Está en la página 1de 34

Módulo I

San Francisco de Asís en la Coyuntura Medieval

San Francisco nació en Asís hacia el fin del año


1181 o comienzo del 1182. Llamábase su madre Pica, y
Pietro Bernardone su padre (1). Bernardone,
acaudalado comerciante en paños, se hallaba en
Francia, en viaje de negocios, cuando Pica dio a luz a
este hijo al que se impuso el nombre de Juan. El padre,
a su vuelta, le añadió el de Francisco en recuerdo del
bello país que acababa de visitar.

Pietro Bernardone, absorbido por sus negocios,


dejó la educación del niño en manos de Pica, mujer de
gran virtud, que se entregó de corazón a cometido tan
delicado; y tan bien logró formar el alma de su hijo que
cuantos conocían la conducta de Francisco le
presagiaban el porvenir más halagüeño. La instrucción
que recibió del sacerdote de la pequeña iglesia de San

1
Jorge tendía a preparar al futuro comerciante, pues
aprendió con él lectura, escritura y cálculo, aparte de
algunas nociones de latín. El mismo Bernardone debió
enseñarle la lengua que él a su vez aprendiera en sus
permanencias en Francia. Y muy temprano, apenas
salido de la infancia, hacia los quince años, se vio
Francisco asociado al negocio de su padre.

El joven comerciante se manifiesta hábil y


afortunado, pero al mismo tiempo sigue los impulsos de
su temperamento ávido de gloria y de placer. No había
cumplido aún los veinte años, cuando estalló la guerra
entre Perusa y Asís, lucha en que al punto se alistó,
siendo hecho prisionero (1202). Recobrada la libertad a
fines de 1203, volvió a su vida habitual.

Su ardor belicoso vuelve de nuevo a despertar al


anuncio de una expedición militar a Apulia. Sonríe a
Francisco el ensueño de hacerse armar caballero en el
campo de batalla, combatiendo a las órdenes de

2
Gualtiero III de Brienna, y con esta ilusión parte; mas
pronto se detiene en su camino, muy cerca todavía de
Asís, en Espoleto. Una visión le orienta hacia otro
destino, y bruscamente vuelve a su ciudad natal.

En 1206 se entrega totalmente al servicio de Dios y


renuncia a la herencia paterna para llevar durante dos
años una vida eremítica, dedicado a reparar las iglesias
de San Damián, San Pedro y Santa María de los
Ángeles, capillita esta última donde, a fines del 1208 o
comienzos del 1209, comprende plenamente su
vocación. Por este título la humilde capilla ha merecido
ser considerada como cuna de la Orden de Frailes
Menores.

No soñaba entonces el joven convertido con ser


fundador de una Orden nueva. Su vida penitente, tan
opuesta a sus costumbres de antaño, sólo suscitó al
principio compasión y burla. Sin embargo los espíritus
reflexivos vieron en él los caracteres de la santidad

3
verdadera y pronto se vio rodeado de discípulos; fue el
primero Bernardo de Quintavalle, que no vaciló en
vender todos sus bienes y distribuirlos entre los pobres;
y luego Pedro Catáneo. Tomaron el mismo hábito que
Francisco y vivieron con él, esforzándose en seguir a la
letra los consejos evangélicos (2).

Francisco, Bernardo y Pedro se instalaron en Rivo


Torto, donde se les unió Fray Gil, también de Asís. A
pesar de las burlas y befas de sus conciudadanos, los
nuevos penitentes formaron un pequeño grupo que poco
a poco fue en aumento. Comprendió Francisco que a
cada momento necesitaba una norma de vida algo más
precisa, y sencillamente, y en pocas palabras, redactó
una Regla para sí y los suyos, utilizando
preferentemente las palabras del Evangelio, cuya
perfección era su aspiración única; y con sus
compañeros, ya en número de once, se dirigió a Roma
en busca de la aprobación pontificia. Viva fue la

4
oposición del Sacro Colegio de Cardenales contra aquel
lego, que con sobrada facilidad abandonaba las formas
tradicionales de vida religiosa; pero las prudentes
palabras del Cardenal Juan de San Pablo disiparon las
dudas del Papa. Inocencio III reconoció en Francisco al
hombre de Dios; lo abrazó, aprobó verbalmente su
Regla, y le dio autorización para predicar penitencia.
Idéntico privilegio se concedió a sus discípulos, pero
condicionado a la previa autorización de Francisco.
Finalmente, el Papa le invitó a volver cuando el número
de sus frailes hubiese aumentado. El Santo prometió
obediencia al Vicario de Jesucristo, y los demás frailes
la prometieron a Francisco. Fue ésta la primera
profesión de la Orden (3).

¿Estaba Inocencio III plenamente convencido de la


misión de Francisco...? Puede dudarse de ello desde el
momento que se contentó con una aprobación
meramente verbal, aunque prometiéndole más amplios

5
favores si la experiencia venía a llenar las esperanzas
que el humilde grupo de asisienses suscitara. Era lo
prudente; pero por lo menos se había hecho cargo de la
grandeza e importancia de miras de San Francisco
respecto a la reforma de la Iglesia; y en consecuencia le
amparó con su protección y aseguró sus primeros pasos.

Sin modificación alguna sustancial, y por el mero


hecho de la aprobación, la Fraternidad de Penitentes de
Asís se transformaba en una Orden Religiosa. La Orden
de Frailes Menores estaba ya fundada (1210).

Después de recibir la bendición del Pontífice,


Francisco y sus compañeros visitaron el sepulcro de los
Apóstoles. El Cardenal Juan de San Pablo confirió a
todos la tonsura, agregándolos con ello a la jerarquía
eclesiástica, después de lo cual los Penitentes de Asís
abandonaron la ciudad eterna.

6
Italia fue el primer teatro del celo de San Francisco;
Italia y especialmente Umbría, teniendo como centro a
Rivo Torto, que bien pronto abandonaron para
instalarse en Santa María de los Ángeles. Esta capilla,
llamada también la Porciúncula, les fue concedida a
perpetuidad, mediante un censo módico, por el Abad
del Monte Subasio (Observancia de Cluny). En torno a
ella se levantaron algunas cabañas, y para clausura se
plantó un seto. Un asisiense rico, Jacobo de Filippo, les
cedió un vasto terreno, que más adelante habría de
serles útil con motivo de los Capítulos Generales. De la
Porciúncula hacían sus salidas los nuevos predicadores
para evangelizar las campiñas vecinas, siendo Asís la
primera en beneficiarse con esta predicación y recobrar
la paz.

No limitó Francisco su celo a edificar a su ciudad


natal solamente; también recibieron su visita otras
ciudades: Perusa, Cortona, Imola, Bevagna, Alviano,

7
Ascoli, Arezzo, Florencia, Pisa, Satriano, Sena, que
sucesivamente fueron evangelizadas. Sus discípulos
imitaron su celo y compartieron sus trabajos. A
Bernardo de Quintavalle cupo la suerte de implantar en
Bolonia la Orden de Frailes Menores.

De vuelta a Asís, a principios de la Cuaresma de


1212, Francisco fundó con Clara de Asís, jovencita de
dieciocho años de edad, una segunda Orden, la de
las Damas Pobres.

Pero Italia ya no era suficiente al celo de San


Francisco, que ambicionaba la gloria del martirio. Era
la época de las Cruzadas, y en este año, 1212, partían
para Tierra Santa gran número de cruzados. No habían
dirigido todavía sus esfuerzos a los países orientales
misioneros de ninguna clase. Únicamente los pueblos
del Norte: Eslavos, Escandinavos y Lituanos habían
recibido a los apóstoles del Evangelio. En Oriente, tan
sólo a los cismáticos griegos y sectas heréticas,

8
jacobitas, armenios y nestorianos, se les invitaba a
ingresar en la unidad católica.

A los musulmanes se pretendía reducir por la


fuerza de las armas; nadie pensaba en convertirlos. San
Francisco concibió este grandioso proyecto, que nadie
jamás había sabido realizar, y dedicó un capítulo de su
Regla a "los que quieren ir entre los Sarracenos" (1 R
16; 2 R 12). Por lo demás, es el primero en dar ejemplo.
Nombra a Pedro Catáneo Vicario General y se embarca
para Siria (4). Pero la tempestad dirige su navío a las
costas de Iliria, de donde, por imposibilidad de ir al
Oriente, Francisco vuelve a Ancona, y llega a la
Porciúncula (invierno 1212-1213), acompañado de
nuevos discípulos (1 Cel 55; LM 9,5).

Emprende de nuevo sus correrías apostólicas. El 8


de mayo de 1213 se encuentra en Montefieltro, en el
condado de Urbino, donde el conde Orlando dei
Cattanei le hace donación del monte Alvernia para que

9
en él levante un convento. Francisco lo acepta, y
encarga a dos frailes que reconozcan el terreno y se
ocupen de la obra. Él, por su parte, ardiendo siempre en
ansias de martirio, decide emprender la evangelización
de los Moros, contra quienes los cristianos acababan de
obtener la célebre victoria de las Navas de Tolosa (julio
1212). Llega a España con Bernardo de Quintavalle y
algunos otros compañeros, pero se ve forzado por la
enfermedad a interrumpir su viaje y volver a Italia (1
Cel 56-57).

El tiempo transcurrido entre esta vuelta de España


y 1216 es la época más obscura de la vida de San
Francisco. Parece indudable que continuó entregado al
apostolado hasta donde sus fuerzas se lo permitieron.
Puede también admitirse que en 1215 marchara a Roma,
donde tenía lugar el IV Concilio Ecuménico de Letrán,
y debió ser entonces cuando se encontró con Santo

10
Domingo, que acababa de solicitar la aprobación
pontificia para su Orden de Frailes Predicadores.

El Concilio comenzó el mes de noviembre de 1215.


Las deliberaciones versaron sobre los preparativos de
una nueva Cruzada, la unión de las Iglesias griega y
latina, la disciplina, la condenación de las nuevas
herejías, y la fundación de Órdenes Religiosas. El
Canon XIII ordenó que en adelante no se admitiese la
fundación de Orden Religiosa alguna, y que, de
instituirse alguna, debiese ésta elegir la Regla de alguna
de las Órdenes ya aprobadas. En consecuencia, Santo
Domingo debió volverse sin la anhelada confirmación;
pero en lo que a la Orden de Frailes Menores respecta,
el mismo Soberano Pontífice anunció al Concilio que él
mismo la había aprobado ya antes verbalmente.

Después del Capítulo de Pentecostés (1216),


Francisco se hallaba en Perusa, cuando moría Inocencio
III (5). ¿Asistió a la elección de su sucesor Honorio III?

11
Desde luego hay documentos contemporáneos que nos
lo presentan días después de la elección al lado del
nuevo Pontífice. Acompañado de Fray Maseo, venía a
solicitar de él una indulgencia para todos los que
visitasen la capilla de la Porciúncula el día de su
consagración, petición a la que Honorio III accedió
gustoso, y el 2 de agosto siguiente tuvo lugar la solemne
dedicación de Nuestra Señora de los Ángeles, fiesta en
que Francisco, en nombre del Papa, promulgó el favor
que acababa de obtener (6).

Tampoco sabemos, de cierto, nada de lo que


Francisco hiciera desde agosto de 1216 hasta
Pentecostés de 1217. El Capítulo de este último año se
hizo notar por dos medidas importantes: la institución
de Provincias y Ministros Provinciales, y la
organización de las primeras grandes Misiones fuera
de Italia y en Oriente.

12
Francisco eligió para campo de su apostolado a
Francia, y junto con algunos compañeros se puso en
camino hacia el país que le diera su nombre, y al que
amaba con predilección por su espíritu católico y su
gran devoción a la Santa Eucaristía. Al pasar por
Florencia supo que en ella se hallaba el Legado
Pontificio, el Cardenal Hugolino. El Cardenal y el Santo
no estaban todavía unidos por aquella amistad que más
adelante tan íntimamente los había de estrechar, aunque
para entonces ya se conocían; pero la fama de santidad
de Francisco le había conquistado ya el afecto del
Prelado, que se recomendó humildemente a sus
oraciones, ofreciéndole en cambio su protección. El
Cardenal vino a ser, de esta manera, el consejero
afectuoso y devoto del joven Fundador. Comenzó por
disuadirle de continuar su viaje al otro lado de los
Alpes, y Francisco, dócilmente, volvió a tomar el
camino de Asís, y a predicar de nuevo en la Península.

13
Los frailes que enviara a España, Francia y Alemania
volvieron descorazonados. Súpolo Hugolino, y al
momento, junto con Francisco, se presentó a Honorio
III, el cual accedió gustoso a darle oficialmente el título
de Protector y Defensor de los Frailes Menores. Todos
estos sucesos acaecieron probablemente durante el año
1218, y ciertamente antes del Capítulo tan importante
de 1219, conocido en la historia con el nombre
de Capítulo de las Esteras (7). Una vez más se
organizaron en él las Misiones con nuevos misioneros,
que partieron en todas direcciones, exceptuadas
Alemania e Inglaterra.

El Santo, que no había renunciado a predicar la fe


a los infieles, decidió seguir la nueva Cruzada, cuyos
esfuerzos dirigió Honorio III hacia Egipto, y,
trasmitiendo sus poderes en la Orden a dos Vicarios
Generales: Mateo de Narni y Gregorio de Nápoles (el
primero de los cuales quedaría en la Porciúncula para

14
recibir allí a los postulantes y formar los novicios,
mientras el segundo recorrería Italia y visitaría a los
frailes), se embarcó en Ancona con algunos
compañeros, entre los cuales se encontraban Pedro
Catáneo e Iluminado de Rieti. Apenas llegó a Egipto,
intentó lograr la unión entre los mismos Cruzados, los
cuales, por haber desechado sus consejos, fueron
derrotados el 9 de agosto de 1219.

Tres meses más tarde eran a su vez vencedores y se


apoderaban de Damieta (5 de noviembre de 1219). Al
hacer el reparto de los diferentes barrios de la ciudad,
asignaron a los Frailes Menores, compañeros de San
Francisco, una iglesia con casa contigua. Pero el Santo,
que por otra parte había fracasado en su intento de
convertir al sultán Malek-el-Kamel, e indignado por la
conducta de los Cruzados, los abandonó, según una
tradición que nadie niega, para visitar los Santos
Lugares. Allí es donde un fraile llegado de Italia le puso

15
al corriente de las turbulencias suscitadas por la
administración de los dos Vicarios Generales, y por los
cambios que trataban de introducir en la vida de los
Frailes Menores. Estas alarmantes noticias le decidieron
a volverse a Italia, llevando consigo a Pedro Catáneo,
Elías, Cesáreo de Espira y algunos otros (8).

Grandes debieron ser la inquietud y pena que


sintiera Francisco al saber las modificaciones con tanta
audacia impuestas a su obra, pues, a su vuelta a Italia -
nos dice Jordán de Giano-, bien informado de lo
ocurrido en su ausencia, marchó directamente, no a los
perturbadores, sino al mismo Papa.

Su primera demanda fue pedirle alguien que en su


nombre le asistiese en el gobierno de la Orden, para lo
cual Honorio señaló al Cardenal Hugolino, ya antes
designado como Protector contra la hostilidad de los
Prelados. Confióle Francisco su pena, y le rogó
suprimiese todas las innovaciones introducidas en su

16
ausencia. Se le concedió lo que pedía; pero esta dura
prueba le hizo ver cómo su Orden necesitaba de una
organización más firme. Y como él, abrumado por las
enfermedades, se sentía incapaz de realizarla, en el
Capítulo de San Miguel (29 de septiembre) de este
mismo año (1220 probablemente) presentó su dimisión;
y nombró a Pedro Catáneo, no sólo por Vicario
General, sino como verdadero Ministro General (9).

Pedro Catáneo murió el 10 de marzo de 1221, y


para reemplazarlo nombró Francisco a Fray Elías, que
presidió ya el Capítulo General de este año (10). A este
Capítulo asistió el Cardenal Raynerio, obispo de
Viterbo, acompañado de varios otros obispos y
religiosos de diversas órdenes. Duró siete días con una
concurrencia de tres mil frailes, siendo el último en que
se reunieron todos los religiosos, profesos, novicios,
superiores y súbditos. Organizóse en él una nueva
misión en Alemania, abandonada después del fracaso

17
de 1217. Durante este año de 1221 aparece ya como una
organización poderosa la Tercera Orden, conocida
entonces con el nombre de Orden de Penitencia. Los
sufrimientos que Francisco tiene que soportar son
incesantes, pero a pesar de ellos continúa sus
predicaciones por la Península. En 1222 predica en
Bolonia el día de la Asunción. En junio del año
siguiente evangeliza Greccio y Perusa. Pero este año de
1223 es piedra miliaria en la vida de San Francisco,
como en la historia de la Orden, por un acontecimiento
de capital importancia: la aprobación y confirmación
solemne de la Regla.

Durante el Capítulo de Pentecostés de 1224, último


a que acudió Francisco, se entregó la nueva Regla a los
Ministros. De él partió también Fray Agnelo de Pisa,
hasta entonces Custodio de París, con otros tres clérigos
y cinco legos de Francia, para la misión de Inglaterra,
que en este Capítulo se resolvió emprender. El 11 de

18
septiembre de 1224 desembarcaron en Dóver. Días más
tarde, el 17 de septiembre, recibía Francisco en el
Alvernia el incomparable beneficio de las Llagas. Este
monte, que había sido al mismo tiempo su Tabor y su
Calvario, recibía su último adiós el día siguiente a la
fiesta de San Miguel (30 de septiembre). Cuando volvió
a la Porciúncula, hubo algunos frailes que, a pesar de
todos sus esfuerzos por ocultarlas, pudieron ver o tocar
sus santas Llagas (11).

De día en día sus enfermedades recrudecían; pero


ni los dolores, a quienes llamaba "sus hermanos",
amenguaban su celo apostólico; veíasele en efecto,
montado en un asno, recorrer aldeas y ciudades.
Empero su debilidad iba en aumento, tanto que poco a
poco llegó a perder hasta la vista; y sólo a repetidas
instancias de Fray Elías decidió por fin dejarse cuidar.
Se levantó para él una celdilla hecha de ramaje cerca de
San Damián, donde moraban Clara y sus compañeras;

19
sin embargo ni todos sus cuidados bastaron a curarle.
Fue entonces cuando en medio de sufrimientos
continuos, compuso el admirable poema
llamado Cántico del Solo Laudes de las criaturas (2
Cel 213-217). Al ver que los males del paciente no
disminuían, lo hizo Fray Elías conducir a Fonte-
Colombo y Rieti, para ponerlo en manos de un afamado
médico especialista, siendo los encargados de velar por
él cuatro frailes a quienes él amaba tiernamente, y cuyos
nombres nos han sido conservados por la tradición:
Fray León, Fray Ángel, Fray Rufino y Fray Maseo, que
se esmeraron con la más filial solicitud por dulcificar
sus dolores corporales y las angustias de su espíritu.

Francisco no permaneció en Rieti, ya que por el


biógrafo oficial sabemos que estuvo algún tiempo en
Greccio. Pero en vista de que nada podía atenuar sus
dolores, fue llevado a Sena para ponerlo en manos de
un nuevo médico. Allí, en un eremitorio situado a las

20
puertas de la ciudad, debió pasar probablemente el
invierno de 1225-1226.

En el mes de abril de este último año le


sobrevinieron tan fuertes vómitos de sangre que se
creyó llegada su hora postrera.

Acudió Fray Elías al saberlo, y como entonces se


produjese cierta mejoría, el Santo abandonó Sena para
ir al eremitorio de las Celle, cerca de Cortona, donde,
según toda verosimilitud, redactó su Testamento.

Pocos días debió permanecer Francisco en Cortona.


Declarósele una hidropesía, y el estómago se negaba a
retener alimento alguno; en vista de lo cual quiso el
Santo regresar cuanto antes a su ciudad natal. Para
burlar cualquier audaz golpe de mano de los habitantes
de Perusa, que quizás no hubieran vacilado ante ningún
medio, a trueque de asegurarse aquella preciosa reliquia
del cuerpo del Santo después de su muerte, la piadosa

21
caravana, con protección de escolta armada, tomó el
camino de Gubbio, Nocera, Satriano y llegó a Asís,
donde fue hospedado en el palacio del Obispo.

La muerte se aproximaba ya a grandes pasos. A la


hinchazón que se había producido en Cortona, sucedió
una delgadez extremada, y la ceguera llegó a ser casi
completa. Reunió entonces Francisco en torno suyo a
todos sus Hermanos, los bendijo, comenzando por el
Ministro General, y hablóles con ternura y fervor de
aquel humilde santuario de Nuestra Señora de los
Ángeles, donde se había desposado con la Pobreza, de
aquella cuna de la Orden que fue testigo de la vida
evangélica de sus primeros discípulos, y que también
quería fuese testigo de su muerte. Éste su deseo fue
atendido. El Obispo no osó retenerlo, y los fieles
compañeros, cargados con su preciada carga, se
dirigieron hacia la Porciúncula. Cuando llegaron a la
mitad del camino, en el Hospital de los Crucígeros,

22
desde donde se abarca toda la ciudad de un solo golpe
de vista, Francisco de Asís envió a su ciudad natal su
adiós postrero con una última bendición.

En este su querido santuario de la Porciúncula es


donde Francisco esperó la llegada de la muerte. Consoló
una vez más a Clara y sus monjas, recibió la visita de
Jacoba de Settesoli, y bendijo de manera especial al
primogénito de la Orden, Bernardo de Quintavalle (2
Cel 214; 3 Cel 37-39).

Fiel hasta la muerte a su Dama la Pobreza, se hizo


despojar de sus vestidos y extender desnudo sobre la
tierra. Vestido luego de un hábito hecho con la tela
traída por la hermana "Fray Jacoba", dio sus últimos
consejos, y acordándose de la Última Cena del Señor, a
imitación de Jesús, bendijo un pan y lo repartió entre
sus discípulos. Pasó aún algunos días en la intimidad
con sus compañeros, cantando con ellos el Cántico al

23
Sol, al que añadió una estrofa en honor de "Nuestra
Hermana la Muerte".

Por fin, al atardecer del sábado 3 de octubre de


1226, sintió los primeros abrazos de la muerte, y
después de entonar el Salmo Voce mea ad Dominum
clamavi se hizo colocar nuevamente en el desnudo
suelo delante de todos los frailes reunidos, y mientras a
petición suya se leía el Capítulo 13 del Evangelio de San
Juan: Antes de la fiesta de la Pascua, el fiel amante de
la Pobreza entregó su alma a Dios.

Tenía entonces Francisco 45 años y, desde el día en


que, consagrándose perfectamente a Cristo, se había
obligado deliberadamente a seguir las huellas de los
Apóstoles para restaurar en la sociedad cristiana la vida
evangélica, habían transcurrido veinte años.

El deseo de San Francisco había sido reposar en la


capilla de la Porciúncula, pero los asisienses, temerosos

24
de que se les robara tan preciosa reliquia, rogaron a Fray
Elías se le enterrase en la iglesia de San Jorge, que,
como situada dentro de la ciudad, estaba menos
expuesta a peligro de violación. Y en efecto, depositado
el cuerpo del Santo en su ataúd, fue llevado con solemne
comitiva a su nueva morada, pasando por San Damián,
para dar a Sor Clara y sus compañeras el consuelo de
venerarlo por última vez.

Por los cuidados de Fray Elías fue luego colocado


en el interior de la iglesia, en un sarcófago de piedra
abierto, pero rodeado de un enrejado de hierro, y todo
ello, rejas y sarcófago, encerrado en un arca de madera
provista de tapa con bisagras y cerradura. Merced a esta
disposición, el precioso tesoro quedaba visible al
levantarse la tapa, estando al mismo tiempo protegido
contra piadosos atentados de una devoción indiscreta.
Por lo demás esta tumba sólo era provisional. Fray Elías
tenía ya el proyecto de levantar al Santo un monumento

25
más digno de su memoria. El Cardenal Hugolino,
elevado al Pontificado con el nombre de Gregorio IX,
le animó en su empresa en el Capítulo de 1227, que
nombró Ministro General a Juan Parenti.

Fray Elías, encargado de la ejecución del plan que


él mismo había ideado, puso manos a la obra con todo
entusiasmo. Un señor rico de Asís, llamado Simón
Puzzarelli, donó un terreno situado al Este de la ciudad,
sobre el Collis inferni (la colina del infierno), para que
en él levantase «un oratorio, o iglesia, o cualquier otra
construcción destinada a recibir el cuerpo de San
Francisco», según expresa el acta de donación de 29 de
marzo de 1228. La voz popular canonizaba ya al
Fundador de los Menores; no podía tardar mucho la
canonización oficial.

El Papa, obligado a abandonar Roma a


consecuencia de una sedición, había venido a Asís,
acompañado del Sacro Colegio, y después de examinar

26
los milagros atribuidos a Francisco, procedió a la
canonización del que había sido su amigo, teniendo
lugar la ceremonia el 16 de julio de 1228. Al día
siguiente el Pontífice puso personalmente la primera
piedra de la nueva iglesia, y la Colina del infierno tomó
desde entonces el nombre de Colina del Paraíso.
Empero, esta glorificación no parecía suficiente a
Gregorio IX, y por la BulaMira circa Nos de 19 de julio,
publicó la canonización de San Francisco, y ordenó a
todas las diócesis celebrar su fiesta el 4 de octubre,
orden que se reiteró más adelante, en una y otra Iglesia
por la Bula Sicut phialae aureae (12).

Por esta misma época el Papa encargó a Tomás de


Celano escribiese la biografía del Santo, conocida
después bajo el nombre de Vida primera, que él aprobó
el 25 de julio del año siguiente (1229).

Por su parte Fray Elías imprimía enérgico impulso


a los trabajos de construcción sobre la Colina del

27
Paraíso. El arquitecto había resuelto vaciar lo que era
propiamente el sepulcro en la roca misma, y sobre él
habían de levantarse dos iglesias superpuestas: la una
de bóvedas rebajadas, la otra esbelta y más elevada. Los
tiempos posteriores vieron en la primera el símbolo de
la vida penitente y laboriosa de Francisco, y en la
segunda el de su vida transfigurada. Para principios de
1230, esto es, antes de los dos años de colocada la
primera piedra, la iglesia inferior estaba casi terminada,
y Gregorio IX, por la Bula Is qui ecclesiam, la
declaró Caput et Mater de toda la Orden, poniéndola
bajo la protección de la Santa Sede, y concediéndole
numerosos privilegios, entre otros el de poder
celebrarse en ella los oficios en tiempo de entredicho
general. Autorizado por el Soberano Pontífice el
traslado del cuerpo de San Francisco, se convocó con
este motivo el Capítulo General; pero Gregorio IX no
pudo cumplir su promesa de presidir esta solemnidad,
para cuya celebración había ya concedido nuevas

28
indulgencias. Dejó la presidencia al Ministro General,
haciéndose él representar por tres Legados que de su
parte llevaron riquísimos presentes y una suma
importante destinada a continuar las obras.

La ceremonia, fijada para la Vigilia de Pentecostés,


fue grandiosa. Más de dos mil frailes, al decir de un
cronista, estaban presentes en Asís, que se hallaba ya
repleta de gran multitud de gentes llegadas de los
alrededores. El día señalado, 25 de mayo de 1230, se
puso en marcha el cortejo. El carro triunfal, salido de
San Jorge, avanzaba lentamente por las calles estrechas
en que se amontonaba la multitud compacta de frailes y
pueblo. Todos querían ver y tocar el sarcófago de piedra
que, rodeado de su enrejado de hierro, había sido
sacado, tal cual estaba, de la iglesia de San Jorge, con el
santo cuerpo que contenía. Como siempre en
semejantes ocasiones, hubo atropellos y gritos, tanto
que el Podestá y Fray Elías hubieron de hacer intervenir

29
a la milicia comunal para que despejara las vías de
acceso a la Basílica. Las puertas de ésta se cerraron, y
la urna sepulcral donde reposaba al descubierto el
cuerpo del Santo, siempre protegida por el enrejado de
hierro, fue colocada en un pequeño nicho cuadrado,
preparado de antemano en la intersección de la nave y
el crucero, y practicado en la misma roca que forma el
suelo de la iglesia inferior. Encima se levantó un altar
provisional.

El tumulto y la precipitación entre los que se había


realizado la ceremonia, decepcionaron y dejaron
descontentos en sumo grado a los Legados y a los
religiosos. Se elevaron quejas al Soberano Pontífice,
presentándole los acontecimientos bajo los colores de
una profanación atrevida. Gregorio IX manifestó por
ello su indignación, e infligió severas penas a los frailes
y al Podestá de la ciudad (Bula Speravimus, de 16 de
junio de 1230, BF, t. I, p. 66). Pero, dadas las

30
explicaciones que redujeron el incidente a sus justas
proporciones, se concluyó el asunto.

Fray Elías no reanudó los trabajos hasta dos años


más tarde, y ya en 1236, la iglesia superior estaba casi
concluida. Sus bóvedas y muros, como los de la iglesia
inferior, se cubrieron muy pronto de frescos, en que la
pintura italiana cobró nueva vida, como augurio de la
maravillosa influencia que San Francisco iba a ejercer
en la civilización moderna (13).

NOTAS:
1) Nada de cierto se sabe acerca de la familia de Pietro
Bernardone, ni del origen provenzal y noble de Pica. El
nombre de Francisco no era desusado a fines del siglo XI.

2) Bernardo de Quintavalle es considerado como el primer


discípulo de San Francisco. San Buenaventura dice también
al hablar de él: «El primero de entre ellos fue el venerable
Bernardo, quien, hecho partícipe de la vocación divina,
mereció ser el primogénito del santo Padre tanto por la

31
prioridad del tiempo como por la prerrogativa de su
santidad» (LM 3,3). Tomás de Celano hace, sin embargo,
mención de otro discípulo anterior a Bernardo (1 Cel 24),
diciendo de este último «que fue el segundo en la Orden» (2
Cel 48).

Tomás de Celano, en sus dos leyendas, no cita sino a


Bernardo como compañero de San Francisco en el momento
de consultar el santo Evangelio. Del mismo modo San
Buenaventura (LM 3,3). Pedro, que fue el segundo discípulo
de San Francisco, ¿es el mismo Pedro de Catania, canónigo
de la Catedral de Asís, jurisconsulto distinguido y más tarde
Vicario del Santo Fundador? Así lo afirma la tradición, aunque
es una cuestión muy debatida.
3) Según las más antiguas fuentes, San Francisco fue a Roma
con once discípulos, siendo él el duodécimo.

4) Tomás de Celano nos dice (2 Cel 143) que Francisco resignó


su cargo «a pocos años de su conversión». Por otra parte, no
es posible admitir que el Santo Fundador dejase su Orden sin
dirección alguna y sin jefe en el momento en que emprendía
sus grandes peregrinaciones e iba, según creía, en busca de
la muerte. Por lo que a esta época debe remontarse la
institución del Vicario General, con carácter temporal al
menos, mientras Francisco estuviese ausente.

5) Cf. Eccleston, p. 119.- Contra lo que dice Wadingo (ad


annum 1216), este Capítulo no fue el primer Capítulo
general. No es admisible que San Francisco hubiese
comenzado los primeros ensayos de misiones en Siria y en

32
España sin haber antes reunido a sus discípulos en asambleas
generales. Tenemos otra prueba de ello en la interesante
carta que Jacobo de Vitry escribía a sus amigos en 1216.

6) Indulgencia de la Porciúncula

7) Es bastante natural que Francisco pidiese un Cardenal


como protector y defensor contra los enemigos de fuera
después del fracaso de las primeras misiones; más tarde,
después de las turbulencias interiores, a las que vamos a
asistir, volvió sin duda a Honorio III para pedirle aumentara
la autoridad del Cardenal protector, haciéndole
también corrector de la Orden.

8) Cf. Giano, Crónica.- ¿En qué fecha volvió a Italia? Sabemos


por la carta de Jacobo de Vitry, fechada en Damieta, que
Francisco asistió a la entrada solemne de los Cruzados en
Damieta (2 de febrero de 1220)

9) Giano, nº 15; 2 Cel 143. Tomás de Celano fue quien en


su Vida II hizo caer en desuso este título de Ministro
general y lo reemplazó por el inexacto de Vicario general.

10) Se puede colocar en esta época, o durante el Capítulo, la


nueva y última entrevista de Santo Domingo y de San
Francisco ante el Cardenal Hugolino.
11) Nadie niega la realidad de las llagas. No existe la
contradicción que se ha pretendido notar en los diversos
relatos de los estigmas para negar su realidad. El hecho es

33
incontestable, aunque la ciencia materialista trata de
explicarlo naturalmente.

12) Para las fiestas de la canonización compuso Gregorio IX


el himno Proles de celo, la antífona Sancte Francisce y el
responso De paupertatis horreo; el Cardenal Tomás de Capua
los himnos In coelesti collegioy Decus morum, la
antífona Sancte Pater y el responso Carnis spica; el Cardenal
Raynerio de Viterbo el himno Plaude turba paupercula y la
antífona Coelorum candor, que entraron a formar parte del
oficio litúrgico compuesto entre 1232 y 1235 por Julián de
Espira.

13) El recuerdo del tumulto que se produjo en 1230 durante


el traslado del cuerpo de San Francisco dio origen a leyendas
acreditadas hasta el siglo XIX. Se acusó a Fray Elías de haber
levantado el cuerpo de San Francisco tres días antes de la
fecha fijada, y haberlo ocultado en lugar secreto, por "temor
humano", según decían unos, y para sustraerlo a los
perusinos que ciertamente habrían intentado apoderarse de
él, según otros. Estas afirmaciones, repetidas por los
historiadores modernos, han sido refutadas por Monseñor
Faloci-Pulignani y por el Padre B. Marinangeli.

34

También podría gustarte