado griego y romano
un nuevo modelo de
humanidad y de saber
basado en la razón y
liberado de la influencia de
los dogmas religiosos. Esta
imagen humanista de las
cosas se expresó en la
literatura, la filosofía y las
artes, donde alcanzó sus
realizaciones más
originales. El concepto de
Renacimiento alude, precisamente, a esta regeneración de las artes que se produjo principalmente
en Italia y Flandes gracias a la revalorarización humanista de los antiguos, al redescubrimiento de la
naturaleza, al estudio de los restos arqueológicos romanos, al estudio de las proporciones del
hombre, al hallazgo de nuevas técnicas, etc.

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