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28/1/2018 “La Honradez, Una Brújula De La Moral” - James E.

Faust

“La Honradez, Una Brújula De La Moral”


Octubre 1996 Conferencia general
James E. Faust

“La honradez es mucho mas que no mentir. Signi ca decir la verdad, vivir la verdad y
amar la verdad.”

Mis queridos hermanos, es un gran privilegio para todos nosotros en tantos países poder
congregarnos en esta gran reunión del sacerdocio de la Iglesia. Estamos agradecidos porque
nuestro amado Profeta y líder, el presidente Gordon B. Hinckley, esta aquí presente. Nos
regocijamos porque desde que el presidente Hinckley fue llamado a ser el Presidente de la Iglesia
ha podido reunirse con muchos miembros de la Iglesia en numerosos países y bendecirlos en
abundancia. Mucho agradecemos su inspirada dirección. No tengo palabras para expresarles lo
humilde que me siento al trabajar con el presidente Hinckley, con el presidente Monson, con los
miembros del Quórum de los Doce y con las demás Autoridades Generales de la Iglesia. Tengo el
mas profundo respeto y aprecio por cada uno de ellos.

Hermanos, todos debemos estar preocupados acerca de la sociedad en que vivimos, una sociedad
que podría considerarse como un Armagedón moral. Me preocupa el efecto que puede tener
sobre nosotros, que somos los poseedores del sacerdocio de Dios. Hay tanta gente en el mundo
que parece no distinguir el bien del mal o no importarle lo que es bueno o malo. Todos conocemos
el decimotercer Artículo de Fe, el cual deseo destacar: “Creemos en ser honrados, verídicos, castos,
benevolentes, virtuosos y en hacer el bien a todos los hombres; en verdad, podemos decir que
seguimos la admonición de Pablo: Todo lo creemos, todo lo esperamos; hemos sufrido muchas
cosas, y esperamos poder sufrir todas las cosas. Si hay algo virtuoso, o bello, o de buena
reputación, o digno de alabanza, a esto aspiramos”.

Es necesario que todos sepamos lo que signi ca ser honrados. La honradez es mucho mas que no
mentir. Signi ca decir la verdad, hablar la verdad, vivir la verdad y amar la verdad. John, un niño
suizo de 9 años que formaba parte de una de las compañías de carros de mano, es un verdadero
ejemplo de honradez. Su padre había puesto en el carro de mano cierta cantidad de carne de
bisonte y dijo que había que guardarla para la cena del domingo. John expresó: “Mientras empujaba
el carro de mano, tenía tanta hambre y aquella carne olía tan bien que no pude resistir mas. Yo
llevaba una pequeña navaja de bolsillo … y aunque sólo podía esperar que mi padre me castigara
con severidad cuando se enterara, todos los días cortaba pequeños trozos de ella. Los masticaba
durante tanto tiempo que se iban poniendo de color blanco hasta no llegar a tener gusto alguno.
Cuando mi padre fue a buscar la carne, me preguntó si yo habla estado cortando algo de ella. Yo le
respondí que sí, que había tenido tanta hambre que no pude resistir la tentación. En lugar de
regañarme o castigarme, mi padre se alejó con lágrimas en sus ojos”’.

Deseo hablarles con franqueza acerca de la honradez. La honradez es una brújula de la moral para
guiarnos en la vida. Ustedes, los jóvenes, se hallan bajo una gran presión para aprender acerca de
la tecnología que tan rápidamente se esta expandiendo en el mundo. Sin embargo, esa formidable
exigencia de sobresalir en el conocimiento intelectual suele desorientar a la gente en cuanto a lo
que es mas importante: la honradez y la integridad.

Hacer trampas en la escuela es una manera de engañarse a s mismo. A la escuela vamos para
aprender y nos engañamos a nosotros mismos cuando nos aprovechamos de los esfuerzos y de los
conocimientos de los demás.

Una amiga relató esta experiencia que tuvo su esposo cuando el estudiaba medicina. “Estudiar en
la facultad de medicina”, dijo, “es algo muy competitivo y el deseo de sobresalir y de tener éxito

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ejerce mucha presión sobre los alumnos del primer año. Mi esposo habla tenido que estudiar
mucho para su primer examen. En la facultad se debía observar el código de honor. El profesor,
después de distribuir el examen, salió del aula. Casi al instante, algunos alumnos comenzaron a
sacar de entre sus papeles o de sus bolsillos los proverbiales papelitos para hacer trampa. Mi
esposo dice que recuerda con cuanta intensidad le comenzó a latir el corazón al pensar en lo difícil
que es competir con tramposos. En aquel momento, un alumno alto y delgado se puso de pie y
dijo: ‘Yo he salido de mi pueblo natal, he puesto a mi esposa y a mis tres hijos pequeños en un
apartamento y he trabajado arduamente para poder entrar en la facultad de medicina. Y por
seguro que voy a delatar al primero de ustedes que haga trampas en este examen. ¡Y mas vale que
me crean!1, y realmente le creyeron. Varios se sonrojaron y los papeles que algunos se hablan
sacado del bolsillo comenzaron a desaparecer tan rápidamente como hablan aparecido. Aquel
joven alumno sentó un singular precedente para la clase, la cual, con el tiempo, llegó a ser la clase
que se graduó con el mayor numero de médicos en la historia de esa facultad”2.

Aquel joven y delgado estudiante de medicina que así desafío a los tramposos se llama J. Ballard
Washburn, quien llegó a ser un respetado facultativo y recibió, años después, un reconocimiento
especial de la Asociación Médica de Utah debido a su destacado servicio profesional. También sirvió
después como Autoridad General de la Iglesia y actualmente es el Presidente del Templo de Las
Vegas.

En verdad, sólo competimos contra nosotros mismos. Otros podrán desa arnos y motivarnos, pero
es cada uno de nosotros quien debe escudriñar su propia alma para extraer de ella la inteligencia y
las aptitudes que Dios nos ha dado. Y no podemos hacer esto mientras nos supeditemos a los
esfuerzos de otras personas.

La honradez es un principio y nuestra es la obligación moral de determinar cómo aplicaremos ese


principio. Tenemos el albedrío para tomar decisiones, pero nalmente seremos hechos
responsables por cada una de las decisiones que tomemos. Podremos engañar a los otros, pero
hay Uno a quien jamas podremos engañar. En el Libro de Mormón leemos lo siguiente: “El guardián
de la puerta es el Santo de Israel; y allí; el no emplea ningún sirviente, y no hay otra entrada sino
por la puerta; porque el no puede ser engañado, pues su nombre es el Señor Dios”3.

En 1942, durante la guerra, me alisté en el Cuerpo Aéreo del Ejército de los Estados Unidos. Una
fría noche tuve que montar guardia en la base militar “Chanute Field” de Illinois. Mientras recorría el
lugar de mi ronda, estuve pensando y meditando durante todas esas atroces horas. Hacia al
amanecer del nuevo día. había tomado algunas rmes decisiones.

Estaba comprometido para casarme y sabia que con lo que me pagaban como soldado raso no
podría mantener a mi esposa. Un par de días después, presente mi solicitud para la Escuela de
O ciales y un poco mas tarde me llamaron a comparecer ante la comisión investigadora. Mis títulos
eran pocos, pero había cursado dos años en la escuela superior y acababa de regresar de mi
misión en America del Sur.

Las preguntas que me formularon los o ciales de la comisión tomaron un giro sorprendente, pues
casi todas tenían que ver con mis creencias. “¿Fuma usted?” “¿Bebe alcohol?” “¿Que piensa en
cuanto a otras personas que fuman y beben?” Yo no tuve problemas para contestar esas
preguntas.

“¿Ora usted?” “¿Cree usted que un o cial debe orar?” Esto me lo preguntaba un aguerrido militar de
carrera. No aparentaba ser uno que oraba con frecuencia. Pensé un instante. ¿Se ofendería, quizás,
si yo le respondiera lo que yo creía? Yo anhelaba ser o cial para no tener que hacer guardia
nocturna, ni trabajar en la cocina ni limpiar los baños, pero principalmente, para que mi novia y yo
pudiéramos afrontar la vida de casados.

Decidí no mentir. Les dije que yo oraba y que creía que un o cial podría procurar la ayuda divina tal
como algunos generales notables lo habían hecho. También les dije que yo pensaba que un o cial
tendría que estar preparado para guiar a sus hombres en toda actividad apropiada, según la
ocasión lo requiera, incluso en la oración.

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Entonces me hicieron otras preguntas mas interesantes: “En épocas de guerra, ¿no deberíamos
disminuir un tanto el código de la moral? ¿No justi carían las exigencias de las batallas que los
hombres hicieran cosas que no harían en su hogar ante circunstancias normales?”

En aquel momento pensé que quizás me convendría ganar algunos puntos si me mostraba liberal.
Me parecía que esas preguntas provenían de hombres que no vivían de conformidad con las
normas que se me habían enseñado. Pensé por un instante que podría quizás decirles que yo tenía
mis propias creencias, pero que no quería imponérselas a los otros. Sin embargo, me pareció ver
en mi mente los rostros de las muchas personas a las que, como misionero, yo les había enseñado
la ley de castidad, así que simplemente les conteste que no creía que hubiera mas de una norma
de moralidad.

Salí del interrogatorio pensando que a aquellos toscos o ciales no les habían agradado mis
respuestas y que con seguridad me cali carían en forma insu ciente. Pocos días después, cuando
se publicaron los resultados, quede gratamente sorprendido. Me habían clasi cado en el primer
grupo de candidatos para la Escuela de O ciales. Luego me gradué, pase a ser teniente segundo,
me case con mi novia y “vivimos felices para siempre”.

Esa fue una de las encrucijadas de mi existencia. No todas mis experiencias resultaron ser como
esa o como yo quería, pero siempre han fortalecido mi fe.

El robo es algo muy común en todo el mundo. Muchos piensan: “¿Que podría sacar sin que se
dieran cuenta?”, o “¡Esta bien hacerlo si no me descubren!” El robo tiene varios matices: el
escamoteo en las tiendas, el hurto de automóviles, de radios, de estereos, de reproductores de
discos compactos, de juegos de video y de diversos objetos que pertenecen a otras personas.
También es robo aprovecharse indebidamente de las horas de trabajo y apropiarse del dinero y de
la mercadería del empleador; así como el robarle al gobierno al hacer mal uso del dinero que dan
los pagadores de impuestos o falsi car información en nuestra declaración del impuesto sobre la
renta y pedir prestamos sin intención de devolverlos. Nadie ha obtenido bene cios de verdadero
valor mediante el robo. En su obra Otelo, Shakespeare hace que Yago nos enseñe una buena
lección:

Quien me roba la bolsa, me roba una porquería,


una insigni cancia, nada; fue mía,
es de el y había sido esclava de otros mil;
pero el que me hurta mi buen nombre,
me arrebata una cosa que no le enriquece
y me deja pobre de verdad.4

El robo de cualquier cosa es indigno de un poseedor del sacerdocio.

No existe deshonestidad moral que armonice con el ejercicio del sacerdocio de Dios. En realidad, el
sacerdocio puede ejercerse solamente conforme a los principios de la rectitud(5).

Cuando se ejerce “en cualquier grado de injusticia”, el Espíritu se apartó. No puede ser de otra
manera. La persona que es deshonesta sólo se hace trampa a si misma.

Hay diferentes niveles de decir la verdad. Cuando decimos una mentirilla inocente, gradualmente
podemos habituarnos a mentir. Guardar silencio es mejor que engañar. El grado en el que decimos
la verdad y nada mas que la verdad depende de nuestra conciencia. David Casstevens, del Dallas
Morning News, contó una historia acerca de Frank Szymanski, jugador del equipo de Notre Dame,
quien, en la década de 1940, debió comparecer como testigo en un juicio civil en South Bend,
Indiana.

“¿Juega usted en el equipo de Notre Dame este año?”, le preguntó el juez.

“Sí, su Señoría”, respondió el jugador.

“¿En que posición?”, inquiririó el juez.

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“Soy centro, su Señoría”, contestó el jugador.

“¿Cuan bueno es usted como centro?”, preguntó el juez.

Szymanski se movió un tanto nervioso en su asiento, pero contestó: “Señor, yo soy el mejor centro
que Notre Dame haya tenido jamas”.

Su entrenador, Frank Leahy, que se hallaba en la sala, quedó sorprendido. Szymanski siempre había
sido modesto y reservado en cuanto a sus aptitudes. Por lo tanto, cuando terminó el proceso, le
preguntó cómo era que había hecho tal declaración. Szymanski se sonrojó y le dijo: “Aborrece tener
que hacerlo, pero había jurado decir la verdad”.

El verano recién pasado se efectuaron los Juegos Olímpicos en Atlanta, estado de Georgia. Muchos
de los atletas se entrenaron la mayor parte de su vida para competir. Una centésima de segundo
fue su ciente para determinar quien obtendría una medalla de oro, de plata o de bronce, como así
también la posibilidad de ganar verdaderas fortunas en contratos de publicidad comercial.

Se sabe que algunos atletas han hecho trampas al ingerir o inyectarse en el cuerpo substancias
químicas ilegales, con el n de mejorar temporariamente su rendimiento físico. Ya sea en los
deportes o en el juego de la vida, es necesario que practiquemos la honradez con nuestro propio
esfuerzo y no con ventajas falsas.

Me gustaría relatarles la historia de un magni co atleta, un jovencito de sublime carácter. Nunca


participó en las Olimpiadas, pero su estatura es comparable a la de cualquier campeón olímpico
porque fue honesto consigo mismo y con su Dios.

El caso fue relatado de esta manera por el entrenador de enseñanza media; el escribe:

“Hoy efectuamos la prueba de trepar la cuerda. Desde una plataforma trepamos por la cuerda
hasta una altura de 5 metros. Mi tarea consiste en entrenar a los jóvenes para que lo hagan en el
menor numero de segundos que puedan.

“El récord de la escuela era de 2,1 segundos y se ha mantenido desde hace tres años. Hoy, alguien
batió ese récord …

“Durante tres años, Bobby Polacio, un alumno de 14 años de edad, practicó y se esforzó pensando
en su sueno de batir el récord.

“En la primera de tres tentativas, Bobby logró igualarlo al escalar la cuerda en 2,1 segundos. En la
segunda prueba lo hizo exactarmente en 2,0. ¡Fue todo un récord! Pero cuando descendió y todos
sus compañeros me rodearon para veri car lo sucedido con el reloj, algo me dijo que debía hacerle
una pregunta a Bobby. Algo en mi mente me hizo dudar de si el realmente había tocado la marca al
tope de la cuerda. Si no lo había hecho, la diferencia era tan mínima que sólo Bobby conocía la
verdad.

“Al acercarse a mi sin expresión alguna en su rostro, le pregunte: ‘Bobby, ¿tocaste la marca?’ Si su
respuesta hubiese sido a rmativa, el récord con el que tanto había sonado desde que era un
delgado jovencito del séptimo grado y por el que había trabajado casi todos los días, era suyo.
Además, el sabia que yo con aría en su palabra.

“Mientras sus compañeros celebraban su victoria, aquel humilde jovencito de tez morena sacudió
negativamente la cabeza. Y en ese simple gesto suyo, presencie un momento de nobleza …

“… Con un nudo de emoción en la garganta, le dije a la clase: ‘Este joven no ha batido el récord de
trepar la cuerda todavía, pero ha establecido uno mas grande aun que espero que todos ustedes
se esfuercen por emular. El ha dicho la verdad’.

“Dirigiéndome al joven, le dije: ‘Bobby, estoy orgulloso de ti, porque has establecido un récord que
muchos atletas nunca alcanzan. Ahora, en tu ultima tentativa, quiero que saltes un poco mas alto
cuando hagas el salto inicial …’

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“Después de que los otros jovencitos terminaron su participación y, mientras Bobby se preparaba …
para trepar, una extraña calma cubrió el gimnasio. Cincuenta jóvenes y un entrenador observaron
emocionados a Bobby Polacio que trepó la cuerda en 0l,9 segundos!

Eso fue el récord de la escuela, el de la ciudad y quizás aun del país, de un joven alumno escolar.

“Cuando sonó la campana y salí de allí… pensé: ‘Bobby … a los 14 años de edad, eres un hombre
mejor que yo. Gracias por haberte elevado hoy tan, tan alto”7.

Cada uno de nosotros puede “elevarse” al honrar toda expresión de la verdad. Tal como ha dicho el
presidente Gordon B. Hinckley: “Enséñese la verdad por medio del ejemplo y del precepto: que
robar es malo, que hacer trampas es incorrecto, que mentir es una deshonra para el que lo haga”8.

Poseer y ejercer el sacerdocio de Dios es una bendición maravillosa. Tenemos el privilegio de


participar en la difusión sin precedentes de esta obra sagrada. Estamos viendo el extraordinario
progreso de la Iglesia en países donde ni siquiera imaginábamos que seria posible entrar.
Hermanos, se que el Señor continuara bendiciéndonos si seguimos siendo honrados, eles y leales
a nosotros mismos y a esta gran causa. El progreso de esta obra es un testimonio de su verdad;
aun así, cada uno de nosotros puede obtener su propio testimonio personal por medio del don del
Espíritu. Yo poseo ese testimonio, el cual inunda lo mas profundo de mi alma. Que el Señor nos
bendiga al proseguir en esta sagrada causa, ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.

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