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Contenido

Créditos
Epígrafe y dedicatoria
Prefacio
Advertencia
I. Introducción
a. ¿Por qué este libro?
b. ¿Por qué un sacerdote?
II. ¿En qué ambiente nos encontramos?
a. Una cultura hedonista
b. Bombardeados incesantemente por mensajes sensuales,
eróticos y egoístas
c. La mujer como objeto de placer
d. Amor sin compromiso
e. Relaciones sexuales, ¿una necesidad?
f. La presión social
g. El gran negocio del sexo
h. Una nueva educación sexual perversa y pervertidora
Conclusión
III. Hechos para amar y ser amados
IV. ¿Qué es la castidad?
V. ¿Por qué es importante vivir la castidad?
VI. ¿Es posible vivir la castidad?
VII. ¿Cómo vivir la castidad?
1. Cuida tu mirada
2. ¿Qué escuchas?
3. Lo que tocas…
4. El autoerotismo o masturbación
5. ¿Qué pensamientos te permites?
6. ¿Qué ves en las redes sociales?
7. ¿Cómo son tus conversaciones por chat?
8. ¿A qué fiestas o discotecas asistes?
9. Lugares a los que no debes ir
10. ¿Cómo llevas la relación con tu enamorada?
11. ¿Qué pasa si mi enamorada quiere saber si ya he tenido
experiencias sexuales?
12. ¿Hasta dónde puedo llegar con mi enamorada?
13. ¿A qué lugares la llevo?
14. ¿Qué hay del sexo oral?
15. ¿Qué y cuánto tomas?
16. ¿Quiénes son mis amigos?
17. ¿Viajes con la enamorada?
18. ¿Robando besos?
19. ¿Y qué hay de los “besos apasionados”?
20. ¿Y los besos y “caricias” en las partes íntimas?
Para terminar
La Opción V
P. Jürgen Daum
Sexualidad y castidad
Para jóvenes que quieren ser hombres de verdad
2da. edición impresa: FAM, febrero del 2019
2da. edición electrónica: abril del 2019

ISBN (edición impresa) 978- 612-47536-6-4

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Carátula: Jorge Sarmiento

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las
sanciones establecidas por las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio
o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático.
«A ustedes, jóvenes, les digo: No tengan miedo de ir a contracorriente,
cuando nos quieren robar la esperanza, cuando nos proponen estos valores
que están pervertidos, valores como el alimento en mal estado, y cuando el
alimento está en mal estado, nos hace mal. Estos valores nos hacen mal.
¡Debemos ir a contracorriente! Y ustedes, jóvenes, son los primeros: vayan
a contracorriente y tengan este orgullo de ir precisamente a
contracorriente. ¡Adelante, sean valientes y vayan a contracorriente! ¡Y
estén orgullosos de hacerlo!».
Papa Francisco (23/6/2013)

«La juventud no ha sido hecha para el placer, sino para el heroísmo».


Paul Claudel

Quiero agradecer ante todo a Dios,


quien me ha encomendado esta hermosa misión.
Quiero agradecer también a todas aquellas personas
—cuyos nombres guardo en mi corazón— que con
su aporte y aliento han hecho posible esta publicación.
Prefacio
El 31 de enero de 2012 una nueva y apasionante aventura abría sus
horizontes ante mí. ¿Qué pasó aquel día memorable? Di una charla que
provocó una inesperada reacción y conmoción. ¿El tema? «Pureza y
sexualidad», dirigido a jóvenes. Honestamente yo pensaba que sería “una
conferencia más”, pero no fue así. Aquella primera charla, a la que
asistieron unas trescientas mujeres jóvenes, fue como la explosión que echó
a andar un motor, fue el inicio de una misión que jamás imaginé: promover
entre los jóvenes «el aprecio de la virtud de la castidad»1 como camino
exigente y necesario para alcanzar el amor verdadero en sus vidas.
Nunca olvidaré la reacción de algunas de aquellas jóvenes. De entre las que
se acercaron al final para agradecerme, una me dijo: «Padre, me ha
cambiado usted la perspectiva de la vida»; otra me preguntaba: «Yo ya no
soy virgen, ¿cómo puedo hacer para recuperar la pureza?». Ambas tenían
dieciocho años. Pero lo que más me impactó fue el testimonio de una madre
que llevó a su hija de doce. Me decía que su hija al principio no quería ir —
habría pensado que sería muy aburrido escuchar a un cura hablar de esos
temas—, pero que la convenció diciéndole: «Vamos veinte minutos, y si te
aburres, nos salimos». Esa misma noche me escribía aquella mamá
diciéndome: «Padre, no sabe, mi hija se quedó la hora y media que habló
usted y al final me dijo: “Mamá, ¡tenemos que volver de todas maneras la
próxima semana!”», es decir, a la segunda parte de la charla. La siguiente
semana ella estaba sentada muy atenta, en primera fila. Pocos días después
me escribió una sencilla carta que aquí copio:
«Las dos charlas me parecieron bonitas y me entretuve mucho. Creo que me servirán para en
un futuro poder decidir bien las cosas antes de hacerlas. El tema fue bastante interesante,
aunque al principio no quería ir porque no sabía cómo iban a ser. Me gustó también que se
dijeran las cosas directas y claras. Además, me pareció que el lenguaje que usó fue bueno
porque usó palabras que nosotros los chicos entendemos, y por eso el mensaje de toda la
charla se nos hacía más claro. Finalmente, la charla me dejó varias cosas para reflexionar».

El 2 de febrero empezó el curso para los jóvenes hombres. El impacto fue


semejante. Uno me decía: «¡Al fin alguien habla de estos temas!». Otro me
confesó: «Yo vine a insistencia de mi amigo. A la entrada me compré una
Coca Cola porque pensaba: “A los diez minutos seguro que me quedo
dormido. ¿Qué me va a decir un cura si yo ya lo sé todo sobre sexo?”. ¡Pero
a los diez minutos estaba sentado al filo de la silla escuchando lo que
decía!». Asimismo, un hermano de comunidad me pedía con insistencia que
fuese a Guayaquil, Ecuador, para dar estas charlas por allá. Estos y otros
comentarios me dieron la sensación de que había “despertado un
monstruo”, y de que, habiendo tanta necesidad y pudiendo tocar los
corazones de los adolescentes y de los no tan adolescentes con sólo ser
claro y presentar una visión positiva de la castidad, sencillamente no podía
dejar de hablar.
Así, aquel 31 de enero marcó el inicio de una gran aventura en mi vida, la
aventura de luchar con y por los jóvenes que en busca del amor verdadero
están dispuestos a ir a contracorriente y deciden asumir la castidad como un
estilo de vida. Considero que en esta etapa de mi vida ésta es una hermosa
misión que Dios me confía, y me compromete con todos los jóvenes que
libremente asumen esta opción en sus vidas y deciden luchar para amar y
ser amados de verdad.
¿Qué dije en aquellas pláticas que despertó tanto interés y el deseo en
muchos de ir a contracorriente? Eso es lo que esencialmente encontrarás en
las páginas de este libro. Esencialmente, digo, porque se trata de un
desarrollo en base a esas pláticas.
Espero que también a ti la lectura de estas páginas te aliente a ir a
contracorriente y perseverar heroicamente en la lucha por encontrar el amor
verdadero en tu vida.
Con mi bendición,
P. Jürgen Daum
Lima, 25 de julio de 2013
Fiesta de Santiago Apóstol

1
Esta tarea está en total sintonía y responde a la exhortación hecha por el entonces Papa Benedicto
XVI a un grupo de obispos norteamericanos: «Hay una necesidad urgente de que toda la comunidad
cristiana recupere el aprecio de la virtud de la castidad» (9/3/2012).
Advertencia
Siempre empiezo mis charlas advirtiendo que voy a hablar abiertamente y
que, por lo tanto, algunas cosas que diga pueden ser fuertes o chocantes
para algunos. En esto me adhiero a lo que decía hace ya décadas un famoso
apologeta cristiano, el mismo autor de Las crónicas de Narnia:
«Las perversiones del instinto sexual son numerosas, difíciles de curar y terribles. Siento
tener que entrar en todos estos detalles, pero debo hacerlo. La razón por la que debo hacerlo
es que ustedes o yo, a lo largo de los últimos veinte años, hemos sido permanentemente
alimentados de rotundas mentiras acerca del sexo»1.

Si digo cosas fuertes y claras, a veces a riesgo de escandalizar a algunas


personas, es porque debo hablar de lo que ven y escuchan no sólo los
adultos y jóvenes, sino también los niños todo el tiempo. Como me decía
una persona con criterio y preocupada por la formación de los jóvenes en un
colegio, uno no puede dejar de hablarles del alcohol o de las drogas y de
mostrarles el efecto dañino que éstos tienen por temor a despertar en alguno
la curiosidad. Por otro lado, ¿no presentan ahora obligatoriamente las
cajetillas de cigarrillos imágenes fuertes de los efectos terribles que causan
para advertir y tratar de disuadir a las personas de fumar? Hablar con
claridad es necesario, pues todos estamos expuestos a una serie de mentiras,
ilusiones y “dogmas” sobre el sexo que es necesario encarar y desmontar
para que no sigan haciendo tanto daño, para que no sigan destrozando vidas,
corazones, almas.
Por la manera abierta en la que suelo hablar, una vez me hicieron llegar esta
inquietud: «¿No es mejor ser reservados y prudentes ante este tema que en
los jóvenes sobre todo despierta mucho interés?». Atendiendo a esta
razonable inquietud, pedí a una psicóloga que escuchase las charlas que di
en un colegio a chicos y chicas cuyas edades variaban entre los trece y los
dieciocho años, para que luego me diese su opinión profesional. En su
primer comentario me dijo:
«Educar en sexualidad sigue siendo un campo minado por el que tienen que caminar con
cuidado quienes intervienen en este tema y se comprometen a hacer algo que muchas veces
otros adultos evitan o delegan. Es irresponsable permitir que nuestros jóvenes se autoeduquen
con información distorsionada que reciben de una poderosa industria que bombardea con
mensajes hipersexualizados a niños y adolescentes. No se puede educar en sexualidad con
reservas ni prejuicios; ser reservados en este tema es irresponsable».
También un padre de familia ofreció una opinión que recojo aquí:
«Es cierto que para alguien inocente esto puede ser un despertar a algo nuevo, pero qué
bueno si lo descubre en una página como ésta (La Opción V) donde puede encontrar “una
opción diferente” a lo que se escucha y vive en los medios de comunicación social. Yo soy de
una localidad pequeña y puedo decirle que por esa inocencia que había —y digo “había”,
porque los medios de comunicación como la televisión y el cine se han encargado de
destruirla—, en la actualidad se está dando una vivencia de las relaciones sexogenitales a
edades cada vez más tempranas. Por eso creo que sí debemos hablar de sexualidad, con
intención de educar en lo que es la verdadera sexualidad, su trascendencia y la importancia de
vivir la castidad antes del matrimonio y dentro de éste».

Claro que debemos ser prudentes, aprender a moderar el discurso y eliminar


lo que es innecesario decir para alcanzar el fin de educar, pero tampoco hay
que tener miedo de decir las cosas claras cuando todos nosotros seguimos
siendo bombardeados día a día por los medios de comunicación y la
publicidad que no tienen ningún tipo de pudor o restricción moral, sino que
más bien se esfuerzan en presentar cosas cada vez más escandalosas,
degradantes o pervertidas con el fin de aumentar el rating y las ventas.
Finalmente, pido disculpas si he escandalizado a alguien con algo que haya
podido decir, y quiero dejar en claro que mi intención es observar y
evidenciar una realidad, emitir un juicio sobre ella desde una perspectiva
humana y cristiana, así como ofrecer por último una opción para los jóvenes
que quieran libremente asumir el reto de ir a contracorriente. El criterio, la
responsabilidad y la decisión de leer o no este libro, o de dárselo a alguien,
dependen de cada cual.

1
C.S. Lewis, Mero Cristianismo, Rialp, Madrid 62009, p. 112.
I. Introducción
a. ¿Por qué este libro?
Mi objetivo a través de este libro es ayudarte a encontrar el amor verdadero,
ese amor que anhela todo ser humano, ese amor que todo joven quiere
descubrir y vivir intensamente y para siempre.
¿Existe? ¿Es posible encontrarlo?
Quiero decirte desde el inicio que yo creo firmemente que ese amor sí
existe, que me he encontrado con Él, que tú estás hecho para el amor y que
sí es posible conquistarlo.
Sí, yo creo en el Amor, que venimos del Amor, que vamos al Amor, y que
toda nuestra existencia es un llamado a la felicidad en la participación del
Amor. Creo, además, que el amor es eterno y no sólo cosa de “sentimientos
de momento”. Yo no creo en un amor que “cambia”. El amor es para
siempre, y si “cambia”, no es amor. Cuando es amor, dura para siempre, no
se altera, no depende de los años, ni de los sentimientos o de las emociones
pasajeras. Al contrario, cuando es amor, crece, madura, se hace más
profundo, más fuerte y sólido, es fiel y fecundo. El amor «dura para
siempre» (1Cor 13,6).
Ya creer y afirmar esto hoy en día es ir totalmente a contracorriente.
Muchos han dejado de creer en el amor eterno. Muchos, decepcionados en
su propia búsqueda, quieren hacernos creer que el amor eterno no existe,
que es irreal, y que “dura aproximadamente tres meses”. Mientras los
enamorados se siguen jurando amor eterno y afirman que su amor es para
siempre, la experiencia parecería demostrar que tan sólo son ilusiones de
adolescentes. Opino que si la sociedad proclama que el amor eterno no
existe, es porque se ha separado y rechaza sistemáticamente la fuente única
de ese amor verdadero, de ese amor eterno, que es Dios. Sí, yo creo en el
amor eterno y yo creo que ese amor existe, porque creo en Dios y porque
creo que «Dios es Amor» (Jn 4,8.16).
En este sentido, con el Papa San Juan Pablo II profeso que
«el ser humano no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible,
su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no
lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente. Por esto precisamente,
Cristo Redentor… revela plenamente el hombre al mismo hombre»1.
Ahora bien, es evidente que una sociedad que se aleja de Dios y con ello se
cierra a la fuente de amor que es Él, tarde o temprano se seca y se convierte
en un desierto en el que las personas andan buscando saciar su sed de amor
de cualquier forma, en cualquier charco, llenándose la boca de arena en
cualquier espejismo. Dejan de creer en el amor porque, obviamente, no todo
lo que parece amor lo es. Uno puede equivocarse, cometer errores,
ilusionarse y muchas veces desengañarse. Por eso quisiera ahorrarte muchos
sufrimientos, decepciones, desilusiones y heridas emocionales profundas
hablándote del camino que necesitas recorrer para encontrar y conquistar el
amor verdadero.
Este camino es para valientes, para arriesgados, para hombres y mujeres de
verdad, para aquellos que quieren vivir la vida con heroísmo. El camino es
cuesta arriba, a contracorriente, nada popular, rechazado por la mayoría,
causa de burla y de mofa para tantos. Quizá no te guste lo que te voy a decir
y te cierres a la sola posibilidad de pensarlo, pero debo decírtelo y advertirte
que si quieres encontrar el amor verdadero, auténticamente humano, un
amor que dure para siempre, sólo hay un camino: la castidad.
Antes de rechazar esta propuesta, es importante que sigas leyendo y
entiendas bien qué es la castidad. La profunda ignorancia con respecto a
esta virtud hace que muchos, muchísimos, la rechacen con tan sólo escuchar
la palabra.
Además de esta ignorancia proverbial, estamos expuestos continuamente a
mensajes que presentan la castidad como algo completamente anormal.
Como si fuera poco, la publicidad contemporánea está dirigida a avivar
nuestros deseos sexuales y busca
«hacernos sentir que los deseos a los que nos resistimos son tan “naturales”, tan “sanos” y tan
razonables que es casi perverso resistirse a ellos. Cartel tras cartel, película tras película,
novela tras novela asocian la idea de la permisividad sexual con las de la salud, la
normalidad, la juventud, la franqueza y el buen humor. Esta asociación es una mentira. Como
todas las mentiras poderosas, está basada en una verdad, la verdad... de que el sexo en sí
(aparte de los excesos y las obsesiones que han crecido a su alrededor) es “normal” y “sano”
y todo lo demás. La mentira consiste en pretender que todo acto sexual al que te sientes
tentado es ipso facto saludable y normal. Pues bien, esto, desde cualquier punto de vista y sin
ninguna relación con el cristianismo, tiene que ser una insensatez. Ceder a todos nuestros
deseos evidentemente conduce a la impotencia, la enfermedad, los celos, la mentira, la
ocultación y todo aquello que es lo opuesto a la felicidad, la franqueza y el buen humor. Para
cualquier tipo de felicidad, incluso en este mundo, se necesitará una gran dosis de control, de
modo que lo que pretende cualquier clase de deseo fuerte, ser sano y razonable, no cuenta
para nada»2.

¿Es posible vivir la castidad en un ambiente en el que estamos expuestos


continuamente a mensajes cargados de sensualidad, de erotismo o de sexo
explícito?
Quisiera hacer una comparación: Cuando llega el verano, se nos advierte si
el índice de radiación solar es alto para que tomemos las debidas
precauciones y nos protejamos de los rayos del sol, ya que, de no hacerlo, a
la larga éstos pueden producir lesiones en la piel y con el tiempo incluso
cáncer. No se trata de ocultarse de los rayos solares, sino de tomar
conciencia del daño que producen para protegernos y cuidarnos
debidamente con bloqueadores, lentes de sol, sombrillas, etc. De la misma
manera estamos expuestos continuamente a mensajes cargados de erotismo
y sensualidad que, de no protegernos, pueden dañar irremediablemente
nuestra recta visión de la persona —la convierten en mero objeto de placer
— y deformar con ello la recta aproximación a la sexualidad humana,
convirtiendo el sexo en una simple “diversión” o “juego” que produce un
placer sumo. Para evitar esa deformación y degradación del amor
verdadero, habrá que tomar también ciertas medidas que lo protejan y
cuiden.
Por otro lado, existe una gran confusión entre lo que son realmente el amor
y el sexo. Muchos de ustedes, jóvenes, creen que, si se aman, nada tiene de
malo “demostrarlo” mediante “caricias” que van “subiendo de tono” cada
vez más hasta que finalmente llegan a tener relaciones sexuales. En una
ocasión una joven de trece años, confundida, se me acercó a preguntarme:
«Mi enamorado me ha pedido tener relaciones sexuales… ¿qué le digo?».
Su enamorado también tenía trece años y recién estaban juntos hacía dos
semanas. ¿Cuántas jóvenes ilusionadas le entregan todo al chico en un
momento de confusión, pensando que “es por amor”, que “es para siempre”
y que deben demostrar su amor cediendo a los requerimientos sexuales de
sus parejas?
Ante esta creciente confusión entre ustedes, jóvenes, existe la urgente
necesidad de echar luz sobre un tema del que se habla todos los días, que
está en la boca y en la mente de todos. ¿Quién no habla de sexo hoy en día?
En la radio, en la música, en las series, en el cine, en las redes sociales, en
los medios de comunicación, en el colegio, en la universidad, entre amigos
y amigas, en todos lados se habla de ello, y se impone cada día con más
fuerza el dogma de que “es anormal no tener sexo” y de que “todo está
permitido” con tal de que ambos “estén de acuerdo”. Muchas cosas que
antes se consideraban claramente inmorales hoy en día no sólo son
aceptadas, sino que se imponen de tal modo que tú terminas creyendo que
“así es” y que “así debes actuar”: disfrutar del sexo con cuanta mujer
puedas, sin importar nada más que tu propio placer y satisfacción.
En este libro te hablo de la castidad porque creo que es un tema
importantísimo en tu vida. Independientemente de que seas creyente o no,
quiero tratar de ofrecerte argumentos sólidos y convincentes para que
entiendas que lo mejor es esperar hasta el matrimonio. Además de lo que yo
te pueda decir, te recomiendo leer otra obra pequeña titulada Amor puro, de
Jason Evert3. En ese librito su autor da razones y explicaciones consistentes
que te ofrecen una perspectiva positiva en lo que se refiere a la castidad,
invitándote desde su propia experiencia a ser hombre de verdad y a luchar
por un amor puro, verdadero, fuerte. Este libro, dicho sea de paso, no es
sólo para personas vírgenes; es también para aquellos jóvenes que ya no lo
son pero quieren “empezar de nuevo” para en adelante “hacer las cosas
bien”.

1
San Juan Pablo II, Redemptor hominis, 10.
2
C.S. Lewis, Mero Cristianismo, ob. cit., pp. 114-115.
3
Jason Evert ha escrito otro libro exclusivamente para hombres titulado Masculinidad pura, que
también te sugiero leer. Ambos puedes encontrarlos en Internet y descargarlos gratuitamente en
versión PDF.
b. ¿Por qué un sacerdote?
Ahora quiero responder a otra pregunta: ¿Por qué yo, que soy sacerdote, te
hablo de sexualidad?
Hace poco me encontraba hablando ante un grupo de chicas. Tú que has
tenido o tienes enamorada, o tú que tienes esposa, sabrás qué difícil es
entender a la mujer. Pero cada uno de nosotros es un misterio, por lo que es
difícil también entendernos a nosotros mismos. Sin embargo, hablarte a ti,
que eres varón, me resulta más sencillo; soy varón y entonces ya hay una
sintonía; conozco las luchas que el hombre tiene que librar día a día para
vivir la castidad, para dominar sus impulsos y purificar sus intenciones.
Como una persona consagrada a Dios desde los diecisiete años, y desde
hace veinte como sacerdote, he librado mis propias batallas para vivir la
castidad día a día, de acuerdo a mi compromiso de vivir el celibato por
todos los días de mi vida, compromiso al que he sido fiel en todos estos
años.
Quizá te preguntes justamente por eso: «¿Qué me puede decir un cura sobre
sexo, si él no lo vive, si no tiene las mismas luchas que yo tengo? ¿Qué
puede enseñarme a mí, si no tiene experiencia?». Desde mi condición de
sacerdote no necesito haber experimentado personalmente todo aquello de
lo que te hablaré. Para curar un cáncer, un médico no necesita haber tenido
cáncer; necesita haber estudiado medicina y haberse capacitado
debidamente, tratando a muchas personas que lo padecen. Por favor, no
quiero que entiendas que estoy insinuando —como ya alguien me acusó—
que el sexo es una enfermedad. No. Simplemente quiero decirte que para
hablar de algo con autoridad no tienes que haberlo experimentado todo tú
mismo.
Una mujer que va al ginecólogo varón no piensa: «Él no sabe nada de
mujeres porque no es mujer». Tan sencillo como eso. No necesito haber
experimentado todo para saber de qué estoy hablando, o para conocer las
heridas que veo que se hacen cuando “juegan a estar casados” sin estarlo.
He estudiado el tema y lo sigo estudiando, y a lo largo de veinte años como
sacerdote he escuchado a miles de jóvenes como tú que me han confiado lo
que a nadie más se atreven a confiar, que me han mostrado sus heridas más
vergonzosas y profundas para encontrar perdón, consuelo, liberación, o un
consejo que los ayude a curar esas heridas. Los sacerdotes somos también
médicos, que curamos las heridas del alma.
Por eso, lo que por un lado parece ser una gran desventaja —ser sacerdote
—, es una tremenda ventaja. Al sacerdote los jóvenes le confían sus
secretos, le muestran lo que pasa dentro, las heridas que se hacen cuando
empiezan a jugar con el sexo. ¡Cuántas veces he visto el daño que los
hombres son capaces de causarle a una mujer cuando quieren “avanzar sin
esperar”! ¡A cuántas jóvenes engañadas, abusadas, desilusionadas, heridas,
descartadas he escuchado llorar amargamente! He visto también el daño que
ustedes mismos se hacen cuando se obsesionan con el sexo, cuando de una
u otra forma terminan sometidos a la dura esclavitud que causan la
pornografía, la masturbación o el sexo, y que los vuelve tan torpes para
poder amar de verdad a una mujer.
Llegó un momento en mi vida en el que yo ya no podía permanecer
indiferente ante tanto dolor, ante tanto sufrimiento, ante tanta confusión e
ignorancia. Por eso he querido alzar mi voz para hablarte e invitarte a ser
hombre de verdad, para hablarte en nombre de las mujeres que esperan que
no las mires o las uses como un objeto, que necesitan que las trates con
respeto, aunque estén regaladas, borrachas o desesperadas por llenar un
vacío.
Como el mal avanza cuando nadie lo denuncia, siento que debo hablar del
daño que ustedes se ocasionan y ocasionan a las mujeres física, psicológica
y espiritualmente cuando quieren “vivir la vida” sin límites ni restricciones.
La necesidad de hablar me apremia más aún cuando veo que en este tema
ustedes, jóvenes, andan literalmente «como ovejas sin pastor», expuestos a
ser devorados por aquellos lobos o “lobbies” que hace décadas trabajan por
destruir los valores morales de siempre para construir una nueva sociedad
en la que todo esté permitido, una sociedad hedonista, sensual y liberal al
extremo.
Finalmente, considero que todo sacerdote tiene otra gran ventaja, que es el
poder y la capacidad de perdonar los pecados en nombre de Dios a quien se
acerca arrepentido a pedir perdón. No son pocas las veces que he acogido a
hijas o hijos “pródigos”, que luego de haber malgastado toda su herencia de
mala manera, que luego de haber renunciado a su propia dignidad
hundiéndose profundamente en el cieno, han hallado en Dios el perdón, se
han encontrado con el abrazo del Padre misericordioso y con una
oportunidad para empezar de nuevo, con una vida nueva. ¿Quién mejor que
una de estas hijas que ha experimentado el perdón de Dios para que
entiendas la grandeza de este sacramento que Él ha dejado a su Iglesia,
perdón que puedes encontrar a través de un sacerdote? He aquí sus palabras
luego de encontrarse con la misericordia de Dios a través del sacramento de
la Reconciliación:
«No sé si me podrá entender: ¡¡¡hoy he vuelto a la vida!!!

La mujer pecadora, ¡esa mujer no se puede parecer a la mujer que yo fui! El día de hoy,
gracias al Señor, he vuelto a nacer. ¡Yo caminaba con el alma destrozada y muerta!

Sentía la necesidad de acabar con ese sufrimiento, pero me daba terror hablar con un
sacerdote, ya que una vez que me confesé, ¡por decirle que no iba a Misa casi me latiga! Yo
me decía a mí misma: “¡Merezco ir a la hoguera por lo que hice!”. Trataba de buscar el
perdón que mi corazón clamaba y no sabía cómo. Yo me decía que el Señor no me iba
perdonar tremendos hechos y que me merecía eso y más. Vivía muy triste, espiritualmente
hablando.

Al ser rescatada por el Señor a través de su sacerdote, recibí un bálsamo en el alma que me
curó de todo. Al reconocer mis faltas y mis culpas, al confesarlas, me di cuenta de que el
amor de Dios es más grande que TODOS nuestros pecados y que no existen para Él escalas
de pecados: que por hacer una cosa sí te perdona, o por hacer otra más grande no te perdona.
¡La misericordia del Señor nos llega porque nos ama! Él vio mis miedos, mis temores, mi
sufrimiento, y salió en mi búsqueda… ¡¡¡y ahora vivo muy agradecida!!!

¡No puedo expresar lo agradecida que estoy con el Señor por haberlo puesto en mi camino!
¡Estuve esperando por casi 20 años! El hecho de saber que vuelvo a ser su hija no tiene
precio, me hace sentir aún más comprometida con la vida y con cada ser humano que se me
acerque, para lo que necesiten de mí, si el Señor desea que sea herramienta suya.

Gracias al Señor esta mañana, al ver el sol y el día, para mí todo tenía otros colores y hasta
otro olor… ¡¡¡olor a PAZ!!!

¡¡¡Gracias, Padre, gracias por rescatarme!!!».


II. ¿En qué ambiente nos encontramos?

Para hablar de pureza o castidad creo que es importante, en primer lugar,


tomar conciencia de la realidad en la que vivimos y analizar con objetividad
los mensajes que nos llegan a diario ya sea por televisión, Internet, radio,
prensa, publicidad, o por intermedio de profesores, profesionales, parientes,
amigos, amigas, etc. Si no te ejercitas en una sana actitud crítica, asimilarás
los mensajes sin cuestionarlos y terminarás pensando “como piensa todo el
mundo”, que “así son las cosas” y que así debes vivir tú también “para ser
feliz”.
a. Una cultura hedonista
Lo primero que descubrimos al observar nuestro entorno es que vivimos en
un ambiente sobrecargado de hedonismo. Esta palabra viene del griego
hedoné, que significa placer. El hedonismo es la doctrina que proclama el
placer como fin supremo de la vida, elevándolo a categoría de ídolo. En
otras palabras, es la mentalidad que cree o te hace creer que para ser feliz lo
que debes perseguir en la vida por encima de todo es el placer. El
hedonismo hace del placer, especialmente del placer sexual, el ídolo ante el
que debes sacrificar todo, incluso a las personas y a ti mismo.
Algunos proclaman un hedonismo radical y sostienen que todos los
placeres físicos deben ser satisfechos sin ninguna restricción. Otros
proponen un hedonismo moderado y afirman que la dosis de placeres debe
ser medida para que así aumente el placer. En ambos casos la finalidad es
la misma: alcanzar el máximo placer posible. Y al placer sexual se le da un
lugar privilegiado, como lo manifiesta una empresa que se ha propuesto
llevarlo a nuevos límites:
«Sexo. Es el placer supremo. ¿Pero qué si se puede aumentar? (…) está probando nuevas
ideas y productos para empujar los límites del placer más allá».

La excusa para disfrutar de los placeres sin límite alguno es que “la vida es
corta y hay que disfrutarla al máximo”. No es nada nuevo; ya en la
antigüedad se decía: «Comamos y bebamos que mañana moriremos» (1Cor
15,32). Es así que el placer se convierte para el hedonista en la norma
última de sus acciones, sin importar a quiénes use o el daño que cause en el
camino a las personas que utiliza como objetos para satisfacer sus propios
placeres.
Esta mentalidad de buscar constantemente el máximo placer en todo se
manifiesta también de otra manera: huir del dolor y del sufrimiento a toda
costa. Los avances en la producción y uso de los anestésicos han hecho
posible eliminar prácticamente todo dolor en cualquier intervención
quirúrgica. La industria farmacéutica ha elaborado pastillas para aliviar o
quitar todo tipo de dolor. No digo que sea algo malo, ¡todo lo contrario! ¡Es
muy bueno! Pero el efecto colateral es que nos ha hecho menos valientes o
resistentes al dolor, al sufrimiento, de modo que se nos hace fácil acudir a
otras formas de evadirlo o calmarlo que ya no son tan buenas, como tomar
alcohol en exceso “para olvidar las penas”, o consumir drogas para evadir la
realidad, o buscar ciertas “aventuras” o experiencias para “relajarse” o huir
de la monotonía en la que ha caído una relación. Hay también en el
mercado una droga cuyo nivel de consumo hoy es alarmante, y que conjuga
la evasión de la realidad con la experiencia del “placer último”: la
pornografía.
Desde que existe Internet, la pornografía se ha vuelto mucho más accesible
de lo que era antes. ¡Qué difícil se hace no ver “algo” cuando estás
navegando, cuando nadie te mira o cuando estás “tenso” y quieres
“relajarte”, o cuando simplemente quieres ver! Como hombre que soy, he
experimentado la tentación de “curiosear” haciendo un “clic”, y le doy
gracias a Dios por no haberlo hecho. Ante la tentación me detenía la certeza
de que la primera vez sólo me llevaría a una segunda, y esa segunda a una
tercera, sin poder luego parar, porque muchas veces basta mirar una sola
imagen para que quedes “enganchado”. Pienso en tantos niños y
adolescentes que se ven expuestos hoy en día a esta seducción diaria y que
no tienen la voluntad formada para poder resistirse. ¿Qué fuerza puede tener
un adolescente en el “despertar hormonal” para rechazar la primera
oportunidad que se le presente de ver pornografía, más aún si sus
compañeros de colegio hablan todo el día de lo último que han visto y del
placer supremo que les produjo? De esto no se salvan ni los niños, pues los
productores de pornografía están continuamente ideando nuevas maneras
para que, a la hora de navegar en Internet, incluso a ellos les “aparezcan de
casualidad” o se encuentren “accidentalmente” con imágenes seductoras o
provocativas que los inciten y estimulen, de modo que desde pequeños
generen una dependencia y adicción a la pornografía que los convierta en el
futuro en fieles consumidores de los “productos” que ofrece esa industria.
Según una encuesta realizada en Estados Unidos, la edad promedio en la
que los niños ven pornografía por primera vez es a los nueve años.
¿Pero no es exagerado hablar de una “adicción” a la pornografía? No. De
esto trataremos más adelante. Por ahora basta decir que la pornografía se
convierte también en una forma de evasión de la realidad. Lo que allí se te
muestra es pura fantasía, y ha sido diseñado para que tú te frustres en la
vida real y siempre termines volviendo al único lugar que te puede
proporcionar esa “perfección” de la vida sexual: la pornografía.
Una aclaración importante: ¿es malo el placer?

Hemos hablado del hedonismo, de cómo el buscar el máximo placer se


propaga hoy en nuestra sociedad como norma suprema. Quizá alguien en
este punto se pregunte: ¿Es que acaso es malo el placer? La respuesta es
“no”:
«La actitud cristiana no significa que haya nada malo en el placer sexual, como tampoco lo
hay en el placer de comer. Significa que no debemos aislar el placer e intentar obtenerlo por
sí mismo, del mismo modo que no debemos intentar obtener el placer del gusto sin tragar ni
digerir, masticando cosas y escupiéndolas después»1.

Imagínate que te invitan a cenar a una casa en la que todos, luego de


masticar los alimentos y disfrutar su sabor, escupen el bolo alimenticio al
suelo. Imagínate que viajas a un país en el que todos hacen lo mismo. ¿No
te chocaría? ¿No pensarías que algo anda mal con esas personas? ¿No
consideramos como una enfermedad o un problema cuando alguien se
acostumbra a inducirse el vómito luego de comer “para no engordar”?
Ahora piensa en el placer que produce el sexo y el punto al que hemos
llegado en nuestra sociedad de separar el placer de la consecuencia natural
de la relación sexual, que es un hijo. Lo que he planteado en esa situación
hipotética con respecto a la comida es lo que se hace en nuestra sociedad
cuando se busca disfrutar únicamente del placer sexual separándolo de su
finalidad procreativa. Claro, al plantear eso muchos reaccionarán
inmediatamente diciendo: «¿Pero acaso la idea es llenarse de hijos?». Lo
mismo podrían argumentar las bulímicas y anoréxicas que siguen bajando
de peso para que las dejen en paz: «¿Acaso la idea es llenarse de kilos?». Si
no quieres “llenarte de hijos” o “llenarte de kilos”, hay otro camino: el
autodominio, la moderación, y también, en ciertos momentos, la restricción
o abstinencia. Pero claro, si no estás dispuesto a considerar esa opción y de
plano crees que es imposible vivir la castidad y que las relaciones sexuales
son una “necesidad” para el hombre, no te queda más que justificar tu
comportamiento equivocado y convencer a todos los demás de que el tuyo
es el correcto y de que son ellos los que están mal o deben avergonzarse si
no se comportan como lo haces tú.
Naturalmente el ser humano experimenta placer al comer justamente para
que se alimente y de esa manera se mantenga vivo y tenga energías para
hacer muchas cosas. ¿Quién comería si no se le despertase el apetito y
disfrutase de la comida? De hecho, las personas que pierden el apetito
corren el riesgo de desnutrirse y de morir, ¡y qué difícil es que un niño
coma algo que no le gusta! El placer de comer es bueno en sí mismo, pero
está unido a una finalidad natural: tu supervivencia. Algo semejante sucede
con el placer sexual; es bueno en sí mismo, pero está asociado a una doble
finalidad. La primera es producir una profunda comunión entre el hombre y
la mujer, una unión que no sólo es física, sino también psicológica y
espiritual. La segunda es la reproducción de la humanidad. Eso es lo
natural, lo que está inscrito en la naturaleza del hombre y de la mujer. Pero
lo que se viene haciendo en nuestra sociedad es separar el sexo no sólo de
su finalidad procreativa, sino también de la finalidad unitiva. Las relaciones
sexuales se presentan cada vez más como un “pasarla bien juntos” sin
asumir ningún tipo de compromiso, algo que tan sólo requiere un mutuo
consentimiento de momento para proporcionarse un mutuo “beneficio”. En
estas relaciones no sólo se busca evadir a toda costa un hijo “no deseado”,
sino que incluso se han inventado reglas para impedir toda involucración
emocional y sentimental que el acto sexual naturalmente fortalece, como
sucede con los “amigos con derechos”. En última instancia, aunque se
utilice el rótulo de “lo hacemos por amor” para justificarlo todo, las
relaciones sexuales que se cierran al compromiso se convierten poco a poco
—si no lo son desde un principio— en un “egoísmo compartido” por dos.
Sabemos que las personas que sufren de anorexia se van destruyendo a sí
mismas, haciéndose cada vez más daño, pudiendo incluso llegar a
acarrearse la muerte. Lo mismo sucede con el ejercicio de la sexualidad
cuando se le separa de sus dos finalidades naturales: el hombre y la mujer se
van destruyendo a sí mismos, se van volviendo cada vez más egoístas, más
centrados en su propio placer y más alejados del amor verdadero. Como les
sucede a las anoréxicas, que siempre se ven gordas por más flacas que estén
y por más huesos que se les noten, así también les sucede a quienes han
separado el placer de sus fines naturales: consideran que lo que les falta es
más sexo sin compromiso, más placer, y enflaquecen cada vez más por falta
de amor hasta que mueren de inanición. No por nada muchas estrellas porno
han terminado suicidándose: tanto sexo las ha dejado vacías de amor, y sin
amor sus vidas carecen de sentido.
El problema, pues, no está en el placer en sí mismo, sino en el abuso de este
don y en la separación que se ha hecho de su finalidad natural. Tarde o
temprano todo lo que se hace en contra de la naturaleza se vuelve contra el
hombre mismo, lo afecta a veces irremediablemente. Guardando la unidad
con sus finalidades naturales, el placer es algo muy bueno, querido por
Dios, hace bien al ser humano y es algo que puede y debe disfrutarse
plenamente.
Aclarado este punto, quisiera volver a centrar nuestra mirada en el ambiente
en el que nos desenvolvemos, en esta “atmósfera” cuyo “aire” respiramos
cada día, en esta “lluvia torrencial” que se ha desatado sobre nosotros. En
efecto, gracias a los medios de comunicación masiva y a la publicidad nos
llueven continuamente imágenes y mensajes cargados de sensualidad, de
erotismo y de egoísmo.

1
C.S. Lewis, Mero Cristianismo, ob. cit., p. 119.
b. Bombardeados incesantemente por mensajes sensuales, eróticos y
egoístas
En las películas de cine no falta la escena sensual o sexual, cuando no es
explícitamente “para mayores”. No pocas veces vemos que la pareja que se
conoce un día, al poco tiempo —a veces ese mismo día— ya están juntos en
la cama. Se transmite la idea de un amor sin compromiso, de sexo fácil sin
consecuencias ni responsabilidades más allá de las promesas del momento,
cuando las hay.
La televisión, con tal de generar audiencia, nos bombardea con imágenes o
mensajes que provocan y estimulan sexualmente al hombre. Muchas
presentadoras lucen sus generosos atributos con minifaldas, ropa apretada y
escotes llamativos. Las telenovelas se han vuelto cada vez más “calientes”.
Se ofrecen programas para jóvenes que incluyen competencias entre
hombres y mujeres que rayan en lo erótico. Como “sólo son juegos
divertidos”, se presentan a la hora en que niños y jóvenes pueden verlos sin
el control de sus padres. Series como «Sex and the City», los videoclips de
MTV, o incluso dibujos animados reflejan la manera “moderna” de vivir la
vida y van imponiendo entre los jóvenes estereotipos de comportamiento,
modelos a seguir. Con este continuo bombardeo los niños y los jóvenes son
introducidos en este tipo de comportamiento sensual, erótico y sexual tan
“moderno” y liberal. Ni qué decir de la programación “para adultos” que se
ofrece a partir de cierta hora o en ciertos canales por los que se debe pagar
una suscripción.
También algunas emisoras radiales contribuyen a la difusión de estos
mensajes. A veces encontramos programas en los que psicólogos
profesionales hablan y aconsejan a los oyentes sobre temas referidos a la
sexualidad. ¿Alguna vez has escuchado a alguno de ellos recomendarles a
los jóvenes que esperen hasta el matrimonio? El único criterio que parece
importar es: ¿están ambos de acuerdo? Si hay consentimiento, todo está
permitido, todo es “bueno”, “sano” y hasta “terapéutico”. ¡Cuántos
psicólogos sugieren a los jóvenes tener relaciones sexuales con sus parejas
como parte del tratamiento! Para ellos es importante que “se conozcan
sexualmente” a fin de mejorar una relación que va mal.
Hace ya varios años está de moda un tipo de música urbana llamada
“reggaetón”. El contenido de muchas de sus letras es explícitamente sexual.
Se baila de manera sensual, e incluso imitando los movimientos de una
pareja que realiza el acto sexual. Canciones con ese contenido influyen en
nuestra visión de la mujer y del hombre, así como en nuestro
comportamiento sexual. La visión de la mujer expresada en estas letras la
degrada a un nivel de objeto sexual.
La publicidad usa a las mujeres bonitas para vender más. Creo que no es un
secreto para nadie, y funciona. No falta la chica sensual, seductora o incluso
erótica junto a un automóvil, o en anuncios publicitarios de ropa, perfume o
champú para hombres, de cerveza, etc. Cualquier producto al que se le pone
una mujer hermosa al lado vende más, tan sencillo como eso. Cuando se
asocia el producto con el placer que le produce al hombre el solo ver a una
chica seductora con esa ropa o en esa pose, las ventas suben.
Encontramos también en las calles carteles publicitarios que promocionan
condones. Se ha convertido en algo corriente y aceptable. Los ubican
estratégicamente frente a colegios y universidades. No hace mucho vi uno
que promocionaba preservativos «con sabor a fresa y chocolate». Les dicen,
en otras palabras: «El sexo oral es normal, y te vendemos un producto para
que lo disfrutes más». Me da pena tener que decirlo tan crudamente, pero
no estoy más que evidenciando lo que ese tipo de publicidad les transmite a
miles de jóvenes día a día. Yo me pregunto: ¿En verdad lo hacen “por
amor”? ¿Qué hay de amor en eso? A mí me parece francamente degradante
para la mujer que realice algo así, y que “libremente” se tenga que someter
a eso “porque todos lo hacen”, o porque “es lo que se ve en la pornografía”.
¡Qué lástima! No son pocas las que se sienten muy avergonzadas, sucias,
rebajadas en su dignidad luego de ceder a la petición del enamorado,
aunque no dicen nada porque se les induce a creer que es lo que deben
hacer para mantener contento al chico. Sí, lo sé: no siempre es culpa del
hombre, no todos los hombres son así, no siempre es él quien avanza en
estas cosas sino la mujer quien a veces lo seduce y se ofrece. ¿Pero puede el
hombre aprovecharse por eso? No. Un verdadero hombre respeta a la mujer
aunque ella “se regale”.
En fin, basta prestar atención a los carteles o spots publicitarios para
entender que crecemos rodeados de publicidad que nos incita a no ser
castos. ¿Por qué? Porque hay gente que desea despertar y mantener
inflamados nuestros deseos sexuales para vender más, para ganar más,
porque el sexo vende.
Están también las revistas y los periódicos con fotos de mujeres sensuales, a
veces casi desnudas y en poses provocativas, o también Internet, con
abundantes imágenes de chicas hermosas, seductoras, y no pocas veces
vestidas con ropas que dejan poco a la imaginación del hombre. ¿Quién no
ha tenido de pequeño la experiencia de ver una revista de moda femenina,
porque le atraía observar a una mujer en ropa interior? Todo niño, cuando
las hormonas empiezan a transformarlo poco a poco en un hombre,
experimenta cierto placer al ver esas imágenes. Es en la pubertad cuando
empieza también la atracción por la pornografía. Del porqué de esta
atracción hablaremos más adelante. Baste ahora mencionar que se despierta
en el joven un deseo de ver siempre “un poco más”, y de este deseo o
curiosidad se valen la publicidad y la pornografía para vender.
Lamentablemente no es sólo quien quiere ganar dinero quien “ceba” al
hombre con estas imágenes, sino que son las propias mujeres —piensa en
tus amigas, o tus hermanas— quienes se las proporcionan a los chicos —
muchos de ellos desconocidos— al colgar sus fotos y videos en bikini o
“modelando” en las redes sociales, o al compartirlas en conversaciones
privadas, cayendo en la trampa del sexting. Lo hacen porque les gusta que
sus amigos les digan «qué linda te ves», «qué sexy estás»; así se sienten
valoradas por los abundantes halagos que reciben gracias a su cuerpo. Sin
duda, mostrar públicamente los atributos corporales es una manera muy
fácil de atraer las miradas y piropos de los chicos, así como también las
alabanzas de las amigas.
Hemos mencionado el sexting, término generado de la fusión de “sex” y
“texting”. En otras palabras, se trata de las conversaciones o
comunicaciones de contenido sexual que se tienen con otras personas a
través de los dispositivos electrónicos. Es muy fácil y frecuente hoy en día
“chatear” o hablar de cosas sexuales por celular o por la computadora, así
como también enviarse fotografías o filmarse ante la cámara web para
mostrarse semidesnudos o desnudos a la persona que está al otro lado de la
pantalla, sin considerar el riesgo enorme que existe en este tipo de
actividad: lo que envías a través de la web queda grabado para siempre, se
convierte en algo “de dominio público”. El sexting, en muchos casos, ha
dañado terriblemente la fama de las personas al difundirse masivamente lo
que se supone que era privado, y en algunos casos ha llevado incluso a
algunos jóvenes al suicidio:
«Jessi de dieciocho, Amanda de quince años y Gauthier de dieciocho no se conocieron, ni
vivieron en la misma ciudad, ni estudiaron en el mismo colegio, pero los tres tienen cosas en
común. Jessie, Amanda y Gauthier vieron cómo su intimidad se convertía en objeto público,
al punto de sentirse incapaces de seguir viviendo y decidir quitarse la vida»1.

A las imágenes pornográficas que se encuentran en la televisión, en las


revistas o en los periódicos se suma el abundante material que hay en
Internet, al alcance de tan sólo un “clic”. Gracias a Internet la pornografía
se ha vuelto totalmente accesible (la puedes ver donde sea, sin que nadie se
dé cuenta) y asequible (la tienes gratis). Hoy en Internet se puede ver de
todo; allí las perversiones de la sexualidad no encuentran límite. De paso, la
industria pornográfica es un negocio redondo para sus productores. Las
ganancias son bimillonarias y van en aumento cada año.
Pasemos a hablar ahora de la moda femenina. Hoy en día se han descartado
la modestia y el pudor como criterios para el diseño de la ropa femenina.
Sencillamente, la modestia “no está de moda” y el pudor es algo que la
mujer debe superar si quiere ser atractiva y estar “a la moda”. El verano o
los lugares calurosos se convierten en la excusa típica para vestir lo más
“ligero” posible, ya no sólo en las playas, sino también en las discotecas o
al caminar por la calle. Las jóvenes, que son fácilmente influenciadas por la
moda y por el “qué dirán” de sus amigas, buscan vestirse “a la moda”, ya
sea para “encajar en el grupo”, para llamar la atención de los chicos o para
no ser objeto de burla por parte de sus amigas. En medio de un ambiente
cargado de superficialidad y sensualidad, en el que razones de mercado
imponen cada temporada estilos “de vanguardia”, pocos son los padres que
se atreven a educar a sus hijas en el pudor y la modestia, dándoles razones y
criterios fundamentales para que aprendan ellas mismas a escoger la ropa
que van a vestir y verse bien sin tener que exponer tanto a la vista de los
hombres.
Pero, ¿qué es la modestia? ¿Qué es el pudor? Por definición, la modestia es
una «virtud que ordena la apariencia externa de la persona». Ordena y
modera no sólo la vestimenta, sino el comportamiento en general. El pudor
o recato, por su parte, es un sentimiento que lleva a la persona a ocultar lo
que debe permanecer velado y que, por lo mismo, protege la intimidad.
Al dejar de lado la modestia y el pudor, las mujeres no nos hacen ningún
favor a los hombres. Dicen que si pensamos mal “es nuestro problema”, que
ellas no tienen responsabilidad alguna sobre lo que despierte en nosotros su
modo de vestir. No se dan cuenta de que al mostrar “sus atributos” nos
hacen más difícil ver su corazón. Si bien ésa no es ninguna excusa para que
nosotros les faltemos el respeto ni siquiera con la mirada, pienso que
también es problema de ellas el cómo las mire un hombre, pues al mostrar
mucho están dándonos, quizá sin saberlo, un mensaje equivocado que nos
inclina a la sensualidad. Es difícil no mirar a una mujer que muestra
demasiado, ¿verdad? La lucha interior es fuerte para quien decide purificar
su mirada, para quien quiere hacer el esfuerzo de mirar el corazón antes que
“las partes” de la mujer.

1
Juan Francisco Vélez y María Luisa Estrada de Vélez, en
http://www.protegetucorazon.com/sextiando-yo/.
c. La mujer como objeto de placer
En nuestra cultura muchas veces la mujer es vista como un objeto de placer
y de consumo: usar y botar. Un día me encontré con un panel publicitario
que llamó mi atención. Mostraba a tres chicas en bikini y, al lado, tres cajas
con distintos tipos de condones. La leyenda decía: «¿Cuál de éstas prefieres
para el verano?». ¿Qué te están diciendo con eso? Que la mujer es como el
condón, sirve para usar y botar, para “disfrutarla sexualmente” mientras
dura un verano. Usar… y botar.
Hace unos días le comentaba a un grupo de chicas que me gustaría mucho
verlas a ellas paradas junto a ese cartel protestando. ¿Es que no se sienten
ofendidas con ese tipo de publicidad que las presenta como objetos?
Para muestra un botón. Lo cierto es que nuestra cultura “educa” a los
hombres a ver a la mujer como un león mira a una gacela, o como el lobo
mira a una gallina: como a una presa. Acostumbrados a encontrarnos en los
anuncios, revistas o películas a chicas “perfectas”, terminamos valorando a
la mujer por su apariencia externa, por el físico, o por el placer que es capaz
de ofrecer. Un hombre así se vuelve incapaz de mirar el corazón de una
mujer, se vuelve incapaz de amarla de verdad.
La revolución sexual

Probablemente has escuchado hablar de ella:


«La revolución sexual, como toda revolución, fue un largo período de crisis, de cambio. Fue
producto de una corriente de pensamiento que conllevó numerosas reformas filosóficas y
antropológicas, legales, sociológicas, y toda una movida política, económica, social y
cultural. Todo esto se vio acompañado por lo que Lipovetsky, filósofo y sociólogo francés,
llama la “era del vacío”, era en que se ha olvidado el sentido de las cosas, se vaciaron de
contenido las instituciones… era en que nos toca vivir. Esto arrastró, sobre todo, cambios en
las percepciones sobre la virginidad, la relación entre sexo y amor, la concepción de familia y
el papel de la mujer»1.

Pienso que a partir de esta “revolución sexual” las mujeres comenzaron a


cuestionar por qué los hombres podían tener sexo con cualquiera sin ser mal
vistos, mientras que a ellas se les calificaba prácticamente de prostitutas si
no llegaban vírgenes al matrimonio. Reclamaron igualdad, con toda justicia.
Sin embargo, la igualdad que reclamaban iba más o menos en esta línea: «Si
ellos pueden tener sexo antes de casarse, ¿por qué nosotras no?». Y así, en
vez de exigir un cambio en la mentalidad de los hombres, se pusieron “a la
altura” de ellos, es decir, rebajaron sus estándares. La igualdad exigida por
las mujeres ha llevado a que ahora también ellas tengan el “derecho” a tener
sexo con quien les plazca, cuando les plazca y con cuantos les plazca.
Con esta revolución lo que han conseguido las mujeres, en vez de propiciar
una nueva generación de hombres que las respeten y valoren, es devaluarse
a sí mismas en su dignidad y grandeza. En lugar de elevar al hombre, la
mujer se ha rebajado. Como consecuencia, los hombres ya no piensan en
casarse sino hasta pasados los treinta, luego de haber “disfrutado” de tantas
mujeres que se entregan tan fácilmente porque ellas mismas andan a la caza
de aventuras sexuales. Me pregunto: ¿Ha sido una manera inteligente de
combatir la mentalidad machista? ¿Acaso no se ha reforzado el machismo
en muchos, gracias a que se han multiplicado las mujeres dispuestas a
entregarse sin ningún tipo de compromiso? ¿Para qué casarte, si tienes
todos los “beneficios” que te ofrece el matrimonio sin las complicaciones y
compromisos del mismo?
«Cuando el sexo es parte del paquete de casarse y tener hijos, está sujeto a un conjunto
estricto de condiciones y responsabilidades. Las consideraciones prácticas como los ingresos,
el alojamiento y la estabilidad general se aplican necesariamente. El sexo se convierte en sólo
un aspecto de un compromiso de por vida con otra persona. Pero si el sexo está divorciado de
todas estas condiciones, entonces nos quedamos con un acto meramente natural y agradable
que está limitado sólo por las propias opciones y oportunidades en la vida. Ésta es la forma
idealizada del sexo en el mundo moderno. Todo lo que queda es maximizar el propio
potencial sexual, mediante el cultivo de los atributos sexuales considerados más deseables en
la sociedad actual»2.

De esta revolución poco inteligente habla Crystalina Evert en su libro


Feminidad pura:
«Un señor mayor lo dijo de la mejor manera: “He visto pasar muchas generaciones, y todos
los chicos han sido siempre iguales: siempre diciéndoles palabras dulces a las chicas para
hacer cosas con ellas. Pero esta generación de mujeres es diferente. Son lo suficientemente
estúpidas como para permitirles a los chicos obtenerlo”»3.

Torpemente, las mujeres han renunciado a un poder que ellas tienen sobre
los hombres. Como hace notar también Crystalina Evert,
«las mujeres tenemos un poder. Por la forma como nos vestimos, por la forma como bailamos
y por la forma como nos comportamos, podemos invitar a un hombre a ser un caballero o a
ser un animal... tenemos el poder de volver miradas. Pero también tenemos el poder de
cambiar corazones»4.

Lo dice, de otro modo, Carlos Vives en una canción titulada «Volví a


nacer»:
«Puedo trabajar de sol a sol, puedo subirme hasta el Himalaya, o batirme con mi espada para
no perder tu amor… Quiero casarme contigo, quedarme a tu lado, ser el bendecido con tu
amor».

El hombre es capaz de todo por una mujer a la que ama. ¿Qué se espera de
ti? Que seas un hombre de verdad, que eleves tus estándares, que tengas
altos ideales y valores, que te domines a ti mismo, que no te aproveches de
las chicas que se te ofrecen fácilmente, que las respetes a todas como si
fuesen tus propias hermanas, y que si amas a una mujer, se lo demuestres
sacrificándote tú por ella, esperándola, respetándola, cuidándola de tu
propio egoísmo o impulsos, dándole lo mejor de ti para que ella crezca
como mujer, como persona, como cristiana. Todo esto lo deberás hacer a
contracorriente, porque en nuestra sociedad es “tonto” el hombre que no se
aprovecha de la mujer, o que no se acuesta con su enamorada.

1
Dolores Cedrone, en http://gsolido.wordpress.com/2012/11/27/la-revolucion-sexual-una-mirada-
hacia-adelante/.
2
Zac Alstin, en
http://www.mercatornet.com/articles/view/defending_children_against_eroticised_adult_culture.
3
Crystalina Evert, Feminidad pura, Catholic Answers, San Diego 2008, p. 8.
4
Allí mismo, pp. 6-7.
d. Amor sin compromiso
Se difunde en nuestra sociedad un amor sin compromiso. Cada vez son más
los jóvenes que tienen miedo o problemas para comprometerse. En Europa
ya no se casan, sólo conviven, y se está poniendo cada vez más de moda esa
costumbre también en nuestra cultura.
El matrimonio no es, como muchos ahora dicen con desdén, «tan sólo
firmar un papel». Claro que se firma un papel, como se firma “tan sólo un
papel” cuando el banco le concede a uno un préstamo. ¡Pero ay de quien
incumpla aquello a lo que se compromete cuando firma ese papel! Por
tanto, no es “sólo firmar un papel”. La firma es signo de un compromiso
serio, que manifiesta una voluntad e implica responsabilidades que uno se
compromete a asumir. En el caso del matrimonio, la promesa se refiere a
cosas que uno puede hacer, a acciones, no a sentimientos, pues nadie puede
prometer seguir sintiendo de una determinada manera con el paso de los
años. El matrimonio no es “sólo firmar un papel”, es asumir un compromiso
de modo solemne, un compromiso que uno está decidido a honrar y
cumplir. La firma es para que conste por escrito, y para que en el futuro uno
no pueda evadir las responsabilidades que se comprometió a asumir. Un
hombre que ve el matrimonio como algo sin valor es un hombre que no está
dispuesto a asumir los deberes y compromisos que derivan del matrimonio,
es un hombre que no ama de verdad.
Hace un tiempo se me acercó un psicoterapeuta muy arrepentido porque,
habiendo abandonado su matrimonio por irse con otra mujer y queriendo
justificarse a sí mismo, había difundido por años la teoría de las “familias
ensambladas”. ¿De qué se trata? Son nuevas familias que se “ensamblan”
con piezas de matrimonios rotos: un divorciado con sus hijos que se junta
con una divorciada con sus hijos forman una nueva sociedad. Me decía él
—que por diez años había formado una “familia ensamblada”— que en una
familia así «no puedes tener ideales muy altos, porque si no, te frustras».
Me contaba, además, que su hijo le había dicho en una ocasión, con la
crudeza propia de la verdad: «Entonces tú no puedes creer en Dios, porque
si crees en Dios y has hecho una promesa ante Él, tienes que sacarlo de esa
familia ensamblada». Su hijo comprendía bien que el matrimonio como lo
entiende el cristianismo es un compromiso para toda la vida, y que dura no
sólo hasta que las personas sienten que ya no están enamoradas entre sí, o
hasta cuando una se enamora de otra persona. Cuando eso sucede, por la
razón que sea, debe entrar a tallar la justicia, que incluye el mantener las
promesas que ha hecho de modo solemne y público todo aquel o aquella
que se ha casado por la Iglesia: fidelidad hasta que la muerte los separe.
El asunto es que hoy en día se cree que ya no debe lucharse por una relación
cuando “se ha desgastado” o “cuando ya no hay amor”, es decir, cuando
uno ya no se siente enamorado como al principio, cuando las emociones
intensas o “mariposas” han dejado de revolotear en el estómago. Pues la
vida real no es así; hoy te sientes profundamente enamorado, pero luego de
dos años de casado probablemente no sentirás lo mismo. El enamoramiento
es una mezcla de ilusión, sueños, ideales, fantasías, todo el día pensando en
la enamorada y chateando con ella; eso tiene una importancia para dar
inicio a un amor más profundo, ese amor que es compromiso, que es
voluntad de unir tu vida a una persona y permanecer con ella para siempre y
formar un hogar, pase lo que pase, cueste lo que cueste, por todos los días
de sus vidas.
Este amigo psicoterapeuta, luego de un profundo proceso de conversión, ha
vuelto con su esposa, la verdadera, la única. No fue fácil, ciertamente, pero
ella y sus hijos lo acogieron nuevamente. Hace poco dio una conferencia
titulada: «¿Es el amor para siempre?». Allí dijo:
«Al hacerme la pregunta de si el amor es para siempre, en realidad me estoy haciendo la
pregunta de si el amor existe… Cuando le entregaste tu amor de joven a esa mujer u hombre
que tienes a tu lado, ¿tú le dijiste: “te amo, pero por un ratito, o por un tiempo, hasta que se
nos pasen las maripositas”? ¿O le dijiste: “te amo, y te amo porque necesito que sea para
siempre”? ¿Era ese encuentro con la persona amada un encuentro por un ratito o para
siempre? Si tú te entregaste cuando te encontraste con aquella persona, ¿tú crees que no pasó
nada? ¡Cambiaste! ¡Para siempre! Por lo tanto, si me pregunto si el amor es para siempre,
tendría que preguntarme si existe. Si el amor no es para siempre, si el amor está destinado
solamente a durar según cuánta anfetamina esté en mi cabeza rondando, o cuánto mi cerebro
le está mandando a mi corazón que lata más rápidamente, y dura un año o dos años y medio
aproximadamente, ¡eso no es amor! El amor me cambia totalmente, por decisión, por
compromiso. ¿Y si un día decido que “no”, que “ya no quiero seguir”? No era amor o no
estás amando, o lo que es peor, de repente sí era amor, o sí es amor, y el que lo está dejando
pasar eres tú.

Si de algo estoy convencido es de que la entrega no es solamente de mi cuerpo, la entrega no


es solamente de mi mente, es algo que viene de algún sitio y va hacia algún sitio, y en ese
camino utilizo la única ruta que existe. Yo vengo del Amor, voy hacia el Amor, y es a través
del Amor que hago mi recorrido. Eso es lo que comparto contigo. Tú también sientes lo
mismo, tú también vienes del mismo sitio y vas hacia el mismo sitio: el Amor. ¿Qué
compartimos todos nosotros aquí?

¿Por qué me atrevo a hablarte del amor así? Porque yo no te estoy hablando de nada nuevo,
porque está calzado en ti, porque es parte de ti, porque siempre estuvo allí. ¿Y sabes qué
pasó? En los ojos de esa mujer que tienes al lado o en la que estás pensando, descubriste esa
huella imborrable, imperecedera, ese afán que te es imposible acallar no importa lo que
ocurra, no importa cómo lo llames, pero que te lanza otra vez a mirarte en el espejo de sus
ojos y decir: yo soy capaz de amarte y tú eres capaz de amarme. Identificamos el amor en
nosotros que nos hace distintos. Por eso lo intentaste, por eso te arriesgaste, porque no es
cualquier cosa, porque no estamos hablando simplemente de algo perecedero, porque
ansiamos y tenemos un afán impresionante de ir mucho más allá de algo que acabe con
nuestros días. Además, hablar de amor no es hablar de pequeñas cositas, hablar de amor es
hablar de gente osada, de gente que se atreve, de gente que realmente quiere entregarse».
e. Relaciones sexuales, ¿una necesidad?
Un gran mito circula en nuestra cultura sin ser cuestionado. Muchos lo
creen. Es una especie de dogma moderno que consideran una verdad
absoluta e incuestionable: «No podemos vivir sin tener relaciones
sexuales». Particularmente cuando se trata del hombre se les considera una
“necesidad”.
En una ocasión me escribió una joven de dieciséis años:
«Hoy mi profesor del curso de “Persona, familia y relaciones humanas” —él tiene unos
sesenta años— dijo en clase que “los hombres necesitan desfogarse y que, en vez de
masturbarse, deberían tener relaciones sexuales”… Me dejó muy molesta, porque los
hombres del salón le creen y como que se lo toman en serio. No debería hablar así, porque los
hombres no son animales y pueden controlarse. No debería hacer esos comentarios tan
machistas y tontos, porque estamos presentes las mujeres y como que algunas compañeras
mías también se la creen».

En efecto, no son pocas las mujeres que terminan creyendo que porque “los
hombres tienen necesidades” no les queda más que entregarse o aceptarles
relaciones paralelas. En vez de exigirles que aprendan a dominar sus
impulsos y deseos sexuales, les consienten todo pensando que “es una
necesidad para ellos”.
Pero, ¿es verdaderamente una necesidad para el hombre? ¿Te vas a morir si
no tienes sexo? Necesidades son: comer, beber, respirar, dormir… Si no
comes, si no bebes, si no respiras, te mueres. Pero si no te masturbas o si no
tienes relaciones sexuales, no te mueres ni te enfermas. Las relaciones
sexuales no son una “necesidad” para el hombre. Nadie se muere por no
tener sexo. Tan sencillo como eso.
¿Por qué el sexo ha llegado a considerarse una “necesidad”? Porque se ha
vuelto una obsesión. Todos hablan de sexo, todo el día se habla de sexo, y
así muchos terminan pensando que tienen que experimentarlo y que
“necesitan” de él. Por otro lado, el apetito sexual crece no sólo cuando todo
el día se habla y se piensa en el sexo, sino también cuando damos rienda
suelta a ese apetito. Pongamos una comparación: si todo el día uno piensa
en comida, y si todo el día prueba esto y lo otro, el apetito, en vez de
disminuir, crece, se hace más fuerte, se vuelve una “necesidad” estar
comiendo siempre. En lo que toca al apetito sexual, si todo el día recibimos
estímulos externos, si todo el día hablamos de sexo, si nos acostumbramos a
estimularnos sensualmente a nosotros mismos o con otras personas,
terminaremos pensando que “es imposible vivir la castidad” y que
masturbarse o tener sexo es una “necesidad”. Parece necesidad porque se ha
vuelto una obsesión, o en muchos casos una compulsión o esclavitud. Y sí,
un hombre obseso, compulsivo o esclavo de la pornografía, de la
masturbación o del sexo “no puede vivir sin sexo”. Pero no es verdad que
porque él no pueda contenerse tenga que ser una regla general el que “nadie
pueda vivir sin sexo” y sea una “necesidad” para el hombre.
También dicen que en nuestros tiempos es normal y sano tener relaciones
sexuales antes del matrimonio «porque es parte del proceso de crecimiento
y maduración de los jóvenes». Esto lleva a que ahora, por ejemplo, sea
común que a los niños de doce años se les reparta gratuitamente
preservativos a modo de delivery con tan sólo llamar por teléfono, como
sucede en California. Lleva también a que el estar de enamorados implique
ya de por sí las relaciones sexuales como parte integral de la relación.
Lleva, además, a que se esté poniendo de moda lo que se ha venido a llamar
“amigos con derechos” o “amigos con beneficios”.
Pienso que lo que viene pasando en América Latina es fruto de la
imposición de una cultura occidental liberal y decadente. Se mira a los
países desarrollados como el modelo hacia el que tienen que avanzar los
nuestros incluso en temas de moral, sin cuestionar si es bueno o malo para
el país y su gente. Simplemente es lo “moderno”, y hay que “avanzar” hacia
la “liberación total” siguiendo los pasos de naciones como Estados Unidos
o España.
Corre también por allí el mito de que si tú reprimes tus impulsos sexuales
vas a terminar neurótico. Por ello te dicen que es natural y sano
masturbarse. Sin embargo,
«la gente a menudo malinterpreta lo que la psicología nos enseña acerca de las “represiones”.
La psicología nos enseña que el sexo “reprimido” es peligroso. Pero “reprimido” es aquí una
palabra técnica: no significa “suprimido” en el sentido de “negado” o “resistido”. Un deseo o
pensamiento reprimido es uno que ha sido relegado al subconsciente (generalmente a una
edad muy temprana) y que puede presentarse ahora a la conciencia sólo de un modo
disfrazado e irreconocible. La sexualidad reprimida no le parece al paciente sexualidad en
absoluto. Cuando un adolescente o adulto se ocupa de resistir un deseo consciente, no está
tratando con una represión ni está en el menor peligro de crear una represión. Por el
contrario; aquellos que seriamente intentan practicar la castidad son más conscientes, y
pronto saben mucho más acerca de su propia sexualidad que ningún otro. Llegan a saber de
sus deseos como Wellington sabía de Napoleón, o como Sherlock Holmes sabía de Moriarty;
como un cazador de ratas sabe de ratas, o un fontanero [gasfitero] de tuberías que pierden
agua. La virtud —incluso la virtud que se intenta— trae consigo la luz; la permisividad trae
las tinieblas»1.

Quienes luchan día a día por vivir la castidad experimentan paz, una paz
que no tienen quienes se apresuran a dar rienda suelta a sus curiosidades o
impulsos sexuales. El daño emocional, psicológico, espiritual y físico que
uno mismo se hace o hace a otras personas cuando “se deja llevar” por sus
apetitos sexuales puede llegar a ser muy profundo, severo y difícil de curar.
Muchas veces toma años recuperarse de esas heridas. La verdadera
felicidad no está en gozar de los placeres físicos sin restricción, sino en la
paz interior que es fruto de la pureza de corazón.
Para entender mejor por qué no produce neurosis ni hace daño aprender a
dominarse se me ocurre una comparación. ¿Qué pasa cuando a un
automóvil se le vacían los frenos? El conductor pierde el control del
vehículo, puede causar un accidente grave, lesiones a sí mismo y a otros,
incluso la muerte. Pues algo semejante pasa contigo cuando quieres vivir
“desenfrenadamente” tu sexualidad, sin poner freno a tus deseos o impulsos
sexuales cuando éstos se despiertan. El freno en el automóvil no es algo
malo; al contrario, es esencial porque protege a sus ocupantes y a otras
personas que andan por la calle, porque evita accidentes y el daño
consecuente, porque gracias a él los ocupantes pueden llegar sanos a su
destino. Tú también necesitas aprender a poner freno a tus impulsos,
dominarlos. Si no los dominas, te convertirás en esclavo de ellos. En
realidad, el que seas feliz tú y hagas felices a otras personas —ya sea tu
enamorada, tu novia, tu futura esposa o tus hijos— requiere de muchas
restricciones de tu parte, de mucho autodominio. El reclamo de que todo
deseo o impulso sexual debe ser satisfecho porque es saludable y natural,
tan sólo porque es un impulso, no vale para nada. La salud física,
emocional, psicológica e incluso espiritual sólo se obtiene a partir de una
serie de principios morales por los que la persona admite unos y rechaza
otros. Eso es lo que hace hombre al hombre: que sea capaz de
autodominarse para conseguir un fin supremo, que en este caso es el amor
verdadero. Si no quieres arruinar tu vida y la de otros, lo primero que debes
aprender a controlar y dominar son los impulsos de tu propia naturaleza.
Para educarme en ese autodominio debo ser inteligente. Es muy común que,
si uno se pone en ciertas situaciones con una mujer, las pasiones se
enciendan y uno simplemente termine dejándose llevar. La pasión es como
un fuego que se enciende de un momento a otro, y que, una vez encendido,
no se apaga hasta que lo ha consumido todo. ¡Cuántas veces “pasó” porque
se quedaron solos en un cuarto o en la casa! Poner freno a mis impulsos
sexuales empieza por no exponerme, por no ponerme en situaciones
tentadoras o estar en lugares a solas con una chica. Quien piensa que “no va
a pasar nada”, quien se siente fuerte y cree que puede “manejar la situación”
y tener todo “bajo control”, no tardará en experimentar su fragilidad y
terminará haciendo lo que no quería. Hay lugares y situaciones en los que
uno no tiene la suficiente fuerza de voluntad para decir “no”. En este
asunto, nunca está de más un poco de humildad: no puedes meter tu cabeza
en la boca de un león pensando que no te va a hacer nada.
Pero volvamos a la comparación: ¿Es malo decir “no”? ¿Frenarse?
¿Dominarse? Respondo con otra pregunta: ¿Es malo frenar cuando la luz
del semáforo está en rojo? ¿Acaso frenar le causa daño al automóvil? ¡Todo
lo contrario! El freno te cuida, te protege, cuida y protege a quienes viajan
contigo, a quienes más amas. Si frenas ante una luz roja, o cuando alguien
intempestivamente se cruza en el camino, no le saltan las tuercas al auto.
No le hace daño alguno, como no te hace daño decir “no” y frenar tus o sus
impulsos sexuales. El hombre y la mujer tienen que ponerse límites muy
claros y saber decir “no” si no quieren hacerse daño y destruir el amor que
se tienen, convirtiéndolo en un egoísmo de a dos. Las manifestaciones
sexuales pueden y deben esperar para que el amor pueda madurar. De lo
contrario, “hacer el amor” se convertirá en “deshacer el amor”.

1
C.S. Lewis, Mero Cristianismo, ob. cit., pp. 116-117.
f. La presión social
Otro factor importante que influye en las relaciones sexuales precoces y en
una visión sexualizada de la juventud es la presión social. En una ocasión
me escribía una joven de trece años, al día siguiente de haber hecho una
promesa de castidad con el apoyo y presencia de sus padres:
«Al llegar al colegio le conté muy contenta a mi amiga R. que había hecho una promesa de
castidad y su reacción no me sorprendió: ella se rio. Pasaron cinco minutos y llegó otra
amiga. R. le contó y se rieron juntas y me dijeron que no la iba a cumplir».

Otra joven me compartió que cuando tenía doce años sus amigas la
segregaron del grupo porque ella era de la postura de guardar su virginidad
hasta el matrimonio.
En cuanto a las mujeres, la presión es tan fuerte que muchas terminan
pensando que la virginidad es una vergüenza y que deben liberarse de ella
cuanto antes. Las vírgenes son objeto de burla por parte de sus amigas.
Algunas, porque son sexualmente activas, les hacen creer a quienes no lo
son que algo anda mal con ellas:
«Mis “amigas” sabían que yo era virgen y en una de las reuniones de estudio se empezaron a
burlar y a reír de mí, diciendo: “No nos gustaría estar en tu lugar y llegar, como tú, a los
veinte y no conocer el sexo”. Al escucharlas, rompí en llanto, porque me sentía muy débil e
impotente».

Es muy común que se rían de quienes quieren vivir la castidad. La presión


es fuerte, porque implica ir a contracorriente. Las burlas entre los amigos
son tanto o más crueles que las que reciben las chicas por parte de sus
amigas. Un hombre que hace esa opción es tildado de “raro”. Nadie se
atreve ya a hablar de esperar hasta el matrimonio. Eso, sencillamente, es
demasiado “marciano”, de “nerds” o “pavos”. Los chicos hablan de sexo y
de pornografía apenas las hormonas empiezan a producir cambios
fisiológicos en ellos. En mi época muchas veces se hablaba de ir al
prostíbulo o de “levantarse” a una prostituta. Hoy eso ya no es necesario:
basta que tengas enamorada. Es lo que un padre le recomendaba incluso a
su hijo: «En vez de coger una enfermedad con una prostituta, hazlo con tu
enamorada».
Hay “amigos” que les ofrecen a chicos menores llevarlos al prostíbulo y
pagarles su “iniciación”. Otras veces son llevados por sus mismos padres o
incluso madres. Ya nada sorprende hoy. Un joven me contó en una ocasión
de una señora que, preocupada por su hijo, le preguntó a su mamá cómo
había hecho para educar tan bien a su hijo, que a qué edad lo había llevado
al prostíbulo. «Nunca», le dijo su mamá, y esta señora no le creía. En la
mentalidad machista de nuestras culturas parte del “hacerse hombre” pasa
necesariamente por la iniciación sexual temprana.
Ante los comentarios, las burlas, ante todo lo que uno ve en las series, en el
cine, en la vida de otras personas, ante la presión de las mismas
enamoradas, ¿cuánto puede un joven resistir? ¿Qué chico, en este ambiente
hipersexualizado, no quiere “hacerse hombre” cuanto antes? Como me
escribía una joven de trece años, «ya varios de mis amigos de catorce años
me han pedido tener relaciones sexuales, y cuando les digo que “no”, me
dicen: “¡no sabes lo que te pierdes!”».
g. El gran negocio del sexo
Hay gente interesada en promover el sexo para ganar dinero, tan crudo y
sencillo como eso. Invierten dinero para fomentar el libertinaje y una
sexualidad precoz entre los jóvenes.
¿Ejemplos de cómo se hace plata vendiendo sexo? La industria
pornográfica, que se presenta a sí misma como “entretenimiento”, es una de
las que más ganancias produce a nivel mundial. En los últimos años la
pornografía en Internet ha venido creciendo a un ritmo del 40% anual. Por
su volumen y crecimiento es difícil encontrar información actualizada, pero
en el 2005 las ganancias a nivel mundial se calculaban en 57 mil millones
de dólares, y sólo en Estados Unidos, 12 mil millones1.

¡Negocio redondo! ¿Y quién llena los bolsillos de estos magnates? Tú…


cada vez que consumes pornografía… y no puedes dejar de consumir,
porque te atrapa. Una vez que empiezas no puedes dejar de verla; al
contrario, te mete en un dinamismo en el que siempre quieres ver más, y
cosas más fuertes.
Una vez que te obsesionas con el sexo, compras condones, anticonceptivos
para las mujeres, “píldoras del día siguiente”, revistas, pagas un canal de
cable “para adultos”, adquieres “juguetes sexuales” que te prometen
aumentar tus experiencias de placer, etc. Creo que no hay que crear una
teoría de la conspiración para entender que toda una industria se pone en
movimiento cuando se mantienen inflamados tus deseos sexuales y cuando
te hacen creer que “el sexo es una necesidad”. ¿No es a eso justamente a lo
que se dedica la publicidad: a crearnos necesidades, para que compremos tal
o cual producto “porque lo necesitamos” para ser más felices, cuando no es
verdad?

1
Estas estadísticas y muchas otras referidas al consumo de pornografía derivan de fuentes reputables
como Alexa Research, NRC, PBS, WordTracker, Google y MSNBC. Las encuentras en:
http://www.familysafemedia.com/pornography_statistics.html.
h. Una nueva educación sexual perversa y pervertidora

Existe malicia en personas y organizaciones que además de dinero buscan


“educar” a los niños y jóvenes para que piensen que “todo es normal”,
incluso lo perverso y degradante.
Michael Coren, en un artículo titulado «Promoviendo perversidad», cuenta
cómo a comienzos de julio del 2013 la policía de Toronto arrestó a
Benjamin Levin. Este hombre de sesenta y un años fue acusado de siete
episodios de explotación infantil, incluyendo posesión y acceso a
pornografía de menores. Levin, miembro de una poderosa e influyente
familia, era a su vez «un educador que ha influido en escuelas y maestros de
todo el mundo». En Canadá llegó a ser profesor en el Instituto de Estudios
en Educación de Ontario, una entidad crucial para orientar los métodos de
enseñanza del país. También fue viceministro de educación en Ontario entre
2004 y 2009.
Liberado bajo una fianza de 100,000 dólares, Levin
«ha estado al centro de la política y el poder educativos por una generación, y era una figura
principal en el sistema educativo que nos dio [a Canadá] el más reciente currículum de
educación sexual extremista y perverso. El currículum se pospuso por presión del público…
Para quienes hayan olvidado lo sórdida y provocadora que era esta basura, proponía que
chicos de once años aprendieran sobre identidad de género, homofobia, satisfacción personal,
y descubrieran sus cuerpos a través de la masturbación y la lubricación vaginal. A los doce y
trece años se les enseñaría sobre sexo anal y oral. En todo momento se les diría que hay
varios géneros, que nosotros podríamos ser del género que quisiéramos o pensáramos que
somos, y no necesariamente de aquel con el que hubiéramos nacido. También había una
concentración en la homosexualidad, la bisexualidad y los cambios de género, y una extraña
y grotesca obsesión por una sexualidad sin amor y marginal que no tiene lugar en la
educación, y ciertamente no en la educación de niños tan pequeños».

¿No es ésa la “educación sexual” que se busca imponer en los colegios


públicos de varios países de América Latina gracias a la presión de lobbies
interesados en que las nuevas generaciones sean educadas en esa misma
visión del hombre y de la mujer? ¿Es gente normal la que produce esos
programas educativos y promueve una sexualidad sin amor? El mismo autor
del artículo llama la atención sobre
«Alfred Kinsey y sus libros e investigaciones sobre sexualidad, que han moldeado la
enseñanza y el pensamiento sobre el sexo, los niños y el comportamiento por décadas, y
todavía lo hacen. Ahora sabemos, sin embargo, que él mismo era un psicópata, mentiroso y
pedófilo que torturó y abusó de niños y bebés. Sus ideas han causado un daño
inconmensurable, y la batalla continúa. En Croacia, por ejemplo, buenas personas están
intentando prevenir que sus ideas se introduzcan en las escuelas»1.

1
Michael Coren, en http://www.theinterim.com/politics/promoting-perversity/. El biólogo y sexólogo
norteamericano Alfred C. Kinsey (1894-1956) publicó dos estudios sobre El comportamiento sexual
en el hombre (1948) y El comportamiento sexual en la mujer (1953), cuyas conclusiones se conocen
como el “informe Kinsey”. Controversiales y polémicas desde el inicio, luego se ha comprobado que
sus investigaciones fueron manipuladas y adolecían de serios problemas estadísticos, científicos,
morales y legales.
Conclusión

Hasta aquí he querido ofrecerte un largo aunque muy incompleto recuento


de algunos elementos que forman parte del ambiente cultural en el que
estamos sumergidos y nos movemos. ¿No vamos absorbiendo día a día
estos mensajes o formas de pensar y actuar, haciéndolos “nuestros”?
¿Cuánto nos influyen? ¿Somos libres de pensar como pensamos en temas
que tienen que ver con la sexualidad humana? ¿O estamos siendo
condicionados por la forma como otros quieren que pensemos y actuemos?
Me doy por satisfecho si comprendes que tu modo de pensar o actuar no
está libre de todas estas influencias, y que, si quieres hacer la opción por
vivir la castidad, si quieres crecer sin ataduras ni vicios, alejado de las cosas
que te hacen daño, si quieres tener una vida realmente humana y realizada,
tendrás que ir a contracorriente y que asumir una lucha tenaz, ardua y
heroica. Pero créeme que ¡vale la pena!
III. Hechos para amar y ser amados

Todos experimentamos un profundo deseo de amar y de ser amados.


Sepámoslo o no, nuestra felicidad depende de que encontremos y vivamos
un amor auténtico, verdadero. He citado ya al Papa San Juan Pablo II
cuando decía que «el ser humano no puede vivir sin amor»1. Amar y ser
amados es crucial para cada uno de nosotros. Sólo el amor nos lleva a la
felicidad. Sólo el amor da sentido a nuestra existencia.
Pero encontrar el amor no es fácil, y la dificultad de encontrarlo aumenta
por la confusión reinante en nuestra sociedad. Muchos creen que es lo
mismo “amar” que “estar enamorados”, que por lo tanto el amor puede
cambiar con el tiempo y que el amor dura lo que dura el sentimiento. El
amor verdadero existe, y es eterno, pero la cuestión es dónde y cómo
encontrarlo. Si muchos han dejado de creer en el amor eterno, no es porque
no exista, sino porque se han frustrado en su búsqueda, y se han frustrado
porque no han sabido o no han querido buscarlo en el único lugar donde se
encuentra: en Dios.
Aparte de esta confusión reinante, a ustedes jóvenes se les confunde más
aún cuando se les dice: «Si hay amor, el sexo no tiene nada de malo». ¡Eso
no es verdad!2. Llevados de este error muchos terminan heridos y
desengañados en su búsqueda del amor verdadero. Con el tiempo y con las
heridas acumuladas pierden la esperanza de que exista un amor que dure
para siempre o que sean capaces de vivirlo, y así renuncian a su búsqueda.
¿Qué tiene que ver Dios con el amor que necesitamos vivir? Hace poco les
hablé a un grupo de preadolescentes sobre la importancia de la castidad para
encontrar el amor verdadero. Lo hice en base al mandamiento del triple
amor: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón… y al prójimo como a
ti mismo» (Lc 10,27). ¿Cuál es la relación de este amor con la castidad?
Para explicártelo quisiera primero que leas el siguiente texto:
«Lo extraordinario no es que se nos mande amar a Dios, sino que se nos permita amarlo y
que se nos dé la posibilidad de hacerlo y de gozar de su amor. Nosotros, pequeños hombres.
Esto no es un decreto, una imposición, ¡es una maravilla!, un regalo abrumador, una gracia de
locos y, al mismo tiempo, el único fundamento del amor a los demás que, por otra parte, es,
en esta vida, la sola posibilidad de la verdadera felicidad: “amar y ser amado”, como decía
Ovidio. ¡Qué tristeza ver al hombre de hoy perdiendo, poco a poco, esta su dignidad suprema,
lanzado a amores pedestres, a objetivos falaces, a metas tontas, motivos banales! ¡Estar hecho
para Dios y terminar ambicionando la cloaca! Pero así lo quieren los grandes rectores de las
masas: al hombre que ama a Dios no se lo puede manejar; al que ama la zanahoria se le
cuelga una delante de las narices y se le lleva a cualquier parte»3.

Conoces esa figura, ¿no? Si a un caballo le cuelgan en una caña una


zanahoria delante, empieza a caminar hacia la zanahoria para comérsela. Si
la mueves hacia la derecha, el caballo irá hacia la derecha, si a la izquierda,
irá hacia la izquierda. Así te tienen muchas veces, llevándote adonde
quieren sin que tú te des cuenta, porque lo único en lo que piensas es en
comerte la zanahoria y en lo rico que será cuando te la comas.
Sigue diciendo el autor de esta nota:
«Eliaschev le preguntó a Viktor Frankl4, de visita en Buenos Aires, qué opinaba de la
educación sexual, y Frankl le contestó: “la única educación sexual que yo concibo es la
educación para el verdadero amor”. Y cuando Eliaschev le insistió: “¿pero de qué amor me
está hablando?”, Frankl le respondió: “del amor a Dios y el de la monogamia”. Y, a pesar de
ser judío, desde entonces, Frankl no apareció más en televisión».

¿Entiendes? Este mensaje del amor a Dios y de la monogamia no sólo “no


vende”, sino que algunos piensan que debe ser desterrado de nuestras
sociedades junto con Dios mismo. Lo que «los grandes rectores de las
masas» han buscado hacer es eliminar ese mensaje de la cultura moderna.
Logrando sacar a Dios de tu vida y volviéndote enemigo de la Iglesia —
añado yo—, te cuelgan una “zanahoria” delante y te llevan adonde quieran.
Ahora sí te explico cuál es mi enfoque sobre el mandamiento del triple
amor: Dios te ha creado por amor, tú procedes del Amor y estás hecho para
amar. Pero no puedes amar separado de la fuente del Amor, sin abrirte al
Amor, sin acoger ese Amor en tu vida, sin participar de ese Amor
intensamente. Cuando Dios te manda amarlo, no es un capricho suyo, sino
que es algo que responde a tu naturaleza más profunda. Tú necesitas amarlo
para poder amar y ser amado de verdad. De eso depende tu felicidad no sólo
en esta vida, sino para toda la eternidad.
Pero este amor no se restringe a Dios: Él te ha creado para amarlo no sólo a
Él, sino también para amar y ser amado por otros semejantes a ti, para amar
a otros seres humanos como tú. Ahora bien, es un grave error pensar que,
siendo Dios la fuente de nuestro amor, podrás amarte a ti mismo rectamente
o a otros si no lo amas a Él primero. Dios es la fuente y el fundamento de
todo amor humano. Si tú quieres amar verdaderamente a tus amigos, a tus
padres, a tu novia o a tu mujer, ¡ama a Dios, ama a Cristo! Amándolo a Él
amarás como Él a tus amigos, a tus padres, a tu novia o a tu mujer. Él ha
venido a “reconectarte” con Dios, fuente de todo amor humano. Él, además,
ha venido a enseñarte cómo se ama verdaderamente: «Ámense los unos a
los otros como Yo los he amado» (Jn 15,12). Él es la fuente y el maestro del
amor verdadero y verdaderamente humano. No hay amor más grande que el
suyo, y ese amor existe y es para siempre. Unido a Él y participando de su
amor Él te invita a amar a tu enamorada, a tu novia y a quien en el futuro
será tu esposa.
Ahora bien, quizá no sepas esto, pero cuando una mujer cede a las
exigencias sexuales de su enamorado o de cualquier hombre, empieza a
desvalorarse a sí misma, hasta el punto de poder llegar a despreciarse
gravemente. Muchas jóvenes mujeres me han confiado lo mal que se
sienten consigo mismas luego de haber permitido “juegos” sexuales. Se
sienten avergonzadas de sí mismas, a veces sucias e indignas. ¿Tú crees que
una persona que se valora poco o se desprecia a sí misma puede amar
rectamente a los demás? ¡No! Quien quiere amar verdaderamente a otra
persona tiene que empezar por amarse rectamente a sí mismo, a sí misma.
Yo les decía a aquellas jóvenes que tenían que aprender a amarse y
valorarse a sí mismas, y que para ello es fundamental amar a Dios. ¡De esa
manera descubrimos nuestra enorme dignidad y grandeza, descubrimos que
somos inmensamente valiosos y amados!
Mientras que el hombre parece “afirmarse a sí mismo” mediante los
avances y conquistas sexuales con las mujeres, la mujer se desvalora cada
vez más a sí misma toda vez que cede y se entrega sexualmente. Quizás por
fuera pueda aparentar que “todo está bien”, que todo es felicidad y que tener
sexo sin compromiso “es maravilloso”, pero por dentro es otra la historia.
Ahora te digo: piensa en el daño que tú le haces a la mujer que amas con tus
avances sexuales aunque ella te siga, o aunque a veces incluso ella te lo
pida porque se despiertan sus deseos sexuales o porque cree que de esa
manera estarán más unidos. Entiende que a la mujer debes cuidarla y
respetarla aunque esté “regalada”, borracha o desesperada por un poco de
atención y afecto. ¡Y más aún debes respetarla si es alguien a quien amas y
aprecias mucho! ¡Qué pena me da cuando el “amor” se convierte en la
razón o excusa para dar rienda suelta a las propias pasiones! “Por amor”
terminan usándose quienes dicen amarse. Si amas de verdad a tu enamorada
o a tu novia, serás capaz de decirle: «Porque te amo, te voy a esperar. No
tengo apuro, porque tendremos toda la vida para disfrutar del don de la
sexualidad una vez que nos unamos para siempre, ante el Altar de Dios». El
verdadero hombre no es aquel que le pide a la mujer demostrarle su amor en
la cama, sino el que le demuestra su amor esperándola, dominándose,
respetándola, sacrificándose por ella. Sí, todavía existen hombres así y tú
estás llamado a ser uno de ellos.
¿Hasta dónde puedes llegar con tu enamorada o novia sin faltarle el
respeto? Luego de una de mis charlas un joven me preguntó justamente eso.
Se me ocurrió contestarle con otra pregunta: «¿Tienes hermana?». «Sí», me
dijo. Mi siguiente pregunta fue: «¿Hasta dónde quisieras que su enamorado
llegue con tu hermana?». Su respuesta no se dejó esperar, veloz como un
rayo pronunció un firme y rotundo «¡Nada!». «Bueno —le dije—, ése es el
límite al que puedes llegar con tu enamorada». Como un manotazo de
ahogado vino entonces la inesperada repregunta de aquel joven: «No, pues,
Padre, ¿y si no tuviese hermana?». En ese momento todos los presentes nos
reímos, aunque él parecía estar hablando muy en serio. ¿Por qué tiene que
ser uno el límite para el enamorado de tu hermana, y otro el límite para ti?
¿Por qué tú puedes avanzar “más allá, hasta un cierto punto”, y le exiges a
otros que respeten a tu hermana al máximo? ¿Es que tu enamorada o novia
no es hermana de alguien, hija de alguien, que también espera de ti el
máximo respeto hacia su hija o hermana? ¡Respeta a la mujer que amas
como tú quisieras que respeten a tus hijas cuando las tengas!
Si amas a tu enamorada, sin duda querrás lo mejor para ella. Si tú no te
educas en el verdadero amor que hunde sus raíces en el amor de Dios, si no
permaneces unido a Dios, y si con su fuerza no aprendes a dominarte a ti
mismo, ¿quién le enseñará a tu enamorada a amarse rectamente a sí misma?
Nuestra sociedad necesita de hombres que amen de verdad, que respeten a
las mujeres, que no las traten como cosas o como objetos de placer; necesita
de hombres recios, que sepan dominar y orientar rectamente sus impulsos y
pasiones, que luchen por purificar sus corazones de su propio egoísmo;
hombres que amen más y que sean menos egoístas. Amarte a ti mismo
rectamente es amarte como Dios te ama; amar con el amor de Cristo es
amar de verdad. Lo otro es un egoísmo disfrazado de “amor”, mientras que
«la castidad libera a las parejas del egoísmo de usarse uno al otro como
objetos, dejándolos libres para tener y gozar de un amor verdadero»5.

¿Qué es lo que quieres para ti? ¿Qué es lo que quieres para tu enamorada,
para tu novia o futura esposa? ¿No quieres amar y ser amado de verdad?
¿No quieres que ella sea amada de verdad, para que aprenda a valorarse a sí
misma rectamente? Si quieres amarla de verdad, cuídala de tu propio
egoísmo, de querer avanzar en lo sensual o sexual para satisfacer tus
impulsos o “necesidades” del momento.

1
San Juan Pablo II, Redemptor hominis, 10.
2
Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 2353.

3
Gustavo E. Podestá, en http://www.catecismo.com.ar/sermonesdurante26/30_87A.htm.
4
Viktor Emil Frankl (Viena, 1905-1997), neurólogo y psiquiatra, fundador de la Logoterapia.

5
Jason Evert, Amor puro, Catholic Answers, San Diego 2007, p. 4.
IV. ¿Qué es la castidad?1

La castidad, ante todo, es una virtud. Nuestra voz “virtud” proviene de la


palabra latina “virtutem”, y tiene su origen en la palabra “vir”, “varón”.
Sólo la virtud lleva al hombre a ser hombre de verdad. Hoy quizá muchos
creen que “ser hombre” es ser un “macho” musculoso capaz de vencer a
otros “machos” (ser un “macho alfa”), o ser tan atractivo y galán que pueda
seducir a cuanta mujer desee. Eso, sencillamente, no es ser hombre, es ser
“macho”, como machos llamamos a los animales. Ser hombre de verdad no
es aprender a dominar a los otros —por medio de la fuerza, el dinero, la
manipulación, el “arte” de la seducción, etc.—, sino dominarse a sí mismo,
es decir, aprender a dominar los propios impulsos, pues éstos, si no se les
restringe y más bien se les da rienda suelta, si no se les orienta debidamente,
causarán un terrible daño a los demás y a uno mismo.
Nuestros impulsos interiores, si se me permite una comparación, son como
la energía que produce un reactor atómico: si se controla la fusión nuclear,
es capaz de generar una energía que ilumina ciudades enteras. Pero si se
sale de control, mata o causa serias deformaciones a los seres vivos que son
expuestos a su radiación, además que torna estéril la tierra contaminada. Así
es la persona que no aprende a dominar sus impulsos y pasiones: se
convierte en un desastre e irradia ese desastre a quienes entran en contacto
con ella.
La virtud lleva a la persona a comportarse verdaderamente como ser
humano, a conducirse como tal. Para ello se necesita fuerza moral, coraje,
hombría, excelencia (todo eso refleja el término latino “vir”).
¿Y en qué consiste esta virtud de la castidad? La sola mención de la palabra
produce rechazo en muchos, porque ni siquiera saben lo que significa.
Varios creen que es lo mismo que “no tener sexo nunca” y que “eso es sólo
para curas y monjas”. Quizá tú mismo, en medio de tanta confusión e
ignorancia, no sabes bien qué es la castidad. Por eso es importante explicar
ahora su significado y sus implicancias, para que tengas las cosas claras y
puedas así dar razón a otros de su sentido.
Vayamos primero a la etimología de la palabra. “Castidad” viene del latín
“castus”, y se traduce al español como “puro”. Por tanto, castidad y pureza
son sinónimos, significan lo mismo.
Sobre la pureza podemos decir que la buscamos y preferimos en todo. Así,
por ejemplo, cuando se trata de beber agua, procuramos que sea pura y
rechazamos el agua sucia. Lo mismo se aplica al aire o a los alimentos. Si
nos referimos a metales o a joyas, sucede igual: su calidad y valor aumentan
de acuerdo a su pureza; pensemos en un diamante, por ejemplo. Cuando de
personas se trata, nos repugna la compañía de alguien sucio y maloliente,
mientras que nos agrada la de gente limpia y perfumada. Así se da en todo:
naturalmente preferimos lo que es puro y limpio.
¿A qué viene todo esto? Pues también en lo que respecta al amor queremos
un amor puro. Pero resulta que no todo lo que dice ser amor es
verdaderamente amor, y no todo amor es de por sí puro. Hay un amor puro
y otro que no lo es, cuando está contaminado por el egoísmo. Es de ese
egoísmo del que todo amor humano necesita purificarse continuamente para
que no nos haga daño y no haga daño a otros. La castidad es justamente la
virtud que purifica y protege al amor humano del egoísmo.
¿Y qué es el egoísmo? Ponerse uno a sí mismo primero o en el centro,
buscar los propios intereses antes que el bien de los demás. Es “amarse uno
a sí mismo” pero por encima de todos, y querer que lo amen a uno por
encima de todo. Soy egoísta cuando deseo que la otra persona haga lo que
yo quiero y no lo que es bueno para ella. Soy egoísta cuando antepongo mis
caprichos, mis impulsos o mi placer al bien de la otra persona. Si lo primero
que busco en una relación es disfrutar del placer que me proporciona,
aunque sea “de mutuo acuerdo”, estoy siendo egoísta y la otra persona
también. La relación se convierte en un egoísmo compartido por dos
“mendigos” que buscan algo en el otro: o un placer, o llenar un vacío de
amor, o lo que sea.
Al egoísta no le importa hacer sufrir a otras personas o causarles daño con
tal de obtener lo que quiere. A veces el egoísmo llega a disfrazarse de
“amor”. En una encuesta realizada por la revista Seventeen entre jóvenes
varones universitarios en Estados Unidos, el 40% admitió haberle «dicho
“te amo” a una chica con la única finalidad de obtener algo sexual de ella»2.
Otras veces, cuando hay un amor incipiente, cuando hay un afecto
verdadero entre un joven y una joven, el egoísmo es capaz de deformar y
destruir ese amor. Ese egoísmo se mete en la relación cuando los besos se
tornan apasionados, cuando llevados por el impulso se exceden en caricias,
cuando se van quebrando los límites y se avanza cada vez más en el terreno
sexual.
Alguno objetará: «Pero si los dos estamos de acuerdo y nos amamos, ¿qué
tiene de malo?». Le respondo: cuando la búsqueda del placer y del sexo
entran en la relación antes de tiempo (o sea, antes del matrimonio), la
relación se distorsiona. El amor es como una semilla que echa su tallo. Si no
cuidas esa pequeña y frágil planta, si la expones al fuego o al sol intenso, se
marchita y se muere. Para que el amor crezca y madure, para que se
convierta en un árbol sólido que dé buenos frutos en el futuro, hay que
cuidarlo desde hoy con la castidad, con el mutuo respeto, poniendo los
límites claros y luchando juntos por mantenerlos. El grave riesgo que se
corre cuando se adelantan las cosas es éste:
«Hace once meses que estoy con mi enamorada. Recién hemos tenido relaciones sexuales por
primera vez y me duele tanto haberlo hecho, porque desde que lo hice ya no soy capaz de
mirar su corazón como lo hacía antes; ¡ahora sólo pienso en eso!» (Un joven de diecisiete
años).

Había amor, pero un amor que necesitaba madurar, crecer, hacerse fuerte en
la espera. Al apresurarse, la mirada del joven se deformó, se enturbió. Eso
es lo que suele suceder en alguien que no tiene madurez, que no es capaz de
dominarse, de esperar, de purificar sus intenciones: deja de ver el corazón
de su amada y empieza a mirarla cada vez más como un objeto de placer.
Así crece el egoísmo, mientras el amor sincero decrece y se marchita.
Varias jóvenes a quienes yo les contaba lo que me había dicho aquel
muchacho me comentaron: «Lo mismo sentí que pasó entre nosotros». Las
relaciones sexuales no son un juego, son algo muy serio, algo incluso
sagrado. Los químicos que entran a tallar en el cuerpo durante la relación
sexual causan cambios importantes en el cerebro del hombre y de la mujer,
cambios no sólo biológicos sino también psicológicos, con consecuencias
también espirituales. Cuando no se sabe esperar y se apresuran las cosas, el
hombre corre el riesgo de terminar enamorándose del cuerpo de la mujer y
del placer que le proporciona.
A las relaciones sexuales entre enamorados normalmente no se llega de la
noche a la mañana. Todo empieza con un exceso, cuando por primera vez se
rompe un límite. Roto ese límite, el cuerpo pide más, nunca menos, y así, de
a pocos, se va avanzando hasta que finalmente “pasa todo”. Una vez que el
hombre tiene relaciones sexuales es muy probable que ya empiece a pensar
“sólo en eso”, porque los químicos hacen que la experiencia se quede
fuertemente impregnada en su memoria.
Cuando se apresuran las cosas, cuando no hay la madurez necesaria que
proporciona un trato en el que prima el respeto, el amor en vez de “hacerse”
se deshace. Por preferir el placer del momento, por querer experimentar el
éxtasis que produce la relación sexual, vas ahogando el amor verdadero. El
precio que pagas es muy alto: se te hace más difícil, si no imposible, ver en
adelante el corazón de la persona, verla y tratarla con respeto. Esa
desviación y deformación del amor es un peligro del que muy pocos
jóvenes son conscientes, y muchos se niegan a aceptar que pueda pasarles a
ellos, «porque lo nuestro sí es amor». Pero lamentablemente se produce con
mucha facilidad cuando se exceden los límites en la relación, cuando se da
rienda suelta a la sensualidad que va llevando poco a poco al erotismo y a
las relaciones sexuales. En palabras de una joven:
«Me di cuenta de que mi relación fracasó totalmente porque después de haberme entregado
no había libertad, se fue el respeto, ni paz ni tranquilidad estaban en mi día a día, se acabaron
los detalles y después de eso dejó de haber confianza, ocasionó millones de problemas y en
vez de sentirme segura me sentía insegura al 100%».

Cuando te enamoras sinceramente de una mujer, la miras con respeto, como


a una hermana. El amor hace que uno deje de lado la típica mirada
cosificadora de la mujer y se fije en su belleza interior, en toda su persona.
Realmente todo eso se malogra si empiezas a ceder a tu egoísmo, a tus
impulsos y comienzas a avanzar en el campo sexual. Entonces pierdes el
respeto hacia la persona, el amor se marchita, tu visión de ella se deforma.
Es por eso que tú tienes una grave responsabilidad frente a ella y frente a ti
mismo: si no quieres que la relación con la mujer de tus sueños se dañe,
¡respétala! Si quieres que el amor perdure y se haga más profundo, ¡espera!
Sólo en la espera el amor puede madurar, crecer, hacerse fuerte y sostenerse
por toda la vida.
La castidad no reprime ni limita el amor, sino que lo purifica del egoísmo y
lo eleva a su máxima madurez. Vivir la castidad no es ir en contra de tu
naturaleza, no es “antinatural”, como algunos quieren hacerte creer, sino
que te vuelve “de salvaje en humano”; más aún, el ejercicio de la castidad
lleva a que tu naturaleza humana evolucione a un nivel espiritual superior.
Sólo entonces serás capaz de amar y ser amado como lo reclama todo tu ser,
porque fuiste hecho para el amor y porque sólo un amor verdadero podrá
satisfacer esa necesidad de infinito que hay en ti.
Ahora te pregunto: ¿Qué clase de amor quieres para ti? ¿Un amor puro? ¿O
uno contaminado por el egoísmo? Si has leído hasta acá, seguro que quieres
un amor puro, verdadero, auténtico, que responda a tus anhelos más
profundos, un amor que traiga gozo, paz, alegría y felicidad a tu corazón y
al corazón de la persona que amas. Te repito que el único camino para
conquistar ese amor es la castidad, que
«según la visión cristiana… no significa absolutamente rechazo ni menosprecio de la
sexualidad humana: significa más bien energía espiritual que sabe defender el amor de los
peligros del egoísmo y de la agresividad, y sabe promoverlo hacia su realización plena»3.

Insisto en que la castidad no consiste simplemente en “no hacer esto, o no


hacer esto otro”. No es represión de tus “impulsos naturales”. Tampoco es
un conjunto de prohibiciones que te limitan o impiden expresar todo tu
amor. Quien cree que eso es la castidad, no pasa de ser un gran ignorante.
La castidad, en cambio, es «una forma de vida que te da libertad, respeto,
paz, alegría y hasta romance, sin reproches, sin temores ni angustias»4. Se
trata de
«algo positivo, es una virtud, significa entender y vivir el auténtico amor, no sólo antes del
matrimonio, sino durante toda la vida. El amor auténtico no busca la propia satisfacción, sino
lo que es mejor para el otro. Eso sólo lo consigue la castidad, porque nos hace entender que la
sexualidad es un valioso regalo que hemos recibido y nos hace respetarnos a nosotros mismos
y a los demás, de forma que podamos amar a otra persona y no caer en la tentación de
utilizarla en nuestro propio provecho»5.

Finalmente, la castidad para los cristianos implica esperar hasta el


matrimonio para la entrega sexual. Por eso es que seguirá siendo la menos
popular de las virtudes. La norma cristiana es y será siempre: nada antes del
matrimonio, y nada fuera del matrimonio. Quien te diga «si hay amor, no es
pecado adelantarse» es un gran ignorante. No es verdad. La enseñanza de la
Iglesia en ese sentido es clara y no admite excepciones:
«La fornicación es la unión carnal entre un hombre y una mujer fuera del matrimonio
[evidentemente se entiende también antes del matrimonio]. Es gravemente contraria a la
dignidad de las personas y de la sexualidad humana, naturalmente ordenada al bien de los
esposos, así como a la generación y educación de los hijos. Además, es un escándalo grave
cuando hay de por medio corrupción de menores»6.

1
La enseñanza de la Iglesia sobre la castidad la encuentras en el Catecismo de la Iglesia Católica,
2337-2350.
2
Ben Shapiro, Porn Generation, Regnery Publishing, Washington 2005, p. 25.

3
San Juan Pablo II, Familiaris consortio, 33.
4
Jason Evert, Amor puro, ob. cit., p. 4.
5
Mary Beth Bonacci, Tus preguntas y las respuestas sobre amor y sexo, Palabra, Madrid 32005, pp.
11-12.
6
Catecismo de la Iglesia Católica, 2353.
V. ¿Por qué es importante vivir la castidad?

En el capítulo anterior hemos aclarado qué es la castidad. Ahora es


necesario insistir en la importancia de vivirla.
¿No es una locura intentar vivir la castidad cuando todo y todos nos dicen
que «es antinatural», que «no tiene sentido esperar» ya que existen
condones y anticonceptivos para evitar contagios y embarazos, que «hay
que disfrutar de la juventud», que «tienes que ganar experiencia para
cuando te cases», etc.? ¿No es tonto rechazar los placeres que te ofrece el
sexo? «¡No sabes lo que te pierdes!», te dirán una y otra vez. ¿Por qué no
dejarse llevar por la corriente?
Antes de dejarte llevar por la corriente, por tus propios impulsos o por la
presión de otras personas, es necesario que te detengas un momento y te
preguntes: ¿Adónde me llevará esa corriente? ¿Adónde quiero ir? ¿Qué es
lo que quiero para mí y para mi enamorada, mi novia o mi futura esposa?
¿Quiero descubrir y vivir el amor verdadero? ¿Apresurar los placeres me
ayudará a encontrar el amor verdadero o me apartará de él?
La pregunta sobre lo que quieres vivir en el futuro es crucial, porque lo que
siembres hoy es lo que cosecharás mañana, para ti, para tu esposa y para tus
hijos. ¡Claro que es fácil y muy agradable dejarse llevar y disfrutar de los
placeres sexuales! Pero, ¿eso te va a conducir a la fuente del amor o a una
catarata?
Ante tanta resistencia, ante tantas dificultades que podemos encontrar en el
camino, necesitamos razones poderosas que nos impulsen a luchar día a día
por vivir la castidad. Optar por ello es asumir una lucha dura, complicada,
es aprender a frenar tus impulsos e ir a contracorriente todos los días.
¿Por qué es importante vivir la castidad? Porque de lejos es la mejor opción,
aunque sea costosa y difícil. ¿Qué gano yo? ¿Qué gana mi enamorada?
Quiero ofrecerte algunas razones para que entiendas por qué vale la pena
asumir esta lucha a contracorriente.
La castidad es el camino que lleva al hombre a la cumbre del amor
verdadero. No olvides que como seres humanos «no podemos vivir sin el
amor». Nuestra vocación es al amor: estamos hechos para el amor, y por
ello necesitamos amar y ser amados. Pero este amor del que necesitamos
participar vivamente no es cualquier amor y no se puede confundir con el
sentimentalismo, el romanticismo y menos aún con la pasión o el sexo. El
sexo puede esperar. Las relaciones sexuales antes del matrimonio no son “la
prueba” de un amor verdadero, sino más bien una muestra del gran egoísmo
que existe en el corazón de un hombre cuando le pide a su enamorada que
se entregue sexualmente a él. La verdadera prueba de amor es que tú te
sacrifiques por ella, que tú le demuestres cuánto la amas con la espera
paciente y el dominio de tus impulsos. La espera purifica el amor del
egoísmo que significa poseer a la otra persona tan pronto acceda. La
castidad protege el amor auténtico y educa a ver el corazón de la mujer,
evita que termines usándola para satisfacer tus pasiones y amando su cuerpo
antes que a ella.
Ahora bien, además de esto, ¿cuáles son los beneficios que trae consigo la
castidad? Hagamos una breve lista:
1. Tehace hombre de verdad, capaz de amar auténticamente a una mujer,
de dar la vida por ella día a día, de defenderla, protegerla, velar por ella,
de hacerte responsable de ella ahora y a futuro.
2. Permite centrar la atención en la amistad, en el diálogo, en el
conocimiento profundo de la persona amada. De este modo se va
forjando una relación sana y consistente, con una mayor libertad.
3. Les da la posibilidad a ambos de vivir un amor sin remordimientos. Su
fruto es la paz y la alegría de corazón.
4. Tehabilita para amar de un modo más profundo a tu enamorada, novia
y/o futura esposa. Es sabido que «sólo se ama lo que se conoce». Es
necesario conocerte a ti mismo y conocer a la persona de la que te has
enamorado. ¡Conocerse es fundamental! Cuando la sensualidad se abre
paso en la relación, ese conocimiento corre el peligro de quedarse sólo
en la piel y no ir a lo profundo. Va primando cada vez más “eso”, no
“ella” o “ustedes”, sino “tú”. ¡Para conocer verdaderamente a la
persona es tan necesaria la castidad! La pureza en la relación permite
centrar la atención en el mutuo conocimiento. El testimonio que ahora
te ofrezco lo escribió una mujer de unos veinticinco años, que luego de
mantener una relación no casta con su novio hicieron la opción de vivir
la castidad:
«Los meses de castidad que él y yo tuvimos antes de casarnos hicieron que me enamore más
de él... Lo valoré más porque él se valoraba más y también empecé a disfrutar cosas más
inocentes y diferentes, las conversaciones eran más libres, como de dos amigos que se
respetaban más, y por último, lo más importante, es que los besos se volvieron más especiales
porque era lo más cercano que teníamos».

5. Ejercitarte
en el dominio personal y saber esperar forja tu voluntad, te
da en términos generales una mayor tolerancia a la frustración, una
mayor seguridad en ti mismo, una capacidad de lograr una
comunicación más asertiva. Ejercitarte en la virtud de la castidad te
ayuda a madurar como persona.
6. Teproporciona una mayor objetividad para ver los aspectos importantes
de una relación. Puedes así descubrir las virtudes y también los defectos
de la persona que amas, de modo que puedas aceptarla tal y como es,
no tal y como te la imaginas o esperarías que sea. Eso es fundamental
para la consistencia de un futuro matrimonio.
7. Teentrena para ser fiel a tu futura esposa. Sí, y es que si hoy das rienda
suelta a tus impulsos, te acuestas con una, luego con otra, o con dos a la
vez, cuando te cases no serás capaz de serle fiel a tu esposa.
Sin duda puedes encontrar muchos otros beneficios, pero basta con éstos
que me parecen los más importantes. Por otro lado, creo que también es
conveniente considerar los daños que uno se hace o puede hacer a la
persona amada cuando no se vive la castidad. Aquí te ofrezco una breve
lista:
1. Daños a nivel físico/biológico
a. Posibilidadde contagio de enfermedades de transmisión sexual, si
alguno de los dos ha tenido contacto sexual con otra pareja
anteriormente.
b. ¿Qué harías si ella queda embarazada? Una mujer que aborta corre
riesgos de males físicos y sufre heridas emocionales muy fuertes.
Luego de haber escuchado a muchas mujeres que han abortado, te
puedo decir que es muy difícil que se perdonen a sí mismas haber
matado a su propio hijo. No hay nada más duro para una mujer que eso.
En el fondo ella no se cree aquello de que lo que ha concebido es sólo
“un tejido de células”, o un “quiste”: sabe bien que es su hijo, digan lo
que digan. Una mujer que aborta no sólo mata a su hijo, también muere
algo en ella.
c. La masturbación continua causa un problema de compulsión y/o
adicción.
2. Daños a nivel psicológico
a. Te genera una autoestima distorsionada: crees que vales por tu
desempeño sexual, por tu atractivo físico, por tu capacidad de
conquista; confundes ser hombre con ser “macho”.
b. Te lleva a tomar a las mujeres —incluyendo a tu enamorada— como
objetos de placer o juguetes sexuales. Poco a poco degradas a las
mujeres y a tu enamorada o a tus amigas, pidiéndoles que te hagan
ciertos “favores”. Al degradarlas, te degradas también tú mismo.
c. Te incapacita para amar verdaderamente, pues al buscar “eso”
alimentas tu propio egoísmo, por más que digas que lo haces “por
amor”. Cuando no esperas, tiendes a ver a la mujer que has conquistado
sexualmente como “tu posesión”, especialmente si era virgen.
Empiezas a celarla porque no tienen un compromiso serio (matrimonio)
y porque se te pasa por la cabeza: «Si lo hizo conmigo, lo puede hacer
con cualquiera». Así de patético.
d. Alimenta una actitud machista, que con el tiempo te lleva a la obsesión
sexual que deriva en actitudes de abuso, maltrato emocional y físico, o
de violencia sexual hacia las mujeres, incluso con alguna pariente tuya
y en el futuro acaso con tus propias hijas. El hombre, por no vivir la
castidad, se puede volver literalmente una bestia, ¡y eso te puede pasar
a ti!
e. Se devalúa una recta visión y aproximación a la sexualidad: las
relaciones sexuales se convierten en un “juego” o un “entretenimiento”
que produce un intenso placer, pero que se apartan cada vez más de una
real manifestación de amor.
3. Daños a nivel espiritual
a. La falta de castidad nos aleja de Dios y, por lo mismo, de nuestra
identidad más profunda. Si bien el pecado de impureza no es el más
grave —muchísimo más grave es la soberbia—, sí es el que más
avergüenza. Quien cae en impureza se llena de vergüenza ante Dios y,
si se atreve, le cuesta una infinidad ir a confesarse. Pero si te apartas de
Dios, estarás separándote de Aquel único capaz de devolverte la pureza
y la paz del corazón. Es tan absurdo como huir de un médico cuando
uno se está muriendo. ¡Él es el único que puede salvar tu vida! Así de
tontos somos cuando nos apartamos de Dios por la vergüenza que
sentimos cuando faltamos a la pureza de cualquier manera. No hay
pecado que Dios no te pueda perdonar si estás arrepentido, no hay
impureza que Él no pueda purificar, no hay herida que Él no pueda
curar. Por ello, si tú caes, en vez de apartarte de Dios lo inteligente es
acercarte a Él, humilde y arrepentido, para pedir perdón. Entonces Él te
devolverá la pureza, y una nueva oportunidad para hacer las cosas bien
en adelante.
b. Nos aparta asimismo de la Iglesia. Cuando los jóvenes comprometidos
con la vida cristiana y el apostolado —en su parroquia o en un
movimiento, por ejemplo— faltan a la castidad, dejan de rezar porque
se sienten indignos, poco a poco dejan de confesarse, de ir a Misa y de
cumplir sus obligaciones apostólicas.
c. Nos aleja también de las verdaderas amistades, de aquellos amigos o
amigas que saben aconsejarnos bien, porque sentimos que los hemos
defraudado, porque tememos que se molesten con nosotros, porque
sabemos que no nos van a consentir lo que nosotros queremos
consentirnos. Con eso, volvemos a las “amistades” que nos arrastran
por el camino fácil.
d. Con el pecado, y con la repetición del pecado, se produce un
endurecimiento del corazón, un adormecimiento de la conciencia frente
al pecado (ya no me parece que está mal, me justifico y voy perdiendo
la vergüenza) y una actitud cada vez más cínica.
e. Generamos un hábito de mentir para ocultar, lo que prepara el camino
para llevar una doble vida, rompiendo en el presente o futuro promesas
y compromisos asumidos verbal o solemnemente.
f. Produce un subjetivismo moral por el que se rechaza todo criterio
objetivo sobre lo que es bueno o malo: «Todo es relativo; yo determino
qué es lo bueno y qué lo malo según mi parecer o placer».
Hemos considerado brevemente los beneficios que trae vivir la castidad,
así como también los daños de no vivirla. La lista no pretende ser ni
exhaustiva ni completa, pero sí darnos una idea de por qué es conveniente
esta virtud.
Una vez que hemos entendido su importancia, surge otra pregunta que es
necesario responder.
VI. ¿Es posible vivir la castidad?

Podemos entusiasmarnos mucho cuando se nos explica bien qué es la


castidad, cuáles son sus beneficios y cómo esta virtud es el camino para
encontrar el amor verdadero y vivirlo en plenitud. Sin embargo, no
podemos ser ingenuos. Junto con el entusiasmo debemos ser muy realistas:
hoy en día es especialmente difícil vivir la castidad, por todo lo que hemos
visto al principio. Vivimos en una cultura que desprecia esta virtud y nos
presiona a todos a ir en una misma dirección.
La dificultad aumenta porque no sólo somos víctimas de un continuo
bombardeo de mensajes cargados de hedonismo, sensualidad y egoísmo, o
de la presión social, sino que a toda esta presión externa se añade nuestra
propia inclinación al mal, la tentación y la acción de nuestras propias
hormonas. Vivir la castidad no es fácil. Como me decía alguien que decidió
hacer esa opción, «no me imaginé que el camino se iba a volver más
complicado».
Teniendo todo esto en cuenta, volvemos a hacernos la pregunta: ¿es posible
vivir la castidad? Por más bombardeo o presión externa que
experimentemos, por más revueltas o alocadas que estén nuestras
hormonas, por más tentados o inclinados que estemos al mal, no dejamos de
ser libres. No estamos inexorablemente condicionados a vivir una vida no
casta. No podemos echarle la culpa “a los demás”, “a las circunstancias”, “a
las hormonas”, “al exceso de trago” o a lo que sea. Cada uno de nosotros es
dueño de sus propios actos y responsable de sus propias decisiones. A pesar
de la dificultad, a pesar de que muchos te digan que es imposible, tú sí
puedes vivir la castidad si te lo propones firmemente.
La verdad es que la gran mayoría hoy en día piensa —antes de intentarlo
siquiera— que eso es imposible. Pero, cuando se trata de intentar algo,
nunca hay que pensar acerca de posibilidades o imposibilidades. ¡Cuántas
veces nos sorprende ver que otros hacen lo que antes parecía imposible!
Impresiona lo que el ser humano es capaz de lograr o hacer cuando se lo
propone. Y si a punta de voluntad, de inteligencia, de esfuerzo, de
entrenamiento, de superación de límites, de audacia, es capaz de lograr
cosas admirables y de someter y dominar energías insospechables, ¿por qué
de plano muchos piensan que es imposible vivir la castidad? Hay quienes lo
están haciendo, tan sencillo como eso. No es imposible. ¿Qué hace que sea
posible? La firme decisión, la práctica, la tenacidad, la persistencia, el
ponerse una y otra vez de pie luego de cada caída, la motivación de obtener
el premio, que en el caso de la castidad es el amor verdadero. Lo único que
impide vivir la castidad es la limitación mental que uno se pone a sí mismo,
el “creer que no se puede”. Por cierto, a quien decide intentarlo, Dios le
ofrece la ayuda de su gracia, una ayuda que es absolutamente necesaria
dada nuestra fragilidad:
«Podemos ciertamente estar seguros de que la castidad perfecta, como la caridad perfecta, no
serán alcanzadas por nuestros meros esfuerzos humanos. Debemos pedir la ayuda de Dios.
Incluso cuando esto ya se ha hecho, es posible que nos parezca que durante mucho tiempo
ninguna ayuda, o menos de la que necesitamos, nos es otorgada. No importa. Detrás de cada
fracaso, pidan perdón, levántense del suelo y vuelvan a intentarlo. Muy a menudo, lo que
Dios nos otorga primero no es la virtud en sí sino este poder de volver a intentarlo de nuevo.
Pues por muy importante que sea la castidad (o el valor, la sinceridad, o cualquier otra
virtud), este proceso nos entrena en hábitos del alma que son más importantes todavía. Nos
cura de nuestras ilusiones con respecto a nosotros mismos y nos enseña a depender de Dios.
Por un lado, aprendemos que no podemos confiar en nosotros mismos ni siquiera en nuestros
mejores momentos y, por el otro, que no debemos desesperar ni en nuestros peores
momentos, porque nuestros fracasos son perdonados. La única cosa fatal es sentirse
satisfecho con cualquier cosa que no sea la perfección»1.

¡Qué importante es esto! Si decides hacer esta opción valiente por vivir la
virtud de la castidad, ¡no confíes en ti mismo ni en tu mejor momento! ¿Por
qué? Porque es en esas circunstancias en las que piensas que eres fuerte,
que tienes todo bajo control, que “no va a pasar nada”, cuando te expones a
situaciones complicadas, cuando tienes la guardia baja y cuando recibes los
golpes más duros, cuando se dan las caídas más fuertes. Cuando eso sucede,
vienen inmediatamente la desesperación, el desaliento, la idea de que “no
vas a poder”, de que “siempre será igual”, de que “nunca podrás superar tu
debilidad”, aparece la tentación fuerte de abandonarte y seguir revolcándote
en tu miseria. ¡No! En esos momentos, ¡no desesperes! ¡Sé humilde! Pide
perdón2, perdónate a ti mismo, pide la ayuda necesaria a Dios y ponte de pie
para volver a empezar de nuevo, con la conciencia de que la única cosa fatal
es renunciar a la lucha.
Así, pues, ¿se puede vivir la castidad? ¿Es posible? Sí. Sí se puede. Sí es
posible. Con tu decisión y con la fuerza de Dios, todo es posible.
1
C.S. Lewis, Mero Cristianismo, ob. cit., p. 116.
2
Si eres católico, ¡acude a la Confesión! En nuestro esfuerzo por educarnos en la virtud de la
castidad para amar de verdad necesitaremos ser curados y perdonados muchas veces. Si caes, el
Señor te espera en su sacerdote para perdonarte, para curar tus heridas, para alentarte a ponerte
nuevamente de pie y volver a la batalla.
VII. ¿Cómo vivir la castidad?

Quien hace la opción de vivir la castidad porque entiende que es lo mejor


para él y para la mujer a la que ama, que ése es el camino para crecer y
madurar en un amor auténtico, se encuentra ante una gran pregunta: ¿Y
cómo la vivo en lo práctico, en lo cotidiano? ¿Qué implica concretamente?
Lo primero que tienes que hacer, como hemos dicho, es quererlo con
firmeza. Desearlo con convicción y encontrar la motivación apropiada son
fundamentales para la adquisición de esta virtud. En ese mismo sentido es
importante que entiendas y estés convencido de que sí se puede vivir la
castidad. Quien dice que es imposible, es porque no lo ha intentado
seriamente o porque ni siquiera quiere intentarlo. Y no porque él no quiera
o no pueda, quiere decir que los demás tampoco puedan. En esto también se
aplica aquello de que «querer es poder».
La castidad ciertamente no se alcanza de la noche a la mañana, con sólo
quererlo y decidirlo. Requiere lucha y perseverancia en esa lucha. La
castidad es una virtud, y nadie llega a ser virtuoso sin esfuerzo, constancia,
sacrificio, entrenamiento y mucha paciencia. No te desanimes jamás si
fallas al primer intento, al segundo o al tercero. Lo importante es seguir
intentando siempre de nuevo y nunca darte por vencido, nunca quedarte con
la última experiencia de derrota.
Teniendo la decisión y con la convicción de que sí se puede, toca entrenarte.
Como en las artes marciales o en cualquier deporte, sólo se puede alcanzar
su perfecto dominio mediante técnicas, con un maestro que te enseñe y con
la repetición diaria de ciertos movimientos y ejercicios. Recuerda que,
como en todo lo que requiere entrenamiento, también en el dominio de los
propios deseos e impulsos sexuales por medio de la castidad, la repetición
de actos virtuosos y la perseverancia son fundamentales.
Perseverar es nunca darse por vencido. Perseverar es ser como un porfiado:
si me caigo, ¡me vuelvo a poner de pie y regreso a la batalla! ¡Nada de
quedarse tirado en el suelo luego de una caída! Perseverar implica ver la
caída no como un fracaso, como la derrota final, sino como una oportunidad
para aprender, para ser más inteligente en adelante y no cometer los mismos
errores. Una caída no hace el final de la carrera. Es tan sólo eso: un
tropezón en el camino. Aunque falles, ¡el Señor siempre te ofrece una nueva
oportunidad! Sólo te pide que con humildad aceptes tu fragilidad, que
aprendas de tus caídas y que vuelvas a la lucha apoyado en su fuerza.
El fracaso no consiste en una caída, sino en no querer levantarse
nuevamente, en la decisión de abandonar la lucha. Aunque vuelvas a caer
“siempre en lo mismo”, jamás debes ceder al desaliento, al desánimo.
Siempre se puede volver a intentar de nuevo. Si siempre te vuelves a poner
de pie, poco a poco, con el tiempo, con paciencia, verás que puedes ir
adquiriendo un mejor dominio de ti mismo.
Ten en cuenta que por más buena intención que tengas en un momento de
mucho entusiasmo, las caídas en el caminar son parte de la vida. Como me
escribió un joven acongojado:
«He pecado, caí en la tentación, perdí mi castidad, mi segunda oportunidad para volver a
amar de verdad... Me siento horrible… siento que decepcioné a todos los que me aman y sé
que si no me quieren perdonar, me lo merezco... En mi mente aún tengo como prioridad
seguir amando a Dios y encontrar la felicidad, aunque por lo que hice diga todo lo contrario a
todo lo que siento. Me siento mal conmigo mismo, me siento asqueroso, siento que no tengo
cara para mostrársela a Dios. Yo quiero vivir en paz. He estado asistiendo a Misa todos los
domingos y entre semana también, pero sin embargo fallé. Necesito consuelo, porque siento
que iba bien y fallé y mandé todo al drenaje en un momento. Quiero vivir en paz y amar a la
que algún día será mi esposa. Ayúdeme, ayuden a este pobre pecador que implora redención,
paz interior y seguir el camino de Dios».

También una joven me compartió luego de caer:


«Le cuento que caí. Me siento avergonzada y triste. Pensé seguir en la lucha constante, pero
no pude. Ahora me doy cuenta de que es una lucha muy fuerte, que no pude seguir, pero me
levanté, miré de frente. Pero ahora tengo más miedo que antes. Me dejé llevar, me puse a
tomar, tuve la oportunidad de dejar de tomar y no lo hice, y terminé casi cediendo a tener
relaciones sexuales con un chico que supuse que era mi amigo. Me siento mal, no me porté
bien, pero no me dejaré vencer por esta caída, así que iré a confesarme para retomar mi
lucha».

¡De eso se trata! De levantarse nuevamente, de pedir perdón, de aprender de


los errores, de volver a intentarlo con más humildad y prudencia.
Como aquellos jóvenes que cayeron a pesar de haberse propuesto vivir la
castidad, tú también puedes caer en medio de tus luchas. En ese momento
podrás experimentar frustración, amargura, tristeza, vergüenza, podrás
sentir que has decepcionado a Dios o a quienes confiaron en ti, o a ti
mismo, y que ya no mereces ser perdonado. A pesar de ello el Señor no te
dirá jamás «hasta aquí no más», «ya no mereces que te perdone». No dejes
nunca que la decepción de ti mismo te aparte de Dios o de quienes están allí
para ayudarte a ponerte de pie y alentarte a seguir caminando. Por tanto, si
caes, ¡pide inmediatamente perdón a Dios, levántate y vuelve a la batalla!
¡El Señor siempre te da la posibilidad de empezar de nuevo!
Ahora bien, en nuestra opción por vivir la virtud de la castidad para amar de
verdad es fundamental poner medios proporcionados. Un “medio” es algo
que me permite alcanzar un fin. Así, por ejemplo, un medio para llegar a un
lugar es un bus, un automóvil o una bicicleta. Pero un medio
“proporcionado” es aquel medio adecuado que me permite llegar al fin
deseado. No todos los medios son suficientes o apropiados. Por ejemplo, si
quiero ir a un país que queda en otro continente, no lo puedo hacer a pie o
en automóvil únicamente. Debo hacer uso de otro medio de transporte: un
avión o un barco. El automóvil, aunque sirve para movilizarse, no me sirve
para cruzar el mar. No cualquier medio me permite alcanzar un fin deseado.
Para alcanzarlo debo usar uno proporcionado al fin que espero alcanzar.
Finalmente, lo que parece imposible, con Dios se hace posible. Los
cristianos creemos que además de ser una virtud moral, la castidad «es
también un don de Dios, una gracia»1. En cuanto tal, hay que pedirla
insistentemente a Dios. Decía San Agustín:
«Creía que la continencia dependía de mis propias fuerzas, las cuales no sentía en mí; siendo
tan necio que no entendía lo que estaba escrito: que nadie puede ser continente, si Tú no se lo
das. Y cierto que Tú me lo dieras, si con interior gemido llamase a tus oídos, y con fe sólida
arrojase en Ti mi cuidado».

El Señor en el Evangelio nos enseña: «Si permanecen en mí, y mis palabras


permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo conseguirán» (Jn 15,7), y
también: «Yo les digo: pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se
les abrirá» (Lc 11,9). Así pues, la oración para pedir pureza y castidad es
indispensable en nuestra lucha diaria.
Además de la oración, la fuerza para luchar y el amor que queremos vivir
los encontramos en los sacramentos de la Eucaristía y de la Reconciliación.
Acudir a ellos es fundamental. En la Eucaristía nos nutrimos de quien es el
Amor mismo, de Cristo. De ese modo podemos crecer día a día en un amor
verdadero, el mismo amor que Cristo nos tiene, el amor que Él nos manda
vivir. Él, además, es fuerza para nuestra debilidad. Necesitamos de Él para
amar más, para amar verdaderamente y para poder ser cada día más fuertes
en nuestro empeño de vivir la castidad. Por otro lado, en el sacramento de la
Reconciliación nos encontramos con el amor y la misericordia de Dios, que
nos acoge cuando nos caemos, nos perdona, nos alienta y anima a ponernos
de pie y volver a la batalla, cura nuestras heridas y nos fortalece en todas
nuestras luchas con una gracia particular.
Comprometerse a vivir la castidad es entrar en una lucha dura. Quien entra
en combate es muchas veces herido, incluso de gravedad. Comprometerse a
vivir la castidad no es comprometerse a “nunca caer”, sino a luchar, día a
día. Y si en medio de la lucha caes, es tomar la decisión de ponerte
nuevamente de pie para volver a la batalla. Si te tropiezas, acude al Señor a
pedir perdón. Él te espera para curar tus heridas, para alentarte a ponerte
nuevamente de pie y seguir en la batalla. De eso se trata: no de nunca caer,
sino de levantarnos SIEMPRE, y de hacerlo CUANTO ANTES, sin
consentir la tristeza que nos hunde en el desaliento, en la desesperanza, que
quiere hacerte creer que “no puedes”, que “siempre será igual”, que “nunca
podrás superar tu debilidad”. ¡Nada de eso es verdad! El Señor nunca te va
a decir: “Efectivamente, tú no puedes”. ¡Jamás! Él nunca te va a rechazar.
Nunca te condenes a ti mismo cuando el Señor te está esperando en su
sacerdote para perdonarte «setenta veces siete» (Mt 18,22), es decir, sin
límite, sin medida.
Dicho esto, pasemos ahora a revisar las distintas situaciones que ponen en
riesgo nuestra castidad, todo aquello que hemos de tener en cuenta para ser
prudentes y crecer en la virtud de la pureza. Sugeriremos también algunos
medios que quizá puedan parecer exagerados, pero que son muchas veces
los proporcionales para romper con situaciones pasadas que nos han llevado
a la impureza. Hay momentos en los que sencillamente debo dejar de hacer
cosas con ciertos “amigos” o apartarme de ciertas personas o lugares si es
que quiero vivir la castidad, “recuperarme” y fortalecerme en el dominio de
mis impulsos sexuales, a fin de orientarlos al amor verdadero.

1
Catecismo de la Iglesia Católica, 2345.
1. Cuida tu mirada
Los sentidos son como ventanas o puertas por donde entran los mensajes
que despiertan la sensualidad, la imaginación, la fantasía, los pensamientos
y deseos que finalmente nos llevan a la acción en contra de la pureza. Para
vivir la castidad, debes aprender a purificar y cuidar tus sentidos,
empezando por la mirada.
Los hombres somos “visuales”. Esto tiene una explicación desde la
fisiología del varón. Con el inicio de la pubertad, la testosterona empieza a
circular en mayores cantidades y esta influencia hormonal genera cambios
químicos y anatómicos en el cerebro; las áreas responsables de la agresión y
el sexo se hacen más grandes (2.5 veces más) en el cerebro masculino que
en el femenino. Por eso el hombre no sólo piensa más en el sexo, sino que
también es más sensible que la mujer a los estímulos visuales y ello
contribuye a que empiece a experimentar un interés inusual por las chicas.
De ahí que mirar a las mujeres nos produzca un placer inmediato, y
mientras más muestre la mujer, mayor será el placer. El hombre ha sido
diseñado así, para que las mujeres le llamen la atención y lo atraigan. Es
algo natural. Todo esto forma parte de cómo Dios nos ha diseñado. Si las
personas del sexo opuesto no atrajeran nuestra atención y el sexo no fuese
tan apelante, seguiríamos como en la escuela corriendo detrás de una pelota
sin hacer caso a las niñas, o sólo estaríamos interesados en ir a la aventura.
Pero la distorsión viene cuando desde pequeños somos bombardeados por
imágenes que nos estimulan continuamente, mostrándonos a chicas
hermosas, sensuales, provocativas, con muy poca y apretada ropa o con
ninguna. Desde pequeños se nos “programa” a los hombres por medio de la
publicidad, la televisión, el cine y demás a ver a las mujeres como un león
hambriento mira a una gacela herida.
Es importante que entiendas ahora lo que hace mucho saben personas que
se aprovechan de ese conocimiento para obtener algo de ti. Sólo así podrás
hacer algo al respecto. En una ocasión la doctora Reisman explicó ante el
Congreso de los Estados Unidos el efecto que producen sobre el cerebro del
niño las imágenes de mujeres seductoras (no tienen que ser explícitas).
¿Qué dijo?
a. Elcerebro de niños y jóvenes está siendo expuesto a material
sexualmente sugestivo, que produce una respuesta emocional.
b. Ensólo tres décimas de segundo la imagen pasa por la retina al cerebro
y ocurre un cambio químico. Esta reacción automática se da mucho
más rápido de que puedan pensar racionalmente, antes de que la mente
consciente pueda decidir cómo responder.
c. Laparte cerebral que ayuda a pensar en las consecuencias de sus actos
todavía no se ha desarrollado plenamente, ni lo hará hasta una década
después. Es decir, se trata de “estímulo y respuesta” en su más pura
esencia. Esta exposición a las imágenes altera su cerebro sin su
conocimiento ni consentimiento.
d. Estas
imágenes causan una reacción emocional en el niño, y de este
modo se inicia en él un patrón de adicción:
Con el tiempo estas imágenes seductoras se convierten en algo común
y ya no causan el mismo estímulo que ocasionaron la primera vez que
las vio.
La “desensibilización gradual” reclama imágenes cada vez más fuertes
para poder experimentar la misma intensidad de sensaciones de la
primera vez. Es un hecho que la mayor parte de nuestra sociedad ha
sido desensibilizada por la cantidad de violencia y sexo que ve en los
medios de comunicación. Ya todo nos llega a parecer “normal”.
Los deseos por una cada vez mayor estimulación se vuelven cada vez
más exigentes y fuertes, y no hay nada que los satisfaga. Sin embargo,
se filtra la idea de que “el siguiente nivel te traerá la satisfacción que
buscas”.
Cuando las imágenes ya no bastan, el cerebro “le grita” al adolescente
que para quedar satisfecho tiene que EXPERIMENTAR aquello que
está viendo, ya sea mediante la masturbación o buscando experiencias
sexuales cada vez más intensas con mujeres o con hombres.
¿Qué pasa en nuestro cerebro y en nuestro cuerpo cuando vemos una
imagen o a una mujer seductora? Estudios revelan que cuando miramos a
una chica atractiva o tan sólo una foto de ella, nuestro cerebro reacciona
inmediatamente —en un tercio de segundo—. En ese instante el centro del
placer es estimulado liberando dopamina, lo que genera que te sientas bien;
al mismo tiempo el hipotálamo hace que se dé una excitación fisiológica y
se produzca el sentimiento de placer. Con pequeñas cantidades de dopamina
el hombre ya siente placer, pero si los estímulos y las descargas son
abundantes y continuos, se producirá un efecto mayor. Este mismo efecto es
el que experimentan las personas que usan drogas como cocaína,
anfetaminas, marihuana y heroína. Por este motivo la pornografía es
catalogada como una “droga visual”1.
Tener el centro del placer estimulado suena divertido y es excitante. Sin
embargo, cuando esto sucede repetidas veces, el sistema se desequilibra: el
centro del placer se vuelve insensible a la dopamina (la persona se ve más
necesitada del estímulo) hasta llegar al grado de la tolerancia (el
sentimiento del placer se vuelve cada vez más difícil de conseguir). Con el
tiempo, la excesiva estimulación en el cerebro crea una disminución de
dopamina, dando origen a una variedad de problemas y sensaciones no
placenteras (distrés psicológico). Para empeorar la situación, la disminución
de la dopamina reduce la capacidad emocional de tomar decisiones; por eso
las personas adictas a la pornografía tienen dificultad para resistirse a la
misma y ello crea un comportamiento problemático a largo plazo
(interfiriendo con la vida de pareja, porque muchas veces buscan sólo la
autocomplacencia).
A los cambios químicos se les suman los cambios anatómicos: erecciones y
con ello la masturbación. Sin embargo, las frecuentes eyaculaciones en los
adictos a la pornografía producen la liberación de dopamina y prolactina, y
ello exacerba el problema significativamente, puesto que además se
producen ansiedad y desesperación cuando cesa la actividad (ver
pornografía y/o masturbarse).
Gary Lynch, neurocientífico de la Universidad de California en Irvine,
revela en su libro The Brain and Nervous System (El cerebro y el sistema
nervioso):
«Un evento que dura medio segundo, entre cinco y diez minutos más tarde ha producido un
cambio estructural que en algunos casos es tan profundo como los cambios que se ven en
quienes tienen daño cerebral… Una pequeña señal, que en tu cabeza es una señal eléctrica de
tan sólo pocos segundos, puede dejar un rastro en tu cerebro que permanezca por años».
Ahora bien, Internet permite que podamos acceder a todo tipo de material
pornográfico con sólo hacer un “clic”. En un instante un niño puede entrar a
ver “algo”, y en una mezcla de temor y excitación, tener una “dosis” que le
produce una explosión de sensaciones. Lo que ve queda profundamente
grabado en su memoria, de modo que no lo olvidará por años. Además, la
primera vez despierta el deseo de una segunda, pues la experiencia fue tan
intensa y emocionante que se queda “con la miel en la boca”. Así un niño o
adolescente queda “enganchado”, tanto que no dejará de ver eso aunque
tenga que pasar vergüenza o reciba un duro castigo. Lo único que se logra
con la represión es que la próxima vez sea más cuidadoso para evitar ser
descubierto: toda droga genera dependencia y adicción, y la pornografía
hace lo mismo.
No sólo los niños, sino muchísimos hombres y cada vez más mujeres han
descubierto cómo “obtener esta dosis” de químicos con tan sólo un “clic”.
Hay quienes están horas de horas mirando pornografía, y no se dan cuenta
que el tiempo pasa. Mirar pornografía lleva a abusar de estos químicos
producidos por nuestros propios cuerpos. El cerebro se acostumbra tanto a
recibirlos, que cuando el nivel habitual en el sistema corporal desciende, la
persona empieza a sentirse decaída. El cuerpo reclama una nueva “dosis”
para subir otra vez los niveles, y el cerebro produce deseos fuertes que
llevan a buscar ver nuevamente imágenes pornográficas para liberar una
dosis de químicos en el torrente sanguíneo. Por el proceso de
desensibilización del que hemos hablado ya, cada vez se necesitan dosis
más altas, haciendo que los deseos sean cada vez más intensos.
¿Ya entiendes por qué, si has intentado dejar la pornografía o la
masturbación, de vez en cuando “no resistes más” y vuelves a lo mismo?
Hay cierto grado de adicción, ¡y salir de eso no es nada fácil!
Un joven me escribió en una ocasión:
«Mi debilidad se muestra a través de la pornografía. Siento a veces un “impulso” tan fuerte o
ganas de hacer cosas impuras que se calman luego de ver películas pornográficas y
masturbarme. El hecho es que estoy cayendo con frecuencia y ya me cuesta mucho ver con
pureza a las chicas que me gustan. Inclusive, luego de rezar he caído aparatosamente. Por
otro lado, este vicio se alimenta… de las frustraciones que llevo en mi corazón por las
muchas veces que he sido rechazado por las chicas que me interesaban. Actualmente,
también es una fuga perfecta para mi fastidio por no tener trabajo hace meses. En estas
condiciones, quisiera afrontar con más éxito mi lucha contra la pornografía. Está lacerando
mi corazón de manera que aparecen ideas cada vez más pervertidas dentro de mi cabeza,
aunque el fuerte grito de mi conciencia hace que sólo se queden en fantasías. Pero sé que, si
sigo en esta senda, llegará el momento en que no seré capaz de dominarme».

Las consecuencias de mirar pornografía son graves2, van llevando poco a


poco al descontrol de uno mismo. Como me decía una vez un joven de
dieciocho años, que ya había recibido tratamiento psicológico a los quince
por adicción a la pornografía:
«Te jala a un agujero oscuro, cada vez más profundo, ¡y te chupa el alma!».

Mirar pornografía no es broma, no es un juego, no es algo inofensivo. La


pornografía tiene un mecanismo perverso que te destruye lentamente, como
un cáncer. Una vez que empiezas, es muy difícil dejar de verla. Por ello te
aconsejo: si nunca has visto pornografía, ¡NO LO HAGAS! Si te da
curiosidad mirar alguna de esas imágenes seductoras que aparecen en tu
pantalla sin que la hayas buscado y te invita a hacer “clic”, ¡NO LO
HAGAS! Parece algo sin importancia, pero no lo es. Una vez que hagas
“clic”, será el inicio de muchos otros “clics” y puede que nunca puedas
parar y termines destruyéndote a ti mismo y destruyendo a muchas personas
en el camino. Esto es algo que debes tener en cuenta: ¡muchos matrimonios
se quiebran por culpa de la pornografía!
¿Y si haces “clic” “sólo por esta vez”? Pues al principio experimentas que
te da una satisfacción que no trae mayores consecuencias. Acaso sientas que
te estás saliendo con la tuya, por un tiempo. Sin embargo, antes de que te
des cuenta, el daño ya está hecho: has quedado enganchado en un vicio del
que ya no podrás liberarte fácilmente, has mordido el anzuelo debido a la
“apetecible carnada”. Te dirás: «Si ya vi una vez, qué importa una segunda;
además, ¡no me ha pasado nada! ¡Me hace sentir bien!». Volverás a hacer
“clic” cada vez con más frecuencia, buscarás “dosis” cada vez más altas,
estarás incluso horas ante la computadora sin darte cuenta de que el tiempo
pasa y te encontrarás dependiendo de la pornografía como quien depende de
una droga.
Junto con la pornografía viene la masturbación, y además, cuando tengas
enamorada o novia, vas a querer experimentar con ella aquellos mismos
actos que has visto en la pornografía. Entonces harás de la persona a la que
amas tu propia fuente de placer, la utilizarás para satisfacer tus fantasías
sexuales, terminarás perdiendo tu capacidad de amar de verdad. El hombre
que ve a la mujer como una presa que ansía devorar terminará
destruyéndose a sí mismo y rebajando a muchas mujeres en su dignidad. Si
te parece exagerado, lee este testimonio:
«Yo empecé a ver pornografía como a los catorce años más o menos. Esto fue porque entré en
una gran depresión, y se empezó a convertir en mi vicio. Era muy atractivo, poco a poco fue
aumentando el deseo por ver más y más. Veía videos de ese tipo, después me metía a páginas
de chat erótico y platicaba [conversaba] con chavas [chicas] y les decía tantas cosas
pervertidas… En verdad me sumergí en un vacío inmenso, tanto que cuando veía a una chica
sólo pensaba en hacerle lo que veía en los videos. Deseándolas sexualmente, con mi mirada
casi hasta las desnudaba.
Después de unos años dejé de ver por un tiempo. Confesé lo que hice y en verdad me ayudó
porque dejé los chats eróticos, pero aun así volvía a caer en la pornografía, de vez en cuando,
en medio de la lucha.
Yo sé lo que es estar atrapado por la pornografía. Por propia experiencia puedo decirles cómo
el ver porno te deforma la mente y la mirada, de modo que llegas a ver a la mujer sólo como
un objeto para tu satisfacción sexual. Conozco el hoyo oscuro y vacío en el que toda esa
actividad te sumerge. Por eso es que quiero trabajar en esta labor de ayudar a jóvenes como
yo y alentarlos: ¡NO se dejen arrastrar por la pornografía que envenena y carcome el alma!
¡Jóvenes! ¡NO CEDAN por más llamativo o atractivo que sea! ¡No se dejen atrapar por las
garras de la pornografía, es muy difícil que te suelte una vez que te atrapa! ¡Cual araña con su
presa, te paraliza, te envuelve en su telaraña y luego te succiona lentamente la vida! ¡En esta
lucha contra la pornografía verdaderamente te juegas la vida, tu futuro, y el futuro de tu
futuro matrimonio, el de quienes serán tus hijos y tu esposa!».

Considera, además, que la pornografía ¡es pura fantasía! Como le dijo una
señora a su esposo psicólogo que le mostró una revista pornográfica
requisada a un estudiante de trece años en el colegio en el que enseñaba:
«La calidad del papel es extraordinaria, los colores son fabulosos, la
fotografía impresionante… ¡pero esto NO ES REAL!». Ninguna mujer o
escena en la vida real llegará a ser tan “perfecta” como son mostradas en la
pornografía, porque lo que aparece allí es un montaje para crear un mundo
de ilusión y fantasía que te mantendrá esclavo de la pornografía de por vida;
por tanto, gastarás dinero en ese mercado. Como en la vida real nunca es
igual, siempre volverás a consumir pornografía en busca de aquello que no
encuentras en la realidad. ¡Así funciona! ¡Así está pensado y diseñado por
quienes se benefician de tu adicción!
Ahora bien, a pesar de las evidencias científicas contundentes, hay quienes
sostienen en su ignorancia que ver pornografía no hace daño a nadie. ¡Eso
no es verdad! Como hemos visto, causa males serios en ti, te produce un
daño cerebral y afecta tremendamente tu capacidad de amar
verdaderamente a una mujer. Por otro lado, hace un terrible daño a las
personas, hombres y mujeres, que se prestan a ser fotografiadas y filmadas
para generar ganancias multimillonarias a la industria pornográfica. ¿Es que
acaso crees que las estrellas porno son las personas más felices del planeta,
según el mito de que “el sexo tipo porno te hará feliz”? ¡No! Basta echar un
vistazo a la vida terriblemente vacía que llevan estas “estrellas”, y que las
empuja en muchísimos casos a acabar con su propia vida:
1. Savannah se suicidó de un disparo en 1994.
2. KrystiLynn se mató en 1995 en un accidente automovilístico,
manejando a 160 km/h.
3. ChloeJones murió debido a una falla del hígado por abuso de alcohol y
drogas.
4. Anastasia Blue se suicidó con una sobredosis de Tylenol el 2008.
5. Eva Lux falleció por sobredosis de heroína el 2005.
6. Taylor Summers fue asesinada el 2004 durante el rodaje de una escena
sexual.
7. Karen Dior murió a consecuencia de cirrosis y SIDA.
8. Camila de Castro saltó al vacío desde un edificio de 8 pisos.
9. Angela Devi se suicidó por asfixia el 2006.
10. Juliet Jett murió por sobredosis de heroína el 2005.
11. Susan Britton también se suicidó.
12. Rebecca Steele sufría de SIDA y murió por sobredosis de droga en el
2004.
13. Celia Young se suicidó en 1992.
14. Charlie Waters fue asesinada a machetazos en 1989 por uno de sus
clientes.
15. Arcadia Lake murió por sobredosis de droga en 1990.
16. Karen Lancaume se suicidó el 2005.
17. Linda Wong falleció por exceso de alcohol y sobredosis de droga en
1987.
18. Alex Jordan se ahorcó en 1995.
19. Bambi Woods murió por aparente sobredosis de droga en 1986.
20. Lisa de Leeuw falleció de SIDA en 1993.
21. LisaBridges murió por sobredosis de heroína y metanfetaminas el
2002.
22. Megan Leigh se suicidó de un disparo en 1990.

En fin, esta triste lista es mucho más larga3. Si ver pornografía les roba el
alma y hunde paulatinamente en un hoyo oscuro y frío a quienes la
consumen, ¡cuánto más a quienes “trabajan” para esta industria! Son
mujeres y hombres para quienes amar y ser amados sencillamente ya no es
posible, y eso se convierte, tarde o temprano, cuando pasa el efecto de la
“droga”, en una angustia insoportable. Según declaró una ex actriz porno
que logró liberarse de esa dura esclavitud: «Era como un robot o como una
muñeca Barbie de caucho. No tenía sentimientos». Tanta ausencia de amor,
tanto dolor, la hizo refugiarse en el alcohol y en las drogas para «adormecer
mi dolor, para poder sobrevivir». Como esto no le dio resultado, pasó a
métodos más severos, se hizo cortes en el cuerpo e incluso intentó
suicidarse varias veces: «Pasé muchas noches solitarias mientras me cortaba
las muñecas. Me gastaba toda mi paga en drogas».
Ahora te pido que consideres esto: cada vez que haces “clic”, tú te vuelves
responsable de la muerte de esas mujeres u hombres, tú estás ayudando a
esa mujer desgraciada a que jale el gatillo, tú con tu dedo le estás dando el
empujón para que se tire por el balcón, tú le estás suministrando esa
sobredosis de droga para que acabe con su vida. ¿La pornografía no hace
daño a nadie? ¡Claro que hace daño! Te hace daño a ti que miras, les hace
daño a esas “estrellas pornográficas”. Por más que digas «soy una gota de
agua en el océano», o «ellas lo harán aunque yo deje de mirar», tú no
puedes evadir tu responsabilidad personal a la hora de contribuir con tan
sólo mirar una de esas imágenes, a que la industria pornográfica siga
generando ganancias exorbitantes y llevando a la ruina la vida de tantas
personas que viven atrapadas en esa industria, por la razón que sea.
Como escribe en la introducción de su libro otra ex estrella porno, que
fundó un proyecto llamado Pink Cross para rescatar a estas personas de este
submundo:
«Quien quiera intentar escribir un libro sobre su horrorosa experiencia dentro de la industria
pornográfica que opera ilegalmente y sobre años de abuso sexual desde la infancia hasta la
prostitución, afronta una tarea terrible, y requiere de mucho amor y comprensión por parte de
los lectores. Ésta es la cosa más dura que he tenido que hacer en mi vida, y me tomó años de
dolor, preparación y oración antes de poder hacerlo. Pero por la gracia de Dios todopoderoso,
lo escribí y ahora necesito que lo leas. Necesito que leas acerca de la explotación y violencia
contra mujeres y hombres en la industria pornográfica para que tú puedas empezar a sanar.
Necesito que comprendas seriamente que cada vez que haces “clic” para ver un sitio
pornográfico, estás contribuyendo a la destrucción de vidas humanas valiosas. Necesito que
leas este libro de principio a fin y luego inclines humildemente tu cabeza ante el cielo y con
lágrimas te lamentes hasta que la única fuerza que te quede sea para dejar de ver
pornografía»4.

Si estás enganchado, ¡lucha por dejar de ver pornografía! ¡Sé humilde y


busca ayuda! ¡No contribuyas a sostener esta “industria” que degrada y
destruye tantas vidas!
Finalmente, si estás enganchado, no es imposible salir de esta adicción,
aunque te costará mucho. Si quieres liberarte de esta esclavitud, te
recomiendo que leas el libro La trampa rota, de Miguel Ángel Fuentes. Lo
encuentras acá:
http://www.teologoresponde.org/wp-content/uploads/2014/03/La_Trampa_Rota.pdf

1
Ver Dr. Donald L. Hilton, Jr., Slave Master. How Pornography Drugs & Changes Your Brain, en
«Salvo Magazine» 13 (2010), pp. 34ss: http://www.salvomag.com/new/articles/salvo13/13hilton.php.
2
El juicio moral sobre la pornografía lo encuentras en el Catecismo de la Iglesia Católica, 2354: «La
pornografía consiste en sacar de la intimidad de los protagonistas actos sexuales, reales o simulados,
para exhibirlos ante terceras personas de manera deliberada. Ofende la castidad porque desnaturaliza
la finalidad del acto sexual. Atenta gravemente a la dignidad de quienes se dedican a ella (actores,
comerciantes, público), pues cada uno viene a ser para otro objeto de un placer rudimentario y de una
ganancia ilícita. Introduce a unos y a otros en la ilusión de un mundo ficticio. Es una falta grave. Las
autoridades civiles deben impedir la producción y la distribución de material pornográfico».
3
Ver, por ejemplo, http://www.youtube.com/watch?v=r0q_VGacfNk.
4
Shelley Lubben, Truth Behind the Fantasy of Porn. The Greatest Illusion on the Earth, Shelley
Lubben Communications, Lexington 2010, prefacio.
2. ¿Qué escuchas?
Innumerables mensajes entran a diario por nuestros oídos. Los escuchamos
y asimilamos de una o de otra manera. Lamentablemente, muy pocos tienen
los criterios morales y el sentido crítico para saber discernir entre lo que es
bueno o malo y, en este caso, la música que conviene escuchar o no.
Como ya hemos mencionado anteriormente, hoy está de moda un tipo de
música urbana llamada “reggaetón”, cuyo contenido en muchos casos incita
al sexo libre y a ver a la mujer como un objeto sexual.
¿Te gusta esa música y la escuchas sin hacer caso a la letra? Pues, aunque
no la escuches conscientemente, sus mensajes se te van quedando y van
deformando tu pensamiento. Si crees que puedes escucharla sin que te
afecte, ¿no será que te has hecho insensible al mal y que por eso no te choca
algo que es verdaderamente degradante para las personas?
Un chico de dieciocho años me contó en una ocasión que escuchar esta
música lo llevaba a tener imaginaciones y fantasías impuras. Finalmente,
acababa masturbándose. La letra de este tipo de canciones enciende la
pasión y despierta el deseo de “querer hacer lo mismo”, o —si de momento
no se da la oportunidad— de buscar al menos experimentar el placer
mediante el autoerotismo. Al tomar conciencia del daño que le hacían estas
canciones, se propuso dejar de escucharlas.
Poco después otro joven de diecinueve años dejó un mensaje en la página
de La Opción V1 que decía:
«Gracias a ustedes he dejado de escuchar “reggaetón” (y eso que era muy fanático de aquella
música, la escuchaba desde que tenía doce o trece años) y he dejado de hacer varias cosas que
me llevaban por el mal camino. Escuchar esa música alimentaba mis pensamientos y
fantasías sexuales, y me llevaba a la masturbación. En las fiestas o discotecas me llevaba a
tocar y besar a cualquier chica que se prestara fácilmente para ello. Tener relaciones sexuales
con alguna de ellas era sólo cuestión de tiempo. Solamente veía a la mujer como un objeto y
no como una persona digna de respeto».

El “reggaetón” con contenido sexual no sólo es una música que no conviene


bailar, sino tampoco escuchar si es que quieres cuidar tu pureza.
He aquí otro testimonio de una joven de diecisiete años que hizo la opción
por vivir la castidad luego de “tocar fondo”. Comentaba ella desde la
perspectiva de quien, sin tomar alcohol, ve las cosas como son:
«Ayer fui a una fiesta. ¡Me chocó un montón! Yo llegué como a las once y ya mis amigas
estaban muy borrachas, y otras bailando malazo. Me quedé una hora con ellas y luego me fui.
A mí me daba un poco de vergüenza ajena verlas bailar tipo perreo, mientras que a los chicos
que están acostumbrados a tomar hasta emborracharse y usar a las chicas como si nada, les
parecía de lo más normal».

Otro gran campo que tiene que ver con lo que escuchas es el de las
conversaciones de doble sentido, obscenas o de contenido sexual. Sobre
esto escribía una joven:
«Mi entorno de amigos en la universidad y en el trabajo siempre hace bromas de doble
sentido. Yo, por entrar en el juego, empecé a entender esas bromas. Ahora sé que no me
ayudan a guardar mi pureza, y ya no quiero eso. Por más que esté en ese ambiente quiero ser
capaz de no contaminarme con eso. Lo que ahora en verdad necesito es purificarme».

Hablar de sexo, hacer bromas de doble sentido o faltar el respeto a las


mujeres haciendo comentarios obscenos y morbosos se ha convertido en
una especie de “tema diario”, incluso ya en el colegio, no sólo entre
hombres, sino también en presencia y con participación de las mujeres.
Hablar de esta forma no sólo manifiesta una enorme pobreza de espíritu,
sino también una tremenda falta de respeto hacia las personas. Niégate a
participar en los diálogos morbosos entre amigos y amigas del colegio, de la
universidad, de tu centro de trabajo o en las reuniones sociales. No te rías ni
festejes las bromas de doble sentido u obscenas. Si les faltan al respeto a tus
compañeras, ¡defiéndelas como si estuviesen hablando de tu propia madre o
hermana! ¡Sé valiente y anda a contracorriente!
Muchas jóvenes, lamentablemente, han adoptado el lenguaje grosero de los
hombres. En vez de exigirles respeto en el hablar, se han rebajado ellas
mismas poniéndose “a su altura”. Enséñales a tus amigas que serán tratadas
de acuerdo al lenguaje que usen, y que si quieren que las traten con respeto,
no les conviene hablar con vulgaridad.
En lo que a ti respecta, ¡usa la palabra para edificar!2. Que de tu boca no
salgan bromas de doble sentido, vulgaridades, chistes obscenos, etc.
En cuanto a lo que uno escucha, están también hoy de moda las clases de
educación sexual. Me decía una joven que desde los doce años iban a su
salón a darles estas charlas para enseñarles básicamente cómo funcionan el
cuerpo del hombre y el de la mujer, cómo se utiliza el condón y cómo los
métodos anticonceptivos. Con ese discurso les están diciendo ya a los
preadolescentes que «tienen permiso para todo, con tal de que “se cuiden”
para no quedar embarazadas o contagiarse de alguna enfermedad de
transmisión sexual».
Charlas que sólo se enfocan en eso despiertan en los escolares el deseo de
experimentar los placeres sexuales mediante el autoerotismo o el erotismo
con la enamorada o incluso con sus amigas. Los “profesionales” que dan las
clases de educación sexual les dicen que todo es “normal”, parte de un
proceso de crecimiento natural de la juventud, y que lo único que deben
hacer es aprender a usar bien los métodos anticonceptivos para disfrutar del
sexo sin las consecuencias indeseadas. Pero, como me decía una joven de
dieciséis años, en esas charlas de educación sexual nadie les habla «de lo
que pasa dentro, de lo que pasa en el corazón», es decir, de las profundas
consecuencias psicológicas, emocionales y espirituales que tiene para los
jóvenes iniciarse tempranamente en una sexualidad sin límites ni frenos.
No creas todo lo que te dicen las personas mayores tan sólo por ser
profesores, psicólogos o psiquiatras. Cuestiona sus palabras y prepara
argumentos para poder rebatir públicamente los “mitos” y “dogmas” que
estos profesores o profesionales repiten como loros. No debes quedarte
callado nunca, pues lo único que el mal necesita para avanzar y destrozar
vidas es que tú no digas nada.

1
Ver https://www.facebook.com/LaOpcionV.
2
«No salga de tu boca palabra dañina, sino la que sea conveniente para edificar según la necesidad y
hacer el bien a los que te escuchen» (Ef 4,29).
3. Lo que tocas…
En busca de experiencias más intensas el hombre siempre trata de avanzar.
Incluso a pesar de haberse propuesto guardar su castidad y respetar a su
enamorada o novia, en un momento de excitación puede llegar a olvidar
todos sus buenos propósitos. Por ello es importante que evites “jugar con
fuego”, que seas prudente y que cambies la mentalidad —si la tienes— de
“avanzar hasta un punto” sin llegar a hacerlo todo.
Abstente de los besos apasionados. Evita también las caricias o besos en
zonas llamadas “erógenas”, pues estas caricias van despertando la
sensualidad y excitación en ambos hasta que llega el momento en el que
“pierden el control”. ¡De ninguna manera te permitas manosear a tu
enamorada o tocarla en zonas íntimas! Eso sólo convertirá tu amor por ella
en un deseo de satisfacerte a ti mismo.
Recuerda que a las relaciones sexuales no se llega de inmediato, sino de a
pocos, avanzando cada vez un poco más hasta que finalmente se quiebra el
último límite. Una vez que esto sucede, te das cuenta de que tu mirada
cambia, de que la amas cada vez menos a ella y cada vez más su cuerpo y el
placer que ella te puede proporcionar; es decir, crece tu egoísmo, el querer
buscarla y estar con ella para obtener una satisfacción sensual. ¡No dejes
que esto te suceda! ¡Domínate a tiempo! ¡No “avances” en el aspecto
sexual! Sólo quien se domina y se conquista a sí mismo puede hacer
madurar y conquistar finalmente el amor verdadero.
Otra cosa: ¡Jamás le pidas a tu enamorada hacer las cosas que son tan
comunes en la pornografía! Una sexualidad “tipo porno” sólo degrada a las
personas y deforma el amor verdadero, haciendo que se usen el uno al otro
con un objetivo: producirse el máximo placer.
4. El autoerotismo o masturbación
Se te dice que la masturbación es algo normal y bueno, pues forma parte de
una “autoexploración” de tu cuerpo para conocer cómo se comporta. Pero,
¿es verdad?
«En esta época del SIDA y otras enfermedades transmitidas sexualmente de manera
desenfrenada, muchas organizaciones que reciben fondos gubernamentales promueven la
masturbación como forma de tener “sexo seguro”. Los centros de planificación familiar están
a la vanguardia en este esfuerzo, diciéndole a la juventud en su sitio web, Teenwire, que la
masturbación es un “ensayo” para las relaciones sexuales. No sólo libera la tensión sexual,
dicen los centros de planificación familiar, sino que también permite aprender lo que a uno lo
excita y por lo tanto puede prepararse mejor para el acto sexual…
Cuando [la masturbación] se convierte en el modelo que el coito tiene que emular, el
resultado es un concepto del sexo centrado en el orgasmo, en el que el cuerpo de uno y el de
la pareja se vuelven meros accesorios de las sensaciones genitales… El sexo, el cual debería
unir a un esposo y su esposa en el amor más intenso que se pueda obtener, queda reducido a
una carrera desenfrenada por alcanzar la meta de la mera satisfacción.
Así que, por medio de la masturbación, me estaba enseñando a ser una compañera sexual
egoísta y superficial. ¿Y para qué? Unos segundos de orgasmo, después del cual me sentiría
más sola que antes»1.
El ejercicio de la masturbación o autoerotismo produce una deformación en
la manera como me tomo a mí mismo y tomo o tomaré a las mujeres: como
un objeto para alcanzar mi máxima satisfacción sensual.
Esto aumenta por el hecho de que muchas veces la masturbación está ligada
a la pornografía: el hombre se masturba mirando no pajaritos, sino
pornografía, o fantaseando sexualmente con alguna chica. Sí, normalmente,
uno se masturba pensando en mujeres. Dejar de masturbarse implica, por
tanto, un esfuerzo por dejar de mirar a la mujer como un objeto de placer,
así como por dejar de usarse a sí mismo como objeto de placer. Cuando uno
hace el esfuerzo de dejar de masturbarse, también piensa en los demás, pero
desde una perspectiva totalmente opuesta al egoísmo. Dejas de pensar en
otras personas para producirte un placer y pasas a pensar en ellas como
personas dignas de respeto, incluso tan sólo en tu pensamiento. Esto es muy
importante, porque las acciones brotan de los pensamientos. Si no respeto a
las personas en mis pensamientos —aun cuando ellas no se respeten a sí
mismas—, no las respetaré en el trato diario, cotidiano. La masturbación
acrecienta nuestro egoísmo, pues nos lleva a estar centrados en nosotros
mismos y a priorizar nuestro placer por encima de la dignidad de las
personas. En cambio, el dominio de sí alimenta el amor verdadero, que se
basa en el respeto, en priorizar a la persona por encima de mi placer y
satisfacción sensual.
Como hemos dicho, en los hombres al menos, la masturbación está muchas
veces asociada a la pornografía: el hombre se masturba viendo pornografía,
para que la excitación sea mayor, para producirse más placer. ¿Es sano eso?
¿No deforma más aún su visión de la mujer y su concepción de una recta
sexualidad? ¿No buscará luego hacer eso mismo con su novia, usarla como
un objeto sexual sólo para obtener ese placer, o uno mayor? ¿Piensas que
porque nadie te ve no le haces daño a nadie masturbándote? ¡Tú te ves! ¡Tú
te haces daño al volverte más egoísta! Y luego, en el trato con mujeres, les
harás daño porque las mirarás y tratarás de acuerdo a las fantasías que has
alimentado en esos momentos de autosatisfacción solitaria. La
masturbación va incapacitando al hombre para hacer de la relación sexual
una verdadera entrega y un acto de mutuo amor, convirtiéndolo en cambio
en una masturbación con una “muñeca de carne”.
A quienes creen que la masturbación es una “necesidad” o que “si no te
masturbas, te vas a enfermar”, les decimos que no es verdad. Si no te
masturbas, ¡no pasa nada! El cuerpo del hombre tiene maneras naturales
para hacerse cargo de la sobreproducción de semen. No te vas a enfermar ni
volver loco.
Finalmente, la enseñanza de la Iglesia considera la masturbación como una
falta a la castidad:
«Por masturbación se ha de entender la excitación voluntaria de los órganos genitales a fin de
obtener un placer venéreo. “Tanto el Magisterio de la Iglesia, de acuerdo con una tradición
constante, como el sentido moral de los fieles, han afirmado sin ninguna duda que la
masturbación es un acto intrínseca y gravemente desordenado”. “El uso deliberado de la
facultad sexual fuera de las relaciones conyugales normales contradice a su finalidad, sea
cual fuere el motivo que lo determine”. Así, el goce sexual es buscado aquí al margen de “la
relación sexual requerida por el orden moral; aquella relación que realiza el sentido íntegro
de la mutua entrega y de la procreación humana en el contexto de un amor verdadero”»2.

1
Dawn Eden, La aventura de la castidad, Grupo Nelson, Nashville 2008, p. 164.
2
Catecismo de la Iglesia Católica, 2352.
5. ¿Qué pensamientos te permites?
Que aparezcan “pensamientos impuros” en la mente es algo normal, más
aún en medio de una sociedad saturada de elementos hedonistas, que nos
bombardea incesantemente con mensajes provocativos, sensuales, eróticos
y sexuales.
Muchos creen que el simple hecho de que brote un mal pensamiento es ya
automáticamente un pecado, y no es así. Sólo lo es si empiezas a darle
vueltas, a imaginar, a dar rienda suelta a tu fantasía. Pero si lo rechazas, si
con tranquilidad te dices a ti mismo: «no quiero pensar en esto, no quiero
darle cabida a este pensamiento o recuerdo», entonces has vencido, no has
caído. ¡De eso se trata justamente en la lucha por vivir la castidad! La
tentación muchas veces surge de la nada, sin que la busques, a través de
algo que viste, oíste, de un recuerdo, de algo que alguien dijo. En ese
momento tú puedes decir «no», rechazar con firmeza y serenidad ese
pensamiento. Entonces habrás ganado una batalla.
6. ¿Qué ves en las redes sociales?
Las redes sociales son el lugar perfecto para ver a tus amigas y otras chicas
posando y modelando.
No falta alguna que pone sus fotos en bikini para que la vea todo el mundo
y la alaben por su cuerpo.
Conviene que leas este testimonio que me hizo llegar un chico:
«Ayer miré una foto de una amiga mía, vestida de forma muy provocativa… Por un instante
dejé de mirarla como amiga, pasó a ser un objeto deseado, despertó mi imaginación, mi
fantasía, me deleité en su sensualidad para experimentar un placer interior… ¡Qué pena me
da! ¡Por mí y por ella!».

¿Cómo quieres ver a tus amigas? Tú tienes una responsabilidad sobre ellas:
míralas como si fuesen tus hermanas y diles que no les conviene compartir
esas fotos o videos. No te ayudan a ti y ellas mismas se exponen demasiado.
7. ¿Cómo son tus conversaciones por chat?
Normalmente a las mujeres no les atrae la pornografía tanto como a los
hombres. Pero a lo que sí son proclives a volverse “adictas” es a las
conversaciones o chats afectivos y emocionales, que luego pueden
convertirse también en chats sexuales y eróticos.
De maneras inocentes muchas mujeres terminan involucrándose en
actividades de “cibersexo”, es decir, en cualquier tipo de conducta
relacionada con el sexo que se lleva a cabo a través de Internet, chat y/o
cámara de video. Mientras se producen diálogos eróticos en los que se
expresan fantasías sexuales, los participantes se filman y se muestran
semidesnudos o desnudos, todo frente a la cámara para excitar al
interlocutor.
El “cibersexo” puede darse entre conocidos (enamorados) o desconocidos.
Quien se involucra con este último tipo de personas ignora no sólo la
identidad de quien está “al otro lado de la pantalla”, sino también sus reales
intenciones. Esto favorece los abusos de menores y sitúa a la persona en una
posición de alto riesgo, prestándose al chantaje por la difusión de sus fotos
o videos por la red. Una vez que algo se envía a través de la red, deja de ser
privado: lo que subes a Internet, ya no lo puedes borrar nunca más, queda
para siempre allí1.

Además, el “cibersexo” tiene otro grave peligro: facilita que se desarrollen


comportamientos adictivos, adoptando actitudes incontroladas que llegan a
interferir tanto que uno puede hasta perder el contacto con el entorno real.

1
Un ejemplo emblemático es el de Amanda Todd, una chica que por estos chantajes y bullying
terminó suicidándose a los 15 años el 2012 en Canadá.
8. ¿A qué fiestas o discotecas asistes?
Hacer una opción por vivir la castidad no necesariamente incluye no ir a
lugares como las discotecas. Divertirse y bailar no es malo; lo malo es cómo
muchos utilizan el baile de una manera insana. Hay personas que disfrutan
mucho bailando y pueden acudir a fiestas o discotecas que no interfieren
con su opción por vivir la pureza y castidad. Si vas y bailas sanamente, para
divertirte y pasar un buen rato con tus amigos y amigas, no tiene nada de
malo.
No debemos juzgar y menos condenar a nadie porque decide ir a una
discoteca. Como principio básico, no podemos saber lo que sucede en el
corazón de cada uno, por más que, según nuestros estándares, la persona se
esté comportando de una manera que no nos parece adecuada. No debemos
ser jueces y menos verdugos de quienes no se comportan como nosotros
esperaríamos que lo hagan, o como lo hacemos nosotros.
No juzgar, sin embargo, no quiere decir que debamos permanecer
indiferentes. Decir las cosas en las que objetivamente alguien ha obrado mal
no es lo mismo que condenar o juzgar a tu amigo o amiga. Si ves que él o
ella obra mal, debes decírselo a solas, en un momento oportuno, con todo el
cuidado del mundo, sin que se sienta juzgado por ti.
Ahora bien, si quieres cuidar tu castidad, aquí te ofrecemos algunas
consideraciones para que tú mismo veas y decidas si te conviene ir o no…
a. Sieres menor de edad, debes contar con el permiso de tus padres. No
les mientas y diles a qué lugar quieres ir y con qué amigos. Si te dicen
«no», es no. Y si te dan una hora de llegada, es importante que
retribuyas su confianza llegando a la hora señalada.
b. Es conveniente conocer bien el sitio adonde se va, porque no todas las
discotecas y fiestas son iguales. No se debe generalizar. Averigua bien
qué ambiente tiene el lugar al cual vas a ir, el tipo de música que ponen
o la clase de espectáculo que habrá. Si va en contra de tus principios o
de tu propósito de vivir la castidad, no vayas. Hay discotecas o fiestas a
las que definitivamente no conviene asistir, ya sea por lo inapropiado de
la música, por la forma como se baila, por la gente que va o por las
cosas que se ven. Si sabes de una discoteca en la que las canciones
suelen tener contenido sexual, o se ven parejas bailando de maneras
eróticas (como el perreo), o corre mucho alcohol y droga, mejor sería
que no vayas a ésa y busques otra más adecuada. Y si vas a una fiesta o
discoteca en la que las cosas se van poniendo feas, no dudes en salir de
allí. No tienes por qué quedarte hasta el final.
c. Es importante conocer bien a la gente con la que vas, e igualmente
importante que la mayoría de amigos con los que salgas compartan los
mismos valores que tú, que sean personas con quienes puedas contar
ante cualquier situación complicada. No es bueno que vayas con
“amigos” o “amigas” que van a estar presionándote para hacer cosas
que no quieres, sino con aquellos que respetan tu forma de pensar y
actuar. ¡Déjate cuidar por tus amigos y cuida tú también de ellos!
d. Hay circunstancias o temporadas en las que es mejor que no vayas; por
ejemplo, si estás emocionalmente débil o si eres muy frágil ante la
presión social. Tú debes conocerte y saber cuándo no te conviene
asistir. Quizá has sido de los que salen todos los fines de semana a una
discoteca y acaban mal, y ahora que quieres hacer las cosas bien te
cuesta mucho dejar de ir. Debes entender que es por un tiempo, pero en
ese tiempo deberás mantenerte firme en tu decisión, especialmente ante
la presión de “amistades” que no sólo no te ayudarán, sino que te
presionarán hasta que vuelvas con ellos a “divertirte” como antes.
e. Cuando vayas, mantente firme en tus convicciones y no cedas a ningún
tipo de presión. Recuerda que tú debes ser coherente con tus principios
en todo momento. Tener personalidad es fundamental; debes saber
decir «no» a lo que vaya en contra de tus principios.
f. Elige bien la música que bailas y cuida la forma en que lo haces. Hay
canciones que no es adecuado bailar por el contenido que tienen sus
letras, como por ejemplo algunas de “reggaetón”. Si a pesar de ir a una
buena discoteca te encuentras con alguna canción que no va de acuerdo
a lo que quieres vivir, no la bailes. Si te preguntan por qué no quieres
hacerlo, ¡no tienes que dar explicaciones como si estuvieses en falta!
No cedas a la presión, burla o manipulación emocional de nadie.
Quédate siempre cerca de tus amigos y amigas.
g. Debes ser consciente de los efectos que tiene el alcohol en ti: desinhibe
y te puede llevar a hacer cosas que no querías. Hoy en día te dicen que,
si no te emborrachas, no la vas a pasar bien, pero eso es mentira. No
necesitas tomar o estar borracho para divertirte. Puedes pasarla muy
bien sin una gota de alcohol. Cuida especialmente a las amigas con
quienes vayas a las fiestas: ¡sé para ellas como un hermano mayor!
h. No entres en el “juego” de los besos. No porque te guste una chica
tienes que estar buscándole el beso. Tampoco tienes por qué dárselo a
quien, por estar tomada o por otra razón, quiere que la beses. Dile que
no y punto.
Es importante tener el criterio para saber cuándo es oportuno retirarse de un
lugar. Si nos vemos expuestos a que pasen cosas que nos pongan en riesgo a
nosotros o a nuestros amigos, ha llegado el momento de irnos con ellos.
9. Lugares a los que no debes ir
Hay sitios a los que, si quieres cuidar tu castidad, no debes ir bajo ninguna
circunstancia. Puede parecer obvio lo que te digo, pero es mejor dejarlo
claro. De ninguna manera debes acudir, por ejemplo, a un prostíbulo. Si
algunos “amigos” te dicen para ir, niégate rotundamente, aunque eso acarree
burlas de su parte.
Otros lugares a los que no debes asistir son los night clubs, o locales en los
que se ofrecen espectáculos sensuales, eróticos o sexuales.
Igualmente, debes evitar a toda costa ir a “saunas” o “centros de masajes”,
así como a hoteles a “pasar la noche” con amigos y amigas.
10. ¿Cómo llevas la relación con tu enamorada?
En la relación con tu enamorada debes “trazar la línea” y poner los límites
claros desde el principio. Si ya tienes enamorada y no lo hiciste en su
momento, quizá sea necesario hablar con ella ahora al respecto.
Me escribía un chico:
«Con mi enamorada, cuando recién empezamos nuestra relación, nos pusimos medios
concretos que consistían en evitar situaciones como: estar solos en su casa o la mía, ver
películas o conversar con la luz apagada, que ella se siente encima de mí. Evitando estas
situaciones —que al principio nos costaron, pero luego se nos hicieron hábito— logramos
mantener nuestra pureza».

Quizá esto te pueda parecer muy exagerado o “aburrido”. Pero es mejor eso
a que la relación se vaya deslizando cada vez más hacia lo sexual.
Algunos enamorados creen que el límite al que pueden acercarse es al
máximo placer sin llegar al sexo. Para quien quiere vivir la castidad, hasta
los besos deben ser castos. Tú sabes o sabrás cuándo no lo son, y no lo son
cuando se vuelven “demasiado apasionados”, cuando excitan y dan paso a
“caricias indebidas” que despiertan la sensualidad y las pasiones que luego
arrastran a cosas mayores. El límite debe estar al principio del camino, no a
la mitad ni justo antes del final. Quien juguetea con el fuego de la pasión y
piensa que puede llegar hasta cierto punto sin perder el control, terminará
perdiéndolo. ¡A cuántas he escuchado decir: «quería llegar virgen al
matrimonio, pero me dejé llevar por el momento»! Creyeron que podían
tener todo bajo control, pero tarde se dieron cuenta de que cuando la pasión
se enciende, el control se pierde. Como un fuego que se descontrola, todo
en un instante queda consumado y consumido.
11. ¿Qué pasa si mi enamorada quiere saber si ya he tenido experiencias
sexuales?
Hoy en día es muy común en el colegio hablar libremente de todo lo
relativo a la sexualidad. Es usual también que los chicos les pregunten a sus
enamoradas si ya han tenido alguna experiencia sexual o no, o que ellos les
cuenten cuando ya la han tenido. En general, existe un interés y curiosidad
—tanto del hombre como de la mujer— por querer saber la vida pasada de
sus parejas, cuántos enamorados tuvo, cómo era su relación con cada uno de
ellos. Hablar de esto perturba la mente y afecta la relación en sí misma:
«Cuando uno está con alguien, no está porque tuvo una o dos enamoradas o enamorados, o
porque fue de tal o cual forma, o porque tuvo relaciones con él o ella, sino porque te
enamoras de la persona, de sus cualidades, de sus virtudes, de sus valores. El problema está
en que, en medio de su inmadurez, muchas chicas y chicos se enamoran de la imagen que el
chico o la chica proyectan y no de la persona que lleva en su interior. Es entonces cuando se
vuelve importante saber sobre la vida sexual pasada del enamorado o enamorada».

Si tu enamorada ha tenido o no relaciones sexuales antes es una pregunta


que no te corresponde hacer, y que tampoco ella te debe hacer. No es sano
iniciar una relación hablando de eso. Ello sólo será algo de lo que hablarán
en el futuro, si es que piensan seriamente en unir sus vidas para siempre, y
siempre y cuando sea prudente y conveniente1. Entonces será el momento
de hablar, no por curiosidad, sino porque habrá cosas que tienen que saber
de su pasado para aceptarse y perdonarse cada cual con su propia historia
personal. La transparencia, la aceptación de cualquier error de la vida
pasada y el perdón deben ser los criterios para hablar de esos temas con
madurez.

1
Hay historias pasadas que pueden dañar mucho la relación, cuando no hay la suficiente madurez
por parte de la otra persona. Si sientes que algo de eso te puede suceder, y tienes miedo de decirle las
cosas por las que has pasado a tu novia, lo mejor es que consultes con alguna persona entendida y
prudente para que te aconseje si debes hablar de eso o no, o de qué modo y cuánto es necesario decir
en su momento.
12. ¿Hasta dónde puedo llegar con mi enamorada?
¿Recuerdas la historia de aquel chico que me preguntó: «¿Hasta dónde
puedo llegar con mi enamorada?», yo le respondí, cuestionándolo: «¿Hasta
dónde quisieras que llegue el enamorado de tu hermana con ella?», y él de
inmediato me dijo: «¡NADA!»?
Es impresionante ver cómo especialmente en estos temas aplicamos la “ley
del embudo”: angosto para ti, ancho para mí. Es decir, a los otros les exijo
estándares elevados de comportamiento, pero cuando se trata de mí, rebajo
todos los estándares al mínimo.
Si tú quieres que respeten a tu hermana, y si quieres que respeten a tu(s)
futura(s) hija(s), ¿por qué no piensas que esa chica que es tu enamorada o
novia es hermana de alguien, es hija de alguien que espera lo mismo de ti,
es decir, que la trates con el máximo respeto? El hecho de que te quiera no
te da derecho a “avanzar” y aprovecharte de la confianza que te tiene para
hacer cosas con ella que no quisieras que otros hagan con tu hermana.

Algunos argumentan que mientras ella esté de acuerdo, ¿por qué no


avanzar? Pues hoy en día muchas chicas tienen miedo de decir «no» a los
enamorados por no querer «herir sus sentimientos» o por temor a perderlos.
Prefieren permitir cosas a quedarse solas. Por eso, tu deber para con ella es
protegerla incluso si ella misma quiere avanzar. Enséñale a respetarse a sí
misma y a hacerse respetar. Créeme que, aunque ella te diga que «no hay
problema», sí lo hay, sí le haces daño, te haces daño a ti mismo y dañas la
relación. Por ello, trátala como si fuese tu propia hermana. No tienen por
qué adelantar las cosas. Si verdaderamente se aman, el sexo puede esperar
para cuando estén casados.
Éste es el razonamiento que cambió la vida de Eduardo Verástegui, un ex
actor de telenovelas mexicano considerado antiguamente como un sex
symbol y latin lover, y que en un momento hizo la opción por vivir la
castidad. Como entenderás, tenía todo lo que el mundo le podía ofrecer:
«Gracias a mi maestra de inglés, Jazmine, cambió mi vida. Ella me veía salir con una niña
[chica] un día y al siguiente con otra, hasta que me preguntó: “Eduardo, ¿a ti te gustaría tener
una familia algún día? ¿Te gustaría tener hijos?”. —“Sí”. —“¿Hijas?”. —“¡Claro que me
encantaría tener muchas hijas!”. —“¿Y qué tipo de hombre te gustaría que tus hijas
encontraran para formar una familia?”. Y bueno, yo describí casi un santo: un hombre que dé
la vida por ellas, fiel, un hombre honesto, íntegro, trabajador, que las ponga en un pedestal
como si fueran diamantes, leal, que las respete, y bueno, una listota enorme… casi describí a
un santo, el hombre ideal, el hombre perfecto. Y ella al final me dijo: “Y tú, ¿eres ese
hombre?”. Y casi con una lágrima en el ojo, porque me llegó al corazón lo que me estaba
preguntando, le dije: “No”. Y me dijo: “¿Entonces por qué exiges lo que tú no das?”».

Él mismo, luego de 10 años de vivir la castidad, explicó en una entrevista


que le hizo el diario El Comercio en Lima (2012):
«La castidad no es una cuestión fácil. Vas a contracorriente todos los días. Aristóteles decía:
“no hay conquista más grande que la conquista de uno mismo”. Es una libertad, la libertad de
hacer lo correcto… La castidad es un entrenamiento. Le estoy siendo fiel a mi esposa antes
de conocerla».
13. ¿A qué lugares la llevo?
Se ha hecho normal y frecuente que los enamorados se encierren en el
cuarto de alguno de ellos para ver una película, hacer tareas, jugar en la
computadora o simplemente estar echados en la cama. Algunas veces se
quedan solos en casa. Otras se van a un hotel o motel. ¿Por qué llevar a tu
enamorada a tu cuarto o a un hotel? ¿Por qué quedarte a solas con ella
cuando no hay nadie en casa? Muchos jóvenes buscan justamente esas
oportunidades y lugares íntimos, solitarios, para poder avanzar con sus
enamoradas en temas sexuales. El lugar, la situación, la soledad, la
comodidad se presta incluso para quienes no tienen esas intenciones de
experimentar de un momento a otro el despertar del impulso sexual que los
lleva a ir más allá del límite.
Leamos lo que una joven de veinte años nos comparte desde su experiencia:
«En menos de cinco meses ya jurábamos que nos amábamos, pero grande fue la sorpresa
cuando ambos nos dimos cuenta de que no era así. Todo ese tiempo lo único que yo buscaba
era agradarle, y confundí “amor” con “consentirle todo”. Sí, llegamos a realizar algunos
“juegos” que nunca llenaron mis ansias de amar y ser amada, tan sólo me alejaban más y más
de mi anhelo de un amor auténtico. ¿Cuándo se daban estas situaciones? Pues cuando
estábamos en su sala. Tan tonta yo, no me daba cuenta de que todas las veces que íbamos a su
casa “a ver una película” terminábamos en eso, porque el lugar se prestaba y nosotros no nos
controlábamos. Yo, por miedo, cobardía y bastante inseguridad nunca le dije que eso no me
llenaba. Luego de que sucedían estas cosas, me preguntaba: “¿De eso se trata el amor?”. No,
eso no era amor. Con el tiempo nos dimos cuenta de que en realidad nunca habíamos llegado
a amarnos de verdad: ¡Sólo sentíamos pasión! Fue doloroso reconocerlo, pero era la verdad.
Es triste saber que tan buenos momentos se perdieron por consentir esos “juegos” y
centrarnos cada vez más en darnos placer».

Como recomendación concreta, nunca estés a solas con tu enamorada en tu


cuarto, o en el suyo, o en la casa. Si todos salen de casa, tampoco ustedes se
deben quedar allí. No basta con hacer una opción por vivir la castidad; es
necesario no exponerse, porque los lugares cerrados y semioscuros ofrecen
demasiada intimidad para avanzar en besos y caricias que despiertan la
fuerza de la pasión que, de un momento a otro, toman el control sobre
nosotros.
¿Y si te lo pide tu enamorada o novia? Eres tú quien debe decirle «no». Esto
le sucedió a un chico de unos veinticinco años, cuya enamorada de unos
veintiuno le pidió ir a un hotel a ver televisión, porque no tenían nada que
hacer e ir a su casa donde estaba su familia no era opción. «Eso sí —le
advirtió ella—, no creas que va a pasar algo». Fueron una vez, no pasó
nada. Fueron una segunda, tampoco pasó nada. Fueron una tercera vez —
como que era costumbre para ella— y a él se le fue la mano porque tomó de
más. Ella se molestó con él y le terminó. Bien por ella, por hacerse respetar,
¿pero no lo puso ella en esa situación, al ir a un hotel a ver televisión
echados en la misma cama? ¿Es que aquella chica no se daba cuenta de todo
lo que estaba despertando en aquel hombre? ¿No era ella en parte
responsable de los excesos del chico? Obvio que sí. En esos casos, eres tú el
que debes decir: «¡A un hotel no vamos!».
Es muy importante que entiendas que a veces el «no» debe decirse antes,
porque en ciertos lugares, momentos o bajo el efecto del alcohol, no vas a
poder decir «no», no vas a poder dominarte, simplemente darás rienda
suelta a tus pasiones.
14. ¿Qué hay del sexo oral?
La práctica del sexo oral se viene incrementando en nuestra sociedad. Hay
jóvenes que se lo piden a sus enamoradas o chicas que se lo ofrecen a sus
enamorados. Este testimonio nos ayuda a entender lo que sucede cuando
una mujer cede a tal pedido:
«Llevo tres años con mi enamorado, tengo dieciocho. Nos habíamos propuesto llegar
vírgenes al matrimonio. Estos últimos meses las cosas han “avanzado” un poco más allá de
las caricias. Hemos llegado a masturbarnos y él me pidió tener sexo oral. Yo accedí. Desde
entonces me siento fatal, no puedo más conmigo misma. Me siento tan avergonzada. Trato de
convencerme de que es normal, pero no puedo con mi conciencia. Me siento sucia, indigna
totalmente de Dios, he dejado de rezar, ya no voy a Misa. Me pregunto si no soy una más de
esas chicas que aparecen en las páginas porno. ¿Y por qué me lo pidió mi enamorado? ¿Por
amor? ¿Es a eso a lo que lleva el amor verdadero? ¿Es eso lo que tengo que pasar o soportar
por amor? Claro, yo también lo he propiciado… soy una estúpida… ¡por encerrarme con él
en su cuarto! ¿En qué pensará él cada noche, cada vez que se acuesta en la cama en la que
hicimos esas cosas que me repugnan? ¿Cuánto tiempo más pasará para que empiece a
pedirme algo más?».

No se trata tan sólo de un “sentimiento de culpa generado por la religión”.


De acuerdo a un estudio hecho por el Instituto Alan Guttmacher y publicado
en la revista Perspectivas de planificación familiar, «ofrecer sexo oral hace
que las chicas se sientan explotadas, pero igual lo hacen porque quieren ser
populares o “hacer felices a los chicos”»1. Una mujer que se siente
explotada y usada, psicológicamente empieza a desvalorizarse ante sus
propios ojos y a despreciarse a sí misma.
Y que “el sexo oral no tiene nada de malo” es una creencia equivocada:
además de degradar psicológicamente a la mujer, las enfermedades sexuales
pueden ser fácilmente transmitidas de los genitales a la boca.
¿Quieres hacer pasar por todo esto a la mujer que amas, “porque todos lo
hacen”? ¡Nunca consideres que es algo “normal” en una relación de pareja!
¡No lo es, y no sólo en una relación de enamorados o novios, sino tampoco
en el matrimonio!

1
Ben Shapiro, Porn Generation, Regnery Publishing, Washington 2005, p. 27.
15. ¿Qué y cuánto tomas?
Entre hombres siempre hay una ocasión para celebrar con una buena
borrachera, y si no hay ocasión, se inventa.
En las fiestas el alcohol propicia “agarres” (abrazos y manoseos), “chapes”
(besos) y sexo de ser posible. ¿Por qué siempre hay que “beber hasta
emborracharse” para pasarla bien? Muchas mujeres, al tomar, se desinhiben
y empiezan a lanzarse en brazos de los chicos mientras ellos se aprovechan
de su estado de ebriedad:
«En el cumple de mi amiga salimos con otras amigas a bailar. Ella creo que bebió mucho y
no sabemos ni cómo pasó, porque estaba bien. ¡Habíamos hablado justo antes de nuestro
deseo de vivir la pureza, pero en ese estado besó como a tres chicos y había como un sofá y
estaba ella ahí muy ebria, con un chico que estaba perfectamente bien, aprovechándose de su
estado!».

Ten en cuenta que el alcohol es un desinhibidor: suelta todos los frenos. Al


tomar alcohol ciertamente nos experimentamos “más libres”, “más sueltos y
alegres”, capaces de hacer o decir cosas que no haríamos o diríamos
sobrios. Tomar nos pone en un estado de euforia primero y, si seguimos
tomando, en un estado de absoluto descontrol e inconsciencia. Historias
como éstas se repiten indefinidamente, sobre todo en las mujeres, de
quienes algunos se aprovechan justamente porque están borrachas:
«Cuando tenía dieciocho años, conocí a un chico, y en menos de una semana perdí mi
virginidad de la peor manera posible: estaba borracha, y lo peor, el chico desapareció, y
nunca supe qué fue de su vida».

Lo cierto es que
«muchos embarazos indeseados provienen de una noche de copas. Miles de abusos sexuales
se planean con la maña de emborrachar a la mujer. Infinidad de jóvenes acaban rompiendo
todos sus límites, desinhibidos por el alcohol. Los novios que beben son varias veces más
propensos a tener caricias eróticas profundas y relaciones sexuales. Cuando la mecha está
impregnada con alcohol, siempre resulta muy corta para apagarla a tiempo»1.

Tú puedes tener un propósito muy firme de guardar tu castidad, pero bajo el


efecto del alcohol todo puede cambiar. Cuando tomes, hazlo con
moderación. No te excedas. Cuida también a tus amigas y enamorada o
novia para que no se excedan en lo que toman y para que, si se exceden,
nadie se aproveche de su estado. ¡Sé responsable de ti mismo y de los
demás!
Si tus amigos se burlan de ti o te presionan porque no tomas, mantente
firme, no cedas, no hagas las cosas tan sólo para “no quedar mal”. Hombre
no es el que toma mucho, sino el que vive de acuerdo a sus ideales, se
domina a sí mismo y tiene la personalidad para resistir a la “presión social”.

1
Carlos Cuauhtémoc Sánchez, Free sex?, Diamante, Estado de México 2008, p. 67.
16. ¿Quiénes son mis amigos?
«Con el hombre perverso te pervertirás»1. Tan sencillo como eso: si quieres
vivir la castidad, tienes que saber buscar y elegir a tus amigos y amigas,
porque lo quieras o no, ellos influirán sobre ti, para bien o para mal. Escoge
amistades que te ayuden a ser una mejor persona, y a quienes tú al mismo
tiempo puedas ayudar a ser mejores.

1
San Clemente I, Carta a los Corintios, cap. 46, 2.
17. ¿Viajes con la enamorada?
Se ha vuelto una especie de moda que los enamorados o novios viajen
juntos a cualquier lugar de su país o al extranjero, solos los dos o con otras
parejas de enamorados. ¿Es bueno o malo irse de vacaciones con la
enamorada o novia? La respuesta en este caso es variada.
Si te propusieron pasar un fin de semana con su familia, no vas a rechazar la
invitación. Puede ser una oportunidad para relacionarte con ellos y ver
cómo se comporta ella en el núcleo familiar, algo que es muy importante
para el futuro de la relación. Conocer a la familia ayuda mucho a conocer a
tu enamorada o novia y cómo se comportará en el futuro contigo y con sus
hijos (si se llegaran a casar). En este caso, sí creo que es correcto que vayas
y conozcas más sobre ella y su familia. Obviamente, tendrás que evitar estar
a solas con ella en lugares cerrados, y si se hospedan en un hotel, no
dormirán en el mismo cuarto.
Si vas con amigos, que sea con amigos de verdad, de aquellos que cuidan de
ambos. Hay “amigos” que buscan estas vacaciones para poder hacer lo que
les venga en gana. Cuida de las amistades que tienen, rodéate de gente que
te ayude a avanzar y que comparta tus mismos ideales y aspiraciones. Si
reciben alguna propuesta, averigua siempre quiénes van, adónde, cuáles son
los planes del viaje, cuál es el objetivo, y opta por lo que no represente una
ocasión peligrosa para ti y para tu enamorada o novia.
Si se trata de ir solos, la respuesta es ¡NO! ¡Un NO rotundo y sin
excepciones! ¡Ir de vacaciones solos es exponerse demasiado! La clave para
responder a esta pregunta es la prudencia. Puede ser que ambos tengan bien
clara la idea de mantenerse castos, pero al ir solos a un sitio ya están siendo
imprudentes, pues aunque no estén pensando en hacer nada y consideren
que «no va a pasar nada entre nosotros», la pasión puede encenderse de un
momento a otro. Es verdad que esto puede suceder aun cuando no se vayan
de viaje juntos, pero también es cierto que el riesgo de que suceda en un
viaje de éstos es muchísimo mayor. La prudencia en este caso aconseja no
exponerse, porque sí puede pasar de todo.
Tal vez te preguntes a qué me refiero con «no exponerse». Es no ponerse en
situaciones u ocasiones en las que será más difícil controlar sus expresiones
sensuales. Te doy un ejemplo: muchas mujeres no ven nada de malo en
quedarse a dormir en la misma habitación e incluso en la misma cama con
el enamorado o novio; es más, puede parecerles tierno estar simplemente
echados juntos en la cama. Pero tomando en consideración nuestra biología,
los hombres reaccionamos de manera distinta, y para nosotros puede ser una
situación muy complicada de manejar. Situaciones como éstas (acostarse en
la misma cama, acariciarse o besarse mucho) pueden llevarte a cruzar la
línea del cariño a la excitación en sólo segundos, y si eso sucede, lo más
probable es que arrastres también a tu enamorada por ese camino. Así que
lo mejor es no ponerse en esas situaciones peligrosas para los dos, o no
quedarte a solas con ella en lugares cerrados o muy oscuros. Si amas a tu
enamorada o novia, ¡cuida de ella!
Recuerda que vivir la castidad va más allá de abstenerse de tener sexo
cuando todavía no es el momento. Es purificar incluso las intenciones.
Siempre cuestiónate y cuestiónale a tu enamorada si te lo propone:
¿Conviene irse de vacaciones a solas? Pregúntense sobre el lugar adonde
quieren ir y con quiénes irían. Si detrás de estas interrogantes encuentras
una respuesta con una doble intención, es mejor no ir.
Si alguien te dice que es necesario irse de vacaciones con la enamorada o
novia para “conocerse mejor”, pues la respuesta es ¡no! No es necesario
tener esas “experiencias” previas de fin de semana o de vacaciones para
conocerse o divertirse juntos.
Vivir la castidad exige una conquista diaria. Habrá momentos en tu vida en
los que te costará más, pero para poder conquistarla debes poner los medios
humanos necesarios en cada caso, y eso muchas veces requerirá huir de las
ocasiones y no exponerse a ellas.
Lo que el resto hace no siempre es lo correcto. Tú edúcate en la virtud, y en
el momento en el que se presente la situación sabrás actuar correctamente1.

1
Respuesta ofrecida por Verónica Ortega de Manning, Doctora en Medicina General y Cirugía.
18. ¿Robando besos?
Se ha puesto de moda también “regalar” o “robar” besos, especialmente en
las fiestas. Hoy en día ya los besos no tienen nada de especial, se han hecho
fáciles, es “normal” besarse con quien sea “porque te gusta”. Basta que se
atraigan, que se quieran “vacilar” o que tomen un poco para que se
empiecen a regalar besos “sin compromiso”, es decir, sin que el beso
signifique nada, sin que sea el inicio de una relación formal y seria.
Es obvio que a las chicas también les gusta divertirse y disfrutar de los
besos, de la sensación que producen. ¡Y para el hombre evidentemente es
placentero y genial si las mujeres andan regalando besos! Y cuando no, el
reto de robarles un beso es mayor:
«Yo tengo un amigo muy amigo del cole que siempre me abraza cuando me ve. La cosa es
que no sé por qué ayer se le dio por abrazarme a cada rato. Se ponía a mi costado, me
abrazaba, y en una de ésas me contó que la semana pasada había ido a una discoteca y se
había besado con una chica y me dijo: “Así”, y me tomó la cara, se me acercó, y yo le dije:
“Aléjate”. Él me insistió y me dijo: “Para mostrarte”. Y yo, tonta, me dejé, se me acercó y me
dio un beso. Yo reaccioné y lo aparté. Él se rio y me fui. Pero él me seguía buscando… quería
besarme a toda costa, y me decía: “Dame un beso en el cachete”, se lo di y me pidió: “Otro,
otro, otro”, y cuando se lo iba a dar, volteó la cara y me dio otro beso en la boca (pico), y yo:
“¡Contrólate!”… Mis amigas me dicen: “¡vive la vida!”, “¡no es nada malo!”, “¡eres joven!”,
y cosas así, ¡y a veces me la creo!».

Enséñales a tus amigas que los besos para una mujer digna también son
sagrados, que no se pueden estar regalando a cualquiera, por simple “juego
y diversión”. La experiencia de esta joven nos ayuda a entender que algo
tan “simple” como un beso, que para un hombre puede significar
únicamente un placer, para la mujer es “dar algo de sí” y debe también
esperar a cambio un compromiso:
«Hace poco fui a una fiesta y todo estaba súper tranquilo. Al final llegó un chico que me
parecía atractivo y empezamos a bailar. Luego nos quedamos hablando un gran rato
“conociéndonos”. Después me di cuenta de que él quería que nos besáramos y por mucho
rato no dejé que pasara, pero después me dejé llevar y nos besamos. Al día siguiente me
sentía terrible, pues a algo muy pequeño no le había podido decir que no, no hui de la
tentación en el momento debido, y claro, la culpabilidad me mataba, pues no es el ejemplo
que debo dar. Además de que es algo que no me hace feliz. Más bien sentía que se había
llevado algo de mí. ¡No me imagino cómo debe ser cuando las personas se entregan
completamente! ¿Por qué cedí? Pues en un momento me dije a mí misma que él había
intentado mucho (obviamente no, ja, ja) y que la verdad podía “aprovechar esa oportunidad”.
En ese momento a una se le pueden ocurrir mil excusas y al final creo que no hay ni una sola
suficiente como para regalar besos. En serio, después de un beso una quiere tener cierto tipo
de unión con esa persona, pero en esas condiciones pasa totalmente lo contrario, y por lo
tanto terminamos dando algo que no le pertenece a nadie más y no es posible recuperar».

Antes de besar a una mujer que quieres honestamente debes pasar por el
riesgo de decirle que quieres comprometerte con ella a algo serio, es decir,
estar como enamorados. Sólo si acepta podrás darle un beso como
expresión de compromiso, de afecto y de un amor que exige hacer las cosas
bien, por etapas, sin apuros.
19. ¿Y qué hay de los “besos apasionados”?
¿Es correcto besar apasionadamente o no? Y, en caso de ser aceptable, ¿en
qué momento hacerlo?
En la vivencia del enamoramiento y noviazgo surgen muchas maneras de
expresar el cariño por la persona amada, pero hay que tener mucho cuidado
en cómo demostramos ese cariño. Te preguntarás, ¿por qué tener cuidado?
En primer lugar, debes tener claro, como hemos dicho, que hombres y
mujeres no somos iguales. Hay muchas características que nos hacen
diferentes. Los hombres somos más “físicos”; en cambio las mujeres son
más afectivas. En el plano biológico el hombre tiende a excitarse más
rápido que la mujer.
Partiendo del conocimiento de estas diferencias, debemos actuar con
precaución en lo que concierne a las caricias que damos y recibimos, y ello
incluye los besos. Tanto los besos como las caricias (abrazos, tomarse de las
manos) son lícitos siempre y cuando sean moderados y no busquen
provocar la excitación de la pareja.
Moderar un beso es muy difícil, por eso es mejor no meterse en terreno
peligroso. La pregunta es si los besos apasionados están bien en el
enamoramiento o en el noviazgo. Pues la respuesta es contundente: ¡no! No
están bien por las siguientes razones:
a. Enel plano biológico los hombres somos más sensibles y el simple roce
del cuerpo, más aún los besos, podrían hacer que te excites en tan sólo
segundos. Ello no quiere decir que no te puedas contener, pero es más
complicado para los hombres que para las mujeres. Por eso es
recomendable que no te prolongues en los besos para evitar que se
vuelvan apasionados, y que tampoco beses a tu enamorada en zonas
que van a despertar su sensualidad.
b. Un beso prolongado y apasionado puede cruzar fácilmente la frontera
de la muestra de cariño y pasar al terreno de la excitación.
c. Es más difícil controlar un beso que se ha subido de tono, ya que
muchas veces ese beso no va solo, sino que está acompañado de
caricias que encienden la pasión.
Muchas parejas de enamorados o novios que habiendo hecho un propósito
de esperar hasta el matrimonio tuvieron relaciones sexuales se preguntan:
«¿Cómo es que llegamos a este punto? ¿Cómo nos pudo pasar esto?». En
casi el 100% de los casos encontrarás la respuesta en un simple beso que se
extendió más allá de lo que podían manejar, un beso que encendió el fuego
incontrolable de la pasión. No caigas en la ilusión de pensar que puedes
controlar las caricias y los besos apasionados cuando ya se han iniciado.
Entonces, ¿cuál es la solución? La respuesta es simple: evita la situación, es
decir, detente antes de que las caricias y los besos enciendan la pasión.
Éstos deben estar reservados para el matrimonio.
Se dice que «el hombre llega hasta donde la mujer se lo permite», pero a
veces sucede que la mujer no sólo le permite al hombre llegar más lejos,
sino que incluso se lo insinúa, lo incita o se lo pide explícitamente en un
momento de excitación. Definitivamente la responsabilidad es de los dos,
tanto de la mujer como del hombre. A ti te toca cuidar a tu enamorada o
novia de los excesos, cuidarte de no besarla demasiado ni muy
prolongadamente, y saber decirle «tranquila, para, yo no te quiero para
eso», en el caso de que ella “se aloque” o sencillamente quiera avanzar más.
La virtud de la castidad se vive todos los días de nuestra vida. No podemos
dejarla de lado cuando estamos con la enamorada o con la novia. Al
contrario, es allí cuando más se ejercita: cuando nadie los ve, cuando el
cuerpo o la sensualidad quieren imponerse ante la voluntad y el
compromiso de vivir la pureza y el mutuo respeto en la relación.
¿Cuándo son aceptables las caricias y los besos apasionados? Cuando estés
con tu esposa. ¡Antes no! Antes del matrimonio están fuera de lugar, no te
corresponde vivirlos, y la mejor manera de guardar y cuidar tu castidad y la
de tu enamorada o novia es evitando ponerse en una situación peligrosa.
Luego de leer esta respuesta, una joven de dieciocho años nos compartía su
experiencia y reflexión:
«La verdad es que necesitaba que alguien me aclarase, porque cuando estaba con mi ex
enamorado nos besábamos feo, muy apasionadamente. Estuvimos cuando yo tenía diecisiete
y él veinte. Al comienzo eran besos normales, pero pronto, a partir de la tercera semana, se
volvieron muy apasionados y eso dio pie a otras cosas que no me atrevo a decir. Yo siempre
sentía que, aunque eran sólo besos, algo estaba mal, pero cuando le preguntaba a alguien,
siempre, siempre me respondía que era algo “normal”, que “no tenía nada de malo”. Ahora,
gracias a esta respuesta, veo las cosas desde otra perspectiva y entiendo que de haber evitado
esos besos apasionados probablemente no habríamos llegado a hacer otras cosas de las que
ahora me avergüenzo, y no habríamos perdido la oportunidad de amarnos bien. Aquellos
besos fueron la “puerta de entrada” para otras cosas más “fuertes” que también me decían
muchos que eran “normales” entre enamorados, pero que definitivamente terminaron
haciéndome mucho daño y deterioraron la relación».

Un hombre de unos treinta años, gracias a que su enamorada le ha explicado


la importancia de la castidad y su deseo de llevar una relación casta, ha
empezado a entender este mensaje y a ponerlo en práctica. Por amor a su
enamorada está haciendo cambios significativos en su modo de pensar y de
aproximarse a ella. Ella me escribía hace poco, contenta por un gran
avance:
«Hoy me dio un beso y me dijo que no me besaba mucho rato porque le era difícil luego no
querer avanzar. A mí me quedó más claro en ese momento que ésa es una clave para no meter
la pata yo misma y besarlo mucho, pues sin que sea mi intención, lo puedo complicar a él».
20. ¿Y los besos y “caricias” en las partes íntimas?
Hay muchos que piensan que estas caricias o besos forman parte de la
relación de enamorados:
«Llevo ya tres años con mi novio. A pesar de que él está de acuerdo en no tener relaciones,
cree que ciertas “caricias” (debajo de la ropa, en las partes íntimas e incluso besos... si es que
se les puede llamar así) no están mal y cree que me he vuelto fanática y exagerada al
respecto. ¿Están bien esas caricias? Y si no, ¿qué le digo para hacerle entender?».

No es una “fanática exagerada” la mujer que te pide sacar esas “caricias” de


la relación. Este sencillo razonamiento y comparación te ayudará a entender
por qué debes evitar esos tocamientos: Si alguien te roba cien dólares, ¿está
bien o está mal? Es obvio que vas a decir que está mal, ¿verdad? ¿Y si te
roba cincuenta? ¿Varía tu respuesta? ¿Deja de estar mal porque es menor la
cantidad? No, ¿verdad? ¿Y si tan sólo te roba diez? ¿O cinco? La respuesta
seguirá siendo la misma, ¿no es cierto? ¿O en algún momento tú dirías que
robar, si la cantidad es poca, está bien? ¡No! Seamos honestos: ¡en todos los
casos está mal, sea mucho o sea poco! Lo mismo sucede con la castidad:
tener relaciones es como robar cien, y tener esas “caricias” es como robar
cinco. Por otro lado, como el cuerpo siempre te pide más, una vez que le
das cinco, luego quiere diez, luego veinte, luego treinta y luego un poco
más, hasta que —aunque no era tu intención al principio— finalmente le
robarás los cien. ¡Pues en ninguno de esos casos está bien que le robes la
pureza a tu enamorada o novia, sea cien o sea cinco!
Demuéstrale más bien que de verdad la amas dominándote a ti mismo,
renunciando a ese tipo de caricias y besos, respetando los límites que se han
puesto en vez de rebajarlos con el argumento de que «no tiene nada de
malo». La respuesta de un auténtico hombre debe ser como la que le ofreció
este joven a esta chica:
«Yo tomé la decisión de mantenerme virgen hasta el matrimonio. Fui a la escuela, a la
universidad, entré al mundo laboral, fui considerada por muchos como una mujer atractiva e
inteligente, y estaba siempre rodeada de muchos amigos. En la medida que pasaban los años,
mis familiares, compañeros de trabajo y amigos me repetían una y otra vez que por qué no
tenía una pareja, a qué le tenía miedo, que si iba a “vestir santos” o que sería la tía solterona
de la familia. Mi respuesta siempre era una sonrisa y decirles: “Todo en el tiempo de Dios, Él
sabe el día y la hora”. Nadie entendía, porque según ellos dejaba pasar las oportunidades, y
me decían que era muy selectiva o pretenciosa. Otros simplemente hacían bromas y me
decían que “la virginidad enferma”… A los veinticinco años conocí a un hombre
maravilloso, que fue mi primer y único novio. La única condición que le puse para ser su
novia era que respetara mi decisión de guardar mi virginidad hasta el matrimonio. Él me
dijo: “No sólo la respeto, sino que te ayudaré a cuidarla”. Así pasaron un año y tres meses
hasta que llegó el gran día de la boda».

Cuando uno opta por vivir la castidad, está más atento a lo que lo rodea, a lo
que hace, y ciertamente se da cuenta de que muchas conductas que podrían
parecer “normales” en la pareja (de enamorados o novios) no lo son. Las
tentaciones están siempre ahí, pero ahora quizá las notas más porque tienes
más conciencia sobre lo que está mal y buscas evitarlo. En vez de ponerte
en una situación en la que vas a estar luchando por controlarte y en peligro
de perder el dominio de ti mismo, lo inteligente, lo que debes hacer, es
evitar dicha situación complicada. De ese modo evitarás también todas las
tentaciones y luchas interiores que vienen con ella y que te “invitan
incesantemente” a dejar de lado todo propósito y lucha por vivir la pureza.
La decisión de vivir la castidad es una opción radical, no se puede hacer a
medias, y ello conlleva a no ceder ni un centímetro en la lucha. No seas
iluso creyendo que vas a poder manejar la situación si te expones a la
tentación. La mejor forma de vencer es siendo humilde y evitando toda
situación peligrosa.
Inmersos en una cultura o rodeados de amistades que nos dicen que están
bien ciertas caricias, debemos mantenernos firmes en nuestra opción por ir a
contracorriente. A nosotros nos toca cambiar nuestra mentalidad y optar por
vivir una vida digna de un hombre verdadero que cuida y protege a quien
ama. ¡Tu enamorada merece tu respeto!
No dejes de acudir a los sacramentos. Dios da la fuerza, pero hay que ir a
buscarla. Dios te dará lo que necesites para que sigas firme en esta lucha
que es difícil pero no imposible.
Busca la orientación de personas prudentes. Rodéate de gente que te ayude
a crecer, que viva o al menos esté luchando por vivir tus mismos ideales.
Muchas personas que nos rodean y que a veces llamamos “amigos”, no lo
son. Un verdadero amigo siempre te lleva a descubrir la verdad, un
verdadero amigo te ayuda a crecer como persona. Esto no significa que te
aísles de los demás, pero sí que seas prudente con lo que compartes.
Para terminar
Quiero concluir estas recomendaciones con el valioso testimonio de un
hombre de veintiséis años que, estoy seguro, te alentará en tu propia opción
por luchar y vivir un estilo de vida diferente, a contracorriente: el de la
castidad, el de la pureza de mente, corazón y cuerpo, con el fin de
conquistar el amor verdadero:
«Cuando somos pequeños, muchos de nosotros estamos expuestos a una formación familiar o
social extremadamente “de machos”. Crecemos queriendo que el tiempo pase muy rápido y
hacer cosas de “grandes” sin aprovechar ese tiempo que Dios nos da para disfrutarlo
inocentemente, aprendiendo de a pocos, paso a paso.
A pesar de todas esas cosas buenas que he tenido en mi vida, debo decir que crecí con
pensamientos muy confundidos acerca de cómo llevar una relación y mi rol como hombre.
Considero que nosotros somos más débiles que las mujeres. Ellas definitivamente son más
fuertes que nosotros en muchos aspectos, pero muchas veces son tan frágiles ante ese “amor”
común y desechable que hoy en día les vende la sociedad y convive en el corazón de los
hombres.
Desde pequeño anhelé una relación como la de mis padres. No es perfecta, pero tiene bases
muy sólidas: buena comunicación, se conocen bien, se aman, se cuidan entre ellos, van a
Misa todos los domingos. Siempre quise conocer a una mujer como mi madre: responsable
con la familia, que ame a Dios sobre todas las cosas, que me haga crecer en lo espiritual y
muchas otras cosas esenciales. De igual manera me parecía lógico que si yo esperaba eso de
una mujer, yo debería ser ese hombre que siga el ejemplo de San José, hombre justo.
La verdad es que el camino para llegar a ser eso es demasiado complejo. Despojarte del día a
día, tratar de ser diferente parece imposible, negarte a propuestas “interesantes” de tus amigos
es un verdadero reto, decir que NO o parar la mano cuando debías hacerlo, otro tanto
complicado.
Cometí infinitos errores desde que era un niño. Luego, en mi adolescencia, cuando creí
conocer por primera vez el “amor”, la fregué varias veces y después, aun cuando fui
consciente de esas experiencias erróneas, volví a caer. No sabía hasta cuándo sucedería esto.
Puedo resumir que gran parte de mi vida tuvo muchos desaciertos de los cuales he aprendido
y que en estos últimos años estoy esforzándome por hacer las cosas bien, como Dios quiere.
Hoy tengo veintiséis años, llevo una relación de casi cinco con una mujer tres años menor
que yo, mujer que me ha enseñado y demostrado que el amor puro y santo ¡sí existe! La lucha
contra la tentación no ha sido fácil. Fuimos ingenuos muchísimas veces y de esos malos
tratos, por los que sentimos que nos habíamos fallado a nosotros mismos, el uno al otro y a
Dios, hemos ido aprendiendo y madurando.
En honor a la verdad, no fueron fáciles los inicios de nuestra relación, y les puede sonar
exagerado lo que les voy a contar. Tenía yo veintidós años cuando la conocí y ella
diecinueve, y las reglas que nos habían puesto sus padres eran tan básicas pero a la vez tan
complicadas de cumplir: no podía llamarla más de las nueve de la noche, ¡y el primer
mensaje de texto que le envié para invitarla a salir no tuvo respuesta sino hasta el siguiente
día, porque cuando lo hice, eran pasadas las diez de la noche! No pude ir a su casa al
principio, y peor entrar a ella, aun cuando sus padres estaban ahí dentro. Obvio que ella no
podía ir a mi casa tampoco. Sin embargo, las cortas horas de permiso que tenía para salir
conmigo se volvieron mis mejores amigas. Debíamos respetar la hora de salida y de llegada,
¡ni un minuto más de lo acordado! Si no, sencillamente ¡ardía Troya! Las primeras salidas yo
la veía llegar y la veía irse. Sus padres eran responsables y muy estrictos. ¡La primera vez que
hablé con sus padres recuerdo que fue más complicado que la sustentación de mi tesis cuando
me gradué en la universidad! ¡Estuve tan nervioso! Podría seguir contando muchas otras
experiencias de este tipo, pero el punto al que quiero llegar es que todos estos detalles —que
a los ojos del mundo son “anticuados” o “demasiado tradicionales”— eran la garantía para
saber con la clase de mujer con la que estaba, y eso fue lo que me enamoró profundamente de
ella: ¡tuve que pasar todo eso para encontrar a la mujer que siempre quise!
Todo lo anteriormente dicho ha cambiado de cierta forma porque hoy hay flexibilidad, pero
siguen existiendo las reglas de sus padres que aún como enamorados respetamos. No fue fácil
aceptarlas, tuve que ceder en mucho y renunciar a muchas cosas, puesto que estuve
acostumbrado a otras cosas. Ahora comprendo que todo tenía su propósito. ¿Podía encontrar
de otra manera a la mujer de mis sueños, si no era sacrificándome a mí mismo y cambiando
“las maneras” aprendidas desde pequeño de cómo un “macho” encuentra a su “hembra”?
Pues no, este sacrificio era necesario para encontrar el amor puro y verdadero en una mujer
excepcional. Hoy no quiero ni pensar qué habría pasado si no hubiésemos luchado y optado
por vivir el camino de la pureza, si en vez de corregirnos oportunamente en los excesos
cometidos al principio, yo hubiese presionado un poco más o ella se hubiese dejado llevar
“por amor”. Sencillamente, habría destrozado el amor profundo y verdadero del que ahora
podemos disfrutar.
El que menos hoy te dice “no sabes lo que te pierdes” cuando haces una opción por vivir la
castidad, pero yo les puedo decir a ellos ahora con toda serenidad y verdad: “eres tú quien no
sabes lo que te pierdes”. En efecto, muchos por querer “avanzar rápido” y querer disfrutar del
“éxtasis” que sin duda produce el placer de un momento, se pierden literalmente el amor
verdadero y todo el gozo y paz que éste puede traer a nuestros corazones.
La clave para seguir en la batalla de la castidad ha sido nuestro sueño de esperar al momento
fijado por Dios —el matrimonio— para la entrega total. Hemos buscado medios de
formación en pareja para lograrlo, que hoy en día existen. A partir de esta opción por vivir la
virtud de la castidad mi enamorada y yo tenemos conversaciones muy profundas, basadas en
nuevas experiencias compartidas. Así mismo hablamos de la santidad como algo alcanzable.
Sin duda alguna debo afirmar que no sirve de nada asistir a miles de cursos si en nuestros
corazones —¡los de ambos!— no está cimentado ese anhelo de pureza y santidad. Si uno de
los lados no colabora, simplemente ese anhelo se derrumba, pues la tentación está a la orden
del día y nosotros debemos ser fuertes para evitarla, pero fuertes en la gracia.
Alguna vez un sacerdote me dijo en una Confesión: ¿Por qué luchar contra la tentación, si la
podemos evadir o evitar? ¡Y es verdad! Es muy sabio ese cuestionamiento y muy acertado.
La lucha se hace muy fuerte si ambos —como suelen hacer muchos enamorados hoy en día—
se meten en sus cuartos y cierran la puerta tras de sí. ¡Te ahorrarás toda esa lucha si
sencillamente no te expones!
Me gustaría cerrar este testimonio invitando a todos los “machos” a que seamos verdaderos
caballeros y dignos hijos de Dios, que tengamos a San José siempre presente y que pidamos
su intercesión para llegar a ser hombres puros y castos. ¡Sólo así podremos ser agentes de
transformación en esta sociedad que necesita de cambios urgentes y radicales! ¡Los invito a
seguir luchando por vivir la castidad como un estilo de vida! Y ante cualquier caída, ¡los
invito a pedir perdón, levantar la cabeza y volver a la batalla! Finalmente, los invito a seguir
confiando, a buscar el verdadero amor y luchar por él, porque hoy puedo dar fe de que ¡sí
existe!».
La Opción V” es un proyecto que alienta a los jóvenes a descubrir la
importancia de la castidad en sus vidas. Nuestro objetivo es promover una
recta comprensión de la sexualidad que, yendo a contracorriente de lo que
la sociedad nos propone, forme en un amor auténtico, libre de todo
egoísmo, base para futuros matrimonios sólidos y consistentes. Ofrecemos
también soporte y consejería a quienes asuman el desafío de esforzarse por
vivir esta virtud.
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