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REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA

MINISTERIO DEL PODER POPULAR PARA LA EDUCACIÓN


U.E. COLEGIO MARÍA INMACULADA
UPATA – ESTADO BOLÍVAR

VIDA DE SAN FRANCISCO

Sección: 2do año Autores:


Parejo, María (18)

Docente:
Hna Mariulis Greham

Upata, mayo 2021


San Francisco de Asís

(Giovanni di Pietro Bernardone; Asís, actual Italia, 1182 - id., 1226) Religioso y
místico italiano, fundador de la orden franciscana. Casi sin proponérselo lideró San
Francisco un movimiento de renovación cristiana que, centrado en el amor a Dios,
la pobreza y la alegre fraternidad, tuvo un inmenso eco entre las clases populares
e hizo de él una veneradísima personalidad en la Edad Media. La sencillez y
humildad del pobrecito de Asís, sin embargo, acabó trascendiendo su época para
erigirse en un modelo atemporal, y su figura es valorada, más allá incluso de las
propias creencias, como una de las más altas manifestaciones de la espiritualidad
cristiana.

San Francisco de Asís

Hijo de un rico mercader llamado Pietro di Bernardone, Francisco de Asís era un


joven mundano de cierto renombre en su ciudad. Había ayudado desde jovencito
a su padre en el comercio de paños y puso de manifiesto sus dotes sustanciales
de inteligencia y su afición a la elegancia y a la caballería. En 1202 fue
encarcelado a causa de su participación en un altercado entre las ciudades de
Asís y Perugia. Tras este lance, en la soledad del cautiverio y luego durante la

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convalecencia de la enfermedad que sufrió una vez vuelto a su tierra, sintió
hondamente la insatisfacción respecto al tipo de vida que llevaba y se inició su
maduración espiritual.

Del lujo a la pobreza


Poco después, en la primavera de 1206, tuvo San Francisco su primera visión. En
el pequeño templo de San Damián, medio abandonado y destruido, oyó ante una
imagen románica de Jesucristo una voz que le hablaba en el silencio de su muda y
amorosa contemplación: "Ve, Francisco, repara mi iglesia. Ya lo ves: está hecha
una ruina". El joven Francisco no vaciló: corrió a su casa paterna, tomó unos
cuantos rollos de paño del almacén y fue a venderlos a Foligno; luego entregó el
dinero así obtenido al sacerdote de San Damián para la restauración del templo.

Esta acción desató la ira de su padre; si antes había censurado en su hijo cierta
tendencia al lujo y a la pompa, Pietro di Bernardone vio ahora en aquel donativo
una ciega prodigalidad en perjuicio del patrimonio que tantos sudores le costaba.
Por ello llevó a su hijo ante el obispo de Asís a fin de que renunciara formalmente
a cualquier herencia. La respuesta de Francisco fue despojarse de sus propias
vestiduras y restituirlas a su progenitor, renunciando con ello, por amor a Dios, a
cualquier bien terrenal.

A los veinticinco años, sin más bienes que su pobreza, abandonó su ciudad natal y
se dirigió a Gubbio, donde trabajó abnegadamente en un hospital de leprosos;
luego regresó a Asís y se dedicó a restaurar con sus propios brazos, pidiendo
materiales y ayuda a los transeúntes, las iglesias de San Damián, San Pietro In
Merullo y Santa María de los Ángeles en la Porciúncula. Pese a esta actividad,
aquellos años fueron de soledad y oración; sólo aparecía ante el mundo para
mendigar con los pobres y compartir su mesa.

La llamada a la predicación

El 24 de febrero de 1209, en la pequeña iglesia de la Porciúncula y mientras


escuchaba la lectura del Evangelio, Francisco escuchó una llamada que le
indicaba que saliera al mundo a hacer el bien: el eremita se convirtió en apóstol y,
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descalzo y sin más atavío que una túnica ceñida con una cuerda, pronto atrajo a
su alrededor a toda una corona de almas activas y devotas. Las primeras (abril de
1209) fueron Bernardo de Quintavalle y Pedro Cattani, a los que se sumó, tocado
su corazón por la gracia, el sacerdote Silvestre; poco después llegó Egidio.

San Francisco de Asís predicaba la pobreza como un valor y proponía un modo de


vida sencillo basado en los ideales de los Evangelios. Hay que recordar que, en
aquella época, otros grupos que propugnaban una vuelta al cristianismo primitivo
habían sido declarados heréticos, razón por la que Francisco quiso contar con la
autorización pontificia. Hacia 1210, tras recibir a Francisco y a un grupo de once
compañeros suyos, el papa Inocencio III aprobó oralmente su modelo de vida
religiosa, le concedió permiso para predicar y lo ordenó diácono.

San Francisco de Asís (óleo de Zurbarán)

Con el tiempo, el número de sus adeptos fue aumentando y Francisco comenzó a


formar una orden religiosa, llamada actualmente franciscana o de los franciscanos,
en la que pronto se integraría San Antonio de Padua. Además, con la colaboración
de Santa Clara, fundó la rama femenina de la orden, las Damas Pobres, más
conocidas como las clarisas. Años después, en 1221, se crearía la orden tercera

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con el fin de acoger a quienes no podían abandonar sus obligaciones familiares.
Hacia 1215, la congregación franciscana se había ya extendido por Italia, Francia
y España; ese mismo año el Concilio de Letrán reconoció canónicamente la orden,
llamada entonces de los Hermanos Menores.
Por esos años trató San Francisco de llevar la evangelización más allá de las
tierras cristianas, pero diversas circunstancias frustraron sus viajes a Siria y
Marruecos; finalmente, entre 1219 y 1220, posiblemente tras un encuentro
con Santo Domingo de Guzmán, predicó en Siria y Egipto; aunque no logró su
conversión, el sultán Al-Kamil quedó tan impresionado que le permitió visitar los
Santos Lugares.
Últimos años
A su regreso, a petición del papa Honorio III, compiló por escrito la regla
franciscana, de la que redactó dos versiones (una en 1221 y otra más
esquemática en 1223, aprobada ese mismo año por el papa) y entregó la dirección
de la comunidad a Pedro Cattani. La dirección de la orden franciscana no tardó en
pasar a los miembros más prácticos, como el cardenal Ugolino (el futuro papa
Gregorio IX) y el hermano Elías, y San Francisco pudo dedicarse por entero a la
vida contemplativa.

Durante este retiro, San Francisco de Asís recibió los estigmas (las heridas de
Cristo en su propio cuerpo); según testimonio del mismo santo, ello ocurrió en
septiembre de 1224, tras un largo periodo de ayuno y oración, en un peñasco
junto a los ríos Tíber y Arno. Aquejado de ceguera y fuertes padecimientos, pasó
sus dos últimos años en Asís, rodeado del fervor de sus seguidores.

Sus sufrimientos no afectaron su profundo amor a Dios y a la Creación:


precisamente entonces, hacia 1225, compuso el maravilloso poema Cántico de las
criaturas o Cántico del hermano sol, que influyó en buena parte de la poesía
ascética y mística española posterior (Fray Luis de León, Santa Teresa de
Jesús y San Juan de la Cruz). San Francisco de Asís falleció el 3 de octubre de
1226. En 1228, apenas dos años después, fue canonizado por el papa Gregorio

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IX, que colocó la primera piedra de la iglesia de Asís dedicada al santo. La
festividad de San Francisco de Asís se celebra el 4 de octubre.
Obras de San Francisco de Asís

Privadas de datos cronológicos, las obras de San Francisco de Asís documentan,


no la vida del santo, sino el espíritu y el ideal franciscanos. Gran parte de estos
escritos se ha perdido, entre ellos muchas epístolas y la primera de las tres reglas
de la orden franciscana (compuesta en 1209 o 1210), que recibió la aprobación
oral de Inocencio III.

Sí que se conserva la llamada Regla I (en realidad segunda), compuesta en 1221


con la colaboración, por lo que hace referencia a los textos bíblicos, de Fray
Cesario de Spira. Esta regla (llamada no sellada porque no fue aprobada con el
sello papal) consta de veintitrés capítulos, de los cuales el último es una plegaria
de acción de gracias y de súplica al Señor, y reúne las normas, amonestaciones y
exhortaciones que San Francisco dirigía a sus cofrades, las más veces en ocasión
de los capítulos de la orden.

San Francisco de Asís (óleo de Cigoli)

La Regla II, en realidad tercera (y llamada sellada, puesto que recibió la


aprobación pontificia el 29 de noviembre de 1223), consta de sólo doce capítulos y

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no es más que una repetición más concisa y ordenada de la precedente, respecto
a la cual no presenta (como algunos investigadores han querido afirmar)
novedades sustanciales. Es la que continúa en vigor en la orden franciscana. En
el Testamento, escrito en vísperas de su muerte e impuesto como parte integrante
de la regla, San Francisco lega a sus compañeros de orden, como el mayor tesoro
espiritual, a madonna Pobreza.

En la primera edición completa de las obras de San Francisco de Asís (la de


Wadding), fueron diecisiete las epístolas reputadas auténticas, pero su número se
vio muy disminuido en las ediciones críticas posteriores. La exhortación a la
penitencia y a la virtud, la importancia de la pobreza y del amor a Dios y los
preceptos de la orden son algunos de los temas recurrentes de su epistolario. Se
conservan asimismo unas pocas poesías religiosas en latín.

Otras obras destacadas son las Admonitiones, que contienen indicaciones de San


Francisco para la recta interpretación de la regla, y De religiosa habitatione in
eremo, dirigida a los frailes deseosos de llevar una vida eremítica.
Las Admonitiones muestran sus ideas morales en advertencias prácticas dadas a
sus hermanos, fruto de un continuo análisis de la propia vida interior. Fundada
en los evangelios y las Epístolas de San Pablo, esta moral se halla centrada por
completo en el primer precepto, el del amor a Dios por sí mismo y como único
bien, del que todos los demás proceden y que se sitúa por encima de todas las
cosas: quien ama al Señor de esta forma lo posee ya interiormente en la medida
en que comprende que, sin Él, la razón de nuestra vida se hundiría en las tinieblas
y la nada.
El Cántico de las criaturas
A estas obras, todas ellas de alta significación espiritual, debe sumarse una que
reviste además una gran importancia literaria: el Cántico de las criaturas (llamado
también Laudes creaturarum o Cántico del hermano Sol), redactado
probablemente un año antes de su muerte. Según refiere la leyenda, la escritura
de este poema fue un don y el remedio para su avanzada ceguera. Se trata de
una plegaria a Dios, escrita en dialecto umbrío y compuesta de 33 versos que no

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tienen un metro regular. La rima repite el mismo modelo estilístico de la prosa
latina medieval y de la poesía bíblica, sobre todo el del Cantar de los cantares.
La plegaria, cuyo ritmo lento recuerda los rezos matutinos, es de una
extraordinaria belleza. Comienza elogiando la grandeza de Dios y continúa con la
belleza y la bondad del sol y los astros, a los que alaba como hermanos; para la
humildad del hombre reclama el perdón y la dignidad de la muerte. La maestría
poética con que quedó expresado en esta composición el ideal franciscano tuvo
importantes consecuencias literarias y religiosas. No hay que olvidar que su
movimiento espiritual estaba formado en su mayor parte por gente del pueblo que
utilizaba la lengua vulgar; los cantos de esta multitud de seguidores que recorrían
campos y villas se llamaron laudes, y luego fueron recogidos en los laudarios o
libros de rezos de las cofradías de devotos. La influencia del poema de San
Francisco y de su literatura derivada se haría visible en la poesía ascética y
mística del Renacimiento.
Oración por las vocaciones
 Da a los jóvenes, hombres y mujeres, la gracia de responder prontamente a
la llamada. Apoya a tus obispos, sacerdotes y a los consagrados en su
trabajo apostólico.
 Concede perseverancia a nuestros seminaristas y a todos aquellos que
llevan hacia adelante los ideales de una vida totalmente consagrada a Tu
servicio.
 Despierta en nuestra comunidad un entusiasmo misionero. Señor, ENVÍA
TRABAJADORES A TU COSECHA y no permitas que la humanidad se
pierda por escasez de pastores, misioneros y gente dedicada a la causa de
Tu Evangelio.
 Virgen María, Madre de la Iglesia, modelo de toda vocación, ayúdanos a
decir Sí, al Señor que nos llama a cooperar en el plan divino de salvación.
 Oh Jesús danos sacerdotes y religiosos según tu corazón.

Amén.

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